2008 Propuesta de paz HUMANIZAR LA RELIGIÓN Y CREAR LA PAZ Daisaku Ikeda Presidente de la Soka Gakkai Internacional 26 de enero de 2008 En ocasión del trigésimo tercer aniversario de la fundación de la Soka Gakkai Internacional (SGI), quisiera compartir algunas ideas y propuestas con el fin de contribuir al establecimiento de una paz duradera en nuestro mundo. Han transcurrido ya unos veinte años desde la finalización de la Guerra Fría, que mantuvo a la sociedad internacional en vilo por casi medio siglo. Pese a haber ingresado en una nueva centuria, no se vislumbran aún los lineamientos de una nueva estructura para la sociedad global. En octubre de 1990, se publicó el diálogo que mantuve con el doctor Linus Pauling (19011994), laureado dos veces con el Premio Nobel. En nuestras conversaciones, el doctor Pauling manifestó sus esperanzas con las siguientes palabras: “Las cosas pueden estar cambiando para mejor. Las primeras modificaciones que impuso Mijaíl Gorbachov constituyeron un gran salto hacia delante”. [1] El doctor Pauling tenía noventa años en ese momento, y sus palabras despiertan en mí el recuerdo del rostro cálido y gentil de ese gran luchador por la paz. Lamentablemente, los sucesos posteriores solo constituyeron una amarga frustración de las esperanzas del doctor Pauling. Durante un tiempo, a comienzos de los 90, se hizo alarde de un “nuevo orden mundial”, liderado por los Estados Unidos, nación que encabeza el inevitable proceso de globalización. Pero nuevas tensiones y conflictos emergieron de inmediato, y el mentado proyecto debió dar marcha atrás. Nuestra situación actual puede caracterizarse más acertadamente por el desorden global. Pero no permitamos que las ruedas de la historia echen a rodar hacia atrás. Sean cuales fueren las dificultades, no debemos desalentarnos en la búsqueda de un nuevo orden global que esté realmente al servicio de los intereses y el bienestar de toda la humanidad. Solo si nos consagramos decididamente a esa tarea podremos impedir que la sociedad global quede atrapada en un caos cada vez más abismal. Linus Pauling y el siglo XX La exhibición “Linus Pauling y el siglo XX”, organizada por la SGI, la familia del doctor Linus Pauling y la Universidad Estatal de Oregón, presenta la vida, la filosofía y el compromiso asumido por uno de los científicos y promotores de la paz más influyentes del mundo contemporáneo. Desde su inauguración en San Francisco en 1998, la muestra ha sido llevada a dieciséis localidades de cinco países, y ha sido visitada por más de un millón de personas. Linus Pauling ganó el Premio Nobel de Química en 1954, y el Nobel de la Paz, en 1962. Daisaku Ikeda y Pauling se reunieron en cuatro oportunidades, entre 1987 y 1993. Sus diálogos han sido publicados en inglés, en 1992, con el título A lifelong Quest for Peace [En busca de la paz]. Se están realizando esfuerzos significativos en ese sentido. Recientemente (el 15 y 16 de enero), se llevó a cabo el Foro de la Alianza de Civilizaciones en Madrid, España. Con la convicción de que la preservación de la paz y la seguridad en el orden internacional requiere que se supere la animosidad entre culturas, más de setenta y cinco estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y diversas organizaciones internacionales participaron del evento. El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, en su firme llamado a realizar más acciones por la paz, dijo: “Si bien provienen de diferentes medios y poseen perspectivas distintas, todos ustedes comparten la convicción de que la Alianza de Civilizaciones es un medio de enfrentar el extremismo y de borrar las divisiones que amenazan nuestro mundo”. [2] En el mismo orden de cosas, durante una conferencia de prensa realizada a comienzos de este año, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, anunció la puesta en marcha de una “política de civilización”, basada principalmente en la humanidad y en la solidaridad. Al respecto, el primer mandatario francés sostuvo que no era posible organizar el mundo del siglo XXI con el orden del siglo XX [3] y propuso que la actual cumbre del G8 se ampliara para dar cabida a China, India, Sudáfrica, México y Brasil, y quedara constituida como un nuevo sistema, el G13. Hace ya mucho tiempo que solicito se considere la ampliación de las cumbres actuales, para que se integren en ellas naciones como China e India, y conformen una cumbre de países con responsabilidad, que impulsará una manera más amplia de compartir responsabilidades globales. Deseo brindar mi completo apoyo a iniciativas con dicho propósito. La inclinación hacia el fundamentalismo Una vez concluida la Guerra Fría, la construcción del nuevo orden mundial fue impulsada en base a los principios de libertad y de democracia. Si bien tales valores son, sin lugar a dudas, esenciales, debemos ser conscientes del peligro que implica cualquier intento de imponer instituciones y prácticas específicas en el ámbito de una cultura política diferente. Incluso allí donde la libertad y la democracia puedan estar ya establecidas, la menor flaqueza en el esfuerzo de sostenerlas y expandirlas hace que ambas comiencen a debilitarse, hasta que finalmente lo único que nos queda son formas vacías, despojadas de toda sustancia. Tal fue el tema central del análisis que realicé en mi propuesta de paz de 1990, justo unos meses después de la caída del Muro de Berlín, en noviembre del año anterior. Me basé para ello en la República de Platón, donde el filósofo afirma que, en la búsqueda insaciable de libertad, la democracia alimenta un sinfín de deseos que, gradual e insidiosamente se apoderan de la ciudadela del alma de los jóvenes. [4] A la larga, la situación queda fuera de control, y se busca la aparición de un líder fuerte que restaure el orden. Entonces, de entre todos los “zánganos” ociosos, se elige a una persona armada de un aguijón. [5] Con esa imagen, Platón ilustra enfáticamente la lógica y la probabilidad real de un retroceso hacia la tiranía. Quedó pues demostrado que mi preocupación de entonces no fue infundada. La marcha caótica de la globalización centrada en el aspecto económico ha producido ya un mundo dividido por desigualdades en una escala sin precedentes: por un lado, la abierta veneración por los bienes materiales, y por el otro, el lógico sentimiento de frustración ante la ausencia de justicia económica. Tal inequidad estructural es el factor clave –tal vez, el único— que se oculta en las formas de terrorismo que proliferan hoy en todo el globo. La historia nos enseña que cualquier intento de suprimir el terrorismo y otros crímenes similares mediante el uso unilateral de la fuerza, sin un cuidadoso análisis previo de los factores estructurales involucrados y sin concebir una manera de responder a esos factores, solo logrará empeorar las cosas. El orden que se establece por la fuerza es el paso previo hacia el caos total. Como budista, lo que me aflige más profundamente es la mentalidad que ha ido surgiendo con este telón de fondo. Es algo que solo se puede definir como una inclinación hacia el fundamentalismo; una tendencia que no se limita únicamente al aspecto religioso, tan largamente debatido, sino que abarca también el etnocentrismo, el chauvinismo, el racismo y la adhesión dogmática a diferentes ideologías, incluidas las que impone el mercado. Esas formas de fundamentalismo proliferan en condiciones de caos y de desorden. Y el elemento en común que posee cada uno de los aspectos del fenómeno es el modo en que, sistemáticamente, se da más importancia a diversos principios abstractos que a los seres humanos, lo que lleva a que la gente termine totalmente sometida, al servicio de dichas abstracciones. No es mi intención realizar un análisis detallado del tema; tan solo, destacar que Albert Einstein (1879-1955) expresó la esencia de esta cuestión cuando afirmó: “los principios están hechos para el ser humano y no el ser humano para los principios”. [6] Sostener la visión del mundo concebida por Einstein y ponerla en práctica de manera consistente no es una tarea fácil. Las personas optan rápidamente por remitirse a reglas preestablecidas que brindan respuestas inmediatas a sus cuestionamientos y dudas. Para utilizar una metáfora de Simone Weil (1909-1943), la manera en que operan las diversas formas de fundamentalismo se podría comparar con el accionar de la fuerza de la gravedad (la pesanteur), que trastorna y degrada a los seres humanos y a la sociedad, una fuerza al parecer inherente a todo ser humano que nos lleva a degradarnos a nosotros mismos. La naturaleza esencial de dicha fuerza es la que nos hace perder de vista el sentido de la identidad que debería conformar el núcleo de nuestra humanidad. Estoy convencido de que nuestra época necesita un humanismo capaz de confrontar y detener la tendencia hacia el fundamentalismo. Y eso implica la tarea de situar nuevamente a las personas y a la humanidad toda en el centro de la escena, labor que, en última instancia, solo se puede llevar a cabo mediante un esfuerzo espiritual incansable para adiestrar y templar nuestra propia naturaleza. El humanismo de Gide Permítaseme citar en este contexto una anécdota muy conocida, que creo ilustra adecuadamente la confrontación entre el fundamentalismo y el humanismo. Forma parte de las ideas de avanzada del gran humanista francés André Gide (1869-1951) respecto del experimento socialista en la Unión Soviética. En junio de 1936, al enterarse de que su admirado escritor Máximo Gorki (1868-1936) se encontraba gravemente enfermo, Gide se apresuró a viajar a Moscú, adonde llegó justo un día antes del fallecimiento del gran literato. Luego de pronunciar algunas palabras en el funeral del escritor y de asistir a una serie de eventos conmemorativos, Gide tuvo la oportunidad de cumplir su deseo, largamente acariciado, de viajar por la Unión Soviética durante un mes. La crónica de sus viajes se publicó en noviembre de ese año con el título de Retour de l’ U.R.S.S. [Sucedió en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas]; el libro encendió un debate público de intensidad y proporciones realmente históricas, en el que se vieron envueltos no solo intelectuales de Francia, el resto de Europa y los Estados Unidos, sino también de Japón. Si bien Gide reconoce plenamente la importancia histórica de la Revolución Rusa y de los acontecimientos que llevaron a la creación de la Unión Soviética, también analiza –con una actitud que hoy nos resulta excesivamente cautelosa— las patologías del comunismo soviético, que por entonces comenzaban a emerger. La mayor parte de sus observaciones fueron muy atinadas, tal como se pudo constatar tras el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, transcurrían entonces los años rojos, cuando la lucha contra el fascismo en la Guerra Civil Española inclinaba a intelectuales y jóvenes hacia la izquierda; para muchos, la Unión Soviética era el centro de sus esperanzas. Por ende, las críticas de Gide, provenientes de un acreditado izquierdista como él era entonces, desencadenaron una fuerte reacción que se generalizó en las esferas académicas, periodísticas y políticas. Si bien las opiniones estaban divididas, prácticamente todos se manifestaban en contra de Gide. Tildado de traidor por mucha gente, el escritor de encontró aislado y sin apoyo alguno. Así y todo, se negó a retroceder. Estaba decidido, por sobre todas las cosas, a mantenerse fiel a sus creencias. “A mis ojos”, escribió, “hay cosas aun más importantes que yo mismo, más importantes que la U.R.S.S.: la humanidad, su destino y su cultura”. [7] Considero que esa es una declaración de humanismo clara, concisa y verdaderamente histórica. La palabra “humanidad” se maneja hoy con total ligereza, de manera sumamente trillada, manida y carente de significado; pero para Gide, la expresión contenía innumerables matices, dotados de un significado clarísimo y concluyente: indicaba el cimiento irreemplazable de la justicia, una base universalmente válida para llevar a cabo cualquier acción. “[H]ay cosas aun más importantes que yo mismo”. Las palabras de Gide apuntan a la cultura de la humanidad, que encarna valores universales, como el espíritu de respetarse a uno mismo y respetar a otros; la diferencia y la diversidad; la libertad, la justicia y la tolerancia; todos principios por los cuales él estaba dispuesto a entregarlo todo, incluso, al parecer, su propia vida. La profundidad e intensidad de las convicciones de Gide sin duda lo sostuvieron en su solitaria resistencia contra la avasalladora corriente de la época. La amplitud del humanismo de Gide me remite a la enseñanza budista que establece que el principio último y la naturaleza esencial de todos los fenómenos se encuentran únicamente en el corazón humano. Esa “naturaleza de Buda” universal –a veces simbolizada mediante la imagen del Buda sentado sobre una flor de loto— es el aspecto puro, impoluto e indestructible del corazón humano. La determinación de respetar a todas las personas, principio que constituye el cimiento del humanismo budista, nos lleva comprender que no solo las diferencias sectarias, sino las ideológicas, culturales y étnicas jamás son absolutas. Tales distinciones, al igual que el orden y la organización de la sociedad humana, son solo relativas; por lo tanto, deben ser tratadas como conceptos flexibles, fluidos, que necesitan negociarse una y otra vez, sin descanso, para satisfacer lo mejor posible las necesidades humanas. Eso, y no una serie de principios abstractos, es lo que implica para las personas ser protagonistas de su destino. En los escritos budistas, encontramos también el siguiente pasaje: Por consiguiente, el conjunto de las ochenta y cuatro mil enseñanzas representa el registro diario de la propia existencia. Este conjunto de las ochenta mil enseñanzas está corporificado en la propia mente y está contenido en ella. Emplear la mente para suponer que el Buda o la Ley o la tierra pura existen en algún otro lugar fuera del propio ser y buscarlos en otra parte es una ilusión. Cuando la mente encuentra causas buenas o malas, crea y hace surgir los aspectos del bien y del mal”. [8] Si bien la expresión “ochenta y cuatro mil enseñanzas”, se utiliza para referirse a la totalidad de las enseñanzas de Shakyamuni, como el Buda, también se puede inferir que es todo lo que comprende este mundo de distinciones y diferencias. Si reconocemos que, esencialmente, todo ello existe dentro de cada ser humano, debemos luchar para alcanzar ese punto, libre de conciencia discriminatoria, en que veamos con claridad el idéntico valor que poseen todos los seres humanos. Tal debe ser nuestro punto de partida y nuestro destino final. Una postura así es contrastante con las ideologías comúnmente descritas como fundamentalistas, que, con su énfasis excesivo, inevitablemente crean un apego exagerado a las diferencias. Un desafío que aún no tiene respuesta Hace más de medio siglo, luego de concluida la Segunda Guerra Mundial, el crítico literario japonés, Kazuo Watanabe (1901–1975), especialista en el estudio y la traducción de la filosofía humanista francesa, al reflexionar sobre el legado negativo de la civilización moderna, clamó por la “humanización de la religión”: La segunda reforma religiosa debe ser emprendida por un nuevo Lutero, un nuevo Calvino. Aunque pueda resultar una expresión curiosa, el único camino posible es la humanización de la religión. Quiero decir con ello que hay que descartar todos los aspectos de la religión que ofuscan el juicio y reconocer que incluso Dios existe para servir a la humanidad. Debemos reflexionar sobre la pequeñez y la fragilidad humanas que rápidamente nos convierten en instrumentos y esclavos de aquello mismo que creamos. Es necesario enseñar esto a los demás y hacerse cargo de la tarea de esclarecer nuestra responsabilidad con todo lo que los seres humanos hemos conquistado desde el Renacimiento. [9] Hoy, la realidad del mundo religioso, sesenta años después de que Watanabe realizó su radical declaración, nos demuestra a las claras que esta se trató de un desafío que aún no encontró respuesta. La prueba más simple de ello es que no hay contexto en que la palabra “fundamentalismo” aparezca con mayor frecuencia que en el de la religión. No podemos permitirnos ignorar una circunstancia así. Desentendernos de este estado de cosas significa permitir que la religión se convierta en un factor de guerras y de conflictos; implica restarle todo el potencial como fuerza motivadora para el establecimiento de la paz. Kazuo Watanabe Kazuo Watanabe (1901-1975) fue un experto en literatura francesa y crítico literario que se convirtió en uno de los más importantes voceros del humanismo en el Japón durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Se graduó en la Universidad de Tokio en 1925 y se desempeñó como profesor de literatura francesa en esa misma institución, desde 1948 hasta 1972. Es reconocido por sus traducciones de Rabelais y de Erasmo, su dominio del pensamiento renacentista y su búsqueda del sentido de la tolerancia en la sociedad contemporánea. Por muchos años, se dedicó a formar y a enseñar a numerosos destacados académicos y escritores, entre ellos, Kenzaburo Oe, galardonado con el Premio Nobel. En 1993, tuve la oportunidad de pronunciar en la Universidad de Harvard una alocución denominada “El budismo Mahayana y la civilización del siglo XXI”. En esa disertación, sostuve que había que dar prioridad al verdadero impacto que ejercía la religión sobre los seres humanos: “¿[F]ortalecen las religiones al ser humano o, más bien, lo debilitan? ¿Alientan las religiones lo bueno que hay en las personas o lo malo que hay en ellas? ¿La religión torna más sabio al ser humano o todo lo contrario?”. [10] Tales son las preguntas que debemos plantearle a cualquier religión, incluso al budismo, desde luego, si el objetivo es “humanizarlas” plenamente. Elie Wiesel, laureado con el Premio Nobel de la Paz, ha examinado el fanatismo y el odio que indefectiblemente vienen de la mano del dogmatismo y el fundamentalismo. Estableció la Fundación Elie Wiesel para la Humanidad, entidad que organizó numerosas conferencias internacionales sobre el tema “Anatomía del odio”. He aquí como Wiesel define sus motivaciones: ¿Cómo puede uno explicar la atracción que hoy ejerce el fanatismo sobre tantos intelectuales? ¿Qué se puede hacer para inmunizar la religión contra su embate? [...] Desde los albores de la historia, el ser humano es el único que experimenta el fanatismo y el odio, y solo el ser humano puede ponerle freno. En toda la creación, únicamente el ser humano es capaz de odiar y, a la vez, culpable de odiar. [11] Este es un clamor irreprimible de la conciencia, una expresión ferviente de la necesidad de humanizar la religión. Cuando era niño, Wiesel perdió a su familia en el Holocausto; lo separaron de su madre y de su hermana en Auschwitz, y tuvo que presenciar la muerte de su padre en Buchenwald. Habiendo sobrevivido al infierno del nazismo, la más horrenda forma imaginable de fanatismo, sus palabras tienen un peso y una resonancia muy especiales; reflejan de manera contundente el callejón sin salida en que está sumida la humanidad. El apego a intereses sectarios en lugar de hacer esfuerzos por humanizar la religión, solo logrará debilitar a las personas, destacando su maldad y su necedad. Esa clase de fanatismo profundiza los aspectos de la religión que nublan y embotan el juicio, y hacen que esta tenga aun más poder de generar guerras y conflictos. Creo que no hace falta mencionar ejemplos de las consecuencias que genera el fundamentalismo a que alude Wiesel, pues este aspecto oscuro y destructivo de la religión ha quedado impreso a lo largo de toda la historia de la humanidad. En realidad, la labor de humanizar la religión todavía no se ha encarado seriamente; sigue allí, ante nosotros, como un reto que debemos aceptar, si nuestro objetivo es lograr un avance. Evaluar el impacto tanto positivo como negativo que han ejercido la religión y las creencias religiosas en la historia de la humanidad es una tarea compleja, y no es mi intención acometerla en esta ocasión. Empero, al emprender el desafío aún pendiente de humanizar verdaderamente la religión, debemos asegurarnos de que, en el siglo XXI, esta siempre sirva para elevar y mejorar nuestra condición humana, y contribuya al establecimiento de la felicidad y la paz en el mundo. Elogio al espíritu En relación con este contexto, hace ya tiempo que he notado con interés la postura hacia la religión adoptada por el gran historiador del siglo XIX, Jules Michelet (1798-1874). Michelet vivió en una época conocida como el Renacimiento Oriental. Así como unos siglos antes el reencuentro con las antiguas civilizaciones griega y romana desempeñó un papel crítico en el renacimiento cultural de Europa, las comunidades de dicho continente de mediados del siglo XIX experimentaron un renovado interés por las culturas “orientales” de India y de Persia. Ello significó un intento de ir más allá de los límites espaciales y temporales que imponía la visión del cristianismo. En algunos aspectos, la atmósfera de ese período fue similar a la de nuestra actual época de globalización. En Bible de l’humanité [La Biblia de la humanidad (1864)], Michelet escribe: ¡Qué afortunada época la nuestra! El alma de la Tierra está armonizada por líneas telegráficas, unidas en su presente. Y, a través de las líneas de la historia y de la comparación de las diferentes épocas, ofrece el sentimiento de un pasado fraternal. Ofrece la dicha de saber que el alma de la Tierra vive en el mismo espíritu. [12] La referencia a la comunicación global mediante “líneas telegráficas” bien podría equipararse a nuestra propia sociedad conectada a través de la Internet. A mediados del siglo XIX fueron surgiendo los primeros rasgos de nuestra moderna civilización científica y tecnológica. Eso, junto con el carácter optimista de Michelet, contribuyó a las expectativas casi sin límites que este alentaba acerca de una expansión de las fronteras de la civilización humana, basada en una comprensión unificada del mundo. En amargo contraste, nuestra época muestra de manera inequívoca señales del ocaso de la civilización industrial moderna, tal como lo advirtió hace ya más de treinta años el informe del Club de Roma, titulado “Los límites del crecimiento”. Hay una condición de esterilidad impersonal que impregna una sociedad en rápida expansión, sustentada en la Internet. Hoy es difícil encontrar algo que se asemeje remotamente a la efervescencia que Michelet anticipaba para las tecnologías de comunicación, que habrían de armonizar “el alma de la Tierra”. En ese sentido, la época de Michelet brindó a los europeos una gran confianza en el potencial limitado de las posibilidades humanas, tal vez, porque ellos fueron capaces de relativizar su propia civilización. Ese espíritu de la época se refleja claramente en la postura de Michelet hacia algo que él también intentó humanizar: la religión. Para el historiador, La Biblia de la humanidad no está limitada solo al Antiguo y Nuevo Testamentos, sino que incluye todos los textos sagrados de casi todas las religiones clásicas del mundo (con excepción de la civilización china). Michelet declaró que “el autor de los textos es la mismísima humanidad” [13] y se dedicó a examinar cuidadosa e imparcialmente los Vedas y el Ramayana de la India; la épica heroica y el teatro clásico de la Grecia antigua; el Shahnameh (Libro de los reyes) de Persia y antiguas obras de Egipto y de Asiria. Su búsqueda lo llevó a la conclusión de que la religión queda comprendida dentro del ámbito de la actividad espiritual, y que la actividad espiritual no está contenida dentro de la religión. [14] Esa declaración representa una clara y férrea humanización de la religión, un rechazo de todos los elementos religiosos y los dogmas que se situaban por encima de los seres humanos. Michelet sostiene además que hemos visto la perfecta conformidad de Asia y de Europa, la conformidad de los tiempos antiguos y de nuestra era moderna; hemos podido comprobar que en cualquier época, las personas han pensado, sentido y amado de la misma manera; por ende, no existe más que una humanidad, un solo corazón, no dos. Para él, se ha restablecido una inmensa armonía que atraviesa tanto el espacio como el tiempo. [15] Desde la perspectiva de nuestra época, signada por la desconfianza y la frustración, no podemos evitar sentirnos muy lejos de la visión de Michelet. Es posible que esa celebración entusiasta del género humano, surgida en los albores de la civilización moderna, pueda parecernos hoy demasiado utópica y optimista, incluso ingenua. La alentadora visión del autor sobre el florecimiento de la humanidad, que comienza en India y Grecia antiguas, atraviesa la “era oscura” del período medieval y llega al Renacimiento y luego a la Revolución Francesa, con sus valores de libertad, igualdad y fraternidad, se ha visto profundamente vulnerada por acontecimientos históricos posteriores. El siglo XX padeció dos guerras mundiales, y los horrores de Auschwitz y de Hiroshima, sobre todo, despertaron agudamente nuestra conciencia sobre la naturaleza de doble filo que poseen el conocimiento, la ciencia y la tecnología. (Del mismo modo, el colapso de la Unión Soviética puso fin a una idea de la historia como progresión natural que se inicia con la Revolución Francesa y continúa con la Revolución Rusa.) Pero, tal como dice el refrán, “no arranquemos el trigo con la cizaña” y no desechemos los aspectos valiosos del pensamiento de Michelet. “¡Por favor! ¡Seamos humanos! ¡Vivamos la exaltación de una nueva grandeza, como nunca antes conocimos!”. [16] Concuerdo absolutamente: prestemos oídos a la súplica de Michelet y no perdamos de vista su postura fundamental de que la humanidad tiene que ser la protagonista de la creación de la historia, en todos sus aspectos, incluso el religioso. El éxito de nuestra lucha en bien del humanismo dependerá de si somos capaces de compartir dicho enfoque, de profundizarlo y legarlo a las generaciones futuras. Es de destacar que el elogio que hacía Michelet de la humanidad encarnaba un dinamismo muy alejado de la vaguedad, las emociones indefinidas y la falta de sustancia que hoy se asocia a la palabra “humanismo”. En contraste con las sucesivas encarnaciones del humanismo, que a menudo eran sucedáneos de liberación que nada hacían por poner freno al crecimiento desmedido del ego, la columna vertebral del humanismo de Michelet era el autodominio, es decir, la creencia en la naturaleza y la esencia prescriptibles del espíritu humano. Al final de La Biblia de la humanidad, Michelet expresa su confianza de que se halla situado dentro de la herencia legítima de la historia. “Un torrente de luz, un gran río de Bien y de Razón viene fluyendo desde la India antigua hasta 1789”. [17] Al sostener que “idéntica en toda época, la Justicia eterna brilla desde el sólido cimiento de la naturaleza y de la historia”, [18] Michelet se situó en el bien, la razón y la justicia. Ejerciendo el autodominio, recreándose a sí mismo, expresó la digna determinación de ser protagonista de la historia. Si la generosa alabanza que prodiga a la humanidad es una fuerza centrífuga, que se precipita desde el centro de su ser hacia afuera, la autodisciplina y el autodominio funcionan como fuerzas centrípetas, que actúan como reguladores y fluyen de regreso al centro. El equilibrio adecuado entre ambas fuerzas es esencial para garantizar el funcionamiento saludable del alma humana. Si bien la concepción de Michelet acerca del Bien difiere en puntos importantes del principio de Dharma –la ley que el budismo sostiene es inherente a toda vida— su enfoque contiene una asombrosa similitud con la última advertencia del Buda a sus seguidores: “Debéis ser vuestra propia isla. Tomad vuestro yo como refugio. No os refugiéis en nada fuera de vosotros mismos. Aferraos al Dharma [la Ley] como isla, y no busquéis amparo en ninguna otra cosa que en vuestro propio ser”. [19] Se diría que esa búsqueda de la verdad, emprendida de acuerdo con la voluntad de cada uno, con absoluta confianza en uno mismo, es tan esencial hoy como lo fue en tiempos antiguos para quien aspire a ser auténticamente humano, el protagonista del drama de su vida. Un humanismo comprometido Como Kazuo Watanabe advirtió, los seres humanos poseemos de hecho la pequeñez y la fragilidad que nos convierten fácilmente en instrumentos y esclavos de nuestras propias creaciones; por ello, a la larga, la historia no prosiguió de acuerdo con los lineamientos que Michelet había proyectado. Esa pequeñez y fragilidad es lo que mueve a los individuos a actuar contra lo que es humano –les hommes contre l’humain, para utilizar la expresión del escritor Gabriel Marcel (1889-1973)— y frustra nuestros intentos de ser quienes inscriben la historia. El siglo XX, una era en que las ideologías alcanzaron la condición de valores absolutos, y diferentes clases de fanatismo desencadenaron tormentas de guerra y de violencia, representa el testimonio más oprobioso de ese hecho. No percibimos aquí la justicia universal de la que hablaba Michelet, sino asertos parciales y particularizados de justicia, que declaran, cada uno, su propia absolutidad y luchan desesperados por la supremacía. Tal es el riesgo más grande que conlleva una desviación hacia el fundamentalismo que queda desapercibido. Sin tener real conciencia del amargo sufrimiento con que culmina la búsqueda fanática de formas parciales de justicia, las personas, en su mayoría, son incapaces de resistirse a su seducción. Si hemos de poner freno a esta tendencia, no debemos contentarnos con ser espectadores pasivos. Un auténtico humanista no puede eludir o abandonar la lucha contra el mal. “Humanismo”, como ya se ha mencionado, es una palabra y a la vez un concepto que denota tanto un aspecto positivo –paz, tolerancia, moderación— como posibilidades negativas –la tendencia a transigir rápidamente y a mostrar escaso entusiasmo por cualquier clase de compromiso—. A menos que seamos capaces de romper la barrera y de elevarnos por sobre esos aspectos negativos, no podremos contrarrestar las ideologías extremistas, que representan el rasgo típico de fanatismo. Kazuo Watanabe hacía a menudo referencia a un ensayo de Thomas Mann (1875-1955) y aseguraba que ese escrito “en un período de violenta agitación social, fue primero mi libro de cabecera y luego, el libro dentro de mi talego”. [20] En el ensayo “¡Atención, Europa!”, Mann, quien luchó toda su vida contra el nazismo, lanza un poderoso llamado a lo que él denominó un “humanismo combativo”. La clase de humanismo que se necesita hoy es uno combativo, uno que conozca su propia bravura; un humanismo resuelto a no permitir que los principios de libertad, tolerancia y escepticismo sean atropellados por el fanatismo que desconoce la vergüenza o la incertidumbre. [21] Gide prestaba un apoyo entusiasta a la idea de Mann de un humanismo combativo y consideraba que era la forma más auténtica que este podía adoptar. Tal vez, esa clase de humanismo surgió de la misma fuente que la de Gide, es decir, del valor universal de la humanidad, que él estableció como la base de la justicia y sobre el que declaró que era “más importante que yo mismo, más importante que la U.R.S.S.”. En este contexto, puedo percibir coincidencias con la lucha espiritual del humanismo budista. Hoy, el movimiento budista de la SGI se ha desarrollado a escala global y cuenta con el apoyo de amplios sectores de la sociedad. Tengo la convicción de que ello se debe a que propugnamos un humanismo universal, que va más allá de los límites dogmáticos y sectarios. Significa que hemos emprendido una labor que es absolutamente crucial dentro de la historia: la de humanizar la religión. La clave para librar una batalla espiritual fructífera en bien de los principios del humanismo yace en el diálogo, un reto tan antiguo (y tan nuevo) como la mismísima humanidad. La inclinación al diálogo es una característica esencial de la naturaleza humana. Abandonar el diálogo es, ni más ni menos, abandonar nuestra humanidad. Sin el diálogo, la sociedad queda sepultada en un silencio de muerte. Con la misma dedicación con que nos esforzamos por desarrollar el buen juicio (homo sapiens), debemos luchar para dominar el lenguaje y el diálogo (homo loquens). A través de las épocas, muchos comprendieron que el diálogo es en verdad la condición esencial que nos hace humanos. Sócrates declaró: “[N]o hay peor percance que le pueda a uno suceder que el de tomar odio a los razonamientos. Y la misología [aborrecer los discursos] se produce de la misma manera que la misantropía [sentir aversión al trato humano]”. [22] El físico y filósofo alemán, Carl Friedrich von Weizsäcker (1912–2007), a cuyo hermano tuve el privilegio de conocer en 1991, cuando era presidente de Alemania, sostuvo que los seres humanos “son nuestros auténticos compañeros en la vida y en el diálogo”. [23] Así, él también determinó que el diálogo era el factor esencial de la condición humana. Alentado por la firme creencia de que el diálogo es la savia vital de la religión, me he reunido con más de siete mil pensadores y líderes de los más diversos campos, y he publicado en forma escrita alrededor de cincuenta diálogos, el primero de los cuales fue el que mantuve con el historiador británico Arnol J. Toybnee (1889-1975) [publicado en 1976 en inglés, con el título Choose Life (Elige la vida)]. Entre las personas con quienes compartí reuniones de intercambio se cuentan, además, representantes de los credos cristiano y confuciano, así como otros provenientes de las civilizaciones islámica e india –culturas con las que el Japón ha tenido relativamente poco contacto en su historia—. Además, he tenido encuentros con representantes del ex bloque comunista. Las conversaciones que mantuve con diferentes académicos no se restringieron a los expertos en humanidades, sino que abarcaron el intercambio con físicos, astrónomos y otros profesionales de las ciencias naturales. Las escrituras budistas enseñan que “de una sola Ley nacen inmensurables significados”.[24] Cada vez que embarqué en esos diálogos, lo hice basado en mi compromiso personal con el humanismo budista. Mi deseo, en relación con ello, ha sido siempre el de crear, a través de la firme práctica del diálogo, puentes que unan las diferentes religiones, civilizaciones y disciplinas, y contribuyan a hacer de un humanismo abierto y universal la clave de la nueva época. Los miembros de la SGI participan regularmente de encuentros de diálogo entre religiones. Inmediatamente después de los ataques terroristas del 11 de setiembre de 2001, para citar un ejemplo, formaron parte, como representantes de la tradición budista, de un encuentro organizado por la Academia Europea de Ciencias y Artes, junto con miembros de los credos cristiano, judío y musulmán. Sumándose a esa ardua labor para hallar vías de solución hacia la paz, los centros de investigación que fundé, como el Instituto de Filosofía Oriental, el Instituto Toda para la Investigación sobre la Paz Global y el Instituto Bostoniano de Investigaciones para el Siglo XXI, están impulsando activamente el diálogo entre las diversas religiones y culturas. En lo que a religión respecta, con su trágico legado de fanatismo e intolerancia, nada es más vital que fomentar una clase de diálogo que trascienda el dogmatismo y se base en el ejercicio de la razón y del autodominio. Para cualquier religión, abandonar el diálogo es renunciar a su mismísima razón de ser. En cuanto a la SGI, ello significa que, en nuestra búsqueda de promover el humanismo budista, jamás debemos permitir que derriben el estandarte del diálogo, condición imprescindible del humanismo, por más amenazantes que se muestren las fuerzas opositoras del fanatismo, la desconfianza o el dogmatismo. El diálogo que se abandona a mitad del camino carece totalmente de valor. En cambio, es genuino aquel que se sostiene con firmeza y perseverancia. Para manifestar nuestro auténtico valor como homo loquens, debemos entablar una lucha espiritual profundamente comprometida. Con ese fin, es necesario que recurramos a las cualidades más nobles que podemos manifestar los seres humanos: nuestra benevolencia, fortaleza y sabiduría. Para merecer su nombre, las religiones deben brindarnos los medios de hacer surgir tales virtudes: tienen que impulsar un cambio revolucionario en cada ser humano. Es por eso que la disertación que brindé en Harvard se centró en el papel que el budismo Mahayana podía desempeñar en la labor de restaurar la civilización humana en el siglo XXI. Tal ha sido y es mi convicción inamovible. El marco de los derechos humanos La Declaración Universal de los Derechos Humanos La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) fue adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. En ella quedan establecidos los derechos inalienables y las libertades fundamentales de cada una y de todas las personas que habitan la faz de la Tierra. Desde esta perspectiva general, quisiera considerar a continuación las acciones y medidas concretas que pueden implementarse para resolver los complejos problemas que hoy debemos confrontar en el ámbito global. Este año se celebrará el 60º aniversario de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), documento que expresa una determinación compartida de no repetir jamás los horrores y tragedias de la Segunda Guerra Mundial. La DUDH está conformada por un total de treinta artículos que dejan claramente establecidos los derechos Los derechos que figuran en el documento incluyen, entre otros: no ser sometido a torturas, igualdad ante la ley, juicio justo, libertad de movimiento, asilo; libertad de pensamiento, conciencia, religión, opinión y expresión. Se incluyen también derechos económicos, sociales y culturales, entre estos, el derecho al alimento, vestido, vivienda y atención médica; seguridad social, trabajo, remuneración equitativa, libertad para formar sindicatos y derecho a la educación. Al adoptar la DUDH, la Asamblea General solicitó a todos los países miembros que publicaran el texto de la declaración y dispusieran que fuera “distribuido, expuesto, leído y comentado en escuelas y otros establecimientos de enseñanza (...)”. La declaración ha sido vertida a trescientos treinta y cinco idiomas, lo que la convierte en el documento más traducido en todo el mundo. civiles y políticos, por un lado, y los derechos económicos, sociales y culturales por el otro. La declaración se inicia con las siguientes nobles palabras de su preámbulo: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana (...)”. [25] Este documento he ejercido su influencia en las políticas adoptadas por los gobiernos y se ha constituido en la base de convenciones e instituciones relacionadas con los derechos humanos; asimismo, ha forjado generaciones de un colectivo dedicado a esa causa. Cuando fue adoptada, la DUDH le otorgó voz a una concepción universal sobre los derechos humanos y estableció, asimismo, el objetivo de hacer realidad un mundo libre de temor y de miseria. Junto con la Carta de las Naciones Unidas, adoptada también una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la DUDH señaló un renovado punto de partida hacia nuevas formas de coexistencia pacífica para el género humano. Considero que el siglo XXI, además del eje “horizontal” (espacial) de una universalidad que trascienda las fronteras nacionales, como se propone en la declaración, necesita asimismo el eje “vertical” (temporal) de un sentido de responsabilidad que se expanda hacia las generaciones futuras, especialmente, en lo que se refiere a nuestros esfuerzos para construir una sociedad global pacífica y sostenible. http://www.unhchr.ch/udhr/lang/spn.htm Dentro de este contexto en especial, quisiera ofrecer propuestas concretas para las tres áreas siguientes: la preservación de la integridad ecológica del planeta, el respeto por la dignidad humana y la creación de una infraestructura para la paz. La preservación de la integridad ecológica del planeta En octubre de 2007, se publicó el informe Perspectivas del Medio Ambiente Mundial – Medio ambiente para el desarrollo (GEO-4, por sus siglas en inglés) del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). De acuerdo con el informe del programa, aunque ha mejorado la calidad del aire en algunas ciudades, se estima que más de dos millones de personas en todo el planeta corren el riesgo de morir prematuramente cada año, a causa de la contaminación. El agujero de la capa de ozono de la estratosfera sobre la Antártida, que ofrece protección contra la radiación solar ultravioleta, ha alcanzado un tamaño nunca antes visto. Además, la cantidad de agua potable disponible por persona ha disminuido a escala global, y se han identificado al menos dieciséis mil especies que se encuentran en riesgo de extinción. Se ha logrado progresar en algunas cuestiones relativamente más simples, pero falta todavía abordar, con algún nivel de eficacia, los temas realmente complejos y difíciles de tratar. Hay una tremenda necesidad de emprender acciones concretas. El año pasado, 2007, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) elaboró su Cuarto Informe de Evaluación, en el que se reveló que el aumento sostenido de emisiones de CO2, en años recientes, casi ha duplicado el ritmo del calentamiento en los cincuenta años que van desde 1956 hasta 2005, comparado con el avance que experimentó en los cien años comprendidos entre 1906 y 2005. Si la actual tendencia se mantiene, la temperatura de la superficie terrestre puede llegar a aumentar unos 6,4 grados Celsius para fines del siglo XXI. El informe advierte además que, si el calentamiento global mantiene su actual ritmo de crecimiento, el hielo del Mar Ártico continuará reduciéndose, y aumentarán las sequías, las olas de calor, las lluvias torrenciales y otras manifestaciones climáticas extremas, lo que podría socavar seriamente los cimientos para la existencia humana sobre la Tierra. Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) El IPCC es un organismo científico establecido en 1998 por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), con el objeto de brindar información acerca de los cambios climáticos, considerar las posibles opciones de adaptación y mitigación, y evaluar los riesgos que conllevan dichos cambios inducidos por el ser humano. El cuerpo está conformado por gobiernos (el IPCC está abierto a los estados miembros de la OMM y del PNUMA) y científicos. Aunque no realiza estudios ni monitorea directamente fenómenos relacionados con el clima, publica informes sobre temas importantes para la implementación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). El organismo publicó informes de evaluación en 1990, 1995, 2001 y 2007. El IPCC y el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, compartieron el Premio Nobel de la Paz de 2007, en reconocimiento por “los esfuerzos encaminados a generar y divulgar un mayor acervo de conocimientos sobre el cambio climático de origen humano, y a sentar las bases para las medidas necesarias con el fin de contrarrestar dicho cambio”. Hay una conciencia cada vez más clara de la urgencia que rodea las cuestiones ambientales; ello se refleja en que el tema del cambio climático se ha tratado sistemáticamente en cumbres anuales realizadas recientemente, que culminaron http://www.ipcc.ch/languages/spanish.htm con la Reunión de Alto Nivel sobre el Cambio Climático llevada a cabo en la sede central de la ONU en setiembre de 2007. Pese a ello, la sociedad internacional no logra todavía unirse para llevar a cabo acciones concertadas. La integridad ecológica es una cuestión de interés y de inquietud para todo el género humano; un tema que trasciende los límites y las prioridades de las naciones. Cualquier solución en esta materia habrá de requerir un fuerte sentido de responsabilidad y de compromiso por parte de todos nosotros, que compartimos un único planeta. El presidente fundador de la Soka Gakkai, el educador y geógrafo Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), solía recalcar que las personas teníamos que ser conscientes de tres niveles de ciudadanía: las raíces y los compromisos locales relacionados con nuestra comunidad inmediata; nuestro sentido de pertenencia a una comunidad nacional, y el reconocimiento de que el planeta es el escenario donde, en última instancia, desarrollamos nuestra existencia. En tal sentido, somos todos ciudadanos del mundo. Sobre esa base, Makiguchi instaba a que la gente trascendiera su apego exclusivo o excesivo a los intereses nacionales, y desarrollara una conciencia activa de su compromiso con la humanidad toda. Tal fue el principio que inspiró en 2002 el llamado de la SGI a un Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible y dio impulso a nuestra ulterior tarea de implementar ese proyecto, en colaboración con importantes agencias de la Organización de las Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales. La época actual requiere imperiosamente acciones concertadas y comprometidas en beneficio de la Tierra y de todo el género humano. Las Naciones Unidas es la institución global que puede articular esa enorme tarea. A modo de ejemplo, baste mencionar que el organismo ha desarrollado y coordinado actividades en bien del ambiente a través del PNUMA, cuyas secretarías administran diversos tratados internacionales sobre el ambiente y promueven programas de desarrollo sostenible y de protección ambiental a través de una red de seis oficinas regionales. A modo de reconocimiento por el notable inventario de logros alcanzados por el PNUMA, existen ya propuestas para ampliar sus atribuciones, con el fin de permitirle responder de manera más eficaz a las amenazas ambientales, cuya magnitud y complejidad van en aumento. Se alcanzó un acuerdo común sobre tales requerimientos en el Consejo de Administración del PNUMA, realizado en Nairobi en febrero de 2007. Allí, se recalcó la necesidad de contar con una estructura institucional más sólida para recopilar y analizar hallazgos científicos, y coordinar la redacción, adopción e implementación de convenciones ambientales; se solicitó, asimismo, elevar el PNUMA de su categoría de programa a la condición de agencia. Hace ya tiempo que considero que las cuestiones globales relativas al ambiente conformarán una de las principales misiones de la ONU en el siglo XXI. En mi propuesta de paz de 2002, propuse el establecimiento de una oficina del alto comisionado de la ONU para el ambiente, cuyo mandato primordial sería coordinar las actividades de diversas agencias y liderar firmemente la marcha hacia la resolución de problemas del entorno global. De modo que quisiera unirme a quienes solicitan que el PNUMA se fortalezca y adquiera el grado de agencia especializada y organización ambiental mundial. La razón primordial que impulsa mi propuesta es que, hasta el presente, solo los países que pertenecen al Consejo de Administración del PNUMA pueden participar directamente de las discusiones y de la toma de decisiones. Sin embargo, si el PNUMA adquiere la categoría de agencia especializada, cualquier país que elija convertirse en estado miembro podrá integrarse en la mesa de deliberaciones. El Mapa de Ruta de Bali El Mapa de Ruta de Bali es un acuerdo adoptado al final de una conferencia de trece días realizada en diciembre de 2007 en la isla de Bali, Indonesia; organizado por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), el evento contó con la participación de representantes de más de ciento ochenta países. El mapa de ruta marca un proceso de negociaciones de dos años de duración, destinadas a tratar el tema del cambio climático, con el objetivo de lograr un acuerdo vinculante que suceda al Protocolo de Kyoto. Este último, que expira en 2012, establece objetivos para que los países desarrollados reduzcan las emisiones de gases de invernadero. El mapa de ruta no especifica ninguna meta destinada a la reducción concreta de emisiones, pero reconoce que “será necesario efectuar profundas reducciones en las emisiones globales para lograr el objetivo final” de evitar un peligroso cambio climático. Establece además las negociaciones pertinentes para alcanzar un acuerdo a largo plazo que incluya a los Estados Unidos, país que hasta hoy permanece fuera del Protocolo de Kyoto. Está previsto que el proceso de negociaciones se complete durante una cumbre que se realizará en Copenhague, Dinamarca, en 2009, para que los estados tengan tiempo de ratificar el tratado, y este se ponga en vigencia a fines de 2012. Una idea similar fue la razón del llamado que realicé en 1978 para la creación de las “Naciones Unidas para el Ambiente”. El desarrollo de una estructura institucional que permita a todos los estados involucrarse en cuestiones ambientales será de extrema importancia, especialmente, para establecer un sistema de gobernanza global del ambiente que sea efectivo, algo cuya importancia ya no admite discusiones. Dentro de este contexto, es imposible negar que la necesidad de combatir los cambios climáticos reviste una importancia monumental. En la Cumbre de Heiligendamm, llevada a cabo en Alemania en junio de 2007, los líderes del G8 consideraron seriamente el objetivo de reducir a la mitad las emisiones de gases de invernadero hacia 2050. Sin embargo hasta el presente, la única estructura disponible que existe para reducir dichas emisiones es la que se basa en el Protocolo de Kyoto, que expira a fines de 2012. Ciertamente, si hemos de alcanzar la mentada reducción del cincuenta por ciento, es vital que cualquier nuevo proyecto asegure una participación global, en especial, la de países que no fueron incluidos en la estructura anterior. En diciembre de 2007, se llevó a cabo en Bali, Indonesia, la Conferencia de http://unfccc.int/meetings/cop_13/items/4049.php las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En ese foro, se adoptó el Mapa de Ruta de Bali, para definir el marco de las deliberaciones sobre ese tema después de 2012. Si bien no se llegó a establecer metas concretas para la reducción de emisiones de gases, se evidenció un cierto grado de progreso, puesto que Estados Unidos, India y China, grandes generadores de gases de invernadero que no habían formado parte del Protocolo de Kyoto acordaron participar del proceso. Quisiera instar a todas las partes que integrarán las negociaciones consideradas en el Mapa de Ruta de Bali a que eviten la actitud negativa de priorizar obligaciones y cargas nacionales menores y, en cambio, encaminen sus fuerzas hacia el logro de objetivos globales más amplios. Esa nueva orientación resultará un factor fundamental en el proceso. La lucha contra el cambio climático es un reto que nos exige a todos elevarnos por sobre las limitaciones de nuestros propios intereses. Tenemos que construir un escenario internacional de cooperación y solidaridad contra esa amenaza. Específicamente, quisiera solicitarles a los mayores emisores de gases que fijen metas ambiciosas y las concreten mediante políticas más enérgicas, al tiempo que apoyan de manera activa los esfuerzos de otros países. Espero que, de ese modo, compitan positivamente unos con otros efectuando las mejores contribuciones para la resolución de la actual crisis planetaria. En una obra publicada en 1903, Tsunesaburo Makiguchi formuló un principio al que denominó la “competencia humanitaria” entre los estados. El concepto aludía a un orden internacional en que los diferentes estados del mundo se esforzaban por influir positivamente unos sobre otros y florecer juntos, en lugar de ocuparse cada uno de sus estrechos intereses nacionales a expensas de los demás países. Tengo la convicción de que la tarea de resolver la crisis ambiental global nos brinda una oportunidad única de encaminarnos hacia un mundo organizado de esa manera. Es mi más ardiente esperanza que Japón, que asumirá la presidencia de la Cumbre de Toyako, en Hokkaido, en julio de este año, señale la senda correcta con actitudes y enfoques adecuados para las necesidades de la nueva era. En cuanto a los recursos más eficaces de reducir las emisiones de gases de invernadero, quisiera referirme a los cambios que propicien una sociedad con bajo consumo de carbono y que evite el desperdicio de los recursos. El primer paso hacia dicha meta debe ser la introducción de normas para la renovación y conservación de energía. La fijación anticipada de objetivos y responsabilidades permitirá el desarrollo de ideas positivas, que pueden llevar, por ejemplo, a la creación de innovaciones tecnológicas. La Unión Europea (UE) ha dado ya pasos significativos para alentar el empleo de recursos energéticos renovables. Un acuerdo logrado en el Encuentro entre Jefes de Estado de la UE y Gobiernos, efectuado en marzo de 2007, exige que los estados miembros de la UE incrementen el uso de energía solar y de otros medios energéticos renovables, y que establezcan el objetivo vinculante de elevar la proporción de energías renovables en el consumo total de la UE, del 6,5 por ciento actual al 20 por ciento, en 2020. Paralelamente, la conservación de la energía y el aumento de su rendimiento son puntos críticos en la transición hacia una sociedad con bajo consumo de carbono y que propicie el reciclaje. Japón, que posee una fructífera experiencia en ese campo, debería colaborar decididamente para contribuir a que Asia oriental se convierta en un modelo de eficiencia en el uso de la energía. En mi propuesta de paz de 2007 sugerí la creación de una organización de la región oriental de Asia dedicada al ambiente y al desarrollo, que podría convertirse en un modelo de cooperación regional y en el origen de una Unión del Este Asiático. Sería muy positivo que, como paso hacia esa meta a largo plazo, Japón se pusiera a la vanguardia de las cuestiones de conservación energética. Además de las reformas de “arriba-abajo”, mediante la formulación de nuevos marcos institucionales, es crucial alentar los cambios de “abajo-arriba”, ampliando la participación de las filas del pueblo y empoderando a la gente para participar de acciones colectivas. Con esa convicción realicé mi propuesta de crear un Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible. Creo firmemente en el poder de la educación. La capacitación y la fuerza que esta brinda hacen surgir el potencial ilimitado de las personas y, consecuentemente, generan corrientes que fluyen, en un comienzo, dentro de las regiones respectivas, pero finalmente atraviesan todas las fronteras; se trata de un proceso que puede transformar de manera fundamental el mundo en que vivimos. La SGI prestó todo su apoyo a la producción del filme educativo titulado Una revolución silenciosa, realizado en 2001 con la colaboración del Consejo de la Tierra, el PNUMA y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); asimismo, participó en la presentación de la muestra “Semillas del cambio: La Carta de la Tierra y el potencial humano”, que originalmente se creó con la colaboración de la Iniciativa de la Carta de la Tierra. Ambos eventos sirvieron para promocionar el Decenio de las Naciones Unidas de una Educación para el Desarrollo Sostenible desde sus inicios. Antes del comienzo del decenio, el Instituto Bostoniano de Investigaciones para el Siglo XXI respaldó el proceso de elaboración de la Carta de la Tierra, una declaración de los principios y valores esenciales necesarios para construir una sociedad global justa y sostenible. En el área de protección ambiental, la SGI de Brasil fundó en 1993 el Centro de Investigaciones Ecológicas del Amazonas. Desde su establecimiento, la entidad ha venido acopiando y preservando semillas de especies arbóreas que son críticas para conservar la integridad del ecosistema amazónico. Por su parte, las organizaciones de la SGI de Canadá, Filipinas y de otras regiones también contribuyeron con actividades de forestación en sus respectivas áreas. Cuando me reuní en febrero de 2005 con la doctora Wangari Maathai, galardonada con el Premio Nobel de la Paz y fundadora del Movimiento del Cinturón Verde, conversamos específicamente sobre el sentido profundo de plantar árboles. Dialogamos sobre Shakyamuni, quien ya, dos mil quinientos años atrás, había enseñado sobre el valor que poseía esa noble actividad; también mencionamos al rey Ashoka, antiguo soberano de la India, célebre por su decisión de renunciar a la guerra y por su política de no violencia, misericordia y tolerancia; este monarca estableció medidas de protección ambiental, entre ellas, la creación de plantíos de mangos y la siembra de árboles a lo largo de la vía pública. Durante nuestra conversación, la doctora Maathai y yo coincidimos en que el Movimiento del Cinturón Verde había contribuido enormemente al empoderamiento de las mujeres, y que “plantar árboles es plantar vida”, para sembrar y hacer germinar las simientes del futuro y de una sociedad pacífica. Adquirir conocimiento sobre cuestiones ambientales no es suficiente para otorgarle pleno significado al Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible. Tiene una importancia vital que los individuos perciban claramente el valor irreemplazable del ecosistema del cual forman parte, y hagan de su protección un deber ineludible. Esa clase de conciencia se puede profundizar mejor participando directamente en proyectos que contemplen la plantación de árboles. La Campaña Mil Millones de Árboles lanzada por el PNUMA y concebida originalmente por la doctora Maathai ha sido reconocida como un notable esfuerzo global para contrarrestar el cambio climático. Se convirtió en un éxito arrollador, con mil novecientos millones de árboles plantados durante 2007 y la meta prevista de sembrar otros mil millones en 2008. Eso brindará a muchos una oportunidad realmente valiosa de aprender de manera experimental y práctica sobre el tema. Espero, además, que todas las conexiones que existan con el Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible se consoliden, a medida que el programa vaya avanzando. El éxito del Decenio y, lo que es más importante, los esfuerzos por ralentizar y revertir la degradación ecológica, dependen de la disposición de cada individuo para percibir esta cuestión como un desafío personal y para emprender acciones al respecto. Debemos reflexionar sobre el tema y analizar lo que podemos hacer –desde el punto de vista personal, familiar, comunitario o laboral— en bien de nuestro entorno inmediato para construir un futuro sostenible, y trabajar concertadamente para lograrlo. Se podría concebir este enfoque como una red de acciones destinadas a la creación de un futuro sostenible. Y dicha red no tendría por qué limitarse a las cuestiones ambientales. Si se expande su influencia para que pueda prestar colaboración y cooperar en áreas como la lucha contra la pobreza, los derechos humanos y la paz, podremos construir entre todos una base sólida para resolver los problemas que enfrenta la humanidad en su conjunto. La SGI ha asumido el compromiso de jugar un papel aun más activo en la construcción de esa red de acciones. La defensa de la dignidad humana Tuve el privilegio de dialogar con el ex presidente de la Academia Brasileña de Letras, Austregésilo de Athayde (1898-1993), cuando ya transcurrían sus últimos años. El señor Athayde desempeñó una función muy importante en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En el transcurso de nuestras conversaciones, el señor Athayde evocó el proceso de elaboración del documento y observó lo siguiente: “Mi mayor preocupación cuando participé de los trabajos de elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos –pensando en las diversas dificultades con las que me enfrentaba— fue la creación de los lazos morales y espirituales entre los diversos pueblos del mundo, es decir, establecer la universalidad del espíritu”. [26] De ese modo, el señor Athayde participó de la confección del documento firmemente convencido de que era esencial desarrollar vínculos más elevados, amplios y duraderos, para unir a todos los pueblos del mundo. Realmente, las conexiones entre países, cuando están supeditadas a los vaivenes económicos y políticos siempre cambiantes, son demasiado frágiles y poco duraderas, y no pueden constituir un cimiento adecuado para una paz perdurable. Como ya he mencionado, 2008 marca el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En diciembre del año pasado, se lanzó una campaña de un año de duración, a instancias de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), con el lema “Dignidad y Justicia para Todos”, cuyo fin es transmitir los principios que figuran en el documento. Con el objeto de otorgarle a la ocasión todo su sentido, es vital que los gobiernos y la sociedad civil trabajen juntos para impulsar activamente programas concretos que pongan la educación en los derechos humanos al alcance de todos. He destacado repetidas veces la importancia de establecer un marco global permanente para la educación en los derechos humanos, como lo hice en mi mensaje para la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, realizada en Durban, Sudáfrica, en agosto de 2001. Una vez concluido el Decenio de las Naciones Unidas para la Educación en la Esfera de los Derechos Humanos (1995-2004), la ONU creó el Programa Mundial para la Educación en Derechos Humanos en enero de 2005. La continuidad de estos esfuerzos reviste la máxima importancia. El tema de los derechos humanos no debe ser tratado únicamente por los gobiernos; tenemos que establecer una cultura de derechos humanos global, que se base en las realidades de la vida cotidiana y en un respeto inamovible por la dignidad del ser humano. Promover la educación en los derechos humanos figura en una resolución de la Asamblea General como una de las tareas primordiales del Consejo de Derechos Humanos, organismo establecido en 2006 como parte del proceso de reformas emprendido por la ONU. En setiembre de 2007, el consejo resolvió preparar un primer boceto de la declaración sobre educación y capacitación en los derechos humanos. Una vez adoptado, el documento se agregará a las normas sobre derechos humanos ya vigentes bajo leyes internacionales, junto con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos. Es crucial que, en el proceso de su elaboración, se tengan realmente en cuenta las perspectivas y necesidades de la ciudadanía, y que el documento final impulse auténticamente una cultura de derechos humanos firmemente basada en la vida cotidiana de la gente. Con ese fin, quisiera sugerir ahora la pronta realización de una conferencia internacional especialmente dedicada a tratar el tema de la educación en los derechos humanos, que pueda contar con las opiniones y puntos de vista de diversos de miembros de la sociedad, como parte integral del proceso de elaboración del documento. Si bien se llevan a cabo conferencias regionales y pequeñas reuniones de expertos para tratar el tema de la educación en los derechos humanos, no se ha realizado hasta el momento ningún cónclave de ese tipo en el nivel internacional. Una conferencia así, centrada en la sociedad y convocada por miembros de la sociedad, podría tratar no solo la nueva declaración, sino también diversas medidas para garantizar el éxito del Programa Mundial para la Educación en Derechos Humanos. A continuación, deseo referirme nuevamente a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que buscan crear la infraestructura social y de sostén de la vida indispensable para mantener la dignidad humana. El ODM incluye metas muy concretas, como la de lograr, para 2015, la reducción a la mitad de la cantidad de personas víctimas de la pobreza y del hambre. 2007 marcó un período intermedio dentro de esa fecha fijada, razón por la cual y según una evaluación de la ONU sobre el progreso alcanzado, existe una verdadera preocupación de que no se alcancen los objetivos propuestos, dado el ritmo con que se avanza actualmente; pese a ello, se comprueban adelantos en algunas áreas, como la captación de alumnos en el nivel educativo primario, dentro de países en vías de desarrollo, y cierta disminución en los registros de pobreza extrema y de mortalidad infantil. En julio de 2007, una Declaración de Objetivos de Desarrollo del Milenio, elaborada por jefes de estado, fue firmada por líderes de Estados Unidos, Canadá, Japón, Ghana, Brasil, India y numerosos países europeos. La iniciativa, impulsada por el primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, destaca la importancia de que tanto los países desarrollados como los que están en vías de desarrollo confirmen su voluntad política de consensuar “medidas y reformas correctas (...) combinadas con recursos suficientes”. [27] La ONU ha resuelto denominar la década comprendida entre 2005 y 2015, Decenio Internacional para la Acción “El agua, fuente de vida”; estableció, además que 2008 sería el Año Internacional del Saneamiento. Dentro de dicho contexto, quisiera sugerir la creación de una estructura global que ponga en práctica medidas y reformas correctas, y disponga de recursos suficientes para asegurar el acceso a fuentes de agua potable y a condiciones de vida más saludables para la población mundial. Hoy hay más de mil millones de personas que no tienen acceso al agua potable y dos mil seiscientos millones que no reciben atención sanitaria adecuada. Como resultado de ello, alrededor de un millón ochocientos mil niños muere cada año a causa de la diarrea y de otras enfermedades. Por añadidura, la pesada carga de procurar agua recae injustamente sobre millones de mujeres y de niñas, obligadas diariamente a acarrearla para sus familias. Esto a su vez fortalece la desigualdad entre los géneros en el aspecto laboral y educativo. Una salud minada por la falta de agua potable y de atención sanitaria dificulta la productividad y el crecimiento económico, lo que no hace más que profundizar las desigualdades en todo el globo y sumir a los debilitados en nuevos ciclos de pobreza. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera que superar la crisis del agua y del saneamiento es una de las empresas cruciales para el desarrollo humano que deben encararse en la primera mitad de este siglo; pone el acento, además, en que el éxito que se logre en ese campo sin duda impulsará el avance hacia el logro de todos los ODM. Se estima que ese arduo trabajo requerirá gastos adicionales del orden de los diez mil millones de dólares por año. Esa cantidad, sin embargo, es el equivalente a tan solo ocho días de gastos militares en todo el planeta. El Informe sobre Desarrollo Humano 2006 del PNUD estipula: En lo que respecta a seguridad humana distinta de las estrechas nociones de seguridad nacional, la conversión de cantidades muy pequeñas de gastos militares en inversiones en agua y saneamiento permitiría obtener beneficios considerables. [28] Una estructura eficaz que puede aportar recursos económicos para cumplir con los ODM es el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, fundado en 2002. Es un fondo con características innovadoras, pues se asegura de que los países en vías de desarrollo obtengan la “propiedad” de los proyectos. A través del fondo, se brinda respaldo a programas que responden a las necesidades de los diferentes países; además, en lugar de adjudicar un presupuesto predeterminado a cada región y a cada enfermedad, se derivan los recursos económicos hacia zonas muy necesitadas, que son evaluadas mediante procesos independientes. La junta administrativa del fondo está integrada no solo por gobiernos, sino por miembros del sector privado, ONG de países desarrollados y de los que están en vías de desarrollo, y por grupos de defensa de personas afectadas. Todas las partes tienen voz y voto igualitario, lo que garantiza que sus diversos puntos de vista quedarán reflejados en la toma de decisiones. En relación con ello, quisiera proponer el establecimiento de un fondo mundial destinado a proveer agua potable, como etapa previa a la creación de nuevos fondos y estrategias que garanticen una pronta mejora de las condiciones de vida que vulneran constantemente la dignidad de tantas personas. “La seguridad humana (...) es una cuestión de dignidad humana”. Estas son palabras del doctor Mahbub ul-Haq (1934-1998), quien, en el discurso que pronunció en una conferencia internacional organizada por el Instituto Toda de Investigación sobre la Paz Global, en junio de 1997, enfatizó: “[E]s más fácil, más humano y menos costoso lidiar con la nueva problemática sobre seguridad humana en el origen de la corriente que quedarse corriente abajo observando sus trágicas consecuencias (...)”. [29] El doctor Haq fue uno de los grandes colaboradores del Instituto Toda desde los inicios de la entidad y también, uno de los primeros proponentes del concepto de desarrollo humano, elemento esencial del proyecto Desarrollo Humano, Conflictos Regionales y Gobernabilidad Global (HUGG2, por sus siglas en inglés), que el Instituto Toda emprendió hace dos años. El doctor Haq escribió que la seguridad humana debía reflejarse en la vida cotidiana de la gente en términos concretos: “un niño que no murió, una enfermedad que no se propagó”. [30] En ese sentido, lograr los ODM no significa solamente alcanzar ciertas metas, sino también restaurar el bienestar de cada persona que sufre. Eliminar el término “miseria” del vocabulario humano fue un deseo ferviente de mi mentor y segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda (1900-1958), cuya filosofía de paz fue la base sobre la que se estableció el instituto que lleva su nombre Personalmente, continuaré organizando conferencias y proyectos de investigación en el plano internacional, para colaborar con el logro de los ODM, el desarrollo sostenible y otros esfuerzos destinados a promover el desarrollo humano a escala global. La dignidad humana en el siglo de África Quisiera ahora concentrar mi atención en África, puesto que la creación de una sociedad global que se sustente en la dignidad humana depende vitalmente de cómo se presente el futuro de esa región. En su búsqueda de una paz perdurable y de un crecimiento sostenible, las naciones africanas se han embarcado desde el comienzo del siglo XXI en una nueva empresa, dentro de la cual la Unión Africana (UA) desempeña un papel preponderante. Fundada en julio de 2002 como sucesora de la Organización de la Unidad Africana (OUA) y conformada por cincuenta y tres países y territorios, la UA es la organización regional más grande del mundo. Actualmente, están avanzadas las gestiones para crear la estructura institucional que garantice su eficacia, que contará con la Asamblea de Jefes de Estado como órgano supremo y con el Parlamento Panafricano, el Consejo de Paz y Seguridad, el Consejo Económico, Social y Cultural, y la Corte de Justicia. Comisión de la Verdad y la Reconciliación La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC, por sus siglas en inglés) se conformó en 1995, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica bajo los términos del acta para la Promoción de la Unidad y Reconciliación Nacional. Sus mandatos fueron presentar testimonios contra perpetradores de crímenes relacionados con la violación de los derechos humanos, durante la época del apartheid, entre 1960 y 1994, registrar los hechos y, en algunos casos, ofrecer amnistía a dichos perpetradores. Como foro completamente abierto al público, la comisión se diferenció de los tribunales militares o criminales en que los acusados de violaciones a los derechos humanos podían hablar voluntariamente sobre sus crímenes a cambio de la posibilidad de una amnistía, con lo cual se abrió el camino hacia un proceso de recuperación para las víctimas, los perpetradores y la sociedad en su conjunto. Presidido por el arzobispo Desmond Tutu, el TRC estaba conformado por tres comités: el Comité de Violaciones a los Derechos Humanos, el Comité de Reparación y Rehabilitación, y el Comité de Amnistía, que estudiaba, este último, las solicitudes de amnistía presentadas por diferentes individuos. La comisión escuchó testimonios sobre actos cometidos tanto por el gobierno del apartheid como por las fuerzas de liberación, incluido el Congreso Nacional Africano. El enfoque del TRC, en su búsqueda de sacar a la luz verdades dolorosas, como condición para la reconciliación y no, como un recurso para enjuiciar o tomar represalias, ha sido adoptado luego por otros países como modelo para procesos posteriores a un cambio de régimen político. A lo largo de los años, me he consagrado a dialogar con líderes del continente africano y expertos en diversas áreas, y a impulsar los intercambios culturales y educativos entre ciudadanos comunes. Me ha movido siempre la convicción de que el siglo XXI sería la centuria de África. Espero sinceramente que, en tal sentido, la UA rinda abundantes frutos para beneficio de los pueblos de ese continente. Tengo la convicción inamovible de que el Renacimiento Africano será el prefacio de un renacimiento del mundo y de la humanidad. De hecho, muchas de las importantes iniciativas que se han tomado en las últimas décadas para ponerles fin a interminables ciclos de tragedias humanas se han originado en el continente africano. Prueba de ello es, por un lado, la labor llevada a cabo en Sudáfrica, bajo la conducción del presidente Nelson Mandela, para sobreponerse al horrendo legado del apartheid y dirigir el proceso de la Verdad y Reconciliación; por el otro, el protagonismo logrado por las mujeres así como la protección al entorno natural que trajo aparejados el Movimiento Cinturón Verde dirigido por la doctora Wangari Maathai. Esa clase de iniciativas destinadas a promover un cambio ha despertado un profundo interés y ha inspirado la realización de empresas similares en todo el mundo. Los últimos años han presenciado la resolución de una serie de guerras intestinas y de conflictos en África. Se ha producido en muchos casos una importante transición hacia gobiernos civiles, y numerosas regiones del continente han mejorado su tasa de crecimiento económico. Esos avances, no obstante, no nos permiten desestimar la gravedad de las cuestiones que el continente africano está enfrentando. Hay conflictos que no encuentran salida, como los de la región de Darfur y los de Somalia; a ello se suma la condición de extrema pobreza y desesperación de los refugiados y el hecho de que, en gran parte de la región subsahariana de África, el avance hacia la concreción de los ODM, lamentablemente, resulta harto insuficiente. Hoy, las naciones africanas, que han rehusado sucumbir, a lo largo de la historia, ante las opresiones del tráfico de esclavos y del colonialismo, luchan para establecer la solidaridad, en su esfuerzo por confrontar la dura realidad que tienen en común. He allí una labor de importancia monumental. La adopción de una Nueva Asociación para el Desarrollo de África (NEPAD, por sus siglas en inglés) es una manifestación concreta de esa actitud solidaria. Los líderes africanos han asumido el compromiso de luchar por la paz, la seguridad, la democracia, la gobernanza económicamente estable y el desarrollo centrado en las personas, todo ello, gracias a la firme conciencia de que África “posee la llave de su propio desarrollo”. Es absolutamente necesario que la comunidad internacional apoye activamente este ambicioso proyecto de los pueblos de África. En mayo de 2008, se realizará en Yokohama la IV Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo de África (TICAD IV, por sus siglas en inglés). Este foro fue iniciado por Japón en 1993 y, desde entonces, se ha venido realizando cada cinco años, en conjunción con las Naciones Unidas y otros organismos que cooperaron igualmente. Entre los participantes se cuentan jefes de estado africanos y representantes de organizaciones internacionales. La importancia que reviste esta conferencia es vital para discutir y analizar los problemas de África y para explorar posibles soluciones. Permítaseme proponer que en dicho encuentro, la cuestión del empoderamiento de los jóvenes constituya la base de cualquier medida que se proponga. Es de importancia vital que se tomen lo antes posible recaudos para romper el círculo vicioso que genera pobreza entre generación y generación, y crea condiciones paupérrimas para la existencia humana. Es absolutamente crucial mejorar el nivel de vida de los jóvenes, ya que eso posibilita la tarea gradual de establecer mejoras para personas de todas las generaciones. La TICAD promueve el desarrollo de los recursos humanos mediante el acceso a la educación básica y el apoyo a centros de aprendizaje y de capacitación vocacional. Deseo sugerir que, tomando como ejemplo esas iniciativas, se establezca un Programa Conjunto para los Jóvenes de África como uno de los pilares del TICAD, para contribuir a forjar a la gente joven que jugará un papel clave en la creación de un mejor futuro para el continente. También deseo proponer la creación de una red de jóvenes, para los jóvenes, que promueva los intercambios entre las juventudes africana, japonesa y del resto del globo, y sirva de sólida base para encarar las difíciles circunstancias que imperan en África y en el mundo. 2008 ha sido designado el Año de Intercambios entre Japón y África. Tengo la esperanza de que este período se convierta en el punto de partida de programas de intercambios regulares entre los jóvenes y los estudiantes de ambos países. La creación de una infraestructura para la paz En uno de los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría y con el objeto de reducir las fricciones y contribuir a frenar la escalada de armamentos, solicité la realización de un encuentro cumbre entre los líderes de las superpotencias y me embarqué en una misión de diplomacia ciudadana, con el objeto de alentar el diálogo y los intercambios. En aquellos días, cuando además de la confrontación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, las tensiones entre esta última y la China estaban llegando a un nivel crítico (1974-1975), yo viajé a los tres países en calidad de ciudadano común y me reuní, entre otros, con el primer ministro chino Zhou Enlai (1898-1976); el primer ministro soviético Aleksei Kosygin (1904-1980), y el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger. Lo que me alentó fue la esperanza de que los puentes que lograra tender mejoraran las relaciones entre los tres países. Mi determinación era que debía evitarse a toda costa una guerra nuclear a gran escala, cuyos efectos serían catastróficos para la totalidad de la raza humana, y poner fin a las guerras que dividían el mundo e infligían un sufrimiento indecible a millones de personas. Si bien desapareció esa amenaza específica con la finalización de la Guerra Fría, debemos enfrentar ahora el surgimiento de nuevos peligros en la forma de proliferación nuclear. En la propuesta de paz que presenté en 2007, planteé que era necesario hallar medios de hacer efectiva la seguridad global sin que hubiera que recurrir a las armas nucleares; en relación con ello, propuse el establecimiento de una agencia internacional de desarme nuclear que pudiera garantizar el cumplimiento de buena fe de los compromisos legales existentes relativos al desarme. Tan importante como la abolición del armamento nuclear es el logro de consenso dentro de la comunidad internacional sobre la ilegalidad fundamental de las armas nucleares. Como una manera de contribuir al caso, quisiera enfocar y respaldar el pedido efectuado en agosto de 2007 por el Grupo Pugwash de Canadá de establecer una Zona Libre de Armas Nucleares en el Ártico. La SGI, como defensora y proponente de un mundo libre de armas nucleares, presta todo su apoyo a ese pedido, de acuerdo con el espíritu de la declaración por la abolición de las armas nucleares, proclamada por Josei Toda en 1957. El Océano Ártico ocupó una posición geopolítica estratégica de gran importancia durante la Guerra Fría, pues lo recorrían bajo el hielo submarinos atómicos provenientes de los bloques oriental y occidental, que portaban su ominoso cargamento de misiles balísticos. Si el calentamiento global redujera los casquetes polares o incluso los hiciera desaparecer durante los meses de verano, quedaría abierto el camino hacia un aumento de la militarización en la región ártica. Eso bien podría ser el disparador de una competencia desaforada por la explotación del transporte, el lecho marino y de otros recursos, lo que a su vez generaría un conflicto de intereses entre las diversas naciones. Por tal razón, urge prohibir la actividad militar en la región, crear un régimen legal que la preserve como patrimonio de toda la humanidad y establecer una Zona Libre de Armas Nucleares en el Ártico. El Tratado Antártico de 1959 prohibió cualquier actividad militar en el continente más meridional del mundo y vedó especialmente las explosiones nucleares y cualquier intento de deshacerse de residuos radiactivos en toda el área situada al sur de los sesenta grados de latitud sur. Desde entonces, se ha firmado un total de cinco tratados regionales que prohíben el desarrollo, fabricación, posesión, transporte y recepción de armamento atómico y, desde luego, los ensayos nucleares y el uso de dichas armas. Por añadidura, las zonas libre de armas nucleares se han expandido hasta abarcar Latinoamérica y el Caribe, el Pacífico Sur, el sudeste de Asia, África y Asia central. Las zonas libres de armas nucleares, que cubren la mayor parte de la masa continental del hemisferio sur, son un escudo protector contra la proliferación nuclear en las regiones respectivas. Además, contribuyen a reforzar constantemente la decisión generalizada de erradicar las armas nucleares. Junto con Mongolia, que declaró su condición de zona libre de armas nucleares en 2000, unos cien países –que representan más de la mitad de los gobiernos de la Tierra— fueron signatarios de esos tratados, mediante los que dejaron claramente expresa su firme convicción de que el desarrollo y el uso de armas nucleares es ilegal o debería ser declarado ilegal bajo leyes internacionales. Tengo la esperanza de presenciar nuevas medidas destinadas a crear otras zonas libre de armas nucleares, pues, así, cada vez más personas reaccionarán firmemente contra las armas nucleares, y la ilegalidad del armamento atómico se convertirá en una regla compartida por toda la humanidad; ese será el camino que culminará finalmente en la elaboración de un tratado internacional que vede el desarrollo, adquisición, posesión y uso de armamento atómico, es decir, que declare la completa prohibición de las armas nucleares. Como un primer paso hacia dicho objetivo, quisiera proponer la elaboración de un tratado que prohíba el uso militar de la región ártica y establezca su desnuclearización, bajo la conducción de las Naciones Unidas. En esta empresa, el Japón, con la colaboración de otros estados y asociaciones civiles antinucleares, debería marchar a la vanguardia, como país que ha experimentado directamente el horror de los ataques nucleares y mantiene como política nacional los tres principios de no poseer, no desarrollar y no permitir las armas atómicas en su territorio. Del mismo modo, en lo que se refiere a la no proliferación nuclear en el nordeste de Asia, creo que es importante ampliar la mira de los objetivos. Todas las acciones que se lleven a cabo en ese sentido deben seguir su curso a través de las Conversaciones de las Seis Partes, con la meta de lograr el desmantelamiento total del programa nuclear de Corea del Norte. Al mismo tiempo, Japón tiene que reafirmar su compromiso inquebrantable con su propia política antinuclear y poner en juego sus máximos esfuerzos diplomáticos para impulsar el gran objetivo de establecer una zona libre de armas atómicas que cubra el nordeste asiático. Es indispensable que la opinión pública internacional participe de cualquier tentativa de reducir y, a la larga, erradicar completamente las armas nucleares. Fiel a ese criterio, en una propuesta para la reforma de la ONU que redacté en agosto de 2006, planteé el establecimiento de un decenio de acciones por la abolición nuclear a cargo de los pueblos del mundo, con el objeto de contribuir a concentrar las fuerzas populares para lograr el necesario avance en conjunto. El año pasado, para conmemorar el 50º aniversario de la declaración por la abolición de las armas nucleares, efectuada por el segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda (1900-1958), la SGI organizó la exhibición internacional “De una cultura de violencia a una cultura de paz: Hacia la transformación del espíritu humano”. Se trató de una iniciativa concreta para promover el desarme nuclear y la educación basada en la no proliferación, de acuerdo con los objetivos de las Naciones Unidas. Desde la década de los 80, la SGI se ha embarcado activamente en acciones similares, con el objeto de generar conciencia en la ciudadanía sobre la cuestión nuclear; ha cooperado en esa empresa con las Naciones Unidas y con diversos miembros de la sociedad civil. Estamos resueltos a continuar con dicha labor, trabajando con la Conferencia Pugwash y con otras organizaciones que compartan la meta de generar consenso popular sobre la prohibición y la abolición de las armas nucleares. Consideramos ese un aspecto integral dentro de la misión social que, como budistas, llevamos a cabo para promover el respeto por la dignidad suprema de la vida. Mi otra propuesta a favor de una infraestructura para la paz es la proscripción de las bombas de dispersión. Esas armas diseminan innumerables municiones más pequeñas sobre una vasta zona, que matan y mutilan indiscriminadamente a quienes se encuentran en el área; y las municiones que no estallaron ponen en riesgo la vida de la gente muchos años después de finalizado un conflicto, lo que obstaculiza seriamente las tareas de reconstrucción. Unos cuatrocientos cuarenta millones de municiones pequeñas ya se han utilizado en veinticuatro países y territorios, con un saldo de víctimas estimado en cien mil personas. Alrededor de setenta y tres países siguen almacenando bombas de dispersión. En 2003, se formó la Coalición contra las Bombas de Dispersión, un vasto conjunto de organizaciones civiles que exigen el establecimiento de un tratado internacional que prohíba el uso, producción y almacenamiento de las municiones de dispersión. El movimiento ha cobrado gran fuerza y, en febrero de 2007, se llevó a cabo en Oslo, Noruega, una conferencia en la que estuvieron representados más de cuarenta gobiernos y miembros de la sociedad; el objeto del cónclave fue elaborar las pautas para un nuevo tratado de erradicación de las municiones de dispersión. Desde esa conferencia, se lanzó una iniciativa denominada Proceso de Oslo; esta, al igual que el Proceso de Ottawa que produjo en 1997 el tratado de prohibición de las minas antipersonales, propicia las acciones conjuntas de las organizaciones no gubernamentales y los estados interesados hacia un mismo objetivo. Actualmente, se están llevando a cabo conversaciones dentro del marco de la Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales (CCAC, por sus siglas en inglés), organizada por la ONU, para tratar la cuestión de las bombas de dispersión, pero lamentablemente, no se ha logrado ningún progreso significativo hasta ahora. Si bien es cierto que sería óptimo que el mayor número posible de estados formara parte de ese nuevo régimen de desarme, es imperativo otorgar prioridad a la firma inmediata del tratado y a su puesta en vigencia antes de fin de año, como lo establece el Proceso de Oslo. Siguiendo el ejemplo del Tratado de Ottawa –adoptado hace ya una década como una norma humanitaria internacional que impide incluso a los países no signatarios el uso de minas antipersonales—, es necesario generar ahora un consenso similar dentro del conjunto de la sociedad en contra de las bombas de dispersión. El éxito del proyecto, con fuerte respaldo de las organizaciones no gubernamentales, tendrá un impacto definitivamente positivo en las acciones por el desarme que se llevan a cabo en otras áreas. Infraestructura para la paz en el este asiático Para finalizar, quisiera referirme a las perspectivas futuras de las relaciones entre la China y el Japón, y a la creación de infraestructuras para la paz en toda la región oriental de Asia. Han transcurrido ya treinta años desde la firma del Tratado de Paz y Amistad entre China y Japón. En diciembre de 1974, cuando me reuní con el primer ministro chino Zhou Enlai, este manifestó sus grandes esperanzas de que estableciera esa clase de tratado, y yo compartí sinceramente sus expectativas. Un mes después, mantuve un encuentro con el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y le transmití el deseo del primer ministro Zhou y mi propia decisión de lograr ese cometido El doctor Kissinger decidió prestar su apoyo para la elaboración del tratado. Visité la China nuevamente en abril de 1975 y me reuní con el viceprimer ministro Deng Xiaoping (1904-1997), con quien analicé la importancia de establecer lo más pronto posible un tratado de amistad entre ambas naciones. El viceprimer ministro me encomendó que transmitiera un mensaje al primer ministro japonés, Takeo Miki (1907- 1988). Poco después se retomaron las negociaciones en el nivel gubernamental, y finalmente el acuerdo se firmó en agosto de 1978, lo que significó un nuevo capítulo en las relaciones entre China y Japón. Es digno de destacar que, desde entonces, se han creado intercambios en diferentes áreas, y que la interdependencia económica entre ambas naciones sigue creciendo. China, hoy el mayor socio económico de Japón, supera incluso a los Estados Unidos; en 2006, más de cuatro millones setecientas mil personas viajaron de un país al otro. En los últimos años, se están llevando a cabo con regularidad reuniones cumbre entre líderes japoneses y chinos, lo que indica la voluntad de crear relaciones de cooperación recíproca. En abril de 2007, el primer ministro chino Wen Jiabao realizó una visita oficial a la nación japonesa y mantuvo conversaciones con su par nipón. El resultado fue un comunicado conjunto ante la prensa en el que se definió la política bilateral y se incluyó la declaración de que ambos países estrecharían la coordinación y la cooperación para hacer frente, juntos, a los problemas regionales y globales. [31] En ocasión de la mencionada visita, tuve la satisfacción de dialogar con el primer ministro chino y quedé realmente complacido cuando afirmó que una relación de amistad más sólida entre la China y el Japón constituía una aspiración compartida por el pueblo de ambas naciones. En diciembre de 2007, el primer ministro japonés Yasuo Fukuda viajó a la China y dialogó con el presidente Hu Jintao y con otros dirigentes políticos; como resultado de las conversaciones, se elaboró una declaración conjunta con el compromiso de cooperar en cuestiones ambientales y energéticas, y también, para incentivar los intercambios de jóvenes. Hace ya cuatro décadas que efectué el primer llamado a la normalización de las relaciones entre la China y el Japón; por ende, saludo con profundo beneplácito los pasos significativos que las dos naciones han dado para construir una firme asociación para la paz, la seguridad y el desarrollo de Asia y del mundo. Además de una mayor cordialidad entre ambas partes, se está generando también una mejora constante en las relaciones entre Japón y Corea del Sur. El refuerzo de los lazos entre las tres naciones ha contribuido a hacer de la Cumbre de Asia del Este la sede adecuada para explorar nuevas modalidades de cooperación regional. En noviembre de 2007, la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (ASEAN, por sus siglas en inglés) realizó una reunión cumbre donde se acordó la elaboración de una Carta de la ASEAN, que contemplaría los objetivos de promover la paz, la seguridad y la estabilidad en la región, como también los de preservar la condición de zona libre de armas nucleares del sudeste asiático y paliar la pobreza. En esa misma reunión, los estados integrantes de la ASEAN elaboraron un proyecto con miras a la creación de una Comunidad Económica de la ASEAN en 2015. Es mi convicción que, si China, Corea del Sur y Japón, junto con la ASEAN, siguen realizando esfuerzos tenaces en bien de la cooperación y de la coordinación de acciones, será posible consolidar una infraestructura duradera de paz en el este asiático. En 2007, el gobierno japonés lanzó un programa para invitar anualmente a seis mil jóvenes de países del este de Asia –principalmente de China, Corea del Sur y estados perteneciente a la ASEAN— a estudiar en Japón. Puesto que hace largo tiempo que propongo incrementar los intercambios juveniles y educativos en el este asiático, tengo grandes esperanzas en el éxito del proyecto. Deseo asimismo que esa oportunidad de profundizar el entendimiento y la amistad mutuos represente también una posibilidad para que los jóvenes de la región puedan desarrollar una verdadera conciencia y sentido de responsabilidad por el futuro. Sugiero, por ejemplo, que se les brinde la oportunidad de reunirse y conversar con personal de agencias de la ONU, y de capacitarse mediante programas educativos para el desarme y la protección ambiental impulsados por ese organismo internacional. En última instancia, la clave para la resolución de todo problema está en manos de la juventud. Prácticamente todos los líderes y expertos con quienes me reuní a dialogar comparten esa certeza. El segundo presidente Toda declaró: “Son el poder y la pasión de los jóvenes los que crearán el nuevo siglo”. Haciendo suyas las palabras y el espíritu que él nos dejó como legado, nosotros, los miembros de la SGI, estamos decididos a centrarnos en los jóvenes y a desarrollar su potencial ilimitado, al tiempo que establecemos redes de solidaridad entre los ciudadanos comunes, para alcanzar la solución de los complejos problemas que enfrenta nuestro planeta. NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 1 Pauling e Ikeda, En busca de la paz, pág. 149. 2 Ban, “Remarks at the Inauguration [Observaciones en la inauguración]”. 3 Sarkozy, “Sarkozy Wants [El deseo de Sarkozy]”. 4 Véase Platón, República, pág. 300. 5 Ib., pág. 305. 6 Hermanns, Einstein and the Poet [Einstein y el poeta], pág. 53. 7 Gide, Retour de l’U.R.S.S. [Sucedió en la U.R.S.S.], pág. 13. 8 Nichiren, Writings [Escritos], vol. 2, págs. 843 y 844. 9 Watanabe, Kyoki ni tsuite [Sobre la locura], pág. 163. 10 Véase, Ikeda, “Budismo Mahayana”. 11 Wiesel, And the Sea Is Never Full [Todos los torrentes van a la mar], pág. 370 12 Michelet, Bible de l’humanité [Biblia de la humanidad], pág. ii. 13 Ib., pág. 484. 14 Ib., pág. iv. 15 Ib., pág. 13. 16 Ib., pág. 283. 17 Ib., pág. 485. 18 Ib., pág. 484. 19 Walshe, Mahaparinibbana [El sutra Mahaparinibbana], pág. 245. 20 Watanabe, Kyoki ni tsuite, págs. 120 y 121. 21 Mann, “Achtung, Europa! [¡Alerta Europa!]”, págs. 159 y 160. 22 Platón: Fedón, pág. 93. 23 Weizsäcker, Der Mensch in seiner Geschichte [La humanidad en la historia], pág. 15. 24 Nichiren, Writings [Escritos], pág. 295. 25 ONU, “Preámbulo”, Declaración Universal de los Derechos Humanos. 26 Athayde e Ikeda: Derechos humanos no século XXI [Derechos humanos en el siglo XXI], pág. 101. 27 DFID, “Declaration on the Millennium (Declaración sobre el Milenio)”. 28 PNUD, “Informe sobre Desarrollo Humano 2006”, pág. 59. 29 Haq, “Global Governance for Human Security [Gobernanza global para la seguridad humana]”, pág. 80. 30 Haq, Reflections on Human Development [Reflexiones sobre desarrollo humano], pág. 116. 31 MOFA [Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón], “Japan-China Joint Press Statement [Comunicado de prensa conjunto de Japón y de China]”. BIBLIOGRAFÍA Athayde, Austregésilo de y Daisaku Ikeda. 2000. Derechos humanos no século XXI [Derechos humanos en el siglo XXI]. Río de Janeino: Editora Record. 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