Interpelaciones católicas hoy: la constatación de una

Anuncio
Interpelaciones católicas hoy: la constatación de una
pluralidad. Un acercamiento a identidades laicales
cristianas en oposición: génesis, componentes y tensiones
María Alicia Puente Lutteroth
El Colegio de Michoacán
La identidad se construye, se define y se reconoce en una experiencia
de interacción mediante la cual se efectúa una afirmación selectiva que
hace presentes por ausencia a “los otros” con sus peculiaridades, seme­
janzas y diferencias -sobre todo diferencias- en relación a “lo propio”.
En la medida que esos rasgos diferenciales son autovalorados en
oposición, no a una valoración sino a una desvaloración de los otros,1
los grupos y colectividades que así se perciben manifestarán esa supravaloración como un elemento que en lo sociopolitico tenderá a proyec­
tos de dominación.
Este es uno de los elementos que nos pueden explicar -en la géne­
sis de los proyectos de cristianización llegados a nuestro continente en
el siglo xvi y en la trayectoria seguida en los siglos posteriores- las di­
ferencias de comportamiento entre los mismos funcionarios eclesiásti­
cos, algunos de los cuales se asociaron y legitimaron sin más los planes
de conquista y colonización y, otros, pertenecientes a la misma entidad
religiosa se rehusaron y se opusieron a los mismos.
Si “el otro” es considerado como irracional, pagano, bárbaro, sal­
vaje, la gente se persuade de la necesidad de ayudarlo y justifica el “ci­
vilizarlo”. Incluso los conquistadores legitimaron de esta manera el
despojo que hicieron a los pueblos autóctonos originarios dueños de es­
tas tierras de su patrimonio y sus formas de vida. Ante la desvaloración
cultural su proyecto fue remodelarles una nueva identidad, destruir las
explicaciones que ellos daban a su vida y sustituirlas por otras. Lograr
que el otro deje de ser como es y adopte los rasgos que se le imponen
lo consideraron su mejor triunfo.
Desde el punto de vista de nuestro proceso histórico, sería tema de
otra serie de artículos abordar las diferentes reacciones de los grupos
autóctonos hacia este programa de “desidentificación”, así como los di­
versos resultados que son todo un conjunto diferenciado de modifica­
ciones y asimilaciones selectivas y fragmentarias que hoy se expresan
en una variada gama y grados diversos de persistencias culturales.2
En estas páginas me limito a esbozar algunas pistas para abordar un
aspecto de la problemática identidad y religión en los procesos contem­
poráneos y más directamente en lo que se refiere a grupos de creyentes
activos que se asocian en organismos “laicales”.3 La escala que utilizo
enfoca un espacio muy localizado de agentes laicos dentro del comple­
jo actor social que es la institución eclesiástica. Intento consignar un
aspecto relevante que se manifiesta en la actualidad: las tensiones y
conflictos entre dos proyectos prácticamente opuestos que coexisten
dentro de la misma institución católica, su génesis y efectos en cuanto
a expresiones organizacionales y en cuanto a las identidades diferen­
ciadas que tienden a producir.
Las diversas lecturas de una misma creencia , sus
implicaciones en las representaciones y concepciones
de la realidad personal y social
De comunidad a institución: una panorám ica
de la trayectoria eclesial
Para reflexionar sobre la identidad cristiana, es importante partir de su
génesis y recordar cómo a partir del siglo primero se hizo presente una
nueva forma de vida dentro del imperio romano. Las autoridades polí­
ticas reaccionaron con una persecusión a los seguidores de Cristo lo
que facilitó el percibir la gran fuerza interior como elemento fundamen­
tal en la conformación de esa nueva identidad cristiana que se constru­
ye a partir de creencias compartidas por comunidades que orientan
comportamientos cotidianos, producen simbologías y prácticas rituales
y culturales. Muy pronto, en el siglo cuarto, el cristianismo quedó aso­
ciado con el imperio (primero con Constantino y después con Teodocio) y una fuerza ya no interior sino política, sería un componente que
identificaría en adelante a las autoridades cristianas y al cristianismo
durante y a partir del milenio de la Edad Media.
Durante el siglo xvi, la institución católica, como una reacción a la
reforma protestante, impulsó a partir del Concilio de Trento un fuerte
entramado que lograría a través del tiempo cohesionar la mentalidad y
las prácticas litúrgicas, devocionales y sociales, alrededor de algunos
ejes establecidos, entre los que destacamos dos que parecen fundamen­
tales: la concepción de la obediencia y la posición relevante, fija y dis­
tante de la autoridad muchas veces transformada en autoritarismo.
Estos dos ejes fortalecieron continuamente la estructura jerárquica
y piramidal de la Iglesia, que se impulsaba con la lectura de la creencia
fundadora que hacían circular los funcionarios eclesiásticos con base en
los escritos del antiguo y nuevo testamento. Los obispos y clérigos se
constituyeron en el único canal autorizado capaz de transmitir la creen­
cia y de interpretarla. Los demás sólo tenían que creer y repetir. Por ello
las autoridades eclesiásticas se consideraron defensoras y protectoras
de los fieles sobre todo en lo referente a aquellos “desvíos”, término
con el que caracterizarían toda oposición a la lectura católica. No se ha­
blaba de diferencia sino de desviación, de herejía. La organización
social y cultural interactuaba con esta visión. No tardó mucho en que se
hiciera presente un aparato represor -la Inquisición- que asegurara la
fidelidad a la Iglesia y al régimen monárquico.
Si aceptamos que la tendencia a un monolitismo eclesial fue mayor
durante la Edad Media es fácil reconocer que la ruptura formal que
implicó la reforma protestante generaría la necesidad de un reforza­
miento que se manifestó, como hemos aludido, a través de Trento.
Casi simultáneamente, desconocidas tierras para los habitantes del
continente europeo quedaron en primer lugar en el escenario del mo­
mento. Primero por la casual y fortuita llegada de Colón y después por
la planeada conquista hispano-lusitana.
Una diversidad de pueblos autóctonos, originarios dueños de las
tierras recién conocidas para los europeos, con sus complejos y valio­
sos universos cultural-religiosos y las respectivas cosmovisiones que
explicaban su mundo, su vida, su muerte, su peregrinar, y su forma de
organización cotidiana fueron objeto de conquista y de colonización.
Por lo mismo, ante las visiones autóctonas se presentó otra visión: la
cristiana, también compleja ya que a su original componente helenísti­
co-judáico-romano añadiría el árabe que recogería durante los siete si­
glos de dominación musulmana en España.
Aunque el proyecto hispano intentó una simple sustitución de vi­
siones, la realidad exhibe toda una diversidad y gradación de acogidas
y rechazos siempre selectivos que pueden identificarse a lo largo de los
cinco siglos de contacto tanto en los movimientos de defensa indígenas
conocidos como rebeliones como en sus formas de organización cultu­
ral, política, sus respuestas alimentarias, medicinales, festivas, que ex­
presan los diferentes componentes del imaginario colectivo. En este
mismo aspecto si consideramos a otros sujetos sociales que constituyen
el pueblo creyente dentro del cual un sector específico se integrará en
los organismos o asociaciones laicales, es importante tomar en cuenta
también lo que algunos autores denominan el ideal social religioso4 y
toda su variación, más aún si lo ubicamos en lo local, lo regional y se­
gún la etapa cronológica que equivale a decir según las condiciones po­
líticas y sociales. Toda esa diversidad de reacciones enmarca una diver­
sidad de identidades.
La adopción total o selectiva, voluntaria o impuesta, haría que en
las comunidades humanas algunos de estos rasgos configuraran identi­
dades diferentes con elementos comunes.
A esto habría que añadir que las identidades se construyen en pro­
cesos de larga duración que requieren para disolverse o deconstruirse
también largos procesos de sustitución o casi desaparición aunque
siempre se mantengan huellas reconocibles de las anteriores.
Uno de los componentes fundamentales de la identidad católica es
la llamada obediencia considerada la mediación indispensable para una
fidelidad. Una pregunta que en la actualidad se hacen algunas de las
asociaciones en conflicto es si de lo que se trata es de una fidelidad al
evangelio o a la creencia fundadora o más bien se exige una fidelidad a
la disciplina que exigen las autoridades eclesiásticas.
Un componente fundamental de la creencia que hoy se maneja rei­
teradamente por algunos grupos es la presencia del Espíritu sin límite
de tiempo, espacio o condiciones, como una certeza con la cual reivin­
dican la calidad, bondad y valores de todas las culturas, comunidades y
personas. Aceptado eso, en consecuencia, no es indispensable la pre­
sencia del obispo o del clérigo como indicador de validez. Se otorga
más validez a la experiencia eclesiástica comunitaria.
Para quienes están persuadidos de esto, es evidente que “los valo­
res” no llegaron con los misioneros, con los frailes y menos con los
conquistadores puesto que antes el Espíritu había ya depositado desde
hacía milenios grandes valores que hay que identificar en esas culturas
autóctonas.
Este es el punto de tensión que hoy se hace presente en las diversas
tendencias bajo las cuales se articulan y aun se polarizan una diversidad
de organismos eclesiásticos que convocan a creyentes: hombres y mu­
jeres, niños, jóvenes y adultos a que se asocien, con lo cual facilitan por
medio de una comunicación más cercana la adopción y clarificación de
valores y pautas para el desempeño cotidiano y especializado en la vida?
Las consecuentes organizaciones , simbologías
y prácticas culturales y políticas
Las corporaciones devocionales y de solidaridad social
Para comprender la peculiaridad de las asociaciones laicales actuales es
importante considerar su diferencia o semejanza con las asociaciones
de siglos anteriores. Durante la dependencia colonial, inspirados por el
Concilio de Trento y bajo un régimen monárquico, en México los pri­
meros tipos de asociación fueron las cofradías, hermandades y órdenes
terceras, que ofrecían un espacio para que a través de la devoción al
patrón o patrona, los cofrades creaban un espacio de encuentro y orga­
nización a través de lo cual se atendía a las necesidades espirituales y
sociales de todos los miembros, especialmente en la hora de la muerte.
Conocemos también que las cofradías -experiencias de traslado- eran
la oportunidad de fortalecimiento de las identidades, específicamente
de los migrantes, es decir de aquellos grupos que provenían de espacios
geográficos diferentes. Por mencionar algunos, por ejemplo, el grupo
montañés de Santander, con su Cristo de Burgos y los vizcaínos que
asociaba a la cofradía de N. Sra. de Aranzazú a los que habían emigra­
do de Navarra, Vizcaya, etcétera.
En general, las cofradías mantenían la separación social de clase o
rango. Para la clase alta valga como ejemplo la Archicofradía de la
Cruz iniciada por Hernán Cortés en 1526 y la denominada de los Dis­
tinguidos Cocheros Caballeros Esclavos del Sacramento o la de los
ciudadanos de la Santa Veracruz. Para las clases subalternas encontra­
mos la Cofradía de la Santa Cruz o Lágrima de San Pedro, conocida
como la de “Los pardos” y la de los “negros bozales”, las había tam­
bién de indígenas. Sobre todo vale la pena recordar que los gremios
-sastres, plateros, talladores, etc - tenían en general su propia cofradía.
Los cofrades tenían de esta manera, satisfechas sus necesidades
espirituales y aseguraban para el último momento de la vida un auxilio
espiritual y material. Se constituía así un verdadero espacio que gene­
raba y fortalecía identidades de origen, de trabajos -gremios-, de
pobladores de villas o ciudades, de grupos étnicos, etcétera.
Durante el siglo xix, en el marco del ascenso y triunfo liberal se
anunció el golpe jurídico-legal a estas asociaciones que se asestó más
fuertemente en 1856 con la ley de desamortización de bienes de corpo­
raciones civiles y eclesiásticas.
Sin embargo, ya bajo el influjo del Concilio Vaticano i en 1869 que
es una acentuación de Trento expresada en la infalibilidad pontificia, y
dentro de un régimen republicano liberal encontramos un nuevo estilo
de asociación: la Sociedad Católica Mexicana que se integró con hom­
bres y mujeres creyentes convencidos de que el triunfo liberal y la ame­
naza formal de la secularización significaba para el catolicismo una
sola opción: la presencia paralela a la sociedad liberal.
Las asociaciones devocionales con tendencia
a una espiritualidad intimista
En coexistencia con la Sociedad Católica encontraremos a fines del si­
glo xix y en número creciente asociaciones devocionales. Entre ellas
las que exhiben otra vertiente de influencia francesa en nuestro país
como es el Sagrado Corazón y la tan difundida devoción de los viernes
primeros; la devoción a san José, a la virgen del Perpetuo Socorro, a
María Auxiliadora; las Congregaciones Marianas; los Apostolados de
la Oración, etc. Todas estas entre un conjunto más amplio de devocio­
nes provenientes de Europa que se hacen presentes en México a través
de las congregaciones religiosas que durante el porfiriato retoman a
México, llegan al país por primera vez o incluso se fundan en México,
como un efecto de la política de conciliación.
De las asociaciones devocional-intimista
a las de acción social y política
Un elemento fundamental en la identidad va a estar definido en cuanto
a la concepción y relación con la sociedad política. Las cofradías apor­
taban la certeza del apoyo mutuo con el régimen monárquico se sentían
parte de ese mundo. La organización de sus más grandes fiestas litúrgi­
cas, los lugares asignados a los funcionarios políticos y eclesiásticos, la
posición, la indumentaria, las formas de intervención exhibían la forma
piramidal de organización social. En cambio la Sociedad Católica, los
nuevos organismos devocionales y las congregaciones marianas del
siglo xix surgirán en oposición al régimen republicano y en una Iglesia
que se enfrenta a toda experiencia del mundo moderno,5 por tanto un
componente “nuevo” en esta identidad católica será el elemento “de­
fensivo”. Estos grupos coexistieron con aquellos inspirados por el ca­
tolicismo social, muy especialmente por la Rerum Novarum, encíclica
social que emitió León xm en 1891.
Durante las dos primeras décadas del siglo xx, se añadirán a los or­
ganismos católico-sociales, los católico-políticos cuya culminación es
el Partido Católico Nacional fundado en 1913.
La promulgación de la Constitución de 1917 con los artículos que
señalaban más agudamente restricciones a los católicos generó el forta­
lecimiento de organismos laicales entre los que destaca la Liga Nacional
Defensora de la Libertad Religiosa -conjunto de varias asociacionesactiva entre otros muchos grupos regionales durante el movimiento
cristero. La identidad católica en este tiempo incrementa un fuerte tin­
te defensivo y una adhesión a las autoridades eclesiásticas en oposición
a las autoridades civiles. Pero el fin “formal” del movimiento a través
de los Arreglos de 1929 implicó no una fisura sino ruptura de identi­
dades laicales expresadas por las diversas reacciones de los laicos ac­
tivos ante la decisión de los obispos de pactar con el presidente de
México. En aquellos momentos no se podía preveer si se trataría de una
reacción momentánea ante una acción de algunos miembros de la jerar­
quía o si ésta generaría una nueva serie de actitudes y acciones ante las
autoridades eclesiales que conlleva una modificación en la forma de
concebir la Iglesia y el papel del creyente ante las responsabilidades so­
ciales.
De la acción política y militar a la acción católica
A partir de los Arreglos de 1929, los obispos tomaron la determinación
de convocar a la formación de la Acción Católica como un medio de
controlar la acción política y militar de los cristianos. Se integra al prin­
cipio con sus cuatro ramas fundamentales: jóvenes varones, mucha­
chas, señoras y señores ( a c j m , j c f m , u f c m , 6 a c m ) respectivamente. Con
el tiempo se organizaron las asociaciones de niños y de enfermeras.
Dos décadas adelante -diríamos tardíamente en México con rela­
ción a las experiencias que se dieron en algunos países de sudaméricase formarían los organismos especializados como la j o c (Juventud
Obrera Católica), j e c y otros impulsados por el Secretariado Social Me­
xicano, organismo convocado por los obispos en 1922, nombrado órga­
no ejecutivo de la Comisión Episcopal de Pastoral Social en 1968,7pero
desconocido hace 20 años por su compromiso social.
La convocatoria que hicieron los obispos en diciembre de 1929,
después de los arreglos de la cristiada, se puede leer como un intento de
“cobijar” todos los otros movimientos católicos y mantenerlos así bajo
una protección-control de la jerarquía episcopal. Durante la década de
los cincuenta se constata un considerable incremento numérico, una
presencia activa en la mayoría de las parroquias de la nación y una fuer­
te actividad de moralización del ambiente en los medios urbanos. Se
integró la Liga Mexicana de la Decencia.8Se trataba de poner freno a
las “inmoralidades del cine”, teatro, revistas, etc. Este tipo de activida­
des de moralización se han visto potenciadas en las últimas décadas con
grupos como Próvida, Alianza Nacional para la Moral, etcétera.
De la iniciativa jerárquica a la iniciativa laical
intraeclesiástica y extraeclesial
En México, las asociaciones laicales de las últimas décadas están
perneadas por dos acontecimientos: uno eclesial, el Concilio Vaticano
n y otro sociopolítico, el movimiento del 689 que fue el parteaguas que
puso en evidencia las posturas polarizadas por un lado, y diversifica­
das, por otro, que ante lo social exhiben los grupos de inspiración cris­
tiana.
Si contemplamos dos polos y un amplio espacio entre ellos pode­
mos visualizar, en un extremo, a las Comunidades de Base y al Movi­
miento de los Cristianos Comprometidos en las Luchas Populares y en
otro, a los grupos laicales provenientes de los Legionarios de Cristo, del
Opus Dei, así como los movimientos de Renovación en el Espíritu. En
la parte intermedia entre ambos polos se ubican los diferentes grupos
de espiritualidad y apostolado como el Movimiento Familiar Cristiano,
las pastorales juveniles, etc. así como otros activos grupos parroquiales
que no hacen sino constatar la pluralidad intraeclesial entre los orga­
nismos laicales vinculados -de diferente manera y con diferentes con­
cepciones- a la institución eclesial.
Algunas consideraciones
Los organismos laicos aquí enunciados no dan cuenta de la totalidad de
iniciativas católico-laicales presentes hoy por implicaciones o repercu­
siones en el campo político social. Sólo he consignado algunas de las
más representativas asociaciones que mantienen un vínculo institucio­
nal. Es esta característica -el vínculo institucional- un denominador
común que podría dar cuenta de una homogeneidad en la identidad
católica. Sin embargo, podemos apreciar la polarización existente.
¿Cómo puede explicarse esta diversidad de tendencias?
Sin pretender una explicación exhaustiva deseo consignar la impor­
tancia de las expresiones simbólicas, las prácticas cotidianas, litúrgicas
y sociales y el tipo de relación entre los miembros de la comunidad y
los funcionarios eclesiales como indicadores que contribuyen a la com­
prensión de las diferentes tendencias en la forma de colaborar en la edi­
ficación de las identidades.
Los organismos laicales de las cuatro últimas décadas posconcilia­
res manejan en su discurso la concepción del laico como proveniente
del sacramento del bautismo, lo que confiere a todo fiel cristiano una
dignidad y corresponsabilidad en la edificación de la Iglesia como sa­
cramento de salvación. No necesita, como ocurría en tiempos preconciliares, la convocación o llamado del obispo para pedirle colaboración
como “brazo largo de la jerarquía” que pudiese llegar al mundo tempo­
ral a donde el obispo y el sacerdote no pueden entrar.
Pero ese manejo discursivo permite constatar una gran distancia
con la práctica en la mayoría de las asociaciones mencionadas donde se
observa que las iniciativas provienen siempre de los sacerdotes y los di­
rigentes y la gran mayoría lo que hace es “ejecutar” las indicaciones re­
cibidas.
En esta forma los hombres y mujeres que participan en estos gru­
pos han aceptado como rasgos que definen su identidad laical precisa­
mente esa posición de subordinación en la estructura eclesial que los
entrena en una subordinación también en lo social. Aquí es donde opera
el binomio autoridad-obediencia, donde la autoridad, sea civil o reli­
giosa, siempre representa a Dios. En consecuencia, los grupos laicales
con esta visión han contribuido al mantenimiento de un orden social
dado.
A diferencia de estos grupos un rasgo que define a las comunidades
eclesiales de base es más su eclesialidad comunitaria que su laicisidad.
En estos grupos se vive menos la distinción vertical clérigos-laicos para
potenciar una experiencia de horizontalidad comunitaria donde las dife­
rencias no se ubican en una verticalidad de funciones sino en una dis­
tinción de misiones intraeclesiales que se conciben no en forma aislada
de lo social sino en una sólida interacción Iglesia-sociedad.
Así pues, constatamos que al referimos a católicos y católicas acti­
vos en su Iglesia no nos encontramos con un sólo tipo de rasgos y con­
cepciones de la identidad laical, sino que ésta está en relación con la
concepción de Iglesia, de autoridad, de obediencia y de sociedad, así
como de la relación Iglesia-mundo que enmarca su formación, su tra­
bajo y su forma de identidad.
No sólo confirmamos la existencia de diferentes identidades al inte­
rior de la Iglesia y a lo largo de su trayectoria según los diversos pro­
yectos político-sociales con los que ha interactuado ejerciendo funcio­
nes diferentes sino que la confrontación de estas mismas diferencias
constituye el cauce de autoreconocimiento y de ubicación personal y
colectiva que marca el fortalecimiento de una identidad diferenciada
con lo cual se confirma también el carácter intersubjetivo y relacional
de la identidad.10
En síntesis, podemos afirmar que la gran tensión que permea las
diferencias simbólicas, tipos de relación, concepciones y prácticas cul­
turales y sociales que generan formas y acentos diversos en las identi­
dades cristianas está definida por quienes optan por tomar posición
dentro del proyecto político dominante para sustentar los proyectos
cristianos en la fuerza política que se construye alrededor de minorías
que concentran capacidad de decisión, riqueza y poder y quienes aspi­
ran a prolongar en el hoy la fuerza interior que mostraban los seguido­
res del cristianismo primero y que ha constituido una respuesta para las
mayorías desheredadas.
Dentro de la misma historia del cristianismo encontramos estas dos
grandes matrices culturales que a través del magisterio de la Iglesia y
de los proyectos pastorales han generado diversas experiencias que lle­
van a los individuos a ejercer su capacidad de selección para autoidentifícarse con un grupo que toma su distancia de los otros a través de las
concepciones que explican el mundo, la Iglesia, la comunidad, la fami­
lia, la persona, la sexualidad, la autoridad, etc. y que se concretarán en
comportamientos cotidianos que desembocarán en vías de construcción
o deconstrucción de identidades.
No hay pues un solo estilo de interpelaciones para los católicos hoy,
sino un conjunto diferenciado que se ubica en diferentes posiciones
dentro de la institución eclesiástica.
Habría que añadir que estas interpelaciones no sólo provienen del
campo intraeclesiástico. Muchos creyentes se sienten interpelados por
una situación social de injusticia para las mayorías, por el desconoci­
miento de la dignidad humana en grandes grupos de la población, por
una organización social donde impera la impunidad, el desconcierto, la
inseguridad... el creyente para quien su concepción de vida le habla de
su corresponsabilidad en la construcción de un mundo mejor no puede
esperar pasiva e infantilmente a que el obispo le llame y le diga qué
hacer, sino que ha tomado la iniciativa de unirse con otras personas, de
formar grupos, de trabajar juntos para satisfacer necesidades propias y
de otros... y sobre todo quienes han vivido el largo proceso de una inno­
vación en su identidad católica, son gente convencida de que su fe no
sólo les pide respuestas culturales y litúrgicas: devociones, rezos y sa­
cramentos... sino que desde su fe pueden orientar y potenciar acciones
cotidianas que se inserten en proyectos de transformación social.
El retomo a la fuerza interior del cristianismo primitivo es conside­
rado como una innovación. El retomo, en cambio, a la fuerza política
del poder es percibido como un retroceso en el camino de la humani­
dad. Se confirma así que “la representación de la identidad comporta un
marco interpretativo que permite vincular entre sí las experiencias
pasadas, presentes y futuras en la unidad de una memoria colectiva”,11
en este caso de los grupos cristianos.
Por último, se constata una vez más, la relación entre la identidad
y las acciones personales y colectivas, por las cuales los individuos y
los grupos por un lado expresan el alcance -amplio o limitado, privado
o público- de la ética12 que orienta sus comportamientos personales,
familiares, educativos, sociales, políticos, culturales, ecológicos, etc., y
por otro, construyen sus alternativas de trabajo, sus acercamientos o
lejanías, sus alianzas u oposiciones dentro de la misma institución ecle­
siástica en función no sólo de su ubicación social o incluso de su tra­
yectoria política sino en relación a su experiencia y entrenamiento de
participación en los grupos de los cuales forman parte y a través de los
cuales construyen o reafirman su identidad a partir de sus opciones
para potenciar determinados proyectos sociales.
México,
d
. f.
a 19 de abril de 1996
Notas
1.
2.
3.
Paulo Suess, “A historia dos outros escrita por nos” Boletín CEHiLA-Latinoamérica núms. 47-48, marzo 1994, en: Puente Ma. Alicia (comp.), Pers­
pectivas teórico-metodológicas, cuaderno anual, serie antologías núm. 1,
Cehila-México, 1995.
Es muy alentadora la lectura del libro de Alejandro Figueroa, Por la tierra
y por los santos, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México,
1994, que trata sobre la identidad y persistencia cultural entre yaquis y ma­
yos y más específicamente en cuanto a su excelente perspectiva teóricometodológica de acercamiento englobante a la compleja realidad de las
culturas autóctonas.
Es importante considerar que el término “laico” no es unívoco. En México
por lo menos adopta dos significados: una lejanía o, más aún, exclusión de
lo religioso cuando se habla de “estado laico”, “educación laica”, etc. y,
por lo contrario, una cercanía, una identificación, un compromiso activo
dentro de las estructuras eclesiásticas o, incluso, desde ellas hacia lo so­
cial. Es en este segundo aspecto que se centra lo referente a este artículo.
4.
A partir de esta línea, Juan Bautista Libanio desarrolla con amplitud las
reacciones pastorales que se dan entre dos extremos en la iglesia actual:
quienes propugnan por un cambio de identidad y quienes quieren recons­
truir la identidad tridentina, en su libro A volta á grande disciplina, Edigoes Loyola, San Pablo, Brasil, 1985.
5. El Syllabus de Pío ix, emitido en 1864, por el cual condena los 80 errores
modernos, continuará por varias décadas siendo el marco inspirador de los
grupos católicos. Prácticamente será hasta el Concilio Vaticano n que se
tomará la actitud de la Iglesia frente al mundo de una condenación a un
diálogo con el mundo.
6. Motivo de toda una investigación sociológica, además de una serie de
documentos, lo constituye el boletín de esta organización “Acción
Femenina” que se publica desde 1933.
7. Jesús García “La iglesia en México desde la creación del c e l a m hasta
Puebla”, en: Puente Lutteroth, M., Alicia Hacia una historia mínima de la
Iglesia en México, j u s - c e h i l a , 1993.
8. Guillermo Zermeño ha desarrollado este tema en su artículo “La iglesia, el
cine y la cuestión moral”, Ponencia presentada en la n Conferencia
General de Historia de la Iglesia. Sao Paulo, Brasil, julio de 1995.
9. El libro de César Gilabert, El hábito de la utopía. Análisis del imaginario
sociopolítico en el movimiento estudiantil de México, 1968, Instituto
Mora-Miguel Angel Porrúa, 1993, presenta una interesante “plataforma de
observación” de cómo el cambio de un imaginario colectivo produce un
cambio en las prácticas y en la identificación de actores sociales.
10. Este punto lo desarrolla Gilberto Giménez en su artículo “La identidad
social o el retomo del sujeto en sociología” Mimeo, circulación interna.
1988, 30 p.
11. G. Giménez, op. c / í . , p. 12.
12. Recientemente se ha incrementado la preocupación de teólogos y pastoralistas por incluir fuerte y explícitamente en los proyectos de formación el
aspecto ético y ecológico asociado a una visión más global de la liberación
que incorpore la dimensión femenina no sólo como objeto y tema de refle­
xión sino como sujeto de producción. Entre otros textos:
Leonardo Boff, Ecología, mundialización, espiritualidad, Editorial Ática,
México, 1994.
Ivone Gebara, Teología a ritmo de mujer, Edit. Dabar, México, 1995.
Hans Küng, Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid, 1992.
Descargar