Monsiváis, Carlos-La mano temblorosa de una hechicera

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Carlos Monsiváis
La mano temblorosa de una hechicera
De Agustín. Reencuentro con lo sentimental, Antología, Editorial Domés,
México, 1980.
A José Luis Vivanco
(Desde su retiro habla la ex-vedette)
—Usted me ve ahora y no lo cree, pero yo fui una de esas partiquinas
o chicas del coro o vedettes como hoy dicen: Ya llovió, ya llovió.
Como usted no va a revelar mi nombre le puedo decir mi edad, porque
mi edad así solita sin un nombre que alguien reconozca, no importa:
¿cuántas mujeres viejas, hoy tan respetables, no hicieron de todo en su
juventud? Si le digo... Pero óigame, quiero advertirle que soy distraída
y de que empiezo a conversar no me detengo en ningún tema. Mis
amigas me dicen el millón-y-una-noches, según ellas ando de
anécdota en anécdota y siempre hablando de gentes que ni han visto
en su vida ni verán... Por eso, si ve que ya me desvarié, deténgame
cuando se le ocurra, de veras... Pues le decía que tengo 68 años y fui
vedette de los años veintes... ¡Ah, pero claro! Usted ya lo sabía, de
otro modo no me entrevista sobre mis recuerdos de Agustín Lara...
¿Recuerdos de Agustín Lara? ¡Pero si soy un archivo viviente de
aquella época! Aquí usted ve enmarcados programas y fotos, mire
estos libros y a ver si le compruebo que mi memoria es muy
agradecida.
Yo debuté en el teatro Politeama en el meritito año de 1929. Luego en
varios lados he leído que ese año fue muy importante para el país,
pero yo francamente sólo me acuerdo de la campaña de José
Vasconcelos. Ese sí era un hombre de a de veras. Una amiga mía
peinaba a su amante, una ricachona muy lanzada y romántica, amiga
de jotos y pintores, con su limusín y su chofer uniformado. Parece que
era una mujer sencilla a pesar de su riqueza, pero ya me estoy yendo
por otro lado ¿ve? Le decía que yo debuté en el Politeama en 1929. El
Politeama estaba en la antigua calle de San Miguel, hoy Izazaga, a
unos pasos de San Juan de Letrán. Uy, amigo, San Juan de Letrán
entonces no era una calle, era el centro de la vida capitalina, de la vida
que valía la pena, todo cabía o todo se reducía en unas cuantas
cuadras, allí empezaba y se acababa el mundo de lo prohibido, de
aquello que sólo tenía sitio en la sobremesa de los hombres solos. Era,
por ejemplo, el lugar para pasear sin dejar de ser decente (si a una le
gustaba eso) pero sin aburrirse con la decencia. San Juan era la calle
donde las cosas agarraban otro aire, otra densidad. Allí desfilaban
chafiretes y políticos, putas y señoras de sociedad, machos y
maricones... Yo creo que fue en San Juan de Letrán donde empezaron
a salir los jotos de sus agujeros para moverse con desenfado y
perseguir a quien se dejara. No se cansaban de buscar carne
fresquecita y yo misma vi muchas veces a señores famosos —políticos
y escritores— caminando sin prisa y mirando dizque con discreción a
todas partes como si devoraran el aire, recorrían diez y veinte veces
las mismas cuadras mirando y mirando y jugando con centenarios de
oro para darse a desear.
Le estaba hablando del Politeama. De veras que los que no fueron allí
se perdieron de mucho. Era un teatro grande para la época y a nosotros
se nos hacía muy elegante, con sus molduras y su vestíbulo amplio en
donde a las gentes como que les daba gusto encontrarse con
desconocidos: estudiantes, choferes, obreros, gente de clase media que
empezaba a distinguirse por su ropa muy arreglada y su aspecto de
alegría a disgusto o contrariedad divertida. Los precios estaban al
alcance de todos: uno cincuenta, dos pesos y ya después hasta tres
pesos. Los precios de galería no los recuerdo bien, pero sí me acuerdo
del teatro siempre a reventar. A mí me contrataron para debutar un
viernes, cómo se me va a olvidar, bailando el número jarocho que
después hizo tan famoso Toña la Negra, nuestra gran cantante. ¡Qué
mujer y qué voz! Limpiecita, fresca, voz como cascada, algo fabuloso.
Ahora todavía canta bien pero entonces era emocionante oírla.
Empezaba el uso de micrófonos y megáfonos y cuando el aparato de
sonido se descomponía Toña ni lo necesitaba. Era muy tímida en la
pasarela, le daba vergüenza pero se ponía a cantar y a todos se nos
olvidaba el miedo y la incomodidad con que depositaba el cuerpo en
el escenario. Su voz metálica sonaba como sin hacerle caso a nadie,
como no permitiendo que uno se apoyara en ella, en su voz o en su
canción, para pasarla bien pasándola mal. Usted me entiende, Toña
me daba esa impresión de independencia; otras cantantes lanzan la voz
para que la gente se inspire y sufra sintiendo que la canción misma la
consiente o la comprende a ella, la persona acongojada. Yo siempre
creí que Toña cantaba por gusto, que para ella las canciones no eran
mensajes sentimentales sino musicales y no se convertía en cómplice
de nadie ni recargadera del dolor o del abandono como sí pasó con
Elvira Ríos, María Luisa Landín o María Victoria, aunque mis
respetos también para esas señoras. Como sea, Toña le sirvió
muchísimo a Agustín, le promovió muchas canciones, ella y Pedro
Vargas fueron volviendo poco a poco a Lara en algo hogareño,
ultrafamiliar.
¡Qué curioso! La fama de Lara empezó con su música prohibida; el
ser terrible que tocaba piano en los burdeles hasta el derrumbe del
último cliente. A muchas señoritas les prohibían sus padres que
cantasen en sus recámaras las canciones de Lara, y con frecuencia los
sacerdotes se inspiraban en letras de Lara para ejemplificar "los malos
tiempos en que vivimos", en donde "los músicos cantan a las mujeres
de la mala vida". Y ya ve: con los años Lara fue haciéndose símbolo
de la tradición y hay veces que creo que vino a México en olor de
santidad, como fraile mendicante de la expedición de Hernán Cortés o
como pianista de la orquesta que recorría con Juárez el norte del país.
Quién quita y no fue Lara el primer mexicano que le dio mañanitas a
la Guadalupana, algo así de cercano a la mera mata desde donde
creció el país. Agustín Lara cantó y murió por la patria. ¡Presente!
Yo al Flaco de Oro lo conocí muy bien. Claro que no fui su íntima,
eso no se podía y yo siempre he sido muy tímida y él como que desde
el principio era la gran figura, el nombrezote. No fui su amiga del
corazón, pero no me cansaba de verlo y observarlo, todo delgado y
pálido y luego hasta bamboleante, siempre echando piropos y
obsequiando flores. ¡Qué bárbaro! nunca he visto a nadie tan
regalador de flores, que Toña le estrenaba canción, a llenarle su
camerino de rosas, que una de nosotras se iba de la compañía o recibía
invitación del Flaco a cenar, allí le llegaba el enorme ramo. Y nos
chuleaba el día entero, que reinas y hermosas y duquesas y princesas y
emperatrices, puro título de nobleza y todavía se daba tiempo para
besar la mano con delicadeza y arrodillarse ante nosotras en los
pasillos o en el foro del Politeama durante los ensayos y decirnos
"Muñeca, sé mi reina", o "Reina, sé mi muñeca" o lo que se le
ocurriera.
Mis hijos nunca me han creído lo que les cuento, pero es que Agustín
Lara era diferente a todos los hombres que he conocido. No sólo por
caballeroso y fino sino por legendario. El era su música y su genio al
improvisar esa poesía tan bonita. (¿Cómo le hacía para ser tan
poético? ¿Cómo le hacía para decir cosas tan estremecedoras sin
parecer darse cuenta?) Ya en los veintes, Lara era la fama misma,
máxime en aquel México tan chico, en donde la gente desayunaba
comentando lo que habían hecho la noche anterior el pintor Diego
Rivera o el escritor Salvador Novo o el músico Agustín Lara. Le digo
que mis hijos no me creen muchas cosas. Por ejemplo, a mí no me
constó pero a una amiga de la que luego le platico sí. Cuando Lara era
un desconocido, se hizo muy amigo de un político guanajuatense que,
enterado de que el Músico Poeta andaba siempre arrancado de dinero,
lo contrataba para tocarle el piano mientras él hacía el amor.
¡Imagénese la escena! Lara con su botella de coñac sobre el piano toca
y toca y al lado aquel tipo enorme, inacabable, jadea y jadea mientras
sonreía por lo poético y bonito de la situación. Lara tocaba y cantaba
sus composiciones y luego improvisaba interminables poemas sobre
los muslos de perdición y la belleza escultural de los senos, obra del
propio Fidias, y el tipo que no acababa nunca y hacía trampas con tal
de seguir oyendo a Lara, y mi pobre amiga que de eso vivía, de
acompañar a políticos, sufriendo bajo ese peso intolerable y
consolándose del ahogo de la montaña de carne con los estrenos
mundiales de las canciones de Lara.
Por eso le digo, cuando conocí a Lara ya era Agustín casi sin apellido.
Desde luego, la capital era pequeña y ser famoso no es como ahora,
tenía más chiste y menos chiste, era como alguien de la familia a
quien los demás de tanto admirarlo lo sentían muy distinto. Todos
sabíamos quiénes ya eran y quiénes iban a ser conocidos. Aunque a
nosotras no nos interesaba la política, incluso de eso nos enterábamos
porque a los políticos les encantaba el desfiguro, eran los primeros en
aprenderse las nuevas canciones, en felicitar a los compositores, y en
pretender a tiples y vicetiples. Pues si el mismísimo general Francisco
Serrano, cuando fue ministro de Estado despachaba y resolvía asuntos
importantes en el camerino de la gran vedette Celia Montalván. Caray,
los políticos sí que nos chocaban con sus pláticas incomprensibles o
"con su manía de andar armados viendo moros con tranchete. A Lara
los políticos pronto lo quisieron mucho. Al Maestro lo que pidiera.
Maestro, ¿gusta otro trago?
¿Le puedo decir la verdad? Yo desde luego nunca fui prostituta pero
no me voy a hacer con usted la gran dama ni le presumiré de mi
abolengo y mi vida intachable en el vértigo de la Revolución. Como
tampoco me da por exhibir mi "vida licenciosa", prefiero, al hablar de
mi pasado un tercer camino: cuento anécdotas un tanto picantes y si
me preguntan qué hacía yo, entonces nomás sonrío. Pero lo cierto es
que en aquella época no teníamos un centavo, vivíamos al día,
habíamos llegado (mi mamá, mis hermanas y yo) de Salvatierra y con
lo que ganábamos entre todas mal comíamos y nos mal vestíamos.
Como nos gustaba tener amigas, no nos poníamos a discriminar ni a
mirar por encima del hombro, ni nos quedaba. En el cuarto de junto,
en la vecindad de Netzahualcóyotl donde nos alojábamos, vivían dos
prostitutas que se hicieron muy amigas nuestras, unas muchachas
como de película mexicana pero a lo mejor todo lo del pasado lo
vemos ahora como de película mexicana. No vaya usted a creer que le
hablo de esto porque no va a salir mi nombre, en serio que no, fueron
mis grandes amigas, se portaron de maravilla conmigo y las recuerdo
con mucho cariño. Todavía hace poco me preguntaba qué habría sido
de ellas. Cuando me casé abandonamos la vecindad, siempre me
propuse volver a buscarlas pero hasta la fecha...
Como le digo, estas muchachas, Guadalupe y Patricia, eran mis
cuatitas y nos contaban bastante de lo que ocurría en su centro de
trabajo. (Mamá nunca supo bien a bien que era lo qué hacían. Siempre
las creyó taquígrafas parlamentarias, señoritas decentes vestidas muy
estrafalariamente. Es que es mejor no dar crédito a lo que se ve para
vivir tranquilo). Y ellas fueron las primeras en hablarme de Agustín
Lara. "El Flaco, decían, ayer llegó el Flaco y nos regaló una caja de
chocolates a todas sin excepción". Pero no lo veían como a un Rey
Mago o cosa por el estilo, simplemente les caía bien y las ponía a
llorar embelesadas con sus canciones. (Guadalupe era la heroína que
soportaba encima a esa masa política). Ellas repetían (a su modo) lo
que todos sabían en los burdeles de México: que a los 14 años Lara
había entrado de pianista a una casa de citas y que allí había conocido
por vez primera la inspiración y el amor y que una amiga suya, en un
rapto de celos o despecho o quién sabe qué, le había provocado la
cicatriz en la mejilla. "¡Pobre Agustín, siempre decían Lupe y Patricia,
quién le manda meterse con ésa!" Y si yo les preguntaba quién era
"esa" me respondían de modo enigmático. El caso es que Lara era
muy conocido en los prostíbulos donde las canciones más repetidas
eran Imposible, Rosa, Mujer, Farolito. "Ayer cantamos Imposible toda
la noche" era frase muy frecuente de mis amigas que la acompañaban
con tarareo: "y que cambias tus besos por dinero, envenenando así mi
corazón". ¡Cómo son las cosas de la vida! Sin las camaradas pirujas,
como dice mi marido que es muy ocurrente, Lara no se hubiese vuelto
tan rápida y sólidamente parte de todas las familias de México. ¿No se
le hace que Lara es muy nuestro, tan de la casa como la virginidad de
las hijas antes del matrimonio? Por más que nos cuenten de sus
costumbres licenciosas, la gente lo quiere igual que a San Martín de
Porres o al beato Sebastián Aparicio. Fíjese, en mis tiempos cantar
Noche de ronda era celebrar el vicio y la disipación, las desveladas
mortales y el pecado a quien el alba sorprende despierto. Hoy cantar
Noche de ronda es recordar al México que se fue y, casi, lamentar la
pérdida de los grandes valores morales y la falta de respeto a nuestras
tradiciones. ¿Qué increíble, no? Mi esposo dice que Noche de ronda
ya le parece un himno de primera comunión: "... que las rondas no son
buenas, que hacen daño, que dan penas". Por eso no le hace que nos
revelen que el maestro Lara bebía ajenjo hasta el amanecer o le
entraba a la mariguana y cosas peores. Yo por si las dudas nunca lo
creí. ¿Para qué? Lara es ahora como Juan de Dios Peza, es otro Cantor
del Hogar.
En el Politeama nos tocó ver y oír el estreno de muchas canciones. No
me acuerdo de cuáles porque en el recuerdo se me arrejuntan y
confunden. Para mí es como si Lara las hubiese estrenado todas la
misma eterna maravillosa genial noche. La que tengo bien presente es
Talismán porque me tocó bailarla. Fue el día que hubo un motín en el
centro, ya no me acuerdo por qué cosas, seguramente los jóvenes
partidarios de Vasconcelos que andaban muy inquietos porque el
Maestro estaba fuera de la ciudad, en plena campaña, y el día anterior
habían asesinado en el jardín de San Fernando a un líder estudiantil,
Germán de Campo. De eso me acuerdo muy bien porque veía a
Germán todos los días cerca de mi casa, seriecito siempre, de traje
como se usaba entonces, hablando solo a veces, como declamando o
arengando. ¡Pobre! No fui a su entierro porque andaba muy desvelada
y porque tampoco lo conocía tanto como para ir a su entierro, no me
gusta hacerme pasar como íntima de los muertos... el caso, para volver
al Flaco de Oro, es que esa noche estrenábamos Talismán y habíamos
ensayado toda la semana. Agustín salió, tocó al piano Rosa y Farolito
y luego dijo al público:
—Queridos amigos, esta noche mi inspiración quiere vestirse de gala
porque desea ofrecerles una canción desgranada, vuelta ámbar y
solferino y corazón. Si les gusta ni siquiera aplaudan. Su silencio
cuajado del rocío del entendimiento será para mí el regalo más
hermoso.
No sé si dijo eso pero yo creí oírlo así porque me impresioné
muchísimo y al cabo de los años, de tanto repetirlas me he
memorizado estas frases. Lara se sentó al piano, salimos nosotras
bailando y termina la canción y el público entusiasmado aplaude y
aplaude. Lo obligaron a repetir Talismán tres veces. Lara, al final sólo
dijo:
—Queridos amigos, hoy ustedes no quisieron regalarme "la perla de
su silencio, pero han desgranado con su cariño mi corazón.
Yo ese día andaba muy excitada, imagínese. Todavía no me explico
cómo seguía yendo la gente al Politeama pese a los disturbios y los
gritos de "¡Muera Calles! ¡Muera la Plutarca! ¡Muera el
imposicionismo! ¡Viva Vasconcelos!"... Pero iban y seguían yendo y
más de una noche distinguí al líder de los estudiantes, Alejandro
Gómez Arias, que era rebueno para hablar, sentado en primera fila,
riéndose quedito como para no informarse a sí mismo de lo divertido
que estaba. Es que el Politeama era como la catedral de la diversión, a
donde podían ir los fieles de cualquier tendencia. El señor Luis N.
Morones, el dirigente obrero, iba con frecuencia, era fanático de Lara.
Al que nunca vi fue al licenciado Lombardo Toledano. Me imagino
que éramos muy poca cosa para él.
Usted no se puede imaginar lo que era Lara entonces. No por el
prestigio o el reconocimiento, sino porque la gente nomás esperaba
sus canciones para aprendérselas. No le miento: a los tres días de
estrenarlas, uno escuchaba la nueva canción de Lara por todas partes.
Me acuerdo cuando estrenó Concha nácar. A los dos días, todos en la
vecindad la cantaban. Le llevaron "gallo" a una vecina con Rosa,
Mujer y Concha nácar. Prendimos la luz y le pedimos al tipo que la
repitiera. ¿Por qué no? No le estoy hablando de ninguna nostalgia, le
estoy diciendo que Lara nos hacía sentir que el momento que
vivíamos era el más increíble, el mejor de todos. Le voy a decir algo
que le sonará bien extraño, le juro que yo a veces me esperaba a la
próxima canción de Lara para renovar mis sensaciones. ¡Cómo me
daban envidia los veracruzanos cuando apareció Noche criolla! (Yo
soy de Michoacán). Me voy a explicar: no es que Lara me informase
de mis verdaderos sentimientos sino que me hacía ver que la
recompensa de enamorarse era la poesía. Ahora he oído que repiten
mucho, con un tono que me suena a burla eso de "El hastío es pavo
real que se aburre de luz en la tarde" o lo de "Es tu pie menudito como
un alfiletero". No sé por qué el tonito irónico pero la verdad es que en
el Politeama la gente se maravillaba de las frases y algunos hasta las
anotaban. Casi todos los asistentes nos sabíamos de memoria algunos
versos de Díaz Mirón, de Plaza, de Acuña, de Amado Nervo. Y no
creíamos que Lara fuese inferior. Era distinto y era melódico.
Ahora déjeme que le platique de una ocasión increíble. Fue el
domingo en que Lara estrenó Pervertida y había en el teatro como
cinco filas de pirujas avisadas del acontecimiento y que habían
logrado hacerse un campito para asistir.
A ti, mujer ingrata,
pervertida mujer a quien yo adoro...
No recuerdo algo igual. Todas las pirujitas se pusieron de pie para
aplaudir y se abrazaban y sonreían y miraban orgullosas al público. Le
exigieron a Lara que repitiera la canción. Terminó y se salieron todas
juntas de nuevo a la calle...
Eso era lo bonito del Politeama. Yo creo que por eso es la parte de mi
vida de la que me acuerdo con más gusto. Vivíamos lo que llaman hoy
el maximato pero nosotras —entretanta lentejuela y chaquira— entre
plumas y exclamaciones hastiadas o encolerizadas del coreógrafo sólo
nos enterábamos de la carestía de la vida, de las dificultades de andar
por la noche, de las nuevas canciones de Lara, de uno que otro
atentado contra el Presidente que comentábamos sin cesar el día
entero y olvidábamos por completo a la mañana siguiente. Por eso, del
famoso maximato yo retengo sobre todas las cosas una impresión, la
vez en que Lara nos llamó la víspera de un día de fiesta y nos dijo;
"Muchachas, hoy ya no se desvelen, las espero mañana lo más
temprano que puedan para una excursión”... Llegamos todas muy
puntuales y allí estaba Lara conversando con un fotógrafo junto a un
camión de pasajeros que le había prestado su amigo el político
guanajuatense. Con la mirada, el Flaco nos pidió silencio y nos
explicó el propósito del viaje: —Muchachas, hoy las he convocado
para que miremos de frente el rostro de la Historia. Yo de política no
sé nada y moriré ignorándolo todo cuando el Creador me llame a que
le interprete mis canciones personalmente. Pero de lo que sí, mis
musas del alma, es de los efluvios y de las irradiaciones y por eso las
invito hoy a una excursión.
Salimos rumbo al Paseo de la Reforma. Al rato, nos detuvimos frente
a una residencia muy apantallante (que a mí me pareció muy
apantallante) en Anzures. Había muchos autos y dos grupos como de
agentes policiales a la entrada. Lara se bajó y se fue hacia los
guardianes. Varios de ellos lo reconocieron y lo saludaron con grandes
abrazos. Lara les hablaba con vehemencia, gesticulando como solía
hacerlo, señalando a su corazón como centro de sus razones y
querellas. Los otros se reían, lo festejaban, lo palmeaban y lo
acompañaron hasta el camión en triunfo. Agustín nos arengó:
—Musas, estos amables y gentiles caballeros han accedido a mi
petición. Desciendan por favor.
Fuimos hacia la casa, nos arreglamos en poses de grupo (con Lara en
el centro) y el fotógrafo se dio vuelo. Los agentes pidieron
incorporarse al grupo y nos abrazaron. Al terminar, Agustín explicó
todo:
—Hijas mías. Esta es la casa de don Plutarco Elias Calles, el hombre
más poderoso de México. Gracias a las virtudes hospitalarias de estos
grandes amigos somos ya, cada uno de nosotros, propietarios de una
foto histórica.
Nunca lo fuimos. El fotógrafo jamás volvió o algo pasó, a lo mejor era
muy inepto. ¿Va usted a creer que hasta la fecha aún me da rabia no
tener esa foto? No por la casa de Anzures sino por todo: los agentes
manoseándonos a la primera oportunidad, nuestra alegría... y Agustín
Lara, con su traje de terciopelo y su boquilla a las doce de la mañana.
"Eres vibración de sonatina pasional". Me moría recordando los
rostros de las señoras y los jóvenes que iban al Politeama. ¿Sabe qué
impresión me da? Como que antes las mujeres para sentirse bien,
necesitaban de la poesía amorosa pero esa venía en libros y siempre es
muy latoso andarlos buscando. En cambio, con Lara, apoyado nada
menos que por la XEW, la estación de radio más poderosa, cualquier
mujer se podía sentir a la menor provocación con "veneno que fascina
en la mirada". Yo creo que el maestro nunca lo hubiese admitido, pero
era bien adulón con todas las mujeres, ocasiones le juro que hasta
empalagaba, comparándonos todo el santo día con magnolias, dalias,
claveles, rosas, jazmines. Una compañera un día le dijo: "¡Ay,
Agustín! Ya compáranos con mujeres, no que aquí parece el Jardín
Botánico". El maestro se rió mucho y durante unos días anduvo
diciéndonos Circe, Venus, Terpsícore y otros nombres que hasta
después fui entendiendo.
Había una leyenda en el Politeama según la cual una mujer iba casi a
diario a sentarse en la tercera fila llena de remordimiento: ella era la
causante de la cicatriz del Flaco. A nosotras se nos volvió una manía
observarla creyendo verle siempre los ojos húmedos. Un día nos
armamos de valor y le preguntamos al Músico Poeta que estaba en
uno de esos arranques típicos, con las manos inertes sobre el teclado y
contemplando al infinito.
—Agustín, dínos la verdad.
—¿La verdad de qué, mis musas?
—Esa señora de negro o de azul marino que viene todas las noches,
¿es la que te hizo el daño?
Agustín no respondió nada, se quedó muy quieto y de pronto empezó
a improvisar en el piano. Permanecimos fascinadas oyéndolo un buen
rato. Al concluir, sólo nos dijo:
—No, no me hizo ningún daño. ¿Cómo te va a dañar quien te arranca
esa estorbosa víscera que es el corazón?
Y se puso a cantar Mujer, pero como él nomás sabía hacerlo,
acariciando las frases, haciendo que su mala voz se transparentara al
unirse con el mensaje de las canciones.
Puros recuerdos. Cuando la vida se nos va volviendo puros recuerdos,
alguien debe venir a recordarnos que hay que seguir viviendo. Ya me
estoy volviendo filosófica incluso, ¿no? Ahorita me viene a la
memoria el día en que fue al Politeama el pintor David Alfaro
Siqueiros. (Yo lo conocía por las fotos). Se sentó en primera fila y se
puso a ver el espectáculo como juzgándolo militarmente. Salió
Agustín y lo vio y lo saludó. Siqueiros le gritó;
—¡Dedícale algo al pueblo de México a través de mí, Agustín!
El maestro no se hizo del rogar y muy serio dijo:
—Le dedico esta canción, Farolito, al pueblo de México, en la figura
de su mejor representante David Alfaro Siqueiros. Toma esta canción,
David, apriétala junto a tu pecho y luego repártela entre los pobres.
David se puso de pie y le agradeció el aplauso a los espectadores. Esta
es la verdad de la historia, porque cuando murió el Flaco,
entrevistaron a Siqueiros en la tele y se aventó la ocurrencia de decir
que Lara le había compuesto Farolito como homenaje a su pintura.
Nada de eso. Farolito ya era un éxito y Agustín lo único que hizo fue
darle gusto a un amigo. Así era siempre. Gastaba todo lo que tenía y
se endeudaba y compraba joyas y se las regalaba a la primera musa
que se cruzaba en su camino y al día siguiente a forcejear con el
empresario pidiendo otro adelanto. "Los románticos no debían tener
deudas, Agustín", era la respuesta a regañadientes. De todo esto jamás
me olvidaré. ¿Qué quiere que le diga? Agustín Lara fue un personaje
en mi vida, es la música de una época y la emoción de saber que algo
después celebrado por todos le estaba sucediendo a una
personalmente. No me va usted a creer pero cuando me siento muy
contenta pongo algún disco de Lara para desatarme sentimentalmente
y llorar y estar todavía más contenta. Ya sé que los jóvenes dicen que
era un cursi y un trasnochado (eso cuando se acuerdan de él). ¿Pero
quién les dice a ellos que ser cursi es un delito? Ya los veré en la
añoranza y entonces hablamos.
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