LA PARTICIPACIÓN: EL MARCO LEGAL (I)

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ABC
FUNDADO EN 1906 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
P
ARECE que esta vez va de
v e r a s . Al fin
vamos a tener los españoles, todos, nuevos y específicos cauces de participación política. El anuncio de
que el Gobierno ya a remitir a las Cortes,
tras las sugerencias del Consejo Nacional,
un nuevo proyecto de ley sobre el tema
ha despertado una innegable curiosidad.
Curiosidad que yo calificaría de doble signo o sentido. Porque los hay que, ya desde ahora, no creen —aun sin conocerlo—
en la virtualidad y suficiencia de ese proyecto de ley. Y no faltan los que, casi aterrados, adivinan tras su anuncio los más
graves males del «pluripartidismo nefando».
Sin embargo, y a mi modesto entender,
las lineas maestras de la nueva legalidad
no se inclinarán ni a uno ni a otro lado.
No soy adivino, no conozco siquiera las
conclusiones de la Comisión de Trabajo
del Consejo Nacional. Pero sí creo conocer lo suficiente la legislación española
actual sobre la materia como para permitirme, con el permiso de ustedes, trazar
el marco constitucional en el que posiblemente se inscribirá el inminente y necesario aperturismo político.
Para entender lo que serán las futuras
asociaciones políticas hay que partir de la
Ley Orgánica del Estado. Es nuestra primera norma constitucional y el respeto
a sus mandatos en la teoría y en la práctica es obligado.
Pues bien, la Ley Orgánica del Estado
—que, dicho sea entre paréntesis, obliga a
toaos, a gobernantes y a gobernados—
establece ya desde su artículo segundo,
como uno de los fines fundamentales del
Estado, el amparo de los derechos de la
persona.
Se podrá preguntar, pero ¿es que, por
ventura, es un derecho de la persona el de
asociarse políticamente para fines lícitos?
Quiero de intento prescindir de citas doctrínales. En el presente artículo no me guía
otro afán que demostrar, con la Ley en la
mano, la necesidad —y urgencia a tenor
de la disposición transitoria quinta de la
Ley Orgánica— de articular las asociaciones políticas.
La propia Ley, en su artículo 4.º, nos
dice que el Movimiento Nacional promueve la vida política en régimen de ordenada
concurrencia de criterios. Y el artículo 21
señala como fines del Consejo Nacional el
encauzar dentro de los Principios del Movimiento el contraste de pareceres sobre
la acción política. Y el 23 le atribuye al
propio Consejo Nacional el promover la
acomodación de las leyes y disposiciones
generales a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino. Pues bien, entre los
Principios del Movimiento Nacional está
el VIII, a cuyo tenor "el carácter representativo del orden político es principio
básico de nuestras instituciones públicas.
La participación del pueblo en las tareas
legislativas y en las demás funciones de
interés general se llevará a cabo a través
de la familia, el municipio, el sindicato y
demás entidades con representación orgánica que a este fin reconozcan las leyes".
¿Cuáles son esas ultimas entidades, con
representación orgánica, a través de las
Nacional q u e establece :
«Artículo 15. Podrán constituirse asociaciones en el Movimiento, con el fin de
contribuir a la formulación de la opinión
sobre la base común de los Principios del
Movimiento, en servicio de la unidad nacional y del bien común, para la concurrencia de criterios, de conformidad con
el artículo 4.º de la ley Orgánica del Estado y el artículo 2.º de la ley Orgánica
del Movimiento y su Consejo Nacional.
Estas asociaciones contribuirán a promover el legítimo contraste de pareceres, con
plena garantía de la libertad de la persona,
en orden a la posibilidad de un análisis
crítico de las soluciones concretas del
Gobierno y la formulación ordenada de
medidas y programas que se orienten al
servicio de la comunidad nacional.»
Los textos legales están, pues, muy
claros. El Derecho constitucional español no sólo no prohibe sino que exige
el reconocimiento para todos del derecho
a asociarse libremente para fines lícitos.
Fines que pueden y deben de ser políticos,
pues la cosa pública afecta a todos los
españoles por igual. Y como en política
no existe una verdad absoluta y ante la
multiplicidad de problemas caben soluciones diversas, el Derecho español autoriza
y aun fomenta la formación de grupos
de opinión para soluciones concretas y
críticas distintas o no a las ofrecidas por
el Gobierno.
En otras palabras, esto equivale a consagrar constitucionalmente un cierto sistema de oposición. El único límite que
no se puede traspasar —ni aquí ni en ningún otro país civilizado del mundo-— es el
Hmite que marca la propia Constitución,
el respeto a las Leyes Fundamentales. Por
lo demás, la asociación de españoles con
fines políticos no puede tener cotos cerrados. Él problema está en cómo llevarla a
la práctica, cómo controlar la labor para
evitar un doble peligro que ya desde ahora dejamos señalado; de una parte el oficialismo, el favorecer y mantener sólo a
aquellas asociaciones que se sepa de antemano van a ser gratas a un determinado
equipo gubernamental; de otra parte evitar que, al socaire del asociacionismo político, se introduzcan larvados elementos
que minen los valores supremos que debe
guardar todo Estado y que son sus propios Principios Fundamentales.
Es en esta articulación concreta del régimen asociativo donde, a mi juicio, deberán plantearse los más difíciles problemas a resolver en su día por las Cortes,
órgano supremo de participación política
del pueblo español.
Pero lo evidente, lo claro, es que los
Principios que se proclamaron ya en 1942,
se reiteraron en 1965 y se remacharon con
la Ley Orgánica y disposiciones complementarias deben de tener por fin el desarrollo adecuado.
Tal ea, pues, el marco legal en el que
han de desenvolverse los futuros cauces
de participación. A señalar alguna de sus
características deseables dedicaremos un
próximo artículo.
LA PARTICIPACIÓN:
EL M A R C O L E G A L ( I )
cuales el pueblo participa en la cosa pública? ¿No serán precisamente las asociaciones políticas? A mi juicio, sin duda
alguna. Porque si es verdad que el español es miembro de una familia, pertenece
a un municipio y se integra laboralmente
en un sindicato, no es menos cierto que
antes que nada es una persona humana,
un español, y como tal con derecho a participar y no «uti singuli», sino asociadamente, en la gestión de los negocios públicos. Lo cual es así ya desde el 17 de
julio de 1945, cuando se promulgara el
Fuero de los Españoles, donde podía leerse en su artículo 16 que éstos, los españoles, «podrán asociarse libremente para
fines lícitos y de acuerdo con lo establecido por las leyes».
Más aún. El preámbulo de la Ley de
Cortes de 17 de julio de 1942, venía ya a
sentar la misma doctrina. Y así decía: «El
contraste de pareceres —dentro de la unidad del régimen—, la audiencia de aspiraciones, la critica fundamentada y solvente
y la intervención de la técnica legislativa
deben contribuir a la vitalidad, justicia y
perfeccionamiento del Derecho positivo
y de la nueva Economía del pueblo español.»
Y no todo termina ahí. La propia Ley
Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional, de 28 de junio de 1967, no
tiene desperdicio al respecto. Veámoslo:
«Son fines del Consejo Nacional: el Encauzar, dentro de los principios del Movimiento, el contraste de pareceres sobre
la acción política.
Artículo II. Para la más perfecta consecución de los fines y ejercicios de las
atribuciones señalados al Consejo Nacional por los artículos precedentes, las
normas reglamentarias que ordenen su
funcionamiento garantizarán el legítimo
contraste de pareceres, la posibilidad del
análisis crítico de soluciones concretas de
gobierno y la formulación de medidas y
programas. La pluralidad de opiniones
sobre la acción política tendrá el debido
acceso a la representación colegiada del
Movimiento.»
Y, por último, el trascendental artículo
15 del Estatuto Orgánico del Movimiento
José María RUIZ GALLARDON
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