EL CASO DEL ESLABON PERDIDO

Anuncio
MEMORIAS DEL DR. WATSON
EL CASO DEL ESLABON
PERDIDO
Por
John H. Watson, M.D.
antes médico del Ejército de la India
1
No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.
No es un error pensar que nace en el momento
en que lo ve aquel otro que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.
Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también otro arte, el olvido.
Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.
No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.
Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno.
Resuelve naderías y repite epigramas.
Nos llega de un Londres de gas y de neblina.
Un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, de un Londres de misterio
2
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.
No nos maravillemos. Después de la agonía,
el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.
Que mueren hasta un día final en que el olvido,
que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance, juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.
Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la Luna.
J. L. BORGES (Sherlock Holmes)
3
Nota de los Albaceas Testamentarios
del Dr. Watson
Como ha venido sucediendo en anteriores ocasiones, damos a
conocer aquéllas partes de las memorias del Dr. Watson que nos
autorizó a divulgar cuando hubiera transcurrido un tiempo
determinado después de producido el suceso que allí narran.
Al lector que desconozca las condiciones testamentarias que el Dr.
J.H. Watson nos impuso, le comunicaremos que sus Memorias se
hallan en un caja de documentos custodiada en el banco Cox & Co,
antes en Charing Cross y hoy trasladado a Holborn, con
instrucciones detalladas de cuándo y cómo pueden darse a conocer al
público. El asunto que nos ocupa debía ser publicado cincuenta años
después de la muerte de su principal protagonista, con un doble
objeto. El primero era preservar una reputación que podría haberse
dañado irremediablemente. Tanto Mr. Holmes cono el Dr. Watson
concluyeron que toda una vida de trabajo y un prestigio obtenido
con honrado esfuerzo, no debía perderse por un sólo acto reprobable
como el que dio lugar a la investigación que se relata. El segundo
objeto era dar a conocer los verdaderos hechos de un suceso que,
acaecido a principios de siglo, tardó casi cuarenta años en ser
desvelado al público produciendo una conmoción considerable.
Como no se ha dado a conocer aún al autor de los hechos, hemos
considerado interesante publicar el relato que el Dr. Watson escribió
en 1916, poco después de que el caso fuera considerado por Mr.
Holmes como concluido.
4
EL CASO DEL ESLABON PERDIDO
Los hechos que a continuación voy a referir datan de la época en que
mi amigo Sherlock Holmes se hallaba ya retirado y dedicado a la
apicultura en una granja cercana a Eastbourne, en las Tierras Bajas.
Es cierto que ese retiro nunca había sido completo, como el lector
recordará por el caso del anillo de los filósofos, la pierna falsa del
revisor del tren de Ashford, o el de los enanos de Jonás. En este
último caso contamos con la inestimable colaboración de Mr. Mycroft
Holmes, hermano de Sherlock, y de sus amigos del club Diógenes,
aunque la aventura resultó frustrada porque Su Majestad la Reina se
negó a proseguir con el proyecto de sumergibles que los servicios
secretos alemanes habían querido espiar; y fue una lástima, puesto
que se hubieran ahorrado muchas vidas, como en los años que
siguieron tuvimos el dolor de comprobar.
Aunque nuestro contacto era menos frecuente que cuando Holmes
vivía en el 221B de Baker Street, la relación con mi amigo Sherlock no
se enfrió, principalmente porque él se obstinaba en hacerme partícipe
de sus aventuras. Estas eran ahora menos frecuentes debido al retiro
un poco forzado al que le habían obligado por igual los ataques de
reuma y su adicción a la cocaína, al margen del natural declinar de
las facultades físicas que trae consigo la edad. Holmes, sin embargo,
aunque ya había cumplido cincuenta y cinco años, gozaba de una
agudeza de los sentidos poco común, y de una fortaleza física que
querrían para sí muchos hombres de menos años. En la actualidad
prácticamente no se ocupaba de casos en los que se requiriera su
presencia en el lugar de los hechos, por lo que me sorprendió que se
presentara en mi casa poco antes de la cena. Yo había tenido una
jornada particularmente difícil, y la bala que me traje de la campaña
en Afganistán, incrustada en mi brazo izquierdo, me había estado
molestando todo el santo día. A pesar de ello, la sorpresa de ver a mi
amigo y las perspectivas de una nueva aventura -Holmes no hacía
jamás visitas de cortesía- me hicieron pronto olvidar el dolor y le
recibí con entusiasmo:
- ¡Querido Holmes, qué sorpresa! ¡Si me hubiera avisado de su
llegada habría hecho preparar la habitación de huéspedes!
5
- ¡Buenas noches, Watson! Discúlpeme que no le haya escrito, pero no tenía
intención de quedarme en Londres. No será necesario que prepare nada porque
me estoy alojando estos días en nuestras antiguas habitaciones de Baker Street. Ya
sabe usted que había continuado pagando el alquiler cuando me retiré, pues
entonces mis visitas a Londres eran aún frecuentes, pero desde la muerte de la
señora Hudson los nuevos dueños desaprobaban mis prácticas de tiro en el salón.
Como el asunto de la casa Real Noruega me ha dejado fondos suficientes, las he
comprado y pago también a un ama de llaves para que las mantenga en orden. La
verdad es que me resultaría enormemente incómodo alojarme en un hotel cada vez
que mis obligaciones me traen aquí. Por cierto, Watson, yo de usted no me daría a
la bebida para mitigar el dolor que le produce su herida en el brazo, o de lo
contrario la señora Watson continuará tratándole con el mismo mal humor que
estos últimos días. Piense que sus finanzas no van tan bien como solían, y cuando
se pierden cantidades importantes en la Bolsa hay que mantener la cabeza
despierta, al menos si se quieren recuperar los objetos queridos que reposan en las
estanterías de la casa de empeños.
- ¡Holmes!, ¡cómo diablos...?
Pero usted ya no me sorprende -dije yo,
sorprendido-; aunque por más que pasan los años desde que le conozco, nunca
alcanzo a comprender cómo llega a adivinar los elementos más invisibles de la
vida de las personas de un simple vistazo.
- Siempre le he dicho, querido Watson, que el día en que se decida usted a
observar y no sólo a dejar que su retina se impresione por los colores y las formas,
obtendrá mucha más información de la que se puede comunicar con las palabras.
Usted rara vez bebe, por lo que la botella de brandy en esta mesilla redonda, tan a
mano, y a medio vaciar, no indica sino un cambio súbito en sus hábitos; cambio
notorio, por otra parte, puesto que es más fácil descubrir las huellas de la bebida
reciente en el sobrio que en el borrachín. Viste usted de modo descuidado, lo que
ninguna esposa de alguien que tenga una profesión pública toleraría, a menos que
estuviera molesta con su marido. Hasta donde yo sé su fidelidad ha sido siempre
proverbial, luego debe ser su súbita afición a la bebida lo que ha perturbado el
humor de la señora Watson; y siendo usted un auténtico puritano en cuanto a la
administración de las drogas se refiere, imagino que sólo ha podido excederse
pensando en un alivio médico a un dolor persistente. Cuando me recibió observé
que llevaba el brazo izquierdo contraído, signo inequívoco, después de largos años
de convivencia, de fuertes dolores producidos por su herida y por un cambio de
tiempo que a mí también me afecta.
- Esto parece bastante lógico -dije yo-, creo que hasta trivial, pero ¿cómo
averiguó que paso por dificultades económicas?
6
- ¿Y qué otro sentido tienen las manchas producidas en el tapizado de las
paredes, sino que recientemente han desaparecido de ellas cuadros de valor que
antes las adornaban? ¿Cómo explicar las manchas de diferente color del barnizado
de este suelo si no es por el cambio de alfombras, bien distintas hoy a las que usted
trajo de Afganistán cuando residió allí con el ejército?
- ¡Tan aparentemente sencillo, y tan oscuro antes de que empezara usted a
razonar! Parece decepcionante no haberse dado cuenta antes. Es cierto que desde
que dejé de publicar rutinariamente nuestras aventuras mis finanzas se han
resentido, pero no acierto a comprender cómo averiguó que he perdido dinero en
esta reciente crisis de la bolsa.
- Pídale usted a un ilusionista que le descubra sus trucos y dejará de
admirarle. A veces me pregunto si hago bien en contarle los pasos de mis
razonamientos; estoy seguro de que sus lectores se sienten igual de decepcionados
que usted. Esta parte es la más sencilla: leí en la prensa que hay una crisis en la
bolsa, y un minúsculo terrón de barro rojizo de sus zapatos delata que pisó usted la
tierra que sólo se encuentra de este color en el Londres de la City, y justamente en
el edificio de la Bolsa están haciendo obras de ampliación. Le recuerdo que soy
autor de una conocida monografía sobre las características del barro de Londres y
sus alrededores, lo que me ha permitido obtener ciertos éxitos que usted ha tenido
la ocurrencia de embellecer para sus lectores. La verdad es que sorprende que me
lleguen a través de ellos casos como el que me ha conducido a Londres ¡Pero en
fin, algo positivo tenía que traer el andar divulgando nuestras andanzas! Al menos
me dan material para que ocupe la mente y la distraiga del estudio de los
escolásticos, cuya lógica estricta he descubierto que practicaba antes de conocerlos.
Algunas de las características menos atractivas de Holmes eran su egoísmo y su
sentimiento claro de superioridad, por lo que decidí no discutir con él y entrar
directamente en el tema que era el objeto de su visita.
- ¡Quédese a cenar, Holmes, y cuénteme qué le ha traído a estas horas aquí!
- Se lo agradezco Watson, pero vengo a por usted. El caso que me ocupa me
obliga a permanecer en Londres y sus servicios me serían inestimables. Le
propongo que me acompañe a las habitaciones que un día compartimos, y se
dedique por entero a la investigación que me han encargado. No creo que esto nos
ocupe más de una semana, y puedo prometerle cincuenta guineas como parte de
los honorarios que he de cobrar al resolver el caso, lo que en su situación no han de
venirle mal.
- Pero Holmes, yo soy un médico en activo. Además mi esposa...
7
- Puede encontrar un sustituto con facilidad, Londres está lleno de jóvenes
médicos que aspiran a atender a sus primeros pacientes. Y en cuanto a la señora
Watson, en cuanto le prometa que le mantendré alejado del alcohol, no me cabe
duda de que asentirá encantada.
No se equivocaba Holmes, y al día siguiente ya me había trasladado, con escaso
equipaje, a las habitaciones que compartimos hacía más de veinte años. El ama de
llaves, una mujer mayor de aspecto apacible, nos preparó un espléndido desayuno,
y Holmes recolectó los restos del tabaco de las pipas del día anterior, puestas a
secar en la repisa de la chimenea, preparando con ello la primera pipa del día
según era su costumbre.
- El caso que me mueve de mi retiro lo he aceptado por su originalidad.
Usted sabe que a lo largo de estos años hemos perseguido a ladrones de joyas,
dinero, obras de arte e incluso de documentos comprometedores, pero esta es la
primera vez que nos toca perseguir a un ladrón de calaveras.
- ¿De calaveras? -inquirí perplejo-.
- Sí, y no muy recientes, según parece. ¿Ha oído usted hablar del caso del
Hombre de Piltdown?
Sólo Holmes haría una pregunta de esta especie a un hombre de ciencia. Como el
lector recordará, aunque no sea versado en antropología, la aparición de los restos
del hombre de Piltdown en 1910, y los posteriores descubrimientos en la misma
cantera en que fueron encontrados esos restos, habían producido una auténtica
conmoción en ambientes académicos. Cuando el 18 de Diciembre de 1912 fue
oficialmente comunicado a la prensa el hallazgo del eslabón perdido, las disputas
entre círculos religiosos y evolucionistas se exacerbaron, y es raro que cualquier el
hombre de la calle no estuviera al tanto de una polémica que parecía decantarse
hacia el lado de los escépticos en materia de la fe. Sólo Holmes, cuyos
conocimientos de antropología y de cualquier materia que no fuera útil en el
mundo del crimen eran nulos, podía permanecer ajeno a una discusión tan en
extremo interesante.
- ¡Claro que he oído hablar! -respondí-, a decir verdad es casi imposible
permanecer al margen de un tema que surge continuamente en los periódicos.
- Ya sabe, Watson, que procuro olvidar todo lo que no es imprescindible
para mis ocupaciones. No me gusta que mis células nerviosas anden ocupadas con
asuntos triviales, las necesito para otros menesteres.
8
- ¡Asuntos triviales! -exclamé- ¿Llama trivial a la confirmación definitiva de
la teoría de la evolución? ¿Le es indiferente saber que todos los seres vivos estamos
emparentados de forma más o menos lejana?
- Los parientes no se eligen, Watson, y de todas formas no me parece que las
teorías del Dr. Darwin estén lo suficientemente basadas en los hechos. Por ejemplo,
¿por qué no podrían haber tres o cuatro orígenes diferentes?
- Bueno, no es imposible que los haya, pero no me parece que eso sea un
aspecto trascendental de los argumentos de Darwin.
- Tome otro ejemplo: ¿cuál es el mecanismo que asegura esa evolución desde
nuestros antepasados primitivos hasta lo que hoy somos?
Aunque me sorprendía el interés de Holmes hacia esta rama de la ciencia, "inútil"
para él, intenté explicarle lo mejor que pude la teoría con la que Darwin
revolucionó al mundo hace algunos años.
- Hay un mecanismo de selección, de forma que los más aptos para la
reproducción dejan más descendientes, lo que asegura que cualquier ventaja que
ellos tengan sobre sus contemporáneos pasará a la generación siguiente.
- ¿Y cómo puede identificar a esos individuos a los que usted califica de
"más aptos"? -preguntó Holmes-.
- Bueno, son los que más descendientes dejaron, ¿no?-respondí-.
- Luego está usted incluyendo lo definido en la definición. No me parece
una teoría muy brillante, al menos desde el punto de vista lógico.
La habitual habilidad lógica de Holmes, unida a su interés por la filosofía en los
últimos años, podían resultar desconcertantes.
- Sin embargo no me negará, Holmes, que Darwin ha acumulado un enorme
número de pruebas en favor de nuestro parentesco lejano con otros seres vivos argüí, un tanto molesto por su pretenciosidad-.
- De una de esas pruebas quiero hablarle. ¿Ha visto usted los restos del
hombre de Piltdown?
- Sí, son un fragmento de cráneo, una mandíbula y un diente canino
pertenecientes a un individuo intermedio entre el orangután y el hombre. Creo que
9
recientemente se ha descubierto también un molar. Se encuentran expuestos en el
Museo Británico.
- Se encontraban. Hace seis días que han sido robados.
- ¿Robados? ¿Y qué interés puede tener para un ladrón un par de fósiles de
hace 500.000 años? ¿Pedir un rescate, tal vez?
- Podría ser -dijo Holmes-, aunque un ladrón que es capaz de sacar del
Museo Británico esa calavera y la mandíbula tiene cien objetos mucho más valiosos
para los que pedir un rescate sustancial. Le sugiero que nos dirijamos al Museo
Británico. Tenemos una entrevista con su director a las diez menos cuarto, y
también quisiera hacerme una idea de cómo pudo perpetrarse el robo.
Tomamos un coche y nos dirigimos a Bedford Square. Entramos en el Museo y allí
nos esperaba impaciente su director, el eminente antropólogo Sir Ray Lankester,
acompañado de un hombre de unos cuarenta años, de porte erguido y mirada
penetrante, en quien no me costó reconocer al descubridor del hombre de
Piltdown, Arthur Woodward, a quien había visto varias veces en fotografías de
prensa. A su lado un joven de aspecto un tanto indolente nos miraba con
curiosidad.
-¡Señor Holmes, es un placer conocerle! Lord St. Simon me recomendó a
usted fervientemente, al parecer solucionó usted de inmediato el caso de la
desaparición de su esposa.
- Efectivamente, un caso trivial. Permítame que le presente al Dr. Watson respondió Holmes-.
- Estoy encantado de que haya venido con su amigo. Su fama se ha
extendido desde que el Dr. Watson ha venido publicando sus éxitos.
- Mucho me temo -dijo Holmes sonriendo- que además de embellecer
considerablemente nuestros casos haya ocultado mis fracasos más de la cuenta.
- Quiero presentarles a dos colaboradores nuestros -dijo Lankester- Mr.
Woodward, uno de los descubridores de los fósiles robados, y Mr. Hinton, un
voluntario que colabora en la sección de paleontología del Museo y que trabajó en
su laboratorio hasta bastante tarde el día en que las piezas desaparecieron.
Tras las presentaciones pasamos al despacho de Lankester, un amplio recinto
recubierto de madera, con una magnífica mesa de caoba para reuniones alrededor
de la cual nos acomodamos. Holmes empezó por interrogar a Woodward.
10
- ¿Podría, Mr. Woodward, describirme el material que ha sido robado, y
darme una idea de su valor? La paleontología no es precisamente mi fuerte, los
únicos crímenes que me interesan son aquéllos en los que aún puedo dar con el
culpable.
- Las piezas son la parte parietal de un cráneo, una mandíbula, un canino y
una muela. En cuanto a su valor, es difícil de precisar... los fósiles son objetos
antiguos y a menudo raros, pero no alcanzarían en Shoteby's la cotización de un
objeto ni siquiera mediano de entre los que allí se subastan.
- Pero pueden ser necesarios para establecer hipótesis científicas -intervine
yo-. Otros naturalistas podrían estar interesados en observarlos de cerca.
- Hemos sacado decenas de copias exactas en yeso y las hemos repartido a
varios museos interesados. Nosotros mismos disponemos de copias para el
estudio, los fósiles originales rara vez se han manejado en este caso -precisó
Woodward-.
- ¿Cuándo se dieron cuenta de que faltaban las piezas?
Holmes-.
- preguntó
- En uno de los paseos rutinarios de los guardias de seguridad, estos vieron
vacía la urna en la que estaban expuestos al público. El cristal superior había sido
abierto con un diamante.
Nos trasladamos al lugar del robo. Era un amplio salón rectangular con una sola
entrada y sin ventanas. En varias urnas se hallaban expuestos los fósiles que
acompañaban al hombre Piltdown: un diente de hipopótamo, algunos huesos de
elefantes y otros de mamíferos más pequeños, nutrias y castores. En una esquina
había una reproducción en yeso de la reconstrucción del hombre de Piltdown, un
ser simiesco aunque erguido, con un cráneo pequeño y una mandíbula prominente
y amenazadora. La luz entraba por un lucernario superior. Holmes observó la urna
rota. Era un recipiente grande, con una cara inferior más grande que la superior, y
paredes inclinadas. La cara superior presentaba un orificio tallado cerca del centro
por el que los fósiles habían sido extraídos. Sherlock subió luego al tejado para
averiguar si podían haber entrado por allí los ladrones, aunque era improbable por
la estrechez de las paredes del lucernario y su distancia considerable al suelo.
Luego habló con los vigilantes nocturnos, que aseguraron no haber oído nada, a
pesar de dar frecuentes paseos por la sala de exposiciones. El vigilante de la
entrada, un joven rubicundo y absolutamente ruborizado cuando hablaba con
nosotros, insistió en que nadie había salido desde entonces con bolsas o maletines
que pudieran contener los objetos robados.
11
- ¿Tampoco Mr. Hinton, cuando salió esa noche del Museo?
- Tampoco, Señor. Ni era posible que lo ocultara entre sus ropas. En cuanto
descubrimos el robo establecimos un control estricto de las entradas y salidas.
Además estamos en verano y los fósiles abultarían de tal forma que sería imposible
disimularlos.
Finalmente habló con Hinton.
- ¿No oyó usted nada, Mr. Hinton? Por cierto, debe ser una labor ardua la de
voluntario, puesto que tiene usted que trabajar hasta tan tarde.
- En realidad estaba actualizando el trabajo que dejé pendiente antes de mis
vacaciones. No es la primera vez, sin embargo, que trasnocho en el Museo. Pero
no, Mr. Holmes, no oí nada, como por otra parte es natural, dado que los
laboratorios están en la parte trasera del edificio y la sala de exposiciones casi a la
entrada del Museo.
- Gracias, caballeros, es todo lo que deseaba oír -dijo Holmes-. Mr.
Lankester, necesito hacer un registro en el laboratorio de Mr. Hinton, no me cabe
duda de que encontraremos allí las piezas robadas.
A pesar de las protestas de Hinton y del asombro de Lankester y Woodward, nos
dirigimos al laboratorio de Hinton. Tras un minucioso registro, Holmes ordenó
abrir una caja de latón pintada de negro y abollada en los extremos. Al abrirla
aparecieron un fragmento de cráneo, una mandíbula y dos piezas dentales. Antes
de permitir que nadie se aproximara a ellos, Holmes los examinó con detalle por
espacio de unos diez minutos.
- ¿Cómo ha logrado descubrir de forma instantánea tanto el material robado
como al culpable? -preguntó Woodward perplejo-.
- Luego hablaremos del material robado -respondió Holmes-. No creo que
Mr. Hinton sea el autor del hurto.
- Lo preferiría -dijo Lankester-. Hinton es una persona de reputación
intachable y un joven trabajador al que le auguro un porvenir brillante. Además,
tampoco entiendo el motivo por el que podría haber robado esos fósiles, y menos
durante la exposición, cuando han estado en sus manos y a disposición de él
mucho antes de que decidiéramos dar la noticia al Mundo y protegerlos con
medidas de seguridad excepcionales.
12
- Si Hinton no es culpable -dije yo- ¿cómo sabía que encontraríamos las
piezas en su laboratorio?
- Elemental, querido Watson. Si observa usted la urna, tiene una cara
superior mucho más pequeña que la inferior, por lo que el polvo de cristal
producido al cortar con el diamante tenía que haber caído sobre los fósiles, al
menos sobre el cráneo, que estaba en el centro. Sin embargo el polvo de cristal se
distribuye exactamente siguiendo la forma del corte, lo que indica que los fósiles
no estaban allí cuando se hizo el agujero. La vigilancia estricta establecida desde el
principio y el hecho de que el lucernario no estuviera forzado me hizo imaginar
que los fósiles aún se encontraban en el Museo, y dado que el laboratorio de
Hinton era el único abierto esa noche, parecía un sitio apropiado para al mismo
tiempo guardar el material, y en caso de que fuera descubierto, echarle la culpa a
otro.
- ¿Cómo entonces no sospecha de Hinton? -pregunté-.
- Porque los fósiles que hemos encontrado en esta caja son falsos.
- ¡Falsos? -exclamamos todos a coro-.
- ¿Ven ustedes este cambio de color en la parte inferior del parietal? Si no
estuviera tan habituado a examinar falsificaciones, diría que este color anaranjado
no es sino la pátina del tiempo. ¿Me permiten que use un poco de ácido?
- ¡Señor Holmes -intervino Woodward-,
irreparable a un fósil histórico!
puede usted hacer un daño
- Asumo la responsabilidad, señor Woodward. Observen cómo nuestro
hombre rejuvenece tras el tratamiento.
Holmes aplicó el ácido sobre el cráneo y, efectivamente, la pátina anaranjada que
lo cubría desapareció. Sería ardua tarea literaria, más allá de mis posibilidades de
humilde cronista, describir las caras de asombro que pusimos todos, Hinton
incluido.
- El ladrón -dijo Holmes- tenía acceso a la llave de la urna, sustrajo
cómodamente los huesos, puesto que no siendo un profesional del hurto no quería
perder tiempo, simuló el robo practicando un orificio en el cristal y dejó una copia
falsificada de los fósiles en donde cualquier policía avispado podría haberla
encontrado. Una vez los huesos falsos fueran repuestos en la exposición, el caso
sería olvidado. Como ustedes trabajan sobre copias y no sobre el original, tardarían
en darse cuenta del cambio. Mientras tanto, siendo los objetos de escaso valor
13
monetario, caería una leve condena sobre Hinton, presumiblemente eludible con
una fuerte multa. Dado que es joven y trabaja hace poco en el Museo era previsible
que pudieran sospechar de él, sobretodo por su costumbre de trabajar hasta altas
horas.
- Pero entonces, ¿quién es el ladrón, Mr. Holmes? -preguntó Lankester-.
- No lo sé aún, aunque alguien que ha tenido acceso a la llave de la urna y
conoce bien el Museo. Es posible que aún estén las piezas originales aquí dentro,
por lo que yo de usted ordenaría un registro general. De momento me hace falta
saber dos cosas: quiénes tenían acceso a los fósiles y la pregunta más importante,
quiénes podrían estar interesados en su destrucción.
- ¿Destruir estos fósiles, Mr. Holmes, para eso cree usted que se robaron?
- Obviamente no hay móvil económico. Al ladrón le hubiera resultado más
fácil robar otros objetos de más valor. Los robos de fósiles no figuran en mis
archivos, y puedo asegurarle que tengo unos completísimos informes sobre los
historiales delictivos en esta parte de Inglaterra. Espero que no les importe que me
quede algunos días con la falsificación. Dígame, Mr. Lankester, ¿quiénes han
intervenido en la preparación de la exposición?
- Pues esencialmente Mr. Dowson, que fue quien primero vio los restos en
Piltdown, el doctor Woodward, Mr. Barlow -que es el modelador que ha
reconstruido el aspecto de nuestro antepasado de acuerdo a las teorías de
Woodward-, el padre Teilhard de Chardin, que colaboró en las investigaciones, y
yo mismo.
-¡Vaya, vaya -exclamó Holmes- así que tienen ustedes a un sacerdote
católico entre sus colaboradores! Creía que la presencia de eslabones perdidos
estaba reñida con su credo, o al menos con lo que los profesionales de esta
confesión afirman que es su credo.
- El padre Teilhard es un joven geólogo jesuita que intenta conciliar las
materias de la ciencia con las de la revelación -intervino Woodward-. Es amigo de
Mr. Dawson y le ha invitado a participar en las excavaciones. El fue quien
encontró el canino en un montón de grava que ya había sido extraída de la cantera
para lavar. Tiene entusiasmo y buenas dotes de observación, Dowson y yo
habíamos examinado antes ese montón de grava sin encontrar nada.
- Me gustaría hablar con él, si fuera posible -dijo Holmes-.
14
- En este momento se encuentra en Piltdown, en una cantera situada a unas
dos o tres millas de aquélla en la que se encontraron los fósiles expuestos. Hay allí
un nuevo yacimiento del que es posible que aparezcan más revelaciones.
- No hay ningún problema, señor Holmes -intervino Lankester- Hinton le
acompañará hasta allí. Yo me uniré con ustedes a la caída de la tarde en el Pub "El
diácono ahorcado".
Tomamos el tren hacia Piltdown, una pequeña aldea del condado de Sussex, y un
coche nos llevó hasta la cantera en la que se estaban buscando nuevos fósiles.
Hinton nos presentó al padre Teilhard, un hombre joven de unos treinta años, de
semblante aristocrático. Tras las presentaciones, Teilhard nos comunicó sus nuevos
hallazgos.
- Creo que hemos encontrado las pruebas que asientan definitivamente la
presencia de seres intermedios entre los monos y los hombres en esta parte de sur
de Inglaterra -dijo-.
- No sabía que habían dudas sobre ello -respondió Holmes-.
- Bueno, la antropología no es una ciencia exacta, y siempre aparecen
aguafiestas dispuestos a discutir los hallazgos de los colegas. Cuando el hombre de
Piltdown apareció hubo quien sostuvo que la mandíbula y el cráneo no
pertencecían al mismo sujeto, pero los hallazgos de estos nuevos cráneos -dijo
Teilhard, señalando hacia una gaveta en la que se veían varios huesos fósiles- creo
que despejan toda sombra de duda. El eslabón perdido parece que existió, al
menos aquí en Inglaterra.
- Se me hace un poco raro ver a un sacerdote buscando eslabones perdidos.
Yo creía que esa teoría atentaba contra la fe católica -dijo Holmes-.
- La fe es un don de Dios, señor Holmes. Personalmente no creo que haya
ninguna antinomia entre creación y evolución. Los caminos de Dios no son
siempre evidentes, pero muy probablemente todo estaba en Su plan divino. Es
posible, incluso, que la evolución no haya terminado y nosotros seamos sólo un
estado intermedio hacia un mañana más perfecto. La evolución es una idea mucho
más coherente con la esencia divina, me cuesta trabajo pensar en un Dios que se
dedica a violentar las leyes de la Naturaleza que El ha creado.
- Yo diría que ya es bastante violencia alterar el orden antes existente con la
creación misma. De todas formas haya o no evolución usted siempre supone que,
se encuentre lo que se encuentre, ése es el camino que el Señor ha elegido para
15
crear al hombre. No me da la impresión de que ni esta ni ninguna otra cuestión
que pueda surgir vaya a alterar su fe.
- Es así mi opinión y así intento persuadir a mis superiores, aunque no
siempre con éxito. El problema, Mr. Holmes, es que los hombres no siempre están
dispuestos a aprovechar el don de la fe y renuncian a él a la menor oportunidad.
Conviene que sus creencias no choquen con su razón ni que la revelación divina
esté en contradicción con las revelaciones de la ciencia.
- Entiendo -respondió Holmes-, usted trabaja en uno de esos aspectos que
pueden hacer perder la fe al hombre de hoy. En materia religiosa soy más bien
escéptico, aunque siempre he imaginado la religión como una impresión personal
más que como una teoría sobre el Mundo. No se me antoja fácil la tarea de
conciliar estas emociones con aspectos que parecen afectar a otras zonas del
cerebro.
- Es mi obligación, señor Holmes. En nuestra religión es dogma de fe que la
existencia de Dios se puede probar por la razón.
- Bien, -dijo Holmes, sonriendo- me imagino que este dogma zanja para
ustedes una cuestión espinosa. Dígame, padre, ¿cómo intervino usted en las
excavaciones y cuál ha sido hasta ahora su papel?
- Mejor será que se lo indique mi amigo el señor Dowson. El fue quien
encontró los primeros fósiles y quien me llamó para colaborar en las excavaciones.
En este momento no se encuentra aquí porque está delicado de salud, pero en
cuanto tenga la ocasión será para mí un placer presentárselo.
Tras curiosear unos minutos por la cantera, nos dirigimos al Pub "El diácono
ahorcado" y esperamos, bebiendo un par de excelentes cervezas locales tipo Stout,
a que viniera Lankester. Holmes tenía los párpados entornados y sus facciones
mostraban una típica rigidez, habitual cuando estaba concentrado en un asunto.
Durante varios minutos nada dije, sabiendo que a mi compañero no le gustaba
que le interrumpieran el curso de sus pensamientos, pero cuando la espera se hizo
algo más larga y Lankester no había llegado aún, le pregunté:
- ¿Tiene alguna teoría, Holmes?
- Tengo varias -respondió-, pero todas hacen agua por algún punto. Teilhard
podría estar interesado en la desaparición de los fósiles originales con el objeto de
presentar las reconstrucciones del hombre de Piltdown como maquinaciones de los
científicos evolucionistas. Estuvo en la organización de la exposición y pudo
fácilmente hacer una copia de la llave de la urna que contenía los fósiles, pero no
16
tiene sentido que siga colaborando en las excavaciones. Hinton pudo haber sido el
autor del fraude, pero no tiene ningún motivo aparente, y lo mismo puede decirse
de Dowson y Woodward. Faltan datos, Watson, faltan datos.
En ese momento llegó Lankester, que se unió a nosotros, preocupado por el estado
de nuestras investigaciones. Holmes le estaba explicando sus dudas, cuando dos
hombres pasaron frente a ellos. El primero era un caballero de unos sesenta años
de edad, alto y delgado, que hizo una inclinación a Lankester y sonrió afablemente.
El segundo, un hombre corpulento con un formidable mostacho alargado en guías
horizontales, miró por un instante fijamente y con dureza a Lankester, y luego
desvió su trayectoria para seguir al caballero anterior.
- ¡Vaya por Dios -dijo Lankester-, hemos tenido que coincidir con Doyle en
este pub! Este señor que se ha comportado de manera tan poco educada es un
oculista que tiene la consulta en Londres, aunque vive en Crowborough, a no más
de cuatro millas de aquí. Es también un notable escritor de novelas históricas, pero
la razón por la que se comporta conmigo de este modo es porque he logrado
ridiculizar a una sociedad de la que es líder, y que se dedica a las prácticas de
espiritismo. Ustedes conocerán sin duda al que fuera famoso medium Henry
Slade, y cómo puse en evidencia hace algunos años que era un simple embaucador.
Doyle escribió un opúsculo defendiéndolo, y yo respondí con firmeza en mi
columna científica del Daily Telegraph. En mi opinión toda esa barahúnda de
farsantes se aprovecha de gentes de buena fe en su propio beneficio. Da igual que
se pongan en evidencia sus fraudes o que ellos mismos descubran sus engaños, la
fe de estas personas en el espiritismo va más allá de cualquier prueba. ¿Recuerdan
ustedes a Margaret Fox, una de las famosas hermanas Fox de Nueva York, que
intermedió en tantos contactos con el más allá? Hará cosa de veinte años que
reveló todos sus fraudes y los mecanismos de los que servía para producir
fenómenos paranormales, pero todo esto es ignorado por quienes no están
dispuestos a dejarse convencer.
- ¿Quién era el caballero que le acompañaba? -pregunté yo-.
- ¡Ah!, Cecil Wray, un miembro de la Real Sociedad Antropológica, a la que
yo también pertenezco. El es en realidad magistrado, pero su hermano es
superintendente de los museos malasios y especialista en excavaciones de
cavernas, y frecuentemente le provee de objetos que son de interés para la
Sociedad. Es vecino de Doyle. El fue quien recomendó a Hinton para que entrara a
trabajar en el Museo.
- Me parece, Watson, que con los años voy perdiendo vista
-dijo Holmes. Debería acudir a algún buen oculista, o de lo contrario acabaré por estar
incapacitado para mi profesión.
17
Comprendí bien a Holmes, y al día siguiente escribimos a Doyle pidiéndole una
cita. Dos días después nos dirigimos a Kensington, frente a Hyde Park. En el
número 32, una placa dorada indicaba en letras negras mayúsculas: Arthur C.
Doyle. Oculista. Subimos al primer piso y nos recibió una enfermera que hizo
pasar a Holmes al gabinete de consulta. Al cabo de unos minutos apareció de
nuevo la enfermera, y me invitó a acompañarles. El gabinete era un amplio
despacho en el que en un extremo se disponía de los aparatos necesarios para una
correcta graduación de la vista y confección de lentes, y en el otro, frente a una
considerable biblioteca con estanterías repletas de libros desde el suelo hasta el
techo, había una mesa de despacho con dos sillas frente a ella. Holmes estaba
sentado en una de ellas y Doyle me estrechó la mano ofreciéndome la otra.
Dirigiéndose a Holmes le dijo:
- Sorprendente agudeza visual para su edad, Mr. Holmes. Es el primer caso
que veo en el que no aparece vista cansada superados los cincuenta años. Pero
vamos a tratar el tema que nos ocupa. Siendo un asunto profesional, comprendo
que prefiera estar acompañado de su colaborador. Si yo le entiendo bien, está usted
interesado en ayudarse del espiritismo para sus investigaciones, ¿no es así?
Pegué un respingo porque no podía creer que un hombre como Holmes, el ser más
estrictamente lógico que he llegado a conocer, pudiera caer embaucado por las
proposiciones de un charlatán. Pensé a continuación que probablemente se trataba
sólo de un truco para entender mejor a Doyle y tal vez descubrir algún elemento
relacionado con el caso. ¿Podría haber robado los fósiles para poner en un apuro a
Lankester? El motivo parecía, en cualquier caso, traído por los pelos.
- No podemos disponer de la voluntad de nuestros amigos del más allá,
señor Holmes -prosiguió Doyle-. Pueden colaborar si lo desean y si nosotros
creemos en ellos, pero no lo harán si el fin no es justo o si la persona que solicita su
ayuda no goza de su confianza. Observe estas fotografías:
Doyle sacó una carpeta de piel del cajón superior de su escritorio. La abrió y en ella
se veían varias fotografías; en una de ellas un niña se hallaba sentada bajo un roble,
con una especie de hadas de cuentos infantiles a su alrededor, probablemente
recortadas en cartulina y fijadas en el césped y en el árbol con ayuda de algún
alfiler. Otras fotografías mostraban a otra niña con otras hadas con alas de
mariposa, o con pequeños gnomos que tocaban la flauta dulce o la flauta doble de
Pan.
- ¿Ven ustedes estas fotos? Pertenecen a Elsie Wright y a su prima Francis
Griffiths. Estas jovencitas entran en contacto con las hadas del bosque, pero estos
pequeños seres mágicos sólo han querido presentarse ante ellas, probablemente
18
debido a que son las únicas personas cuya inocencia es lo suficientemente pura
como para dejarles disfrutar de sus juegos. Sólo cuando nadie les observa pueden
obtener estas fotografías, la presencia de intrusos asusta a sus pequeños amigos.
La credulidad de aquél hombre era superior a todo lo que yo podía esperar. ¿Cómo
es posible que un hombre de ciencia diera pábulo a la burda falsificación hecha por
dos niñas? ¿Cómo un escritor de prestigio era capaz de creer en las hadas del
bosque? El contraste con mi amigo Sherlock era formidable: de un lado la lógica
implacable, del otro la credulidad extrema. ¡Qué contraste, y cómo se manifestaba
en aquél despacho la gran variabilidad de temperamentos que se encuentra en la
Naturaleza humana!
- Vivimos en un Mundo materialista en el que los poderes paranormales son
negados hasta por quienes los poseen -prosiguió el crédulo hombretón-. Mi amigo
Houdini sostiene que no es más que un mago, cuando es notorio que se
desmaterializa para escapar de sus encierros. Naturalmente la confesión de que sus
poderes fueran inexistentes le ocasionaría serios perjuicios, ¡podría ser considerado
un intruso en su profesión!
Conforme avanzaba la reunión empecé a sentirme incómodo. La bobería de aquél
hombre era patológica.
- En todo caso -concluyó-, la única condición indispensable para asistir a
fenómenos paranormales es no ser escéptico respecto a ellos. Varias personas que
se han acercado con el corazón predispuesto han llegado a comunicarse con el más
allá, aunque no todos los que lo deseaban lo han conseguido. La semana que viene
tenemos una sesión de espiritismo en Edimburgo, a donde me ha invitado nuestra
rama local de la Sociedad Espiritista, y estaremos encantados en acogerles si su
actitud es positiva.
- No sabía que su sociedad estaba tan extendida -dijo Holmes-, aunque con
un líder que ha recorrido tanto mundo como usted, no me sorprende.
Doyle enarcó las cejas.
- Nací en Edimburgo y me he presentado a las elecciones para diputado en
los Comunes hace algunos años, pero no comprendo como...
- Es fácil, Dr. Doyle. La foto de la repisa le muestra a usted con una ropa de
lino blanca que suele usarse en climas cálidos, y por otra parte tiene usted una
serie de recuerdos en su estantería que anuncian a un hombre viajado, por ejemplo,
esa larga hilera de fósiles sobre la Encilopedia Británica.
19
- Sí, la foto fue tomada en Malta durante mi luna de miel hace algunos años.
Es cierto que he visitado el norte de Africa y también América, pero la colección de
fósiles no es sólo producto de un trabajo personal. Conocedores de mi afición, mis
amigos suelen regalarme fósiles si tienen la ocasión de encontrar alguno
interesante.
Nos despedimos de Doyle y regresamos a nuestras habitaciones de Baker Street.
Holmes se hallaba pensativo y poco comunicativo. Por indicación de Holmes
escribí una carta al señor Wray, el vecino de Doyle que nos saludó en el Pub de
Piltdown, pidiéndole una cita.
- ¡Faltan datos, Watson, faltan datos! Mucho me temo que no podemos hacer
nada hasta que alguna de nuestras entrevistas nos ponga sobre una pista correcta.
Espero que siga siendo usted paciente con mis aficiones, ahora necesito relajarme.
Páseme, si es tan amable mi violín.
Al día siguiente nos encaminamos a la Real Sociedad Antropológica, llevando con
nosotros los fósiles falsificados. Allí nos hicimos anunciar al señor Wray, y
esperamos sentados en un sofá de terciopelo rojo que había emplazado en un
amplio salón. Holmes escrutaba la mandíbula, mientras que yo preferí dar una
hojeada al Times que había sobre la mesilla lateral. Un caballero anciano y de porte
distinguido se acercó a Holmes.
- Caballero, ¿me permitiría que examinara esa mandíbula unos instantes?
Me parece un ejemplar de orangután en extremo interesante.
Holmes se la cedió, no sin advertirle que era una mandíbula falsa, construida
probablemente a partir de huesos reales, pero a los que se les había querido dar
forma diferente a la que seguramente tendrían los huesos de los orangutanes.
- De ninguna manera, señor. Esta es una auténtica mandíbula de orangután,
sólo que ha sido tallada en algunas partes dándole un aspecto algo distinto.
Permítame que me presente, soy Alistair Mc Nail, director del Museo de Ciencias
Naturales. Precisamente la rareza de la mandíbula me había llamado la atención,
los orangutanes sólo se encuentran en las islas de Borneo y Sumatra, por lo que es
raro ver en nuestra Sociedad estas piezas, y menos talladas de forma tan peculiar
¿sabe usted con qué objeto fue modificado el cóndilo?
- Con el objeto de estudiar las similitudes entre orangutanes y hombres. Ya
que es usted tan amable, ¿podría darme su opinión sobre este cráneo? -dijo Holmes
alargándole el falso cráneo de hombre primitivo-.
20
- No soy muy versado en cráneos humanos, podría tratarse de un aborigen
australiano. De todas formas tenemos de visita en nuestra Sociedad a la ilustre
frenóloga americana Mrs. Jessica Fowler, quien sin duda podrá orientarles. Ahora
no se encuentra en estos locales, pero puedo facilitarles su dirección. Es una
persona muy amable y de seguro podrá dales una opinión autorizada.
Mientras el anciano caballero se dirigía a un escritorio que había próximo a donde
nos encontrábamos, aclaré a Holmes que la frenología era una ciencia dedicada a la
investigación topográfica del cerebro, por lo que los frenólogos eran destacados
especialistas en el estudio de cráneos humanos. Habiendo terminado de escribir la
nota, secó la hoja y se la pasó a Holmes. Este dio un respingo, y después de
despedirse del señor McNail se dirigió a mí con ese brillo característico que acudía
a sus ojos cuando había dado al fin con una pista.
- Vámonos, Watson. Tenemos cosas más importantes que hacer en el Museo
Británico.
Escribió una nota de disculpa para Wray y tomamos rápidamente un coche para
dirigirnos al Museo.
- ¿Cree usted que Doyle es quien robó los fósiles?
- Watson, si estoy en lo cierto, soy el mayor borrico que pueda imaginarse,
aunque el staff del Museo Británico no me vendría a la zaga.
Tras decir esto, Holmes cayó en uno de esos silencios que explícitamente invitaban
a no hacer preguntas. Cuando llegamos al Museo pedimos hablar con el Dr.
Woodward, que nos recibió en su laboratorio.
- ¿A qué debo el placer de la visita, Mr. Holmes?
- Quisiera hacerle algunas preguntas respecto a la reconstrucción que hizo
del hombre de Piltdown. ¿Cómo puede saber el aspecto que tenía a partir de
fragmentos de cráneo y una mandíbula solamente?
- Bueno, Mr. Holmes, no solamente. Mediante el estudio de la anatomía
comparada se tienen muchos datos de cómo se articulan los huesos y qué
músculos hay, dónde deben ir
y con qué misiones. Al principio del
descubrimiento fue un asunto discutido, pero el hallazgo del canino creo que
despejó las dudas sobre mi reconstrucción, y hoy es generalmente aceptada. Se
trata de un canino evidentemente simiesco, pero con un deterioro típicamente
humano. Lo mismo podría decirse del molar encontrado por Dawson dos años
21
después en el nuevo yacimiento, tenía un deterioro claramente humano y encajaba
perfectamente en la mandíbula de Piltdown.
Holmes enarcó levemente una ceja, como habiendo oído algo que le había
sorprendido.
- Dígame, señor Woodward -preguntó Holmes-, ¿son frecuentes en
Inglaterra los fósiles que fueron hallados junto al cráneo? No sabía que hubo un
tiempo en que los hipopótamos vagaban por las lagunas inglesas.
- Los fósiles de castores sí, aunque es cierto que ese tipo de fósiles de
elefantes e hipopótamos se encuentran preferentemente en el Mediterráneo,
particularmente en el Norte de Africa. Su presencia en Inglaterra es un tema aún
poco investigado.
- Son unos fósiles interesantes, muy curiosos, diría yo -dijo Holmes-. ¿Se ha
fijado que este hueso tiene forma de palo de cricket?
- Es un fémur de elefante. Es cierto que tiene una forma curiosa, y durante
su presentación en una convención de la Sociedad Geológica ya hubo quien hizo
notar que no podía imaginar su modo de funcionamiento, pero no lo sabemos todo
sobre la vida en el Terciario, Mr. Holmes. Los fósiles son fragmentos de la Historia
que se nos dan a conocer no sólo de forma incompleta, sino también modificada
por el transcurso del tiempo. Siempre mantengo la esperanza de que nuevos
hallazgos permitirán aclarar los puntos marginales que aún quedan confusos.
Terminada la conversación, salimos del Museo y Holmes me indicó que pasaría el
resto del día en la Hemeroteca, así como que debía realizar investigaciones que le
ocuparían todo el día de mañana, por lo que resolví pasar el día siguiente con mi
mujer, esperando encontrarla de mejor humor, como así fue. El Viernes por la
mañana me dirigí, después de desayunar, a Baker Street. Encontré a Sherlock
Holmes de un humor excelente, escribiendo frente a unos legajos de papel que se
hallaban extendidos, en desorden, sobre la mesa del salón. Holmes se dirigió a la
zapatilla en la que guardaba el tabaco de pipa y después de prepararla se sentó
frente a mí, alargándome un ejemplar de un periódico antiguo.
- Asunto resuelto, Watson. Mire la fotografía del Daily Malta Chronicle.
La fotografía mostraba a unos obreros sonrientes frente a un montón de huesos. En
el texto se informaba del descubrimiento de un fósil de hipopótamo.
- No veo la relación que tiene con el robo, Holmes ¿sabe ya dónde se
encuentra el auténtico hombre de Piltdown?
22
- Lo sé, Watson, lo sé. En la mente de Woodward, esencialmente.
- ¿Qué quiere decir, que es él el autor del robo?
- Quiero decir, mi buen Watson, que el hombre de Piltdown no ha existido
jamás, y que nos encontramos ante el fraude de proporciones más gigantescas con
el que me he tenido que ver en toda mi carrera.
- Holmes, no pretenderá que el Museo Británico se encuentre involucrado en
la falsificación de un hombre primitivo. Además, Dawson encontró los restos en
una cantera, y un naturalista respetable...
- ¿Respetable? - me interrumpió Holmes-. He estado haciendo
averiguaciones sobre el tal Dawson. En primer lugar es abogado y no naturalista.
Se ha visto envuelto en dos procesos por falsificación, en uno de ellos por hacer
pasar un azulejo moderno por uno romano de tiempos del emperador Honorio, y
en el otro por la publicación de un mapa histórico de Maresfiled Forge que hizo
pasar por un mapa original de 1724, cuando estaba confeccionado por él mismo.
Tiene además dos amonestaciones y una fuerte multa de la Sociedad de Autores
por plagio repetido. Dawson no encontró ningún fósil en Piltdown, simplemente
simuló encontrarlos y cedió estas falsificaciones a Woodward y Lankester, cuyos
deseos de hallar al eslabón perdido eran tan fuertes que fueron tomadas con toda
seriedad.
- Pero ¿cómo es que unas burdas falsificaciones pudieron engañar a los
naturalistas más sobresalientes del país -dije yo, aún no recuperado de mi
asombro-.
- Porque no son burdas, Watson. El cráneo es un auténtico cráneo fósil
tratado con bicromato de potasio, y la mandíbula ha sido trabajada por alguien que
sabía lo que se traía entre manos. Por otra parte el intenso deseo de encontrar a
nuestro antepasado, y nada menos que en Inglaterra, cegó a los investigadores del
Museo Británico. ¿No le parece sospechoso que el molar que faltaba en la
mandíbula fuera encontrado a más de tres millas de el lugar en el que se encontró
el cráneo? ¿No le resulta peculiar el encontrar huesos nada menos que de
hipopótamo en Inglaterra? ¿No es extraño que todos esos fósiles salgan a luz a
través de un aficionado y entre la grava de una cantera? ¿Y qué me dice del fémur
de elefante con forma de palo de cricket? El autor de esta gigantesca burla no ha
tenido otro objeto que ridiculizar a los miembros de la venerable institución en la
que se exponen las falsificaciones, y si no me equivoco, particularmente a su
director.
23
- ¿Pero cómo se hizo Dawson con los huesos? -pregunté-.
- Creo que este punto nos lo va a aclarar el caballero que, por el ruido que ha
hecho al cerrar la puerta de la calle, está subiendo ya las escaleras.
Mrs. Hewit, el ama de llaves, nos anunció la llegada de nuestro visitante. Se abrió
la puerta y entró el corpachón, congestionado por la ira, del doctor Arthur Conan
Doyle. En su mano derecha apretujaba un papel del servicio de correos.
- ¡Qué quieren decir las insinuaciones que vierte usted en este telegrama,
Holmes? ¿Cómo puede acusarme de un acto tan infame?
- Tranquilícese, doctor Doyle -dijo Holmes alargándole la caja de cigarros-.
Ya le dije que conozco todos los manejos que ha urdido usted para desprestigiar al
profesor Lankester. Sé perfectamente que anduvo usted conchabado con Mr.
Dowson para generar el hallazgo del hombre de Piltdown. La mandíbula de
orangután fue probablemente uno de los regalos que usted recibe, y aseguraría yo
que en este caso el regalo fue de su vecino Mr. Wray, a quien se lo facilitaría su
hermano el superintendente de museos de Malasia. Aunque no sé aún por quién
fue tallada, presumo que fue por Mr. Hinton, su ahijado, según consta en la
parroquia de St. Mary en Crowborough, en agradecimiento a las buenas gestiones
que usted hizo a través de Mr. Wray para que fuera aceptado en el Museo
Británico. El cráneo lo consiguió sin duda a través de Mrs. Fowler, cuya dirección
me fue facilitada por el director del Museo de Ciencias Naturales, quien me puso
sobre la pista correcta al hacerme ver que Mrs. Fowler se hospedaba en su casa.
Los otros fósiles los consiguió usted durante su crucero por el Mediterráneo,
aunque imagino que entonces lo hizo por mero afán coleccionista. Se aprovechó de
la buena fe de Woodward y Teilhard, dejándoles hallar más y más pruebas de la
existencia del eslabón perdido con el único objeto de hundir en el desprestigio más
profundo a su bestia negra, a Lankester.
- ¡Ese estúpido presuntuoso! -bramó Doyle-. ¡Se llama científico y nunca ha
querido investigar con rigor los fenómentos paranormales! ¡Utilizaba su prestigio
como director del Museo Británico para lanzar ataques infundados a la Sociedad
Espiritista, y el Mundo nos volvía la espalda sin conocernos, basándose en la fama
de un paleontólogo al que lo único que le interesa de los seres que murieron son
sus despojos!
- Y usted pensó en acabar con ese prestigio de una vez y para siempre -dijo
Holmes-. Conforme se iba dando cuenta de la credulidad de los paleontólogos iba
forzando usted la nota, e incluso llegó a hacer aparecer un hueso con forma de
bastón de cricket. Qué duda cabe que el prestigio de la noble institución, y
24
principalmente de su director, iban a quedar irremediablemente dañados ante una
broma semejante.
- ¿Para qué me ha hecho venir, Holmes? No es, creo yo, para que le cuente lo
que usted ya sabe.
- Como ve no me hacía falta hacerle venir para que me contara lo que ya
conozco. Le he pedido que viniera porque hay algo que no entiendo en todo esto:
el robo. Estoy seguro de que Dawson, que tenía acceso directo a la exposición,
facilitó la llave de la urna al joven Hinton, quien hizo el trabajo sucio; pero no
entiendo los motivos ¿Para qué quería usted hacer desaparecer los restos?
- Temo que la broma haya ido demasiado lejos -respondió Doyle-. Dowson y
Woodward han sido propuestos para una baronía por la Cámara de los Comunes,
y el Rey se la concederá antes de fin de año. Barlow, el escultor que hizo el modelo
de hombre de Piltdown, ha patentado sus figuras y las está vendiendo en todo el
Mundo. El hombre de Piltdown figura ya en las nuevas ediciones de los textos
escolares. Lo que fue planeado como una farsa para poner en entredicho la fama de
un sabelotodo podría ahora volverse contra mí, por eso pensé en hacer desaparecer
los fósiles, para ocultar la falsificación. Yo, señor Holmes, soy un hombre honrado;
un médico y escritor del que jamás se ha podido decir nada en contra salvo las
absurdas acusaciones contra el espiritismo que me dirigen como líder de la
Sociedad que usted conoce. Mi prestigio como escritor y como médico se dañaría
irremediablemente si una burla pasa a ser considerada como una falsificación de
proporciones relevantes. La burla no genera investigaciones, las falsificaciones sí, y
mi nombre podría aparecer unido a actos reprobables. Debo pedirle que
reconsidere el hecho de mezclar mi nombre en la solución del caso. Llevo una vida
intachable, dedicada al arte y a la ciencia, y sería lamentable que un error, aunque
cometido por una buena causa, diera al traste con una reputación consolidada.
- Tan consolidada como la del profesor Lankester, ¿no es cierto? -dijo
Holmes-. En este caso me debo a mi cliente, y él será quien decida qué decisión
tomar. Ya tendrá noticias mías. Buenos días doctor Doyle.
Holmes no podía disimular el disgusto que le creaba la presencia de aquél escritor
metido a espiritista. Cuando Doyle hubo partido, nos dirigimos de nuevo al Museo
Británico para dar a conocer a Lankester la solución del caso. Cuando lo pusimos al
corriente, palideció.
- Señor Holmes -dijo Lankester con un hilo de voz-, este año dejo el Museo
Británico por haber llegado ya a la edad de jubilación. No me importaría jugarme
mi prestigio en beneficio de la ciencia, aunque he trabajado duramente durante
más de cincuenta años para elevar el nivel de la antropología en nuestro país. Pero
25
echar por la borda toda una carrera para que sea la superstición la que se beneficie,
considero que es un precio que no debo pagar. Yo le llamé para hacerle cargo de
este asunto y ahora le pido que lo deje. No sólo soy yo el único involucrado, no
quiero ni pensar en las consecuencias que para las carreras de Woodward o de
Teilhard tendría la publicación del fraude.
- No puedo coincidir con su opinión, profesor Lankester
-intervine yo-.
Un hombre de ciencia se debe a la ciencia, y es éticamente reprobable conducir a la
antropología por caminos falsos cuando se sabe con certeza que lo son.
- Mis razones son diferentes de las de mi compañero -dijo Holmes-. No creo
que la ciencia vaya a sufrir pérdidas irreparables con la presencia de pistas falsas.
Tarde o temprano alguien se dará cuenta de que esa mandíbula no puede
acompañar al cráneo, y el descubrimiento de nuevos fósiles resolverán las
incógnitas que ahora no se hayan podido resolver. Podría aceptar el dejar sin
castigo a Doyle, puesto que no es un delincuente, y si bien sus intenciones eran
moralmente reprobables, no me lo puedo imaginar como reincidente después de
los quebraderos de cabeza que le ha dado este caso. Lo que no puedo permitir es
que se me escape un granuja como Dawson. Este tipo de individuos se crece con el
éxito, y si ahora comprueba que el fraude le ha ido bien, el próximo que prepare
será mayor. Cuando me hice cargo del caso le advertí que mis honorarios eran
independientes del resultado, y que me reservaba todas las acciones legales que
creyera convenientes a su conclusión. Usted aceptó las condiciones, por lo que
ahora no puedo reconsiderarlas.
Dejamos a Lankester afligido y nos dirigimos al laboratorio de Hinton. Allí Holmes
le puso brevemente al tanto de la solución del caso y le pidió que avisara a Dawson
para asistir a la conversación.
- Va a ser difícil complacerle Mr. Holmes -dijo Hinton-, a menos que nos
eche una mano el doctor Doyle. Dowson murió ayer de una septicemia.
26
EPILOGO
El doctor John H. Watson falleció el 22 de Enero de 1936, alos 78 años de edad, sin
llegar a conocer el descubrimiento público del fraude. Woodward fue nombrado
barón, y a Dowson, que había fallecido en Agosto de 1916 debido a una septicemia,
le fue dedicada una estela en el pueblo de Piltdown. Teilhard continuó su carrera
de antropólogo colaborando en el descubrimiento del Hombre de Pekín, en este caso
un auténtico Australopiteco, y tuvo problemas intermitentes con la jerarquía
católica debido a sus intentos de conciliación entre evolución y el relato del
Génesis. Hinton hizo una buena y paciente carrera, llegando a ser conservador del
Museo Británico en el departamento de zoología.
La manipulación que da origen a este relato fue descubierta en 1953 por Mr.
Kennet Oakley, conservador del Museo Británico, cuando intentaba averiguar la
edad de varios fósiles utilizando el método de la fluorina. Cuando en 1953 dio a
conocer, junto con el gran antropólogo Mr. Wilfred Le Gros Clark, que el hombre
de Piltdown era una falsificación, se produjo un escándalo de tal calibre que en la
Cámara de los Comunes se propuso recortar los fondos al Museo Británico, ya que
al parecer era una institución de fácil presa para los estafadores. El Gobierno
entrante no hizo caso de la propuesta, aduciendo que “había tal cantidad de
esqueletos en los armarios del anterior gobierno que no tenían tiempo de ocuparse
de las simples calaveras”. Dowson y Teilhard han sido considerados siempre como
los principales sospechosos del fraude, particularmente el primero a causa de su
carrera como plagiario y estafador, pero recientemente ha sido descubierto en el
Museo Británico un maletín con las iniciales de Martin A.C. Hinton en el que se
encontraban algunos huesos tallados a la manera de los que se encontraron en
Piltdown, particularmente del fémur en forma de palo de cricket que ya ocasionó
la sorpresa de algún miembro de la Sociedad Geológica cuando fue presentado.
Afortunadamente el relato del Dr. Watson aclara definitivamente el misterio.
Otro aspecto triste del relato es la actitud de Sir Arthur Conan Doyle frente a los
fenómenos paranormales. Durante toda su vida fue un espiritista convencido y
militante, y a pesar de ser amigo personal del famoso mago y descubridor de
farsantes Harry Houdini, de tener como huésped habitual a la ilustre frenóloga
americana Mrs. Jessica Fowler, y de estar en general bien relacionado con el
mundo científico, defendió la existencia no sólo de contactos con el más allá, sino
de las hadas y gnomos del bosque que aparecen en las fotos de las primas Wright y
Griffiths. La explicación que dio de por qué Houdini ocultaba sus poderes
paranormales figura también en un ensayo publicado en el Strand Magazine, la
misma revista que durante varios años recogió las memorias del doctor Watson.
Como el propio Watson indica en su relato, nadie más lejos de Sherlock Holmes
que ese ser infantil y crédulo. La falta de lógica y la escasa capacidad de
27
observación de Doyle, en contraste con la agudeza y el rigor de Holmes, les coloca
en mundos completamente diferentes.
El Hombre de Piltdown junto a otros hallazgos arqueológicos encontrados en las
dos canteras. Obsérvese, a la derecha, el fémur de elefante tallado en forma de palo de
cricket.
La señorita Frances Griffiths con hadas.
28
Descargar