Léase: 1a Samuel Ana llegó a ser madre por fe. Se nos presenta en el relato como una mujer estéril. Luego pasó a ser madre y con ello se completa su papel. Después de esto su nombre no es mencionado otra vez. Por tanto, la revelación de Dios ya no se expresa en Ana, la madre, sino en Samuel, el hijo que ella pidió al Señor. En algunos aspectos, pues, Ana nos recuerda a Sara, pero en otros, es totalmente distinta. El amor de Sara, es verdad, estaba en conflicto con el de otra mujer, antes de que fuera madre. Pero antes de que le naciera este hijo no podemos hallar el menor rasgo de fe en Sara. La hallamos riendo en su incredulidad, y es la firme fe de Abraham la que la induce a creer. No se puede decir que el marido de Ana ejercía una influencia similar a la de Abraham en su esposa. No cabe duda que era un buen hombre. Iba a Silo a adorar en el santuario cada año, y amaba a Ana mucho más que a Penina, su otra esposa. Para Elcana el problema de Ana era su esterilidad. Y lo enfocaba desde un punto estrictamente psicológico: «Ana, ¿por qué lloras?... ¿No te soy yo mejor que diez hijos?» No vemos en parte alguna que tuviera una fe firme. Se resignaba fácilmente a la condición de Ana. No participaba en la lucha de la oración con Dios, como hacía Abraham. No ponemos en duda que oraría de vez en cuando: «Señor, dale a Ana mi querida esposa un hijo.» Pero estas oraciones generales no implican un conflicto profundo para el alma, y muchas veces quedan sin contestar. Por otra parte, Ana tenía una concepción clara de que Dios podía concederle un hijo. Nuestra generación tiende a confiar en la ciencia en circunstancias similares, olvidando que es Dios quien rige los destinos de los hombres. Para Ana todo se reducía a un problema de fe. El hijo tenía que serle dado por Dios. Y en realidad, Dios había hecho grandes planes para ella. Este era un momento decisivo en la historia de su pueblo y Dios había dispuesto que Samuel, el futuro profeta, naciera de Ana. En su espera prolongada vemos que Dios está preparando a Ana para su decisiva contribución a la vida de Samuel. En su tribulación Ana se rinde por completo a la confianza de Dios. Su fe firme es que Dios puede convertirla en madre. Podemos llamarle intuición, podemos llamarlo inspiración divina, pero había algo que instigaba a Ana, que la hacía persistir. No se contentaba sin el hijo. Se desentendía de todo lo que la rodeaba, incluso de la irritación, que le causaba Penina, que tenía varios hijos, no daba mucho valor a la consolación que le prodigaba su esposo; su mirada estaba fija sólo en Dios. Había llegado otra vez el tiempo en que Elcana y su esposa iban a Silo para las festividades. Y entrando en el santuario «con amargura del alma oró a Jehová y lloró abundantemente». Oró con todo el fervor de su alma. Luchaba con Dios y no estaba dispuesta a ceder hasta recibir respuesta a su oración. No sabemos todos los motivos en la mente de Ana. Es posible que no fueran todos ellos puros. La imagen de Penina y el deseo de triunfar sobre ella y librarse de sus burlas es posible que la empujara. Al leer su cántico vemos que menciona la satisfacción de haberse resarcido de las anteriores mofas que ella le hacía. Pero esto era secundario. Su deseo era un hijo para dedicarlo al Señor, según vemos en el voto solemne que hace. Y Ana tiene fe en el hecho que Dios puede concedérselo. Veía la respuesta no como meramente posible, sino cierta. Su fe la inducía a aferrarse al Dios vivo. La petición fue contestada. El Señor le dio a Samuel. Como es natural, no toda madre está dispuesta a entregar a su hijo a Dios en el momento de nacer. A través de Ana, sin embargo, este pensamiento pasa de Dios a cada madre cristiana. Como Ana tienen que reconocer que Dios es el que da los hijos. Cuando se hace este reconocimiento las madres están más dispuestas a dedicar a sus hijos al Señor que los ha creado. Preguntas sugeridas para estudio y discusión: 1. ¿Qué característica prevaleciente se nos revela en el carácter de Ana? 2. ¿De quién recibió esta característica? 3. ¿En qué sentido es una lección para nosotros? ¿Qué otra lección nos enseña su vida? La iniciativa no parte aquí de Dios (pues él no se aparece), sino de la misma mujer, que le pide un hijo y obtiene la certeza de que va a recibirlo. En los casos de Agar y de la madre de Sansón Dios mismo decía a la madre lo que su hijo sería. Aquí es la madre la que pide a Dios un hijo y se lo “promete”, diciendo que, en caso de tenerlo (de recibirlo de Dios), le hará “nazir”, consagrado de Dios, de manera que no se cortará nunca el cabello (1 Sam 1, 11. La versión de los LXX añade que no beberá nada fermentado; cf. Jc 13, 5). Ana aparece así como una mujer emprendedora, que quiere definir y define la vida de su hijo, al que ella considera como “don de Dios” (en caso de tenerlo). A diferencia de la madre de Sansón, Ana no habla con su marido, ni le pide ayuda, ni deja que él decida lo que ha de ser su hijo, sino que es ella misma la que toma la iniciativa. En este contexto se sitúa la intercesión del sacerdote, que presenta ante Dios la petición de Ana (cf. 1 Sam 1, 19-20). b. Canto. El pasaje más significativo de la historia de Ana no es la “anunciación” (su promesa de ofrecer a Dios la vida de su hijo), sino el canto de agradecimiento y profecía (1 Sam 2, 1-10), que ella eleva a Dios después de haberlo obtenido y ofrecido. Este canto (unido a los de → María y Débora) constituye una de las expresiones más significativas de la fe de Israel, desde la perspectiva de una mujer, que es aparece gran profetisa y vidente del pueblo, pues “ve” lo que ha de pasar e interpreta desde Dios la historia israelita: Ésta es una confesión de fe gozosa, expresada en forma de alabanza, como muestra la primera parte del pasaje (2,1): la orante, madre del profeta, símbolo del pueblo, se eleva hacia Dios y canta. Su vida está firme y puede “reírse” de sus adversarios, pues celebra y canta al Dios que ha revelado su poder a favor de los israelitas, descubriendo y declarando que la tierra es ya lugar seguro para los fieles de Yahvé. De esa manera, su misma vida se vuelve liturgia y su palabra se hace canto para todos los israelitas. Pues bien, frente a ese gozo confesante, ella eleva también la palabra de advertencia dirigida a los que piensan gozar de firmeza, por sí mismos, volviéndose arrogantes ante Dios. Pero Yahvé lo sabe todo, conoce bien lo que está en el corazón del hombre, de forma que nadie puede vencerle ni engañarle. Por eso, la verdadera oposición no se establece entre los fieles (que se gozan en Yahvé) y los arrogantes (que pretenden cimentar la vida en su soberbia), sino entre los arrogantes, que quieren convertirse en dioses de este mundo, y Yahvé, Dios verdadero, que protege a sus devotos. Ana nos sitúa, según eso, ante un juicio teológico. En ese contexto se entiende la inversión que ella, madre profética, proclama y describe, en un plano militar, económico y demográfico. (a) Conflicto militar (2, 4). Antes dominaban los valientes cananeos, expertos en la guerra (=giborim); pues bien, ahora se han roto sus poderes (arcos, armas militares) y pueden elevarse triunfadores los antescobardes (=niksalim), esto es, los israelitas, previamente dominados por el miedo. (b)Conflicto económico (2, 5a). Duramente deben trabajar por pan los que estaban hartos; en cambio, los antes hambrientos (israelitas) pueden ya vivir tranquilo, sin temor ni angustia alimenticia. (c) Conflicto demográfico (2, 5b). En situación de necesidad los niños mueren, pues las madres no los pueden engendrar o alimentar, como pasaba con los israelitas, que eran pocos, en comparación con los ricos cananeos. Pues bien, la situación se ha invertido: los israelitas crecen (pueden asegurar la vida de sus hijos), mientras decrecen los antes opresores. Ana proclama de esta forma la gran inversión israelita. Siguiendo una lógica de fuerza, antes dominaban los poderosos del mundo: los que tenían buen ejército, los ricos y los numerosos. Pues bien, la presencia de Yahvé ha invertido esa lógica, de forma que ahora vencen los impotentes, cobardes y pobres, y así logran hacerse numerosos los que antes sólo eran una minoría amenazada. Ha podido suceder así porque el Dios de Israel es el poderoso, el que mueve los hilos de la historia, como ha visto y cantado Ana, la gran madre israelita. Antes dominaba el poder y la riqueza, la abundancia de los hombres. En ese contexto no podía hablarse de salvación de Dios (de los pobres), sino de imposición de los poderosos. Ahora, en cambio, ella, la madre antes estéril, descubre que su vida (la vida de su pueblo) se ha vuelto fecunda y así lo formula en este canto, ampliando su experiencia a todo el pueblo de Israel, que antes parecía estéril, al borde de la muerte, y que ahora (en el tiempo del comienzo de la monarquía: siglo X a.C.) empieza a mostrarse fecundo y abundante. Este cambio de suertes (del vacío estéril a la fecundidad) sólo puede formularlo una mujer como Ana, que así aparece, con → María, como la primera profetisa y teóloga de Israel, pues descubre y dice que Dios dirige con poder la historia del pueblo, abriendo un camino de futuro salvador para los pobres israelitas. Ella es la teóloga y cantora de la gran “inversión”, por la que se expresa la lógica más alta de Dios (que da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta, humilla y enaltece), pero que no un Dios de puro azar, sino que, actuando de forma imprevisible, se revela como salvador de los pequeños y oprimidos: Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y herede un trono de gloria. Ésta es la verdad de Dios en Israel, la experiencia de un pueblo que puede elevarse y vivir (como ella, Ana, se ha elevado y vive). Por encima de la lógica de la fuerza, que antes imperaba, Ana ha descubierto, en su propia vida (como madre), una experiencia más alta de misericordia y ternura, pues el hombre no triunfa por su fuerza (2,9), ni la justicia se extiende por imposición. De esa forma, ella pobre mujer estéril, viene a elevarse en Israel como representante de la abundancia y alegría de la vida, como cantora exultante del Dios de los pobres, en una línea que se repite y culmina en el Magnificat en el Nuevo Testamento (Lc 1,46-55). Este canto de la madre profética, expresa y promueve un cambio cualitativo, que la tradición israelita identificará más tarde con los ideales mesiánicos formulados por los grandes profetas. Ana descubre y formula el triunfo de los débiles/pequeños, no por efecto de su propia fuerza sino como expresión de la fuerza de Dios, que promueve la victoria de los pobres/débiles/pequeños, pero no con el fin que sean como fueron los antes dictadores, sino para expandir sobre la tierra un tipo de vida que no es lucha impositiva. En este contexto podemos recordar y resumir el tema de los tres grandes cantos de Israel, cantos de mujeres, Dios había hablado a ana mediante Heli. Cuando ella había llegado a su punto más bajo y necesitaba al Señor desesperadamente, el le contesto. La Biblia no dice cuantos años Ana sufrió antes de que Dios finalmente le respondiera. Pero durante esos Años, el sin duda estaba moldeando a Ana en la persona que el quería que fuese. Dios nunca desprecia nada de lo que el permite a nuestras vidas, particularmente nuestro sufrimiento. El usa todas las cosas para nuestro bien y su gloria a fin de conformarnos a la imagen de su Hijo. El mismo Dios que contestó la oración de Ana también puede contestar la tuya.