DECLARACIÓN DE CONCURSO Y ADMINISTRADORES DE LA PERSONA JURÍDICA CONCURSADA (publicado en AAVV “Libro Homenaje al profesor Manuel Albaladejo García”, Colegio de Registradores de la Propiedad y Mercantiles de España – Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, vol. I, Murcia, 2004, pp. 1969 y ss.) Prof. Dr. José Antonio García-Cruces Catedrático de Derecho Mercantil Universidad de Zaragoza I.- Consideraciones previas.- II.-. Los efectos de la declaración de concurso sobre los órganos de la persona jurídica concursada: el principio de continuación.- III.- Los efectos personales de la declaración de concurso de una persona jurídica.- IV.- Los efectos de la declaración de concurso sobre las facultades patrimoniales del deudor persona jurídica.- V.- Imposición a los administradores sociales de ciertos deberes de colaboración en el concurso.VI.- Consideración de los administradores como “personas especialmente relacionadas con el concursado”.- VII.- Consecuencias de la declaración de concurso sobre los contratos de alta dirección que vinculan a los administradores con la persona jurídica concursada.- VIII.- Incidencia de la declaración de concurso sobre las acciones de responsabilidad que pudieran ejercitarse frente a los administradores de la sociedad concursada.- VIII.1.Acciones de responsabilidad frente a los administradores y declaración de concurso de la sociedad administrada.- VIII.2.- Declaración de concurso y responsabilidad de los administradores por las deudas sociales.- VIII.3.Acciones de responsabilidad de los administradores y apertura de la Sección de calificación.- IX.- Embargo preventivo y medidas asegurativas de la posible 1 responsabilidad concursal de los administradores de la persona jurídica concursada. I.- CONSIDERACIONES PREVIAS. La promulgación de la Ley 22/2003, Concursal (en adelante, LC), ha sido acompañada de toda suerte de adjetivos. Sin embargo, entre todos ellos hay uno que se repite hasta la saciedad, pues no existe duda alguna en calificar a esta nueva Ley como necesaria. Desde luego, si se recuerda el lamentable estado de nuestra legislación concursal antes de la nueva Ley, no habrá lugar a la más mínima discrepancia sobre tal calificativo. Dicho lo anterior, me parece que también puede afirmarse que la LC viene a instaurar, aunque con más de un matiz, una “nueva cultura concursal”. En efecto, superando cualquier connotación con nuestro Derecho histórico, el estado de insolvencia no recibe de por sí una valoración negativa, pues tal resultado no sólo es posible sino, también, lícito, ya que puede producirse en el orden normal de las cosas y como consecuencia de infortunios que hacen fracasar una gestión y actividad económica que responda a patrones de normalidad. Esta elemental observación no era, precisamente, la que venía a asumirse en el Derecho derogado, en donde la declaración de quiebra suponía, sin excepción, la producción de un cúmulo de efectos que recaían sobre el deudor común y que respondían a un carácter sancionador, a expensas de la posible rehabilitación que, al final del juicio universal, pudiera acordarse a favor del quebrado. En la LC, por el contrario, la mera declaración del concurso ya no tiene anudados unos efectos de sanción, pues toda represión de la conducta del deudor común se vincula al enjuiciamiento de su conducta a través de la sección de calificación (cfr. arts. 163, 1 y 172 LC) Ahora bien, estas afirmaciones no impiden que la declaración de concurso pueda producir ciertos 2 efectos sobre la persona del deudor común, pero si explican la muy distinta finalidad a la que éstos responden, pues ha de tratarse de medidas adoptadas con una finalidad instrumental del propio concurso. En efecto, y por citar tan sólo un ejemplo, cuando el artículo 40 LC dispone ciertas medidas de intervención de las facultades del concursado no lo hace bajo un criterio sancionador sino, mejor, en cuanto instrumentos necesarios para el mejor desarrollo del juicio universal. Por otra parte, y como una característica más de la LC, aunque también esta afirmación requeriría ciertos matices, el texto legal incrementa el realismo de las respuestas concursales. El Derecho Concursal codificado se acogía, también en materia de quiebras, en un Código “de tienda y almacén”, ajeno completamente a la realidad de los mercados, y con un protagonismo exarcebado del deudor persona física. Pues bien, sin haber llegado a todas las consecuencias necesarias, la LC acerca más a la realidad el instituto concursal y adecua sus respuestas a aquellos supuestos, por otra parte los más frecuentes, en que el concursado es una persona jurídica. En tales casos, las decisiones de quienes actuaron por la persona jurídica o determinaron su voluntad en razón de la posición orgánica que ocuparan son los elementos relevantes en el nuevo Derecho Concursal, en donde se adaptan las reglas generales a estos supuestos, tomando entonces como referencia no al deudor persona jurídica sino, mejor, a quien tiene en él la capacidad de decisión. Pero, es más, el realismo de que hace gala la LC ha llevado al legislador a adoptar particulares previsiones en virtud de las cuáles se ignoran los elementos formales, pues lo verdaderamente relevante no es quien puede – formalmente – tomar las decisiones que vinculen a aquella persona jurídica sino, también, quien ha adoptado materialmente tales decisiones (administradores de hecho) Las ideas anteriores servirán para encarar el tema del que quisiera ocuparme en estas líneas. El carácter instrumental de los efectos anudados a la declaración de concurso y, por otra parte, el realismo que, en principio, caracteriza a la LC en los supuestos en que el deudor sea una persona jurídica, muestran la oportunidad de estudiar cuáles son los efectos que tiene la declaración del concurso sobre los administradores y los órganos de gobierno 3 del deudor persona jurídica. Ahora bien, conviene advertir alguna matización antes de afrontar tal reto. En este sentido, la primera y más importante advertencia no es otra que señalar el carácter provisional de toda afirmación que en materia concursal pueda llegar a hacerse. En efecto, la inmediatez de la LC, la ausencia del contraste con la práctica y la falta de pronunciamientos jurisprudenciales, así como la inexistencia en nuestro país – con la salvedad de relevantes excepciones – de una auténtica doctrina concursalista, aconsejan unas buenas dosis de relativismo. Por otra parte, en las líneas que siguen se centrará la atención en aquellos aspectos en que medien particularidades sobre el régimen general de efectos anudados a la declaración de concurso y que se justifiquen en el hecho de que el deudor sea una persona moral. No se trata de estudiar todos y cada uno de los efectos vinculados a la declaración de concurso sino, tan sólo, las particularidades que se presentan en el supuesto que nos ocupa. Por último, y a fin de simplificar la exposición, ésta tomará como referencia el supuesto en que el concursado sea una sociedad anónima, debiendo el lector adecuar a cualquier otro supuesto las afirmaciones que se hagan. II.-. LOS EFECTOS DE LA DECLARACIÓN DEL CONCURSO SOBRE LOS ÓRGANOS DE LA PERSONA JURÍDICA CONCURSADA: EL PRINCIPIO DE CONTINUACIÓN. La declaración de concurso no implica la extinción de la persona jurídica concursada, ni siquiera el concurso se configura como causa de disolución. En este sentido, y de forma expresa, la Disposición Final vigésima LC da nueva redacción al apartado 2 del artículo 260 LSA, conforme al cual, “la declaración de concurso no constituirá, por sí sola, causa de disolución, pero si en el procedimiento se produjera la apertura de la fase de liquidación la sociedad quedará automáticamente disuelta” (esta misma idea se reitera en la Disposición Final segunda LC, por la que – entre otros – se modifican los arts. 221 y 222 C.com. y en la Disposición Final vigésima primera LC, por la que se da nueva redacción al art. 104, 2 LSRL) La consecuencia inmediata que se sigue de tal regla no es otra que el mantenimiento de los órganos de la persona jurídica concursada, pues dado que si la misma subsiste aquéllos devienen 4 entonces necesarios. Expresamente lo advierte el legislador al señalar que “durante la tramitación del concurso, se mantendrán los órganos de la persona jurídica deudora..” (cfr. art. 48, 1 LC) Pero, si la declaración de concurso ha de producir ciertos efectos sobre la persona del deudor, aun cuando sea con carácter instrumental, habrá que cuestionarse como se han de producir éstos cuando el concursado sea una persona jurídica. Por la fuerza de las cosas, y con un mínimo de realismo, han de referirse tales efectos, en la medida de lo posible, a quienes deciden por el concursado, esto es, a los órganos de la persona jurídica y los titulares que los ocupan. De este modo, los efectos que tenga anudada la declaración de concurso recaerán sobre quienes tienen la capacidad de autodeterminación de la persona jurídica concursada. En este sentido, la norma fundamental que ha de considerarse es el artículo 48 LC, la cual habrá de completarse con otras disposiciones de la LC que, igualmente, vienen a concretar ciertos efectos que derivan de la declaración de concurso de la persona jurídica. De acuerdo con este cúmulo de normas, pueden sintetizarse los distintos efectos y consecuencias derivadas del concurso sobre los órganos de la persona jurídica concursada en los siguientes: • Efectos sobre los derechos y libertades de los administradores sociales • Efectos sobre el funcionamiento del órgano de administración y que tienen su causa en la incidencia del concurso sobre las facultades patrimoniales de la persona jurídica concursada. • Imposición a los administradores de ciertos deberes de cooperación e instrumentales del concurso que, en principio, recaen sobre el concursado. • Consideración de los administradores como “personas especialmente relacionadas con el concursado”. • Neutralidad del concurso respecto del ejercicio de las pertinentes acciones de responsabilidad frente a los titulares del órgano de administración. 5 • Posibilidad de adoptar ciertas medidas cautelares que aseguren futuras y eventuales responsabilidades de los administradores que pudieran hacerse valer en el juicio universal. De todos estos aspectos intentaremos ocuparnos a continuación. Sin embargo, y con carácter previo, me parece que conviene destacar cómo los distintos efectos y consecuencias que la declaración de concurso puede llegar a desplegar sobre los administradores de la persona jurídica concursada, han de respetar un doble límite. En primer lugar, deberá respetarse un límite subjetivo, pues sólo podrán recaer estos efectos sobre aquellos sujetos que merezcan la consideración de administradores de la persona jurídica concursada. Ahora bien, y conforme se irá viendo, esa limitación subjetiva no impide que la LC lleve a cabo dos extensiones, en función de las circunstancias que rodeen cada supuesto de hecho (vid., ad ex. art. 48, 3º; art. 93, 2, 2º, etc.) Así, el texto legal no requiere la vigencia del nombramiento como administrador, por lo que, según los casos, estos efectos, o al menos parte de ellos, podrán producirse también respecto de quienes hubieran tenido la condición de administradores de la persona jurídica concursada en una fase anterior y que la LC viene a concretar por referencia a los dos años anteriores a la declaración de concurso De igual modo, y si las circunstancias lo permitieran, también se extenderá la consideración de administrador de la persona jurídica concursada a quienes pudieran ser calificados como administradores de hecho respecto de ésta. Pero, junto con este límite subjetivo no ha de olvidarse otro límite temporal. En efecto, si los efectos anudados a la declaración del concurso y que se sufren por los administradores de la persona jurídica concursada son instrumentales del propio concurso, su duración no ha de ser ilimitada y quedará vinculada al desarrollo del juicio universal. Por ello, los efectos que nos ocupan se mantendrán durante la tramitación de la llamada fase común, esto es, hasta la adopción del convenio o, en otro caso, la apertura de la liquidación concursal. No ha de olvidarse que “desde la eficacia del convenio cesarán todos los efectos de la declaración de concurso, quedando sustituidos por los que, en su caso, se establezcan en el propio convenio y sin perjuicio de 6 los deberes generales que para el deudor establece el artículo 42” (art. 133, 2º LC) Por otra parte, y para el resto de los supuestos, resulta evidente la desaparición de tales efectos, pues “si el concursado fuese una persona jurídica, la resolución judicial que abra la fase de liquidación contendrá la declaración de disolución si no estuviese acordada y, en todo caso, el cese de los administradores o liquidadores, que serán sustituidos por la administración concursal para proceder de conformidad con lo establecido en esta Ley” (art. 145, 3 LC) No obstante el tenor literal de eta norma, procede hacer una importante matización, pues debe excluirse un alcance total al cese de los administradores, ya que éstos deberían mantener su nombramiento, pese a la apertura de la liquidación, cuando así lo justifique la tutela de los intereses del concursado y ésta no pudiera ser asumida por los órganos del concurso (ad ex., ejercicio de las acciones de responsabilidad frente a la administración concursal ex art. 36, 1 LC) (Beltrán) No obstante lo anterior, habrá que observar cómo la regla general señalada no ha de impedir ciertas excepciones, de tal modo que los efectos vinculados a la declaración de concurso y que sufren los administradores sociales van a ir más allá del término de la fase común. En este sentido, y debido a la finalidad que en cada concreto supuesto se persigue, deberán señalarse algunos efectos que no se hacen venir a menos como consecuencia del cierre de tal trámite. Así, el embargo preventivo que recayera sobre el patrimonio del administrador no se extinguirá como consecuencia del cierre de la fase común, debiendo pervivir hasta que se dicte la sentencia de calificación del concurso (vid. art. 48, 3 en relación con el art. 172, 3 LC) De igual modo, la consideración del administrador como “persona especialmente relacionada con el concursado” no se agota con la adopción del pertinente convenio o la apertura de la liquidación, pues necesariamente se extenderá hasta la realización de los pagos concursales, dada la subordinación del crédito que resulte ser de titularidad del administrador (cfr. art. 92, 5 y art. 158 LC) III.- LOS EFECTOS PERSONALES DE LA DECLARACIÓN DE CONCURSO DE UNA PERSONA JURÍDICA. 7 En la declaración del concurso, y en razón de las particulares circunstancias que en el concurran, el juez está facultado para adoptar, con un puro carácter instrumental, distintas medidas que han de incidir en los derechos y libertades básicas del deudor común, también cuando éste sea una persona jurídica. Así, el artículo 41 LC advierte tal posibilidad, reenviándonos a cuanto dispone la Ley Orgánica 8/2003, de 9 de julio, para la reforma concursal (en adelante LORC) Este texto legal viene a concretar el alcance de la previsión contenida en el artículo 41 LC, tanto en lo que hace a sus aspectos materiales como subjetivos. En este sentido, el artículo primero, apartado 2 LORC adecua las posibles medidas a adoptar cuando el concursado sea una persona jurídica, advirtiendo que en tales supuestos, “las medidas previstas en el apartado anterior podrán acordarse también respecto de todos o alguno de sus administradores o liquidadores”, añadiendo que la adopción de medidas sobre los administradores podrá actuarse “tanto de quienes lo sean en el momento de de la solicitud de declaración del concurso como de los que lo hubieran sido dentro de los dos años anteriores”. Por lo tanto, y sin perjuicio de las concretas medidas que hubieran sido acordadas respecto del concursado, el juez también podrá decidir las que considere oportunas frente a los administradores de éste. Las medidas deberán ser siempre acordadas por el juez, previa audiencia del ministerio fiscal, y desde la admisión a trámite de la solicitud de declaración de concurso necesario, a instancia de persona legitimada, o desde la declaración de concurso, a petición de legitimado o de oficio. En todo caso, la aprobación de cualquier medida de este tipo deberá estar motivada, concretando la LORC los criterios para valorar la suficiencia de tal justificación, pues, de conformidad con cuanto dispone el apartado 3 del artículo primero LORC, la decisión judicial ha de justificarse en “la idoneidad de la medida en relación con el estado del procedimiento de concurso”, especificando “el resultado u objetivo perseguido, que se expondrá de manera concreta”, asegurándose en todo caso que medie la necesaria “proporcionalidad entre el alcance de cada medida y el resultado u objetivo perseguido”, y debiendo concretarse, en último lugar, “la duración de la medida, con fijación del tiempo 8 máximo de vigencia, que no podrá exceder del estrictamente necesario para asegurar el resultado u objetivo perseguido, sin perjuicio de que, de persistir los motivos que justificaron la medida, el juez acorde su prórroga con los mismos requisitos que su adopción”. Pues bien, de acuerdo con estas exigencias, el juez del concurso, junto con aquéllas que afectaran, en su caso, sobre el concursado, podrá acordar que sobre todos o parte de los administradores de la persona jurídica concursada recaigan las siguientes medidas. En primer lugar, la intervención de su comunicaciones, la cual deberá practicarse de conformidad con lo previsto en la Ley de Enjuiciamiento Criminal (art. primero, ap. 4 LORC), y asegurando el secreto de aquellos contenidos que resultaran ajenos para el interes del concurso (art. primero, ap. 1, 1ª LORC) De igual modo, podrá imponerse a los afectados el deber de residencia en la población de su domicilio. Si se incumpliera este deber, o mediaran fundadas razones que hacen previsible ese incumplimiento, el juez podrá adoptar otras medidas que considere necesarias, incluso el arresto domiciliario (vid. art. primero, ap. 1, 2ª LORC) En último lugar, y también respecto de todos o parte de los administradores de las persona jurídica ahora concursada, el juez podrá decidir motivadamente la entrada en el domicilio de aquéllos y su registro. Como fácilmente se habrá podido colegir, todas estas medidas tienen un puro carácter instrumental y son vicarias del mejor desarrollo del juicio universal, quedando desprovistas de cualquier connotación represiva. Expresamente, la Exposición de Motivos que acompaña la LORC advierte estas ideas al señalar que “la reforma concursal ha de orientarse, conforme a la doctrina del Tribunal Constitucional, en el sentido de atemperar el rigor de esos efectos, suprimir aquellos de carácter represivo y limitarse a establecer los necesarios desde un punto de vista funcional, en beneficio de la normal tramitación del procedimiento y en la medida en que ésta lo exija, confiriendo al juez la potestad de graduarlos y de adecuarlos a las circunstancias concretas de cada caso”. 9 IV.- LOS EFECTOS DE LA DECLARACIÓN DE CONCURSO SOBRE LAS FACULTADES PATRIMONIALES DEL DEUDOR PERSONA JURÍDICA. La declaración de concurso tiene, como consecuencia necesaria, que se incida en las facultades de administración y disposición del deudor ahora concursado. De este modo, y a tenor de cuanto dispone el artículo 40, 1 LC, el concursado conserva las facultades de administración y disposición sobre su patrimonio, aún cuando el ejercicio de las mismas deba sujetarse a un régimen de intervención o de suspensión, en razón de la concreta decisión que adopte el juez en el auto declarativo del concurso (art. 21, 2 LC) La procedencia de este particular efecto de la declaración del concurso sobre el deudor responde a una justificación expresa, siendo corolario de otras normas necesarias (ad ex. principio de universalidad de masa ex art. 76, 1 LC), a la par que es instrumento necesario para realizar las finalidades de la propia institución concursal. Esta regla general no sufre excepción cuando el concursado sea una persona jurídica. Ahora bien, por la fuerza de las cosas, es preciso adaptar la regla general a las particularidades que presenta el particular supuesto de hecho. La persona jurídica adopta sus decisiones mediante el concurso de terceros, de tal modo que éstos, actuando bajo el respeto de los básicos principios de legalidad y competencia, alcanzan a formar lo que podríamos llamar como voluntad de la sociedad, con la consecuencia de que la decisión así expresada por los titulares del órgano se imputa a la propia persona jurídica, gravando el patrimonio social, y no a quienes formaron o manifestaron la misma. En este contexto se entenderá, entonces, la previsión del artículo 48, 1 LC, al señalar que la afirmación de la continuidad de los órganos de la persona jurídica deudora se hace “sin perjuicio de los efectos que sobre su funcionamiento produzca la intervención o la suspensión de sus facultades de administración y disposición”. De este modo, y en razón del contenido de las medidas que fueran adoptadas en el auto declarativo del concurso (vid. art. 21, 1, 2º LC), cabe diferenciar dos supuestos. En el primero de ellos, el juez del concurso habría optado por la intervención de las facultades de administración y disposición del deudor común, con la consecuencia, entonces, de que su 10 ejercicio se somete “a la intervención de los administradores concursales, mediante su autorización o conformidad” (art. 40, 1 LC) En este primer supuesto, el órgano de administración de la persona jurídica concursada continuará con el ejercicio de su competencia, en cuya virtud adoptará las decisiones de administración y disposición que estime convenientes, pero tales decisiones necesitarán del complemento de la autorización o conformidad de los administradores concursales. Junto a este primer supuesto cabe referirse a un segundo, en el que las medidas adoptadas por el juez del concurso fueran las de suspensión de esas facultades que, en principio, conserva el deudor. En este segundo caso, y en virtud de tal decisión judicial, “se suspenderá el ejercicio por el deudor de las facultades de administración y disposición sobre su patrimonio, siendo sustituido por los administradores concursales” (art. 40, 2 LC) La medida de suspensión que fuera acordada supone la limitación temporal de la competencia de administración y disposición que se había atribuido a los órganos sociales, de tal modo que éstos no podrán ejercer la misma, sin que, por el contrario, implique además el cese de los titulares de tal órgano, quienes continuarán, pese a la pérdida temporal e instrumental de dicha competencia, al frente de la sociedad ahora concursada. La previsión del artículo 48, 1 LC ha de explicarse, entonces, como una regla en cuya virtud se reordena la competencia atribuida a los órganos sociales. En efecto, si la medida adoptada es la de suspensión de las facultades de administración y disposición de la concursada, se viene a incorporar una exigencia más en el proceso de formación de la voluntad de la persona jurídica en el ejercicio de aquellas facultades, pues no bastará con atender las exigencias y requisitos dispuestos por la legislación societaria para tal fin, al resultar necesario el complemento de la participación de los administradores concursales. De igual manera, y para los supuestos en que la medida adoptada judicialmente fuera la de suspensión de las facultades de administración y disposición, también se produce esa reordenación de la competencia en principio atribuida a los órganos sociales, pues temporalmente se les priva a éstos de su ejercicio, el cual queda reservado a los administradores concursales. En definitiva, la declaración de concurso de la persona jurídica tiene como efecto particular sobre sus órganos la reordenación 11 de su competencia para administrar o disponer del patrimonio social, pues el ejercicio de aquélla se sujeta a la condición de la participación de los administradores concursales o, en su caso, se suspende y temporalmente se atribuye a estos últimos. La eficacia de estas medidas se asegura mediante dos reglas. En primer lugar, los actos contrarios a las limitaciones de estas facultades de administración y disposición establecidas en el auto declarativo del concurso son anulables, reservándose la legitimación para el ejercicio de tal acción a favor de los administradores concursales. Por otro lado, y como medida elemental de protección del tráfico, los actos contrarios a las medidas limitativas de las facultades de administración y disposición del concursado, en nuestro caso la persona jurídica, “no podrán ser inscritos en registros públicos mientras no sean confirmados o convalidados, o se acredite la caducidad de la acción de anulación o su desestimación firme” (art. 40, 7 LC) Pero, el artículo 48, 1 LC acompaña la previsión de estas medidas limitativas de forma particularizada para los supuestos en que el concursado sea una persona jurídica con otra regla de indudable proyección práctica. Así, el citado precepto advierte que “los administradores concursales tendrán derecho de asistencia y de voz en las sesiones de los órganos colegiados”. El sentido y finalidad a que obedece esta regla parece claro, pues se trata de facilitar la tarea que se encomienda a los administradores concursales, por lo que sus derechos de asistencia y participación son el instrumento que posibilita la relación y coordinación entre aquellos y los órganos colegiados de la persona jurídica concursada. Desde luego, y junto con la anterior consecuencia, la previsión legal obliga también a señalar que la convocatoria de los órganos colegiados de la sociedad ahora concursada se venga a hacer, de forma expresa, a favor de la administración concursal. Una lectura superficial de esta segunda previsión del artículo 48, 1 LC pudiera llevarnos a pensar que la misma adolece de una significativa omisión, pues entre los derechos atribuidos a favor de los administradores concursales no se encuentran los derechos voto y de impugnación de los acuerdos 12 adoptados. Sin embargo, entiendo que la decisión del legislador sobre este particular no sólo es expresa – y, por tanto, no puede explicarse como un mero olvido – sino, también, que está plenamente justificada y es correcta. En efecto, los administradores concursales no necesitan para el mejor desarrollo de sus funciones que les sea atribuido ningún poder de voto o de impugnación en los supuestos como los que ahora nos ocupan. Y la razón es muy simple, pues la administración concursal, como consecuencia de las medidas de intervención o de sustitución que fueran acordadas en el auto declarativo del concurso, ya dispone de un poder mayor de decisión que hace inútil la atribución del voto a fin de incidir en las decisiones adoptadas por los órganos colegiados de la concursada o el reconocimiento de su derecho a impugnar los acuerdos que en el seno de éstos se vinieran alcanzar. En efecto, toda decisión de los órganos colegiados de la persona jurídica concursada deberá ser autorizada – intervención – o, bien, carecerá de toda eficacia pues la competencia para tal fin se atribuye a los propios administradores concursales – suspensión – como consecuencia de la declaración de concurso. Por otra parte, si los administradores concursales decidieran la impugnación de un acuerdo del órgano colegiado, la misma siempre sería posible dado su carácter anulable al contradecir las medidas de intervención o de suspensión que recaen sobre la concursada. V.- IMPOSICIÓN A LOS ADMINISTRADORES SOCIALES DE CIERTOS DEBERES DE COLABORACIÓN EN EL CONCURSO. Como una consecuencia más de entre las muchas que derivan de la declaración de concurso, el artículo 42 LC sienta un deber genérico de colaboración e información que pesa sobre el deudor común y que ha de actuarse en favor del juez y de la administración concursal. De conformidad con el precepto citado, el concursado ha de comparecer “personalmente ante el juzgado de lo mercantil y ante la administración concursal cuantas veces sea requerido”. De igual modo, viene a establecerse que el deudor ha de “colaborar e informar en todo lo necesario o conveniente para el interés del concurso”. 13 Pues bien, cuando el concursado sea una persona jurídica el cumplimiento de tales deberes recaerá sobre sus administradores y liquidadores, exigiéndose también el mismo comportamiento a quienes hubieran tenido esa condición durante los dos años anteriores a la fecha de la declaración del concurso. La LC no se conforma con tal previsión, pues extiende el cumplimiento de tales deberes a otros sujetos, al disponer que los deberes de colaboración e información “alcanzarán también a los apoderados del deudor y a quienes lo hayan sido dentro del plazo señalado” (art. 42, 2 LC) Por otro lado, ha de destacarse cómo el texto legal concreta, en ocasiones, el alcance de esos deberes de colaboración e información. Así, y a modo de ejemplo, puede recordarse que el artículo 45, 1 LC dispone la entrega de los libros contables obligatorios y de cualquier otro documento relativo al tráfico y actividad desarrollada por el deudor. De igual manera, el artículo 46, 2 LC mantiene el deber de formular las cuentas anuales del ahora concursado durante la sustanciación del juicio universal. De todos modos, respecto del cumplimiento de estos deberes de colaboración e información por parte de los administradores de la sociedad concursada no cabe dejar de lado dos observaciones más. En primer lugar, el cumplimiento de estos deberes deberá adecuarse al régimen de intervención y suspensión de facultades que el juez hubiera acordado en el auto declarativo del concurso. Con esta idea quisiera, simplemente, advertir que el cumplimiento de los deberes de información y colaboración compete a los administradores de la concursada, pero que, también, alguna forma particularizada de realización de tales deberes requerirá del complemento de la administración o, incluso, que deberá ser atendido por ésta ante la imposibilidad de que aquéllos así lo hicieran. Piénsese en la exigencia de formulación de las cuentas anuales de la concursada, en donde tal decisión deberá contar con el respaldo de la administración concursal si se hubiera acordado la intervención de las facultades de administración y disposición e, incluso, no podría alcanzarse por los administradores societarios sino, tan sólo, por la administración concursal cuando aquel régimen fuera el de suspensión. 14 Pero, también, el cumplimiento de estos deberes de colaboración e información que recaen sobre el deudor y, en caso de persona jurídica, sobre sus administradores, plantea un último problema. Me refiero a la exigibilidad del comportamiento debido y a los mecanismos dispuestos en la LC a fin lograr su efectividad. En este sentido, conviene destacar cómo el artículo 165, 2º LC acoge una presunción de culpabilidad en el concurso cuando el deudor o sus administradores o liquidadores “hubieran incumplido el deber de colaboración con el juez del concurso y la administración concursal (o) no les hubieran facilitado la información necesaria o conveniente para el interés del concurso”. Esta presunción, de carácter “iuris tantum”, facilitará, en su caso, la calificación culpable del concurso, con todas las consecuencias, tanto personales como patrimoniales, dispuestas en el artículo 172 LC. Pero, además, no puede obviarse que la LC incorpora un nuevo – y necesario – criterio en los que hace a los sujetos sobre los que recaen los efectos derivados de la calificación culpable del concurso. Así, y manteniendo la solución tradicional de disponer esos efectos sobre el deudor y los cómplices, la LC acoge la categoría de las “personas afectadas por la calificación”, y en la que, sin duda alguna, habrá que incluir a los administradores y liquidadores de la persona jurídica cuyo concurso se califica como culpable (cfr. art. 164, 1 LC) VI.- CONSIDERACIÓN DE LOS ADMINISTRADORES COMO “PERSONAS ESPECIALMENTE RELACIONADAS CON EL CONCURSADO”. Tras la declaración de concurso, los administradores de la sociedad concursada son calificados por la LC como “personas especialmente relacionadas con el concursado” (cfr. art. 93, 2, 2º LC) Esta declaración se hace en todo caso, sin necesidad de que concurra circunstancia o condición adicional alguna. De este modo, todo administrador, sea persona física o jurídica, será considerado, siempre, como “persona especialmente relacionada con el concursado”. La cuestión central que suscita tal calificación de los administradores es la relativa a las consecuencias que la misma comporta. Ahora bien, y en razón de expresos pronunciamientos que acoge la LC, hemos de atender 15 primeramente a otro problema, pues será preciso concretar quien ha de ser considerado, a los efectos de la calificación como “persona especialmente relacionada con el concursado”, como administrador de la sociedad concursada. El problema tiene su origen en ciertas previsiones que contiene la LC y que llevan más allá, a estos efectos, la noción de administrador, equiparando a éstos a ciertos sujetos que, de alguna manera, disponen por otro título del poder de decisión sobre la ahora concursada. Desde luego, merecen la calificación de administradores, con la consecuencia de ser considerados, en su caso, como “personas especialmente relacionadas con el concursado”, aquellos sujetos que disponen en su favor de un nombramiento formal y vigente como tales respecto de la sociedad concursada. Pero, siguiendo el criterio adoptado en la LC, se extiende la misma consideración a los administradores de hecho, esto es, respecto de quienes careciendo – por la razón que sea – de un nombramiento formal y vigente como administradores, vienen a desempeñar, sin embargo, las funciones que a éstos se reservan. De este modo, quien fuera administrador, tanto aquél cuyo poder de decisión responde a un nombramiento formal y vigente como el que de hecho ejerce tal función, tendrá la consideración dispuesta en el artículo 93, 2, 2º LC. Esta conclusión, además, ha de acompañarse de dos precisiones más. En primer lugar, el texto legal delimita temporalmente la noción de administrador a estos efectos, pues también será considerado como tal y merecerá la calificación dispuesta en el artículo 93 LC quien hubiera sido administrador, de hecho o de derecho, en los dos años anteriores a la fecha de declaración del concurso. Por otra parte, habrá que destacar una segunda previsión, dispuesta con la finalidad de evitar cualquier posibilidad de fraude, ya que el apartado 3 de este artículo 93 LC advierte que “salvo prueba en contrario, se presumen personas especialmente relacionadas con el concursado los cesionarios o adjudicatarios de créditos pertenecientes a cualquiera de las personas mencionadas en los apartados anteriores, siempre que la adquisición se hubiere producido dentro de los dos años anteriores a la declaración de concurso”. 16 No obstante lo anterior, y a los solos efectos de su calificación como “personas especialmente relacionadas con el concursado”, la LC equipara a los administradores a aquellos sujetos que fueran “apoderados con poderes generales de la empresa”, debiendo considerarse como tales no sólo quienes reunieran actualmente tal cualidad sino, también, “quienes lo hubieren sido dentro de los dos años anteriores a la declaración de concurso”. Delimitado el supuesto de hecho, conviene ahora detenerse en el problema de cuáles son las consecuencias que la LC anuda a la consideración de los administradores como “personas especialmente relacionadas con el concursado”. Pues bien, el artículo 92, 5 LC advierte que los créditos cuya titularidad correspondiera a estos administradores frente a la concursada son calificados como créditos subordinados. En virtud de tal calificación, que constituye una de las novedades más interesantes y de mayor proyección práctica de la LC, los administradores, al ser considerados como “personas especialmente relacionadas con el concursado”, perderán su carácter de acreedores ordinarios pero, también, cualquier privilegio o preferencia del que pudiera disfrutar el crédito de su titularidad. De este modo, y en razón del particular modo de terminación del concurso, cabe concretar más la incidencia que tiene la calificación del crédito de los administradores como crédito subordinado. Así, si en el concurso se alcanzara un convenio, no habrá que olvidar la previsión del artículo 122, 1, 1º LC, conforme a la cual los titulares de créditos subordinados quedan privados del derecho de voto. Por otro lado, si el juicio universal diera lugar a la liquidación concursal, la LC señala una regla particular para el pago de los créditos subordinados, pues éste se realizará “hasta que hayan quedado íntegramente satisfechos los créditos ordinarios”, debiendo procederse, una vez satisfecha tal condición, “por el orden establecido en el artículo 92 y, en su caso, a prorrata dentro de cada número”. Como fácilmente se comprenderá, si el pago de los créditos subordinados ha de respetar la prevalencia de los ordinarios y, por supuesto, de los privilegiados, y, además, este crédito subordinado de los administradores ocupa el quinto grado – de entre los seis 17 posibles – en el orden de satisfacción de los créditos subordinados, su consideración como tal arrastrará, casi con toda seguridad, la conclusión de su fallido. VII.- INCIDENCIA DE LA DECLARACIÓN DE CONCURSO SOBRE LOS CONTRATOS DE ALTA DIRECCIÓN QUE VINCULAN A LOS ADMINISTRADORES CON LA PERSONA JURÍDICA CONCURSADA. La declaración de concurso de una sociedad también puede tener otros efectos que incidan en la esfera jurídica de sus administradores. Así, si entre la sociedad y sus administradores mediara un contrato que pudiera ser calificado como de “alta dirección” (sobre tal noción, vid. art. 1, 2º del RD 1382/1985, de 1 de agosto), éste puede verse seriamente afectado por la declaración de concurso de aquélla. En primer lugar, la administración concursal, por iniciativa propia o a petición del deudor, podrá declarar la extinción o la suspensión de los contratos de este tipo que vincularan a la concursada con sus administradores (cfr. art. 65, 1 LC) Por otra parte, y en relación con aquellos supuestos en que se alcanzara la extinción de estos contratos de “alta dirección”, la LC habilita expresamente al Juez del concurso para que pueda moderar la cuantía de la indemnización que, en su caso, deba satisfacerse al administrador, quedando sin efecto los pactos indemnizatorios que se hubieran acordado en tal contrato (cfr. art. 65, 3 LC) En todo caso, la indemnización debida al administrador por tal concepto no podrá resultar inferior a la prevista en la legislación laboral para los supuestos de despido colectivo, teniendo, además, la consideración de crédito contra la masa (cfr. art. 84, 2, 5º LC) En último lugar, la administración concursal podrá solicitar al Juez que el pago de las indemnizaciones debidas por este concepto se aplace hasta que la sentencia de calificación del concurso devenga firme (vid. art. 65, 4 LC) La razón de ser de esta previsión radica en facilitar la realización de la posible 18 responsabilidad concursal que, como resultado de la sentencia de calificación del concurso (vid. art. 172, 3 LC), pudiera exigírseles a los administradores VIII.- INCIDENCIA DE LA DECLARACIÓN DE CONCURSO SOBRE LAS ACCIONES DE RESPONSABILIDAD QUE PUDIERAN EJERCITARSE FRENTE A LOS ADMINISTRADORES DE LA SOCIEDAD CONCURSADA. VIII.1.- Acciones de responsabilidad frente a los administradores y declaración de concurso de la sociedad administrada. La declaración de concurso no supone obstáculo alguno para el ejercicio de las pertinentes acciones de responsabilidad frente a los administradores de la entidad ahora concursada. Esta idea es expresamente destacada por la LC, cuyo artículo 48, 2 advierte la compatibilidad del ejercicio de la llamada acción social de responsabilidad (art. 124 LSA) respecto del concurso, la extensión de la legitimación activa para el ejercicio de tal acción en favor de los administradores concursales (“estarán también legitimados para ejercitar esas acciones los administradores concursales sin necesidad de previo acuerdo de la junta o asamblea de socios”) y, por último, atribuye la competencia para conocer del ejercicio de tales acciones al juez del concurso. Señalado el contenido de la norma, resulta ahora oportuno atender a la valoración que ha de merecer. En primer lugar, cabe señalar que el ejercicio de las pertinentes acciones de responsabilidad previstas en la normativa societaria no muda el significado dogmático de éstas cuando se viene a producir tras la declaración del concurso (en relación con la acción social de responsabilidad ex art. 134 LSA, vid., ad ex., STS de 7 de Junio de 1999) La justificación y caracterización de las acciones previstas con carácter general para exigir la pertinente responsabilidad a los administradores y liquidadores no sufren alteración alguna como resultado de que la persona jurídica a la que representan sea declarada en concurso. Mayor complejidad pudiera presentar la interpretación y alcance que cabe dar a la regla que extiende la legitimación activa a favor de los 19 administradores concursales a fin de que por ellos se ejercite la acción social de responsabilidad frente a los administradores de la sociedad concursada. Como antes indicara, el artículo 48, 2 LC advierte ya una primera particularidad en lo que hace al ejercicio de la acción social de responsabilidad cuando la persona jurídica a la que representan los administradores hubiera entrado en concurso. En tal supuesto, la citada previsión destaca que, para el ejercicio de la acción ex artículo 134 LSA, "estarán también legitimados para ejercitar esas acciones los administradores concursales sin necesidad de previo acuerdo de la junta o asamblea de socios". Esta regla fue objeto de una contundente crítica por parte de algún autor, que ha intentado apoyarla en distintos argumentos. La primera crítica se centra en las imprecisiones de que - según se nos dice - adolece el artículo 48, 2 LC. Así, se advierte que "parece que esta nueva legitimación activa jugaría en caso de declaración del concurso al margen de que el mismo concluya en liquidación o en convenio, y no tendría carácter subsidiario respecto del ejercicio de la acción social por la propia sociedad a través de la Junta (".. sin necesidad de previo acuerdo de la junta o asamblea de socios") pero no se aclara si se mantiene o no su subsidiariedad respecto del ejercicio de la acción social por los socios minoritarios, tal y como se establece en el artículo 134, 4 LSA" (Alonso Ureba) Sin embargo, no parece que deba compartirse esta crítica. Es indudable, por el propio tenor literal de la LC, que la legitimación de la administración concursal no es subsidiaria respecto de un posible acuerdo de la junta general de la sociedad concursada. Es más, la legitimación activa que corresponde a la propia sociedad a través de la adopción del pertinente acuerdo para el ejercicio de la acción social ex artículo 134 LSA nunca se va actuar sin la participación de los administradores concursales, pues la declaración del concurso conllevará la intervención o la suspensión de las facultades patrimoniales de la sociedad concursada (art. 40 LC), trasladándose dichos efectos sobre los órganos de la persona jurídica concursada (art. 48, 1 LC), deviniendo así innecesario el previo acuerdo del órgano asambleario para que la administración concursal pudiera ejercitar tal acción social, y sin perjuicio de lo dispuesto para el ejercicio de acciones por el concursado (art. 54 LC) Por ello, 20 carece de sentido dudar acerca de sí la legitimación activa de la administración concursal es o no subsidiaria respecto de la que, en segundo grado, asiste a los socios minoritarios (vid. art. 134, 4 LSA) La razón es obvia, pues la administración concursal no ejercita la acción social de responsabilidad en virtud de la legitimación activa, subsidiaria y de tercer grado, que corresponde a los acreedores sociales sino que actúa por la sociedad y, por tanto, con carácter principal. Así lo confirma la misma naturaleza de la acción y las previsiones del artículo 54, 1 y 2 LC. Entre los pocos pareceres que se han manifestado sobre este extremo no se ha dudado en considerar que la legitimación activa que se atribuye en el artículo 48, 2 LC a los administradores concursales para el ejercicio de la acción social de responsabilidad supone una legitimación extraordinaria pues ésta corresponde a la propia sociedad y "la atribución de semejante legitimación es una consecuencia de la suspensión o limitación de la capacidad de obrar del deudor" (Llebot Majó) Descartada esta primera crítica, debemos hacer referencia a una segunda y en la que se viene a poner de manifiesto ciertas incongruencias en la atribución de la legitimación activa en favor de la administración concursal a fin de poder ejercitar la acción ex artículo 134 LSA. En este sentido, se afirma que "al margen de las imprevisiones referidas, no nos parece adecuada esta opción del Anteproyecto en el sentido de ampliar la legitimación a los administradores judiciales ("estarán también legitimados ..") Declarado el concurso, lo procedente sería que sólo la administración judicial estuviese legitimada para la interposición de la acción social de responsabilidad, pues en sede concursal debe primar el principio de protección de los acreedores como criterio rector del concurso, lo que desaconseja que sea la propia sociedad o socios minoritarios los que puedan ejercitar la acción social. Ésta fue, además, la posición de la Propuesta de Anteproyecto de 1.995, cuyo artículo 57, 1 se refiere expresamente a la acción social estableciendo que su ejercicio corresponde "exclusivamente" a los síndicos o a los interventores" (Alonso Ureba) Quizás fuera más acertada la solución que se propusiera en la Propuesta de Anteproyecto de Ley Concursal que elaborara el Prof. Rojo (en 21 adelante, PALC de 1.995) Pero, también, es posible una consideración distinta. En efecto, en la crítica que contestamos parece olvidarse que la atribución a la propia sociedad de la legitimación activa para el ejercicio - a través de sus órganos - de la acción social de responsabilidad no tiene consecuencia práctica alguna. La razón no es otra que la exigencia de que tal ejercicio de la acción por la propia concursada requiere la participación de la administración concursal, dados los efectos personales que acarrea la declaración del concurso para el deudor común y sus efectos sobre sus órganos sociales (vid. arts. 40; 48, 1; y 54, 1 y 2 LC) Pero, también, mantener la legitimación activa de segundo grado a favor de los socios minoritarios no perjudica el interés del concurso, ya que de la misma conocerá el juez del concurso, y puede derivar en un efecto positivo, pues permitirá - en su caso - una suerte de remedio ante los supuestos de inacción de los administradores concursales. Otro tanto cabe afirmar respecto de la legitimación activa y de tercer grado que atribuye el artículo 134 LSA a los acreedores sociales. Por otra parte, me parece que no es desacertado afirmar la conveniencia de cuanto dispone esta previsión en orden a la competencia del juez del concurso para conocer del ejercicio de tales acciones, pues su relevancia sobre el mismo resulta incuestionable. En este sentido, bastará con recordar cómo la acción que se ejerce va dirigida a conseguir la reparación del daño sufrido por la propia concursada, de tal modo que el contenido económico a que de lugar aquella reclamación irá destinado a incrementar la masa activa del concurso (cfr. Art. 76, 1 LC) En este contexto cabría, también, hacer una referencia a cual puede ser la incidencia de la declaración de concurso sobre otras acciones de responsabilidad que pudieran ejercitarse frente a los administradores de la ahora concursada, en particular respecto de la denominada acción individual de responsabilidad (sobre su significado, vid., ad ex., STS 30 de Diciembre de 2002) Pese a alguna opinión en contra (Alonso Ureba), me parece que la finalidad y funcionalidad de la acción que contempla el artículo 135 LSA (reparación del daño sufrido por el concreto socio o acreedor) no suscita problema alguno, pues no se dará incidencia alguna de la declaración de 22 concurso sobre la posible responsabilidad individual que llegara a exigirse a los administradores, ni de la misma conocerá el juez del concurso. Esta idea es expresamente destacada por la LC, cuyo artículo 48, 2 reduce el alcance de las normas de coordinación al "ejercicio de las acciones de responsabilidad que, conforme a lo establecido en otras leyes, asistan a la persona jurídica deudora contra sus administradores". VIII.2.- Declaración de concurso y responsabilidad de los administradores por las deudas sociales. La incidencia de la declaración de concurso sobre las posibles acciones de responsabilidad que configura nuestro ordenamiento societario, nos ha de obligar a adentrarnos en una última cuestión de extraordinaria importancia y sobre la que nuestra doctrina, en las primeras manifestaciones sobre el proceso de reforma del Derecho de las crisis económicas, no ha dejado de manifestar un enconado debate. Me refiero a la necesidad de coordinar las reglas concursales con distintas previsiones de nuestro Derecho de sociedades en las que, tras las reformas de 1.989 y de 1.995, se han incorporado diferentes supuestos de responsabilidad de los administradores y liquidadores por las deudas sociales. Los supuestos son de todos conocidos, y entre ellos habrá que recordar las previsiones de los artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL, que disponen la responsabilidad de los administradores por las deudas sociales ante la falta de promoción o de remoción de la disolución social, la Disposición Adicional Tercera, 3 LSA, que acoge igual sanción ante la inadaptación estatutaria requerida por la nueva legalidad y, por último, la posible responsabilidad derivada para los administradores por la aplicación - a mi juicio, bastante discutible - de cuanto sanciona el artículo 120 C.com. en los supuestos de irregularidad societaria ex artículo 16 LSA. No obstante esa pluralidad de supuestos, y a fin de simplificar la exposición de las cuestiones más relevantes, me referiré tan sólo a la responsabilidad ex artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL, dado que será el supuesto más frecuente y, por tanto, de mayor relevancia práctica a los efectos 23 de su necesaria coordinación con el concurso, pudiendo trasladarse los criterios que manifestaremos al resto de los casos antes enunciados. Para analizar los problemas que se plantean en este supuesto y poder ofrecer alguna solución de ellos, resulta obligado no alterar la naturaleza y finalidad de las distintas acciones de responsabilidad que configura nuestro Derecho societario como consecuencia de su mayor o menor operatividad en aquellas situaciones en que la persona jurídica se encuentre en una situación de crisis económica. Desde esta premisa, no se ha dudado en advertir de la compatibilidad (Mairata Laviña) que, en nuestro Derecho vigente, media entre las soluciones concursales y la responsabilidad sancionada en los artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL. El relieve práctico que tiene, ante la crisis de la persona jurídica, la posibilidad de requerir la responsabilidad de sus administradores por “las obligaciones sociales” o por “todas las deudas sociales” es indudable. Estas normas configuran una responsabilidad “personal, ilimitada, autónoma, no objetiva, de carácter cumulativo y solidaria” (García-Cruces) de los administradores por las deudas sociales ante el incumplimiento de los deberes de promoción o remoción de la disolución social. Pero, en esta línea, tampoco resultará desacertado insistir en que la responsabilidad que tales normas sancionan no viene, de por sí, a atender necesariamente una función preconcursal. Por supuesto, “no es posible negar que, con gran frecuencia, la norma legal sobre responsabilidad de los administradores por falta de promoción de la disolución de la sociedad puede cumplir esa función preconcursal; pero no siempre es así” (Rojo FernándezRío) La razón, en mi opinión, es obvia, pues la función que siempre atienden estas reglas de responsabilidad es otra y, en coherencia con ello, el supuesto de hecho que desencadena la exigibilidad de ciertos deberes y, en su caso, la pertinente responsabilidad no queda circunscrito a la pérdida cualificada considerada como causa de disolución en los artículos 260, 4º LSA y 104, 1º, e LSRL. En este sentido, se ha manifestado recientemente que, en la versión definitiva que fue aprobada como texto de la LSA, “a una función meramente preventiva, dirigida a conseguir que existiendo causa legal o estatutaria de disolución, la sociedad no continuara actuando en el tráfico, se añadió una función esencialmente represiva, dirigida a conseguir la efectiva disolución de 24 la sociedad. Y esta segunda función, por la importancia que tiene, habría de eclipsar la originaria función preventiva. La norma no contiene una medida de fomento de la disolución (...) sino una medida coactiva cuya efectividad se consigue a través de esa amenazante responsabilidad legal de los administradores que no promuevan oportunamente la disolución de la sociedad” (Rojo Fernández-Río) Por otra parte, y en coherencia con las funciones advertidas, se entenderá perfectamente el hecho de que la LSA - al igual que la LSRL - no vincule la posibilidad de realizar esta responsabilidad legal con una particular causa de disolución sino, antes bien, con cualquiera de ellas, con independencia del relieve patrimonial que la misma pueda tener. Advertida la caracterización, siquiera mínima, de la responsabilidad ex artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL, conviene ahora cuestionarse la necesidad de sancionar la pertinente coordinación entre aquélla y el hecho de que la sociedad que gestionan estos administradores esté en concurso, así como el modo de llevarla a cabo bajo tales circunstancias. A fin de dar respuesta a estos interrogantes, no estará de más atender a los precedentes inmediatos de la LC. En este sentido, el artículo 57 de la PALC de 1995, tras sentar similares reglas a las previstas en el artículo 48, 2 LC respecto de la acción social de responsabilidad, añadía que: “La misma regla será de aplicación al ejercicio de las acciones de responsabilidad contra los administradores que sean legalmente responsables de las deudas sociales”. Se completaba esta disposición con la previsión del apartado 3 de este artículo 57 de la PALC de 1.995, en donde se advertía que: “Durante la tramitación del concurso, la competencia para conocer de las acciones contra los administradores, los auditores y los liquidadores a que se refieren los apartados anteriores corresponderá al Juez del concurso”. 25 Con estas reglas, se ofrecía una coordinación entre el concurso y la responsabilidad derivada de la no promoción de la disolución del concursado persona jurídica, de tal manera que el ejercicio de las acciones ex artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL se atribuía exclusivamente a la administración concursal - síndicos e interventores, en aquel texto - a la par que de su ejercicio conocería siempre, durante la tramitación del concurso, el juez concursal. Pese a tales precedentes, llama poderosamente la atención el silencio que sobre este particular guarda la LC, pues una previsión como la señalada ha desaparecido y no se dispone nada acerca de la posible coordinación entre las acciones derivadas de la responsabilidad por la no promoción de la disolución que recae sobre los administradores y la declaración de concurso de la persona jurídica a la que sirven. Ante esta laguna, la imprevisión de la LC sobre este particular no puede dejar de ser criticada. Es cierto que con el juego de las acciones previstas en los artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL se requiere el pago de las deudas sociales - esto es, de los créditos concursales - a personas distintas del deudor principal que no es otro que la persona jurídica en concurso. Por lo tanto, prima facie podría considerarse que en nada se afecta el concurso y la adecuada protección de los intereses de los acreedores que en él han de ver su satisfacción. Sin embargo, si se repasa detenidamente el supuesto de hecho, podrá comprobarse cómo estaríamos ante una situación - eso sí, ahora dirigida contra los administradores sociales - muy similar a aquélla que, ante la pluralidad de acreedores y el riesgo de insatisfacción de los créditos, viene a darse frente al deudor común y a la que se quiere poner remedio mediante la propia institución concursal. Por otra parte, cualquier enfoque realista del problema no podrá desconocer la incidencia y relevancia que, para una adecuada realización de los intereses presentes, puede tener en el concurso la posibilidad de requerir el pago de los créditos concursales a determinados terceros que, en concepto de administradores y tras la realidad de una causa de disolución - la pérdida cualificada - cuya verificación no han promovido, resultan responsables personales y solidarios del pago de las deudas sociales en los términos previstos en los artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL. 26 Por todas estas razones, me parece que la LC debería haber acompañado sus reglas en torno a la incidencia del concurso sobre los órganos sociales con una previsión como la recogida en el artículo 57, 2 de la PALC de 1.995, en la que se hubiera atribuido a la administración concursal la legitimación exclusiva para el ejercicio de la acción de responsabilidad frente a los administradores sociales por no promoción de la disolución y, por otra parte, viniera a reservarse en favor del juez del concurso la competencia para conocer del ejercicio de estas acciones. Sin embargo, la falta de previsión del texto legal y la ausencia de una solución expresa nos ha de obligar a buscar una interpretación de la nueva normativa que resulte adecuada para armonizar las distintas exigencias en juego. En este contexto, conviene destacar cómo resulta indudable que la LC muestra una voluntad expresa de mantener la sanción - discutida pero, a mi juicio, acertada - que previenen los artículos 262, 5 LSA y 105, 5 LSRL y, en este sentido, incorpora expresamente que la solicitud de concurso excluye la responsabilidad de los administradores por las deudas sociales contemplada en aquellas normas (cfr. nueva redacción dada a los arts. 262, 5 LSA y 105, 1 y 5 LSRL en virtud de las Disposiciones Finales 20ª y 21ª LC) Ahora bien, si se quiere efectuar un enfoque realista del problema, me parece que debemos reducir su alcance exclusivamente a aquellos supuestos en que los administradores no pudieran asumir la responsabilidad que les imponen la normas citadas, pues no disponen de patrimonio suficiente como para atender íntegramente el pago de las deudas sociales. Si la solvencia de estos administradores permitiera la completa satisfacción de los créditos de terceros frente al concursado no mediaría problema alguno. Por el contrario, si el administrador no pudiera hacer frente totalmente a esta responsabilidad por las deudas sociales, el riesgo estaría en que mediante las reclamaciones individuales de los acreedores frente a él pudiera darse al traste con la clasificación y prelación de créditos dispuesta en sede concursal. Bastaría, en efecto, con que el acreedor cuyo crédito fuera postergado actuara con mayor diligencia que el titular de un crédito privilegiado para que, reclamando en primer lugar y al margen del concurso frente al administrador, obtuviera la 27 íntegra satisfacción de su crédito, de tal modo que cualquier otro acreedor, incluso con mejor derecho en el concurso, se encontrara posteriormente con la insolvencia de su deudor-garante, esto es, el administrador de la persona jurídica concursada. Todo ello abocaría a una situación insatisfactoria, en donde cualquier solución a los problemas planteados vendría dada, en la medida en que resultara posible, por la aplicación de las normas generales (ad ex. tercería de mejor derecho), conduciendo a resultados seguramente no deseables. Sin embargo, en tal situación, y como consecuencia de la insuficiencia de su patrimonio, tanto el administrador como sus acreedores estarían legitimados para instar la declaración de concurso de aquél (cfr. art, 3, 1 LC) Producida esta declaración judicial, podría entonces llegarse a alguna solución del problema planteado. En efecto, el concurso del administrador permitiría revisar, a través del expediente de las acciones de reintegración, la actuación seguida por éste y que le llevo a atender el pago de los acreedores de la persona jurídica concursada y que frente a ésta y en su concurso tenían un derecho postergado respecto de los acreedores de este segundo concurso. El juego de las acciones de reintegración, cuya eficacia no requiere que concurra intención fraudulenta alguna (cfr. art. 71, 1 LC), permitiría la ineficacia de los pagos actuados, de tal modo que el tercero in bonis - esto es, el acreedor postergado de la persona jurídica que era el primer concursado – se sujetará al nuevo concurso y en el que se harán valer el orden y las preferencias que se fijaran en el concurso anterior de la sociedad deudora. Pero, también, y a modo de solución - desde luego, no enteramente satisfactoria y con graves dificultades – ante la omisión de una norma expresa en la LC, la necesaria coordinación de ambas acciones podría llegar a justificarse en una interpretación amplia del artículo 25, 1 LC. Esta norma previene la acumulación al concurso de una persona jurídica de los concursos ya declarados de los socios, miembros o integrantes personalmente responsables de las deudas de la persona jurídica. Con esta interpretación amplia del citado precepto, y por vía de acumulación, podría también evitarse, quizás, los riesgos de descoordinación a que antes nos referíamos. 28 VIII.3.- Acciones de responsabilidad de los administradores y apertura de la Sección de calificación. Por último, y en lo que hace al ejercicio de las distintas acciones de responsabilidad que pudieran ejercitarse frente a los administradores tras el concurso de la sociedad a la que sirven, no puede olvidarse la expresa advertencia que señala el artículo 48, 2 LC, pues “la formación de la sección de calificación no afectará a las acciones de responsabilidad que se hubieran ejercitado”. La valoración de esta regla ha de ser positiva, tanto desde el punto de vista de su significado dogmático como en razón de las consecuencias prácticas a que puede dar lugar su correcta interpretación y aplicación. En efecto, con la previsión acogida en el inciso final del artículo 48, 2 LC se destaca la compatibilidad entre el ejercicio de las acciones generales de responsabilidad de los administradores sociales y la futura responsabilidad concursal (vid. art. 172, 3 LC) que pudiera llegar a requerírseles en el trámite de la sección de calificación. De este modo, la LC viene a poner de manifiesto la distinta naturaleza de las acciones generales de responsabilidad que pudieran ejercitarse frente a los administradores (y en las que predomina su carácter indemnizatorio) respecto de la que presenta la acción derivada de cuanto dispone el artículo 172, 3 LC, dada la finalidad sancionadora que caracteriza a la llamada responsabilidad concursal. Esta previsión del citado precepto es la más acorde con la distinta naturaleza y finalidad de cada una de las acciones en juego, cuyos presupuestos, además, pese a lo que en ocasiones se ha afirmado, no coinciden, pues la causación o el agravamiento del estado de insolvencia vendría a constituir el daño que ha de ser objeto de reparación con el ejercicio de la acción social de responsabilidad, mientras que en la responsabilidad concursal, ese origen o empeoramiento del estado de insolvencia es un mero presupuesto que, con independencia de su significado como daño para la sociedad concursada, permite atender a una finalidad distinta, como es la de sancionar la conducta seguida por los administradores, procurando un mecanismo de cobertura del fallido concursal. 29 Por otra parte, y desde un punto de vista práctico, cabe señalar que al atribuirse la competencia para el conocimiento de ambas acciones al juez del concurso y, a la vez, reconocerse la legitimación activa extraordinaria en favor de la administración judicial, se coordina suficientemente el ejercicio de las mismas y se evita cualquier disfuncionalidad en perjuicio del concurso. IX.- EMBARGO PREVENTIVO Y MEDIDAS ASEGURATIVAS DE LA POSIBLE RESPONSABILIDAD CONCURSAL DE LOS ADMINISTRADORES DE LA PERSONA JURÍDICA CONCURSADA. Una novedad que incorpora la LC, de importantísimas consecuencias prácticas, es la sanción de la responsabilidad concursal que, bajo la consideración de estos sujetos como “personas afectadas por la calificación”, puede recaer sobre los administradores de una sociedad concursada. La condena por esa responsabilidad concursal es uno de los pronunciamientos que puede contener la sentencia que ponga fin a la sección de calificación del concurso como culpable. En virtud de este pronunciamiento judicial, los administradores podrán ser condenados “a pagar a los acreedores concursales, total o parcialmente, el importe que de sus créditos no perciban en la liquidación de la masa activa”. Desde luego, la exigibilidad de tal condena no es resultado de la simple declaración de concurso sino, antes bien, de actuaciones posteriores a las que pone fin la sentencia de calificación. Sin embargo, el auto declarativo del concurso sí produce ciertos efectos sobre los administradores de la ahora concursada y que tienen por objeto asegurar la efectividad de la eventual condena por responsabilidad concursal que, llegado el caso, pudiera recaer sobre aquellos sujetos. En este sentido, habrá que recordar la regla prevista en el artículo 48, 3 LC, que dispone que: “Desde la declaración de concurso de persona jurídica, el juez del concurso, de oficio o a solicitud razonada de la administración concursal, podrá ordenar el embargo de bienes y derechos de sus administradores 30 o liquidadores de derecho o de hecho, y de quienes hubieren tenido esta condición dentro de los dos años anteriores a la fecha de aquella declaración, cuando de lo actuado resulte fundada la posibilidad de que el concurso se califique como culpable y de que la masa activa sea insuficiente para satisfacer todas las deudas. El embargo se acordará por la cuantía que el juez estime bastante y podrá ser sustituida, a solicitud del interesado, por aval de entidad de crédito”. Si se repasa el tenor literal de la norma, podrá comprobarse como el embargo preventivo puede solicitarse por la administración concursal, aún cuando tal solicitud no resulta necesaria pues siempre cabe – aunque no será previsible - que sea acordado de oficio. Pero, también, una atenta lectura de la norma, así como su interpretación teleológica, nos permitirán descubrir los presupuestos que se requieren para la adopción de esta particular medida cautelar. En primer lugar, el juez concursal habrá de estimar la posibilidad de que en el concurso declarado la masa activa resulte ser insuficiente para atender el pago íntegro de los créditos frente al deudor común. En razón de tal presupuesto, y de acuerdo con las limitaciones que dispone el artículo 172, 3 LC en orden a la posible responsabilidad concursal, el juez deberá entender la posible y futura concurrencia de dos circunstancias, ya que el concurso acabará en liquidación y no en convenio, dentro de la cuál se producirá la insuficiencia de la masa activa. Por otra parte, se exige una segunda prognosis, pues también el juez deberá entender la probabilidad de que ese concurso, en una sección ulterior del juicio universal, pueda ser calificado como culpable, de conformidad con el criterio de dolo o culpa grave que, respecto de la causación o del agravamiento del estado de insolvencia, sienta el artículo 164, 1 LC. En relación con este último extremo, hay que matizar advirtiendo que, en atención a la finalidad de la norma, no será necesario que el juez anticipe el juicio de culpabilidad sino tan sólo su posibilidad real, de conformidad con lo actuado. De igual modo, tampoco, es exigible que el dolo o la culpa grave en su actuar se refiera a todos los administradores sociales, pues es perfectamente posible que tal consideración se reduzca a la conducta seguida por algunos de estos sujetos. Lógicamente, de darse este supuesto particular, el embargo preventivo se adoptará no frente a todos sino, tan sólo, respecto de aquellos 31 administradores de los que se entiende su posible actuación dolosa o con culpa grave en la causación o agravamiento del estado de insolvencia. La lectura de cuanto dispone el artículo 48, 3 LC sugiere múltiples problemas, pudiendo sintetizarse las distintas cuestiones en las relativas al alcance temporal, subjetivo y objetivo del embargo preventivo que, en su caso, acordara el juez del concurso. En lo que hace al alcance temporal de esta medida cautelar, bastará con señalar cómo la misma puede acordarse, en cualquier momento, tras la declaración del concurso. Dada su finalidad, parece razonable que afirmemos que el embargo preventivo, por su propia razón de ser y de acuerdo con su carácter instrumental, subsistirá hasta que gane firmeza la sentencia de calificación. Ahora bien, y pese a la anterior afirmación, no puede desconocerse que tal medida cautelar podrá ser cancelada como consecuencia de circunstancias sobrevenidas (ad ex. aprobación de un convenio) o por desaparición de sus presupuestos (ad ex. suficiencia sobrevenida de masa activa como consecuencia del ejercicio de las acciones de reintegración ex artículos 71 y ss. LC) Por otro lado, también habrá que concretar el ámbito subjetivo de aplicación de la norma, en el sentido de determinar quienes pueden ser los sujetos sobre cuyo patrimonio personal recaerá tal embargo preventivo. Pues bien, no cabe duda de que serán aquellos administradores y liquidadores, con nombramiento formal y vigente, respecto de los cuáles el juez del concurso entendiera la posibilidad de que su actuación alcanzará el dolo o la culpa grave que requiere el artículo 164, 1 LC. Pero, también, la norma realiza dos extensiones de indudable trascendencia práctica. Así, habrá de merecer la consideración de administrador – o de liquidador – quien como tal lo fuera de hecho, a despecho de las exigencias formales y de vigencia dispuestas en la legislación societaria. Pero, también, hay que observar cómo la LC, siguiendo el criterio que manifiesta en otras ocasiones, no requiere la vigencia del nombramiento, por lo que también podrá adoptarse esta medida cautelar frente a los antiguos administradores – o liquidadores – de la concursada, siempre y 32 cuando hubieran tenido tal condición en los dos años anteriores respecto de la fecha de la declaración del concurso. Por lo tanto, el embargo ex artículo 48, 3 LC podrá decidirse respecto de todos o parte de estos sujetos, en razón de quienes, de entre ellos, han actuado de forma dolosa o con culpa grave en la producción o empeoramiento del estado de insolvencia. Pero, también, es necesario interrogarse acerca de la extensión objetiva del embargo preventivo previsto en la norma que nos ocupa. Dicho de otro modo, habrá que especificar algún criterio, siquiera sea de carácter muy general, que permita concretar el “quantum” a que ha de responder esta medida cautelar. Desde luego, ese criterio no puede ser otro que el de la finalidad a la que responde el embargo preventivo ex artículo 48, 3 LC, esto es, asegurar la eficacia de la eventual condena pecuniaria por responsabilidad concursal. Por ello, el legislador confía a la discrecionalidad judicial tal determinación, debiendo el juez del concurso valorar “pro futuro”, de acuerdo con lo actuado hasta ese momento, si tal condena deberá afectar a todos o parte de los administradores de la concursada. Pero, también, la autoridad judicial deberá considerar si la actuación seguida puede ser merecedora de un grave reproche, justificándose así una condena total respecto del déficit de la liquidación, o, si por el contrario, el proceder de los administradores pudiera recibir un juicio más benevolente, limitando el alcance de su eventual responsabilidad a una cobertura parcial del fallido concursal. Como fácilmente se comprenderá, extraordinariamente la labor judicial importante es desde en un este punto extremo, de vista aparte de práctico, manifiestamente difícil y delicada. Pero, además, la voluntad del legislador a favor de esa discrecionalidad judicial llega al extremo de confiar al juez del concurso otro pronunciamiento más en aquellos casos en que la condena por responsabilidad concursal pudiera recaer sobre una pluralidad de administradores. Así, y en razón de las circunstancias (conducta seguida, perjuicio causado, etc.), el juez podrá concretar el embargo que ha de prestar cada administrador, configurando un reparto de la futura y eventual sanción. Ahora bien, de igual modo, también podrá el juez del concurso considerar que, en razones de las particulares circunstancias, resultará procedente, tras el trámite de calificación, una condena solidaria, practicándose el embargo ex 33 artículo 48, 3 LC, entonces, para todos los administradores – o, en su caso, sólo para parte de ellos – por el importe total del futuro fallido concursal, sin que medie fraccionamiento o prorrata alguna entre ellos. Por lo demás, y sin perjuicio de las particularidades señaladas, entiendo que son de aplicación las normas generales que disciplinan la práctica de las medidas cautelares y, en particular, del embargo preventivo. De este modo, y ante el cambio de circunstancias respecto de las que fueron consideradas, el juez del concurso podrá acordar la modificación de la cuantía del embargo, cuando entienda la insuficiencia de los bienes embargados en relación con la exacción de la futura responsabilidad concursal (art. 612 LEC) Además, será posible la sustitución del embargo por otra medida asegurativa con idéntica finalidad. El artículo 48, 3 LC, quizás innecesariamente, advierte la posibilidad de sustituir el embargo preventivo acordado, a petición del interesado, por aval prestado por una Entidad de crédito. Esta caución sustitutoria puede prestarse, lógicamente, tanto para evitar el embargo preventivo como para alzar el que ya se hubiera practicado. Pues bien, la aplicación de las normas procesales de carácter general permite concluir que también será posible la sustitución de ese embargo preventivo a través de cualquiera de las formas de caución sustitutoria admitidas (ad ex. consignación con una finalidad de garantía) (vid. arts. 529 y 747 LEC) 34