L INTRODUCCIÓN La bella joven que nos mira desde la fotografía de la cubierta ya no está entre nosotros. Falleció el 12 de mayo de 2008, a la edad de 98 años. Nos queda su memoria y la de los horribles tiempos en los que le tocó vivir. Hoy, transcurridos sesenta años de los hechos que se describen más adelante, ¿es posible entender lo que ocurrió hace más de medio siglo, en la Polonia ocupada por los alemanes? A cualquiera que haya nacido ya en la más feliz segunda mitad del siglo xx quizá le resulte difícil imaginar que hubo un tiempo en el que por dar un vaso de agua o una rebanada de pan a otra persona, inclusive a un niño, sin hablar ya de darle cobijo, uno corría el riesgo de perder la vida. Y esto no era ninguna abstracción. Casi a diario perecía gente; no solamente los que se escondían sino también quienes los ayudaban. ¿Cómo expresar, entonces, usando términos modernos, lo que Irena Sendler hizo en aquellos días aciagos? ¿Con qué palabras describirlo? Sin lugar a dudas, el suyo fue un heroísmo sin precedentes. Más difícil que el del campo de batalla, donde los actos son dictados por los impulsos del momento. En la línea de fuego en la que luchaba Irena Sendler la amenaza de muerte no era menor que bajo la lluvia de balas. Las dotes organizativas de Irena Sendler todavía nos asombran. Pasar clandestinamente al lado ario a miles de niños, encontrar a las personas que se ocuparan de ellos, asegurarles cobijo, comida, asistencia médica, e intervenir cuando se presentaba un peligro… Eso debió de requerir una fuerza de voluntad y una energía indescriptibles, así como habilidades excepcionales. Obviamente, la ayuda de Irena Sendler a los niños bajo amenaza de exterminio no habría sido posible sin la colaboración de los miles de personas que acogieron a los niños rescatados del gueto, que les facilitaron documentos falsos, que les dieron amparo y, más de una vez, los refugiaron en rincones remotos del país. Era necesario encontrar a esa gente, convencerla de que arriesgara su propia vida y la de sus familiares. Era necesario también saber en quién confiar y a quién evitar. Cualquier error podía costar la vida tanto a quienes intentaban ayudar como a los protegidos. Irena Sendler no cometió un solo error. Y he aquí también su perseverancia. Durante esos largos años de la ocupación cualquiera debía de tener sus momentos de duda. ¿Tiene esto algún sentido? Ante el exterminio de millones de seres humanos ¿tiene sentido salvar la vida a una sola persona? ¿Salvarla a tan alto precio y riesgo? Irena Sendler no lo dudó jamás. Podría parecer que los tiempos han cambiado. Sin embargo, si estudiamos atentamente la vida de Irena Sendler podemos ver que su ejemplo también hoy puede servirnos de referencia. Su compromiso contra el mal no empieza en el preciso momento en que los alemanes invaden Polonia y comienzan a ejecutar su terrible política genocida. Aún siendo estudiante, Irena Sendler protestó ardorosamente cuando sus colegas judíos fueron golpeados y humillados por otros dominados por el antisemitismo. En aquella época su protesta podría haberle costado la expulsión de la universidad; sin embargo, un imperativo moral la impulsaba a defender a los perseguidos. Es precisamente esa integridad intelectual la que la hizo actuar conforme su conciencia, la razón por la que hoy veneramos a Irena Sendler como a una de las personas más heroicas en tiempos del odio y del Holocausto. Su ejemplo de seguir siempre fiel a su conciencia es para nosotros lo importante en la historia de aquella modesta empleada del Municipio de Varsovia. Hoy no existen cámaras de gas, pero no faltan persecuciones a personas “diferentes” ni tampoco el odio que conduce al crimen en rincones remotos del mundo pero también entre nosotros. Y, como demuestra la historia de los tiempos en los que vivió y actuó Irena Sendler, el odio colectivo puede transformarse en crimen colectivo. Maciej Kozłowski Representante Plenipotenciaro del Canciller para los Contactos Polaco-Judíos I Antes de la guerra Irena Sendler, nacida Krzyżanowska, estudió en la Facultad de Filología Polaca, en la Universidad de Varsovia, pero su vocación fue el trabajo social, en el más vasto y hermoso sentido de la palabra. Nació el 15 de febrero de 1910 en Varsovia, en el seno de una familia de grandes tradiciones patrióticas. Su bisabuelo por parte de madre (Janina Krzyżanowska) tuvo que exiliarse después de la Sublevación de Enero, en 1863. Su padre, Stanisław Krzyżanowski, fue médico y asistente social. Durante una gran epidemia de tifus, en 1917, atendiendo a sus pacientes se contagió la enfermedad y falleció a la edad de cuarenta años. Aunque Irena Sendler tenía apenas siete años cuando su querido padre murió, durante toda la vida recordó sus palabras acerca de que la gente es solamente buena o mala. No importan la nacionalidad, la raza, la religión, la procedencia social o la educación, sino sólo la clase de persona que uno es. Otra regla que le enseñaron en la niñez fue la de tender siempre la mano a quien se estuviera ahogando. A cualquier persona que tuviera una necesidad. Irena se guiaba por esos principios ya en los años 30, durante los estudios, primero de Derecho y luego de Filología Polaca en la Universidad de Varsovia. Varios años más tarde recordaba: “Fueron los tiempos de lucha por rebajar la matrícula para que los jóvenes de familias obreras y campesinas pudiesen estudiar y también los de terribles agresiones antisemitas. Las autoridades de la Universidad toleraban ese estado de cosas. En consecuencia, se implantó el llamado “gueto de pupitres”. En la última página de nuestra libreta de estudiante nos ponían un sello indicándonos donde debíamos sentarnos en las aulas: los arios, los polacos, a la derecha; los judíos a la izquierda. Así trataban de separarnos durante las clases. Yo siempre me sentaba con los judíos, manifestando mi solidaridad con ellos. Al terminar las clases, los jóvenes agrupados en el ultraderechista Campo Nacional Radical1 golpeaban tanto a los judíos como a nosotros, los polacos que nos sentábamos a la izquierda”. Quizá influyeran aquellos episodios, y también el hecho de que siendo estudiante Irena Sendler ya se afiliara al Partido Socialista Polaco2, para que, al terminar su carrera, no empezara a trabajar como maestra sino que se comprometiera –según se verá, para toda la vida– con la asistencia a los más necesitados. El 1º de agosto de 1932 Irena Sendler obtuvo su primer empleo en la Sección de Asistencia a Madres y Niños del Comité Cívico de Asistencia Social3. “Desde los primeros días de mi trabajo quedé encantada con la maravillosa atmósfera de benevolencia, tolerancia, amor a cada ser humano e ideas del bien y de la justicia social que debían difundirse por todo el mundo. Me nutrí de ella por completo” –recordaba con alegría–. “Todo aquello me absorbió. Sentí que me encontraba en otro mundo; un mundo que –gracias a la educación que me habían dado mis padres– me resultó muy familiar. Nuestra tarea, la de las asistentes sociales que realizábamos en colaboración con los abogados, consistía en defender a las madres solteras y sin trabajo; para ello reuníamos datos, hacíamos entrevistas y declarábamos ante los tribunales. En esa magnífica y hermosa institución todos trabajaron con gran ahínco y abnegación. Lamentablemente, siempre nos faltó dinero para cubrir todas las necesidades de nuestros protegidos”. En la primavera de 1935, la Sección de Asistencia a Madres y Niños fue clausurada. Irena Sendler pasó a trabajar en uno de los Centros de Asistencia y Salud, parte del Departamento de Asistencia Social del Municipio de Varsovia4. En ese puesto la sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial. “El 30 de agosto de 1939 me despedí de mi marido en la estación de tren” –recordaba. Invasión alemana “Él se marchaba al frente. Estuvimos en el andén entre la multitud de soldados y sus familias que se despedían. Todavía tengo la imagen de ese tren delante de mis ojos. Me acordé entonces de la atmósfera de la Primera Guerra Mundial, y tuve muy malos presentimientos, tenía miedo a la guerra. Al día siguiente me cité con una amiga, Ewa Rechtman. Fuimos a tomar un helado. Esa fue nuestra última conversación, en un café. Estuve muy preocupada por ella porque las persecuciones de los judíos en la Alemania nazi ya eran evidentes. Al día siguiente, a eso de las seis de la mañana, mi madre puso la radio y oímos que las tropas alemanas habían cruzado la frontera polaca en la madrugada, y que hubo muertos y heridos. Apenas desayuné y salí corriendo, como nunca, a la oficina”. Irena Sendler (1944) El 28 de septiembre de 1939 se firmó la capitulación. Durante los días siguientes los destacamentos alemanes ocuparon la capital. Comenzaron las tareas de limpieza de los estragos. Por fuera, la ciudad volvía a la vida y sus habitantes a sus puestos de trabajo. Irena Sendler comenzó casi inmediatamente su actividad en el movimiento de resistencia clandestina del Partido Socialista Polaco donde realizó diversas tareas. Entre otras, repartía dinero entre aquellos profesores de la Universidad de Varsovia que estaban pasando penurias económicas. Visitaba a las familias cuyos miembros habían sido encarcelados o fusilados. Suministraba medicinas y equipos sanitarios a quienes se escondían en los bosques. Se preocupaba por el destino de sus amigos judíos. “En el otoño de 1939, cuando los alemanes obligaron a las autoridades del Municipio a despedir a los empleados judíos y a dejar de ayudar a los judíos necesitados, cinco de nosotros –Jadwiga Piotrowska, Jadwiga Deneka, Irena Schultz, Jan Dobraczyński (nuestro director) y yo– habíamos organizado unidades de asistencia a los judíos, primero en la sede central del Departamento de Asistencia Social y luego en los centros de salud dispersos por toda la ciudad. Más tarde, se nos unieron otras cinco personas de mucha confianza”. En el marco del antiguo Departamento de Asistencia Social operaba la Subdivisión de Asistencia a Niños5. Su tarea consistía en buscar orfanatos para los niños polacos sin hogar. De modo informal, los niños judíos sin hogar que en el futuro residirían en el gueto, también estuvieron bajo la tutela de esa Subdivisión. El 1º de diciembre de 1939 fue implantado el reglamento que obligaba a los judíos a llevar brazaletes con la estrella de David. De manera semejante fueron marcados sus comercios. Poco a poco, los judíos fueron privados de libertad de movimientos; sus casas y apartamentos confiscados; sus cuentas bancarias bloqueadas, y ellos mismos despedidos de sus puestos en instituciones polacas. Finalmente, Varsovia quedó dividida en tres barrios: el alemán, el polaco y el judío. Mucha gente fue desplazada. Judíos de varias partes del país fueron trasladados al barrio judío. Cuando el 16 de noviembre de 1940 el gueto de Varsovia quedó cerrado, había más de cuatrocientas mil personas viviendo en él (incluyendo a más de ciento treinta mil desplazados por la fuerza). La orden expedida el 15 de octubre de 1941 por Hans Frank, el Gobernador General, prohibía a los judíos salir del gueto, y a los polacos prestarles ayuda. La desobediencia a esa orden, tanto por parte de unos como de otros, fue castigada con pena de muerte. “Cuando los nazis decidieron exterminar a la nación judía, yo no lo pude mirar con indiferencia” –subrayaba Irena Sendler–. “En el barrio judío tuve a mucha gente entrañable”. Desde los primeros días de la ocupación, Irena Sendler combinaba su trabajo oficial en del Departamento de Asistencia con acciones de resistencia, sin contar con la ayuda de ninguna organización clandestina, social, política o militar. Como los alemanes temían una epidemia de tifus, permitieron a los polacos llevar a cabo un control sanitario en el gueto. Al principio sólo dos empleadas de la asistencia social tuvieron entrada libre al gueto en carácter de enfermeras, pero luego permitieron la entrada de algunas más. Salvando a los inocentes “Al llegar al gueto, me ponía el brazalete con la estrella de David. Ese era mi gesto de solidaridad con la gente encerrada allí. Lo hacía también para no llamar la atención de los alemanes que pudiesen andar por la zona, y para no suscitar desconfianza entre los judíos que no me conocieran”. La Hermana Jolanta (pseudónimo que utilizó Irena Sendler durante su actividad en la Resistencia), al enterarse de la trágica situación de los habitantes del gueto a través de los contactos con amigas que se ocupaban allí de niños y jóvenes, asumió una tarea de muchísima responsabilidad e importancia. Primero organizó ayuda inmediata. Comida, ropa y medicinas eran introducidas de contrabando al gueto. ¡Pero aquella era apenas una gota en un mar de necesidades! Pronto comprendió que no había manera de salvarlos a todos, ni siquiera de ayudar a la mayoría. En cambio, era posible organizar una invalorable asistencia para atender a los habitantes más vulnerables del gueto: los niños. Estos fueron rescatados de varias maneras. El método para salvar a cada niño judío era diferente y dependía de su edad y aspecto, así como de que hablara polaco y conociera costumbres, oraciones, versos y canciones polacas. Todos esos factores determinaban adónde sería destinado cada niño en el caso de pasarlo al lado ario. A los niños muy pequeños (¡inclusive a los bebés!) se los adormecía con un tranquilizante Niño bailando. Gueto de Varsovia (1942) para poder sacarlos del gueto en cajas, sacos, cajones de madera o en ambulancias. A los que eran un poco mayores, también se los llevaban de allí adormecidos, ocultos en el primer tranvía matutino, con la complicidad del conductor, que era siempre el mismo. Los niños pequeños eran sacados del gueto por el edificio de los Tribunales en la calle Leszno, o por una iglesia, que también tenía dos entradas y dos salidas. Esas fueron vías muy cómodas de fuga, tanto para los niños como para los enlaces de Irena Sendler. Sin embargo, muy a menudo el único camino de salvación fueron cloacas y sótanos de edificios ubicados junto a la muralla del gueto. Las únicas oportunidades para que los niños mayores y los jóvenes pudieran salir traumáticas. A veces, habían presenciado la muerte de sus familiares, asesinados ante sus ojos. Durante semanas, o meses, habían vivido en sótanos, escondites y hoyos cavados en la tierra. Su estado de salud era pésimo; exigían mucho cuidado y asistencia médica. De todo ello se preocupaba y supervisaba personalmente Irena Sendler, aunque el nombre por el que la conocían los niños rescatados era el de Hermana Jolanta. Cuando Irena Sendler viajó a Jerusalén en 1983 para plantar allí su árbol, hombres y mujeres a los que había salvado de niños le decían: “¡Jolanta! Me acuerdo de que fue usted la que me llevaba de la mano. ¡Salí del gueto con usted! En su casa pasé la primera noche fuera de las murallas”. Uno de los rescatados preguntó con pena: “Jolanta, ¿cómo pudo mi madre desprenderse de mí?” E Irena Sendler replicó: “¡Ella se desprendió de ti por amor!” Durante el invierno de 1942 las condiciones de vida en el gueto empeoraban cada día más. Adultos y niños perecían de hambre, frío y enfermedades. Comercio en el gueto de Varsovia (1941) del gueto era mezclándose con las llamadas “brigadas de trabajo”. Al amanecer, se escabullían entre la multitud de adultos que salían para trabajar del lado ario. Traspasada la muralla, los enlaces se encargaban de cuidarlos. Todos los niños, independientemente de la edad, primero eran acogidos en refugios infantiles llamados “unidades caseras”. Ahí permanecían un tiempo para ayudarlos a adaptarse a su nueva situación, que –en función de las necesidades de cada uno de ellos– podía durar días o varias semanas. Mientras tanto, se les preparaban documentos de identidad falsos (¡y sin embargo originales!), y se les enseñaban versos, canciones y oraciones polacos. Se cuidaba su alimentación y su salud. Junto con una nueva partida de nacimiento y ropa limpia recibían la posibilidad de seguir viviendo. Algunos fueron confiados a familias amigas polacas en Varsovia, o fuera de la capital. Otros fueron acogidos en orfanatos dirigidos por curas y monjas. Irena Sendler organizó también una vasta operación de búsqueda de niños judíos que habían logrado escapar del gueto –por su cuenta, o con ayuda de otras personas– y que deambulaban por las calles de Varsovia y los suburbios. Por lo general, aquellos niños habían sufrido experiencias “Tanto mis enlaces como yo observamos que su situación vital deterioraba, literalmente, de un día para otro. Un día de verano recibí una orden de hacer de guía a cierto hombre que visitaba el gueto. Una persona de confianza lo introdujo por el túnel bajo la calle Muranowska, para que –con sus propios ojos– pudiera ver las trágicas condiciones de la vida cotidiana de los judíos. Fui una de las personas que lo acompañaron de incógnito. Como señal, cada uno de nosotros llevaba un pañuelo blanco, y el hombre se trasladaba siguiéndonos por turnos. Al cabo de un momento, otra persona le hacía de guía. Se trataba de garantizar su seguridad para evitar que fuera descubierto o que pudiera encontrarse en una situación sin salida. Ese hombre era Jan Karski, el enlace del Comandante del Ejército Nacional. Pero yo me enteré de eso recién al terminar la guerra”. Irena Sendler (1945) La indefensa población judía del gueto recibía el apoyo de diferentes organizaciones clandestinas que obraban del lado ario. Sin embargo, esa asistencia nunca fue suficiente. Las personas de profesiones similares se ayudaban unos a otros: los artistas salvaban a los artistas, los abogados a los abogados, los médicos a los médicos. La noche del 22 al 23 de julio de 1942 los alemanes (un destacamento ucraniano y la milicia de las SS) iniciaron la Gran Acción para deportar a los judíos a Treblinka, que duró hasta el 21 de septiembre. Cada día, más de seis mil personas, entre niños, mujeres y ancianos, fueron trasladadas del Umschlagplatz. En ese período fueron exterminados más de trescientos mil judíos. Después de la Gran Acción, en el barrio judío quedaron solamente obreros que trabajaban para los alemanes, y sus poco numerosas familias, así como algunas personas sin empleo, que se escondían. Oficialmente, en el gueto quedaron aproximadamente cuarenta y cinco mil personas, pero los historiadores estiman que otras treinta mil permanecían allí clandestinamente. Esa operación representó un gran choque para la aterrorizada sociedad polaca, y los activistas del movimiento clandestino se sintieron totalmente impotentes ante una tragedia de tal envergadura. Una vez terminada la Gran Acción, en octubre de 1942 los alemanes intensificaron los controles en las instituciones polacas. El trabajo del Departamento de Asistencia fue estrechamente vigilado. Se verificaba si la ayuda llegaba al lugar declarado. Existía el peligro de quedar expuesto, lo que podía significar un fin trágico no solamente para los empleados sino sobre todo para los miles de judíos protegidos. Las necesidades eran enormes y los medios cada vez más escasos. Irena Sendler describía así ese período: El gueto de Varsovia (1941). Fotograma de una película de propaganda alemana 10 “Una de mis amigas, Stefa Wichlińska, conocía mi difícil El gueto de Varsovia (1940) situación. Sabía que extraoficialmente yo ayudaba a los judíos. Me informó de la actividad de una recién fundada organización llamada Żegota, creada gracias a la iniciativa de una conocida escritora, Zofia Kossak-Szczucka, entre otros. Eso ocurrió ya en diciembre de 1942. Me dio una dirección en el centro (en la calle Żurawia 24, apartamento 4, tercer piso) donde debería presentarme y preguntar por Trojan. Cuando llegué, me abrió la puerta –según supe más tarde– Marek Arczyński. Me condujo hacia una pequeña sala al fondo del gran departamento de cinco habitaciones. Así conocí a Trojan, es decir a Julian Grobelny. Le hablé detalladamente de nuestra asistencia clandestina a los judíos y sobre las dificultades que teníamos, debidas a los drásticos cortes financieros impuestos por los alemanes. Trojan me escuchó atentamente y me hizo varias peguntas. Luego dijo que juntos haríamos un excelente trabajo porque yo tenía una red de amigas de confianza y él tenía dinero. Más adelante me encargó la dirección de la Subdivisión de Ayuda a Niños Judíos6. De modo que me convertí en una asistente muy activa del Comité de Ayuda a la Población Judía “Konrad Żegota”7. Cuando Irena Sendler fue nombrada directora de la Subdivisión de Niños Judíos, tuvo que cubrir las necesidades de los niños rescatados, y suministrar dinero a sus nuevas familias polacas, para su manutención. 11 Pero hacía algo más que eso. Nadie sabía cuánto tiempo duraría la guerra. Nadie estaba seguro de su propio destino ni tampoco del de sus familiares o amigos. Sin embargo, se pensaba en lo que, en ese incierto futuro, podría ocurrir a los niños rescatados. Irena Sendler llevaba una lista de los niños salvados, para que la comunidad judía no perdiera su rastro. Junto a sus nombres y apellidos judíos anotaba sus nombres y apellidos polacos, así como los datos de los lugares de su estadía una vez sacados del gueto. Era una tarea muy arriesgada, pero Irena Sendler estaba convencida de que era necesaria. En manos de la Gestapo Por una feliz coincidencia, la lista no cayó en manos de los alemanes cuando el 20 de octubre de 1943 Irena Sendler fue detenida. Los invalorables datos de niños que habían sido escondidos en sitios seguros, escritos en estrechas tiras de papel de seda, fueron salvados por Janina Grabowska, la enlace de Irena Sendler, que por casualidad presenció su captura. Sesenta años más tarde, Irena Sendler recordaba así ese día: Comercio en el gueto de Varsovia (1941) 12 “El 20 de octubre de 1943 era mi santo. Durante la guerra no era costumbre festejarlo. A nadie se le ocurría organizar recepciones. Sin embargo, una tía de avanzada edad y Janina Grabowska, una de mis mejores enlaces, vinieron a mi casa en el barrio de Wola, en la calle Ludwiki 6, departamento 82, donde vivíamos mi madre, que estaba enferma, y yo. Estuvimos charlando hasta las tres de la madrugada. Mi tía y Janina se quedaron con nosotras, pues a las ocho de la noche daban el toque de queda. Un estruendo de golpes en la puerta de entrada despertó primero a mi madre. Cuando por fin logré despabilarme, intenté arrojar el rollo de papelitos –todo nuestro fichero– por la ventana, pero me di cuenta de que la casa estaba rodeada por la Gestapo. Tiré los papeles hacia donde estaba Janina y fui a abrir la puerta. Once alemanes irrumpieron en la casa. La inspección duró tres horas durante las cuales levantaron el suelo y destrozaron las almohadas. En todo ese tiempo ni una sola vez miré a mi amiga, ni tampoco a mi madre, porque temía una reacción indeseable de parte de alguna de nosotras. Sabíamos que lo que más importaba era el fichero. La infalible Janka Grabowska lo escondió entre su ropa, más precisamente debajo del brazo, ya que llevaba una amplia bata cuyas largas mangas lo cubrieron todo. »Esto podrá sonar increíble pero cuando la Gestapo me ordenó que me vistiera, me sentí feliz porque sabía que la lista de los niños no había caído en sus manos. Me di tanta prisa que salí en pantuflas; lo único que me importaba era que esos asesinos se fueran de mi casa. Janka me alcanzó trayéndome unos zapatos. Los alemanes me permitieron calzarme. »Iba atravesando el largo patio y solamente pensaba en que tenía que controlarme para que ellos no advirtieran el miedo en mi cara. Sin embargo, al pensar en lo que me esperaba, se me hacía un nudo en la garganta. Entonces se produjeron tres milagros: el primero que la lista no había sido descubierta de modo que ¡los niños estaban a salvo! En cuanto al segundo... Ese día tenía en casa una gran cantidad de dinero para asistir a nuestros protegidos, así como sus direcciones. También había documentos de identidad y actas de nacimiento, unos auténticos y otros falsos. Todo ello estaba guardado debajo de mi cama, que se rompió durante la inspección. Por suerte, los alemanes, ocupados en descoser almohadas y en vaciar armarios, no se interesaron por una cama rota. Así que pude conservar algo de calma interior, tan difícil en esa situación. De todos modos, esa fue apenas la primera noche... »El tercer milagro consistió en que por el camino a la Avenida Szucha logré destruir una importante nómina de apellidos de los niños a los que iba a llevar el dinero al día siguiente. La tenía en el bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta. Estaba segura de que me iban a registrar y a desnudar. Rompí la inestimable hoja de papel en pedacitos y discretamente la arrojé por la entreabierta ventanilla del coche. Eran las seis de la mañana, estaba oscuro, y los alemanes iban tan cansados que casi dormitaban. Nadie vio nada sospechoso. Estaba tranquila en cuanto al destino de los niños. El mío lo ignoraba por completo”. En el cuartel general de la Gestapo en la Avenida Szucha, Irena Sendler fue conducida a una celda, larga y angosta, llamada “tranvía”. Allí –con 13 espanto y asombro– vio que no estaba sola. Esa noche habían sido detenidas también varias de sus amigas de los centros de asistencia. “Durante la indagación me di cuenta de que uno de nuestros “buzones de contacto”, como llamábamos a los locales donde solíamos reunirnos, había sido descubierto. Aquel “buzón” funcionaba en una lavandería en la calle Bracka (entre Avenida Jerozolimskie y Plaza Trzech Krzyży). Su dueña había sido detenida, no soportó las torturas y me denunció. Durante el interrogatorio, los alemanes me preguntaban por el nombre de la organización y el de su líder. Ellos sabían que existía una organización clandestina que ayudaba a los judíos pero ignoraban los detalles –el nombre, la sede, la gente que trabajaba en ella–. Me prometían que, en cuanto les hubiera dicho todo, me dejarían en libertad inmediatamente.” En la cárcel de Pawiak, Irena Sendler fue interrogada y torturada durante varios días pero no delató a nadie. “Guardé silencio” –dijo varios años más tarde–. “Prefería morir que desenmascarar nuestra actividad. ¿Qué significaba mi vida, en comparación con las vidas de tantas otras personas a las que podría poner en peligro de muerte?” El alemán que la interrogaba (elegante, apuesto, hablando en perfecto polaco) creía que Irena Sendler era un pequeño peón de la organización. Esperaba obtener direcciones y nombres de sus superiores. Los alemanes no se daban cuenta de que habían detenido justamente a una de las personas más importantes de la Resistencia. Le mostraron una carpeta con denuncias. Para Irena Sendler eso fue un choque. “Me mostraron una carpeta con datos de fechas y lugares. Y también de las personas que me habían denunciado. Al cabo de tres meses dictaron la sentencia: sería fusilada. Żegota me hacía llegar mensajes secretos diciéndome que permaneciera tranquila porque la organización estaba haciendo todo para salvarme. Eso me daba ánimo; me permitía creer en la humanidad. Pero sabía que a otros condenados también les habían dado esa esperanza”. Ruinas de la cárcel de Pawiak (1945) 14 En todo ese tiempo Irena Sendler no dejaba de pensar en lo que les estaría pasando a los niños. ¿Estarían seguros? ¿Qué habría sido de la lista donde figuraban sus verdaderos nombres y también sus nombres y apellidos falsos, así como las direcciones donde se encontraban? Esa lista salvó la vida de la propia Irena Sendler. Los colegas de Żegota no sabían lo que había pasado con el fichero pero se daban cuenta 15 perfectamente de la gran responsabilidad que tenían sobre el futuro de esos niños. Si Irena Sendler hubiera muerto, nadie habría podido encontrar a las familias que los habían acogido. Esa fue la razón de la arriesgada decisión de las autoridades de Żegota de salvar a la Hermana Jolanta a toda costa. Utilizaron sus conexiones clandestinas y en el cuartel general de la Gestapo encontraron a un volksdeutsch, un colaboracionista polaco, quien –a cambio de dinero– la ayudó a salir de la Avenida Szucha, la llevó a la cercana Plaza Na Rozdrożu, y le dijo que escapara. Irena Sendler había pasado en Pawiak ya más de cien días, había sufrido crueles interrogatorios y torturas. Ya había aceptado su sentencia a muerte. No contaba con un milagro. Y, sin embargo, ¡éste se produjo! Unos días más tarde vio su nombre en la lista de los ejecutados. Ella se encontraba en la misma situación en la que sus protegidos vivían desde hacía varios años. Tuvo que esconderse. Recibió documentos expedidos con otro nombre, se mudó del departamento y cambió su aspecto. Sin embargo, siguió trabajando en el movimiento clandestino hasta que en agosto de 1944 estalló la Sublevación de Varsovia. Unos días antes, colocó la lista de los niños, salvada milagrosamente, en dos botellas y las enterró en el jardín de otra enlace, Jadwiga Piotrowska. Allí estuvieron, hasta el final de la guerra, debajo de un manzano en la calle Lekarska 9, en el barrio de Mokotów. La lista de Irena Sendler Cuando Varsovia fue liberada el 17 de enero de 1945, Irena Sendler vivía en el barrio de Okęcie. En la Polonia libre, en la Varsovia en ruinas, también ella, que durante la Sublevación había vivido muchas situaciones dramáticas, empezó su vida desde cero, como tantos otros habitantes de la capital, nuevos y antiguos. Tras la guerra, durante varias decenas de años Irena continuó haciendo lo mismo que había hecho antes de 1939: se ocupó de los habitantes más pobres de la ciudad. Trabajando en diferentes puestos, empleaba sus dotes organizativas, conocimientos y experiencia. Creó orfanatos para niños que durante la guerra habían perdido a sus padres y abuelos, asilos para ancianos y establecimientos de asistencia para niñas adolescentes, llamadas “gruzinki”, a las que la guerra había privado no solamente de la juventud sino también de la dignidad. El registro de los niños salvados (ahora conocido como “la lista de Irena Sendler”) lo entregó a su colega de Żegota, Adolf Borman, quien después de la guerra fue Presidente del Comité Central de los Judíos de Polonia8. Gracias a esa lista, durante varios años (hasta 1950) las organizaciones judías pudieron buscar a los niños salvados en todo el territorio de 16 Polonia y acogerlos en orfanatos. Luego, muchos de esos niños fueron enviados a Israel, fundado como Estado en 1948. Sólo algunos de ellos fueron reclamados por parientes que habían sobrevivido al Holocausto y estaban en Polonia, en otros países de Europa o en los Estados Unidos. Sin embargo, un grupo de aquellos niños permaneció en Polonia, con sus nuevas familias polacas. Hoy, los niños del Holocausto salvados por Irena Sendler tienen entre 65 y 80 años de edad. Representan varias profesiones. Hay entre ellos médicos, científicos, abogados, maestros, periodistas y artistas. Viven en distintos países del mundo. Casi todos formaron familias. Tienen hijos y nietos. No obstante, independientemente del lugar y de sus actuales condiciones Irena Sendler en los años 30 de vida, siempre recuerdan lo que vivieron de niños. El trauma sigue presente en sus vidas. Algunos literalmente buscan el olvido en el fin del mundo. Cada tantos años cambian su lugar de residencia. Pero vuelven a los lugares de sus recuerdos trágicos. A Polonia. A Varsovia. Visitaban a Irena Sendler y le contaban cómo fue su vida en la posguerra. Sin embargo, no todos sabían que era a ella –a esa heroica mujer de corazón intrépido– a la que le debían su vida. Además de sus propios hijos (nacidos después de la guerra), Irena Sendler tuvo también dos hijas adoptivas, mayores que ellos. Dos niñas judías, a las que les ofreció un nuevo hogar y posibilidades de estudiar. Una de ellas vive en Polonia, la otra en Israel. Al cabo de varios años, esta última le escribió en una carta: “¿Sabes por qué fui tan mala, tan brusca y tan insensible contigo? Porque a causa de tu bondad, mi corazón se desgarraba de desesperación. Y entonces pensaba: ¿quién te dio el derecho de reemplazar a mi madre?” 17 Una heroína olvidada, redescubierta Durante varios años, el trabajo de Irena Sendler durante la guerra fue conocido solamente por un grupo de investigadores e historiadores del Holocausto. A pesar de que ya en el año 1965 Irena Sendler recibió el título de “Justa entre las Naciones”, y dos años más tarde su relato sobre la salvación de los judíos fue publicado en el libro de Zofia Lewinówna y Władysław Bartoszewski “Ten jest z ojczyzny mojej (Righteous Among Nations – How Poles helped the Jews, 1939-1945”; Earlscourt Pub. 1969, London), el mundo entero (y también Polonia) recién supo de sus extraordinarias hazañas en el año 1999. Eso ocurrió gracias a cuatro alumnas norteamericanas de Uniontown, un pueblo cerca de Kansas City. Buscando un tema para un espectáculo escolar, en un periódico encontraron información sobre una mujer que durante la ocupación alemana en Polonia había contribuido a la salvación de dos mil quinientos niños judíos. Escribieron una pieza de teatro sobre ella, titulada “Vida en un jarro” (Life in a Jar) que desde aquel momento representaron en distintos lugares, y para público diferente en los Estados Unidos y en Canadá. En tres ocasiones también llevaron la obra a Polonia. Conocieron a la protagonista de la historia y mantuvieron con ella un contacto permanente y muy amistoso. La relación fue propiciada por el maestro de las estudiantes, Norman Conard. El 10 de marzo de 2002, el templo B´nai Jehudah organizó una ceremonia para entregarle a Irena Sendler el premio Tikkum Olam (“Por su contribución a que el mundo sea mejor”). Esa fecha, en los estados de Kansas y Missouri, había sido declarada “Día de Irena Sendler”. En julio de 2003, Irena Sendler fue galardonada con el Premio “Jan Karski” (“Por la valentía y el coraje”), y en noviembre recibió la más alta condecoración polaca, “La Orden del Águila Blanca”. Ese mismo año, la Asociación de los Niños del Holocausto propuso por primera vez la candidatura de Irena Sendler para el Premio Nobel de la Paz. Propuesta nuevamente en 2007 y 2008, su candidatura fue aceptada por el Comité noruego e incluida entre los finalistas. En su apoyo, el Foro de Judíos Polacos reunió más de doce mil firmas de personas de todo el mundo. Por necesidad de mi corazón En una entrevista, Irena Sendler dijo: “Para que el mundo sea mejor, se necesita sentir cariño por cada ser humano. Y también tolerancia, independientemente de raza, religión o nacionalidad”. Cuando uno de los periodistas la preguntó si durante la guerra, salvando a niños 18 judíos, había obrado por motivos religiosos, Irena Sendler replicó: “No, lo hacía por necesidad de mi corazón”. El famoso verso de Talmud: “Quien salva una vida, salva el mundo entero”, que se convirtió en el lema de la actividad del Instituto Yad Vashem, está plenamente reflejado en la actividad de Irena Sendler en los tiempos de la guerra. Sin embargo, al igual que otros “Justos entre las Naciones”, Irena Sendler hablaba de sus hazañas con modestia. “Deseo subrayar –decía con vehemencia– que los héroes no fuimos nosotros, los salvadores. Los auténticos héroes fueron los niños judíos y sus madres, que tuvieron que desprenderse de sus seres más queridos y entregarlos a personas desconocidas. Aun tengo remordimientos por haber hecho tan poco”. En otra ocasión dijo: “Mi larga vida pasó sin aspirar a premios o reconocimiento. Intentaba vivir una vida humana, que no siempre es fácil, sobre todo cuando uno está condenado al exterminio. Cada niño judío salvado con mi participación es una justificación de mi existencia en ese mundo, y no un hecho para vanagloriarse”. “Hoy, tanto en el país como en el mundo hay muchos problemas dolorosos, muchas tragedias a las que hay que oponerse. Y también hay que tener en cuenta a los que se apresuran en ayudar a los agraviados. ¡Confío en que no sean desilusionados!” Con motivo del Día Internacional de la Memoria del Holocausto dijo, entre otras cosas: “Quisiera que se conserve la memoria de muchas personas nobles que, arriesgando su propia vida, salvaban a sus hermanos judíos, y cuyos nombres nadie recuerda. [...] Mi sueño es que su memoria se convierta en un mensaje de advertencia para el mundo. Ojalá semejante drama de la humanidad no se repita jamás”. Irena Sendler falleció el 12 de mayo de 2008 en Varsovia. Está enterrada en la bóveda familiar del cementerio de Stare Powązki, manzana 54, fila IV. Irena Sendler, en el medio (1945) 19 P Hablan los salvados Para el libro La madre de los niños del Holocausto. La historia de Irena Sendler, Irena pidió a algunos de los muchos “niños” salvados por ella –a los más íntimos–, que escribiesen sobre ella y sobre ellos mismos. Sobre aquellos años. Aquellos hechos. ¿Qué sentían entonces? ¿qué recuerdan hoy? ¿cómo el pasado cambió su futuro? Ellos decidían la fórmula del relato y su extensión. Pero escribir de lo que habían vivido, de lo que sentían por Irena Sendler en lo más profundo de sus corazones, no fue una tarea fácil. Las heridas cerradas durante tanto tiempo volvieron a abrirse. He aquí algunos fragmentos de aquellas memorias: Teresa Körner (Israel) Nací el 14 de febrero de 1929 en Cegłów como Chaja Estera Sztajn. La partida de nacimiento como Teresa Tucholska me la hizo Irena Sendler. Irena y Julian Grobelny –que era amigo de mi padre– fueron los que me salvaron. Me entregaron a sus amigos, Zofia y Stanisław Papuziński, y con ellos compartí mi vida durante la ocupación. Después de la guerra, Irena me encontró y los primeros Teresa Körner con su hijo años viví en su casa, hasta que terminé la escuela secundaria. Con Irena y su familia compartí la estrechez de su departamento y la falta de pan y de combustible en el invierno. Me irritaba la sobreprotección de Irena que quería reemplazar a mi madre. [...] Vivo en Israel desde hace muchos años pero estoy en contacto permanente con Irena. Irena Wojdowska (Varsovia) Conocí a Irena Sendler en el verano de 1943, en el barrio de Praga. Me encontré allí gracias a sus gestiones. Supongo que mi estancia fue financiada por Żegota. Era un lugar donde se escondía la gente 20 perseguida por las fuerzas de ocupación. [...] Irena venía a veces a ese departamento en Praga. Junto con ella, aparecía el optimismo y una ráfaga de libertad. Era muy enérgica, serena y amable. [...] Tengo muy buenos recuerdos de ese, y del siguiente período en el que estuve en contacto con Irena. Charlamos mucho y me trató con mucha benevolencia y atención. Todas esas conversaciones me enriquecieron muchísimo. Nuestra relación en aquel período podría llamarse de profunda y cada vez más grande amistad. [...] Irena fue, y sigue siendo, alguien muy importante en mi vida. Me siento orgullosa de esa cercanía, del hecho de que nos entendiéramos a media Irena Wojdowska palabra aunque no siempre estuviéramos de acuerdo en todo. Me doy cuenta de que Irena es una autoridad para muchas personas y me alegro mucho de ello. Ella ha hecho mucho bien a muchas personas y, a pesar de sus tragedias, sus enfermedades y su edad, sigue siendo abierta y cariñosa. Continúa gozando de lucidez y de estupenda memoria. Me gustaría seguir ocupando un trocito de su corazón y atención el mayor tiempo posible. Para mí es una persona extraordinaria. Michał Głowiński (Varsovia) Irena Sendler, que luchó por la vida de tantos niños judíos, no pudo haberlo hecho individualmente. Fue miembro de Żegota, y reunió a su alrededor a un grupo de mujeres extremadamente valientes y entregadas. Aquí deben ser subrayadas las impresionantes cualidades de Irena que suelen olvidarse: ella tiene excelentes dotes organizativas; porque para salvar niños en una situación tan terrible no bastaba la buena voluntad; era necesario organizar el trabajo, pensar bien los métodos de acción, etcétera. Ella consiguió ser la inspiradora y la líder de las operaciones de Michał Głowiński 21 rescate. Escribo sobre Irena Sendler con el sentimiento de una profunda gratitud porque soy consciente de que sobreviví al Holocausto gracias a ella. Soy uno de aquellos a los que ella salvó la vida. Escapé del gueto junto con mis padres en enero de 1943. Ella fue la que me condujo al orfanato de la Comunidad de Siervas de la Santísima Virgen María, ubicado en la frontera oriental de Polonia, en Turkowice. Me envió allí cuando en Varsovia ya no había otra esperanza de salvación para mí. Allí sobreviví hasta el momento de la liberación. Piotr (Zysman) Zettinger Katarzyna Meloch 22 Piotr (Zysman) Zettinger (Suecia) Sé que fue Irena Sendler la que me cuidó después de mi huida del gueto de Varsovia por las cloacas (yo tenía cuatro años entonces), y encontró un lugar –o, mejor dicho, varios lugares, porque tuve que cambiarlos con frecuencia– donde pude refugiarme. Lo sé por lo que me han contado otras personas, ya que Irena nunca hablaba de lo que estaba haciendo. Ella solamente hacía lo que debería haber hecho todo el mundo. Y eso es todo, no hay nada de qué hablar. [...] Para mí, como para tantos otros, Irena Sendler fue mi hada buena. Katarzyna Meloch (Varsovia) En la cadena de mi supervivencia, a Irena Sendler la veo en la cúspide de la pirámide de mis salvadores después de salir del gueto. Cuando me quedé sin mi madre, sin mi abuela Michalina y sin mi tío Jacek, fue ella –la directora de la Subdivisión Infantil de Żegota, que había creado la estructura de esa organización clandestina– la que hizo posible mi salvación. El verano de 1942 fue muy caluroso. El sol abrasaba sin piedad cuando me llevaron al lado ario. Salí legalmente del gueto. No hubo necesidad de sobornar a policías ni de buscar un agujero en la muralla. Posiblemente fue Ala Gołąb-Grynberg, una enfermera que tenía un pase para el lado ario, la que me sacó del gueto. [...] Probablemente en el invierno del 1942 al 1943, en una carta de apariencia totalmente inocente, llegó a Turkowice uno de aquellos mensajes cifrados. De esa manera Irena Sendler avisaba a las monjas que había niños judíos para ser llevados al convento de Turkowice. Elżbieta Ficowska (Varsovia) Querida Irena: la mayoría de aquellos que se salvaron gracias a las operaciones que tú dirigiste ni siquiera sabe que te debe la vida. En aquellos tiempos nadie transmitía ese tipo de información porque eso podía acarrearle la muerte. Yo lo sé. Lo sabe mi hija, para quien eres “su abuela adoptiva”, y sus dos hijos pequeños que te visitan de vez en cuando y que algún día sabrán cuánto te debe toda nuestra familia. Tú sabes todo esto mejor que nadie. Mucho mejor que yo misma. Si ahora te lo repito es porque personalmente no llegaste a conocer a todos esos niños a los que salvaste. ¿Cómo podrías Elżbieta Ficowska saber que yo, esta señora mayor, soy aquel bebé de antaño? ¿Alguien que si no hubiera sido por ti no existiría? Beso tus manos. Con amor – Bieta. Nombres polacos de organizaciones: 1. Obóz Narodowo-Radykalny 2. Polska Partia Socjalistyczna 3. Sekcja Pomocy Matce i Dziecku przy Obywatelskim Komitecie Pomocy Społecznej 4. Wydział Opieki Społecznej Zarządu miasta Warszawy 5. Referat Opieki nad Dzieckiem 6. Referat Pomocy Dzieciom Żydowskim 7. Komitet Pomocy Ludności Żydowskiej im. Konrada Żegoty 8. Centralny Komitet Żydów w Polsce 23 Cubierta Irena Sendler (foto tomada antes de la guerra) Contracubierta Irena Sendler (foto tomada en los últimos años de su vida) Págs. 2 y 7 Pág. 5 Pág. 8 Pág. 9 Pág. 10 Pág. 11 Pág. 12 Pág. 14 Pág. 17 Pág. 19 Pág. 20 Pág. 21 Pág. 22 Pág. 23 Niño bailando. Gueto de Varsovia (1942). Fotograma de película alemana. Archivo del Instituto Histórico Judío de Varsovia Irena Sendler (1944) Comercio en el gueto de Varsovia (1941). Archivo del Instituto Histórico Judío Irena Sendler (1945) El gueto de Varsovia (1941). Fotograma de una película de propaganda alemana. Archivo del Instituto Histórico Judío El gueto de Varsovia (1940). Archivo del Instituto Histórico Judío Comercio en el gueto de Varsovia (1941). Archivo del Instituto Histórico Judío Ruinas de la cárcel de Pawiak (1945). Archivo privado de Anna Mieszkowska Irena Sendler en los años 30 Irena Sendler, en el medio (1945) Teresa Körner con su hijo Irena Wojdowska, Michał Głowiński Piotr (Zysman) Zettinger, Katarzyna Meloch Elżbieta Ficowska Las fotografías de la cubierta, la contracubierta y las páginas 5, 9, 17, 19, 20, 21, 22, 23 provienen del archivo privado de la hija de Irena Sendler, Janina Zgrzembska. Autora del texto: Anna Mieszkowska Traductora: Marta Jordan Colaboradora para la versión española: Mariángeles Fernández Cubierta y diseño gráfico: Studio Indygo Karolina Michałowska y Mariusz Filipowicz 1.ª edición: julio, 2008 © del texto: Anna Mieszkowska © de la traducción: Marta Jordan © de esta edición: MUZA SA, Varsovia 2008 Publicado por MUZA SA (Varsovia, Polonia); www.muza.com.pl Para el Ministerio de Asuntos Exteriores Departamento de Promoción Tel: + 48 22 523 99 75, fax + 48 22 523 98 98 Para más información véase: www.poland.gov.pl ISBN 978-83-7495-568-3 Impreso en Polonia Fotomecánica: MUZA SA (Varsovia, Polonia) Impreso en Abedik (Poznań, Polonia)