Publicado en la Revista Crítica en Desarrollo. No 02 Segundo Semestre de 2008. (Buenos Aires) Página 15 a la 42. La fabricación del habitus económico1 Pierre Bourdieu* Resumen: Este texto presenta una entrevista con un informador privilegiado, un cocinero kabil de Argel, una suerte de situación de laboratorio, en la que la discordancia entre disposiciones económicas forjadas en una economía precapitalista y el cosmos económico importado e impuesto por la colonización obliga a descubrir que el acceso a las conductas económicas más elementales (trabajo asalariado, ahorro, crédito, regulación de los nacimientos, etc.) no es en absoluto evidente y que el agente económico considerado racional es el producto de condiciones históricas absolutamente particulares. Las prácticas económicas precapitalistas se inscriben así en un orden social perturbado por la generalización de los intercambios monetarios y del cálculo económico considerado racional, que ponen en juego un sistema completo de creencias. Lejos de reducirse a una simple adaptación, la adquisición del habitus económico exige una verdadera conversión, que transforma tanto el sentido del trabajo como las costumbres temporales y las estrategias sociales de reproducción. Palabras claves: Argelia; economía; intercambios; habitus; campesinos; racionalidad; trabajadores Abstract During the war of national liberation Algeria offered a quasi-laboratory situation for analysing the mismatch between the economic dispositions fashioned in a precapitalist economy, embedded in relations of group honour, and the rationalized economic cosmos imposed by colonization. Ethnographic observation of this mismatch revealed that, far from being axiomatic, the most elementary economic behaviours (working for a wage, saving, credit, birth control, etc.) have definite economic and social conditions of possibility which both economic theory and the ‘new economic sociology’ ignore. Acquiring the spirit of calculation required by the modern economy entails a veritable conversion via the apostasy of the embodied beliefs that underpin exchange in traditional Kabyle society. The ‘folk economics’ of a cook from Algiers allows us to grasp the practical economic sense guiding the emerging Algerian working class at the dawn of the country’s independence. Key words: Algeria, economy, exchange, habitus, peasants, rationality, workers En el transcurso de los años 60 del siglo pasado, en Argelia, asistí a lo que ahora, retrospectivamente, considero una verdadera experimentación social. Dicho país, dentro del cual algunas poblaciones montañesas alejadas y aisladas (como las que pude estudiar en Kabilia) habían podido conservar casi intactas las tradiciones de una economía precapitalista completamente apartada de la lógica de mercado, conoció a través de la guerra de liberación y de algunas medidas de la política militar de represión, como los reagrupamientos de población efectuados por el ejército francés, una suerte de aceleración histórica que hizo que se aceleraran (o que se enfrentaran) bajo la mirada del observador, dos formas de sistemas económicos con exigencias contradictorias, que habitualmente se encuentran separados por un intervalo de varios siglos2. Quisiera evocar aquí brevemente, sin volver sobre los detalles de los análisis ya publicados y otorgando prioridad a informaciones inéditas conservadas en las anotaciones que hice en el terreno, aquello que se me reveló muy claramente en esa suerte de situación de laboratorio: la discordancia entre disposiciones económicas moldeadas dentro de una economía precapitalista y el cosmos económico importado e impuesto, a veces de la manera más brutal, por la colonización, obligaba a descubrir que el acceso a los comportamientos económicos más elementales (trabajo asalariado, ahorro, crédito, regulación de los nacimientos, etc.) no puede darse por sentado y que los agentes económicos “racionales” son producto de condiciones históricas muy particulares. Este punto es el que ignoran tanto la teoría económica que registra y ratifica bajo el nombre de “teoría de la acción racional” un caso particular de habitus económico históricamente situado y datado sin interrogarse en absoluto (porque lo da por sentado) sobre las condiciones económicas y sociales que lo hacen posible, como la “nueva sociología económica”3 que , a falta de una verdadera teoría sobre los agentes económicos, retoma la Rational Action Theory y omite la historización de las disposiciones, que, como el campo económico, tienen un origen social. Sin duda, fue el hecho de encontrarme en una situación donde podía observar directamente la confusión o el malestar de agentes económicos desprovistos de las disposiciones tácitamente exigidas por un orden económico completamente familiar para nosotros, y en la que, siendo una estructura social incorporada y por lo tanto naturalizada, dichas disposiciones aparecían como naturales y universales, lo que me dio la idea de analizar estadísticamente las condiciones de posibilidad de esas disposiciones históricamente constituidas. Algunas propiedades de la economía pre-capitalista Las principales características de las prácticas económicas pre-capitalistas pueden ser relacionadas con el hecho de que las conductas que consideramos como económicas no tienen autonomía ni están constituidas como tales, es decir como pertenecientes a un orden específico, gobernado por leyes que no se someten a las que rigen las relaciones sociales ordinarias, especialmente entre parientes. En la sociedad kabil de fines de la era colonial, los intercambios entre parientes o entre vecinos obedecen a la lógica del don o del contra-don. Las personas honorables no venden leche (“¡Qué me cuenta! ¡Vendió la leche!”), ni manteca, ni queso, ni verduras, ni frutas, sino que “dejan que los vecinos los aprovechen”... Al molinero que tiene un excedente de harina ni se le ocurriría vender un producto que es la base misma de la alimentación. La lógica del intercambio de dones se combina con la lógica mítico-ritual para prohibir que se devuelva un utensilio vacío: lo que se devuelve se llama el fel, es decir “el amuleto”, como los huevos o la carne de ave que se le da al albañil cuando va a trabajar fuera del pueblo. Lo mismo sucede con los servicios, que están regidos por reglas estrictas de reciprocidad y gratuidad; y también con los préstamos. De esa manera, la charka del buey (a través de la cual un campesino presta un buey por un tiempo determinado contra una cierta cantidad de granos) puede instaurarse solamente entre semi extraños (es decir, en caso de faltar los más cercanos) y está rodeada de todo tipo de disimulos y eufemismos destinados a ocultar o negar sus potencialidades mercantiles: en general, los dos “contratantes” prefieren ocultarla de común acuerdo. El prestatario trata de disimular su carencia, haciendo creer que el buey le pertenece; el prestador le sigue el juego porque es mejor mantener oculta una transacción que no se atiene estrictamente al sentimiento de equidad, ya que el capital no puede jamás ser percibido y tratado como tal. Todo ocurre como si la transacción se atuviera cada vez más a su “verdad” económica a medida que la relación entre los agentes afectados por el intercambio se vuelve más lejana y, por lo tanto, más neutra e impersonal, ya que, en esas relaciones estructuralmente ambiguas, el peso relativo de la generosidad y del sentimiento de equidad decrece entonces progresivamente, en provecho del interés o del cálculo4. Los vínculos reducidos a su dimensión puramente “económica” son concebidos como vínculos de guerra, que sólo pueden entablarse entre extraños. El lugar por excelencia de la guerra económica es el mercado, no tanto el mercado del pueblo o de la tribu, lugar donde es posible encontrarse con familiares, sino más bien los grandes mercados de las pequeñas ciudades alejadas (Bordj bou Arreridj, Akbou o Maison-Carrée, según los informantes), donde hay que enfrentarse a desconocidos, y al más temible de ellos, el intermediario, y donde se está expuesto, por lo tanto, a todas las trampas y supercherías de la guerra sin cuartel. De los innumerables relatos sobre infortunios ocurridos en el mercado, se pueden rescatar algunas reglas de prudencia: cuando el objeto de la transacción se conoce bien, cuando no está sujeto a equívocos, como en el caso de un pedazo de tierra, una relación anónima de intercambio es posible y la elección se realiza prioritariamente, cuando no de manera exclusiva, en base a la cosa adquirida; cuando el objeto no es muy conocido, pasible de equívocos o puede dar lugar a engaños (como una mula que puede resultar rebelde o un buey artificialmente “engordado” o que acostumbra a dar cornadas), la elección se realiza prioritariamente teniendo en cuenta al vendedor. En todo caso, hay un esfuerzo por reemplazar una relación impersonal y anónima por una relación personal, especialmente a través de toda clase de garantías y movilizando “garantes” y testigos, que intentan de alguna manera sumergir la relación del comprador y el vendedor en una red de intermediarios5. Las estrategias de honor que rigen los intercambios habituales en el mercado no están totalmente ausentes de los intercambios no habituales: es así como, al igual que sucede con el matrimonio, después de intercambios verbales que concluyen con la fijación de un precio, el vendedor devuelve ostensiblemente al comprador una parte importante de la suma “para que compre carne para los niños”. Hay relatos de numerosos casos de compras de tierras determinadas por la preocupación de proteger a un pariente, varón o mujer, para que no sea desposeído en favor de un extraño o, siguiendo otra lógica, para defender el honor de un grupo frente a otro grupo rival. En resumen, la lógica del mercado, es decir, de la guerra, nunca es realmente aceptada y reconocida en tanto tal y aquellos que la aceptan, intermediarios, recolectores de impuestos en el mercado o usureros, están condenados a ser despreciados6. Un breve paréntesis sobre las relaciones entre campesinos y artesanos, especialmente entre herreros y molineros, y sobre sus transformaciones, correlativas a la aparición de verdaderos oficios comerciales, permitirá comprobar que la lógica propiamente económica no es independiente de la lógica de las relaciones sociales en la cual está inmersa. Así, en Kabilia, en los años 1950, el trabajo de los herreros era objeto de una transacción no monetaria, en general regulada por el derecho consuetudinario, donde el herrero del pueblo debía garantizar a cada campesino las reparaciones necesarias para mantener su material, a cambio de una contribución anual consistente en una parte de la cosecha, proporcional a la cantidad de pares de bueyes que poseía. El caso de los molinos de agua de Aghbala, que estudié con Abdelmalek Sayad, permite comprender la interpenetración de las relaciones sociales y las relaciones económicas: debido a que, a diferencia de los herreros, que estaban fuertemente estigmatizados, los molineros no estaban excluidos de la comunidad a pesar de estar entre los más relegados, cada molino, a través del juego de los intercambios de servicios y el entrecruce de relaciones y alianzas, se procuraba una clientela estable, a la que trataba con especial consideración, un poco como si fueran huéspedes, y tomaba una parte (un décimo) de los granos tratados a cambio del servicio prestado. Con la decadencia de la agricultura ligada a la introducción de nuevas actividades (artesanado, comercio, etc. ) y a la aparición de recursos no agrícolas ligados a la emigración7 se deja de recurrir a los molinos de agua tradicionales (las personas se aprovisionan directamente de sémola, en lugar de hacer moler el grano cosechado) y el molino a motor toma su lugar, arruinando como por arte de magia todo el sistema de convenciones que regía el juego de la solidaridad colectiva en el caso de la molienda tradicional. Así, por ejemplo, era tradicional tratar gratuita y prioritariamente cualquier carga de granos que no hubiera sido llevada a lomos de un animal, ya que ésta sólo podía tratarse de la pequeña reserva de un pobre, restos recogidos después de la cosecha o donados por el Aïd, o fruto del diezmo retenido de la cosecha o de la ayuda de un pariente más rico o, incluso fruto de la mendicidad en las zonas de cosecha. Esta cantidad era demasiado reducida para poder extraer de ella una décima parte y a la vez, se la esperaba con demasiada impaciencia como para que se pudiera diferir su transformación. A través del molino a motor, adquirido en general a fuerza de ahorro (en lugar de ser un bien de uso heredado) y percibido y tratado como un simple medio de producción (en el sentido de la economía), se introduce la lógica de la inversión y del cálculo de costos y beneficios, que reemplaza a la satisfacción del cumplimiento autárquico que podía procurarle al campesino propietario de la totalidad o de una parte de un molino de agua el hecho de moler su propio grano. Un viejo fellah recuerda haber utilizado el molino, del cual posee la tres cuartas partes, durante treinta y cinco días seguidos, es decir, durante la cuarta parte del período de actividad; el utilizador del molino mecánico, por más pobre que sea, se ve convertido en cliente, y el molinero se comporta hacia él como un comerciante preocupado por cubrir sus costos. Esta transformación de las actividades “artesanales”, que hasta ese momento habían estado siempre subordinadas a la actividad agrícola y en general ejercidas por categorías estigmatizadas como los negros o los más pobres como complemento del khammesat (forma tradicional de arriendo al quinto) o de arrendamiento, en actividades propiamente dichas, en verdaderos “oficios” tiene su equivalente en el campo del comercio, que anteriormente sólo podía ser una actividad complementaria asociada a la agricultura (se hubiera considerado “perezoso” a aquel que se hubiera quedado “sentado en una silla”, “días enteros”, “a la sombra”). Por lo tanto se tenía cuidado en abrir solamente a la mañana, antes de partir hacia el campo y a la tarde, al regreso del trabajo, durante el verano. El local dedicado al comercio formaba parte de la habitación y los familiares (o, cuando no tenían derecho a esa intimidad, la vieja de la casa) no dudaban en llamar o entrar en la casa por un paquete de café o de azúcar, servido por el dueño de casa, o por una de las mujeres o por uno de los muchachos que se ocupaban de ese menester. Todo cambia cuando en los años 1960 se asiste a la aparición del comerciante de tiempo completo, que ya no quiere ejercer el oficio de campesino y que deja sus tierras, si las tiene, a su hijo, su hermano o a un khammès. El comerciante está siempre presente en su tienda, ahora está separada de su vivienda, con horas de apertura bien determinadas, a menudo vestido en forma diferente al fellah. Al tener abierta su tienda, siente que está haciendo algo (y no que está perdiendo el tiempo) aún cuando en los reagrupamientos producto de la falsa urbanización operada por el ejército, su actividad es de hecho muy reducida (su tienda se vuelve de hecho un lugar de reunión donde se viene a charlar sin consumir). Este “ascenso” de los comerciantes es, para los viejos campesinos apegados a la economía de la “buena fe” (niya) uno de los signos del desmoronamiento del antiguo mundo, como lo explica este informante, habitante del reagrupamiento de Aïn Aghbel. “Hasta los carniceros se burlan ahora de los agricultores. Basta con tener una tienda, una camisa especial para trabajar, cambiarse de ropa, tener empleados que degüellen [los animales], que limpien, que vendan en los mercados, para que dejen de ser carniceros [oficio tradicionalmente despreciado, como el de herrero] y se vuelvan “ricos”. Se volvió un “métier” (oficio) [el informante utiliza la palabra francesa]. Ahora, todo es un oficio. ¿Cuál es tu oficio?, pregunta la gente. Y cada uno se inventa un oficio. Está el que por haber guardado dos cajas de azúcar y dos paquetes de café en un local se llama a sí mismo comerciante, el que por saber clavar cuatro tablas se llama carpintero; los choferes son incontables aunque no haya automóviles, basta para eso tener el permiso de conducir. ¿Acaso eso da de comer? Es el ejército francés el que, un poco, hizo eso, darle un oficio a la gente. Primero apareció la defensa personal, es el primer oficio [...]. Después aparecieron los harkis, los goumiers, los moukhazani, los sardjan (sargento), kabran (cabo), serdjan-jefe, también apareció el sakritir y el khodja (cuadro), sin hablar del alcalde (el mir) y sus consejeros (iquonsayan-is). Después de eso, basta que el teniente sepa que alguien sabe hacer esto o lo otro para que diga que tiene tal o cual oficio; poco a poco todo el mundo se olvida de que existe el trabajo de la tierra, se lo deja de lado. En el censo, escuché a Mohand L. rebelarse porque se lo mencionaba como agricultor mientras que a todos los demás inscritos se les había encontrado un verdadero oficio: ‘Ustedes me desprecian. A los verdaderos agricultores les han inventado un oficio, a mí, porque no poseo ni una parcela (thamtirth) me hacen ser un fellah . Aquí hay agricultores, tienen tierra hasta el umbral de sus puertas, y sin embargo uno es chofer, el otro comerciante. No hablo de Hocine M., que, él, es elkhodja gel biro (khodja en la oficina). ¡Yo también tengo un oficio!’” Y sigue relatando como ese personaje se auto proclama intermediario (tadjar) y por una comisión, vende madera o aprovisiona al pueblo de paja o de cualquier otro bien: “También está el trabajo en Francia, que ha hecho que aparezcan soldadores, pintorestapiceros, operarios de máquinas. La mina nos ha dado perforadores, revestidores, encofradores. Solamente faltan los ingenieros. Todas esas personas han dejado de trabajar desde hace mucho pero conservan siempre su oficio, sobre todo si en su cédula de identidad figura su oficio: esa es la prueba irrefutable. A los que no tienen oficio, les queda la posibilidad de ser antriti (retirado, jubilado) o anfaliditi (inválido)”. Las condiciones económicas del acceso a las prácticas económicas Este largo y pintoresco monólogo evoca de manera mezclada algunos de los factores (como la emigración o la actividad clasificatoria del ejército francés, gran proveedor también de falsas actividades) que al generar intercambios monetarios e introducir innovaciones técnicas establecieron en el mundo rural la lógica de la economía monetaria y del cálculo económico, denominado racional. Llevar a cabo el estudio de las transformaciones de las prácticas económicas dentro del entorno rural permite ver mejor y de manera más completa lo que éstas ponen en juego, es decir, todo un estilo de vida, o, mejor dicho, todo un estilo de creencias. Para describirlas, por lo tanto, es mejor no hablar de adaptación sino de conversión8. Para hacer comprender a lectores que al igual que nuestros economistas y nuestros sociólogos de la economía, se mueven dentro de la economía llamada racional como peces en el agua, que la palabra conversión no es demasiado fuerte, y para provocar en ellos la conversión del espíritu que se necesita para romper con el universo de presupuestos profundamente incorporados que hacen que juzguemos evidentes, naturales, necesarias y, por ende, racionales las conductas económicas en uso en nuestro mundo económico, sería necesario que pudiera aquí evocar la larga serie de experiencias a menudo ínfimas que me han hecho sentir de manera sensible y concreta el carácter contingente y arbitrario de esas conductas habituales, marcadas con el sello de la perfecta naturalidad, que llevamos a cabo todos los días, en la rutina de nuestras prácticas económicas. Como lo es, por ejemplo, el hecho de esperar el vuelto en una tienda, en vez de, como sucede en Kabilia, acudir al “comercio” llevando en la mano la suma minuciosamente contada y exactamente correspondiente al precio del objeto a comprar. Todavía recuerdo haber pasado largas horas interrogando a un campesino kabil que trataba de explicarme una forma tradicional de préstamo de ganado. No se me había ocurrido que el prestador pudiera sentirse obligado con respecto al prestatario, porque éste se ocupaba de mantener al animal que él habría tenido que alimentar en el caso de no haberlo prestado. Recuerdo también la cantidad de observaciones anecdóticas y de constataciones estadísticas que tuve que acumular antes de comprender la filosofía implícita del trabajo, basada en la equivalencia entre el trabajo y la remuneración en dinero, que sin querer introducía en mi interpretación espontánea del mundo, y que me impedía comprender completamente ciertas conductas o cierta sorpresa de mis informantes (como la del viejo kabil al descubrir la multiplicidad de “oficios” que he citado anteriormente): la conducta, juzgada como extremadamente escandalosa, del albañil que al volver de una larga estadía en Francia, solicitó que se agregara a su salario una suma correspondiente al precio de la comida que fue ofrecida al final de la obra y a la cual, haciendo gala de una imperdonable falta de educación, no había asistido; o el hecho de que, aún trabajando un número de horas o de días objetivamente idénticos, los campesinos de las regiones del sur de Argelia, menos afectados por la emigración (y por la política de encuadramiento del ejército), afirmaban con más frecuencia que eran campesinos que los kabiles, más inclinados a atribuirse”oficios” o a definirse como desempleados. Esta filosofía resultaba tan natural para mí que yo mismo no advertía que me impedía ver el trabajo de invención y de conversión que debían realizar aquellos a quienes estaba observando para poder abstraerse de una visión (que para mí era muy difícil imaginar) de la actividad como ocupación social socialmente reconocida, independiente de toda sanción material y que puede eventualmente reducirse al cumplimiento de la función propia del hombre, que no pierde el tiempo cuando habla con otros hombres en la asamblea o cuando distribuye el trabajo a los miembros de la familia. Debí impregnarme lo suficiente de la lógica del sistema mítico-ritual kabil para ser capaz de cometer “barbarismos” deliberados en las preguntas que planteaba (haciendo intervenir por ejemplo un objeto fabricado con fuego o un peine para cardar lana en un ritual donde se esperaba un objeto femenino, como el agua o la lana) con el objeto de provocar la desmentida o la risa de mis informantes femeninas, más capaces (al igual que nosotros) de detectar las fallas que de enunciar las reglas, tarea más propia de gramáticos que de simples locutores. De la misma manera, pero sin duda con más dificultades, porque nada me había preparado a pensar en la economía, en la mía sobre todo, como en un sistema de creencias, tuve que aprender poco a poco a través de observaciones etnográficas corroboradas luego por el análisis estadístico, la lógica práctica de la economía precapitalista, al mismo tiempo que trataba de redactar su gramática de la mejor manera posible. Fue sin duda la familiaridad con la lógica práctica de la economía precapitalista, casi propia de un autóctono, que había adquirido a través de la investigación etnográfica, y que había despertado por medio de una anamnesia9 metódicamente provocada recuerdos profundamente sepultados de mi infancia campesina (más de una vez, yo había sido enviado con el dinero exacto a ver al almacenero, al que había que hacer salir de la trastienda gritando “uh-uh”), la que me permitió percibir todo lo que había históricamente fuera de lo común, dentro de su aparente banalidad, en la noticia publicada en los diarios del 29 de octubre de 1959, sobre unos niños de Lowestoft, en Inglaterra, que habían creado una empresa de seguros contra los castigos. Habían previsto que, por una paliza, el asegurado recibiera cuatro chelines y habían llegado a establecer que para ciertos abusos rigiera una cláusula suplementaria según la cual la sociedad no era responsable por los accidentes voluntarios. Es también esta comprensión práctica de una economía de prácticas económicas que se ha vuelto perfectamente exótica, la que me permitió descubrir y comprender que, como lo recuerda Bergson, “hacen falta siglos de cultura para producir un utilitarista como Stuart Mill”, o dicho de otra forma, que todo lo que la ciencia económica da por sentado, es decir, el conjunto de disposiciones de los agentes económicos en el que se basa la ilusión de la universalidad a-histórica de las categorías y los conceptos utilizados por esa ciencia, es en realidad producto de una larga historia colectiva y debe ser adquirido en el curso de la historia individual, dentro y a través de un trabajo de conversión que sólo puede lograrse bajo ciertas condiciones. He querido, después de tantos otros como Weber (1924), Sombart (1915) o Tawney (1926), a los que leía con pasión, contribuir a comprender como este “utilitarismo”, devuelto así a su exotismo original, se había inventado poco a poco a lo largo de la historia. Me fijé como proyecto explícito observar los procesos de adquisición de todas esas disposiciones que los pequeños alumnos de Lowestoft, “espontáneos” seguidores de Stuart Mill, adquierieron inmediatamente, como el cálculo de costos y beneficios, el préstamo a interés, el ahorro, el crédito, la inversión o incluso el trabajo; y también establecer rigurosamente, a través de las estadísticas, las condiciones económicas y culturales del acceso a la conducta económica denominada racional. El principio de todo cambio de visión del mundo no es otro que la adquisición del espíritu de cálculo, que no hay que confundir con la capacidad, sin duda universal, de calcular. Someter todas las conductas de la existencia a la razón calculadora, como indica la economía, es romper con la lógica de la philia de Aristóteles, es decir, con la lógica de la buena fe, la confianza y la equidad que debe regir en las relaciones entre parientes y que se basa en el rechazo o, mejor dicho, en la negación del cálculo. Negarse a calcular en los intercambios entre familiares es negarse a obedecer al principio de la economía como propensión y aptitud a ahorrar o a reservarse (esfuerzos, penas, trabajo, tiempo, dinero...) en lugar de dar sin contar, negación que sin duda puede favorecer con el tiempo una atrofia de la disposición a calcular. Es rehusarse a salir de un mundo donde la familia y los intercambios que se realizaban dentro de ella eran el modelo de todos los intercambios, incluyendo de aquellos que consideramos como “económicos”, para entrar en un mundo donde la economía, constituida como tal, con sus propios preceptos, los del cálculo, del beneficio, etc., pretende transformarse en el principio de todas las prácticas y de todos los intercambios, incluyendo los familiares (provocando por ejemplo el asombro del padre kabil a quien su hijo reclama un salario). La economía tal como la conocemos nació de la inversión de esta tabla de valores. Algunos economistas como Gary Becker (1976 y 1984) no han hecho más que llevar hasta sus últimas consecuencias esa lógica, de la cual su propio pensamiento es el producto impensado, cuando aplican a la familia, el matrimonio o al arte los modelos construidos según el postulado de la racionalidad calculadora. Es posible entender que el aprendizaje de la economía moderna no se reduce, como se podría creer, a su dimensión puramente técnica (que sin duda no puede ser dejada de lado). Adherir a la visión “utilitarista” es romper con toda una manera de vivir y, al mismo tiempo, con todos aquellos que la comparten y que se sienten directamente afectados por lo que perciben como un rechazo. Donde mejor puede observarse esta situación es en el caso de ciertas familias, donde aquellos que han mejorado su posición se ven obligados a responder a sus deberes de solidaridad para con los parientes que lo soliciten. La presión terrible y constante que estos últimos ejercen vuelven particularmente difíciles y peligrosos los esfuerzos que los primeros realizan para ascender socialmente (muchos magrebíes que residen en Francia no figuran en la lista de abonados telefónicos para escapar a los pedidos10) y, de manera más general, su adaptación a las exigencias de la economía moderna. Mientras la economía de la buena fe continúa vigente, todo el grupo impone obligaciones de honor que son totalmente incompatibles con la fría ley del cálculo interesado. De esta manera, tanto en los pueblos campesinos de Kabilia como en los reagrupamientos, o en los barrios de emergencia alrededor de Argel, las relaciones entre los comerciantes y sus clientes no tienen la transparencia y la simplicidad de los intercambios en un supermercado o en las pequeñas tiendas que pueden (y deben) exhibir el cartel “la casa no fía”. Paradójicamente, pedir un préstamo supone una relación de confianza: no se le solicita a cualquiera, aún más, sólo se le solicita a alguien que estará obligado a responder el pedido, es decir a un miembro del grupo dentro del cual interviene una cierta forma de solidaridad. Dentro del grupo, incluso, sólo se le pide a los pares, que tienen el derecho y el deber de “corresponder”: por ejemplo, en ocasión de la twiza de las labores, se le pide a los propietarios de pares de bueyes (y no a los jornaleros, que deben ser retribuidos si son invitados o si vienen por su propia iniciativa). De la misma manera, sólo se solicita crédito a aquel que está obligado a otorgarlo. El comerciante al que se le pide crédito debe acordarlo, porque no ignora la difícil prueba que ha representado para el honor del solicitante, obligado a satisfacer las necesidades básicas de su familia, tener que someterse a realizar un pedido que es deshonroso para él mismo y para los suyos, que no supieron garantizarle los recursos que le hubieran permitido evitarlo. “No me deshonres”, “me cubro de vergüenza, no me deshonres”. Fuera del marco social donde la respuesta es posible, el rechazo no viola la ley de intercambio y la aceptación adquiere el sentido de una limosna, don sin contra-don que se establece entre desconocidos, o de un verdadero crédito, en el sentido moderno del término, que supone la restitución y por ende las presuntas condiciones que hacen que ésta sea posible. Entrar en el mundo urbano y la economía económica impone la ruptura con esta forma altamente ambigua de relaciones, que caracteriza tan profundamente todas las conductas tradicionales de solidaridad. Dicha ruptura supone una transformación muy profunda de las disposiciones más fundamentales, las que definen toda la relación con el mundo económico poblado de necesidades y aspiraciones, inextricablemente entrelazadas con deberes y principios éticos que se expresan en el lenguaje del honor, la deuda, la devoción, la gratitud, etc. Habiendo recordado así lo profundamente inmersas que están las cosas económicas en el universo de las creencias y los valores supremos, relacionados con la idea que cada hombre (o cada mujer) tiene de sí mismo frente a sí mismo y frente a los otros, restaban por analizar las variaciones de las prácticas y las estrategias económicas según diferentes variables, especialmente las económicas. De esta manera sería posible mostrar que las disposiciones calculadoras (en materia de trabajo, de ahorro, de vivienda, de fecundidad o de educación) están ligadas, por la mediación de las disposiciones relativas al futuro, a condiciones económicas y sociales que son condiciones económicas y sociales de posibilidad e imposibilidad. Por debajo de un cierto umbral definido (o mejor aún, detectado) por un cierto nivel económico y cultural, las disposiciones racionales no pueden constituirse, y la incoherencia se transforma en el principio de la organización, naturalmente desorganizada, de la existencia de los sub-proletarios, incluso en la relación con el espacio y con el tiempo. De manera más amplia, en el acto de comprar, prestar o ahorrar, acceder a un juicio económico entendido conlleva condiciones económicas y culturales de posibilidad. En efecto, pude establecer empíricamente que por debajo de un cierto umbral de seguridad económica, garantizado por la estabilidad del trabajo y la posesión de un mínimo de ingresos regulares, los agentes económicos no pueden concebir ni llevar a cabo la mayoría de las conductas que suponen un esfuerzo para controlar el futuro, como calcular el uso de los recursos en el tiempo, ahorrar, o controlar la fecundidad (Bourdieu, 1977). Es decir que hay condiciones económicas y culturales de acceso a la conducta que tendemos a considerar como normal, o, peor, como natural para cualquier ser humano normalmente constituido. En lugar de plantearse la cuestión, que es sin embargo típicamente económica, de esas condiciones, la ciencia económica trata a la disposición prospectiva y calculadora con respecto al mundo y al tiempo como si fuera un presupuesto natural, un don universal de la naturaleza, cuando sabemos que constituye el producto de una historia colectiva e individual muy particular. Al hacerlo, la ciencia condena tácitamente en el plano moral a aquellos a los que el orden económico, cuyos presupuestos sostiene, ya ha condenado en los hechos11. Un economista espontáneo Durante el verano de 1962, en el momento en que terminaba el análisis de los datos estadísticos y de las entrevistas que servirían de base a mi libro Travail et Travailleurs en Algérie, escuché sorprendido y admirado las palabras de un cocinero kabil de Argel. Este hombre dotado de una mínima educación elemental expresaba, con palabras francesas o beréberes – a propósito de las cosas de la tradición- , lo esencial de lo que yo ya había podido descubrir, pero sólo merced a un largo trabajo de desciframiento: el nuevo sentido que se impartía al trabajo a partir del “descubrimiento” del trabajo asalariado y la correlativa devaluación de las actividades agrícolas; la adquisición de nuevos hábitos temporales; la lógica económica de las conductas aparentemente antieconómicas de los pequeños comerciantes ambulantes; los significativos efectos del trabajo asalariado sobre la esfera doméstica y las relaciones hombre-mujer; el vínculo entre las condiciones económicas y los ethos económicos populares, pequeño burgueses y burgueses; la búsqueda permanente de una seguridad material en un universo económico signado por una inseguridad y una imprevisibilidad abrumadoras; la complejidad intrínseca de las estrategias matrimoniales, educativas y económicas; la dependencia de las aspiraciones, especialmente en lo que se refiere a la educación de los niños, de las posibilidades objetivas de ascenso social y de la estructura del capital a transmitir o a adquirir, etc. A la manera de un economista espontáneo, este cocinero propuso, en algunas horas, una visión global, digna de una discusión científica, de un universo sobre el cual tenía una perspectiva a la vez profunda y distante, gracias a la posición que ocupaba en el seno de la sociedad colonial: posición que era a la vez central –a diferencia de la mayoría de los obreros y empleados, veía el mundo de los europeos desde adentro- y, a pesar de todo, marginal, porque nunca había roto los vínculos con compañeros de infortunio con los que había compartido una existencia aventurera. La publicación de la trascripción de esa entrevista (que registré en el domicilio de intermediarios de confianza) permite que el lector, cuarenta años más tarde, comprenda el sentido práctico de la economía que orienta las acciones y las representaciones de un miembro particularmente receptivo de la clase obrera argelina en el momento de su aparición, en el alba de la independencia del país. Esta entrevista reconstruye en términos biográficos muy vívidos el proceso de adquisición colectiva de un habitus económico, proceso que atravesaron aquellos argelinos pertenecientes a la generación de la guerra que disponían del mínimo capital necesario y cultural para acceder a él. “Traté de trabajar en cualquier lado, de hacer cualquier cosa” Tenía trece años cuando me escapé de mi pueblo y de mi familia. Todavía iba a la escuela, mi padre había ido a trabajar a Francia. Estaba solo, por lo tanto. Era en 1928. Un pariente (el hijo de la hermana de mi madre), que ya había encontrado un empleo en Argel, me prometió conseguirme trabajo. Vine a Argel a encontrarme con él. Me emplearon como recadero en una tienda de ropa, de alta costura femenina. Me daban 200 francos por mes, el abono y un traje (librea) de tela azul marina, con una gorra y las insignias de la casa. La casa le pertenecía a tres hermanas, había 23 obreras. Yo entregaba los vestidos. La primera vez que entré al hotel Aletti, no lo podía creer, yo venía de la montaña, era la primera vez que veía un gran hotel, que subía en un ascensor, que me recibía un portero. Tenía que entregar un vestido de noche, tenía el nombre de la clienta, el número de su habitación, me dio 100 francos de propina, la mitad de mi sueldo mensual. Ganaba bastante bien, trabajábamos durante la temporada: verano, otoño, invierno. La primavera era una estación muerta, las dueñas iban a París a buscar los moldes y los modelos nuevos. A pesar de eso yo cobraba mi sueldo y hacía otras cosas además... Enviaba todo mi dinero a casa. Mientras les mandara dinero todo iba bien, nunca quisieron retenerme en el pueblo. Al principio vivía con mi primo, con el que había venido, después fui a vivir a la casa de una de las obreras. Era muy amable. Trabajaba horas extra, a veces hasta las once o hasta la medianoche. Después yo la acompañaba a su casa. Su padre era panadero. Trabajé dos temporadas en la tienda de ropa. Yo había empezado a crecer, es un trabajo que no podía hacer para siempre, no se aprende nada transportando vestidos. Quería algo para el futuro. Entonces entré a trabajar para el panadero. Era aprendiz de noche y repartía por la mañana. Salía a las 7 con una canasta de panes, subía cuatro, cinco, seis pisos. En esa época me pagaban mal, no se pagaba como ahora, por pieza. Empecé a aprender el oficio, no me entusiasmaba mucho. Me gustaba mucho el cine. Me pasaba todo el día en el cine, me gustaba la vida moderna. Por la noche no dormía, no podía aguantar. Me quedé dos años en la panadería. Después traté de trabajar en cualquier lado, de hacer cualquier cosa. En 1935 era lavacopas en un restaurante. Poco a poco, primero mirando y luego poniendo manos a la obra, aprendí a cocinar. Mi primer jefe vio que me interesaba, me ayudó ... Al principio trabajé en un restaurante pequeño, ahí aprendí la cocina de todos los días, todavía no tenía el oficio. Aprendí el oficio cuando empecé a trabajar en los grandes restaurantes donde funcionan brigadas completas: un chef de cocina, un maître d’hotel, un jefe de fila, un chef de entradas, un chef de salsas, uno de parilla, uno de verduras, uno de pescados, etc. Es un oficio que me gusta mucho pero que presenta grandes inconvenientes. El horario: muy temprano a la mañana, tarde por la noche. Porque la clientela no es regular. Por ejemplo, a veces pasa que de 7 a 9 de la noche no hay un solo cliente y a las 10 no queda una mesa libre. Se trabaja cerca del fuego, se bebe enormemente. Tomé la costumbre de beber en este trabajo. Después dejé los restaurantes. Había trabajado sobre todo en el Casino de la Cornisa. Quise tener las dos cosas: tener mi oficio y ser empleado público. Trabajé en la AIA de Maison-Blanche. Perdí mi puesto después de la huelga de 1957. A pesar de todas las promesas, nunca me volvieron a tomar. Después de eso, alquilé un pequeño local por 1100 francos por mes. Vendía verdura. Ese comercio se tragó todo mi dinero. Lo cerré y transformé ese local en vivienda. Desde hace siete meses estoy con licencia por enfermedad. “Cuando no se puede comprar un tentempié, se compran 10 francos de maní” “(...) Durante la guerra de 1942, también fui vendedor ambulante. Vendía bloques de hielo en un puesto callejero. Me iba bastante bien porque en esa época no había suficiente corriente para hacer funcionar los refrigeradores. No había tantos refrigeradores como ahora. Había heladeras. Es difícil que te vaya bien en ese trabajo; algunos logran sacar dinero al fin del día pero otros consiguen lo justo para comer un poco. Los más desdichados, los que trabajan en eso sólo para hacer algo, son los que venden agua coloreada. Compran hielo y un colorante y ofrecen vasos de agua amarilla, verde y rosa a 5 francos el vaso o 20 francos la botella. Tampoco ganan nada los que venden merguez12, en brochetas. No te hablo de los vendedores que están bien instalados, en los cafés: esos ganan dinero: 60 francos la brocheta, 40 o 50 francos el merguez. Te hablo de los que están en la Plaza del Gobierno. Fríen las tripas, los pulmones, es decir los menudos incomibles, los que ni siquiera se pueden pulverizar para hacer merguez. También fríen sardinas. A esos, además, los persigue la policía: lo poco que ganan, lo ganan gracias al pan. Compran los panes a 35 francos, a veces a 28 o 30 francos y los revenden en 6 trozos pequeños a 10 francos el pedazo. Hace poco, después de un artículo que apareció en el Diario de Argel, los CRS13 hicieron una redada. Era fin de mes, seguramente había abonados de la RSTA14 que habían venido a renovar sus tarjetas de abono, tuvieron miedo de que los ensuciaran, o de que los empujaran o a lo mejor se sintieron mal al respirar los vapores y todos esos olores, entonces le escribieron al diario. El diario publicó un artículo violento, con fotos, pidió que se los condenara y no solamente que se les confiscara el material, se habló de higiene, de fealdad, de la vergüenza que era para la ciudad un espectáculo semejante. Todas cosas que no tienen sentido para nosotros y menos para los interesados (...) El día siguiente a la redada, los vendedores eran tan numerosos como antes. Hay vendedores de verdura y de fruta que ganan, los vendedores de maní también. Porque cuando falta el dinero, el negocio que primero sufre, el que más sufre, es el de los objetos y los productos no consumibles y sólo después el de la alimentación: primero lo sufre la más cara, la de lujo, y después, y ahí viene el desastre, los víveres de primera necesidad: pan, sémola... Entonces se venden más las pequeñas cantidades, los productos baratos, las cosas que se pueden comprar por 10 francos, 15 francos, sobre todo cuando se tiene hambre. Cuando no se puede comer en casa, se come por 150 francos en la fonda. Cuando no se puede, se come un tentempié en la Plaza del Gobierno por 60, 80 francos. Cuando no se puede, se compran 10 francos de maní. Esos están seguros de vender siempre, compran el maní a 150 francos el kilo, lo revenden a 500 francos. “Depende de lo que se entienda por trabajo” Los vendedores de verdura también, porque están bien organizados. Son todos de la misma región: Djidjelli, Taher, Collo, El-Milia. Es así por algo. En el mercado de abasto – yo lo vi cuando vendía verdura- todos los vendedores sin excepción son de esa región. Hay un poco de trampa. Esos vendedores le dan la mercadería a mitad de precio a los vendedores que son de su región, que se la llevan y la venden en la calle. Lo hacen por solidaridad o porque cobran una pequeña comisión. El comanditario no sabe nada de esto. Así, les aseguran a los revendedores un cierto margen de beneficios, que les permite vender los tomates a 40 francos, mientras que un verdulero está obligado a venderlos a 75 y el almacenero o el mozabite a 120. Por otro lado, en cuanto llegan a ser un poco más permanentes, tienen su propia clientela, generalmente obreros que viven lejos y vienen ex profeso a comprar para toda la semana. Para ellos es más barato así. Es fácil, se puede empezar sin nada. Con 500 francos se compra un pantalón en una tienda de ropa usada, se lo vende 100 metros más adelante a 550, 600, 700 francos. Algo es algo, 100, 150 francos. Y 100 francos es mucho para alguien que no tiene ni 2 francos en el bolsillo (no se si alguna vez le pasó). Cuando tengo 1000 francos, 100 francos es para mí el precio de un café, compro un diario por 100 francos, le doy 100 francos a un chico que pide limosna. Pero cuando no tengo esos 100 francos, le aseguro que para encontrarlos iría hasta la luna, son más que 1000 francos, más que 5000 francos, más que 10000 francos. Y, bueno, para este hombre es lo mismo. Cuando no se tiene más que eso, 100 francos es una fortuna. El que siempre tuvo dinero no conoce algo así, no puede comprenderlo. He visto a varios en ese caso. En realidad, son muy numerosos ahora, porque hay muchos refugiados que no tienen trabajo y que tienen que conseguir dinero. De una manera o de otra siempre se puede entablar relación con un comerciante que te de un poco de mercadería para que la vendas en su nombre en la plaza. Eso permite ganar un poco de dinero. He visto personas que empezaron vendiendo, por cuenta de un panadero, una canasta de croissants y brioches , otros vendían un poco de vajilla, otros, algunos metros de tela en los barrios populares, en los portales. Siempre se puede trabajar. Claro que eso depende de lo que se entienda por trabajo. Si trabajo quiere decir tener un oficio, ejercerlo de manera estable y vivir correctamente de él, eso no le pasa a todo el mundo, eso es otra cosa. Si trabajar quiere decir hacer algo, hacer cualquier cosa para no quedarse de brazos cruzados, para ganarse el pan, entonces, solamente los perezosos son los que no trabajan. Un hombre digno que no quiere vivir a expensas de los demás, aún si debe vivir de hacer algo indebido, tiene que trabajar. Si no encuentra ningún trabajo, siempre le queda el recurso de vender ilegalmente. Muchos se vieron obligados a hacer eso para vivir, y ahora no harían otra cosa por nada en el mundo. Eso es malo, porque lo que era una necesidad en el comienzo se transforma en una forma de pereza (...) Los Kabiles resolvieron el problema: ni siquiera trataban de trabajar aquí, directamente se iban a Francia, sin experiencia. Yo conocí dos crisis donde verdaderamente hubo desocupación: 1936 y ahora, con los acontecimientos que ocurren desde el pasado diciembre. De 1936 no voy a hablar, era la preparación de la guerra. Pero ahora la situación es grave debido a ese ejército de agricultores que hay en la ciudad y que piden trabajo. Esa gente empieza a saber lo que es el trabajo y a darse cuenta de que lo que hacía antes – cavar la tierra- no era un trabajo; por lo tanto ahora hay muchos que reclaman trabajo y cada vez hay menos trabajo. “El empleado público es rey” (...) Lo que cuenta primero en un trabajo es si es cansador o no. El trabajo menos cansador es, sobre todo, el de los empleados públicos; las profesiones liberales también pero hasta ahí, los médicos se cansan mucho, espiritualmente. Pero el empleado público trabaja ocho horas, vuelve a su casa, tiene su sueldo fijo, tiene la vida asegurada. Después de esa categoría vienen los comerciantes. Cuanto más grande es el comercio menor es la fatiga. Después vienen los artesanos que trabajan por cuenta propia, y los empleados medios, los obreros especializados, los técnicos. Después vienen los obreros. Los fellahs son, o bien como los artesanos más grandes, que generalmente no trabajan por cuenta propia o bien como los trabajadores agrícolas cuando están obligados a trabajar por cuenta propia. Pero el peor trabajo de todos es el de los trabajadores agrícolas que trabajan mucho, durante mucho tiempo y que no ganan nada. Nosotros tenemos dos términos que son muy gráficos: primero, Aqabach (el cavado de la tierra: los trabajadores agrícolas)y luego, Albala dou ouabiouch (la pala y el pico, los jornaleros). Hoy en día, si se trata de elegir, todo el mundo quiere ser empleado público. No hay nada mejor, cualquiera sea la categoría. A igual nivel en todo, lo mejor es ser empleado público, a menos de poder ser, como en el caso de los médicos, las dos cosas: un profesional liberal y un empleado público. Trabajan en el hospital y tienen su consultorio; un empleado público, aún el de mayor jerarquía, nunca puede ganar tanto como el último de los médicos. Y, además, el médico es el que tienen más prestigio. Más que el ingeniero, por ejemplo. Yo, por mi parte, prefiero el médico, es una cuestión de responsabilidad (...) ingeniero, médico, son buenas profesiones; abogado también... pero no, en realidad no, los abogados están todos desocupados en este momento. Es mejor ser juez de paz, a igual título, el juez es empleado público y el empleado público es rey. Antes el peor trabajo era ser cobrador en los transportes o en la CFRA15 . Había que ir de adelante hacia atrás , empujar, controlar, a veces pelearse con los viajeros; ahora que los cobradores de la RSTA son empleados públicos, viven como reyes, están mejor que los conductores, tienen buenos salarios, no se mueven de su lugar, ya no tienen ocasión de pelearse, hay algunos que ganan 100.000 francos por mes. Por ejemplo, M. el mozo que nos atiende, con las asignaciones familiares gana 120.000 francos. Tiene seis o siete hijos. (Pero, por favor, ¿qué comen nuestros niños?... sólo cuestan dinero cuando están enfermos o cuando hay que vestirlos.)(...) Hasta el último de los empleados públicos tiene su auto y su casa con un préstamo del gobierno. Fíjate, M. no tiene más instrucción que yo y sin embargo yo vendía verdura. Me comí mi dinero. Porque los más infortunados son los pequeños comerciantes. Ganan mucho menos que los obreros, la mayoría de las veces se comen su dinero. Una de las leyes del comercio es que el dinero llama al dinero; nuestros comerciantes no disponen de grandes capitales, tienen poco dinero al principio, es por lo tanto inevitable que ganen poco. Apenas logran sobrevivir y, en comparación al obrero, tienen más problemas: buscar clientes, aprovisionarse, calcular y constantemente tener miedo de la quiebra, mientras que, por la misma ganancia, el obrero cumple con su jornada y no tiene ninguna preocupación, sobre todo si le pagan por mes como a los empleados públicos. Para un empleado, el trabajo es su capital, para un comerciante, no. A un empleado público, el gobierno le concede un préstamo, por ejemplo, para construir; un comerciante sólo puede obtener un préstamo o un anticipo de un banco cuando es solvente, es decir, cuando posee bienes inmobiliarios. A un empleado público lo cuida el gobierno si está enfermo; ¿Al comerciante? ¡Nada! ¿Todo eso a cambio de qué ventajas? ¿El presunto liberalismo de la profesión? No es verdad. Una profesión es liberal cuando le reporta ganancias al hombre, cuando puede mantenerlo, y todas las profesiones son liberales cuando cumplen con eso. Un comerciante que, en teoría, es libre de abrir o de cerrar su tienda pierde su libertad cuando debe esperar al cliente y no puede hacer nada con una libertad de la que no puede disfrutar. Incluso un médico no es tan libre como dicen. Un médico tiene que ir a ver a su paciente a medianoche si éste lo necesita, sin embargo no se puede comparar con el comerciante; el comerciante espera al cliente, mientras que el cliente va a buscar al médico. “No por usar una camisa blanca todos los días son burgueses” (...)Entre nosotros, la burguesía no existe. Nos gusta mucho ser burgueses, pero no lo somos.¿Cuántas fortunas hay entre los musulmanes? Algunos nombres: Tchkikene, Bensiam, Bellounich, que está en la madera y el hielo. Tamzali, que está en el aceite, el jabón, los higos. Tiar, que es un gran comerciante e industrial, Ben Turki, Mouhoub ben Ali, etc. Son los más grandes, los únicos burgueses. Tome nota de que todos ellos hicieron fortuna en el comercio y la industria, y si hoy en día poseen casas, tierras, las han adquirido. No son burgueses que poseen tierras, rebaños, y hombres que viven en sus tierras. Esa burguesía está totalmente ausente en Argelia; si existió antes (en la época de los grandes campamentos) está arruinada actualmente, perdió sus tierras. Tengo un libro, puedo traérselo, donde hay cifras. No recuerdo exactamente, pero no hay 1/10, 1/40 ni siquiera 1/100 grandes propietarios musulmanes, y además no se puede comparar una hectárea de pedruscos en la ladera de una montaña, que hay que picar para evitar que un par de bueyes se caiga, con una hectárea en la llanura, con agua, que se puede trabajar con un tractor. ¿Quiénes son los burguesesque son propietarios de tierras? Podemos mencionar a Sayah, Bengana, Ben Ali Chérif. Esos ricos colonos musulmanes están sobre todo en Orán y Constantina. En Argel, lo que hay es una burguesía de comerciantes e industriales. Deben ser nuevos ricos, porque nuestro proverbio “La fortuna viene de la labor o de la herencia”no se aplica a ellos . No tienen labores y no pueden heredar nada porque la tierra y el rebaño son las únicas riquezas de antaño. En cuanto a los médicos, abogados, grandes comerciantes, no son exactamente burgueses; no por usar una camisa blanca, cambiarse de traje, vivir en una casa, viajar en auto, comer bien, gastar todo lo que quieren, son burgueses. Ser burgués es ejercer la profesión de burgués, es decir, tener capitales que rinden o dirigir una fábrica, o tener una empresa, o tener acciones en el banco. El burgués tiene dinero pero ese dinero debe rendir y ayudar a darle trabajo a los demás. Un médico, un abogado, un alto funcionario, aunque tengan dinero, no son burgueses. En Argelia habrá burgueses cuando haya fábricas, grandes fortunas, tipos que posean barcos, aviones, ferrocarriles... Los autobuses ya no alcanzan hoy en día. Cuando digo burgueses, son más bien sociedades,“compañías”. Lo que demuestra que incluso nuestros burgueses no tienen todavía el sentido de los negocios de los verdaderos burgueses es que tienen fortunas personales, no han montado ninguna compañía, no se han organizado; al contrario, compiten entre ellos, son rivales. Trataron de hacerlo justo antes de los acontecimientos; después vinieron los acontecimientos, tuvieron miedo de que los negocios ya no funcionaran bien, también tuvieron miedo de mostrar sus fortunas porque que les pedían cosas y los envidiaban (...) “La moral que enseña el hambre” Hoy en día, en los negocios, los que comprendieron de que se trata son los más chicos, las pequeñas fortunas se agrupan (los de menos de 10 millones); pero lástima, son Kabiles, invierten en los cafés, después de haber invertido en hoteles y restaurantes, es por costumbre. Cuando se empieza en el negocio de los restaurantes, aunque sólo sea con una fonda, si se gana dinero, ¿qué se puede hacer, aparte de abrir un restaurante más grande? Ahora bien, los Kabiles empezaron así: primero camareros en un café, mozos en un restaurante. Un chico de una familia bien de Argel no abre un local para charlar y servir de comer, no vendería nada, es un oficio despreciado. Hay que ser un montañés Kabil para hacerlo, como hay que ser un Negro de Biskra para ser aguatero: a veces, los jóvenes se hacen ricos porque no tienen la mentalidad de “hijito de papá” y no dudan en hacer negocios. Es por eso que van hacia adelante; no dicen “Yo soy hijo de tal o cual, o, mi abuelo era fulano”. Como los ermitas de mi región, que viven prácticamente de mendigar, es vergonzoso. Por otro lado, eso prácticamente se terminó, ya casi nadie les da nada, les responden: “Su ancestro era un santo, él sí merecía nuestros favores, pero ustedes, ustedes son ladrones; si sus abuelos pudieran hablarles les dirían ‘Vayan a trabajar’. Todos esos son prejuicios, no hay trabajo indigno. Hay que ser trabajador e intentarlo todo y olvidarse de los parientes; los ancestros se llevaron todo con ellos, la baraka16, el nombre, las cualidades y los defectos”. Esto, los de más abajo lo comprendieron gracias a la necesidad. Es por eso que en muchos aspectos, sobre todo en este momento, con la guerra, están más adelantados que los antiguos ricos de las ciudades. Están decididos a ir hacia adelante, a mandar todo al demonio, a dejar de lado las tradiciones, mientras que los ricos todavía se resisten a ello. Los que están más abajo quieren que los ayuden en ese sentido y en cuanto dan el primer paso van hasta el final sin fijarse. (...) Comencé a frecuentar familias argelinas que se pasan todo el tiempo hablando de su nombre y de sus orígenes, incluso las mujeres casadas. Entre nosotros, engañan más fácilmente y más frecuentemente a sus maridos que las mujeres de los obreros, porque con todas las joyas, el dinero, los vestidos que tienen, se aburren más que las que se ocupan de sus hijos y de su pequeña vivienda, que mantienen siempre limpia. En este momento estoy con una mujer de ese ambiente, por una relación; por eso sé muchas cosas sobre la mentalidad de esa gente; ¡es un ambiente podrido! A la moral se la encuentra en los de más abajo, es la moral del trabajo, la que enseña el hambre; cuando se tiene hambre, hay un montón de cosas en las que no se piensa. Te doy un ejemplo. Fíjate en el caso de las hijas de un obrero especializado que se gana la vida correctamente, que tiene un puesto estable, un trabajo seguro y que puede vestir correctamente a sus hijos, por ejemplo, un cartero, un agente del hospital, un cobrador de la RSTA. ¡Y bien! Las hijas de ese tipo de gente van a la escuela y si les va bien, sus padres harán todo para impulsarlas a ir lo más lejos posible, como si fueran varones. Aunque la hija tenga veinte, veintidós años, el padre sólo piensa en la hija, sabe que cuanto más instruida sea, mejor se ganará la vida, será más feliz en su hogar porque ayudará a su marido, marido que elegirá libremente, ya que el padre sabe que si acepta que su hija sea instruida, ésta se tomará ciertas libertades con respecto a su autoridad. El rico razona de otra manera. Se dice a sí mismo, haré feliz a mi hija con mi dinero, el que viene a casarse con mi hija la quiere por la fortuna que tengo, la quiere porque es mi hija, porque yo soy alguien. Pero yo no quiero que a mi fortuna, y por lo tanto a mi hija, se la lleve cualquiera, necesito elegir al marido de mi hija. Y, para eso, necesito que mi hija, a los quince años, se quede en casa, use el velo, que yo pueda vigilarla para poder casarla como me parezca bien. Esos padres se preocupan por su dinero, no por sus hijos. Consecuencia: la hija del obrero será profesora, maestra, enfermera, médica quizás, o simplemente empleada en una oficina: y en Argelia necesitamos todas esas profesiones; la hija del rico, que normalmente tiene más posibilidades de ser instruida, apenas sabrá escribir, una carta con el certificado de estudios, será una holgazana que sólo pensará en cubrirse de joyas, engordar comiendo dulces y fabricar hijos. A los treinta años ya es vieja porque se casó a los diecisiete. Pesa 160 libras porque come bien y no se mueve del sofá: cuando va al baño turco, va en taxi. Esta es otra “Argelia de hijos de papá” de la que hay que librarse, como de la otra. Nos jugamos nuestro futuro en esto. Lo que puede salvar a Argelia es darle a toda esa masa de infortunados que no poseen nada, que no pueden ser más que jornaleros, un empleo estable, como el de los que no dudan en mandar sus hijas al liceo, a la facultad... Los de más abajo se vuelven más modernos, más evolucionados que los ricos. “La vida moderna exige que todo el mundo trabaje: el marido, la mujer, los hijos también” La instrucción no puede hacer mal. Al contrario,“un hijo de nadie” no lo es si es instruido, si no tiene instrucción, lo será doblemente. Digo esto porque hace tiempo que se dice que la instrucción es la perdición de una hija. Enviarla a la escuela, enseñarle francés, es mostrarle todo lo que hacen los europeos, tentarla y provocarle el gusto y la posibilidad de escapar a la autoridad de los padres, del marido, para mal, evidentemente. Esto es lo que se ha dicho durante mucho tiempo y a lo que se atienen todavía los ricos con sus hijas, preocupándose más bien de los que heredarán sus riquezas. Ahora empezamos a darnos cuenta de que, al contrario, la instrucción es necesaria en la vida, y que además de la instrucción, está la educación; con la educación se puede confiar en la mujer, antes bastaba ver a una mujer hablando con un hombre, verla sonreír, para condenarla. Ahora bien, hablar con un hombre, reír y sonreír no quiere decir acostarse con él. Es porque hay odio dentro nuestro que le atribuíamos siempre a nuestras mujeres malas intenciones. Por suerte todo esto comienza a desaparecer. Es la guerra lo que lo ha hecho desaparecer. Las mujeres, que nunca habían salido a la calle, se encontraron frente a los militares en las oficinas, en los mercados. Se terminó, ahora nadie puede condenarlas, al contrario, hay que felicitarlas si pueden reemplazar a sus maridos, a sus hijos. Las chicas no deben por lo tanto ser excluidas de la escolarización. Hace falta que la mujer trabaje y hace falta que las chicas sean evolucionadas, para que trabajen y se queden en casa como antes, estamos en el siglo del átomo, hay que traer la civilización a casa. La mujer, debe ser según su hogar; hay que volver siempre a esto. La mujer no puede trabajar como el hombre; el hombre no tiene nada más que hacer, la mujer tiene un hogar, hijos. No hay que convertirla en un hombre a través del trabajo. Tal como va la civilización, la costura, los cuidados y otras profesiones son para las mujeres. Hay que desarrollar todo eso y rápido, porque en Argelia, carecemos de todo, no tenemos nada (ni siquiera enfermeras), nos hace falta de todo, de la A a la Z. ¿Actualmente? Nada, la vida moderna exige que todo el mundo trabaje y no como ahora, que uno trabaja y diez comen. El marido, a trabajar, la mujer también, los hijos también, en la escuela como aprendices o en un trabajo (oficinas, talleres, etc.). Hace falta disciplina, respetar las leyes del gobierno. Hace falta incluso una dictadura para obligar a todo el mundo a trabajar. (...) Bibliografía BECKER, Gary S. 1976. The Economic Theory of Human Behavior. Chicago: The University of Chicago Press. BECKER, Gary S. 1984. A Treatise of the Family. Cambridge: Harvard University Press. BOURDIEU, Pierre. 1977. Algérie 60. Paris: Minuit. BOURDIEU, Pierre. 1992. Les Règles de l’Art. Genèse et structure du champ littéraire. Paris: Seuil. BOURDIEU, Pierre. 2002a. “Célibat et condition paysanne”, Études rurales, (5-6): pp. 32136. BOURDIEU, Pierre. 2002b. Le Bal des célibataires. Paris: Seuil, col. “Points”. BOURDIEU, Pierre.; DARBEL Alain; RIVET Jean Pierre y SEIBELID, Claude. 1963. Travail et travailleurs en Algérie. Paris: La Haye Mouton. BOURDIEU, Pierre. y SAYAD, Abdelmalek. 1964. Le Déracinement. La crise de l’agriculture traditionnelle en Algérie. Paris: Minuit. BURAWOY, Michael, KROTOV, Pavel y Tatiana LYTKINA. 2000. “Involution and Destitution in Postcommunist Russia”, Ethnography, (1-1): pp.43-66. COLEMAN, James. 1994. A Rational Choice Perspective on Economic Sociology. En: SMELSER, Neil and SWEDBERG, Richard (eds.), The Handbook of Economic Sociology. New York: Russel Sage Foundation. pp. 166-180. GEERTZ, Clifford. 1968. “The Bazaar Economy: Information and search in Peasant Marketing”. American Economic Review, 68: 28-32. GRANOVETTER, Mark. 1990, The Old and the New Economic Sociology: A History and an Agenda. En: Roger Friedland y A. F. Robertson (eds.), Beyond the Marketplace. New York: Aldine De Gruyter. pp. 89-112. GRANOVETTER, Mark. 1993. “Economic Institutions as Social Constructions: A Framework for Analysis”, Acta Sociologica, 35-1: 3-12. MARESCA, Sylvain. 1983. Les Dirigeants Paysans. Paris: Minuit. PLATTNER Stuart (ed.). 1989. Economic Anthropology. Stanford: Stanford University Press. SAYAD, Abdelmalek. 1999. La Double Absence. Paris: Seuil. SMITH, Charles. 1990. Auctions: The Social Construction of Value. Berkeley: University of California Press. SOMBART, Werner. 1915. The Quintessence of Capitalism: A Study of the History and Psychology of the Modern Business Man. Londres: Unwin. SWEDBERG Richard (ed.). 1993. Explorations in Economic Sociology. New York: Russel Sage Foundation TAWNEY, Richard Henry. 1926. Religion and the Rise of Capitalism. Londres: John Murray. WEBER, Max. 1924. Gesammelte Aufsätze zur Sozial und Wirtschaftsgeschichte. Tübingen: Mohr. ZELIZER, Viviana. 1979. Morals and Markets: The Development of Life Insurance in the United States. New York: Columbia University Press. 1 Este articulo fue publicado por primera vez en ingles bajo el titulo “Making the economic habitus. Algerian workers revisited” (traducido por R. Nice y L. Wacquant), Ethnography, número 1(1), Julio 2000, pp.17-41; luego fue publicado en una versión revisada y aumentada en idioma francés como “La fabrique de l´habitus économique”, Actes de la recherche en sciences sociales, número 150, diciembre 2003, pp.79-90. Agradecemos a Jérôme Bourdieu la autorización de traducir y publicar este artículo inédito en español. Traducción: Irene Brousse. * Pierre Bourdieu (1930-2002) ha sido profesor de sociología en el Collège de France y director de estudios en la Ecole de Hautes en Sciences Sociales. Dirigió el Centre de Sociologie Européenne y fue autor de numerosos libros y artículos sobre diversos temas sociologicos y antropologicos. 2 Los lugares, condiciones y objetivos de las investigaciones tratados en este artículo están detallados en dos libros que aparecieron simultáneamente a principios de los años 1960: Travail et travailleurs en Algérie (Bourdieu et.al, 1963), sobre la transformación de las disposiciones económicas y las estructuras sociales que acompañaron la difusión de la emigración, la urbanización y el trabajo asalariado en Argelia; y Le Déracinement. La crise de l’agriculture traditionnelle en Algérie (Bourdieu y Sayad, 1964) sobre las violentas transformaciones de la sociedad rural, principalmente en Kabilia, resultantes de la colonización y principalmente de la política de desplazamiento forzado, denominada de “reagrupamiento”, a través de la cual el ejército francés buscaba destruir las bases sociales del ala armada del movimiento nacionalista. Los principales resultados de esta investigación están recapitulados sucintamente en el primer capítulo de Algérie 60 (Bourdieu, 1977), “Le désenchantement du monde”. 3 Para una muestra representativa de esa corriente de la sociología norteamericana, surgida de la reapropiación de Polanyi y de Webber y del desarrollo del análisis de redes que intenta romper con una concepción atomizada de los agentes económicos, ver Swedberg (1993), Granovetter (1990 1993). Para un enfoque que busca re-inscribir a la sociología económica dentro de la “teoría de la elección racional” estrechamente definida revelando la filosofía de la acción utilitarista e individualista común a ambas, es posible leer a Coleman (1994). Para contrastarlo con la misma problemática planteada en términos etnológicos, ver Plattner (1989). 4 En otro trabajo he mostrado que una represión similar del interés estrictamente “económico” tiende a regir el terreno de la producción artística a medida que ésta se constituye históricamente (Bourdieu, 1992). 5 Para un análisis convergente desde el punto de vista de la teoría de la información, ver la disección del funcionamiento del bazar de Sefrou en Marruecos, realizada por Geertz (1968). Un mecanismo similar de reducción de la incertidumbre que rodea al intercambio económico es descrito por Charles W. Smith (1990) en su etnografía de los remates. 6 Se puede encontrar un análisis similar de los factores que impiden que la tierra se vuelva una mercancía en los campos de la zona del Béarn, que me permitió en su momento descifrar mejor la lógica de la economía campesina de Argelia en Bourdieu (2002a y 2002b) 7 Ver Bourdieu y Sayad (Op.cit). 8 Si no se produce una conversión, el conjunto de las estrategias de reproducción se traba y finalmente se bloquea, y la reconversión se vuelve imposible, conduciendo a la desmoralización del grupo, incluso a la auto-extinción, como se puede observar en el caso del campesinado francés (cf. Maresca, 1983). 9 La misma anamnesia puede ser desencadenada por la reapropiación histórica de las creencias y las prácticas económicas borradas por la historia económica, i.e. la transmutación de disposiciones y de representaciones colectivas que se han vuelto literalmente impensables para nosotros, como la provocada por la revolución simbólica (en el campo de la religión, la estadística, la familia y la empresa) que “ha puesto a la muerte dentro del mercado” y que ha hecho posible la invención de la industria del seguro de vida a fines del siglo XIX en Norteamérica (Zelizer, 1979). Se la puede favorecer también por esa especie de involución económica brutal que vuelve súbitamente obsoleto el habitus económico formalmente racional de un antiguo cosmos ergonómico ordenado, como lo analiza Burawoy en el caso de la Rusia post-comunista (Burawoy, Krotov y Lytkina, 2000). 10 cfr. Sayad, (1999). 11 La misma condena moral, utilizando el lenguaje seudo-técnico del “underclass”en Norteamérica y de la “exclusión” en Europa, hace que numerosos análisis de apariencia impecablemente positivista se alimenten del destino de fracciones declinantes de la clase obrera dentro de las sociedades avanzadas cuyas disposiciones, mal ajustadas a las exigencias de la nueva economía polarizada de los servicios repiten, en diferentes estadios de desarrollo, la experiencia del subproletariado urbano de origen agrario a través del mundo colonial de Occidente. 12 Merguez:: pequeña salchicha roja y picante hecha a base de carne de vaca o de cordero (Nota del traductor). 13 CRS: comandos policiales de control de seguridad (Nota del traductor). Régie Syndical de Transports Algériens (Administración sindical de Transportes de Argelia). Sistema de transporte urbano de Argel. (Nota del traductor) 14 15 Chemin de Fer sur route d’ Algérie (Ferrocarriles argelinos) (Nota del traductor). 16 Baraka: Suerte, fortuna, destino. Por estar incorporada la palabra árabe en el idioma francés, se respetó el vocablo tal como figura en el texto original (Nota del traductor).