El legado de la historia en los conflictos actuales

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El legado de la historia en los conflictos actuales
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Ucrania en la cuerda floja
El legado de la historia en los
conflictos actuales
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Fecha de publicación en línea: Jueves 13 de marzo de 2014
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El legado de la historia en los conflictos actuales
Los acontecimientos que se vienen desarrollando en Ucrania desde los últimos meses del pasado 2013 hasta la
actualidad han desencadenado una dinámica de movilizaciones y cambios políticos que amenazan con
transformarse en un verdadero seísmo que puede llegar a poner en cuestión la integridad del Estado ucraniano
surgido en 1991 tras la disolución de la Unión Soviética.
La proclamación de la independencia supuso la culminación formal de los objetivos del movimiento nacional
ucraniano que, desde principios del siglo XX, hizo de la estatalidad el objeto primordial de su actuación política. Sin
embargo, aquel hecho no podía ocultar que Ucrania nacía con una serie de debilidades que podían convertirse en
serios problemas si no se les daba una solución correcta. Entre los más significativos estaban el destino del
armamento nuclear heredado de la URSS y el problema de la península de Crimea, una zona de población rusa en
su aplastante mayoría que quedaba ahora bajo soberanía nacional ucraniana. La buena voluntad y la intervención
de agentes exteriores interesados en controlar el armamento nuclear de la extinta Unión Soviética permitieron
resolver esta cuestión en un período de tiempo corto, renunciando Ucrania a cualquier tipo de armamento nuclear.
En lo referente a Crimea la cuestión ha sido más complicada desde el inicio. Para el nacionalismo ucraniano la
península forma parte del territorio nacional, independientemente de la composición rusa de la mayoría de la
población. En cambio, la parte rusa siente que la autoridad ucraniana es el resultado de un regalo especial que hizo
Kruschev al pueblo ucraniano en 1953 para conmemorar el tercer centenario de la incorporación de Ucrania al
imperio zarista, con la idea de fomentar una hermandad entre ambos pueblos que en aquellas fechas se antojaba
que sería eterna.
Lo cierto es que durante este tiempo ambas partes han actuado con mucha desconfianza. Moscú logró que Ucrania
firmara el compromiso de respetar la presencia de su flota naval en el puerto de Sebastopol, convertido en un distrito
autónomo dentro de Ucrania. A cambio el nuevo Estado recibió una parte de la flota, organizó su propia marina de
guerra y construyó una base naval no lejos de la rusa. A esto habría que añadir el retorno de la población Tártara,
pueblo de lengua turca, originario de la zona y que fue desterrado por Stalin a Asia central acusados de
colaboracionismo con los nazis. El gobierno de Kiev vio en la llegada de los tártaros un elemento que podía ayudar a
reducir el impacto de la población rusa. En todo caso, Crimea gozaba de su propia autonomía, igual que los tártaros
tenían reconocida la suya dentro de la entidad de Crimea sin grandes tensiones hasta el inicio de la crisis actual.
¿Una o dos Ucranias?
Sin embargo, desde el inicio se habló también de la existencia de dos áreas bien definidas y diferentes dentro de
Ucrania y se señaló el riesgo de fractura entra ambas en el supuesto de no encontrar un modelo adecuado de
integración y respeto a las peculiaridades. Se planteaba que este era el verdadero reto que tendría que superar la
nueva entidad estatal para consolidarse en el ámbito internacional. Esta división obedece a la existencia de un
pasado diferente entre el este y el oeste del nuevo país. La parte oriental se desarrolló hasta la época de la
revolución dentro del imperio zarista. Aquel nacionalismo primigenio tuvo que implantarse entre un campesinado
conservador, analfabeto y en buena medida desnacionalizado. Además, la existencia de un sistema político
absolutista hizo que el nacionalismo ucraniano dentro del imperio ruso llegara con dificultades al campesinado, que
se convirtió en su base social de apoyo durante el transcurso de la revolución de 1917.
Pero al otro lado de la frontera, dentro del imperio austro-húngaro, existía un territorio, Galitzia, en el que vivían
varios millones de campesinos ucranianos o rutenos que, tras la revolución de 1848, levantaron su propio proyecto
nacional. La existencia de un sistema de libertades políticas más abierto que en Rusia con un juego político que
permitía la participación electoral dio como resultado la aparición de una cultura política que tenía pocos puntos en
común con la parte rusa. Aún así, se desarrollaron lazos entre ambas partes, sobre todo cuando el zarismo procedió
a perseguir todo lo que pudiera identificarse con planteamientos nacionalistas ucranianos. En ese contexto, Galitzia
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se auto asignó el papel de Piamonte ucraniano, aspirando a ser el motor del proceso de unificación nacional.
Acontecimientos traumáticos como la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917 abrieron las puertas a un
periodo de reconocimiento de la especificidad nacional en ambas partes de la frontera. Del lado ruso se desarrolló
un proyecto que culminó con la proclamación de la República Popular Ucraniana que pronto entró en conflicto con
los bolcheviques. En la parte de Galitzia se proclamó la República Popular de Ucrania Occidental que fue aplastada
por los polacos. Ambas entidades convergieron y acabaron unidas en la derrota. Elemento importante, se abrió un
ciclo de separación entre los territorios ucranianos. Galitzia quedó en manos polacas y fue sometida a un proceso de
asimilación que provocó un importante rechazo entre la población. Por su parte, en la zona de la URSS, se
estableció una República Soviética que inició un proceso de recuperación lingüística y cultural de gran importancia.
De este modo las dos zonas volvían a divergir, lo que tendría importantes implicaciones en el futuro.
Una nación diversa
En realidad Ucrania es una nación en construcción que no se puede identificar con ninguna entidad política existente
antes del siglo XX a pesar de la narrativa nacionalista que retrocede en la historia hasta la conversión de los eslavos
al cristianismo en el siglo X y la fundación de la Rus de Kiev, elemento primigenio del que se reclama tanto en
nacionalismo ruso como el ucraniano. Intentar homogeneizar un amplio espacio que se extiende desde los Cárpatos
hasta el mar Caspio es una propuesta complicada, sobre todo si se tiene en cuenta las diversas experiencias
históricas vividas en cada zona. Los hechos vienen a demostrar que se produjo una doble colonización, los
ucranianos, saliendo de las montañas carpáticas avanzaron hacia el sureste mientras que los rusos lo hicieron en
dirección sur en busca de los mares cálidos que aseguraran una salida viable a las rutas del comercio marítimo.
Este es el origen de un diferente poblamiento entre el este y el oeste del país, con Kiev en el centro y el río Dnieper
marcando, grosso modo, la frontera entre ambas áreas que se manifiesta, entre otras cosas, en la presencia de una
escisión lingüística entre el oeste ucraniofono y el este rusófono.
Pero además de la cuestión lingüística existen otros elementos que contribuyen a marcar esa separación de la que
hablamos. El aspecto religioso juega aquí un papel importante. El mundo ucraniano se identifica con el espacio
ortodoxo. Sin embargo, la presencia durante centurias del reino polaco en la parte occidental permitió que el
catolicismo lograra implantarse en la zona aunque fuera de un modo que podríamos denominar tramposo.
Para poder acceder a los centros de decisión políticos la nobleza polaca planteó como condición que el clero
ortodoxo debía de unirse a Roma y abandonar su obediencia al Patriarcado de Moscú. A finales del siglo XVI se
procedió a la Unión de Brest por medio de la cual, los obispos ortodoxos de Galitzia juraban fidelidad al Papa de
Roma. A cambio, y para evitar revueltas populares reclamando el mantenimiento de la ortodoxia, se permitió que la
nueva iglesia siguiera realizando la liturgia religiosa según el rito ortodoxo. Dicho de otro modo, se mantenían las
formas pero cambiaba fidelidad que ahora se encontraba en Roma. Este acuerdo es el origen de la Iglesia Unida o
Uniata que es rechazada frontalmente por la jerarquía ortodoxa acusándola de ser una infiltración romana. Con el
tiempo la Iglesia Uniata se convirtió en una iglesia nacional que otorgaba una identidad propia al campesinado
ruteno (Católicos de rito oriental) frente a los terratenientes polacos (católicos de rito latino).
Por si fuera poco, a lo largo del siglo XX fue desarrollándose la idea de una iglesia ucraniana autocéfala. En el
mundo ortodoxo un Estado se legitima cuando coinciden sus fronteras con una entidad religiosa que abarca sus
mismos territorios. De este modo a cada país le corresponde en el campo religioso un patriarcado propio. El territorio
de la actual Ucrania estaba bajo la autoridad religiosa del patriarca de Moscú pero, con el desarrollo de la revolución
desde 1917, fue cuajando la idea de separar a la iglesia ucraniana de la obediencia a Moscú. Nació así la Iglesia
Ucraniana con su propio Patriarca. Sin embargo, debido a que tras la revolución de 1917 quedó dentro del espacio
soviético, la autocefalia no pudo consolidarse aunque siguió existiendo, sobre todo entre la población ucraniana de
la diáspora americana. De este modo, en la actualidad compiten dos iglesias que se reclaman de la ortodoxia con
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planteamientos políticos muy diferentes.
La experiencia estalinista
La experiencia revolucionaria iniciada en 1917 fue realmente compleja en Ucrania, donde el partido bolchevique era
minoritario y se encontraba implantado solo en la zona oriental de población rusófona. Para alcanzar una presencia
nacional tuvo que abrirse a otras corrientes políticas que tenían unos planteamientos que unían lo social con el
aspecto nacional (La joven clase de la joven nación). En una primera fase se procedió a aplicar una política que
pretendía nativizar el partido bolchevique buscando una implantación que fuera más allá de la población rusa. En el
caso de Ucrania se inició un fecundo proceso que favoreció el desarrollo de la cultura nacional ucraniana, la
enseñanza tomando como referencia la lengua local y la promoción de cuadros en el partido que equilibrara los
diferentes componentes étnicos existentes en el país. Sin embargo, la llegada de Stalin al poder supuso un corte en
este proceso, defenestrando a la dirección del PCU, acusada de desviación nacionalista, e imponiendo un modelo
soviético identificado con la tradición cultural rusa.
Al mismo tiempo se procedió a la colectivización forzosa de las tierras eliminando a los campesinos enriquecidos
(kulaks). Esta tarea encontró una fuerte resistencia entre el campesinado ucraniano lo que provocó una violenta
reacción que culminó con el exterminio de varios millones de personas (las cifras oscilan según las fuentes, pero se
admite que fueron no menos de seis millones de víctimas). El aislamiento de Ucrania, imponiendo la obligación de
visados específicos para poder acceder a la República permitió que esta catástrofe se llevara a cabo sin demasiada
resonancia internacional. Sin embargo se convirtió en un elemento traumático que alejó a la población rural y buena
parte de la intelectualidad del campo de la revolución.
En la diáspora este hecho consolidó un profundo anticomunismo que marcará en adelante las relaciones entre el
Estado soviético y el nacionalismo ucraniano. A esto habría que añadir otros elementos como fue la disolución oficial
del Partido Comunista de Ucrania Occidental (que actuaba en territorio polaco) acusado de desviación troskista. De
este modo se pudo consumar la infamia del tratado germano-soviético entre Hitler y Stalin en 1939 que se repartía el
este de Europa en zonas de influencia entra ambas potencias. Galitzia fue invadida por el Ejército Rojo iniciándose
un proceso de sovietización forzosa que afectó a intelectuales, sectores urbanos y al campesinado cuyas tierras
también fueron colectivizadas. Todo esto ayuda a comprender por qué en ciertas zonas de Ucrania los nazis fueron
recibidos como libertadores
La memoria dividida de la II Guerra Mundial
Los líderes nacionalistas derrotados tras los acontecimientos de la I Guerra Mundial se establecieron en Francia,
Alemania, Polonia y Checoslovaquia. Radicalizaron su posición anticomunista (agentes soviéticos mataron a varios
dirigentes ucranianos) y, durante los años treinta fueron acercándose a los planteamientos nazis. Creían que la
única posibilidad de realizar el sueño nacional pasaba por vincularse al proyecto revisionista hitleriano. Del mismo
modo que surgió una Croacia o una Eslovaquia independiente, existía la posibilidad de que Alemania reconociera un
Estado ucraniano satélite de los nazis. Sin embargo, Hitler tenías otros planes y durante el transcurso del conflicto,
los nacionalistas de la OUN (Organización de Nacionalistas Ucranianos) crearon el Ejército Insurreccional Ucraniano
(UPA) cuya actuación sigue siendo muy controvertida en nuestros días y es un elemento más de división en
Ucrania.
La OUN- UPA colaboró en un inicio con los nazis frente a los soviéticos así como en tareas relacionadas con el
holocausto judío. Al mismo tiempo impuso su propia agenda llevando a cabo una verdadera limpieza étnica de
población polaca en la región de Volinia. Ante el rechazo hitleriano, fue deslizándose hacia el enfrentamiento con los
nazis a partir de 1943. De este modo se produjo una carnicería cruzada entre nazis, soviéticos, polacos, ucranianos
y judíos con gravísimos Crímenes contra la Humanidad. La UPA, que llegó a contar con cuarenta mil combatientes
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continuó su lucha contra los soviéticos en la parte occidental de Ucrania hasta los primeros años de la década de los
cincuenta. La memoria cruzada de aquellos salvajes acontecimientos divide todavía hoy a la sociedad ucraniana. En
el oeste se considera que los combatientes de la UPA eran patriotas que tuvieron que desarrollar su combate en las
peores circunstancias lo que les convierte en héroes solitarios, víctimas de la incomprensión internacional. Por su
parte la propaganda soviética siempre presentó a los ucranianos como fascistas, eliminando cualquier posibilidad de
analizar críticamente el proceso y las condiciones en que se produjo.
El contacto de los destacamentos de la UPA con los obreros de las regiones mineras del este de Ucrania permitió
conocer las inquietudes de una clase obrera que se manifestaba en contra del totalitarismo estalinista y, a la vez,
reclamaba el mantenimiento de la propiedad colectiva de los medios de producción. Este hecho se reflejó en un
cambio de orientación ideológica a partir del final de la Guerra Mundial, pero las duras condiciones de clandestinidad
y el aislamiento acabaron con la resistencia sin que las nuevas ideas pudieran llegar a alcanzar un respaldo social
significativo.
Cuando se produjo la disolución de la URSS se inició un controvertido debate sobre la memoria histórica que
continúa vivo hasta hoy. Frente al patriotismo soviético se levanta la memoria de la lucha partisana anticomunista
que intenta minimizar los puntos negros que supone su colaboración con el nazismo y el holocausto judío. El
anticomunismo se nutre de hechos y experiencias históricas pasadas pero no cerradas. Si a esto añadimos un
fenómeno más reciente, la conversión en oligarcas de buena parte de los cuadros del Partido Comunista de la
época soviética, encontramos un terreno fértil para que una parte de la narrativa y de la simbología de la extrema
derecha encuentre caldo de cultivo en las protestas de Maidan, elemento que ha sido utilizado como pretexto por
Putin para lanzar el órdago de la anexión de Crimea así como la descalificación global del nuevo gobierno de Kiev,
acusado de ser una banda de fascistas que se han hecho con el poder mediante un golpe de estado.
11/3/2014
Tino Brugos forma parte de la Redacción de la web de VIENTO SUR
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