Del desencanto al encanto pasando por el reencanto, un proceso

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Del desencanto al encanto pasando por el
reencanto, un proceso urgente
JOSÉ Mª. ARNAIZ, SM
Subdirector de la Revista Testimonio
"El reto más grande que tenemos es devolver a la
vida consagrada todo su encanto". Con estas
palabras clausuraba el Hno. Álvaro Rodríguez,
presidente de la USG, el Congreso de la vida
consagrada del año 2004. ¿Qué significa
realmente devolver a la vida consagrada todo su
encanto? ¿Qué hay detrás de estas palabras? La
.vida consagrada por siglos ha encantado a
muchos hombres y mujeres; ha despertado
entusiasmo, generosidad y ha sido un polvorín de
entrega y compromiso, de martirio y de servicio
callado. Pero no son pocos los que en este
momento viven desencantados. Para ellos va esta
reflexión, que es invitación y camino para
recuperar el encanto evangélico por la vida
consagrada.
I. ENCANTO
La palabra "encanto" se refiere a aquello que nos cautiva y causa admiración. Puede
parecer una palabra poco densa y poco actual. Sin embargo, sirve para hacer la debida
radiografía del momento actual de la vida consagrada. No es una expresión sólo para los
días de juventud. Sirve, también, para tiempos en los que no encontramos ningún placer
y en los que pareciera que no ha salido el sol (Ecle 11, 9-12). Para el diccionario de la
Real Academia, encantar es cautivar la atención de uno, por medio de la hermosura, la
gracia o el talento. Cuando alguien nos encanta seguimos sus pasos, se gana nuestro
corazón. De por sí, el encanto hace brotar fuerza y entusiasmo. Somos muchos los que
entramos en la vida consagrada porque los religiosos nos encantaron, se ganaron nuestro
corazón. Hay realidades que encantan. La sencillez o la acción audaz producen un especial
encanto en nosotros. En el mundo del circo se nos habla del encantador de serpientes. El
que cautiva a chicos y grandes y despierta admiración, se roba nuestra atención y nos
seduce. Despierta el entusiasmo que está en nosotros pero que a veces duerme.
El término "encanto" viene de canto. Y yo diría que de canto y compromiso. La vida
consagrada tiene que estar unida al gozo que se canta, que se proclama. Ella canta todo
lo que produce liberación y comunión. Es canto agradecido a Dios y contra toda apatía
histórica, a través del compromiso por el Reino. Si no se da este compromiso la tonalidad
baja; si no hay canto, el compromiso se descafeína. El religioso está llamado a poner
música a la letra del momento histórico que vive la Iglesia y la humanidad. La propuesta
es ambiciosa pero ha sido una realidad en muchas épocas de la historia.
El encanto se consigue cuando volvemos al lugar del fuego o de la fuente que siempre
mana, cuando se va al grano y se encuentra el germen de vida. Es una llamada a
recuperar los grandes deseos, las marcas de las heridas de nuestra pasión loca por Jesús
y el Reino. El encanto, además de pasión es radicalidad. El encanto toca las raíces, raíces
que hay que cuidar y regar. Pide afirmarnos en la pertenencia fundamental. Pero la
palabra encanto también se puede entender de una manera superficial y hasta parcial. El
uso de otro término homólogo sería pasión. La pasión nos lleva a poner todo lo que somos
en lo que hacemos. Brota cuando hay "algo" especial que se experimenta por dentro.
Pasión por el Reino descubrimos fácilmente en Jesús, que amó hasta pasar de la muerte a
la vida. Dicho con palabras todavía más precisas, la pasión, el encanto sentido nos lleva
"a buscar un tesoro"; como fruto de ese interés nos decide a "vender lo que tenemos" y a
terminar "comprando el campo". Al encanto le acompaña la agilidad y la simplicidad. Lo
produce aquello que llega en el tiempo justo, cuando Dios quiere; no antes y no después.
El encanto es sorpresa de Dios y hay quienes lo llevan en su sangre, en su rostro, en su
adoración o en su pobreza. Lo contagian y pueden llegar a marcar con ello un nuevo
paradigma de vida consagrada.
II. DESENCANTO
Por oposición a "encanto ", hablamos de "desencanto". Corresponde a la otra cara de la
moneda. Produce frustración, monotonía, frialdad, desilusión, escepticismo, pesimismo y
pérdida de sentido. Es aislamiento y soledad y de las que solo se llenan con ella misma.
Lleva a la tumba las grandes y sanas ilusiones. Puede producir hasta la oscuridad que
despista y la amargura que quita las ganas de vivir, y, con frecuencia, de la amargura
procede. Quien está o se siente de alguna forma afectado por el desencanto, adopta la
actitud de "dejar pasar", pone en manos de otro decisiones que se deben tomar
personalmente. Cuando se da el desencanto, donde debería reinar la audacia, llegan a
imperar y manejarlo todo la resignación y la mediocridad. Hasta se acepta y desea la
muerte. La máxima aspiración es la supervivencia. Lleva al arrepentimiento de las
opciones que un día se hicieron. El religioso desencantado pierde el norte y la admiración
que tenía y ponía en la vida consagrada. Siembra desánimo en torno. El desencanto
puede llegar en cualquier momento de nuestra existencia. Está presente en el
matrimonio, en la política o en la pastoral. No es difícil descubrir religiosos o religiosas
cansados, dispersos y con estrés. No tienen ningún entusiasmo ni enardecen a nadie y,
por supuesto, no producen ni transmiten ganas de superación. Se contentan con la
mediocridad. A veces van más allá y destruyen lo que está hecho o bien funciona. No
aciertan a saber qué les está sucediendo.
EL RELIGIOSO ESTA LLAMADO A PONER MUSICA A LA LETRA DEL MOMENTO
HISTORICO QUE VIVE LA IGLESIA Y LA HUMANIDAD.
Nuestros Fundadores fueron ligeros de equipaje, se les veía apasionados. Sin miedo y con
ganas de dar buenas y nuevas tallas. Encarnaron carismas en sus vidas y a partir de ellos
lucharon para hacer desaparecer las deshumanizaciones que les interpelaban. Por eso
encantaron tanto y estaban tan encantados. Nosotros no siempre gozamos de esa
libertad, de la que nace la lucidez y del coraje. Muchas veces nos sentimos encerrados en
horizontes de corto alcance; otras, abrumados y atrapados por obras pesadas que nos
hicieron gloriosos en el pasado y no nos lo harán en el futuro. Somos pocos para mucho y
eso nos cansa y nos quita la sonrisa y el encanto.
Pero lo perdido se puede encontrar y recuperar. El desencanto se puede revertir y el
encanto volver a las personas, las instituciones, la Iglesia, la vida consagrada. Para ello
hay que retornar al amor primero. Se precisa reavivar el fuego de la fe, de la esperanza y
de la caridad. El encanto se recupera haciendo memoria del pasado, celebración del
presente y profecía del futuro. Es una efusión de gracia, un río de, agua viva que
descubre maravillas al paso de esas aguas por los campos de la humanidad, antes de
llegar al mar. San Juan de la Cruz ya había recogido poéticamente esta maravillosa
experiencia: "Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura -y yéndolos
mirando -con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura" (Cántico espiritual, 5).
"No quieras despreciarme que si color moreno en mí hallaste ya bien puedes mirarme
después que me miraste que gracia y hermosura en mí dejaste" (Cántico 33).
Vamos a detenernos un poco en el contexto de este desencanto. Vivimos en muchas
partes del mundo una época postindustrial sumamente compleja y plural. La realidad
humana se ha digitalizado y globalizado. La indiferencia postmoderna apaga el encanto
que brota a cada paso en nuestro entorno. A la postmodernidad le viene bien el deseado
"suplemento de alma", de Bergson. El pesimismo y desencanto, alimentado por los
problemas sociales y políticos que en este momento se han apoderado de la humanidad,
nos afecta. La vida consagrada "está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento
decisivo para su misión" (VC 3) y está en el mundo. Por eso, para nada se ve exenta de la
crisis global que padecemos. "Estamos experimentando la frustración de no haber atinado
del todo con la búsqueda de la vida plena en la que quisimos empeñar nuestra
existencia”. El reto se nos plantea a los religiosos sobre ¿cómo hacer posible la
"maduración" de la vida consagrada para que sea atractiva y despierte simpatía, no sólo
para admirarla sino para comprometerse con ella, seducir, y, sobre todo, ser instrumento
de salvación para el mundo? ¿Cómo preservar y acentuar el encanto de lo divino, del
misterio escondido, del amor inicial? ¿Cómo entregar año tras año a las generaciones
nuevas el encanto auroral, un equilibrio admirable de belleza, de bien y de verdad que ha
marcado el rumbo de tantas generaciones de religiosos? ¿Cómo apasionar con un servicio
callado al que sufre y un grito fuerte ante la injusticia flagrante? ¿De qué manera
mantener intacta la reserva inagotable de fe y de vida que acompaña ese elemento de
encanto que tiene la vida consagrada? ¿Cómo transformar la parte de "locura de la cruz"
que hay en nuestras vidas en gracia de resurrección?
Como institución, ni la Iglesia ni la vida consagrada están acertando en su propuesta ni
logran ser "agentes de esperanza" para esta generación que la necesita tanto. Presentan
un mensaje en sí mismo atrayente, pero que no llega a movilizar a la gente. No aciertan
al incidir en la realidad cotidiana donde cobra fuerza la injusticia y la increencia. Lo menos
que podemos decir es que la mayoría de las personas bautizadas han sufrido o están
sufriendo un cierto desencanto de la Iglesia. Podemos ser más radicales y afirmar que no
son pocas las personas para las que este desencanto va más lejos y toca la vida, el diario
vivir. Mons. Pinera nos recuerda en su libro "Reencantar la vida", que ese desencanto lo
potencializa un mundo desencantado que se politiza egoístamente, se alía con un poder
que oprime o con un dinero que divide en ricos y pobres.
Por todo ello, para algunos no estamos lejos de las épocas más difíciles de la historia de la
Iglesia y de la vida consagrada. La crisis existe y persiste. Afecta, sobre todo, a las
estructuras de las mismas. Pone en cuestión el ejercicio de la autoridad, la autonomía de
las comunidades locales, el papel de la mujer y, sobre todo, la evangelización fecunda, el
sentido de una consagración intensa en un mundo secularizado. La crisis atañe también a
la búsqueda de la comunión interna de los miembros de nuestras comunidades, siendo
como son diferentes, y a la pertenencia a las mismas. Todo ello condiciona su testimonio y
su palabra ante el mundo postmoderno, cada vez más distraído, frente a una sociedad en
la que se da una diversidad cultural irreversible. El Cardenal Ratzinger en la XIII estación
del Vía Crucis del Viernes Santo de 2005 en el Coliseo Romano decía: “Señor,
frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace agua por
todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su
atuendo y rostro tan sucios. Pero lo empañamos nosotros mismos”.
NO VEMOS AUN AQUELLO QUE SOÑAMOS. ELLO HACE QUE EL DESENCANTO
PERDURE, SE ACENTÚE Y LO CONTAGIE TODO.
Desencanto produce el que no resulte fácil superar los falsos pero reales dilemas:
"Evangelio sí, Iglesia no"; "Evangelio sí, vida consagrada no"; "Postmodernidad sí, vida
consagrada no"; o una cosa o la otra. Este planteamiento viene de una buena motivación.
El gran signo de credibilidad del cristianismo se tiene que apoyar en Cristo ya que la
Iglesia no acierta a ser una buena mediación para la fe. Para conseguirlo tiene que llegar
a ser anuncio; más aún, propuesta y presencia de Dios. Hay otros que fijan su atención en
el Reino. Es él y no la institución lo que debe marcar el rumbo y ritmo de los tiempos que
corren. En esta perspectiva, la Iglesia y vida consagrada, se harían servidoras atentas y
humildes de la sociedad plural y diversa, y se situarían en el horizonte que le marcan los
signos de los tiempos.
No vemos aún aquello que somos. Ello hace que el desencanto perdure, se acentúe y lo
contagie todo. Para comenzar bien y a todos los niveles hay que empezar haciendo
desaparecer el desencanto. Es un primer paso. Como E.E. Cummings escribió: "Toda
creación comienza con una destrucción”. Esto es lo que le sucede a la gente real.
Volvamos a la pregunta que se repite mucho. ¿Por qué tanto desánimo en la vida
consagrada hoy? Alguno va a responder que no es mayor que el que se da en el
matrimonio, en la vida política, en las ONG. Por tanto, mal de muchos... epidemia. No
faltan quienes piensan que es como un virus de nuestros días. Hay que esperar que pase
y llegue la bonanza que sigue a la tormenta. No hay duda que las causas son varias y los
remedios también. Algunas de ellas, como ya hemos dicho, vienen de la sociedad en la
que vivimos. Pero en una misma comunidad y en un mismo grupo de religiosos y
religiosas jóvenes se da que unos viven encantados con su vocación y otros no. Por tanto,
el desencanto es fruto, también, de la persona, de su contextura sicológica, espiritual,
anímica. Para vivir el encanto de la vocación religiosa no basta con quererlo. Se tiene que
poder, tener las condiciones, debe haber sustrato capaz. Es un hecho que el desánimo lo
puede producir el grupo y el espíritu del grupo. En algunos grupos el desencanto se
multiplica como se extiende la mancha de aceite. Algo hay en su ambiente o en su
estructura que no funciona y que hace mal. En ella se bloquea la fuerza del bien. Otras
causas del desencanto hay que situarlas en las estructuras comunitarias, provinciales o de
la congregación o las obras. Estas estructuras son pesadas, exigentes, agobian a las
personas, no las dejan respirar. No permiten que brote nada nuevo o que cobre fuerza lo
que permanece. Pero este estado de ánimo viene también del espíritu del grupo; del mal
espíritu que se ha creado. Ese mal espíritu se puede traducir en las reacciones más
diversas y llegar hasta la envidia, la tibieza, el activismo, la incoherencia, la pereza, el
engaño, la rutina. Todo ello puede hacer que nuestros actos, palabras y actitudes hablen
de desánimo, de falta de ganas, de intención de dejar la vida que se está soportando.
III. REENCANTO
Experimentamos la urgencia de una nueva manera de vivir la vida consagrada, de
reencantarnos. La urgencia de preparar una vida consagrada reencantadora y de vivir un
auténtico Pentecostés cada día más fuerte. Pentecostés significa polifonía de lenguajes, de
culturas, de sensibilidades, de espacio amplio para la acción del Espíritu Santo. La unidad
polifónica es sana y buena y nace de una vivencia fraterna y humilde. La descripción
adecuada del reencanto nos remite al encanto y al desencanto. Nos lleva a pensar en la
primavera, en el brote nuevo, en enrutarse, en una nueva alegría, en renacer o revivir.
Para dar este paso se precisa fuerza de lo alto, coraje, fascinación y compromiso. La luz
que ilumine la ruta nueva no puede faltar. No hay pascua sin pasión, entrar en un proceso
de reencanto es fruto de la gracia pascual.
El encanto se gana y se puede perder, se tiene y se llega a dejar. Nos reencantamos y
nos desencantamos. Podemos encontrar el encanto perdido. Jesús anduvo por los caminos
de Israel para devolver el encanto a su pueblo. Muchas veces hay que hacer de poeta y de
matrona y generar vida, entusiasmo, esperanza, ilusión, celo ahí donde hay decepción y
pesimismo y desencanto. A veces llegamos
al encanto desde una situación de
mediocridad. Situación que no despierta mayor interés. Pero desde ella se puede
conseguir el encanto. El reencanto es volver a la pascua. Reencantarse con la vocación
que uno tiene o recibió supone volver a las raíces, a las primeras certezas, al impulso que
un día nos lanzó, desnudos de egoísmos, a la aventura del seguimiento.
REENCARNARSE CON LA VOCACION QUE UNO TIENE O RECIBIO, SUPONE
VOLVER A LAS RAÍCES.
Lo que trae encanto es la vida y la acción simplificada y sobria, no el aparato estructural
inmenso. En ese modo de proceder sencillo, saltarán mejor las presencias gratuitas y
apasionadas. Desde él se llega al gesto profético que deja con valentía para aligerar el
aparato estructural dentro del cual las personas están, tantas veces medio paralizadas.
Hay que hacer todo para que el flujo vivo del evangelio nos lleve a movernos con la
frescura y libertad del Espíritu. Se necesitan samaritanos que, con total libertad y soltura,
se bajen de la cabalgadura, se acerquen al herido, le venden las heridas, se las curen, le
lleven a la posada, paguen al posadero y sigan haciendo esto mismo (Lc 10, 34-39).
Podemos decir que se da un contraste entre la frescura inalterada del mensaje evangélico
y la cierta pesantez actual de la vida consagrada. Esto no es nuevo pero se ha
intensificado últimamente. Ante la dramática situación de la sociedad actual, bajo el signo
de la mundialización social y de creciente amenaza relativa al porvenir mismo del ser
humano, la vida consagrada no acierta a decir y hacer lo que corresponde. En su haber
tiene una historia en la que en los momentos liminales de la Iglesia, la vida consagrada
acertó a dar con la palabra y la propuesta adecuada. A esta misma vida consagrada le
toca ahora afrontar, como ya hemos visto, el reto del pluralismo religioso, el de la
supervivencia de la humanidad y el de la injusticia. No necesitamos más razones para
poder hablar de crisis. Pero la definición de crisis puede ser subjetiva. Por eso mismo
prefiero hablar de desencanto. En la Iglesia y en la vida consagrada se da el desencanto.
Ya Max Weber había hablado del desencantamiento del mundo, desencantamiento que se
había comenzado cuando le habían quitado mística. Estamos en un tiempo en el que hay
que aportar mucho para llegar al reencantamiento de la vida consagrada. La vida religiosa
tiene una larga historia. Debe continuar siendo la quilla de la nave de la Iglesia. Así lo
expresó Pablo VI comentando los desafíos que la misma Iglesia tenía delante en los años
70. Le ha correspondido abrir brecha, superar los obstáculos que la amenazan y romper el
hielo que le impide avanzar en su camino.
El reencantamiento de la vida consagrada requiere que los valores fuertes de la
postmodernidad fecunden lo que en cierto modo en la vida consagrada se ha desecado y,
a su vez, los valores de la vida consagrada fecunden nuestro momento histórico,
ofreciéndole no tanto maestros sino testigos de una verdadera alternativa de vida
cristiana. Pide entrelazar realidades diversas, las que produce y potencia el encanto. Pide,
también, entrelazar bien el encanto y el desencanto y partir por buen camino y desde
buen punto para llegar al reencanto. Esto es, en cierto modo, volver a la vida o, como
dice la canción, conseguir que "la vida de nuevo te bese en la boca" y así proclamarla y
contagiarla.
Es bueno recordar que no es sólo a la vida consagrada que hay que devolver su encanto.
En el mundo como se quejaba Solshenitzin, "ha habido mucha izquierda y mucha derecha
pero poca altura y poca profundidad". Se necesita la altura de un gran deseo y la
profundidad de un gran esfuerzo para conseguir el reencantamiento de la gran comunidad
humana. La inspiración cristiana y evangélica puede reencantar a la Iglesia. La verdad
revelada por Dios, unida al bien y la belleza, salvarán no sólo el mundo sino que de un
modo especial devolverán el encanto a la Iglesia. Para describir estas tres realidades
(encanto, desencanto y reencantamiento), nos podemos servir de las imágenes más
diversas. Todas ellas nos remiten al sucederse de las estaciones del año. La primavera
nos hará entender bien el reencanto. El otoño y el invierno nos dan elementos para
describir el desencanto. El verano nos puede ayudar a hablar del encanto. El agua, el
fuego, el huracán, la noria, el mar... Nos llevan a leer la realidad en clave de encanto y
desencanto, y a encontrar en la naturaleza el encanto que necesita nuestro cuerpo,
nuestra alma y nuestro espíritu. La vida consagrada vale más de lo que piensa. Los
religiosos tienen que mejorar su autoestima, para bien de ellos mismos y del conjunto de
la humanidad. Por eso precisa descubrir cuanto antes lo que valen. Recuperarán el
encanto.
HA HABIDO MUCHA IZQUIERDA Y MUCHA DERECHA PERO POCA ALTURA Y POCO
PROFUNDIDAD
IV. EL CAMINO DEL REENCANTAMIENTO DE LA VIDA CONSAGRADA
La vida y la vida consagrada están urgidas de que los valores positivos de la cultura de
nuestros días y de la buena tradición de la humanidad y de la Iglesia, reencanten la
existencia cotidiana y fecunden el diario vivir. Y no se puede olvidar que ya los Padres de
la Iglesia llamaban al Espíritu Santo el reencantador de la vida, y así le invocaban:
“Espíritu de vida Ven a llenar nuestros corazones de esperanza”. Así se revive día a día el
milagro de Pentecostés que es la inagotable fuente del reencantamiento.
No deben faltar al hombre y a la mujer de nuestros días espacios nuevos para destacar lo
que ha de reencantar la vida. Nos toca acertar a ser creativos e identificar aquello que en
nuestras vidas hay de elementos maravillosos de encantamiento: transformar el dolor y el
sufrimiento en gozo profundo, la angustia en serenidad, el temor en audacia, dar sentido
a la vida y a la muerte, vivir y hacer sentir, infundir esperanza donde hay desesperación,
pasar de la esterilidad a la fecundidad. Así se puede adelantar la aurora de gozo que
anuncia Jesús: "El reino de Dios se ha acercado" (Mc 1, 15).Importa también evitar lo que
favorece el desencanto. No es poco conseguir que la desesperación no inmovilice. Lo es
mucho más acertar a vivir de una esperanza que nos movilice. La que pone en la vida la
fe, la que está en el cosmos para que no le falte primavera y verano, la que afirma la
música y la buena compañía. En esta tarea hasta la literatura "puede transformarse en
una estupenda herramienta para conseguir reencantar el mundo”. Por estos caminos se
llega a reencantar la vida y la vida consagrada.
Tú has de encantarme, vida
Hace un par de años cayó en mis manos el libro "El reencantamiento de la vida," de
Mons. Piñera, al que los muchos años le han servido para encantarse con la vida. Una
existencia a la que no le han faltado los problemas ya que ha sido de larga trayectoria. Ha
sido zarandeado por la tecnología, la competitividad, el derrumbe de las ideologías, el
surgimiento de nuevas visiones de la persona, los cuestionamientos a la transmisión de la
fe. Pero para nada se ha hecho agorero de malos tiempos. Las páginas del libro ayudan a
evocar el encanto por la vida; también por la vida difícil, encallada en la pobreza o el
dolor, la injusticia o el engaño. Ya en la presentación se evoca un pensamiento de Walt
Whitman: "Aquel que camina una legua sin amor camina amortajado a su propio funeral".
Sólo desde ese presupuesto se puede vigorizar una optimista visión de la persona humana
que ha puesto en alto ese tesoro inefable del amor que por desgracia está expuesto a
extinguirse, pervertirse o, por gracia, a multiplicarse y contagiarse. El momento actual da
para desencantarse de mucho. Son abundantes los males de difícil remedio. La persona
adulta responsable se hace esta pregunta: ¿Cómo entregar a las nuevas generaciones un
"encantamiento auroral" y esa sobredosis abundante de belleza, de bien y de verdad que
reconfortan toda la persona? ¿Cómo apagar el tedio vital que aplasta la existencia de
algunas personas? Para algunos, no para don Bernardino, el humanismo se ha quedado
sin alma, y en parte, porque se ha quedado sin cristianismo, ya que éste nos prepara para
ser y vivir "constitutivamente pendientes de Dios" (Zubiri).
No hay duda que para que el ser humano se encante con la vida, tiene que abrir bien los
ojos cada mañana y asombrarse de experimentar el orden, la inconmensurable armonía y
belleza de lo creado y la sabiduría y el amor del Creador. Los versos de Jorge Guzmán
Cruchaga ayudan a tomar este tono vital de alabanza, admiración y sintonía con la vida:
"Como si el Ángel del Señor pasara, se embellece la tierra silenciosa, y bajo el manto de
la noche clara nace el alba en el seno de la rosa. Fuente pura, fuente clara, más que oída
presentida, aunque nunca te encontrara, tú has de encantarme la vida".
Este encanto de vivir hay que ponerlo no en el dinero, ni en la droga, ni en la comida, ni
en el poder "sino en perforar las nubes con la mirada de la fe y hacer que caiga el rocío
del cielo sobre este desierto lleno de semillas listas para florecer". El trozo de pan que nos
quita el hambre, el vaso de agua que sosiega la sed, la conversación larga que nos llena
de sabiduría, el encuentro esperado y disfrutado, la casa acogedora y sencilla, la luna
llena y el sol de justicia que compartimos todos, el niño que nace y el anciano que termina
sus días en paz... Todo esto es vida encantada y encantadora. La que necesitamos para
disfrutar nuestros años. No nos deja ese mismo gusto por la vida el afán de producir, de
poseer, el contar y medir todo, el cálculo y el miedo de perderlo.
No hay ninguna duda que enseñamos por lo que vivimos. Hay que crear y afirmar la vida,
no consumirla como si fuera un objeto más del que nos desprendemos en esta sociedad
de consumo y de escasa sensibilidad ecológica. Es todo lo contrario lo que estamos
proponiendo: una vida para ser vivida de modo pleno y apasionado, una vida que se ama,
se festeja, se cuida y se valora como un don recibido. Todo esto es expresión de la
apasionada intensidad con la que nos experimentamos vivos y convertimos esa vida en
constante acción de gracias. La pasión por la vida se hace una realidad cuando se da, se
entrega y se agradece. Todo ello nos lleva a honrar la vida y a erguirse en vertical y
caminar.
Tú has de encantarme, vida religiosa
La vida consagrada no hallará vida en los mitos y en las ideas ajenas a la historia, ni
huyendo del mundo y, menos aún, conformándonos con él. Bien se puede afirmar que
falta encanto a la vida consagrada y en parte es por saber situarse en la realidad socio
cultural actual. En este empeño le ha faltado osadía, le ha faltado capacidad para ser
"oposición” inteligente, para la negación constructiva, para la alternativa valiosa, la
propuesta clara y definida. Lo que es igual y común no encanta. Lo diferente y original es
el camino para reencantar en profundidad. La vida consagrada, en mejores momentos ha
acertado a reducir las prescripciones, para conducirnos a lo esencial. (Mc 7,1-8). Ha
sabido leer bien el evangelio que se sitúa a igual distancia del legalismo que del
libertinaje. La ley sin el corazón es legalismo hipócrita que busca la garantía de las
observancias exteriores, pero el corazón sin la ley es la libertad que desconoce la
necesidad de regir en nosotros la coexistencia entre el hombre viejo y el nuevo.
Reencanta la vida consagrada cuando se convierte en una especie de aguijón y caricia, a
la vez en la carne del cristianismo y de la sociedad. De ahí brota mucha vida,
innumerables eclosiones e innovaciones proféticas, un ascetismo sano y vital, una
confesión en el Dios del exilio que es el que se alía con el perdedor (Levinas), para
alcanzar la victoria final ya que esa victoria es la de los vencidos. La cercanía de Dios con
los oprimidos ha estado en el corazón del credo de la vida consagrada. Proporciona
consuelo y fuerza viva, pasión y compasión. Ese Dios, revelado en Jesucristo es el
que siguen los religiosos. En el mejor de los tiempos la vida consagrada ha sido el
cristianismo en proceso de refundación.
Reencanta, también, cuando llega hasta el corazón de la misión. La vida consagrada ha
escrito las mejores páginas de su historia al narrar su misión. Miguel de Unamuno
recordaba que la tarea de los religiosos no es la de vender el pan sino la de ser levadura.
Es la tarea más delicada y más fecunda. Lleva a pasar de lo poco a lo mucho, a hacer
crecer y desarrollarse, a ganar y hacer ganar en calidad. Eso encanta.
Reencanta la vida consagrada cuando es fiel a la injerencia crítica de la inspiración
escatológica en el diario vivir. La vida consagrada ha procurado evitar las negaciones
mortales que se manifiestan en las injusticias distributivas de los bienes, la degradación
sexista del ser humano y el poder opresor. Los consejos evangélicos son alternativas y
pistas para la conversión a la buena nueva, propuestas de modos auténticos de vivir las
grandes tendencias vitales que hay en toda persona humana. La originalidad de esa
invitación viene del evangelio.
La fuerza y el reencanto a la vida consagrada le vienen de su dimensión mística. La
mística se da "en la intensidad del corazón"; de ahí nace un impulso o ímpetu especial.
Pide intensidad con Dios y para ello mucho tiempo de intimidad con Él. Es una necesaria
compensación para poder digerir los extraños sabores que nos dejan los problemas
estructurales de los grupos y de las obras que animan los religiosos. Lo más valioso que
ha producido la vida consagrada ha sido fruto de una mística que no fue solo espiritual
sino que afrontó y sumió una tensión política entre acción y contemplación, y entre el ora
et labora. Con ese instinto místico se logra distinguir en medio de las situaciones más
diversas la huella de Dios. Las situaciones de fortaleza y debilidad, de gozo y de
sufrimiento de la vida cotidiana, son el lugar donde Dios se revela. Todo ello nos lleva a
concluir que cuanto más nos abrimos al Padre nos hacemos más humanos. Esto se da en
la mística de ojos abiertos, la que mejor puede canalizar nuestro encanto y convertirlo en
pasión por Jesús.
Para J. Chittister la vida consagrada se reencanta cuando se convierte en "un modo de
vida deliberadamente organizado para la búsqueda humana de Dios". Ello supone que
para que haya vida y para que no falte el encanto tiene que existir una voluntad decidida
de organizarse debidamente para eso. Sin eso no encenderemos ningún fuego, no
dejaremos ningún rescoldo. La búsqueda espiritual siempre exige de nosotros lo que la
vida ofrece. J. Chittister nos recuerda también, que “la persona que está ligada a esta
búsqueda nunca conoce el fracaso y nunca espera el éxito…. La medida de nuestro éxito
es encontrar a Dios en lo que hacemos”.
Refundar es recuperar teología, experiencia de Dios, pasión por el Reino, entrega a la
misión profética con coraje. Así la vida religiosa se hace más carismática y recupera el
encanto de sus mejores tiempos. Así se convierte, como lo esperaba J.B. Metz, en terapia
de shock para toda la Iglesia, se reencanta para reencantar todo lo que se ponga por
delante, lo que está cerca y lo que está lejos.
PARA LA REFLEXIÓN:

Según los criterios expuestos, ¿Me encuentro en un momento de encanto, de
desencanto o de reencanto? ¿Cómo lo vivo y manifiesto cotidianamente?

¿Cómo percibo la situación de la vida religiosa en general, del Instituto Marista y de
la Provincia en relación con estas tres situaciones que presenta el autor?

¿Qué es lo que más resultado me ha dado para pasar o para ayudar a pasar del
desencanto al encanto?
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