Hasta el infinito

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Hasta el infinito:
Eran las 6.30 de la mañana, Carla se levantaba temprano como todas las semanas. Tan
solo tiene 12 años, pero a diferenciad el resto de niños y niñas, necesita levantarse con
una hora de antelación ya que hacer tareas tan simples como lavarse los dientes,
desayunar, vestirse, o acudir al baño, son una completa odisea para ella.
Desde que tiene uso de razón, madruga todos los días para ir al colegio. Su madre,
Ana, también se levanta a la misma hora para ayudar a Carla diariamente. Ésta cada
vez es más autónoma y autosuficiente, pero siempre necesita ayuda ya que se suele
tambalear y cae al suelo.
Carla tiene una extraña enfermedad que la afectó desde el nacimiento, impidiendo el
normal crecimiento de su pierna derecha. Cuando estuvo metida en la incubadora,
comenzaron los médicos a ver que una pierna apenas movía. Ha pasado por múltiples
operaciones desde bebé, y en la actualidad su pierna se ha ido estancando varios
centímetros, teniendo una más larga que otra y por consiguiente necesitando
desplazarse con muletas o silla de ruedas. Carla intenta llevar un ritmo de vida como el
resto de sus compañeros y compañeras en el colegio, aunque en ocasiones es
complicado.
-Chicas, apartaros para que pueda entrar Carla –grita una de las profesoras al conjunto
de alumnas apelotonadas en los pasillos.
-Gracias Doña Laura, pero no hace falta –dice apenadas Carla, quien odia que la traten
de una forma especial y diferente.
Las clases comienzan como cada día escolar a las 9 en punto, y Carla siempre ha sido
sentada enfrente de la mesa del profesor, para ser ayudada con cualquier situación. El
resto de niñas en la clase de Carla no la tratan mal, pero Carla ve en sus ojos lástima, y
es un sentimiento que la destroza. Sabe que nunca podrá ser como el resto de chicas,
no podrá salir en el recreo corriendo por los pasillos, dar saltos de emoción o bajar las
escaleras de tres en tres. Carla tiene mucha fuerza de voluntad y acude a rehabilitación
cada tarde desde que sabe andar, y gracias a ello ha tenido notables avances, pero
Carla empieza a impacientarse, queriendo ser “normal”. No es nada seguro, pero los
médicos siempre la han dado bastantes esperanzas de poder fortalecer su pierna para
poder igualarla a los centímetros de más que tiene la otra pierna.
Ese día Carla, no estaba de lo más animada y positiva, era uno de esos días en los que
todo lo ves de color negro. Pero lo que no se esperaba, es que conocería a una persona
que marcaría un antes y un después en su vida.
Esa misma tarde, llegó a rehabilitación una chica desconocida. Venía en silla de ruedas,
algo que sobrecogió la atención de Carla, ya que ésta se repetía diariamente de tener
la “suerte” de poder usar muletas.
-Hola Fiona, encantada de conocerte y tenerte en nuestras sesiones de rehabilitación.
Así os haréis compañía Carla y tú –saludó animado Carlos, estrechándole la mano.
- Yo no estoy encantada de conoceros ni de estar aquí. Sólo quiero estar en mi casa,
estos ejercicios son inútiles para mí –respondió Fiona secamente.
- No te desanimes, que seguro que algo nos ayuda –dijo Carla con la intención de
subirle un poco el ánimo.
- Eso lo dices porque no estás postrada en una silla de ruedas, al menos puedes
moverte con esas muletas –contestó enfurecida Fiona.
Carla nunca había conocido a nadie más con problemas como ella, por eso mismo se
bloqueó ante tal contestación. Tuvo la sensación de que las clases de rehabilitación
iban a tornarse a ser todo menos agradables…
Al día siguiente, Carla madrugó como de costumbre para prepararse y acudir al colegio
a tiempo. Para su sorpresa, llegó al centro y no encontró a los profesores en la puerta
abriéndola paso como de costumbre, sino que hoy estaban más agitados y apurados
de lo normal. Carla empezó a escuchar cuchicheos y rumores por los pasillos, acerca de
una nueva alumna en silla de ruedas.
- ¿Quién será la nueva chica en silla de ruedas? –se preguntaba a sí misma Carla, aun
más intrigada que el resto de alumnos y alumnas.
Conforme avanzaba a su clase con la ayuda de sus muletas, vio aún más revuelo de lo
normal. No paraban de salir y entrar profesores, llevando y trayendo mesas y sillas. Por
fin Carla llegó a la puerta, donde empezó a encajar tantas casualidades. Era imposible
borrar de su mente la mirada triste y feroz de Fiona, la chica en silla de ruedas que
conoció tan sólo el día anterior en la sesión de rehabilitación.
- ¡Hola Fiona, es una sorpresa tenerte también en mi clase! ¿Te acuerdas de mí? Soy
Carla, la chica de las muletas… –preguntó Carla efusivamente.
- Mmmm… sí –contestó Fiona monosilábica total.
Clara ante estas situaciones se ponía roja cual tomate de huerto, y optaba por no
importunar. Se sentó en su sitio correspondiente, que casualmente era al lado de
Fiona. ¡La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo! El resto de niños y niñas
miraban a Carla en busca de respuestas, pero Carla se limitó a actuar como si nada
hubiera pasado.
- ¡Buenos días a todos! Hoy es un día especial, ya que tenemos una nueva compañera
en clase. Su nombre es Fiona y espero que la hagáis sentirse como si estuviera en su
propia casa –anunció Doña Remedios, la profesora de Lengua y también nuestra
tutora.
- Como en casa es difícil que me sienta, pero me conformo con que no me tratéis como
un vegetal, aunque no pueda caminar soy capaz de hacer muchas otras cosas –
contestó fríamente Fiona, tan dura como la coraza invisible que ella misma se había
creado.
- Ya habéis oído a Fiona, quiere que la tratéis como a una más. Carla, como estás
sentada muy próxima a ella puedes ayudarla y ponerla al día de las lecciones que
estamos dando en cada asignatura –prosiguió
Doña Remedios, evadiendo la
contestación de Fiona.
Carla temblorosa acercó su pupitre al de Fiona, sabía que no iba a ser una buena idea.
Ante todo, quiso hacer un esfuerzo más por mostrarse hospitalaria y amable con la
recién llegada…
- Ahora mismo nos encontramos empezando la unidad 6, ayer mismo hicimos un
examen analizando frases… –comenzó Carla a explicarle, mientras le mostraba su libro
de texto.
- No necesito una profesora particular, por ahora tengo la vista perfectamente para
saber que estamos en la unidad 6 –respondió maleducadamente Fiona.
- Perfecto Fiona, solo quería ayudar. Que no se te olvide que yo también tengo
problemas para desplazarme, y no por ello voy por la vida tratando mal a quien te
tiende la mano –respondió Carla furiosa, más segura que nunca.
Por primera vez, Fiona miró directamente a los ojos a Carla y en su mirada se veía un
brillo de culpabilidad. Las palabras de la chica con muletas le llegaron al corazón a
Fiona, quien probablemente nunca había recibido una contestación así.
Las clases trascurrieron con normalidad, hasta que llegó el descanso. Para entonces ya
toda la clase se había descentrado de Fiona, y seguían haciendo su vida como de
costumbre. Todos salieron a los pasillos a estirar las piernas y comer un tentempié, y
Carla por primera vez durante el curso optó por salir al pasillo. Lo último que quería
era quedarse a solas con la nueva compañera, así que cogió su zumo y barrita de
cereales y avanzó pasito a pasito hacia la puerta…
- Lo siento, de verdad –dijo inesperadamente Fiona.
- Acepto tus disculpas, pero no vuelvas a ser tan grosera con quien te ayuda –contestó
Carla intentando hacerse la dura.
- Lo sé, han sido muchos cambios en mi vida últimamente. Siento mucha rabia por
dentro, y acabo pagándolo con cualquiera que se me acerque. Nunca nadie me había
contestado como lo has hecho tú, y es lo que me merecía –dijo apenada Fiona,
empezando a destensar su cara y mostrando una forzada sonrisa.
- Bueno, supongo que todos tenemos malos días. Empecemos de cero… Soy Carla, y
tengo muletas desde que puedo cargar con ellas, cuando era muy pequeña usaba silla
de ruedas. Asisto a sesiones de rehabilitación para poder seguir reforzando mi pierna y
poder seguir usando muletas, o en su lugar volveré a tener que usar la silla de ruedas y
esta vez para siempre –comentó alegremente Carla, ya sentada de nuevo junto a su
compañera.
- Vaya, veo que tú tampoco has tenido una vida fácil. Yo soy Fiona, y aunque me ves en
esta silla, no siempre ha sido así. Hace dos años me diagnosticaron una enfermedad
degenerativa que avanza rápidamente, y desde entonces mi vida ha sido un caos. Mis
padres viajan de un país a otro intentando encontrar hospitales que puedan curarme,
pero saben perfectamente que es una enfermedad extraña sin cura. No me gusta
hacer amigas porque cada mes me he vuelto a mudar y he tenido que despedirme de
ellas –dijo Fiona apenada, por primera vez haciendo desaparecer su coraza de acero.
- Lo siento mucho, Fiona. Pero lo importante de todo esto es que estamos vivas, y al
menos tenemos una nueva oportunidad. Si no valoramos nuestra vida, nunca seremos
felices ni aceptaremos lo que nos está tocando vivir. Yo prefiero quedarme con la parte
buena de todo esto, y es que día a día sigo adelante y disfruto de mi familia y amigos –
susurró Carla en voz baja porque comenzaba a entrar la gente en el aula de nuevo,
mientras la cogía la mano y le daba ánimos.
- Gracias Carla, y perdona otra vez por haberme comportado como un ogro. Espero
que podamos ser buenas amigas, ya que nadie nos entiende mejor que nosotras
mismas –se sinceró Fiona, mientras se la saltaba una lagrimilla.
- Claro que seremos buenas amigas, de momento ya compartimos las mañanas en
clase y las sesiones de rehabilitación en la tarde – comentaba Carla animada, por
primera vez se sentía ubicada con alguien – ¿Cuéntame, qué sueños te gustaría
cumplir?
- Mmm… la verdad es que me he esforzado tanto estos años en maldecir mi vida y mi
suerte, que no me he preocupado por aprovechar el tiempo y hacer aquello que más
me ilusione –contestó Fiona apenada.
- Pues ya tienes tarea, piensa en el sueño que te gustaría que cumpliésemos juntas –
decía emocionada Carla, antes de volver a las lecciones.
Poco a poco la amistad entre ambas se reforzó a base de sueños e ilusiones por
cumplir. Carla era como un talismán con sentimientos positivos para Fiona, y ésta era
la amiga en la que nunca había podido apoyarse y verse reflejada. ¡Sin duda eran la
perfecta combinación! Fiona comenzó a acudir a las sesiones de rehabilitación con
mucho más ánimo y positividad, y aunque hicieran pocas mejoras, ella disfrutaba al
compartir tiempo cerca de Carla.
- ¡Ya he pensado en qué me gustaría hacer! Siempre he estar en dos sitios a la vez y
hacerme un tatuaje–gritó Fiona a los cuatro vientos sin pensárselo dos veces.
Carla se quedó boquiabierta, siempre había tenido miedo a las agujas, y no era una de
sus aficiones tatuarse el cuerpo, pero se la ocurrió una idea que las uniría aun más.
- ¡Tengo algunos planes para cumplir tus sueños! ¡Déjalo en mis manos! –sonreía
maliciosamente Carla, mientras planeaba una tarde inolvidable –ésta tarde tenemos
una cita con el tatuador.
-¿Tatuador? ¿Tenemos? ¿Te has vuelto loca? –Fiona no cabía en su gloria, dando saltos
sobre su silla de ruedas.
Las horas pasaron lentísimas para Fiona, a la que ya no le quedaban más uñas para
morderse. Finalmente, Carla apareció por su puerta. Los padres de Fiona la saludaron
encantados, llevaban mucho tiempo sin conocer a nueva amigas de su hija, y el cambio
de ánimo que había experimentado Fiona en cuestión de días era espectacular. Las dos
amigas salieron a dar un lento paseo, ya que entre la silla de ruedas y las muletas no
podían llegar muy lejos.
-¿A dónde nos dirigimos? ¡No puedo con esta angustia! –lloriqueaba Fiona para
intentar sonsacar alguna palabra a Carla.
- Unas casitas más, y lo verás tú misma –decía finalmente Carla tras 5 minutos
escuchando súplicas de su amiga.
- ¡Ya estamos aquí! Hola Pedro, gracias por recibirnos en tu casa. Perdón por el retraso
pero no podíamos avanzar más rápidas, hasta una tortuga hubiera llegado antes –
saludaba Carla riéndose ella misma de su lentitud.
-No os preocupéis chicas, ya tengo todo listo, podéis pasar a las camillas –indicó Pedro
el camino.
-¡Carla! ¿Qué hacemos aquí? –preguntó Fiona al borde de la taquicardia.
- Fiona, uno de tus sueños era hacerte un tatuaje y estar en dos sitios a la vez, pues
bien, Pedro nos va a tatuar a las dos el mismo tatuaje en la muñeca con el símbolo del
infinito. Con esto quedaremos unidas para siempre y cuando tú estés en un lugar, yo
estaré en otro, y así siempre sentiremos que estamos en dos lugares diferentes a la vez
–decía Carla emocionada, mientras colocaba observaba las agujas de la habitación.
- ¡Gracias Carla! No puedes ni imaginarte lo que esto significa para mí, y que encima
quieras que nos tatuemos juntas el infinito me demuestra que pase lo que pase y
estemos donde estemos, siempre estaremos unidas porque la amistad no conoce
fronteras –respondía Fiona a la par que lloraba con tanta sorpresa y se fundían en un
abrazo infinito.
Desde ese día, ambas se hicieron aun más inseparables, incluso se habían olvidado de
sus enfermedades. Todo pasaba a un segundo plano porque por primera vez en la vida,
eran capaces de disfrutar y sonreír.
Los meses pasaron y el curso fue avanzando, y las clases de rehabilitación cada vez
eran más duras para Fiona. Su enfermedad degenerativa cada vez la debilitaba más,
hasta el punto en que un día dejó de asistir a la sesión. Esa misma tarde, Carla acabó la
rehabilitación y salió corriendo a buscar a Fiona a su casa, y digo corriendo porque
nunca jamás Carla había caminado tan rápido con muletas.
Cuando llegó a casa de su amiga, se encontró una reunión de coches aparcados a lo
largo de toda la manzana. Le extrañó mucho, ya que era una zona muy tranquila y
poco transitada. La gente estaba fuera de la casa de Fiona hablando y cubriéndose la
cara, Carla no entendía qué ocurría. No fue hasta que pudo dar con los padres de su
amiga, quienes le dieron la desgarradora noticia de su empeoramiento. Tan mal se
encontraba, que los familiares habían acudido a poder darle un último adiós.
Carla no daba crédito a lo que oía, y decidió comprobar con sus propios ojos lo que la
contaban. Cuando entró en la habitación de Fiona, ésta se encontraba tendida sobre la
cama, tan débil que la costaba hasta abrir los ojos. Al oír la voz de Carla, dibujó una
leve sonrisa en la cara, y con un gran esfuerzo logró darle a Carla un colgante que tenía
en sus manos.
Carla intentaba contener las lágrimas pero no pudo evitar abalanzarse sobre su gran
amiga y abrazarla durante varios minutos.
- Carla, nunca te olvidaré, y aunque estemos en lugares diferentes, seguiremos unidas
infinitamente. Nunca olvides que nuestra amistad es infinita, y te entrego este
colgante con el símbolo de nuestra amistad: un infinito. Vayamos donde vayamos,
nunca nos lo quitaremos –susurró Fiona muy débilmente, mientras le señalaba a Carla
el colgante que debía ponerse.
Carla hizo caso a su amiga y se colocó el colgante, mientras veía que Fiona ya llevaba
el suyo puesto. Esa fue la despedida más dura que tuvo que vivir Carla, había
encontrado a su amiga del alma y tenía que resignarse a perderla.
Horas después, el cuerpo de Fiona se desvaneció y fue enterrado. Sus padres
prometieron a Carla que su hija siempre llevaría el colgante puesto, y desde entonces,
Carla trata de seguir adelante manteniendo el recuerdo vivo de su amiga sobre ruedas.
Fue un año muy duro para Carla, pero el tiempo curó sus heridas, aunque siempre
quedaría en su piel marcada la cicatriz del infinito.
Los años pasaron y Carla se convirtió en una colaboradora muy exitosa, dedicándose
plenamente a ayudar a niños y niñas con algún tipo de necesidad o enfermedad. Se
convirtió en la coordinadora de la mayor fundación llamada: “Hasta el infinito”, y no
sólo vivió y aprovechó la segunda oportunidad que le había dado la vida, sino que
siempre que puede ayudaba al resto de personas a encontrar su infinito, su apoyo
incondicional.
No pasó ni un día sin que Carla recordara a su infinita Fiona, ya que llevaba tatuado en
la muñeca su símbolo. Cualquiera podría haberse derrumbado y caído en un bucle sin
salida tras la pérdida, pero Carla usó la tristeza para demostrar a Fiona estuviera donde
estuviese, que la llevaba siempre en su muñeca.
Así acaba este cuento, porque aunque Carla y Fiona estén en sitios diferentes, su
amistad sigue estando tan unida a su piel que siempre las acompañará hasta el infinito.
Hasta el infinito:
Eran las 6.30 de la mañana, Carla se levantaba temprano como todas las semanas. Tan
solo tiene 12 años, pero a diferenciad el resto de niños y niñas, necesita levantarse con
una hora de antelación ya que hacer tareas tan simples como lavarse los dientes,
desayunar, vestirse, o acudir al baño, son una completa odisea para ella.
Desde que tiene uso de razón, madruga todos los días para ir al colegio. Su madre,
Ana, también se levanta a la misma hora para ayudar a Carla diariamente. Ésta cada
vez es más autónoma y autosuficiente, pero siempre necesita ayuda ya que se suele
tambalear y cae al suelo.
Carla tiene una extraña enfermedad que la afectó desde el nacimiento, impidiendo el
normal crecimiento de su pierna derecha. Cuando estuvo metida en la incubadora,
comenzaron los médicos a ver que una pierna apenas movía. Ha pasado por múltiples
operaciones desde bebé, y en la actualidad su pierna se ha ido estancando varios
centímetros, teniendo una más larga que otra y por consiguiente necesitando
desplazarse con muletas o silla de ruedas. Carla intenta llevar un ritmo de vida como el
resto de sus compañeros y compañeras en el colegio, aunque en ocasiones es
complicado.
-Chicas, apartaros para que pueda entrar Carla –grita una de las profesoras al conjunto
de alumnas apelotonadas en los pasillos.
-Gracias Doña Laura, pero no hace falta –dice apenadas Carla, quien odia que la traten
de una forma especial y diferente.
Las clases comienzan como cada día escolar a las 9 en punto, y Carla siempre ha sido
sentada enfrente de la mesa del profesor, para ser ayudada con cualquier situación. El
resto de niñas en la clase de Carla no la tratan mal, pero Carla ve en sus ojos lástima, y
es un sentimiento que la destroza. Sabe que nunca podrá ser como el resto de chicas,
no podrá salir en el recreo corriendo por los pasillos, dar saltos de emoción o bajar las
escaleras de tres en tres. Carla tiene mucha fuerza de voluntad y acude a rehabilitación
cada tarde desde que sabe andar, y gracias a ello ha tenido notables avances, pero
Carla empieza a impacientarse, queriendo ser “normal”. No es nada seguro, pero los
médicos siempre la han dado bastantes esperanzas de poder fortalecer su pierna para
poder igualarla a los centímetros de más que tiene la otra pierna.
Ese día Carla, no estaba de lo más animada y positiva, era uno de esos días en los que
todo lo ves de color negro. Pero lo que no se esperaba, es que conocería a una persona
que marcaría un antes y un después en su vida.
Esa misma tarde, llegó a rehabilitación una chica desconocida. Venía en silla de ruedas,
algo que sobrecogió la atención de Carla, ya que ésta se repetía diariamente de tener
la “suerte” de poder usar muletas.
-Hola Fiona, encantada de conocerte y tenerte en nuestras sesiones de rehabilitación.
Así os haréis compañía Carla y tú –saludó animado Carlos, estrechándole la mano.
- Yo no estoy encantada de conoceros ni de estar aquí. Sólo quiero estar en mi casa,
estos ejercicios son inútiles para mí –respondió Fiona secamente.
- No te desanimes, que seguro que algo nos ayuda –dijo Carla con la intención de
subirle un poco el ánimo.
- Eso lo dices porque no estás postrada en una silla de ruedas, al menos puedes
moverte con esas muletas –contestó enfurecida Fiona.
Carla nunca había conocido a nadie más con problemas como ella, por eso mismo se
bloqueó ante tal contestación. Tuvo la sensación de que las clases de rehabilitación
iban a tornarse a ser todo menos agradables…
Al día siguiente, Carla madrugó como de costumbre para prepararse y acudir al colegio
a tiempo. Para su sorpresa, llegó al centro y no encontró a los profesores en la puerta
abriéndola paso como de costumbre, sino que hoy estaban más agitados y apurados
de lo normal. Carla empezó a escuchar cuchicheos y rumores por los pasillos, acerca de
una nueva alumna en silla de ruedas.
- ¿Quién será la nueva chica en silla de ruedas? –se preguntaba a sí misma Carla, aun
más intrigada que el resto de alumnos y alumnas.
Conforme avanzaba a su clase con la ayuda de sus muletas, vio aún más revuelo de lo
normal. No paraban de salir y entrar profesores, llevando y trayendo mesas y sillas. Por
fin Carla llegó a la puerta, donde empezó a encajar tantas casualidades. Era imposible
borrar de su mente la mirada triste y feroz de Fiona, la chica en silla de ruedas que
conoció tan sólo el día anterior en la sesión de rehabilitación.
- ¡Hola Fiona, es una sorpresa tenerte también en mi clase! ¿Te acuerdas de mí? Soy
Carla, la chica de las muletas… –preguntó Carla efusivamente.
- Mmmm… sí –contestó Fiona monosilábica total.
Clara ante estas situaciones se ponía roja cual tomate de huerto, y optaba por no
importunar. Se sentó en su sitio correspondiente, que casualmente era al lado de
Fiona. ¡La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo! El resto de niños y niñas
miraban a Carla en busca de respuestas, pero Carla se limitó a actuar como si nada
hubiera pasado.
- ¡Buenos días a todos! Hoy es un día especial, ya que tenemos una nueva compañera
en clase. Su nombre es Fiona y espero que la hagáis sentirse como si estuviera en su
propia casa –anunció Doña Remedios, la profesora de Lengua y también nuestra
tutora.
- Como en casa es difícil que me sienta, pero me conformo con que no me tratéis como
un vegetal, aunque no pueda caminar soy capaz de hacer muchas otras cosas –
contestó fríamente Fiona, tan dura como la coraza invisible que ella misma se había
creado.
- Ya habéis oído a Fiona, quiere que la tratéis como a una más. Carla, como estás
sentada muy próxima a ella puedes ayudarla y ponerla al día de las lecciones que
estamos dando en cada asignatura –prosiguió
Doña Remedios, evadiendo la
contestación de Fiona.
Carla temblorosa acercó su pupitre al de Fiona, sabía que no iba a ser una buena idea.
Ante todo, quiso hacer un esfuerzo más por mostrarse hospitalaria y amable con la
recién llegada…
- Ahora mismo nos encontramos empezando la unidad 6, ayer mismo hicimos un
examen analizando frases… –comenzó Carla a explicarle, mientras le mostraba su libro
de texto.
- No necesito una profesora particular, por ahora tengo la vista perfectamente para
saber que estamos en la unidad 6 –respondió maleducadamente Fiona.
- Perfecto Fiona, solo quería ayudar. Que no se te olvide que yo también tengo
problemas para desplazarme, y no por ello voy por la vida tratando mal a quien te
tiende la mano –respondió Carla furiosa, más segura que nunca.
Por primera vez, Fiona miró directamente a los ojos a Carla y en su mirada se veía un
brillo de culpabilidad. Las palabras de la chica con muletas le llegaron al corazón a
Fiona, quien probablemente nunca había recibido una contestación así.
Las clases trascurrieron con normalidad, hasta que llegó el descanso. Para entonces ya
toda la clase se había descentrado de Fiona, y seguían haciendo su vida como de
costumbre. Todos salieron a los pasillos a estirar las piernas y comer un tentempié, y
Carla por primera vez durante el curso optó por salir al pasillo. Lo último que quería
era quedarse a solas con la nueva compañera, así que cogió su zumo y barrita de
cereales y avanzó pasito a pasito hacia la puerta…
- Lo siento, de verdad –dijo inesperadamente Fiona.
- Acepto tus disculpas, pero no vuelvas a ser tan grosera con quien te ayuda –contestó
Carla intentando hacerse la dura.
- Lo sé, han sido muchos cambios en mi vida últimamente. Siento mucha rabia por
dentro, y acabo pagándolo con cualquiera que se me acerque. Nunca nadie me había
contestado como lo has hecho tú, y es lo que me merecía –dijo apenada Fiona,
empezando a destensar su cara y mostrando una forzada sonrisa.
- Bueno, supongo que todos tenemos malos días. Empecemos de cero… Soy Carla, y
tengo muletas desde que puedo cargar con ellas, cuando era muy pequeña usaba silla
de ruedas. Asisto a sesiones de rehabilitación para poder seguir reforzando mi pierna y
poder seguir usando muletas, o en su lugar volveré a tener que usar la silla de ruedas y
esta vez para siempre –comentó alegremente Carla, ya sentada de nuevo junto a su
compañera.
- Vaya, veo que tú tampoco has tenido una vida fácil. Yo soy Fiona, y aunque me ves en
esta silla, no siempre ha sido así. Hace dos años me diagnosticaron una enfermedad
degenerativa que avanza rápidamente, y desde entonces mi vida ha sido un caos. Mis
padres viajan de un país a otro intentando encontrar hospitales que puedan curarme,
pero saben perfectamente que es una enfermedad extraña sin cura. No me gusta
hacer amigas porque cada mes me he vuelto a mudar y he tenido que despedirme de
ellas –dijo Fiona apenada, por primera vez haciendo desaparecer su coraza de acero.
- Lo siento mucho, Fiona. Pero lo importante de todo esto es que estamos vivas, y al
menos tenemos una nueva oportunidad. Si no valoramos nuestra vida, nunca seremos
felices ni aceptaremos lo que nos está tocando vivir. Yo prefiero quedarme con la parte
buena de todo esto, y es que día a día sigo adelante y disfruto de mi familia y amigos –
susurró Carla en voz baja porque comenzaba a entrar la gente en el aula de nuevo,
mientras la cogía la mano y le daba ánimos.
- Gracias Carla, y perdona otra vez por haberme comportado como un ogro. Espero
que podamos ser buenas amigas, ya que nadie nos entiende mejor que nosotras
mismas –se sinceró Fiona, mientras se la saltaba una lagrimilla.
- Claro que seremos buenas amigas, de momento ya compartimos las mañanas en
clase y las sesiones de rehabilitación en la tarde – comentaba Carla animada, por
primera vez se sentía ubicada con alguien – ¿Cuéntame, qué sueños te gustaría
cumplir?
- Mmm… la verdad es que me he esforzado tanto estos años en maldecir mi vida y mi
suerte, que no me he preocupado por aprovechar el tiempo y hacer aquello que más
me ilusione –contestó Fiona apenada.
- Pues ya tienes tarea, piensa en el sueño que te gustaría que cumpliésemos juntas –
decía emocionada Carla, antes de volver a las lecciones.
Poco a poco la amistad entre ambas se reforzó a base de sueños e ilusiones por
cumplir. Carla era como un talismán con sentimientos positivos para Fiona, y ésta era
la amiga en la que nunca había podido apoyarse y verse reflejada. ¡Sin duda eran la
perfecta combinación! Fiona comenzó a acudir a las sesiones de rehabilitación con
mucho más ánimo y positividad, y aunque hicieran pocas mejoras, ella disfrutaba al
compartir tiempo cerca de Carla.
- ¡Ya he pensado en qué me gustaría hacer! Siempre he estar en dos sitios a la vez y
hacerme un tatuaje–gritó Fiona a los cuatro vientos sin pensárselo dos veces.
Carla se quedó boquiabierta, siempre había tenido miedo a las agujas, y no era una de
sus aficiones tatuarse el cuerpo, pero se la ocurrió una idea que las uniría aun más.
- ¡Tengo algunos planes para cumplir tus sueños! ¡Déjalo en mis manos! –sonreía
maliciosamente Carla, mientras planeaba una tarde inolvidable –ésta tarde tenemos
una cita con el tatuador.
-¿Tatuador? ¿Tenemos? ¿Te has vuelto loca? –Fiona no cabía en su gloria, dando saltos
sobre su silla de ruedas.
Las horas pasaron lentísimas para Fiona, a la que ya no le quedaban más uñas para
morderse. Finalmente, Carla apareció por su puerta. Los padres de Fiona la saludaron
encantados, llevaban mucho tiempo sin conocer a nueva amigas de su hija, y el cambio
de ánimo que había experimentado Fiona en cuestión de días era espectacular. Las dos
amigas salieron a dar un lento paseo, ya que entre la silla de ruedas y las muletas no
podían llegar muy lejos.
-¿A dónde nos dirigimos? ¡No puedo con esta angustia! –lloriqueaba Fiona para
intentar sonsacar alguna palabra a Carla.
- Unas casitas más, y lo verás tú misma –decía finalmente Carla tras 5 minutos
escuchando súplicas de su amiga.
- ¡Ya estamos aquí! Hola Pedro, gracias por recibirnos en tu casa. Perdón por el retraso
pero no podíamos avanzar más rápidas, hasta una tortuga hubiera llegado antes –
saludaba Carla riéndose ella misma de su lentitud.
-No os preocupéis chicas, ya tengo todo listo, podéis pasar a las camillas –indicó Pedro
el camino.
-¡Carla! ¿Qué hacemos aquí? –preguntó Fiona al borde de la taquicardia.
- Fiona, uno de tus sueños era hacerte un tatuaje y estar en dos sitios a la vez, pues
bien, Pedro nos va a tatuar a las dos el mismo tatuaje en la muñeca con el símbolo del
infinito. Con esto quedaremos unidas para siempre y cuando tú estés en un lugar, yo
estaré en otro, y así siempre sentiremos que estamos en dos lugares diferentes a la vez
–decía Carla emocionada, mientras colocaba observaba las agujas de la habitación.
- ¡Gracias Carla! No puedes ni imaginarte lo que esto significa para mí, y que encima
quieras que nos tatuemos juntas el infinito me demuestra que pase lo que pase y
estemos donde estemos, siempre estaremos unidas porque la amistad no conoce
fronteras –respondía Fiona a la par que lloraba con tanta sorpresa y se fundían en un
abrazo infinito.
Desde ese día, ambas se hicieron aun más inseparables, incluso se habían olvidado de
sus enfermedades. Todo pasaba a un segundo plano porque por primera vez en la vida,
eran capaces de disfrutar y sonreír.
Los meses pasaron y el curso fue avanzando, y las clases de rehabilitación cada vez
eran más duras para Fiona. Su enfermedad degenerativa cada vez la debilitaba más,
hasta el punto en que un día dejó de asistir a la sesión. Esa misma tarde, Carla acabó la
rehabilitación y salió corriendo a buscar a Fiona a su casa, y digo corriendo porque
nunca jamás Carla había caminado tan rápido con muletas.
Cuando llegó a casa de su amiga, se encontró una reunión de coches aparcados a lo
largo de toda la manzana. Le extrañó mucho, ya que era una zona muy tranquila y
poco transitada. La gente estaba fuera de la casa de Fiona hablando y cubriéndose la
cara, Carla no entendía qué ocurría. No fue hasta que pudo dar con los padres de su
amiga, quienes le dieron la desgarradora noticia de su empeoramiento. Tan mal se
encontraba, que los familiares habían acudido a poder darle un último adiós.
Carla no daba crédito a lo que oía, y decidió comprobar con sus propios ojos lo que la
contaban. Cuando entró en la habitación de Fiona, ésta se encontraba tendida sobre la
cama, tan débil que la costaba hasta abrir los ojos. Al oír la voz de Carla, dibujó una
leve sonrisa en la cara, y con un gran esfuerzo logró darle a Carla un colgante que tenía
en sus manos.
Carla intentaba contener las lágrimas pero no pudo evitar abalanzarse sobre su gran
amiga y abrazarla durante varios minutos.
- Carla, nunca te olvidaré, y aunque estemos en lugares diferentes, seguiremos unidas
infinitamente. Nunca olvides que nuestra amistad es infinita, y te entrego este
colgante con el símbolo de nuestra amistad: un infinito. Vayamos donde vayamos,
nunca nos lo quitaremos –susurró Fiona muy débilmente, mientras le señalaba a Carla
el colgante que debía ponerse.
Carla hizo caso a su amiga y se colocó el colgante, mientras veía que Fiona ya llevaba
el suyo puesto. Esa fue la despedida más dura que tuvo que vivir Carla, había
encontrado a su amiga del alma y tenía que resignarse a perderla.
Horas después, el cuerpo de Fiona se desvaneció y fue enterrado. Sus padres
prometieron a Carla que su hija siempre llevaría el colgante puesto, y desde entonces,
Carla trata de seguir adelante manteniendo el recuerdo vivo de su amiga sobre ruedas.
Fue un año muy duro para Carla, pero el tiempo curó sus heridas, aunque siempre
quedaría en su piel marcada la cicatriz del infinito.
Los años pasaron y Carla se convirtió en una colaboradora muy exitosa, dedicándose
plenamente a ayudar a niños y niñas con algún tipo de necesidad o enfermedad. Se
convirtió en la coordinadora de la mayor fundación llamada: “Hasta el infinito”, y no
sólo vivió y aprovechó la segunda oportunidad que le había dado la vida, sino que
siempre que puede ayudaba al resto de personas a encontrar su infinito, su apoyo
incondicional.
No pasó ni un día sin que Carla recordara a su infinita Fiona, ya que llevaba tatuado en
la muñeca su símbolo. Cualquiera podría haberse derrumbado y caído en un bucle sin
salida tras la pérdida, pero Carla usó la tristeza para demostrar a Fiona estuviera donde
estuviese, que la llevaba siempre en su muñeca.
Así acaba este cuento, porque aunque Carla y Fiona estén en sitios diferentes, su
amistad sigue estando tan unida a su piel que siempre las acompañará hasta el infinito.
Hasta el infinito:
Eran las 6.30 de la mañana, Carla se levantaba temprano como todas las semanas. Tan
solo tiene 12 años, pero a diferenciad el resto de niños y niñas, necesita levantarse con
una hora de antelación ya que hacer tareas tan simples como lavarse los dientes,
desayunar, vestirse, o acudir al baño, son una completa odisea para ella.
Desde que tiene uso de razón, madruga todos los días para ir al colegio. Su madre,
Ana, también se levanta a la misma hora para ayudar a Carla diariamente. Ésta cada
vez es más autónoma y autosuficiente, pero siempre necesita ayuda ya que se suele
tambalear y cae al suelo.
Carla tiene una extraña enfermedad que la afectó desde el nacimiento, impidiendo el
normal crecimiento de su pierna derecha. Cuando estuvo metida en la incubadora,
comenzaron los médicos a ver que una pierna apenas movía. Ha pasado por múltiples
operaciones desde bebé, y en la actualidad su pierna se ha ido estancando varios
centímetros, teniendo una más larga que otra y por consiguiente necesitando
desplazarse con muletas o silla de ruedas. Carla intenta llevar un ritmo de vida como el
resto de sus compañeros y compañeras en el colegio, aunque en ocasiones es
complicado.
-Chicas, apartaros para que pueda entrar Carla –grita una de las profesoras al conjunto
de alumnas apelotonadas en los pasillos.
-Gracias Doña Laura, pero no hace falta –dice apenadas Carla, quien odia que la traten
de una forma especial y diferente.
Las clases comienzan como cada día escolar a las 9 en punto, y Carla siempre ha sido
sentada enfrente de la mesa del profesor, para ser ayudada con cualquier situación. El
resto de niñas en la clase de Carla no la tratan mal, pero Carla ve en sus ojos lástima, y
es un sentimiento que la destroza. Sabe que nunca podrá ser como el resto de chicas,
no podrá salir en el recreo corriendo por los pasillos, dar saltos de emoción o bajar las
escaleras de tres en tres. Carla tiene mucha fuerza de voluntad y acude a rehabilitación
cada tarde desde que sabe andar, y gracias a ello ha tenido notables avances, pero
Carla empieza a impacientarse, queriendo ser “normal”. No es nada seguro, pero los
médicos siempre la han dado bastantes esperanzas de poder fortalecer su pierna para
poder igualarla a los centímetros de más que tiene la otra pierna.
Ese día Carla, no estaba de lo más animada y positiva, era uno de esos días en los que
todo lo ves de color negro. Pero lo que no se esperaba, es que conocería a una persona
que marcaría un antes y un después en su vida.
Esa misma tarde, llegó a rehabilitación una chica desconocida. Venía en silla de ruedas,
algo que sobrecogió la atención de Carla, ya que ésta se repetía diariamente de tener
la “suerte” de poder usar muletas.
-Hola Fiona, encantada de conocerte y tenerte en nuestras sesiones de rehabilitación.
Así os haréis compañía Carla y tú –saludó animado Carlos, estrechándole la mano.
- Yo no estoy encantada de conoceros ni de estar aquí. Sólo quiero estar en mi casa,
estos ejercicios son inútiles para mí –respondió Fiona secamente.
- No te desanimes, que seguro que algo nos ayuda –dijo Carla con la intención de
subirle un poco el ánimo.
- Eso lo dices porque no estás postrada en una silla de ruedas, al menos puedes
moverte con esas muletas –contestó enfurecida Fiona.
Carla nunca había conocido a nadie más con problemas como ella, por eso mismo se
bloqueó ante tal contestación. Tuvo la sensación de que las clases de rehabilitación
iban a tornarse a ser todo menos agradables…
Al día siguiente, Carla madrugó como de costumbre para prepararse y acudir al colegio
a tiempo. Para su sorpresa, llegó al centro y no encontró a los profesores en la puerta
abriéndola paso como de costumbre, sino que hoy estaban más agitados y apurados
de lo normal. Carla empezó a escuchar cuchicheos y rumores por los pasillos, acerca de
una nueva alumna en silla de ruedas.
- ¿Quién será la nueva chica en silla de ruedas? –se preguntaba a sí misma Carla, aun
más intrigada que el resto de alumnos y alumnas.
Conforme avanzaba a su clase con la ayuda de sus muletas, vio aún más revuelo de lo
normal. No paraban de salir y entrar profesores, llevando y trayendo mesas y sillas. Por
fin Carla llegó a la puerta, donde empezó a encajar tantas casualidades. Era imposible
borrar de su mente la mirada triste y feroz de Fiona, la chica en silla de ruedas que
conoció tan sólo el día anterior en la sesión de rehabilitación.
- ¡Hola Fiona, es una sorpresa tenerte también en mi clase! ¿Te acuerdas de mí? Soy
Carla, la chica de las muletas… –preguntó Carla efusivamente.
- Mmmm… sí –contestó Fiona monosilábica total.
Clara ante estas situaciones se ponía roja cual tomate de huerto, y optaba por no
importunar. Se sentó en su sitio correspondiente, que casualmente era al lado de
Fiona. ¡La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo! El resto de niños y niñas
miraban a Carla en busca de respuestas, pero Carla se limitó a actuar como si nada
hubiera pasado.
- ¡Buenos días a todos! Hoy es un día especial, ya que tenemos una nueva compañera
en clase. Su nombre es Fiona y espero que la hagáis sentirse como si estuviera en su
propia casa –anunció Doña Remedios, la profesora de Lengua y también nuestra
tutora.
- Como en casa es difícil que me sienta, pero me conformo con que no me tratéis como
un vegetal, aunque no pueda caminar soy capaz de hacer muchas otras cosas –
contestó fríamente Fiona, tan dura como la coraza invisible que ella misma se había
creado.
- Ya habéis oído a Fiona, quiere que la tratéis como a una más. Carla, como estás
sentada muy próxima a ella puedes ayudarla y ponerla al día de las lecciones que
estamos dando en cada asignatura –prosiguió
Doña Remedios, evadiendo la
contestación de Fiona.
Carla temblorosa acercó su pupitre al de Fiona, sabía que no iba a ser una buena idea.
Ante todo, quiso hacer un esfuerzo más por mostrarse hospitalaria y amable con la
recién llegada…
- Ahora mismo nos encontramos empezando la unidad 6, ayer mismo hicimos un
examen analizando frases… –comenzó Carla a explicarle, mientras le mostraba su libro
de texto.
- No necesito una profesora particular, por ahora tengo la vista perfectamente para
saber que estamos en la unidad 6 –respondió maleducadamente Fiona.
- Perfecto Fiona, solo quería ayudar. Que no se te olvide que yo también tengo
problemas para desplazarme, y no por ello voy por la vida tratando mal a quien te
tiende la mano –respondió Carla furiosa, más segura que nunca.
Por primera vez, Fiona miró directamente a los ojos a Carla y en su mirada se veía un
brillo de culpabilidad. Las palabras de la chica con muletas le llegaron al corazón a
Fiona, quien probablemente nunca había recibido una contestación así.
Las clases trascurrieron con normalidad, hasta que llegó el descanso. Para entonces ya
toda la clase se había descentrado de Fiona, y seguían haciendo su vida como de
costumbre. Todos salieron a los pasillos a estirar las piernas y comer un tentempié, y
Carla por primera vez durante el curso optó por salir al pasillo. Lo último que quería
era quedarse a solas con la nueva compañera, así que cogió su zumo y barrita de
cereales y avanzó pasito a pasito hacia la puerta…
- Lo siento, de verdad –dijo inesperadamente Fiona.
- Acepto tus disculpas, pero no vuelvas a ser tan grosera con quien te ayuda –contestó
Carla intentando hacerse la dura.
- Lo sé, han sido muchos cambios en mi vida últimamente. Siento mucha rabia por
dentro, y acabo pagándolo con cualquiera que se me acerque. Nunca nadie me había
contestado como lo has hecho tú, y es lo que me merecía –dijo apenada Fiona,
empezando a destensar su cara y mostrando una forzada sonrisa.
- Bueno, supongo que todos tenemos malos días. Empecemos de cero… Soy Carla, y
tengo muletas desde que puedo cargar con ellas, cuando era muy pequeña usaba silla
de ruedas. Asisto a sesiones de rehabilitación para poder seguir reforzando mi pierna y
poder seguir usando muletas, o en su lugar volveré a tener que usar la silla de ruedas y
esta vez para siempre –comentó alegremente Carla, ya sentada de nuevo junto a su
compañera.
- Vaya, veo que tú tampoco has tenido una vida fácil. Yo soy Fiona, y aunque me ves en
esta silla, no siempre ha sido así. Hace dos años me diagnosticaron una enfermedad
degenerativa que avanza rápidamente, y desde entonces mi vida ha sido un caos. Mis
padres viajan de un país a otro intentando encontrar hospitales que puedan curarme,
pero saben perfectamente que es una enfermedad extraña sin cura. No me gusta
hacer amigas porque cada mes me he vuelto a mudar y he tenido que despedirme de
ellas –dijo Fiona apenada, por primera vez haciendo desaparecer su coraza de acero.
- Lo siento mucho, Fiona. Pero lo importante de todo esto es que estamos vivas, y al
menos tenemos una nueva oportunidad. Si no valoramos nuestra vida, nunca seremos
felices ni aceptaremos lo que nos está tocando vivir. Yo prefiero quedarme con la parte
buena de todo esto, y es que día a día sigo adelante y disfruto de mi familia y amigos –
susurró Carla en voz baja porque comenzaba a entrar la gente en el aula de nuevo,
mientras la cogía la mano y le daba ánimos.
- Gracias Carla, y perdona otra vez por haberme comportado como un ogro. Espero
que podamos ser buenas amigas, ya que nadie nos entiende mejor que nosotras
mismas –se sinceró Fiona, mientras se la saltaba una lagrimilla.
- Claro que seremos buenas amigas, de momento ya compartimos las mañanas en
clase y las sesiones de rehabilitación en la tarde – comentaba Carla animada, por
primera vez se sentía ubicada con alguien – ¿Cuéntame, qué sueños te gustaría
cumplir?
- Mmm… la verdad es que me he esforzado tanto estos años en maldecir mi vida y mi
suerte, que no me he preocupado por aprovechar el tiempo y hacer aquello que más
me ilusione –contestó Fiona apenada.
- Pues ya tienes tarea, piensa en el sueño que te gustaría que cumpliésemos juntas –
decía emocionada Carla, antes de volver a las lecciones.
Poco a poco la amistad entre ambas se reforzó a base de sueños e ilusiones por
cumplir. Carla era como un talismán con sentimientos positivos para Fiona, y ésta era
la amiga en la que nunca había podido apoyarse y verse reflejada. ¡Sin duda eran la
perfecta combinación! Fiona comenzó a acudir a las sesiones de rehabilitación con
mucho más ánimo y positividad, y aunque hicieran pocas mejoras, ella disfrutaba al
compartir tiempo cerca de Carla.
- ¡Ya he pensado en qué me gustaría hacer! Siempre he estar en dos sitios a la vez y
hacerme un tatuaje–gritó Fiona a los cuatro vientos sin pensárselo dos veces.
Carla se quedó boquiabierta, siempre había tenido miedo a las agujas, y no era una de
sus aficiones tatuarse el cuerpo, pero se la ocurrió una idea que las uniría aun más.
- ¡Tengo algunos planes para cumplir tus sueños! ¡Déjalo en mis manos! –sonreía
maliciosamente Carla, mientras planeaba una tarde inolvidable –ésta tarde tenemos
una cita con el tatuador.
-¿Tatuador? ¿Tenemos? ¿Te has vuelto loca? –Fiona no cabía en su gloria, dando saltos
sobre su silla de ruedas.
Las horas pasaron lentísimas para Fiona, a la que ya no le quedaban más uñas para
morderse. Finalmente, Carla apareció por su puerta. Los padres de Fiona la saludaron
encantados, llevaban mucho tiempo sin conocer a nueva amigas de su hija, y el cambio
de ánimo que había experimentado Fiona en cuestión de días era espectacular. Las dos
amigas salieron a dar un lento paseo, ya que entre la silla de ruedas y las muletas no
podían llegar muy lejos.
-¿A dónde nos dirigimos? ¡No puedo con esta angustia! –lloriqueaba Fiona para
intentar sonsacar alguna palabra a Carla.
- Unas casitas más, y lo verás tú misma –decía finalmente Carla tras 5 minutos
escuchando súplicas de su amiga.
- ¡Ya estamos aquí! Hola Pedro, gracias por recibirnos en tu casa. Perdón por el retraso
pero no podíamos avanzar más rápidas, hasta una tortuga hubiera llegado antes –
saludaba Carla riéndose ella misma de su lentitud.
-No os preocupéis chicas, ya tengo todo listo, podéis pasar a las camillas –indicó Pedro
el camino.
-¡Carla! ¿Qué hacemos aquí? –preguntó Fiona al borde de la taquicardia.
- Fiona, uno de tus sueños era hacerte un tatuaje y estar en dos sitios a la vez, pues
bien, Pedro nos va a tatuar a las dos el mismo tatuaje en la muñeca con el símbolo del
infinito. Con esto quedaremos unidas para siempre y cuando tú estés en un lugar, yo
estaré en otro, y así siempre sentiremos que estamos en dos lugares diferentes a la vez
–decía Carla emocionada, mientras colocaba observaba las agujas de la habitación.
- ¡Gracias Carla! No puedes ni imaginarte lo que esto significa para mí, y que encima
quieras que nos tatuemos juntas el infinito me demuestra que pase lo que pase y
estemos donde estemos, siempre estaremos unidas porque la amistad no conoce
fronteras –respondía Fiona a la par que lloraba con tanta sorpresa y se fundían en un
abrazo infinito.
Desde ese día, ambas se hicieron aun más inseparables, incluso se habían olvidado de
sus enfermedades. Todo pasaba a un segundo plano porque por primera vez en la vida,
eran capaces de disfrutar y sonreír.
Los meses pasaron y el curso fue avanzando, y las clases de rehabilitación cada vez
eran más duras para Fiona. Su enfermedad degenerativa cada vez la debilitaba más,
hasta el punto en que un día dejó de asistir a la sesión. Esa misma tarde, Carla acabó la
rehabilitación y salió corriendo a buscar a Fiona a su casa, y digo corriendo porque
nunca jamás Carla había caminado tan rápido con muletas.
Cuando llegó a casa de su amiga, se encontró una reunión de coches aparcados a lo
largo de toda la manzana. Le extrañó mucho, ya que era una zona muy tranquila y
poco transitada. La gente estaba fuera de la casa de Fiona hablando y cubriéndose la
cara, Carla no entendía qué ocurría. No fue hasta que pudo dar con los padres de su
amiga, quienes le dieron la desgarradora noticia de su empeoramiento. Tan mal se
encontraba, que los familiares habían acudido a poder darle un último adiós.
Carla no daba crédito a lo que oía, y decidió comprobar con sus propios ojos lo que la
contaban. Cuando entró en la habitación de Fiona, ésta se encontraba tendida sobre la
cama, tan débil que la costaba hasta abrir los ojos. Al oír la voz de Carla, dibujó una
leve sonrisa en la cara, y con un gran esfuerzo logró darle a Carla un colgante que tenía
en sus manos.
Carla intentaba contener las lágrimas pero no pudo evitar abalanzarse sobre su gran
amiga y abrazarla durante varios minutos.
- Carla, nunca te olvidaré, y aunque estemos en lugares diferentes, seguiremos unidas
infinitamente. Nunca olvides que nuestra amistad es infinita, y te entrego este
colgante con el símbolo de nuestra amistad: un infinito. Vayamos donde vayamos,
nunca nos lo quitaremos –susurró Fiona muy débilmente, mientras le señalaba a Carla
el colgante que debía ponerse.
Carla hizo caso a su amiga y se colocó el colgante, mientras veía que Fiona ya llevaba
el suyo puesto. Esa fue la despedida más dura que tuvo que vivir Carla, había
encontrado a su amiga del alma y tenía que resignarse a perderla.
Horas después, el cuerpo de Fiona se desvaneció y fue enterrado. Sus padres
prometieron a Carla que su hija siempre llevaría el colgante puesto, y desde entonces,
Carla trata de seguir adelante manteniendo el recuerdo vivo de su amiga sobre ruedas.
Fue un año muy duro para Carla, pero el tiempo curó sus heridas, aunque siempre
quedaría en su piel marcada la cicatriz del infinito.
Los años pasaron y Carla se convirtió en una colaboradora muy exitosa, dedicándose
plenamente a ayudar a niños y niñas con algún tipo de necesidad o enfermedad. Se
convirtió en la coordinadora de la mayor fundación llamada: “Hasta el infinito”, y no
sólo vivió y aprovechó la segunda oportunidad que le había dado la vida, sino que
siempre que puede ayudaba al resto de personas a encontrar su infinito, su apoyo
incondicional.
No pasó ni un día sin que Carla recordara a su infinita Fiona, ya que llevaba tatuado en
la muñeca su símbolo. Cualquiera podría haberse derrumbado y caído en un bucle sin
salida tras la pérdida, pero Carla usó la tristeza para demostrar a Fiona estuviera donde
estuviese, que la llevaba siempre en su muñeca.
Así acaba este cuento, porque aunque Carla y Fiona estén en sitios diferentes, su
amistad sigue estando tan unida a su piel que siempre las acompañará hasta el infinito.
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