PRÓLOGO Existen, evidentemente, dos realidades económicas españolas dispares a partir del inicio de la Revolución Industrial. Como podemos comprobar al contemplar la serie del PIB por habitante, en paridad de poder adquisitivo, desde 1820 a 1959, nuestra economía crece, pero lo hace con mucha suavidad. Desde 1820 al final de esa etapa, el citado PIB por habitante se multiplicó por 3. Pero desde 1959 a 2007, cuando culmina el proceso, ese PIB por habitante se multiplica por 7. Pero desde ahí, se inició un claro declive. En este avance 1959-2007, existen tres etapas. La primera es la que concluye con los dos sucesivos choques petrolíferos, un fuerte choque salarial, y un impacto en la economía del inicio de la Transición. El segundo impulso, después de un largo proceso depresivo, sólo aliviado parcialmente por el Pacto de La Moncloa y otra serie de sucesos políticos y económicos, se inicia a partir de 1985, el año en que se produce nuestro ingreso comunitario, pero concluye en 1992, en forma de una dura crisis que llegará hasta 1996. Y desde ese año, comienza otro avance fuerte, que concluye en 2007. De nuevo, desde el verano de ese año, la crisis enseña su fea cara. Y ahora mismo, lo que presenciamos es un fuerte hundimiento de nuestra economía. Todo este proceso tiene lugar dentro de un conjunto de cambios estructurales formidables. A lo largo del siglo XX se ha contemplado cómo se esfuman dos realidades que parecían constitutivas de nuestra realidad económica. Existía, en principio una economía pobre, o incluso muy pobre. El libro “Los males de la Patria y la revolución española” de Lucas Mallada, con aquella expresión terrible de “y por todas partes, sea labriego o artesano, el bracero español se halla peor vestido, peor alimentado y peor albergado que cualquiera otro europeo de igual condición social”, seguía teniendo validez plena. Pero en el año 2009 nuestro PIB por habitante como se señala en el reciente volumen del Banco de España, “Cuentas financieras de la economía española 1890-2009”, era, a pesar de la crisis, y de que se habían perdido las excelentes marcas del 2007 como consecuencia de una pésima política económica que pasaría factura, un 103’8% de la media de la Europa de los 27; un 93’5% de la de los 15, un 95’6% de la de la Eurozona, y respecto a las mayores potencias continentales, un 89’8% de la cifra alemana; un 94’2% de la de Francia; un 88’8% de la británica y un 105’1% de la italiana. La anterior a 1959 era una economía muy cerrada. El índice de apertura –la suma de importaciones y exportaciones respecto al PIB, se venía moviendo entre un mínimo de un 4’1% en 1945 y un máximo de 25’4% en 1920, pero a partir de ese año 1959, se incrementa con rapidez y en 2007, llega ya al 60%. Se vino abajo toda la política arancelaria, de cierre, iniciada con el Arancel de Guerra de Cánovas del Castillo de 1893, acentuada con el Arancel Cambó de 1922 –la “muralla china arancelaria española”, como se la calificó en la Sociedad de las Naciones- y no digamos con las medidas administrativas de freno a las importaciones, acentuadas por la búsqueda de la autarquía que denunció Perpiñá Grau en 1935 como bandera de la II República, completada con una peseta ajena a cualquier patrón monetario internacional. Y ese desmoronamiento tuvo lugar en un proceso que se inicia con nuestro ingreso, en 1959, en el patrón oro-dólar, y que culminará, a partir de 1999, con la transformación de la peseta en el euro, y con el añadido, también, de ingresar en el Acuerdo General de Tarifas y Comercio, en agosto de 1963, de lograr el Acuerdo Preferencial Ullastres en 1970 con el mundo comunitario, y de ingresar en él en 1985. De modo simultáneo, España ja dejado de ser una economía esencialmente agrícola para incluirse en el grupo de las naciones industriales importantes. Pero no sólo es esto. La vida política española, tanto en 1900 o 1950, era la propia de un Estado muy centralizado. Ciertamente, existían unas situaciones forales concretas y, también, alguna realidad diferente en Canarias, Ceuta y Melilla. Pero, en su conjunto, se trataba de una Administración básica 2 estatal centralizada. Y he aquí que, tras la Constitución de 27 de diciembre de 1978, por su artículo 137, “el Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses”. También tiene consecuencias económicas el que, hasta 1953, y si se quiere desde tiempos de Prim y sus reacciones ante la guerra francoprusiana, y desde luego desde Cánovas del Castillo, la política exterior española era de neutralidad ante conflictos europeos. El ejército español sólo operaba en conflictos coloniales o en otros interiores. Pero desde los Acuerdos con Norteamérica de 1953, culminados con nuestra incorporación a la NATO gracias a la decisión de Leopoldo Calvo Sotelo en 1982, no sólo se ha abandonado la neutralidad de antaño, sino que ha surgido un despliegue de nuestras fuerzas armadas, dentro de contextos políticos, y también económicos internacionales, que van desde bombardeos de nuestra aviación sobre Serbia, a operaciones de la Armada en el Índico o a intervención de las fuerzas de tierra en el Líbano, en la República Democrática del Congo, y no digamos en Afganistán. Y todo eso pasa a experimentar convulsiones muy fuertes, y crecientes, desde mediados del año 2007. La causa esencial es un fuerte desarrollo basado en un endeudamiento colosal que en el año 2009 ha superado, respecto al exterior, los 900 mil millones de euros, y de ellos, cargaban sobre nuestro mundo crediticio, algo más de 500 mil millones. Por un lado, porque ha fallado radicalmente nuestra competitividad en una economía muy abierta. Por otro, por haber apostado, especulativamente, en favor del sector inmobiliario. Finalmente, por haber logrado en el año 2009 un déficit del 11’4% del PIB por parte de nuestro Sector público, magnitud nunca alcanzada desde 1850 a hoy. También, por existir un mercado laboral enormemente rígido, como consecuencia del mantenimiento de una serie de medidas de política social contractual que se remontan a 1931 y Largo Caballero, y que se consolidan y amplían a partir de la Ley de Contratos del Trabajo de 1944. de Girón de Velasco. No se puede olvidar 3 tampoco la decisión de optar por una energía cara, como consecuencia del “parón nuclear”, un proceso acentuado a lo largo de los últimos años. Súmese una política educativa, científica y tecnológica que frena y no impulsa la productividad total de los factores, y un sistema crediticio cuya crítica por el profesor Torrero, tanto respecto a la Banca, como, no digamos, cerca de las Cajas de Ahorros, muestra defectos muy claros. ¿Y qué decir de nuestra realidad demográfica? La población española tiene un saldo vegetativo negativo, a causa de una colosal caída de la natalidad. Pero, sin embargo, ha aumentado con fuerza últimamente como resultado de un alud inmigratorio considerable. A las realidades estructurales anteriores se ha sumado un tremendo golpe que proviene del exterior, y que va desde el corte del interbancario en Europa, que intenta superar el Banco Central Europeo, a una alteración que se ve avanzar de la Política Agrícola Común y que amenaza a nuestra producción rural, generando así una de las mayores caídas experimentadas por nuestra economía. El PIB sólo descendió con más fuerza que en 2009, según las “Estadísticas históricas de España” de Albert Carreras y Xavier Tafunell (Fundación BBVA, 2005) en 1868 –crisis que incluso provocó el destronamiento de Isabel II-; en 1874 –desbarajuste con Guerra Carlista, guerra de Cuba, serio conflicto cantonal-; en 1879 –final de la guerra de Cuba, con la Paz de Zanjón y un aumento, calificado de “astronómico” pues fue de 12.590 millones de pesetas, de Deuda Pública, que exigió la seria reforma Camacho de la ley de 9 de diciembre de 1981-; 1896 –guerra de Cuba de nuevo-; en 1936 y 1937 –Guerra Civil- y 1945, año de aislamiento y, por cierto, de lucha guerrillera. De ahí el interés grandísimo de este libro, porque nos aclara, de modo certero, cómo ha evolucionado nuestra política económica a partir de 1975, esto es, a lo largo de la última etapa política española. Se hace de un modo científico y completísimo, que le convierte en una obra precisa para economistas y para empresarios, aparte de su papel pedagógico. Tras su lectura, una y otra vez se debe recordar aquello que dice el coro en la inmortal obra de Sófocles, 4 “Electra”: “¿Por qué cuando vemos a las más sensatas aves del cielo preocuparse por el alimento de quienes les engendraron y procuraron sustento, no hacemos los hombres otro tanto?” Este libro sí da una respuesta adecuada a ese viejo clamor. Madrid, 26 de junio de 2010 JUAN VELARDE FUERTES 5