Un paseo literario por Sevilla - Página web del profesor Juan

Anuncio
Un paseo literario por Sevilla
La ciudad nos recibe una mañana cálida y luminosa, y todavía se percibe
en el ambiente un tenue olor a azahar. Sevilla, a la que los romanos llamaron
Hispalis y los árabes Isbiliya, es una ciudad llana que invita a pasear por sus
plazas y callejones, y eso es lo que vamos a hacer de la mano de dos ilustres
hispalenses: el poeta Gustavo Adolfo Bécquer y el seductor Don Juan
Tenorio.
Así que nada mejor que empezar nuestro paseo literario en el Parque
de María Luisa, donde Bécquer tiene su Monumento.
Nos acercamos a la Plaza de España para contemplar la obra
emblemática del arquitecto Aníbal González, realizada para la Exposición
Iberoamericana de 1929. La plaza en hemiciclo está flanqueada por dos torres
de 80 metros de altura, y tiene un corredor porticado sobre una serie de
departamentos con bancos de cerámica dedicados a las provincias españolas.
Si te acercas, podrás observar la tuya.
A escasos metros de la Plaza de España, enfrente de la Torre Norte, se
halla la Glorieta de Bécquer.
El Monumento a Gustavo Adolfo Bécquer (1911) fue obra del escultor
sevillano Lorenzo Coullaut Valera y costeado por otros ilustres escritores
sevillanos, los hermanos Álvarez Quintero, quienes cedieron para tal fin los
derechos de su obra La rima eterna. Junto al busto del poeta, dos Cupidos (el
amor herido y el amor que hiere) y tres damas que simbolizan el amor
ilusionado (1), el amor poseído (2) y el amor perdido (3):
(1)
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso..., ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
(2)
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
¡Hoy creo en Dios!
(3)
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va?
Ya sabes que este poeta romántico nació en Sevilla en 1836 (en la calle
Conde de Barajas, cerca de la Basílica del Gran Poder, algo retirada de nuestro
paseo); como hijo huérfano, estudió en la Escuela de Náutica (hoy Palacio de
San Telmo, sede de la Presidencia del Gobierno de Andalucía; está muy cerca
de la Glorieta) sólo dos años, pues el Colegio fue cerrado en 1848. (Prosiguió
sus estudios en el Instituto San Isidoro, que se encuentra en la calle Amor de
Dios, cerca de la Alameda de Hércules). En 1854 se marchó a Madrid, donde
murió en 1870. Los restos de Bécquer se trasladaron a Sevilla en 1913 y
reposan en la cripta de la capilla de la antigua universidad (calle Laraña. En sus
aulas el poeta Pedro Salinas tuvo de alumno al entonces jovencísimo poeta
Luis Cernuda).
Abandonamos el Parque de María Luisa en dirección a la estatua del
Cid, el popular “Caballo”, donde estuvo la entrada principal de la Exposición
de 1929, cuyo carácter iberoamericano se recuerda con estos célebres versos
de Rubén Darío:
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Por la acera de la izquierda
contemplamos la Fábrica de
Tabacos (hoy sede central de la
Universidad),
en
la
que
trabajaban más de tres mil
mujeres en el siglo XIX.
De aquí surgió Carmen
la Cigarrera, mítico personaje
creado
por
Merimée
y
popularizado por la ópera de
Bizet. A sus puertas cantaba
Carmen la canción más
conocida de esta ópera, la
habanera que dice:
L’amour est enfant de Bohème,
il n’a jamais connu de loi;
si tu ne m’ aimes pas,
je t’ aime;
si je t’ aime, prends garde
à toi!...
(El amor es un gitano,
nunca ha conocido leyes;
si tú no me amas,
yo te amo;
si yo te amo, ¡ten
cuidado!)
Al cruzar la calle de San Fernando (reconquistador de Sevilla en 1248 y
patrón de la ciudad), iniciamos un precioso paseo por los Jardines de
Murillo, en compañía de las murallas del Alcázar:
Hércules me edificó,
Julio César me cercó
de muros y torres altas,
y el Rey Santo me ganó
con Garci Pérez de Vargas.
Fue la reina Isabel II, en 1860, quien cedió a la ciudad los jardines de
palacio conocidos como “Huerta del Retiro del Alcázar”.
Al final del paseo, poco antes de llegar a la Puerta de la Carne (así
llamada por su proximidad al antiguo matadero), una placita rodeada de
naranjos cobija la estatua de Don Juan Tenorio. ¿Era sevillano don Juan
Tenorio? La familia de los Tenorio procedía de Galicia y llegó a Sevilla en la
época de la Reconquista. Un tal don Pedro Ruiz Tenorio era sobrino de
Fernando III y luchó bajo su bandera en la conquista de Sevilla (1248).
Conocedor de estos datos, Tirso de Molina pone en boca de Don Juan:
Yo soy noble caballero
cabeza de la familia
de los Tenorios, antiguos
ganadores de Sevilla.
En estos bancos de la plaza de Refinadores podemos descansar un rato
mientras leemos algunos versos del Don Juan de Zorrilla; por ejemplo, los de la
famosa apuesta entre don Juan Tenorio y don Luis Mejía (escena XII del
primer acto):
Don Luis.- ¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
Don Juan.- Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
Don Luis.- Solo una os falta en justicia.
Don Juan.- ¿Me la podéis señalar?
Don Luis.- Sí, por cierto: una novicia
que esté para profesar.
Don Juan.- ¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté.
Don Luis.- ¡Pardiez, que sois atrevido!
Don Juan.- Yo os lo apuesto si queréis. [...]
Por la sinuosa y estrecha calle Mezquita, accedemos a la plaza de
Santa Cruz, en el barrio del mismo nombre. Esta plaza ocupa el solar de lo
que fue sucesivamente mezquita, principal sinagoga de la judería y, desde
1391, iglesia parroquial (donde se depositaron los restos del pintor Murillo).
Fíjate en las cabezas de serpiente con lengua bífida que rematan los brazos de
la Cruz de la Cerrajería (de 1692), en el centro de esta plaza. La Cruz se llama
así porque perteneció al gremio de los cerrajeros (sito en la actual calle de
Cerrajería, en el centro de la ciudad).
La tradición asocia estas recónditas callejas con las aventuras del
Burlador, igual que asocia la plaza siguiente -plaza de Alfaro- a las andanzas de
Fígaro, porque aquí se encuentra el balcón de Rosina, escenario de sus
conversaciones amorosas con el conde de Almaviva, según la ópera de Rossini
El barbero de Sevilla (1816):
Primer acto, Escena primera: El momento de la acción es al terminar la noche. La
escena representa una plaza en la ciudad de Sevilla. A la izquierda está la casa de Bártolo,
con balcón practicable, protegido con celosía... Los músicos afinan los instrumentos y el
Conde canta acompañado de ellos.
Ecco ridente in cielo
spunta la bella aurora,
E tu non sorgi ancora
E puoi dormir così?
Sorgi, mia bella speme,
vieni, bell’idol mio!
Rendi men crudo, oh dio!
lo stral che mi ferì.
Risueña ya en el cielo
nace la bella aurora.
Y no te veo ahora.
¿Y puedes dormir así?
¡Sal, esperanza mía,
ven, ídolo de amor!
Haz menos cruel, ¡oh Dios!,
el dardo que me hirió.
Gran placer, sin duda, el de Rosina (y el de cuantos visitan Sevilla) al
contemplar desde el balcón el callejón del Agua, así llamado por el agua que
discurría en tiempos por los muros del Alcázar.
Hacia la mitad del callejón, la calle Justino de Neve, por la que llegamos
a Los Venerables (el Hospital de Venerables Sacerdotes es un edificio
barroco de fines del XVII, promovido para asilo de sacerdotes por don
Justino de Neve, canónigo amigo del pintor Murillo, otro sevillano cuya casa
se encuentra muy cerca de aquí, en la calle Santa Teresa, 8).
En esta plaza aparece la Hostería del Laurel, que Sevilla asocia a la
hostería de Buttarelli del Don Juan Tenorio de Zorrilla:
Don Diego.Buttarelli.Don Diego.Buttarelli.Don Diego.Buttarelli.Don Diego.-
¿La hostería del Laurel?
En ella estáis, caballero.
¿Está en casa el hostelero?
Estáis hablando con él.
¿Sois vos Buttarelli?
Yo.
¿Es verdad que hoy tiene aquí
Tenorio una cita?
[...]
(Poco tiene que ver la actual hostería con aquella, salvo el nombre, pues como
dice Buttarelli, en la suya “Ni caen aquí buenos peces,/ que son casas mal miradas/
por gentes acomodadas/ y atropelladas a veces”).
Sea en esta hostería o en cualquiera de los bares próximos, es buen
momento para hacer una parada y tomarse un refresquito.
Por la calle Gloria (donde vivió el poeta Alejandro Collantes de Terán)
saldremos a la no menos famosa plaza de Doña Elvira (doña Elvira de Ayala
era hija de don Pero López de Ayala, cronista del rey Pedro I). Ocupando
parte de la plaza y del solar de Los Venerables, se encontraba un Corral de
Comedias -el Corral de Doña Elvira- en el que inició sus andanzas teatrales
Lope de Rueda. Un azulejo recuerda también que en esta plaza estuvo la casa
del Comendador Ulloa, el padre de Doña Inés.
Bajamos por la calle Vida para entrar en el callejón de la Judería a
través de un arco, flanqueado por dos marmolillos (hoy sin cadenas, quizás
para romper el dicho popular: Quien la cadena salta, no se casa). Leamos lo que
dice Cernuda de esta calle en su libro Ocnos y vayamos con los ojos bien
abiertos:
Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en
medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego,
tras una cancela, iba sesgada a perderse en el dédalo de otras callejas y plazoletas
que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle solo había una puertecilla
siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas,
hacia el cielo de un ardiente azul.
En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo
casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo
todo con sus ramas el inmenso magnolio...
Avanzando por el callejón de la Judería hacia el Patio de Banderas,
Sevilla nos va a ofrecer una de sus estampas más hermosas:
Giralda, ¡qué bonita
me pareces, Giralda –igual que ella,
alegre, fina y rubiamirada por mis ojos negros –como ella-,
apasionadamente!
¡Inefable Giralda,
gracia e inteligencia, tallo libre
-¡oh palmera de luz!,
¡parece que se mece, al viento, al cielo!del cielo inmenso, el cielo
que sobre ti –sobre ella- tiene,
fronda inefable, el paraíso!
(Juan Ramón Jiménez)
Este Patio de Banderas (así llamado porque en él se exponían las
banderas cuando algún rey residía en palacio) viene a ser la Plaza de Armas del
Alcázar. Las casas pertenecen al Estado y en una de ellas vivió la escritora
Fernán Caballero en tiempos del reinado de Isabel II (casa que tuvo que
abandonar tras la Revolución de 1868).
En el Patio de Banderas se encuentra la puerta de salida del Alcázar.
Los Reales Alcázares son un conjunto de construcciones militares y
palaciegas levantadas desde los siglos IX y X para residencia de monarcas; por
ejemplo, del rey poeta Almutamid, de Fernando III, de Alfonso X, de Alfonso
XI, de Pedro I, de los Reyes Católicos, de Carlos V (aquí se celebraron sus
bodas con Isabel de Portugal en 1526) ..., y ahora del rey Juan Carlos cuando
viene a Sevilla (aquí celebró la boda de su hija la infanta Elena con don Jaime
de Marichalar).
Prisma puro de Sevilla, según el verso de Gerardo Diego, la Giralda es el
alminar de la antigua mezquita almohade (siglo XII), diseñada por Aben Baso.
Tenía 82 m de altura y estaba coronada por cuatro enormes manzanas de
cobre dorado, que se desplomaron a causa de un terremoto en 1356. En 1558
Hernán Ruiz comenzó la construcción del actual cuerpo de campanas, que se
remató con cuatro jarras de azucenas (símbolo de la Virgen María y la
devoción que los sevillanos sienten por ella) y la Giraldilla (símbolo de la Fe).
Según la leyenda, las manzanas doradas por el sol se veían desde 40 km
de distancia. La admiración que despertó fue tanta que cuando los
musulmanes perdieron Sevilla, solicitaron que se les dejara demoler la torre. El
infante don Alfonso (que había participado en la reconquista de la ciudad
junto a su padre el rey Fernando III) respondió que “por un solo ladrillo que
le quitasen, los pasaría a todos a cuchillo”.
Giralda y Catedral merecen una visita aparte, que podemos fijar para la
mañana del día siguiente.
Ahora nuestro recorrido continúa rodeando las murallas del Alcázar,
pasaremos por delante de la Puerta del León (entrada principal para acceder
en otro momento), y de nuevo de la mano de Don Juan Tenorio, bajaremos
por la calle Miguel Mañara, camino de la Torre del Oro y del río Guadalquivir,
donde pondremos el punto final a este paseo literario.
De don Miguel Mañara se ha dicho que tomó Tirso de Molina el
modelo de su Don Juan, algo realmente imposible pues cuando Tirso publicó
su obra El burlador de Sevilla y Convidado de piedra (1630), Mañara (1627-1679)
era niño aún. Cuenta la leyenda que Mañara era un joven libertino que gozaba
seduciendo a las mujeres. Un día, aterrado por la contemplación de su propio
entierro en las callejas de la Judería, decidió arrepentirse de su vida pasada y se
entregó a la ayuda de los necesitados, para lo cual revitalizó la piadosa
fundación del Hospital de la Santa Caridad. José Gutiérrez de la Vega publicó
en 1834 un cuento tradicional sobre Mañara en el que lo describe así:
Ni Dios ni ley eran bastantes a poner freno al joven disoluto. Un día que
burlara a una dama, que matara en duelo a un esposo, y que gozara del estruendo y
algazara de un festín, constituía indudablemente uno de los más felices de su vida.
[...]
-Padre mío, dijo humildemente a uno de los que iban al lado del féretro, si es
posible que me lo digáis, quisiera saber el nombre de ese desgraciado.
El sacerdote se dirigió atentamente a D. Miguel, y con voz solemne le dijo: ¡Caballero Mañara, sois vos mismo! Acercaos y lo veréis.
Por esta calle de Miguel Mañara abajo (de la que salimos por un antiguo
postigo de la muralla), y tras cruzar la actual avenida de la Constitución,
llegamos a la Casa de la Moneda: antiguas atarazanas medievales, que luego
fue Corral de Comedias del Arenal, situado cerca de otro Corral, el de la
Alcoba, en la Puerta de Jerez.
De ella parte la calle Santander, en cuyo principio estaría situada la casabarbería de Fígaro. (La pared de la acera derecha linda precisamente con el
Hospital de la Caridad fundado por Mañara). Y al fondo, la Torre del Oro,
cuyo nombre no sabemos bien si procede de los azulejos dorados que la
revestían y que brillaban con el sol, o porque en ella se encerraban los tesoros
traídos de América (aunque otra leyenda cuenta que los “guardados tesoros”
no eran sino las amantes escondidas del rey Pedro I). El caso es que era una
torre vigía y defensiva que cerraba la entrada al puerto con una gruesa cadena,
la cual cruzaba el río y se sujetaba en una desaparecida torre de la otra orilla,
de la orilla de Triana:
El río Guadalquivir
se quejaba una mañana:
me tengo que decidir
entre Sevilla y Triana
y yo no sé cómo elegir.
¡Ay, quién pudiera
fundir en un perfume
menta y canela!
Sí, hemos llegado al Guadalquivir, el “río grande” por donde huyó Don
Juan Tenorio con Doña Inés tras raptarla del convento, pues la quinta del
seductor se hallaría próxima a San Juan de Aznalfarache. Estamos en este río
Guadalquivir que cantaron los poetas:
Río de Sevilla,
¡qué bien pareces
con galeras blancas
y ramos verdes!
Vienen de Sanlúcar
rompiendo el agua,
a la Torre del Oro
barcos de plata.
Barcos enramados
van a Triana;
el primero de todos
me lleva el alma.
(Lope de Vega).
Y junto al río despedimos nuestro paseo literario con esta sevillana:
Río Guadalquivir,
de orilla a orilla,
espejito de plata
de mi Sevilla.
Galán enamorado
de tu corriente,
y tus besos anclados
de puente a puente.
Por tus caminos,
remando mar adentro,
van mis “sentíos”.
RESUMEN DEL ITINERARIO:
Plaza de España, Glorieta de Bécquer, Jardines de Murillo, Plaza de
Refinadores, calle Mezquita, Plaza de Santa Cruz, Plaza de Alfaro, callejón del
Agua, calle de Justino de Neve, Plaza de los Venerables, calle Gloria, Plaza de
Doña Elvira, calle Vida, callejón de la Judería, Patio de Banderas, Plaza del
Triunfo, calle Miguel Mañara, calle Santander, Torre del Oro, río
Guadalquivir.
DURACIÓN DEL PASEO: Dos horas aproximadamente.
LECTURAS Y AUDICIONES RECOMENDADAS:
Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer
Don Juan Tenorio, de José Zorrilla
Maese Pérez el organista y La venta de los Gatos, leyendas de G.A. Bécquer.
El arenal de Sevilla, de Lope de Vega.
Ocnos, de Luis Cernuda.
Carmen, ópera de G. Bizet.
El barbero de Sevilla, ópera de G. Rossini.
Las bodas de Fígaro, ópera de W.A. Mozart.
Don Giovanni, ópera de W.A. Mozart.
© del texto Juan Manuel Infante Moraño
© infografía Juan Manuel Infante Fernández
Descargar