[Otra edición: Rafael Altamira, hijo adoptivo de San Vicente del Raspeig, 1910 (Plecs del Cercle 17) San Vicente del Raspeig, 2001]. Versión digital por cortesía del autor. © Javier Ramos Altamira © De la versión digital, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes La labor pacifista de Rafael Altamira Javier Ramos Altamira Pese a no haber tenido la suerte de conocer personalmente a mi bisabuelo, don Rafael Altamira, a través de mi licenciatura en Geografía e Historia he podido conectar intelectualmente con sus ideas. En los medios profesionales, entre compañeros, profesores y en general de cualquier persona culta, sólo he escuchado palabras de admiración hacia la inmensa labor en pro de la humanidad realizada por Rafael Altamira. Empujado por ello, y aunque lamento no haber escogido en mi carrera ninguna de las especialidades en las que él destacó, siempre que me ha sido posible he publicado en Revistas Universitarias, especializadas en Historia y Educación, diversos artículos sobre temas de su extensa obra. En ocasión de celebrarse el cincuenta aniversario de su fallecimiento, vuelvo a dedicar a su memoria estas pocas líneas que enfocan uno de los aspectos que más me ha interesado siempre de su trayectoria y que, al día de hoy, resulta especialmente interesante: el Pacifismo, al que Rafael Altamira dedicó toda una vida Mi bisabuelo, ya desde su juventud, sintió la necesidad de luchar por una vida más justa e igualitaria y por una convivencia pacifica entre los diferentes pueblos. Por ello, adoptó una posición idealista, optimista y llena de buenas intenciones con la que pretendía acabar con las guerras y mejorar la situación de los menos favorecidos. Su lucha, en este sentido, comenzó a desarrollarse a través de aquellos medios que mejor conocía, es decir, la difusión del pensamiento pacifista, la educación y el derecho a través de conferencias y artículos publicados tanto en periódicos y revistas españoles, como extranjeros. A través de esta labor pacifista, Rafael Altamira logrará importantes avances en este terreno, que le llevaron incluso a ser nominarlo en dos ocasiones (1933 y 1951) como candidato a Premio Nóbel de la Paz. Por desgracia, este bello ideal acabaría rompiéndose en mil pedazos al chocar con la dura realidad del momento. El estallido de la Guerra Civil (1936) y el de las dos Guerras Mundiales (1914 y 1940), golpearon duramente la moral de Altamira, tornando su optimismo en una profunda decepción que le acompañará hasta su muerte en 1951. La labor de Rafael Altamira a favor de los demás puede dividirse en dos etapas. Una primera en la que se dedica a intentar mejorar la situación social de España y una segunda, en la que su trabajo alcanzará una proyección más internacional. La primera etapa comenzará en 1886, cuando entra en contacto con la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Allí conoce a Giner de los Ríos, quien a partir de ese momento se convertirá en su mentor, iniciándolo en el pensamiento liberal-krausista y potenciando su carácter idealista y su interés por ayudar a los grupos sociales menos favorecidos (obreros y mujeres) a través de la educación. Para saber más acerca de este periodo pueden consultar nuestro artículo anterior, publicado en esta misma revista La segunda etapa, comenzará con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. A partir de este momento Rafael Altamira se da cuenta del clima de tensión y violencia que iba creciendo poco a poco en Europa. Por eso se pone de parte de las ideas liberales y democráticas en su lucha en pro de la paz. De hecho y aunque no sentía un gran interés por introducirse en la política, su deseo por colaborar y ser útil en la regeneración de España le llevaron en 1915 a ingresar en el Partido Liberal que dirigía por aquel entonces el conde de Romanotes. Altamira pensaba que era el partido que más se acercaba a sus ideas de renovación. En 1916 sale elegido como senador por la Universidad de Valencia y ejerce el cargo durante siete años en los que su aportación fue más bien discreta. Durante la Primera Guerra Mundial, Rafael Altamira escribió el libro "La guerra actual y la opinión española" (1915) en el que defendía la neutralidad de España y apoyaba a los aliados frente a los imperios centrales. Esta postura le llevará a unirse a un importante grupo de intelectuales (entre los que se encontraban Pérez Galdós, Unamuno, Ramón y Cajal, Azaña. etc,) que luchaban por el ideal democrático y que se oponían a la postura "Germanófila" de las clases conservadoras (el clero, la aristocracia, la oficialidad del ejército) partidaria del orden y la jerarquía. Como afirmaba Altamira en el libro arriba mencionado "Esa disposición espiritual de una gran mayoría de nuestro pueblo (clase media y obrera,) y de todos, o casi todos, los "intelectuales" de orientación liberal, ha influido también en la actitud dominante acerca de la guerra. No queremos luchas amadas, no queremos derramamientos de sangre y gasto de energías patrias en conflictos guerreros, (...)", Con el paso del tiempo Altamira fue destacando por su labor pacifista lo que hizo que, en 1919, fuese designado delegado del gobierno español en una “Comisión arbitral para la resolución de los litigios sobre minas en Marruecos", litigios que enfrentaban a España y Francia básicamente. Permaneció en este cargo durante casi dos años y ello le permitió entrar en contacto con una serie de juristas que preparaban la creación de un organismo internacional que velase por la paz y resolviese de manera coherente los problemas entre las naciones. Se buscaba que no volviesen a repetirse los acontecimientos do la Primera Guerra Mundial. Sobre este aspecto Altamira opinaba "Nunca se ha hablado más de la guerra y contra la guerra que desde la paz de 1919. Poincaré lo ha dicho con frase exacta desde otro punto de vista: 'La paz ha adquirido prestigio desconocido hasta ahora’. La razón de ese hecho estriba en que la experiencia brutal de 1914-18 aterró al mundo, y con toda razón. Las guerras anteriores, con todas sus crueldades y miserias fueron casi un idilio en comparación con la barbarie de aquella" Ese mismo año asistió al Congreso de Bruselas en el que se estudió la constitución de la futura Asamblea de la Sociedad de Naciones. En su libro "Ideario Político" (Valencia, 1921) Rafael Altamira reflexionaba: "La guerra pasada (yo siempre la creí) ha tenido la virtud de dar mas fuerza al pacifismo, contra lo que el vulgo creyó y propagó, condensando su creencia en la frase de la bancarrota del Derecho Internacional. Naturalmente, el pacifismo se ha curado de ensueños y ambiciones desmesuradas y se ha hecho "posibilista"; pero en este terreno, ha ganada fuerza. Esa fuerza se ha mostrado en las Congresos de las Asociaciones para la Sociedad de Naciones y con esa fuerza habrán de contar los gobiernos, quieran o no". Una vez creada la Sociedad de Naciones, se tomó la decisión de organizar un comité de doce juristas (que luego quedaron reducidos a diez) para que redactasen un proyecto de Tribunal Permanente de Justicia Internacional. El Tribunal quedaría constituido en 1922 fijando su sede en La Haya (Holanda). Rafael Altamira fue elegido como uno de los Jueces Titulares. Permaneció en este cargo hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1940. Rafael Altamira comenzó su labor como juez internacional con ilusión. Sabía que había que recocer un largo camino para desarrollar unas normas de Derecho Internacional coherentes y que éstas fuesen acatadas por todos. Según declaraba en unas notas manuscritas, "El Derecho internacional se define a sí mismo como algo distinto del Derecho particular, de cada nación porque responde a conceptos realidades y necesidades distintas de las que juegan en el Derecho interno. Así se dice, entre otras cosas, que en este derecho interno no hay más que un soberano, el Estado, que tiene poder, sobre las personas que rige, mientras que en el internacional los sujetos de la relación son Estados iguales en independencia y soberanía y a las que no puede obligar sino en virtud de su propia y libre (en teoría al menos. libre) voluntad de obligarse". Su labor pacifista fue siendo cada vez más importante. Durante este período, escribió numerosos, impartió cursos y conferencias y publicó varias obras relacionadas con el pacifismo (Ej. "La propaganda de las ideas y los sentimientos pacifistas", 1926; "Cuestiones internacionales y de pacifismo", 1931) De entre todas estas contribuciones, destacan opiniones como la siguiente: “Por otra parte, un verdadero pacifista no puede rechazar unas violencias y admitir otras. Para gozar de plena autoridad moral en este terreno y poder predicar con eficacia. el pacifista debe ser un hombre que haya renunciado resueltamente a emplear la violencia, no sólo para resolver las llamadas "conflictos internacionales" (que muchas veces son "conflictos artificiales", maliciosamente buscados), sino también para decidir las conflictos de la política interior o imponer al mundo sus particulares opiniones a las de su partida. Sólo puede clamar contra la guerra y convencer a las demás, quienes han renunciado a provocarla par sus hechos en cualquier orden de vida social o se repudian toda clase de guerras, o sólo se conseguirá encenderlas por otro lado". También merece destacarse su contribución a la creación de diversas asociaciones destinadas a favorecer los contactos de España con otras naciones europeas. Entre ellas destacan la Asociación Hispano-Holandesa (creada en 1926), la Asociación Hispano-Danesa (cread. en 1929) o el Comité Hispano-Alemán. La llegada en 1931 de la Segunda República a España, aumentó las esperanzas de Rafael Altamira de poder desarrollar sus ideas en su propio país. La regeneración nacional comenzaba a verse como algo posible y la convivencia democrática parecía haberse establecido en España. Sin embargo, de forma gradual, otro tipo de pensamiento, totalmente opuesto al liberalismo, había comenzado a germinar en diversos países europeos (entre ellos España). El fascismo pronto empezó a ganar numerosos adeptos y no hacía presagiar nada bueno para el futuro de Europa. Altamira se dio cuenta de la situación como manifestó en el artículo “Los sentimientos belicosos y los juguetes infantiles" (publicado en "La Nación" en 1932): "En la que podríamos llamar la primera línea o vanguardia de esos combustibles, se hallan los siguientes hechos: una opinión de vencidos en la guerra pasada, que anhelan el desquite y no se conforman con seguir soportando las consecuencias de su derrota; un recelo vehemente, por parte de algunos países, de estar amenazados par una agresión muy probable; una necesidad más o menos fundada en otros, de obtener salida y lugar, de establecimiento para excesos de su población que no pueden mantener su economía nacional; el propósito firme, difuso aunque tenga su base territorial bien determinada de producir una evolución universal y contar con ejércitos que la sostengan, una vez provocada; y, en fin, el interés de los fabricantes de material de guerra (...). Claro es que por bajo de estas causas ocasionales actúa el espíritu imperialista que no ha desaparecido del mundo (...)" A pesar de eso, Altamira mantenía su optimismo y no cejó en su lucha en defensa de la Paz como demostró con su importante labor a través de la Presidencia del Comité Internacional para de la Enseñanza de la Historia. Este organismo fue creado en París en 1932 y tuvo dos importantes Congresos, uno en La Haya ese mismo año y otro en Berna, dos años después. "Los historiadores deben su ciencia al servicio de la paz", afirmaba Altamira. Además pensaba que el único medio para acabar con la violencia era a través de la educación de los niños y adolescentes "aún no contaminados con la fiebre de la guerra y la violencia". Para don Rafael era importante unir los términos historia y pacifismo para conseguir una cooperación que contribuyese "a la obra de la mutua comprensión de los pueblos y a la consiguiente disposición amable de unos respecto de otros, dando a conocer (sobre la base de la verdad) los hechos de civilización y de interdependencia que aproximan y solidarizan a todos los hombres, y excluyendo de esos mismos estudios toda excitación -que suele empezar por un error histórico o una mentira al nacimiento y desarrolla de ideas y sentimientos contrarios eso finalidad (...). Si la Historia, como rama de la educación, hubiese de servir a la obra de la pacificación universal, desfigurando la verdad de los hechos, causaría -aunque en sentido contrario- el mismo efecto perturbador para la esencia de la educación humana que realiza la Historia patriotera. Lo causaría igualmente si adoptase cualquier otra falsa posición sierva de una finalidad totalmente externa a la ciencia histórica". La enseñanza de la Historia debe hacerse de una forma totalmente fiel a los hechos, mencionando tanto las proezas y logros de la Humanidad como sus errores. Del maestro dependía el que el niño negase a las adecuadas conclusiones El ocultar los hechos más negros de nuestra historia sólo servía para ofrecer una visión sesgada de lo que realmente ocurre. Toda esta labor nevó a un importante número de intelectuales (hasta 160 personalidades apoyaron la propuesta, entre ellas destacan las figuras del Ministro de Educación Nacional de Francia, M De Monzie, el presidente de la Sociedad de Naciones, N, Politis, el rector Sánchez Albornoz, Américo Castro, Menéndez Pidal, Henri Pirenne, etc. También se unieron varias Universidades y organizaciones científicas españolas de diversas naciones a proponer en 1933 su candidatura como premio Nobel de la Paz, galardón que finalmente no le fue concedido. Como méritos se aportaron su importante labor en el Tribunal de La Haya y su permanente lucha por difundir el pacifismo, Desgraciadamente los sueños y las ilusiones de Rafael Altamira quedarán frustrados tras el estallido de la Guerra Civil en España. En 1936, cuando ya contaba con setenta años de edad, el viejo profesor no tuvo más remedio que exiliarse en La Haya debido a sus ideas republicanas. Allí continuó su labor como Juez Internacional hasta la ocupación de Holanda por los alemanes. Ello le obligó de nuevo a huir a Francia en 1944, después a Portugal y por último a México. Después de cincuenta años de trabajo en pro de la paz y de la humanidad su fe en el hombre y la condición humana quedó resquebrajada. Su hundimiento quedó reflejado en el demoledor "Inventario de mis pérdidas económicas, intelectuales o morales, por causa de la Guerra Civil de España (1936-1937)", que decía así: I- Económicas 1- Muy probablemente, mi caso de San Esteban de Pravia y la de Campillo (Alicante) con sus muebles, cuadros, etc, 2- El dinero de mi cuenta corriente en Bancos españoles 3- Probablemente también mis títulos de acciones y obligaciones depositados en bancos españoles. Unos, tal vez, robados (a titulo de restitución social o cosa así) y otros reducidos a la nada por destrucción o supresión de la industria o del empréstito correspondiente. 4- A lo que parece (desde febrero no he cobrado nado de ello), mi sueldo pasivo, que me corresponde de derecho. II – Intelectualmente 1- Mi biblioteca de Campello (unos 10.000 volúmenes), gran parte de la cual había de ser distribuida, a mi muerte, a centros de enseñanza públicas y privados. 2- Mi biblioteca escogida de Madrid, con libros de Arte de gran valor y las de trabajo de mi cátedra. 3- Todos los legajos en que están distribuidas los materiales de todas mis Obras completas aún no publicadas, incluso los ejemplares anotados y ampliados de las primeras ediciones de mis libros. 4- Todos los documentos referentes o mi vida intelectual y a mis libros (Congresos. viajes, críticas de mis libros, academias, etc.) 5- Todos los documentos de mis estudios y de mis servicios en lo enseñanza. 6- Mi archivo de cartas, numeroso y muy importante por la calidad de las firmas. 7- Mis apuntes y recortes para libros nuevos y ediciones de los ya publicados, que no figuran en los legajos del nº 3. 8- La colección de diplomas, planos, medallas, etc., resultantes de mis viajes, y premios académicos (algunos de oro). 9- Cuadros regalados de Sorolla, Robles, San Pedro, Gili 10-La colección de estampas, fotografías y grabados para el Álbum Histórico Español. III- En otros órdenes espirituales 1- Mi optimismo. 2- Mi fe en la civilización y en el porvenir de mi pueblo. 3- La esperanza de pasar los últimos años de mi vida y morir en mi patria. Tras el desencadenamiento de la 2" Guerra Mundial la moral de Rafael Altamira quedó duramente golpeada. No podía entender como la humanidad había llegado a semejantes niveles de locura. Primero en España y ahora en toda Europa. Parecía como si años de guerras a lo largo de la historia no hubiesen enseñando nada al hombre. Ello le llevó a plantearse si sus conviccio- nes no estarían equivocadas, si el Hombre no tenía esperanza. La Paz, de repente, parecía algo tan lejano y utópico. Las causas de esta situación parecían claras: "El mundo está dominado por la violencia, la deslealtad, la ausencia de respeto al débil y la cínica imposición de todos las dogmatismos por la fuerza. Tal es el espectáculo de toda Europa y de gran parte de Asia. En él entran las naciones que estimábamos antes como más civilizadas y dignas de admiración y las más capaces, materialmente, de imponerse a las demás. En él está mi España. La violencia se produce, cada vez que se ejerce, con la más fría y sádica crueldad que prueba cómo esta condición que nos complacíamos en considerar como exclusiva de los tiempos primitivos de la Historia o de los pueblos aún bárbaros, pertenece al fondo irreductible de la naturaleza humana". A pesar de su decepción, Altamira siguió trabajando y publicando numerosos artículos y libros. En junio de 1945 recibe un Homenaje de la Academia Nacional de Historia y Geografía, entidad patrocinada por la Universidad Nacional de México. En dicho Homenaje destaca la intervención de Luis Garrido: "El problema de coordinar, el desarrollo de la libertad y el pode, de cada Estado para gozar de sus derechos, con el deber de cumplir vigorosamente con sus obligaciones, ha encontrado en Altamira un magnífico expositor, con el propósito elevado de sostener la ilicitud de recurrir, al conflicto armado, si haber agolado los recursos pacíficos, y lograr que el recurso de la fuerza sea abolido en la solución de las conflictos internacionales en el mundo del mañana Tal es el ideal de las pacifistas coma Altamira el cual ha perseguido con tesón generoso. Si la humanidad logra realizar, este ideal de que impere la paz y la seguridad entre las Naciones, mucho deberá ello a hombres que como Altamira supieron encauzar el desarrolla científico en la sendo del pacifismo (..)", En 1951, Rafael Altamira es de nuevo propuesto para el Premio Nóbel de la paz. La candidatura fue impulsada por Isidro Fabela, juez mexicano en Tribunal de la Haya y logró un importante apoyo entre numerosas universidades y entidades culturales americanas y europeas, y también por parte de muchas personalidades de la cultura .Desgraciadamente su muerte ese mismo año en México impidió la consecución del galardón. Reflexionando sobre los esfuerzos de mi bisabuelo y viendo la situación actual del mundo me doy cuenta de lo importante que es continuar con su labor. Parece claro que lograr una pacificación definitiva y total es algo casi imposible, pero no hay que desanimarse y sí luchar por acercamos lo máximo posible a este objetivo. Aún queda mucho por hacer pero, pese a todo, pienso que la fructífera labor de Rafael Altamira dejó abierto un camino de esperanza. Bibliografía Asín Vergara, Rafael, Rafael Altamira. Alicante. México (1866-1951). Alicante, Instituto de Estudios "Juan Gil-Albert", 1987. Moreno, Francisco, Rafael Altamira Crevea (1866-1951). Valencia, Generalitat Valenciana, 1997. Ramos Pérez, Vicente, Palabra y pensamiento de Rafael Altamira. Alicante 1987.