Yo social

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TEMA 2: EL YO EN EL MUNDO SOCIAL
Autoconcepto: ¿Quién soy?
Autoconcepto son las respuestas que una persona da a la pregunta ¿Quién soy?. Además, nuestro autoconcepto
también incluye los posibles yo, las imágenes de lo que deseamos o tememos ser en el futuro, que nos motivan
con metas específicas.
Los esquemas de sí mismo son las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, cómo nos percibimos. Estos
esquemas nos ayudan a procesar la información social que recibimos, a través del efecto de referencia de sí
mismo; es decir, si la información que nos dan sobre otra/s persona/s esta relacionada con nuestros
autoconceptos, la procesamos más rápidamente y la recordamos mejor. Esto es así porque nuestra percepción
del yo es el centro de nuestro mundo.
La autoestima es la autoevaluación general de una persona, o la sensación de su propia valía. Las personas que
se valoran bien a sí mismas tienden a aceptar mejor su apariencia, capacidades, etc. (sus autoconceptos),
porque la autoestima afecta a la percepción específica del yo. Nos hace creer que somos valiosos
Desarrollo del yo social
Nuestro autoconcepto está determinado tanto por influencias genéticas como por la experiencia social:
Roles: al asumir un rol, al principio somos conscientes de estar representando un papel, pero gradualmente
deja de ser una representación y pasa a formar parte de nuestra percepción del yo (lo interiorizamos).
Comparación social: nuestro autoconcepto, además de nuestra identidad personal, también contiene nuestra
identidad social, es decir, nuestro autoconcepto en relación a los grupos a los que pertenecemos, la
autoevaluación en comparación con los demás. Nuestra identidad social es más consciente cuanto menor es el
grupo.
Experiencias de éxito y fracaso: el autoconcepto también es alimentado por la experiencia diaria. El éxito
estimula la autoestima, hace que uno sienta que es valioso.
El juicio de los demás: Cuando los demás tienen una buena opinión de nosotros, nos ayudan a tener un mejor
autoconcepto. Utilizamos a los demás como espejo para percibirnos a nosotros mismos −yo especular−.
(Cooley). Aunque no es tan importante lo que piensen de nosotros, sino lo que nosotros percibimos que
piensan. (Herber).
El yo y la cultura: en Occidente prevalece el individualismo (definir la propia identidad en términos
personales, sin identificación grupal, y anteponer los intereses personales a los del grupo). Es el yo
independiente. El individualismo florece en medios prósperos, móviles, urbanos y con medios de
comunicación masivos.
En las sociedades más orientales, prevalece el colectivismo (dar prioridad a las metas de los grupos de
pertenencia y definir el autoconcepto de acuerdo al grupo). Es el yo interdependiente, la identidad se define en
relación a los demás.
Percepción del autocontrol.
La percepción del autocontrol es importante, porque nuestro autoconcepto tiene influencia sobre nuestro
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comportamiento, que puede ser autocontrolado o no.
Autoeficacia: es la sensación de que uno es competente y efectivo (autoestima= valioso, autoeficacia=eficaz).
En la vida diaria la autoeficacia nos induce a ponernos metas que suponen retos y a persistir cuando hay
dificultades; un esfuerzo, si además es persistente, alcanza un logro; con el logro aumentamos nuestra
confianza en nosotros mismos; con ello aumentan nuestra autoestima y autoconfianza.
Locus de control: es el grado al que las personas perciben sus logros, ya sean conseguidos por los propios
esfuerzos, o por el azar y fuerzas externas. Podemos distinguir dos posturas: el locus externo de control se da
en personas que creen que el azar o las fuerzas externas manejan su vida; en contra, el locus interno de control
es propio de aquellas personas que creen que tienen el control de su propio destino.
La predisposición al servicio del yo.
Por regla general, la gente tiende a pensar que la mayoría de nosotros sufre de baja autoestima; sin embargo,
la mayoría tenemos una buena reputación ante nosotros mismos. Esto es debido a la predisposición al servicio
del yo, es decir, la tendencia a percibirse a uno mismo favorablemente. Solemos atribuir nuestros éxitos al
esfuerzo personal, a las propias habilidades, mientras que el fracaso se atribuye a factores externos no
controlables. Sobre todo en situaciones de suerte o destreza; si ganas, es por tu habilidad, pero si pierdes es
por mala suerte.
Falso consenso y falsa singularidad.
El efecto del falso consenso se da cuando, en asuntos de opinión, pensamos que los demás van a tener los
mismos puntos de vista que nosotros; creemos que los demás piensan y actúan como nosotros, generalizamos
a partir de una muestra limitada de la que nosotros mismos somos parte muy destacada. Y tenemos una mayor
tendencia a relacionarnos con personas que comparten nuestras actitudes y puntos de vista, y luego juzgamos
el mundo desde esas opiniones.
Pero en asuntos de habilidad, se da el efecto de falsa singularidad, es decir, consideramos que una habilidad
propia o un comportamiento deseable o exitoso que nosotros realicemos, es poco frecuente. Ello nos hace
mejorar nuestra autoimagen.
Resumiendo, que vemos nuestros defectos como normales, o generales, y las virtudes como más infrecuentes
de lo que ambos son en realidad.
Motivación de la autoestima (o porqué nos percibimos a nosotros mismos favorablemente).
Esta autopercepción favorable puede deberse a la predisposición al servicio del yo, pero también porque si
nuestra autoestima se va amenazada, nos defendemos restándoles méritos a los demás y exagerando nuestra
propia valía. Y como las relaciones nos conducen a la supervivencia y la prosperidad, si percibimos una
amenaza de rechazo social, nuestra autoestima nos motiva a actuar con mayor sensibilidad hacia las
expectativas de los demás.
Autorrepresentación.
No sólo queremos autopercibirnos favorablemente, sino también que los demás nos perciban así.
Falsa modestia.
Las personas, en ocasiones, presentan a los demás un yo diferente al que sienten, pero no por falso orgullo,
sino por falsa modestia. Ello se hace para conseguir un beneficio propio, un halago por parte del grupo; o para
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reducir los efectos de un posible fracaso (elogio de futuros competidores); o para dar crédito a otros
públicamente... mientras que en privado se dan crédito a sí mismos.
Autolimitación.
A veces saboteamos nuestras propias posibilidades de éxito, creando impedimentos que los hagan menos
probable, pero no por sentimientos autodestructivos, sino como autoprotección. La autolimitación es una
forma de proteger la autoimagen con algún comportamiento que nos proporciona excusas fáciles para un
fracaso posterior. Es decir, nos autolimitamos por temor al fracaso, y así podemos justificar dicho fracaso
culpando a alguna causa temporal o externa.
El manejo de la impresión que causamos.
La predisposición al servicio del yo, la falsa modestia y la autolimitación demuestran la importancia que le
damos a nuestra imagen. Somos animales sociales que actuamos para una audiencia.
La autorrepresentación es la tendencia a comportarnos de una determinada manera para crear una impresión
favorable a los demás (audiencia externa) así como a nosotros mismos (audiencia interna). Se trata de un
automonitoreo, es decir, modificar la propia conducta para crear la impresión deseada, actuando como
camaleones sociales, adaptando el comportamiento en respuesta a las situaciones externas.
Las personas con altos niveles de automonitoreo son estos camaleones sociales; a las personas con bajo nivel
de automonitoreo les importa menos lo que otros piensen.
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