EL SEMANARIO HUROANO. ARo iV.—itle IKcieiM&re (fe lüSl.—il'tim. 105. SUMAUIO; Cartas á. D. Bernurdino Martin Minguez, poi* D, Carlos Laaalde.—duálogo da los pro/esores de las Bellas .írtes murciams,—A la.genle de poco pelo, por Miicina (Joqúe.— M Amante, poi' Ü.' Trinidad Ptiseuiil d« Blanca.—Oísenaciones Heteorolúijicas, por D. Oliiyo 'ÚA\?..~Misceláiiea, —Crónico, de h semana, por D. R. U. CARTAS Á DO:^ BEliNARDINO MAUTTM MINGUE2 Profesor do Iienguaa ea VaUadoUd. bumi» LAK AntigüedaJes biutitamis y hs Anticuarios espa'toJes. CARTA JEO'JNDA. Muy catimado amigo: En mi aiucrior procuré dar por coiucatado cuanto cu la dü usted m.i pareció de poca mouta, con objeto de ocuparme cu esta de los puiuoa verdadcramcutc import.uitsa, ciure loa que liay á mi juicio dos especiahneate dignos de estudio, y 4ou la prioridad de la venida á EspaiVa d« celtas ó «,;jipcio5, y la n a turaleza del antiguo alfabeto español. De estos dos puntos el íigundo ea el principal para nosotros por ser objeto de nuestra d.scusion; pero como est.í subordinado al otro, ir:i) que debe tratarse después y por eso voy desde luego A ocuparme del primero. Habr¿ de icr breve en demasía por no e-vceder los r e gulares límites de una carta, l'or m ia que el asunto se preste á mis largo trabajo, par estar aún muy poco ó nada estudiado. D'.ce usted que nunca podrá admitir que los celtas vinieran á Üspaña antes que !oi c-g'.pcioj y yo creo que cuando los egipcios pisaron por primera vez nuestra peníusiila, la habitaban los celtas h.icía algunos siglos. Ya vé usted que la divergencia de opinio-. nea no puede ser mayor, y sin embargo creo fácil que llcguemob á cntcndeniüs. L;i falta de e.tplicar los términos c3 frecuentemente causa de mucliai cuestiones, y ahora lo es de que nosotros no estamos de acuerdo en un puntu histórico de la mayor importancia, i ^ u i entendemos por celtas? Eitc es el fundamento de la diversidad de nuestras opiniones particulares. Diversidad, que ciertamente no existiría, si de muciio tiempo á esta parte uu se hubieran empellado los historiadores de Ivipaña en oscurecer lo que fácilmente podía ser vistu á pesar do la poca claridad que reina en todas las cosas antigua.^, y en éaia más que en otra», Voy por consiguiente á exponer en pocas palabras mi opinión, con la cual, se me figura ha de convenir usted sin ciifuerzo. Eii innegable que desde los tiempos mis remotos han venido muchos pueblos á establecerse cu España: también lo es que uno de ellos, y acaso el primero, se extendió por toda ella, siendo desalojado de las regiones del litoral, y obligado á replegarse al interior por los cjue vinieron después. Tampoco se puede poner en duda, que vino otro pueblo, y ocupó el país comprendido entre los Pirineos, el Ebro y el Mediterráneo; pueblo que Julio César cree hermano del que ocupaba las costas del golfo de León. Un tercer pueblo, al que los geógrafos llaman bastitauo y basculo, encontramos ocupando los territorios comprendidos entre el Mediterráneo, el Júcar, la Sierra de .Mcaráz y el Guadalquivir hasta Córdoba, bajando desde aquí en línea recta hasta el Mediterráneo. Entre esta línea, el Guadalquivir y el mar, estaba comprendido el pueblo turdetano, el más floreciente que encontraron los romanos en Espaila. Deben contarse además los cdctatios, los vascos y los gallegos. De estos dos dltimos digo á usted que loa tengo por los más modernos que vinieron á nuestra península. Nunca he podido resolverme á creer k importancia que se ha querido dar á los vascos, suponiendo que son restos de los primeros pobladores de £ s pafSa. Su lengua, sus costumbres primitivas, y otras cosas que irá descubriendo el estudio, dan ú entender que son de raza turania, mientras los primeros pobladores de España eran arios. Nada digo de los celtíberos, nombre que á mi juicio significa celtas del Ebro, y uo mezcla de celtas é iberos, como suponen muchos. Establecido esto, que hasta la evidencia puede demostrarse, falta saber cuál de los pueblos mencionados era el egipcio. Yo supongo que el bastitano y basculo, con cuyos nombres se designaban dos porciones de un solo pueblo, Y no lo supongo, no, porque asi me parezca, sino porque en el territorio que ocuparon esos dos pueblos, es donde apaj'ecen las antigüedades egipcias. No niego que fuera de los límites marcados, se encuentran también algunos; es verdad que se encuentran y lo atribuyo á que la dominación egipcia en España traspasó algo las fronteras del territorio antea marcado, dentro del cual, los nombres de las ciudades, los dioses adorados; las letras de la?, inscripciones, las figuras de las monedas, el carácter de las estatuas, todo, en una palabra, recuerda su procedencia del Egipto. El pueblo que habitaba en Cataluña es á mi juicio el ibero, y yo así le llamo, acomodándonre á los escritores antiguos. De los edetanos y turdetanos nada digo, porque no es del caso tratar de ellos, (¿uédanos, pues, el pueblo que ocupaba el Centro y Oeste de España, al cual doy el nombre de celtas porque supongo que aunque d i vidido en muchas tribus como orctanos, carpctanos, celtiberos, lusitanos, etc., procedían todas do uno solo, como lo acreditan loa nombres de personas y ciudades que nos han conservado los escritores griegos y latinos. <2ue cs,te pueblo se llamase Celta nadie lo pondrá en duda, pues de ello nos queda el recuerdo en loa celtíberos de Aragón, en los célticos de l'ortugtl y en su parentesco con los del ctntro de Francia, los cuales, según Julio César, se llamaban así mismos celtas. J<2uiéncb vinieron prinieramcnte á España, los celtas ó los egipcios.' Antes de responder á esta pregunta diré que cuando los egipcios pusieron el pié cu la Bastitania, estaba esta región n^ás que medianamente poblada, como podrá verlo quien recorra una comarca cualquiera de ella. Por donde quiera que se visite esta región estoy seguro que se encontrarán al lado de las grandes sierras unos montecillos medio aislados cerca de una fuente 6 arroyo, ó por lo menos de un cauce, por donde en otros tiempos hayan corrido las aguas. Estos montecillos presentan una ladera más ó menos inclinada, en la cual se encuentran con profusión restos de «na civilización muy rudimentaria. Las señales que estos lugares presentan I