LA EXHORTACION APOSTOLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» DEL PAPA ¡UAN PABLO JI lESUS SANCHO INTRODUCCIÓN Al abordar en unas notas el contenido doctrinal y pastoral que encierra la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia 1, viene la tentación de hacer la glosa continuada de cada uno de sus puntos, por el interés de las enseñanzas y la traducción práctica que tienen en la vida de la Iglesia; pero se advierte enseguida que la pretensión es poco menos que imposible. Juan Pablo 11 nos tiene acostumbrados a un tipo de documentos, en los que vuelca su sabiduría y su corazón, no contento con dar doctrina sobre algunos problemas circunstanciales, sino buscando afrontarlos en el ámbito total que comprenden. Este texto, sin embargo, ofrece como característica -que parece distinguirlo de otros similares- su sencillez y claridad, lo que parece indicar que son aspectos tan básicos de la doctrina y de la vida los que aquí se contemplan, que el Papa quiere que sean conocidos por todos hasta provocar la tan deseada reconciliación que él pregona con palabras del Apóstol: «Reconciliaos con Dios» (2 Cor 5,20) 2. 1. JUAN PABLO n, Exhort. Apost. Reconciliatio et Paenitentia (2 diciembre de 1984). En adelante citaremos R et P; 2. ¡bid., n.O 7.9.10. 118 JESÚS SANCHO El hecho de ser un documento que cierra la década transcurrida desde que se publicara el Ritual de la Penitencia 3, al que siguió el Código de Derecho Canónico 4 y el Sínodo de los Obispos que trató de la «reconciliación y penitencia en la misión de la Iglesia» 5, le otorga también una significación particular. Algún propósito importante debe perseguir esta secuencia de actuaciones relevantes en el corto espacio de diez años. Y a éstas habría que añadir otras circunstanciales que se interpretan en el mismo .,sentido, tanto en el pontificado de Pablo VI como en el de Juan Pablo 11 6. Una primera intención viene declarada en la parte introductoria de la Exhortación. Al igual que hiciera tras el Sínodo de 1980 dedicado a la familia, que dio lugar a la Exhortación Apostólica Familiaris consortio 7, así ahora utiliza los trabajos del Sínodo de 1983, cuyas propositiones le han servido de material para la composición de esta nueva Exhortación. El Papa lo subraya, dando prueba de la estima que le merece la Colegialidad y la corres ponsabilidad de los Obispos. Pero hay que entender que el Sínodo y la Exhortación postsinodal vienen determinados por razones profundas y serias. El tema del Sínodo sabemos que fue elegido a instancias de los Episcopados del mundo, ratificando el Papa aquella propuesta 8. Y hubo de intervenir con toda seguridad el deseo de promover en la Iglesia y en el mundo entero un movimiento de reacción contra tantas tensiones y fracturas que lo hieren, y cuya raíz más honda está en el pecado. La Iglesia conoce un único remedio, el único que ella puede ofrecer: la penitencia para la reconciliación. En efecto, «la penitencia está estrechamente unida a la reconciliación, puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza sola- 3. RITUAL DE LA PENITENCIA, promulgado por Pablo VI el 2 de diciembre de 1973 (cfr. AAS 66 (1974) 172) Y editado por la Políglota Vaticana en 1974. 4. CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO, promulgado por la Constitución Apostólica Sacrae disciplinae leges, firmada por Juan Pablo II el 25 de enero de 1983. 5. VI SíNODO DE LOS OBISPOS, celebrado en octubre de 1983 con el tema De reconciliatione et paenitentia in missione Ecclesiae (cfr. Lineamenta e instrumentum laboris, documentos previos preparados por la Secretaría General del Sínodo). 6. PABLO VI, Discurso a los Obispos norteamericanos en visita ad limina (20 abril 1978); JUAN PABLO II, Discurso a la Sagrada Penitenciaría Apostólica (30 enero 1981); Discurso en Tokio al Episcopado japonés (23 febrero 1981); Discurso a los Obispos franceses (1 abril 1982); Discurso a la Conferencia Episcopal española (31 octubre 1982). 7. JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 nov. 1981). 8. R et P, 4. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 119 mente a través de la transformación interior o conversión que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia» 9. Este propósito del documento viene acompañado por intencione& más concretas, propias de la vida interna de la Iglesia, y que han merecido, en nuestra opinión, una atención viva de Juan Pablo 11. La primera1 relanzar la práctica del sacramento de la Penitencia como impulso renovador de la vida cristiana, que, en contra de lo que cabía esperar, no ha mejorado tras la reforma del Concilio Vaticano 11. Pero el tenor de la Exhortación hace pensar también en aquella advertencia del Concilio que recoge el nuevo Código: «En la celebración de los sacramentos deben observarse fielmente los libros litúrgicos aprobados por la autoridad competente; por consiguiente nadie añada, suprima o cambie nada por propia iniciativa» lO. No puede excluirse, por tanto, de entre sus intenciones, la corrección de los abusos que se han cometido y se siguen cometiendo. Si en algún momento la confusión pudo ser explicable, hoy no es tanto problema de doctrina como de disciplina. No hay más que recordar estas palabras de la Exhortación Apostólica: «Con este llamamiento a la doctrina y a la ley de la Iglesia deseo inculcar en todos el vivo sentido de responsabilidad, que debe guiamos al tratar las cosas sagradas, que no son propiedad nuestra, como es el caso de los Sacramentos, o que tienen derecho a no ser dejadas en la incertidumbre y en la confusión, como es el caso de las conciencias. Cosas sagradas -repito- son unas y otras -los Sacramentos y las conciencias-, y exigen por parte nuestra ser servidas en la verdad. Esta es la razón de la ley de la Iglesia» 11. El texto se refiere a la absolución colectiva1 el punto neurálgico que se ventila hoy en la Penitencia sacramental. y prácticamente hemos indicado el esquema del comentario, lo que nos permite adentramos en el documento 12. 9. ¡bid. 10. CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO, c. 846. El canon recoge la recomendación de la Sacrosanctum Concilium, que decía: «§ 3. Quapropter nemo omnino alius, etiamsi sit sacerdos, quidquam proprio marte in Liturgia addat, demat, aut mutet» (CONC. VATIC. 11, Consto Sacrosanctum Concilium, 22). 11. R et P, 33. 12. La Exhortación Apostólica abarca un amplio proemio o Introducción: Origen y significado del documento, al que siguen tres partes y el epílogo titulado deseo conclusivo, con un total de siete capítulos y 35 números o apartados. La primera parte lleva por título: conversión y reconciliación, tarea y empeño de la Iglesia; la segunda, el amor, más grande que el pecado; la tercera, la pastoral de la Penitencia y de la reconciliación. 120 1. JESÚS SANCHO PECADO y CONVERSIÓN Para empezar quizá sea oportuno precisar los conceptos que fundamentan esta Exhortación Apostólica. El documento lo hace. En una primera aproximación se puede decir que la reconciliación es la meta, arrancando de la conversión que se alcanz.a por la Penitencia. Son conceptos imbricados uno con otro ·y no se pueden separar. Corno dice el texto, «el término y el concepto mismo de penitencia SOIl muy complejos»; pero, en síntesis, podernos entender que la penitencia es «la conversión que pasa del corazón a las obras», estando estrechamente relacionados el significado de penitencia y reconciliación -10 mismo que hay una estrecha conexión interna entre conversión y reconciliación-, y los tres conceptos miran a «superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza , solamente a través de la transformación interior o conversión que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia» 13. La conversión sabernos que es el movimiento interior de la gracia que remueve el corazón, deshaciendo el camino extraviado que habíamos andado al alejarnos de Dios por el pecado. La conversión es la vuelta, el retorno: conversio ad Deum, y puede significar el momento inicial, que parece lo más propio, o el proceso -gradual o instantáneo- de retorno, o el estado final alcanzado que es ya reconciliación con Dios. En todo este desarrollo cuenta mucho la penitencia corno virtud interior -conversión del corazón que detesta el pecado- o exterior -actos penitenciales-, utilizando el sacramento de la Penitencia corno instrumento para obtener la reconciliación, que rubrica y acaba la conversión y la penitencia. De lo que se concluye que hay un terna básico: la realidad del pecado. La Cristología ilumina este problema. Al estudiar la gracia creada del alma de Chisto, le atribuirnos plenitud de gracia y de las virtudes que la acompañan, con excepción de la fe, la esperanza y la penitencia. El porqué de la penitencia es muy sencillo: la penitencia es dolor del pecado propio, y Cristo no lo tuvo puesto que era impecable. Y así, el aborrecimiento del pecado que ofende a Dios, ciertamente sumo en el Salvador, no procedía de la penitencia sino de la caridad con el Padre y con los hombres sus hermanos 14. 13. R et P, 4. 14. SANTO TOMÁS, Sumo Th., 3 q 80 a 2; R. Salvatore, Torino 1946, p. 200. GARRIGOU-LAGRANGE, De Christo EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 121 A este respecto conviene observar con atención la realidad y la naturaleza del pecado. 1. El pecado. La Exhortación Apostólica asienta claramente .e sta realidad, porque no se puede hablar de penitencia sin sobreentender el pecado. La existencia humana está traspasada por el pecado: el pecado original que todos heredamos, y el pecado actual que cada uno comete por propia y personal determinación abusando de la libertad 15. Casi diríamos que es lo que suscita el documento; no porque su finalidad sea el tratamiento del pecado, sino porque, dado que existe el pecado, el hombre necesita convertirse, hacer penitencia y reconciliarse con Dios. El tema del pecado, en palabras de Juan Pablo 11, «está íntimamente relacionado con el de la reconciliación» 16. El pecado es la dramática realidad que suscita el verdadero propósito de la doctrina de la reconciliación por la penitencia. Lo mismo que sucede en la Sagrada Escritura, donde la revelación del pecado parece subsidiaria: para que resplandezca más y más la misericordia divina, cuya revelación sería el verdadero propósito de Dios al manifestarse a los hombres. Por eso el título: «el amor, más grande que el pecado», con el que se introduce la segunda parte de la Exhortación. Al hilo de aquellas palabras de San Juan: «Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros» (1 lo 1,8), concluye que el hombre debe reconocer el propio pecado y, mejor todavía, «reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado», puesto que tal «es el principio indispensable para volver a Dios» 17. La noción de pecado dibujada aquÍ, la encontraremos más adelante formulada con las expresiones clásicas aversio a Deo, conversio ad creaturam 18. Naturalmente la conversión es desandar ese camino de huida hasta reencontrar a Dios: aversio a creatura, conversio ad Deum. Afirmar hoy la noción de pecado es no sólo importante sino necesario, dado que uno de los rasgos de la mentalidad actual es la 15. 16. 17. 18. R et P, 2. [bid., 13. [bid. [bid., 17. 122 JESÚS SANCHO pérdida del sentido del pecado, como consecuencia de la pérdida del sentido de Dios. Aparte razones ambientales, tales como el secularismo, el eclipse o deformación de la conciencia, la ética derivada de un determinado relativismo historicista, etc. 19, el documento descubre algunas desviaciones que -nacidas dentro de la misma Iglesia- pueden desvirtuar la realidad del pecado y su noción verdadera. Son: la teoría de la opción fundamental, la distinción entre pecado mortal y grave, la sustitución del pecado personal por el pecado social. a) La opción fundamental Si nos atenemos a la explicación que hace de ella la Declaración Persona humana 20, la opción fundamental ha venido a diluir la noción de pecado, o, por lo menos, del pecado mortal, hasta el punto de que casi no existiría o existiría en casos muy excepcionales. En palabras de la Exhortación Apostólica, «se deberá evitar reducir el pecado mortal a un acto de opción fundamental--como hoy se suele decir- contra Dios, entendiendo con ello un desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo. Se comete, en efecto, un pecado mortal también, cuando el hombre, sabiendo y queriendo, elige, por cualquier razón, algo gravemente desordenado. En efecto, en esta elección está ya incluido un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La orientación fundamental puede, pues, ser radicalmente modificada por actos particulares. Sin duda pueden darse situaciones muy complejas y oscuras bajo el aspecto psicológico, que influyen en la imputabilidad subjetiva del pecador. Pero de la consideración de la esfera psicológica no se puede pasar a la constitución de una categoría teológica, como es concretamente la opción fundamental entendida de tal modo que en el plano objetivo, cambie o ponga en duda la concepción tradicional de pecado mortal» 21. Para los autores que defienden esta «moral», el hombre religioso tiene hecha una opción fundamental por Dios, es decir, la determinación libre de su voluntad está por Dios, que es el bien del 1 19. [bid., 18. 20. S. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declar. Persona humana sobre algunas cuestiones de ética sexual (29 diciembre 1975), en AAS 68 (1976) 77-96. 21. R et P, 17. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 123 hombre. y esta orientación es la que pesa en la vida, sin que se pueda revocar a no ser por una determinación contraria. Hasta que eso ocurre, los actos marginales o «periféricos» la pueden debilitar, pero no la cambian. Si 10 que busc;an estos autores es «introducir un nuevo modo de valorar las acciones humanas» y, en concreto, establecer una nueva medida de «la naturaleza y posibilidad del pecado» 22, la Declaración Persona humana ha desautorizado -en cuanto al uso que hacen de ella- la teoría de la opción fundamental 23. La Exhortación Apostólica no hace otra cosa que reafirmar la enseñanza anterior de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. b) Distinción entre pecado mortal y grave Los resultados de la opción fundamental así entendida vienen a establecer como criterio funcional que una cosa es el pecado mortal y otra distinta el pecado grave. Si lo que aparta de Dios y lo que hay que confesar es el pecado mortal, según la enseñanza y la disciplina de la Iglesia Católica, tal distinción descargaría completamente la preocupación por el pecado. Lutero se hubiese sentido con ella no menos satisfecho que con la justificación por la sola fe. A la luz de la Revelación distingue Juan Pablo 11 los pecados que conducen a la muerte y los que no llevan a la muerte (1 lo 5,16s). En San Agustín la clasificación adquiere esta formulación: 22. Ralph McINERNY, La opClOn fundamental: reflexiones de un filósofo, en Reconciliación y penitencia, V Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, bajo la dirección de J. SANCHO Y otros, Pamplona 1983, p. 387 Y s. 23. «Algunos llegan a afirmar que el pecado mortal que separa de Dios sólo se verifica en el rechazo directo y formal de la llamada de Dios, o en el egoísmo que se cierra al amor del prójimo completa y deliberadamente. Sólo entonces tendría lugar una opción fundamental, es decir, una de aquellas decisiones que comprometen totalmente a una persona, y que serían necesarias para constituir pecado mortal... Pero una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados, como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso, no es verdad que los actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal» (S. CONGREGACIÓN PARA LA DocTRINA DE LA FE, Decl. Persona humana, lO, en AAS 68 (1976) 88). Estos autores aplican la teoría sobre todo al campo de la vida sexual, donde se produciría con más dificultad el cambio de opción fundamental en relación a Dios, ya que en este terreno «no se viola comúnmente el orden moral con acto plenamente deliberado y responsable, sino más bien por impulso de la pasión, por debilidad o inmadurez, y a veces por . aquella vana opinión que juzga testificar así su amor a los prójimos» (ibid.). 124 JESÚS SANCHO' pecados mortales y pecados veniales, aceptada por la tradición teológica posterior. Esta valoración responde, por una parte, a que el pecado mortal rompe la trayectoria del fin último que es Dios, matando la vida del alma que consiste en la caridad; el pecado venial, por el contrario, no separa del fin último. Por otro lado, el pecadO' mortal devenga de suyo pena eterna, cosa que no sucede con los pecados veniales. Pero, si se mira al contenido objetivo del pecado, la gravedad de la materia hace que se llame pecado grave, en lugar de pecado mortal, aunque de hecho son equivalentes o, por mejor decir, son una y la misma cosa 24. El juicio que pesa sobre esta nueva clasificación del pecadO' queda patente en este párrafo: «Recogemos aquí el núcleo de la enseñanza tradicional de la Iglesia, reafirmada con frecuencia y con vigor durante el reciente Sínodo. En efecto, éste no sólo ha vuelto a afirmar cuanto fue proclamado por el Concilio de Trento sobre la existencia y la naturaleza de los pecados mortales y veniales, sino que ha querido recordar que es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Es un deber añadir -como se ha hecho también en el Sínodo- que algunos pecados, por razón de su materia, son intrínsecamente graves y mortales. Es decir, existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto. Estos actos, si se realizan con el suficiente conocimiento y libertad, son siempre culpa grave» 25. c) El pecado social También conduce a la disminución del sentido del pecado otra terminología, que responde a la sensibilidad de la teología de la liberación. Se empezó a hablar del pecado social, y ha venido a imponerse hasta desplazar al pecado personal, dentro del ámbito de influencia de estos autores. En el contexto de la teología de la liberación, el reduccionismo ha llegado a fijar la noción de pecado en 24. «Si se mira además a la materia del pecado, entonces las ideas de muerte, de ruptura radical con Dios, sumo bien, de desviación del camino que lleva a Dios o de interrupción del camino hacia El (modos todos ellos de definir el pecado mortal) se unen con la idea de gravedad del contenido objetivo; por esto, el pecado grave se identifica prácticamente, en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal» (R et P, 17). 25. [bid. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 125 el pecado contra el hombre 26, o pecado objetivo de las estructuras, del sistema, de la sociedad, pero no de la persona individual y concreta. Dejando claro que «el pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad» :7, el documento no tiene escrúpulo en aceptar la terminología -que sólo tiene utilización en sentido analógico- para señalar la dimensión social del pecado personal. Tres aspectos justifican el uso analógico de la expresión pecado social: la solidaridad humana -se puede hablar de una comunión de pecado-, los pecados de agresión directa contra el prójimo (co.ntra el amor, contra la justicia, contra los derechos de la persona humana, contra el bien común, etc.), y finalmente las relaciones pervertidas entre las distintas comunidades humanas. Por eso, «la Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta las enteras Naciones y bloques de Naciones, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentraCión de muchos pecados personales» 28. 2. El papel de la Iglesia La reconciliación fontal de que habla Juan Pablo 11 29 es «principalmente un don del Padre celestial» 30, que resuelve la ruptura radical del pecado, origen y razón de todas las demás tensiones. El calificativo es justo y exacto; no fue otro el motivo de la Encarnación redentiva del Hijo de Dios 31, que vino a reconciliarnos con Dios Padre. Por eso la reconciliación «se concreta en el misterio de Cristo Redentor, reconciliador, que libera al hombre del pecado 26. «El secularismo ... no puede menos de minar el sentido del pecado. Este último se reducirá a lo sumo a aquello que ofende al hombre» (R et P, 18). 27. ¡bid., 16. 28. ¡bid. 29. ¡bid., 4. 30. ¡bid., S. 31. «Qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis. Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et horno factus esto Crucifixus etiam pro nobis sub Pontio Pilato passus et sepultus es!» (CREDO DE LA MISA). 126 JESÚS SANCHO en todas sus formas» 32. Esta es la teología de la reconciliación en Cristo, tan fuertemente subrayada por San Pablo: «Todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18). Que la reconciliación es don de Dios y nos viene por Jesucristo, no es difícil de entender, ni tampoco de aceptar. Pero el Apóstol hace en esas palabras una extensión de los ministros de la reconciliación: «nos ha confiado el ministerio de la reconciliación». ¿Qué significa eso? Significa que Dios ha institucionalizado la reconciliación a través de sus Apóstoles, es decir, en la Iglesia y por la Iglesia, que continúa la misión de Jesucristo. En consecuencia, todo el que quiera alcanzar la reconciliación con Dios, habrá de alcanzarla por Cristo en la Iglesia, y, concretamente, a través del sacerdote. No vale confesarse sólo con Dios. Hay que confesarse con Dios, pero además debe hacerse con aquél que le representa, puesto que «en las manos y labios de los apóstoles, sus mensajeros, el Padre ha puesto misericordiosamente un ministerio de reconciliación que ellos llevan a cabo de manera singular, en virtud del poder de actuar in persona Christi» 33. Aunque exista, pues, «la mentalidad, a veces dífundida, de que se puede obtener el perdón directamente de Dios incluso de modo ordinario, sin acercarse al sacramento de la reconciliación» 34, «sería insensato, además de presuntuoso, querer prescindir arbitrariamente de los instrumentos de gracia y de salvación que el Señor ha dispuesto y, en su caso específico, pretender recibir el perdón prescindiendo del Sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón. La renovación de los ritos, realizada después del Concilio, no autoriza ninguna ilusión ni alteración en esta dirección» 35. Podría resumir la intencionalidad del documento en este punto el título de «la Iglesia, gran sacramento de reconciliación» 36, cuya interpretación estaría en aquel otro: mysterium pietatis 37, que es el mismo Cristo. Cristo y su Iglesia son un misterio de piedad, de perdón, de reconciliación, porque no buscan condenar sino curar al hombre, que mereció la atención de Dios hasta hacerse uno 32. R et P, 7. 33. Ibid., 8. Cfr. JUAN PABLO II, La Iglesia y el perdón de los pecados, Audiencia general (22 febrero 1984). 34. Ibid., 28. 35. Ibid., 31, I. 36. Ibid., título del n." 11. 37. Ibid., 19. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 127 de nosotros, por nosotros y para nosotros. Bien lo entendió San Agustín, que decía: «Yo quiero curar, no acusar» 38. La actuación de la Iglesia y su manera característica en la pastoral de la Penitencia están señaladas en este párrafo: «Siendo discípula del único Maestro Jesucristo, la Iglesia, a su vez, como Madre y Maestra, no se cansa de proponer a los hombres la reconciliación y no duda en denunciar la malicia del pecado, en proclamar la necesidad de la conversión, en invitar y pedir a los hombres reconciliarse con Dios. En realidad ésta es su misión profética en el mundo de hoy como en el de ayer; es la misma misión de su Maestro y Cabeza, Jesús. Como El, la Iglesia realizará siempre tal misión con sentimientos de amor misericordioso y llevará a todos la palabra de perdón y la invitación a la esperanza que viene de la Cruz» 39. 11. Los CAMINOS DE LA RECONCILIACIÓN La tercera parte de la Exhortación Apostólica centra la atención en la pastoral de la Penitencia y de la reconciliación. Como la intencionalidad del documento es universal -la Iglesia de modo inmediato, pero también la humanidad entera-, entre los diversos medios para alcanzar la ansiada reconciliación señala el diálogo, la catequesis, los sacramentos y particularmente la Penitencia, que es el sacramento de la conversión y de la reconciliación. 1. El diálogo es considerado como instrumento de proyección universal en el actuar de la Iglesia. En efecto, con talante de diálogo se aproxima la Iglesia Católica a los otros núcleos que comparten la fe en Jesucristo, aunque no vivan plenamente identificados con ella en la fe, en la obediencia y en los medios de santificación que son los sacramentos. La Iglesia está vivamente interesada en este diálogo ecuménico, pero no desde «una actitud de indiferencia hacia la verdad», sino desde la fidelidad al legado recibido de su divino Fundador. «Por una preocupación humanitaria» interpone «su autoridad moral» y se esfuerza por dialogar o estimula a que dialoguen «los 38. ¡bid., 31, II. 39. ¡bid" 12. 128 JESÚS SANCHO gobernantes de las naciones y los responsables de las distintas instancias internacionales», con el fin de buscar la reconciliación y la paz. Y, dentro de la misma Iglesia, el diálogo es el modo actual de componer las diferencias que inevitablemente se suscitan en la convivencia de unos con otros. De ahí que, en el diálogo de la reconciliación que la Iglesia persigue, entren todos: la Santa Sede con sus organismos, los Obispos, los sacerdotes, los laicos; todos están comprometidos y a todos reclama la Exhortación Apostólica, por esa común y distinta responsabilidad que a todos y a cada uno cabe, según el lugar que ocupa en la Iglesia 40. 2. Pero, si el diálogo es el instrumento de proyección universal, dentro de la Iglesia es la catequesis el primer medio que hay que emplear. El relieve de esta actividad intraeclesial puede medirse por la afirmación de que «la Iglesia es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15) y ha sido puesta en el mundo ·como Madre y Maestra», sin que pueda «olvidar el cometido de enseñar la verdad que constituye un camino de vida». Para que no se desvirtúe la función de la catequesis en la pastoral de la Penitencia y de la reconciliación, advierte el documento que «lo pastoral no se opone a lo doctrinal, ni la acción pastoral puede prescindir del contenido doctrinal del que, más bien, saca su esencia y su validez real». Por eso propone los puntos que debe abarcar esta catequesis específica y que son: catequesis sobre la reconciliación, sobre la penitencia, sobre la conciencia y su formación, sobre el sentido .del pecado, sobre la tentación, sobre el ayuno, sobre la limosna, sobre los novísimos, sobre la doctrina social de la Iglesia que puede iluminar grandemente la reconciliación «en el delicado campo de las relaciones humanas y de la convivencia social a todos los niveles» 41. 3. Naturalmente un programa orgánico, claro y completo, de pastoral de la reconciliación y de la penitencia, había de desemb6~ car en los sacramentos. El Concilio Vaticano 11 ha visto cómo la actividad toda de la Iglesia culmina en la Eucaristía, y que con ella están relacionados los demás sacramentos 42. Es decir, que los esfuerzos evangelizadores, catequéticos, organizativos, etc., acaban en los sacramentos, por la sencilla razón de que el fin de la Iglesia 40. R et P, 25. 41. R el P, 26. 42. Cfr. CONC. VATle. lI, Decr. Presbyleroram Ordinis, 5. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «R.ECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 129 es el fin sobrenatural de la salvación del hombre (cfr. 1 Tim 2,4), lo que se consigue únicamente con la gracia que de ordinario se nos da en los sacramentos. La Exhortación Apostólica busca «en el misterioso dinamismo de los sacramentos» el · aspecto reconciliador que encierra cada uno de ellos. Pero, dado que no falta quien vincula la remisión del pecado mortal a la recepción de la Eucaristía -sin previaconfesión-, recuerda Juan Pablo 11 «que ningún cristiano, consciente de pecado grave, puede recibir la Eucaristía antes de haber obtenido el perdón de· Dios». Y la costumbre de la Iglesia es que el camino para obtenerlo está en el sacramento de la confesión. La advertencia de San Pablo: «Examínese, pues, el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación» (1 Cor 11,28-29), ha sido entendida por el Concilio de Trento en el sentido de que «nadie, consciente de estar en pecado mortal, aunque se considere arrepentido, se acerque a la· santa Eucaristía sin hacer previamente la confesión sacramental. Que si se encuentra en caso de necesidad y no tiene manera de confesarse, debe antes hacer un acto de contrición perfecta». Esta enseñanza se repite en la Instrucción Eucharisticum mysterium de 1967, aprobada por Pablo VI, en plena sintonía con los decretos de Trento, y la re actualiza ahora Juan Pablo 11 en la Exhortación Apostólica 43. La función de reconciliar del pecado mortal cometido después del bautismo corresponde al sacramento de la Penitencia, que se encuentra hoy amenazado por «el oscurecimiento de la conciencia moral y religiosa, la atenuación del sentido del pecado, la desfiguración de] concepto de arrepentimiento, la escasa tensión hacia una vida auténticamente cristiana ... , y la rutina de una práctica sacramental acaso sin fervor ni verdadera espiritualidad, originada quizás por una consideración equivocada y desorientada sobre los efectos del sacramento» 44. En efecto, «Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del bautismo recibieran la gracia y se reconciliaran con Dios» 45. Y «este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere ... a sus Apóstoles: 'Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les 43. R el P, 27. 44. ¡bid., 28. 45. ¡bid., 30. 130 JESÚS SANCHO serán retenidos' ... Jesús confirió tal poder a los Apóstoles incluso como transmisible -así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos- a sus sucesores, investidos por los mismos Apóstoles de la misión y responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del Evangelio y de ministros de la obra redentora de Cristo» 46. El sacerdote actúa in persona Christi al ejercer el ministerio del perdón en el sacramento de la Penitencia, y ese es el medio querido por Dios 47. y para que nadie piense equivocadamente que es otra la brújula de los rumbos conciliares después del Vaticano 11, se advierte que «la renovación de los ritos, realizada después del Concilio, no autoriza ninguna ilusión ni alteración en esta dirección». Por el contrario, la intención de la Iglesia ha sido «suscitar en cada uno de nosotros un nuevo impulso de renovación de nuestra actitud interior, esto es} hacia una comprensión más profunda de la naturaleza del Sacramento de la Penitencia; hacia una aceptación del mismo más llena de fe, no ansiosa sino confiada; hacia una mayor frecuencia del Sacramento, que se percibe como lleno del amor misericordioso del Señor» 48. 111. ALGUNAS CONVICCIONES FUNDAMENTALES Bajo este epígrafe Juan Pablo 11 recapitula el patrimonio tradicional de la doctrina católica sobre el sacramento de la Penitencia, que debe presidir cualquier pastoral del sacramento. Indudablemente este apartado tiene relevancia singular en el terreno pastoral, no menos que en el doctrinal. 1. El resumen de estas convicciones de fe, como las califica la Exhortación, comienza con este enunciado: «para un cristiano, el Sacramento de la Penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo» 49. Es cierto que la teología atribuye a Jesucristo la «potestad de excelencia», reconociendo en El la soberanía sobre los sacramentos, 46. 47. 48; 49. ¡bid., 29. ¡bid. ¡bid., 31, l. ¡bid. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 131 que hace que pueda conferir sus efectos con independencia del rito; solo imperio, dice Santo Tomás, con sólo el querer so. Una aplicación de esta doctrina la encontramos en la enseñanza del Concilio de Trento cuando afirma -en el caso concreto del sacerdocio como capacidad de consagrar la Eucaristía- que, al decir a los Apóstoles «haced esto en memoria mía» (Lc 22,19), les dio el poder y el encargo de celebrar la Eucaristía, porque con esas palabras los instituyó sacerdotes 51. Pero la potestad de excelencia la tiene El y no su Iglesia ni sus ministros. Por tanto, en lo que nosotros sabemos y podemos, no tenemos otro instrumento de perdón que el sacramento; y, si algún medio extrasacramental se reconoce, como la contrición que perdona el pecado antes de recibir realmente el sacramento, depende de él y lo exige de tal manera que es medio extraordinario del perdón porque incluye el voto de la Penitencia 52. 2. Aunque modernamente se pudo pensar que no se avenía con la mentalidad del hombre de hoy la función penitencial entendida como acto judicial, y algunos buscaron reintrepretar la enseñanza tridentina y tradicional, el documento reafirma que el ejercicio de la Penitencia es <¿una especie de acto judicial». La justa comprensión de esta condición judicial -sólo .por analogía comparable con los tribunales humanos- la expresa el documento con esta frase de San Agustín: «Yo quiero curar, no acusan>. Se trata, por tanto, de un juicio de misericordia, donde la humildad y la sinceridad del penitente son recompensadas con el perdón y la paz, al tiempo que se le aplica el remedio que sana y previene contra el pecado. El juez se muestra como perdonador misericordioso porque su condición es la de padre, de médico y de maestro; como Cristo en el Evangelio, acogiendo a los pecadores. Pero es también juez, que necesita conocer la situación del hombre que se acerca buscando la reconciliación con Dios, para poder aplicarle el oportuno remedio. Si el pecador accede debida- 50. Cfr. SANTO TOMÁS, Sumo Th., 3 q 64 a 3 y 4 c. 51. "Si quis dixerit, illis verbis: Hoc facite in meam commemorationem (Le 22,19; 1 Cor 11,24), Christum non instituisse Apostolos sacerdotes, aut non ordinasse, ut ipsi aliique sacerdotes offerrent corpus et sanguinem suum, a.s.» (CONC. TRIO., ses. 22, De Missae sacrificio, C. 2, en Dz 949/ 1752). 52. "Etsi contritionem hanc aliquando caritate perfectam esse contingat hominemque Deo reconciliare, priusquam hoc sacrarrltmtum actu suscipiatur, ipsam nihilominus reconciliationem j psi contritioni sine sacramenti voto, quod in illa includitur, non esse adscrioendam» (CONC. TRIO., ses. 14, De sacram. paenit., cap. 4, en Dz 898/ 1677). 132 JESÚS SANCHO mente dispuesto, alcanza un «tribunal de misericordia o lugar de curación espiritual; bajo ambos aspectos el Sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Y precisamente por esto el Sacramento implica, por parte del penitente, la acusación sincera y completa de los pecados, que tiene por tanto una razón de ser inspirada no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad y de la mortificación), sino inherente a la naturaleza misma del Sacramento» 53. Si no tiene las debidas disposiciones, la Penitencia sigue siendo el mismo tribunal de misericordia; pero, al no cumplir con las exigencias que Dios le reclama, el pecador no puede ser absuelto sino retenido en sus pecados: «A los que les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a los que se los retengáis, les quedarán retenidos» (lo 20,23). El ministro de la Penitencia no puede entonces -muy a su pesar- absolver del pecado, por falta de disposiciones; debe defender los derechos de Dios. Aquí estriba la necesidad de la confesión, y ésta es también la razón por la que la Iglesia, en determinadas situaciones, se muestra excepcionalmente clemente y dispuesta a asistir a determinados hijos suyos que viven en situación irregular, al tiempo que los excluye de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, hasta que esa situación irregular desaparezca. 3. El capítulo de las disposiciones presenta, pues, un relieve singular en la Penitencia. No son sólo disposiciones, sino parte del sacramento: «componen el signo sacramental del perdón y de la reconciliación... son actos del penitente, de diversa importancia, pero indispensable cada uno o para la validez e integridad del signo, o para que éste sea fructuoso» 54. La diferencia con los demás sacramentos es clara. Mientras que en éstos los requisitos esenciales son la capacidad, la intención y el 53. «Quamvis autem absolutio sacerdotis alieni beneficii sit dispensatio, tamen non est solum nudum ministerium vel annuntiandi Evangelium vel declarandi remissa es se peccata: sed ad instar actus iudicialis, quo ab ipso velut a iudice sententia pronuntiatun> (CONC. TRID., ses. 14, De sacram. paenit., cap. 6, en Dz 902/1685; c. 9, en Dz 919/ 1709). R et P, 31,11. Cfr. J. SANCHO, Necesidad «ex iure divino» de la confesión de los pecados en el sacramento de la Penitencia, en Sobre el sacramento de la Penitencia y las absoluciones colee. tivas, Pamplona 1976, pp. 75-101; La Penitencia, sacramento constitutivamente jurisdiccional, recensión al libro de Julio Jiménez Berguecio, en Ius Canonicum16 (julio-diciembre 1976), 362-364: 54. R et P, 31,111. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 133 rito objetivamente bien realizado, siendo las disposiciones únicamente requisitos para la fructuosidad,en la Penitencia los actos del penitente componen el rito · objetivo junto con la absolución del sacerdote. Por tanto, igual que no hay sacramento si no se da la absolución, tampoco existirá si faltan las disposiciones del penitente. Luego no existe sacramento válido pero informe. Son nociones diferentes y separables en los otros sacramentos, que en éste de hecho coinciden. Con pinceladas personales Juan Pablo II señala las distintas perspectivas y significados de los actos del penitente, particularmente la sinceridad de la conciencia, que descubre en el examen el hecho de que «yo he pecado»; la principalidad de la contrición y el propósito que la acompaña; la necesidad de la confesión o acusación de los pecados para que el pecador sea conocido por el juez y curado por el médico; la absolución, que es la misericordia de Dios más fuerte que la culpa y la ofensa, y la satisfacción como «acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia» 55. En este apartado nos parece advertir el interés por recuperar el sosiego objetivo del sacramento de la Penitencia -en la doctrina y en la práctica-, volviendo a restablecer el equilibrio perdido en estos años por el desajuste que algunos han provocado entre la individualidad y la eclesialidad de este proceso penitencial. Consiguientemente se trata de recuperar la fuerza y el vigor de la práctica de la confesión, con la enorme inoidencia que tiene en la vida ·cristiana. No hay tensión, no hay desajuste ni contradicción real entre ambas valoraciones. Pero encontramos esta alternancia significativa y reiterada, que parece confirmar nuestra impresión. A propósito de la confesión individual se dice que es «signo del encuentro del pecador con la mediación eclesial en la persona del ministro» (eclesialidad), pero que «la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal» (individualidad) 56. O estas otras matizaciones que son una referencia directa al problema: «Ante todo hay que afirmar que nada es más personal e Íntimo que este sacramento en el que el pecador se encuentra ante Dios solo con su culpa, su arrepentimiento y su confianza... Pero al mismo tiempo es innegable la dimensión social de este Sacramento, en el que es la Iglesia entera -la militante, la purgante y la gloriosa del Cielo- la que interviene 55. ¡bid. 56. ¡bid. 134 JESÚS SANCHO' para socorrer al penitente y lo acoge de nuevo en su regazo, tanto más que toda la Iglesia había sido ofendida y herida por su pecado. El Sacerdote, ministro de la penitencia, aparece en virtud de su ministerio sagrado como testigo y representante de esa dimensión eclesial. Son dos aspectos complementarios del Sacramento: la individualidad y la eclesialidad, que la reforma progresiva del rito de la Penitencia, especialmente la del Ordo Paenitentiae promulgada por Pablo VI, ha tratado de poner de relieve y de hacer más significativos en su celebración» 57. Esto nos lleva a no confundir la dimensión social de la Penitencia con la escenificación sensible del sacramento. Igual que en la comunión bajo las dos especies, que representa ritualmente mejor la sacramentalidad de la comida eucarística, pero no comulga más a Cristo que quien lo recibe bajo una sola especie; las razones de Lutero cuando formuló la petitio calicis no eran teológicas sino de otro orden, y la Iglesia no consideró oportuno concederla entonces, aunque sí hoy. Tampoco la Misa es acto privado, afirman Pío XII y Pablo VI en sus respectivas encíclicas 58, sino acción de Cristo y de toda la Iglesia que ofrece el Sacrificio de Cristo y se ofrece con El para beneficio de todos los hombres. Otro tanto ocurre con la Penitencia, que tiene índole individual y social, de relación con Dios y con la Iglesia. Porque «se puede tener el espíritu abierto a la catolicidad y al universo confesándose individualmente, y se puede· estar en actitud individualista cuando se está como perdido en una masa indeterminada» 59, según Juan Pablo 11. 4. Después de estas puntualizaciones, que consideramos de gran interés teológico y pastoral, sigue en pie el propósito del relanzamiento del ministerio de la reconciliación. Al pastor de almas lo que le debe preocupar en última instancia es si la gente se confiesa o no se confiesa y si se confiesa bien. Con razón la última consideración -dentro de este apartado de convicciones fundamentalesse dirige a los sacerdotes, «ministros del sacramento de la Penitencia, pero que somos también -y debemos serlo- sus beneficiarios». El llamamiento de Juan Pablo 11 es sentido y punzante. Porque, vista la Penitencia como norma personal, «la vida espiritual y pas- 57. ¡bid., 31,IV. 58. Cfr. Pío XII, Ene. Mediator Dei (20-XI-1947), en AAS 39 (1947), 556557; PABLO VI, Ene. Mysterium fidei (3-IX-1965), en AAS 57 (1965) 755-761. 59. JUAN PABLO II, La absolución de los pecados en el sacramento de la Penitencia, Audiencia general (28 marzo 1984). EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 135 toral del Sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica personal del Sacramento de la Penitencia... En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la Comunidad de la que es pastor». Por eso invita «a una renovada atención en nuestra confesión personal». El usufructo personal del Sacramento es, por tanto, en gran medida la clave de un fructuoso ministerio penitencial: «la experiencia personal es, y debe ser hoy, un estímulo para el ejercicio diligente, regular, paciente y fervoroso del sagrado ministerio de la Penitencia, en que estamos comprometidos en virtud de nuestro sacerdocio». La conciencia de todos los sacerdotes, principalmente de Obispos y Párrocos, debe urgirles a «que faciliten con todas sus fuerzas la frecuencia de los fieles a este sacramento, y pongan en acción todos los medios posibles y convenientes, busquen todos los caminos para hacer llegar al mayor número de nuestros hermanos la gracia que nos ha sido dada mediante la Penitencia para la reconciliación de cada alma y de todo el mundo con Dios en Cristo» 60. IV. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA y LA ABSOLUCIÓN GENERAL y abordamos un punto decisivo. La reconciliación en sentido plenario o reconciliación fontal tiene el marco institucional único del sacramento de la Penitencia; pOCO o nada conseguirían el diálogo y la catequesis en pro de la reconciliación, si no llegáramos hasta el medio sacramental. Si la dimensión de la Penitencia es, por una parte, el pecado que ofende a Dios y debe ser destruido con la conversión del corazón, esto sólo es posible porque la otra dimensión del sacramento es la infinita misericordia de Dios, más fuerte que el pecado. Para llevar a cabo este proceso está la Iglesia, que opera a través de sus ministros, los sacerdotes, impartiendo el perdón al penitente que se acerca debidamente dispuesto a este tribunal de misericordia, toda vez que actúan in persona Christi; como si hiciera visiblemente el mismo Jesucristo en persona lo que hace invisiblemente por medio del ministro que le representa. El aparato estructural, como se ve, es perfecto. 60. R et P, 31,VI. 136 JESÚS SANCHO El secularismo, sin embargo, y otros fenómenos que conducen a la pérdida del sentido de Dios, con la consiguiente pérdida del sentido del pecado, han repercutido en el abandono de la confesión. Aunque la reforma del Concilio Vaticano 11 buscaba una profundización en la naturaleza del sacramento para conseguir vigorizar el ministerio de la reconciliación, el balance no parece positivo. Hoy los fieles se confiesan menos, si no se quiere decir con otra fórmula más radical: hoy la gente no se confiesa. ¿Por qué? Y los que lo hacen, ¿se confiesan bien?; ¿se confiesan mejor? 1. La confesión individual, único modo ordinario Sin que se entretenga en especiales consideraciones, pero con particular claridad, la Exhortación recuerda las formas de la celebración del sacramento de la Penitencia 61. El punto de partida es -repitiendo las Normas pastorales de 1972, el Ordo Paenitentiae de 1973 y el Código de Derecho Canónico de 1983-, que «la confesión individual e íntegra de los pecados con la absolución igualmente individual constituye el único modo ordinario, con el que el fiel, consciente de pecado grave, es reconciliado con Dios y con la Iglesia. De esta ratificación de la enseñanza de la Iglesia, resulta claramente que cada pecado grave debe ser siempre declarado, con sus circunstancias determinantes, en una confesión individual» 62. Por contraste, todo lo que no sea confesión individual e íntegra con absólución igualmente individual, «reviste un carácter de excepción y por tanto no queda a la libre elección, sino que está regulada por la disciplina fijada para el caso» 63. De las tres formas de celebración de la Penitencia sacramental: a) reconciliación de cada penitente con confesión y absolución individual; b) reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual; c) reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución general, la primera constituye el único modo ordinario, y no puede ni debe dejar de ser usada o descuidada. Es la que permite una mayor valoración de los aspectos personales. La segunda puede equipararse a la anterior en la integridad del rito, distinguiéndose en cuanto que los actos preparatorios a la confesión y absólución individual se hacen comunitariamente, permitiendo des61. [bid., 32. 62. [bid., 33. 63. [bid., 32. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 137 tacar la Palabra de Dios escuchada en común, así como el carácter eclesial de la conversión. Deberá asistir un número suficiente de confesores. Aquí aparecen insertas dos notas importantes: que la elección de una u otra celebración (a o b) debe estar dictada por el verdadero bien espiritual de los fieles, obedeciendo a la disciplina penitencial de la Iglesia, y no por motivos coyunturales y subjetivos; que debe estimularse la confesión frecuente de los pecados veniales, recordada en la Exhortación como muy aconsejable para algunas categorías de fieles. Cabría añadir una tercera: cuidar el aspecto de la celebración, sobre todo de la celebración de la Palabra, para evitar esa rutina que malograría los frutos. Llama la atención la insistente apelación a la disciplina, a la obediencia de la disciplina de la Iglesia. Pablo VI advertía a los Obispos norteamericanos que, en lo concerniente a la absolución general, la fiel observancia de las normas queda comprometida por la fidelidad a la comunión con la Iglesia universal, fidelidad que es garantía de la eficacia sobrenatural en la misión eclesial de la reconciliación 64. Ahora lo hace Juan Pablo 11 65 • Y después de algunos años en los que parecía flotar la incertidumbre, da la impresión de que la cuestión teórica está plenamente resuelta y que, más que un problema teológico, ha venido a ser un problema disciplinar. 2. Posibilidades de absolución colectiva Tales recomendaciones se refieren a la tercera forma o absolución colectiva, y manifiestan cierta nota de preocupación. Este modo de celebrar la Penitencia era conocido desde las dos últimas guerras mundiales en los años 1915 y 1939, cuando sendos documen· tos de la Santa Sede autorizaban impartir la absolución a muchos a la vez (turmatim) ante el peligro inminente de un bombardeo o de la entrada en combate del ejército 66. Con fecha 25 de marzo de 64. Cfr. PABLO VI, Discurso a los Obispos del distrito de Nueva york en visita ad limina (20 abril 1979), en Insegnamenti di Paolo VI, 16 (1978), Políglota Vaticana, p. 289. 65. «No queda a la libre elección, sino que está regulada por la disciplina para el caso» (R et P, 32, párrafo 2); «obedeciendo a la disciplina penitencial de la Iglesia» (ibid., párrafo 5). Cfr. núm. 3~¡t~árrafos 2, 3 Y final. 66. SAGRADA PENITENCIARÍA ApOSTÓLICA, Declaraciófr j febrero 1915), en AAS 7 (1915) 72; SAGRADA CONGREGACIÓN CONSISTORIAL, :,F acultades a los Vicarios castrenses (8 diciembre 1939), en AAS 31 (1939) 712. Estos dos documentos originarios deben completarse con una Respuesta de la Sagrada Peniten- '*tí 138 JESÚS SANCHO 1944 apareció la Instrucción de la Sagrada Penitenciaría regulando la disciplina y condiciones en que podía impartirse la absolución general a tenor de lo dispuesto en las ocasiones dichas. Ante las nuevas dudas suscitadas -teóricas o prácticas-, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el 16 de junio de 1972 las Normae Pastorales, recogidas posteriormente en el Ritual de la Penitencia de 1973 y en el Código de Derecho Canónico de 1983. En resumen, la viabilidad de la absolución general se produce -dado que la confesión individual e íntegra de los pecados con la absolución igualmente individual constituye el único modo ordinario de reconciliación- siempre y sólo cuando una imposibilidad física o moral no permite hacerlo del único modo ordinario. La Exhortación remite al Ritual de la Penitencia y al Código, para el conocimiento de las «condiciones» que legitiman el recurso a la forma c de celebración de la Penitencia. Según el Código son que «amenace peligro de muerte sin que dé tiempo a oír la confesión de cada penitente, o una necesidad grave, es decir, que, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay confesores suficientes para oír debidamente la confesión de cada uno en un tiempo razonable, y los penitentes, sin culpa suya, se verían privados por mucho tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión; cosa que no ocurre en una gran concurrencia con ocasión de fiesta o peregrinación» (c. 961). Estas normas y disposiciones, «fruto de madura y equilibrada consideración, deben ser acogidas y aplicadas, evitando todo tipo de interpretación arbitraria». Lo exige así la fidelidad a la voluntad de Cristo y la obediencia a las leyes de la Iglesia. Por eso «no puede convertirse en forma ordinaria», «no puede ni debe usarse ... si no es en casos de grave necesidad, quedando firme la obligación de confesar individualmente los pecados graves antes de recurrir de nuevo a otra absolución general». Por eso el Obispo no puede determinar «las condiciones que legitiman el recurso a la forma c, sino únicamente valorar si existen en concreto las condiciones que la ley canónica establece»; y «dará este juicio sintiendo la grave carga que pesa sobre su conciencia en el pleno respeto de la ley y de la praxis de la Iglesia», de acuerdo además con los criterios y orien- ciaría en 1940 (cfr. AAS 32 (1940) 571) Y la Instrucción que el mismo Dicasterio romano dicta el 25 de marzo de 1944 (cfr. AAS 36 (1944) 155-156), que estructura de modo sistemático esta materia de la absolución colectiva. Cfr. Tomás RINCÓN, Documentos pontificios más recientes acerca del sacramento de la Penitencia, en Sobre el sacramento de la Penitencia y las absoluciones colectivas, Pamplona 1976, pp. 21-49. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 139 taciones concordados con los otros miembros de la Conferencia Episcopal, que habrá tenido en cuenta las bases doctrinales y pastorales dichas. Por eso los simples sacerdotes no pueden ya emitir juicio sobre la existencia de las condiciones; esto corresponde úni-c amente al Obispo en el ámbito de su diócesis 67. El fin de todas estas precisiones es poner de relieve la voluntad misericordiosa de Cristo, único Salvador de los hombres y autor de los sacramentos, que quiso hacer así las cosas con su poder soberano. La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, sabe que son así las -c osas: 10 proclama su Magisterio vivo, y 10 «siente» el entero Pueblo de Dios dotado del sensus fidei. 3. El derecho de los fieles Al enjuiciar la absolución colectiva debe tenerse en cuenta otra razón, mucho más sencilla que la argumentación técnica, una razón -muy simple pero profunda, que no quiere pasar por alto Juan Pa-blo II: el derecho de los fieles a no ser tratados anónimamente, >como masa, sino en su originalidad personal de hombres redimidos al precio de la Cruz, como rubíes teñidos en la sangre de Dios. Ya en la Encíclica Redemptor hominis defiende el «derecho particular del alma humana» a una unión más suya con Cristo, que -perdona a través de suministro, derecho que se conforma correlativamente con otro derecho de Cristo sobre cada hombre redimido 68. Lo recordaba en marzo del año pasado, durante una de las últimas catequesis del año jubilar de la Redención, añadiendo: «muy -frecuentemente he insistido no sólo sobre el deber de la absolución -personal, sino también sobre el derecho que tiene cada uno de los pecadores a ser acogido y llegar a él en su originalidad insustituible 67. R ét P, 33. 68. "Propterea Ecclesia, dum fideliter asservat productum plura per :saecula usum Sacramenti Paenitentiae -hoc est usum confessionis singularis, .copulatae cum actu doloris propositoque emendationis et satisfactionis-ius particulare animae humanae tuetur; quod scilicet ius refertur ad congres-sionem, uniuscuiusque hominis magis propriam, cum Christo Cruci affixo, qui ignoscit, cum Christo, qui per sacramenti Reconciliationis ministrum declarat: "dimittuntur peccata tua'; 'vade, et amplius iam noli pecare'. Uti plane perspi·cuum est, hoc pariter ius Christi est, quod is habet erga quemque hominem a se redemptum» (JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, 20 (4 marzo 1979), en .Insegnamenti di Giovanni Paolo lI, Libreria Editrice Vaticana 1979 (II), :p. 600). 140 JESÚS SANCHO e irrepetible» 69. En la Exhortación Apostólica vuelve sobre esta realidad inserta en la entraña del ser cristiano: «A los pastores queda la obligación de facilitar a los fieles la práctica de la confesión íntegra e individual de los pecados, lo cual constituye para ellos no sólo un deber, sino también un derecho inviolable e inalienable, además de una necesidad del alma» 70. Este es el espíritu -y la letra- de la diaconía, el termino bíblico del Nuevo Testamento con el que el Concilio Vaticano 11 quiso calificar el ministerio de los Obispos y de todos los pastores del pueblo de Dios 71. «Porque los ministros, que gozan de un poder sagrado, están al servicio de sus hermanos, para que todos los que pertenecen al pueblo de Dios y, por tanto, gozan de una verdadera dignidad cristiana, al perseguir libre y ordenadamente el mismo fin, lleguen a la salvación» 72. Cuando se cumplen veinte años de la clausura del Concilio, acaso es oportuno el recordarlo. Es lo que hace la Exhortación Apostólica, aplicándolo al caso específico de la Penitencia. Hay que saber interpretar, pues, el caso de la absolución colectiva en el espacio que media entre la voluntad institucional de Cristo y el derecho subjetivo de los fieles. Una óptica distinta podría conducimos a situaciones en las que tal absolución estuviera provocada por el incumplimiento, por parte de los pastores, «de la obligación de facilitar a los fieles la práctica de la confesión íntegra e individual de los pecados». Y este incumplimiento de un deber en el fiel tendría su origen en que el pastor ha conculcado un derecho personal, «inviolable e inalienable». Justo, lo contrario de la diaconía. Quede en pie, por tanto, que existe un derecho positivo de los fieles, que hay que respetar Íntegramente. Por supuesto que este 69. JUAN PABLO 11, La absolución de los pecados en el sacramento de la Penitencia, Audiencia del 28 de marzo de 1984. Cfr. Discurso a los Obispos de la India en su visita ad limina (26 abril 1979); Homilía en la Misa del Phoenix Park en Dublin (29 septiembre de 1979); Homilía a unos jóvenes irlandeses (28 de agosto de 1980); Discurso a la Sagrada Penitenciaría Apostólica (30 de enero de 1981); Homilía en el Quezon Circle de Manila (19 de febrero de 1981); Discurso a los Obispos franceses (1 de abril de 1982); etc. 70. R et P, 33. 71. «Munus autem illud, quod Dominus pastoribus populi sui commisit, verum est servitium quod in sacris Litteris diakonia seu ministerium signanter nuncupatur (cfr. Act 1,17 et 25; 21,19; Rom 11,13; 1 Tim 1,12)>> (CONC. VATIC. n, Consto dogm. Lumen gentium, 24). Cfr. A. DEL PORTILLO, Fieles Y' laicos, Pamplona 1969, pp. 84-85; 90 ss. 72. CONC. VATIC. 11, Consto dogm. Lumen gentium, 18. EXHORTACI6N APOST6LICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 141 derecho no se refiere a una exigencia de la gracia sobrenatural del sacramento; tanto el sacramento como la gracia de la reconciliación son un don gratuito, como la Exhortación no cesa de repetir. El derecho es una instancia ante los Pastores, que tienen la obligación de proporcionar a los fieles los medios salvÍficos instituidos por Cristo. Y como verdadero derecho y verdadero deber mutuamente implicados, pertenecen al campo de la estricta justicia; hasta el punto de que el sacerdote tiene obligación de justicia de atender el confesonario, iIlcluso dejando otras ocupaciones que pudieran impedirle esta actividad pastoral eminente 73. 4. ¿Absolución ilícita o inválida? En consecuencia, debe procurarse normalmente a los fieles -puesto que gozan de verdadero derecho- la posibilidad de acceder al sacramento de la Penitencia en confesión individual e Íntegra. Pero, en los casos contemplados por la disciplina de la Iglesia para la absolución colectiva, ésta es válida, lícita y fructuosa, subviniendo a la grave necesidad de los fieles con la gracia del perdón por este modo excepcional ya que por imposibilidad física o moral no se puede hacer otra cosa. Que no es lícito recurrir al modo excepcional fuera de los casos señalados y previstos, está repetidamente dicho en 10 que venimos afirmando al recordar el Magisterio de Pablo VI y Juan Pablo 11. Por eso se habla de «abuso» y de que «no es lícito» 74. 73. "Ordinarii locorum necnon, quantum ad eos attinet, sacerdotes, one· rata conscientia cavere tenentur, ne confessariorum numerus exiguus fíat eo quod nonnulli sacerdotes neglegant hoc insigne ministerium, dum temporalibus negotiis implicantur, vel aliis ministeriis non adeo necessariis incumbunt, praesertim si ea a diaconis vel laicis idoneis praestari possunt» (S. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Normae Pastorales, IV, en AAS 64 (1972) 512). A esta disposición se refería Pablo VI cuando decía a los Obispos neoyorkinos (cfr. supra nota 64), a propósito del ministerio del confesonario, que podrían verse obligados a dejar otras actividades por falta de tiempo, pero jamás el confesonario: "Other works, for lack of time, may have to be postponed or even abandoned, but not the Confessional» (Insegnamenti di Paolo VI, XVI (1978), Políglota Vaticana 1979, p. 289). Juan Pablo 11 las repetía el 31 de mayo de 1982 en la homilía que pronunció en la catedral de Cristo Rey de Liverpool, durante su viaje apostólico a Inglaterra. 74. "Absolutiones sacramentales modo generali impertitae, nisi supradictae normae serventur, tamquam abusus graves habendae sunt» (Normae Pastorales, XIII, en AAS 64 (1972) 514). Cfr. la Instrucción de la Sagrada Penitenciaría (25 marzo 1944), 111, en AAS 36 (1944) 156; JUAN PABLO 11, Discurso a la Conferencia Episcopal Española (31 octubre 1982). 142 JESÚS SANCHO Sin embargo, flota en el aire una pregunta, que acaso preocupe menos al pastor, pero sí al jurista y al teólogo. Esa absolución colectiva que va contra las disposiciones de la Iglesia, ¿ es sólo ilícita o resulta también inválida? La cuestión tiene importancia desde el punto de vista teórico, puesto que el concepto de invalidez representa una gravedad objetiva en modo alguno subsanable, al paso que la ilicitud puede corregirse por la buena fe. El problema empieza a plantearse 75. Para acotar hipótesis, demos por hecho que el ministro tiene potestad expedita para perdonar los pecados y que tiene intención de absolver (cfr. c. 966); asimismo que el penitente va sinceramente y con dolor de sus pecados en busca de la absolución. De este modo reducimos el supuesto al caso de la absolución colectiva que ha sido provocada y, por tanto, la falta de confesión individual e íntegra ha sido decidida arbitrariamente porque ni física ni moralmente era imposible el hacerla. Los textos del Código de Derecho Canónico señalan como requisitos ad valorem las disposiciones del penitente: dolor, propósito de la enmienda} la manifestación del pecado y la satisfacción, añadiendo en el caso de la absolución colectiva el propósito de confesar individualmente e íntegramente a su debido tiempo los pecados graves que entonces no puede confesar (c. 962). Son las disposiciones ordinarias para recibir el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia, entendiendo que la manifestación de los pecados en el caso de la absolución colectiva será la posible en aquel momento, es decir, una confesión genérica manifestada de alguna manera. Por cuanto las disposiciones del penitente forman parte del sacramento -son la materia próxima-, ningún moralista dudaría en declarar inválido el acto sacramental al que falta el dolor, el propósito o la voluntad de satisfacer; y no hay razón para decidir otra cosa, si falta la manifestación íntegra de los pecados dispensada arbitrariamente. Por derecho divino es necesaria la confesión 75. Cfr. E. TEJERO, Las absoluciones colectivas, en Sobre el sacramento de la Penitencia y las absoluciones colectivas, Pamplona 1976, p. 150 ss.; A. BANDERA, Magisterio de Juan Pablo II sobre el sacramento de la Penitencia, en Reconciliación y Penitencia, V Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, edición dirigida por J. SANCHO Y otros, Pamplona 1983, pp. 721·747; A. GARcfA, Las absoluciones colectivas ... , ibid., pp. 869-896; T. RINCÓN, Comentarios a los cánones 962-963, en Código de Derecho Canónico, Pamplona 1983, pp. 583-584. EXHORTACI6N APOST6LICA «RECONCILIATIO ET PAENITENTIA» 143 integra -al menos formalmente-, y no se puede dispensar su aportación como parte de la estructura objetiva del sacramento. La Iglesia no la dispensa porque no la puede dispensar, ya que es indispensable. Lo único que hace es que, habiendo grave necesidad en un momento en que no puede cumplirse la confesión íntegra por imposibilidad física o moral, acepta la confesión genérica o posible, dejando para más adelante la suplencia de lo que no se ha podido hacer ahora. Por eso exige el propósito de completar la confesión una vez ha transcurrido la imposibilidad, y es siempre necesario confesar los pecados no declarados a las llaves de la Iglesia. Podemos concluir estas notas volviendo a recordar la llamada a la esperanza, como estímulo de la acción pastoral en el ministerio de la reconciliación; pero sin olvidar la fidelidad: «Cosas sagradas son unas y otras -los Sacramentos y las conciencias-, y exigen por parte nuestra ser servidas en la verdad» 76. 76. R et P, 33.