PINTURA ABELARDO MIGUEL, “EL PINTOR DE MARIÑEIROS” MARÍA FIDALGO CASARES Doctora en Historia del Arte Abelardo Miguel López Leira (Pontedeume 1918-1991), “Abelardo Miguel”, fue un artista de talla excepcional y extraordinariamente prolífico que dedicó su vida a la proyección pictórica de Galicia y sus gentes. Desarrolló dentro de su generación una de las trayectorias menos conocidas pero más autónomas, personales y representativas de la pintura gallega de los últimos siglos. El rigor conceptual y formal de su técnica, su compromiso existencial y social con el colectivo marinero y una intensa identificación con Galicia caracterizan la obra y la personalidad de una figura casi desconocida en el discurso estético de la cultura gallega contemporánea. Hay que sumar a sus grandes méritos artísticos, que las obras de Abelardo Miguel presentan una singularidad que potencia aún más su legado: un valor intangible que las etiqueta como Patrimonio Etnográfico y Antropológico ya que representa los valores intemporales y representativos que desde cronologías inmemoriales se transmitieron y permanecieron en la memoria colectiva de Galicia. Lamentablemente subyace el matiz trágico de que su reconocimiento haya sido post-mortem y que su camino discreto y solitario no le haga ocupar el puesto que en justicia le correspondería entre los artistas hoy consagrados, las exposiciones institucionales y las colecciones de referencia de la cultura gallega. Biografía Abelardo Miguel López Leira nació pintor en Pontedeume en 1918 en el seno de una humilde y numerosa familia de pescadores. Pontedeume era entonces una villa marinera como tantas otras de la costa gallega, con la estructura socioeconómica propia del siglo XIX y principios del XX en la 4 Feira do 21 que convivían la emigración a ultramar, la mayoritaria dedicación a la pesca y actividades agropecuarias complementarias. Excepcionalmente dotado para el arte, dibujó desde la más tierna infancia. Sus cualidades fueron innatas y la pintura fue su acto vital por excelencia. La valía del niño llamó la atención de Jesito, profesor de Dibujo en A Coruña, que convenció a la familia de las posibilidades del pequeño y Abelardo deja su Pontedeume natal y cursa estudios brillantemente en la Escuela de Artes de A Coruña. Sus logros allí le hicieron merecedor de una beca de la Diputación en una de las escuelas del arte más prestigiosas de Europa: la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La concesión de esta beca dice mucho del talento del niño pintor, ya que no tenía padrinos ni influencias y las Diputaciones eran muy estrictas, de hecho esta beca fue negada a consagrados como Imeldo Corral, Bello Piñeiro, o el propio Laxeiro. El joven Abelardo Miguel tuvo que posponer su entrada en la Academia por el estallido de la guerra. Es herido gravemente en Brunete por una granada y soportará una dura convalecencia. Esta lesión bélica le dejará secuelas que arrastrará el resto de su vida. Lo más significativo en su trayectoria es que desde que nace y desarrolla sus planteamientos estéticos volverá a ellos de forma recurrente y los más emblemáticos no sufrirán grandes variaciones. Los cimientos de su universo plástico se forjan en su infancia, y los posteriores estudios académicos, la apertura de horizontes en el extranjero, el contacto con las vanguardias, su admiración por los clásicos, no harán que varíen sus conceptos iniciales, llegando a plasmar los últimos días de su vida apuntes y retratos muy semejantes conceptualmente a los que pintó siendo un niño. Para Abelardo el punto de llegada y de partida siempre acontecerá sin solución de continuidad: Galicia. Tras estudiar en San Fernando viajó a Italia pensionado en la Escuela Española de Arte de Roma y perfeccionó estudios en París y Países Bajos. Tras sus viajes al extranjero, el pintor se lanza a una vorágine de exposiciones y eventos. En 1959, sucedió un hecho anecdótico que le dio cierta repercusión: el dictador Francisco Franco, en una de sus frecuentes visitas al Eume, quedó cautivado por el lienzo del pintor “O patrón”. Este interés en esta época tenía que significar el regalo inmediato del artista, y sin embargo Abelardo se negó a entregárselo, lo que fue muy comentado en entornos artísticos y políticos. Durante la década de los 50 y 60, se presenta en todas las capitales gallegas con un sorprendente éxito de público. Aunque evitaba las salidas de Galicia, también expuso en León, Bilbao, Oviedo, Madrid, Salamanca y en ciudades lusitanas como Oporto y Lisboa. Sus elevados precios, y las seguras ventas en todos los foros donde presentaba su obra, iban respaldando su carrera como pintor. También en estas fechas obtendrá los encargos más importantes de su carrera: Centro Gallego de la Habana, Complejo turístico “Las Torres” en Salamanca y la decoración de la Cooperativa de Santa María de Castro, un trabajo audaz e independiente en el que abordará el tema mitológico de una Galicia Arcádica. Todas las sus exposiciones siempre las titulaba “Xentes e cousas de mar”, subrayando su vinculación a la temática marinera. También independientemente de donde las presentara, Galicia o fuera de ella, siempre enfatizaba su identidad con el título en gallego, algo poco frecuente en los pintores de la época. Estas décadas fueron sus años más prolíficos, afianzó su estilo y su repertorio iconográfico quedó establecido. El artista estaba abocado a una exitosa proyección nacional e internacional. Sin embargo su espíritu individualista no encajaba en la militancia en filas estéticas y no quiso entrar en disciplinas de grupo. Se automarginó del mundo del arte, y decidío instalar su estudio definitivamente en Pontedeume, como un acto profundamente reflexivo y lo convirtió en el esquema primordial de su visión del mundo. Evitó a marchantes y la asistencia a certámenes y premios, aunque como hecho excepcional, atraído por poder ejecutar una gran pintura mural en 1961, concurrió motivo de la celebración de la Feria del Mar. Obtuvo el primer premio por la decoración mural del pabellón de Vigo, una espectacular decoración que desgraciadamente no se conserva. A mediados de los 70 deja de exponer, pero no abandona la pintura hasta marzo de 1991, fecha en la que muere en Pontedeume. En 2003, el Ayuntamiento de la villa le concede la Medalla de oro al Mérito artístico. En 2008 se presenta en la Universidad de Sevilla una Tesis Doctoral sobre su vida y obra. En 2013 se le concede la distinción de Hijo Predilecto. En la actualidad está en trámite la petición para el pintor de la Medalla Castelao. O patrón Estilo pictórico. una plástica de características propias Abelardo Miguel es un artista con mayúsculas porque posee incuestionablemente lo que los historiadores del arte llaman idiolecto estético: una impronta indeleble, trazos que distinguen a un genio creador. Se acerca a la escuela gallega de pintura del XIX, cuyos ejes serán Sotomayor y Llorens, con la exaltación del autóctono basado en las gentes, los paisajes y los acontecimientos populares, pero no es un académico ni hay resabios literarios en su pintura. Abelardo muestra también intensas coincidencias con “Os Novos”, como Laxeiro, Colmeiro o Seoane, pero estos paralelismos son puramente estéticos y temáticos, porque Abelardo, llega a su mismo destino de la plasmación de la identidad gallega, no es en absoluto consecuencia de un planteamiento teórico. Es quizás más auténtico porque, no tiene que buscarlo como ellos, lo hace de forma instintiva y espontánea. 5 De gran fuerza dibujística, arrebatador dominio del color y un personal tratamiento del espacio, el artista evolucionará del clasicismo a un estilo completamente postimpresionista. Aún en sus obras más vanguardistas estarán siempre presentes el peso de la tradición y de los clásicos. La gran flexión de la obra de Abelardo se producirá en la década de los 50, cuando el color gane la partida al dibujo y se convierta en protagonista de la composición, un color de paleta muy encendida y personal, de gama intensa y muy matizada por atmósferas luminosas de raigambre sorollesca. Basará desde entonces lo plástico en el cromatismo y no en la línea como determinante de formas y el espacio. La decantación por la espátula añadirá a sus lienzos un componente de gran fuerza expresiva que, dada la pericia de su dibujo, aún en la mancha no llegará nunca a descorporeizar las formas. En los últimos años de su vida, cuando la lesión que arrastraba se agudiza, su pintura toma una vertiente expresionista, impregnando las caras de sus marineros con una extraña coloración verdirroja. Es la llamada “etapa de las caras verdes” que será el broche de oro a su larga trayectoria. afirman más claramente la identidad del pueblo gallego. Fue testigo de excepción de estos mercados ya que acompañaba a su madre peixeira a vender pescado. Las obras de Abelardo se convierten en documentos únicos a la hora de estudiar antropológicamente estos acontecimientos lúdico-mercantiles que hunden sus raíces en elementos telúricos y legendarios, con la plasmación de arquetipos laborales propios de una sociedad ancestral. Oficios hoy desaparecidos como herreros, curtidores, zoqueiros, quincalleros, caldereros, así como pulpeiras, queixeiras aparecen representados con unas relaciones que se plasman en toda su pureza. Familia mariscando Peirao de Pontedeume Repertorio iconográfico Su repertorio estará caracterizado por una sorprendente versatilidad. En todos los géneros que cultiva alcanza valores máximos de calidad y creación, con variaciones que fueron conformando una poética de gran personalidad. Se articula en cuatro grandes apartados: paisaje, naturalezas muertas, feirón agroganadero y temática marinera, e incluso un originalísimo género mixto donde aparecen mezclados. Significativamente, todos y cada uno traducen de una manera contundente el sentimiento de adhesión a Galicia. También hizo una única pero importante incursión en el mundo mitológico. Las ferias agroganaderas, que él llamaba “feirones”, son uno de los eventos que según los etnógrafos gallegos 6 En sus ferias siempre animales y productos son tan protagonistas como el hombre, que aparece complementado con los aperos, indumentarias, productos y escenarios, tanto en el espacio del intercambio, como en el espacio de producción, en este caso el paisaje agrario, tan patrimonial como el resto de los aspectos. Todo ello resulta fiel testimonio de una realidad etnoantropológica desaparecida. Los feirones tienen la maravillosa particularidad de situar el espectador en medio de la feria haciéndole percibir las relaciones lúdico-mercantiles con toda nitidez. El espectador se convierte en un ente activo del proceso creador, y las imágenes tienen un ritmo, el de la vida fluyendo. El paisaje. Abelardo destaca como paisajista excepcional… valles, bosques, montes, rías... son objeto de identificación y emblema de su pueblo, metáforas de la permanencia en el tiempo. La Naturaleza tiene una dimensión simbólica. Galicia aparece como un Edén primitivo, una Naturaleza privilegiada portadora de valores espirituales. Sus paisajes aparecen hoy como Arcadias paganas próximas al paraíso. Frente a tradicional estampa de una Galicia gris y monocorde, Abelardo impregna sus pinceles en la plenitud de la luz y una radiante efusión de unos sorprendentes colores que alcanzan el luminismo sorollesco. Naturalezas Muertas Fue el genero más reconcido por la crítica de su tiempo. Cultivó todos los tipos de naturalezas muertas, de flores, caza, de productos de tierra y mar. Sus composiciones aparecen acompañadas de cacharrería y mantelería variada: cuncas, jarros, ollas de barro, recipientes de cristal, con magistales calidades matéricas que exhiben su dominio técnico, impregnados con toques líricos que subliman lo vulgar con el ropaje de lo poético. Muestra ecos zurbaranescos en sus bodegones de pocos objetos y resabios noreuroperos en los bodegones de caza que llegan al abigarramiento o incluso a cierto horror vacui. La genialidad del pintor en el tratamiento del tema radica en dos personalísimas aportaciones: iconograficamente recrea el bodegón marinero y compositivamente se desmarca de la tradición con sus originales tratamientos plenairistas. En los bodegones plenairistas los objetos representados salen al exterior, normalmente a pie de playa o a un paraje costero de amplios horizontes, y muestran una evidente exaltación de las tonalidades de los colores al contacto con la luz. En los bodegones de mar: pescados, conchas y mariscos, tienen toda la genuinidad de la emoción que le despertaban al pintor, una experiencia arrancada de la entraña misma de la vida marinera. Abelardo les da a todos ellos un tratamiento excepcional, cuales objetos suntuosos o el manjar más delicado, indiferentemente a la minusvaloración popular de la época de algunos de ellos, como los berberechos o sardinas se convierten en principales protagonistas de lienzos exquisitos. Pocos artistas en la plástica de su época llegaron a conseguir tanta originalidad, variedad, perfección técnica y sentimiento lírico. Por ello podría considerársele quizás el mejor bodegonista gallego del siglo veinte. Gentes de la mar. Es la temática por la que sentía más predilección, y, en las pocas veces que expresó su deseo de pasar a la posteridad, dijo “me gustaría ser recordado por mis marineros”. Es su género primigenio, y a partir de esta raíz realiza una profunda reflexión sobre la condición humana. Descendiente de una antigua familia de mareantes, su herencia sanguínea surge con efervescencia en sus pinceles, dispensando a los marineros para la posteridad todo el amor y veneración que le inspiraron. Sus pinturas de marineros eran representaciones sencillas, atractivas y populares, y esta sensibilidad en su esencia más pura hizo que conectara perfectamente con el público de su tiempo, un público formado por todo tipo de gente y condición y no sólo los habituales compradores de arte. Sardiñeira El pintor alcanza en este género la plenitud creadora. Una fuerte descarga emocional en la que, en términos de encendida pasión e imaginación ferviente, Abelardo despliega un relato realista de absoluta autenticidad y verdad humanas. Encontramos una doble influencia: holandesa y española. El sentimiento de grupo está emparentado con Rembrandt y Halls, y en los rostros de los pescadores tiene una marcada huella de la escuela clásica española. Su carácter de crónica testimonial es inherente y no buscada por el autor. Su concepción humano-vital descubre el espíritu de su época, representando la vieja faz del marinero y su entorno, sin el concurso de manifiestos. Lo hizo pintando. Logró con eficacia descriptiva articular la compleja dialećtica de lo individual con un prisma antropológico genérico que busca en el retratado que sea el portaestandarte de una colectividad, la marinera, y con facilidad ejecutiva virtuosística encuentra diferentes soluciones compositivas, desde recios retratos individuales a animados lienzos de grupos numerosos donde plasma escenas muy variadas: remendando redes, recogida de pescado, mariscando, esperando la llegada de los barcos... Pese a su idealismo de espíritu, no idealizó sus personajes, “no los vio como deseaba que fueran, sino como realmente eran, y las caras no eran sólo reflejo del carácter sino de la profesión” 7 Presenta una integración total con el contexto, y las imágenes se complementan con paisajes marineros, fisonomías de hombres y mujeres, embarcaciones, indumentarias, instrumentos, aparejos de marinería y productos del mar, elementos que aparecen insertados en el espacio natural en el que surgen y desarrollan, en este caso el mar de Galicia y los puertos de sus villas costeras. Testimonia también la pesca artesanal que se ejecutaba entonces con su específica tipología de embarcaciones, aparatos y redes, indumentarias de la profesión, pero también las relaciones intersociales y las ocupaciones subsidiarias. Marineros, peixeiras, carpinteros de ribera.. El material humano de sus corporaciones marineras, está formado por eumeses reales de su tiempo, hombres y mujeres, viejos y maduros, niños, patrones y grumetes con nombres y apellidos y aún hoy reconocibles por los más viejos del lugar. Entre los recios y curtidos rostros de marineros veteranos acostumbraba a incluir la nota dulce del grumetillo imberbe, con una reflexión sobre la condición humana, homenajeando a los niños que debían de trabajar como adultos, y a los ancianos en el fin de sus días. Marcabalos dos paréntesis del acontecer humano con sus cuadros de composición abuelo-nieto … Hay un rotundo carácter épico, Abelardo Miguel transformó en héroes a los marineros de Galicia por sus acciones meritorias. Sus personajes nunca son dignos de lástima o conmiseración, sino todo lo contrario, y aunque trata de evitar la retórica del heroísmo, exhibe que el duro trabajo cotidiano lo que dignifica. Siempre subyace un marcado sentido poético de la antigüedad clásica, siendo en este caso el más destacable el tratamiento de la mujer, de empaque comparable a las heroínas clásicas del Olimpo, criaturas con un acusado carácter de cosmicidad. Aparecen enraizadas en la más profunda simbología de Galicia, formas femeninas naturales Vellos 8 transfiguradas en la versión de una emoción intensa, a Terra Nai, Galicia, y un recuerdo a su propia madre. Una conexión con los primitivistas gallegos que considerarán a la mujer como un emblema de la cultura gallega. Todos sus cuadros marineros son retratos colectivos de un pueblo, de una comunidad, tienen una categoría universal que desborda el marco local. Más que ningún otro artista gallego plasmó la intensa identidad marinera, tan fuerte como la labriega, enfatizando el sentimiento corporativo que según Steffan Morling es uno de los rasgos más acusados de la identidad gallega. Escena de Redes El arte de Castelao adquiere matices desgarradores producto de una sociedad desigual y sometida. Abelardo presenta una Galicia arcádica e intemporal, una Galicia eterna de mujeres y hombres dignos y aguerridos que viven en comunión espiritual con la tierra, marcando siempre el binomio clásico de la etnografía gallega Terra- Pobo, un concepto de “aristocracia moral” generado en el “Rexurdimento”. Sus escenas ya no pertenecen al espacio, sino al tiempo, y muestran a la posteridad fracciones milagrosas de un tiempo detenido que ya no volverá, y sus lienzos son una inmersión en la densa corriente de la eternidad, el valor más puro y auténtico de la obra de arte. Los valores gallegos de Sotomayor, Llorens, Castelao y Seoane los consolidaron como los creadores de la plástica gallega. Abelardo Miguel debe adquirir todo su significado entre estos pintores consagrados por su personal y valiosa, aunque silenciosa aportación, tan alejada de los rutilantes circuitos artísticos. Porque la realidad es que Abelardo Miguel, el humilde “pintor de mariñeiros”, fue un artista gallego y universal, que a través de su profunda manifestación de vida, memoria y patrimonio de su pueblo, escribió desde su pequeño taller de la villa de Pontedeume, una de las páginas más brillantes de la Historia del Arte de Galicia.