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El Alma de Lebrija
Pregón de la Semana Santa de Lebrija 2011
Antonio Joaquín Bellido Ramos
Pronunciado el 10 de abril, Domingo de Pasión de 2011
en el Teatro Juan Bernabé
A mis Padres, por haberme
educado en la Fe,
y a mis hermanos, compañeros
en la devoción.
• Canto a mi tierra.
Hueles a Marisma y a su brisa
a pan horneado y barro cocido
a tierra sembrada y trigo recogido
al caldo de la uva cuando se pisa.
Sabes a todo lo que has vivido
observando desde una cornisa
cómo la vida pasaba con prisa
por dónde el tiempo estaba detenido.
Tus muros tienen como custodia
encerrados en la cal y su pintura
el paso por tu piel de la historia.
Y en tu cara luce la blancura
que guardan tus secretos y memorias
de Dama hermosa y pura.
La luz que el rostro te dora
viene a saludarte en la mañana
y recorre tus calles de filigrana
de las que el visitante se enamora.
Hiciste lo que te vino en gana
nunca perdiste tu gesto de señora
fuiste antes romana y mora
y terminaste siendo cristiana.
Permite que mi voz se dirija
rompiendo el nudo de mi garganta
a las Devociones que cobijas.
Este Pregonero hoy te canta
a Ti, a mi tierra, a Lebrija
y a tu Alma, a tu Semana Santa.
• Saludo a las Autoridades.
-
Rvdo. Sr. Cura Párroco de Santa María de Jesús.
Sr. Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la
Ciudad de Lebrija.
Hermana nº 36 de mi Hermandad de la Oración en el Huerto y Alcaldesa de
Lebrija.
Hermano Mayor de mi Hermandad de la Oración en el Huerto.
Querida Hermana y Presentadora.
Dignísimas Autoridades.
Hermanos y Cofrades.
A todos, buenas tardes y muchas gracias.
• La Juventud.
Con permiso del Poeta, mi infancia son recuerdos de un patio de Lebrija,
dónde la yedra trepaba hacia el cielo en el que habitan los sueños de los
cofrades. Allí dónde se reunían los juegos y la imaginación de aquellos para los
que una cuaresma y, menos aún una semana, no era suficiente para saciar su
apetito de vivir la Pasión entendida según Lebrija.
Aquella casa de la calle Trinidad era el norte de las brújulas que dirigían los
pasos de una juventud que tenía en la Hermandad su casa y, en su Casa de
Hermandad, su lugar de reunión, de charla, de confidencias y de los primeros
pasos como cofrades. Las horas caían unas sobre otras sin que consiguieran
cansar los ojos que no paraban de recorrer las mismas fotografías, de ver los
mismos vídeos y de releer viejos libretos de Semana Santa cuyas páginas
estaban literalmente borradas por el uso.
Era esa nuestra manera de vivir la Hermandad porque así lo habíamos visto
hacer. Éramos herederos directos de aquella generación que hizo florecer en
Lebrija, en aquél mismo lugar dónde limpiábamos la plata, montábamos el
Belén o recibíamos las charlas de formación en las tardes de los viernes, los
primeros brotes de la Juventud Cofrade de Lebrija.
En la calle Trinidad seguían resonando los ecos de los redobles de tambor
que dirigieron los primeros pasos de unos Jóvenes Cofrades que no eran
exclusivos de la Hermandad de la Oración en el Huerto, sino que reunían a una
representación de las distintas devociones lebrijanas y que, juntos, fueron
artífices y testigos del crecimiento exponencial de los hermanos y de los
nazarenos que hoy en día participan en nuestras Estaciones de Penitencia
Y así sigue siendo. La Juventud sigue viva en Nuestras Hermandades, en
las que tantas y tantas veces la sabiduría y la jerarquía se confunden con la
cantidad de canas que se peina. Los jóvenes han sabido encontrar su lugar, su
posición y su importancia dentro de las mismas. Hemos asistido, en estos
treinta y pocos años que conocen mis huesos, al impulso definitivo de nuestras
Corporaciones y eso se debe, en enorme medida, a la labor ingente
desempeñada por los jóvenes cofrades, los que lo fueron, los que lo son y los
que serán en el futuro.
Antaño, era mi Hermandad de la Oración en el Huerto el epicentro y el nexo
de unión de los jóvenes cofrades lebrijanos. Hoy, la figura de su Patrón San
Juan Evangelista ejerce de imán y convierte a las dos corporaciones lebrijanas
que le rinden culto como titular en las más claras exponentes de la presencia
de la Juventud en nuestras Cofradías.
Curiosos son los giros que da la historia y las vueltas del carrusel de la vida.
Aquella que el pueblo bautizó como la Hermandad de los Zagales vuelve a
tener zagales en su seno. Zagales que, a ritmo de campanilleros, se
arremolinan el año entero con el punto de encuentro localizado en la Capilla de
la Aurora.
Vueltas da la historia
recordando lo inolvidable
y a la calle Cataño
han vuelto los zagales.
Están aguardando su hora
reuniendo despertares
para acompañar a la Aurora
con sus cantos celestiales.
Vueltas da la historia
con huellas imborrables
vestidos de costalero
han vuelto los zagales.
El Miércoles Santo
se colocan sus costales
y bien juntos los cuerpos
van recorriendo las calles
paseando por Lebrija
al que es Hijo del Padre.
Y meterán el cuello
pidiendo por sus males.
Y se ceñirán la faja
pensando en sus bondades.
Y fijarán los costeros
evitando vanidades.
Y arriarán los zancos
suspendidos en el aire.
Y estando todos juntos
sentirán la soledad
que sintió en su martirio
el Señor de la Humildad.
Vueltas da la historia
repleta de mil detalles
con sus voces afinadas
han vuelto los zagales
al son de campanilleros
para cantarle a su Madre
la del Manto de estrellas
la del porte elegante
la de la belleza encendida
y el perfecto semblante
la de la lágrima viva
y la mirada penetrante.
Aquella de la que dicen
que su cuna fue trianera
pero que alegra la cara
con la toná de las corraleras.
Vueltas da la historia
y en Cataño suena la salve
son campanas de Gloria
que le cantan los Zagales
a su Bendita Madre Victoria.
• La Pasión.
Antes de que todo comenzara a consumarse, un hombre robusto, de tez
morena y buen porte, ya sabía lo que venía a acontecer. No era de extrañar,
era Él el protagonista. Él era el hombre al que prenderían, torturarían y
matarían. Y sólo él lo sabía. No lo sabían los traidores, ni los torturadores, ni
los ejecutores. Sólo Él caminaba hacia el Huerto de los Olivos con la seguridad
de que eran sus últimos pasos en libertad.
Junto a él, aquellos que, aún siendo sus apóstoles, sus discípulos y sus
amigos, dejaron patente cuál es la verdadera condición humana con sus actos
cuando todo se puso feo. Jesús les había dicho que había que ir a rezar y allá
que fueron ellos. Tranquilitos iban, seguro que incluso bromeando y, cuando
allí llegaron, se quedaron frititos. Natural, venían “jartitos” de la cena. Una cena
que ignoraban iba a ser la Última suya con el Maestro y la primera del resto de
la Cristiandad con Dios.
Quien no podía dormir era el Señor, que estaba Orando en el Huerto. Como
no podría dormir cualquiera de nosotros que tuviera la certeza de que, a la
vuelta de la esquina, está la parca con su guadaña afilada y dispuesta a
llevarnos por delante.
Allí es dónde se resume la Pasión. Una cosa es el martirio, el sufrimiento
propio del dolor por el castigo que se está recibiendo y otra muy distinta es el
conocimiento y la certeza de lo venidero, de que el mal acecha, de que está ahí
y es inevitable, que no tiene escapatoria posible.
No hay mayor ternura que la que despierta el Señor Orando en el Huerto, el
hombre que acepta su destino y que recorre las calles entregándose al Pueblo.
Aquí lo tenéis, Dios hecho hombre que como hombre sufre pero como Dios
acepta su sino. Dios hablando con Dios respetando sus designios. Dios que
todo lo puede pero que no consiente en evitar nada.
Dios encerrado en su oración
a la sombra de un olivo
un Dios que está vivo
que se entrega a su Pasión.
Un Dios de verdad que no duerme
que en su angustia se desvela
que ante su martirio se rebela
pero que acepta lo que se le cierne.
Un Dios poderoso y valiente
con la firmeza en sus manos
en sus labios, en sus ojos
y en la sangre de su frente.
Un Dios que al Cielo mira
esperando lo esperado
por todos abandonado
cuando está entregando su vida.
Aquí en Lebrija, Dios mío
queremos rezar contigo
velar la noche a tu vera
no quedarnos dormidos
sentir siempre tu presencia
y el calor de los olivos
que siguen estando de pie
como lo sigue estando tu ejemplo
de hombre que se entrega a la Fe
y a los designios del Dios eterno.
Que no nos durmamos, Señor
que sigamos Orando en el Huerto,
dónde te entregaste a tu Pasión
dónde tu presagio se hizo cierto
dónde es más fuerte el amor
y más fuertes fueron tus gestos.
Los gestos de amor y de perdón
que te llevaron a la cruz
en la que se consumó la Redención
del Pueblo que vio la luz
en el momento de tu Resurrección.
Llévanos junto a los Olivos
que estaremos todos despiertos
ahora sí velaremos contigo
sabemos que no has muerto
porque sigues estando vivo
y estás Orando en el Huerto.
• La Alegría.
Y la Pasión, la celebramos. Esa es la paradoja que cada año se repite por
las calles de Lebrija. En nuestra Tierra festejamos la Pasión y Muerte de
Jesucristo a través de Nuestras Hermandades y Cofradías. Y lo hacemos
devotamente, con respeto y con conocimiento de causa de lo que
representamos.
Pero como festejo, tiene que tener un motivo de alegría, de gozo. La Fe y la
seguridad de la Resurrección es lo que nos da fuerzas y vía libre a expresar
nuestros sentimientos en torno al Sufrimiento del Redentor.
Debemos hacer siempre las cosas sin traicionarnos a nosotros mismos.
Dejando patentes nuestra forma de ser y de comportarnos. Sin querer
esconder nuestra verdadera condición y sin pretender demostrar que somos
distintos a como nuestro interior nos empuja a ser.
Si celebramos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, hagámoslo
apasionadamente. Hagámoslo manteniéndonos fieles a nuestra manera de vivir
y sentir la fe. Hagámoslo con alegría.
En Lebrija, hay una Hermandad que hace de esto su seña de identidad.
Que se mantiene fiel a sí misma sin traicionar sus valores y sin ofender en
modo alguno. La Hermandad de los Gitanos es como es, y como es debe
permanecer.
No se puede evitar. Hay una fuerza extraña que conduce al Pueblo hacia
Belén. No, no me he confundido ni esto es el pregón de la Navidad. Cada
Miércoles Santo, ya de madrugada, los pasos y los cuerpos de los lebrijanos no
encuentran otro destino que el de subir la corredera al mismo tiempo y al
mismo compás con el que la Hermandad de los Gitanos se dirige hacia su
casa.
Esencia pura de la Semana Santa de Lebrija es ese momento, a partir del
cual, se deja a un lado el recogimiento y la compostura debidas en toda
Estación de Penitencia para rezar de la mejor manera que saben, cantando. Y
Jesús del Ecce-Homo y la Virgen del Mayor Dolor lo saben, y aguardan
impacientes, tras pasearse derramando bendiciones, a que llegue el momento
en que se desnuden los sentimientos de sus devotos y se derramen las
cascadas de las gargantas de los Gitanos de Lebrija.
El Cristo de los Gitanos
cuando la fontanilla baja
tiene atadas las manos
y va sujetando una caña.
De espinas le han coronado
púrpura el color de su capa
le obligan a estar sentado
sin decir una palabra.
Bajará cuesta Cataño
y la plaza del Pilar
y pensará que se va otro año
cuando pase por Trinidad.
Pero al llegar a la corredera
su Reino le está esperando
para que el Cristo pueda
llegar a su casa cantando.
Cuando se doble la esquina
y enfile calle Almenas
no importarán las espinas
atrás quedarán las penas
tendrá una sonrisa en la cara
la caña la habrá tirado
y en el suelo estará su capa.
Se habrá soltado las manos
porque ha llegado hasta Belén
el Cristo de los Gitanos.
ese que llaman el Manué
con sangre de reyes en las manos
y bonitos hasta los pies.
¿Y a la Madre? ¿Qué se le canta a la Madre? A esa Madre que viene
soportando el dolor y la angustia por las calles. Esa Virgen gitana cubierta bajo
un palio que cada día brilla más, como brillaban las estrellas que la cobijaron
durante tantos años sin que ningún varal las sostuviera.
¿Qué se le canta a una Madre que viene llorando y que con su llanto riega
el romero que sujeta en su mano? Una Madre que no puede ni mantener la
mirada y la lleva perdida posándose en cada uno de los gitanos que le
acompaña.
¿Qué se le canta a la Madre?
Si del Mayor Dolor se llama
y de soleás y seguiriyas
tiene llena la garganta
si su voz tiene el desgarro
con que canta esa gitana lebrijana
a la que visitó la Buena Muerte
y se llevó una guitarra hermana.
¿Qué se le canta a una Madre?
Si en su corazón han “prendío”
siete afilados puñales gitanos
que son el mayor de los “quejíos”.
Pero le canta la gente
que para eso ha “venío”
para que no llore sola
caminando entre el gentío.
Cantarle, por Dios, Cantarle
que esta noche ha “perdío”
al fruto bendito de su vientre
al Mejor de los “Nacíos”.
• La Devoción.
Es la nuestra una celebración universal. No discrimina. No excluye
absolutamente a nadie. Todos están convocados con independencia de su
condición, de su edad, de su credo, de su personalidad… Y todos tienen la
libertad de participar o no de la misma, de estar presentes o no en las calles de
la ciudad durante estos días.
También aquellos que quieren pero no pueden acercarse al discurrir de las
Imágenes de su devoción en Estación de penitencia tienen la oportunidad de
seguirlas a través de los medios de comunicación. Hay que resaltar la labor
ingente que realizan los mismos, a través de la imagen, del escrito o del
sonido, para llevar a quienes no pueden, por edad, por enfermedad, por
trabajo o por encontrarse lejos de su tierra, un mensaje que se ha de convertir
en sentimiento.
Como también llegará este Pregón. Muchos lo estarán oyendo a través de
la radio y a lo mejor piensan algo así como “vaya tela este Lobo, que lleva
media hora hablando y no dice cómo va el partido”.
Porque, hay que ver qué mal lo pase aquél año en que, después de tantos y
tantos partidos narrados, sin solución de continuidad, me tocó ser la voz de la
Semana Santa en la televisión. Había llovido el Domingo de Ramos y el Martes
Santo hice Estación de Penitencia. Así pues, mi estreno fue con la Hermandad
de la Humildad, y solo me faltó decir que el capataz había tirado al palo. A los
pocos minutos recibí la llamada de un amigo pensando en que eran ánimos lo
que quería transmitirme. “Tranquilo Antonio -me dijo- yo lo he visto bien. Ha
sido fuera de juego claro”.
Ya todo se ve. La Semana Santa ya no solo son unas calles determinadas y
unas horas concretas. Gracias a la sociedad de la información la Semana
Santa se vive y se rememora durante todo el año, y allá dónde uno se
encuentre. Así, no es raro que salgan tantos “jartibles”.
Si universal es nuestra celebración, particular es la devoción que tiene cada
uno en su interior y que le pone en contacto con Dios. Para ello, para llegar a
Dios, el camino más corto es el de hacerlo a través de su Madre. A nada puede
negarse un hijo si es por la mediación de su Madre por la que se le pide.
A la madre se le ruega, se le agradece, se le pide. La Madre siempre está
atenta y preocupada por el bien y la paz de sus hijos. Siempre está dispuesta a
oír aquello que inquieta a sus devotos y presta a cumplir con su labor
intercesora ante el que todo lo puede.
Lebrija tiene a su Madre, que desde su atalaya divisa y protege a su pueblo
de todo lo que le amenaza. Hoy, cuando seguimos viendo en el mundo
catástrofes, terremotos, epidemias, guerras o asesinatos, tu gente está
sufriendo por males que se cuelan en las casas por debajo de las puertas.
Muchos de tus hijos, cada vez más, no tienen a dónde ir cada mañana al
levantarse, y vagan por las calles buscando una ocupación que no llega a
aparecer. Y se les multiplican las malas noticias. La única correspondencia que
reciben es la de facturas que no pueden pagar y últimos avisos de cortes de
suministro.
Tus Hermanitas de la Cruz, esas que te reciben con una sonrisa de oreja a
oreja cada vez que pasas por delante de su puerta, van perdiendo la alegría en
la cara al ver que no pueden dar abasto a una demanda que cada vez es
mayor por parte de tus hijos, que ya no saben dónde acudir.
Y no piden nada. Únicamente encontrar la manera de llevar adelante una
familia con el esfuerzo propio, con la recompensa del fruto de su trabajo. Eso
es lo que te ruegan tus devotos.
Hoy más que nunca, Virgen del Castillo, tu pueblo necesita de tu
intercesión. Te pide auxilio en forma de mediación ante el Todopoderoso
nacido de tu vientre. Y tú miras con la dulzura que derraman tus ojos y ves que
tu hijo tiene las manos atadas y que va recibiendo y soportando los latigazos
que le laceran la espalda. Igual que tus hijos de Lebrija, que van soportando el
dolor sin que puedan hacer nada.
Pero tú eres Poderosa.
no te das por vencida
y tu hijo que te escucha
que por nosotros dio la vida,
harto de latigazos
en su espalda escarnecida
no quiere más dolor
en su pueblo de Lebrija.
Se soltará las manos
a la columna atadas
y enseñará el camino
que su pueblo le demanda.
Y dará luz a los hombres
les devolverá la confianza
de conseguir lo que se proponen
con trabajo, fe y esperanza.
Que no haya más azotes
ni más manos atadas
que tus hijos de Lebrija
ya tienen rotas las espaldas.
Por tantas y tantas gracias, por tantas y tantas cosas, la devoción del
Pueblo a su Patrona es totalmente desmedida, apasionada, inquebrantable,
inmutable e incomparable. Si tu Lebrija te presenta a sus hijos, te lleva flores en
Mayo, te pasea por sus calles una y mil veces, e intenta retenerte hasta el
punto de que tienes que volver a tu morada de puntillas y al alba de una
mañana de octubre, ¿cómo no iba a querer pasearte bajo palio en Semana
Santa?
¿Que no eres Dolorosa? ¿Quién lo dice? Si cada día del año recurren a ti
tus hijos para contarte sus penas.
¿Que no estás llorando? ¿Quién lo dice? Si tú le has prestado las lágrimas
a tu Hijo atado a la Columna, porque tus ojos deben ser reflejo y consuelo para
todo el que se mire en ellos.
El Pueblo es sabio y no solo te dio un paso de palio, sino que también te dio
el día más importante para pasearte como Reina. El día del Amor Fraterno que
es el que hacia ti siente todo el que haya nacido en esta Tierra.
Y no conformes con eso, tus hijos han querido que tengas el reconocimiento
que merece tu Majestad. No podía ser que la Reina de los Lebrijanos reinara
sin Corona. Así se ha conseguido, lo que sólo puede conseguir la fuerza de la
Devoción a tu Figura.
En las tierras de la Marisma
este año han sembrado oro
porque quieren para su Reina
el mejor de los tesoros.
Se ha contratado a un orfebre
cuyas manos son divinidad
hombre bueno y ermitaño
que se llama San Benito Abad.
Y la obra ha comenzado
por canasto, el Castillo que es tu ermita
coronada por imperiales
con la finura de la Giraldilla
que rematan en la bola del Mundo
que en la mano de tu hijo cabe
y que corona una cruz
que es el mástil de tu nave.
Las ráfagas que la cubran
llevarán las letanías
que repiten tus devotas
en repique de mes de María.
y terminarán en estrellas
como las que adornan tu manto
que son el reflejo
de tu inexistente llanto.
Cada lebrijano, un rubí
cada lebrijana, una perla
en tu Frente Virginal
formarán esta diadema.
El trabajo está terminado
tu pueblo lo ha conseguido
el Obispo lo ha firmado
el Papa lo ha bendecido
y tú lo lucirás orgullosa
porque en ti, Reina y Soberana
tiene Lebrija a su Patrona
y tú tienes en tu Pueblo
la Mejor de las Coronas.
• La labor de las Hermandades.
Las Hermandades tenemos como fin principal el culto público. Así nos lo
encomienda la Iglesia Nuestra Madre y así cumplimos tanto con nuestras
Estaciones de Penitencia como con los cultos que a lo largo del año
celebramos en honor de nuestros Titulares.
Así lo contemplan las Normas Diocesanas por las que nos regimos. Es por
ello que se me hace raro, que no llego a entender, que el mero cumplimiento
del “fin principal y específico de las Hermandades y Cofradías, que es la
promoción del culto público” sea el principal objeto de crítica del que somos
objeto los Cofrades.
Nuestra manera de escenificar la pasión, acompañada y revestida de joyas,
bordados, música, plata y oro, no es más que la forma en la que la Iglesia de la
que formamos parte ha ornamentado sus celebraciones a lo largo de dos
milenios. Somos parte activa de la Iglesia y en esta Tierra Bendita de María
Santísima, conformamos el más efectivo de los medios de acercamiento de
fieles a la misma.
Nuestras Veneradas Imágenes, a través de la devoción que despiertan en
el pueblo, se convierten en el mayor de los atractivos para adentrarse a
conocer la Palabra de Dios y a participar de la Eucaristía. No es esta una
cuestión baladí, ni mucho menos, dentro de una sociedad que ha ido
evolucionando en busca de un laicismo oficial y de un anticlericalismo oficioso.
Las Hermandades, que nadie lo ponga en duda, realizamos una función por
y para la Iglesia que como tal debe ser considerada y tenida en cuenta. Las
Hermandades llenamos la Iglesias. Los Cofrades no somos cristianos de
segunda, ni portadores de una Fe vacía de contenido y basada únicamente en
la tradición y el folclore.
Los Cofrades somos, cada vez más, personas comprometidas con la
Iglesia. Cada vez hay más y mejor formación dentro de Nuestras
Hermandades, para de ese modo poder formar mejor a aquellos que se inician
en el camino de la Fe a través de su incorporación a una Cofradía.
Pero las Hermandades hacemos mucho más. No nos quedamos
únicamente en lo superfluo del festejo que va unido a la celebración de una
salida procesional. Tenemos un vida riquísima a lo largo del año que,
lamentablemente, ni tiene la transcendencia de lo que se hace de cara al
exterior, ni es lo suficientemente conocida por la mayoría de la gente.
Cada vez son más necesarias y más importantes las labores que en pro de
la Caridad se realizan a través de Nuestras Corporaciones. Tanto es así que,
en estos últimos tiempos en los que ha crecido de manera alarmante la
demanda de ayuda por parte de los más necesitados, los Diputados de Caridad
se han convertido en los más atareados de los Oficiales de nuestras Juntas.
Son muchas las personas, familias enteras, que han visto paliada su
desventura, aunque sea mínimamente, gracias a la ayuda que, en un momento
determinado, han recibido de cualquiera de Nuestras Hermandades.
Esta tarea, claro está, no tiene el eco de unos fastos cargados de flores y
de música, de incienso, de saetas, de chicotás eternas y mecidas costaleras.
Se hace, además, de manera callada, sigilosa, haciendo valer el mandato de
que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.
Para todo esto nacen las Hermandades. Para seguir realizando su labor
evangelizadora más de dos mil años después de que acontecieran las escenas
que rememoramos a lo largo de la Semana Santa. Se hace, además,
renovándose continuamente.
Porque no todas las Hermandades buscan su origen perdiéndose en la
memoria de los tiempos. No todas son instituciones con siglos de existencia a
sus espaldas. La Sociedad precisa del surgimiento de nuevas Corporaciones
que complementen a las existentes en todos los aspectos.
Aquí, en nuestra Lebrija, hemos asistido orgullosos al germen de una Nueva
Hermandad que, desde hace justo un año, luce con orgullo su título. Una
Hermandad que nació del empeño y de la ilusión de un grupo de lebrijanos que
tenían entre sus objetivos que el luminoso día del Domingo de Ramos no
estuviera huérfano de nazarenos y de pasos en la calle.
Para ello escogieron el único misterio en el que se trata al Redentor de la
manera que se merece, el único momento en el que se le alaba proclamándole
Mesías y Salvador, antes justo de que se cernieran sobre sus carnes los
martirios de la Pasión.
Y pensaron que su casa sería el mayor de nuestros Templos. Una joya
celosamente guardada que no tenía en su seno Cofradía alguna. También
pensaron que saldrían por ese pequeño trozo de Jerusalén que los lebrijanos
tenemos en el Patio de los Naranjos.
Y salieron a la calle para que Lebrija también les diera la Bienvenida a su
nueva Hermandad. Sabían que el camino, igual que el del Señor de la Sagrada
Entrada en Jerusalén, no sería fácil. Empezaban veinte años de vicisitudes, de
largas esperas, de despachos cerrados y de documentos devueltos. Hasta el
tiempo parecía ponerse en su contra cuando en forma de lluvia interrumpía su
Estación de Penitencia.
Pero no cejaron en su empeño. Siguieron adelante acompañando al Señor
en su Triunfal Entrada. Hebreas, niños y pollinos florecieron junto a la palmera
que le da cobijo en la tarde del día más marcado en el calendario del corazón
de los Cofrades. Cada vez eran más largas las filas de los nazarenos que no
solo portan cera, sino también palmas.
A pesar de los gritos y los vítores
de los saludos y Hossannas
se seguía sintiendo solo
el Señor de la Triunfal Entrada.
Veía cera y veía ramos
veía palmas rizadas
veía el azul del cielo
y a la gente entregada.
Veía repletas las calles
que de flores se alfombraban
y veía a su Apóstoles
que todavía le acompañaban.
Veía la sonrisa del niño
veía la pollina que lo llevaba
y a la hebrea que de rodillas
lo recibía entusiasmada.
Pero se sentía solo Jesús
cuando más Triunfal entraba
no veía a su Madre
que demoraba su llegada.
Mas de pronto una luz
cegó del todo su mirada
y comprendió Jesús
que su Madre cerca estaba.
Era la luz de una Estrella
de hermosura desmedida
de llanto sereno y dulce
que resplandece en la atardecida.
Una luz que deslumbra
dejando su fulgor en el aire
que se enciende y alumbra
cada rincón y cada calle.
Una luz de cara joven
tiene esta Virgen en su talle.
son apenas veinte abriles
los que pasean sus andares
los mismos que tardaron
aquellos locos cofrades
en consumar su idea bendita:
Poder llamarse hermanos
de la Hermandad de la Borriquita
• La Tradición.
La noche siempre hace que las percepciones de los sentidos sean distintas.
Nos hace sumirnos más íntimamente en aquello que vemos, que oímos, que
olemos. La noche pide recogimiento y contrición. Pide rezo y plegaria. Pide
meditación y examen de conciencia.
Hay muchas noches en la Semana Santa. La noche que apaga el vigor de
la palmera de Jerusalén. La noche oscura de los Olivos del Huerto de
Getsemaní. La noche hecha quejío gitano. La noche que nos conduce hasta el
Castillo, o la noche de la muerte en la que sólo hay Soledad.
De entre todas las noches, está la noche de las noches, que en noche no
quiso quedarse y llegó a convertirse en Madrugá. La Madrugá nos lleva hasta
San Francisco. Un haz de luz manado de los cirios que acompañarán al
Nazareno se izará hasta el cielo desde el patio del Convento de los Padres
Franciscanos. Es Semana Santa en estado puro. Compendio de Cofradía y
ejemplo de Estación de Penitencia, la que acompaña a Jesús camino del
Calvario con la Cruz a cuestas. Cada persona en su sitio. Cada Insignia en su
lugar. Cada mirada, dónde hay que mirar.
¿A dónde mira Jesús Nazareno?
¿Mira la cancela entreabierta?
¿Mira su sombra en la pared encalada?
¿Mira los lirios de su canastilla?
¿Mira las huellas que dejan sus pisadas?
¿A quién busca el Señor con su mirada?
¿Buscará al devoto que le acompaña?
¿Buscará el susurro de una voz entrecortada?
¿Buscará al monaguillo que le antecede?
¿Buscará al penitente con cruz pesada?
¿Será al niño que lo ve por vez primera?
¿Será al hombre que sujeta su medalla?
¿Será al anciano de albina cabellera?
¿Será a la mujer que sigue su zancada?
¿Qué irá mirando Jesús Nazareno
en las tinieblas de una nueva Madrugada?
¿Mirará el cirial cuando se eleva?
¿Mirará el vuelo de su túnica morada?
¿Mirará la luz que quema la vela?
¿Mirará el paño con su cara reflejada?
¿Qué es lo que va mirando Jesús
con su cruz al hombro clavada?
Te va mirando a ti, lebrijano
que estás aguardando su llegada.
a ti, que lo llevas esperando
con el deseo de aliviar su carga
queriendo convertirte en Cirineo,
agarrar su cruz y llevarla
para quitarle así el sufrimiento
al Señor de la Dulce Mirada.
Te va buscando a ti, lebrijana
a ti, que le vas rezando
desde que sale hasta su entrada
cuando ya le saludan los pájaros
trinando sobre su Plaza.
A ti, lebrijano, es a quién busca
que le das sentido a su Palabra
para que siga vigente su mensaje
de Amor, de Fe y de Esperanza.
Y a ti te ha encontrado, paisano
dispuesto y con el alma entregada
con el rostro y el gesto serenos
con la alegría desbordada
porque Jesús el Nazareno
te buscó con su mirada.
Si son ustedes impacientes. Si no soportan la espera eterna de la llegada
de los Días grandes, no lo piensen. Vayan el Viernes de Dolores al Convento
de San Francisco. Entonces se darán cuenta de que la Semana Santa
comienza cuarenta y ocho horas antes de lo que marca el calendario.
Reunidos ante ti, Virgen de los Dolores, en el día al que diste nombre, tus
hijos serán testigos de tu Fuerza y tu Grandeza. Tomarán tu escapulario y con
la voz temblorosa dirigirán hacia ti sus miradas y entonarán tu himno con la
mente puesta en la cercana Madrugá.
Al cabo de una semana, llegará la noche mágica. Los sones de una marcha
fúnebre acompañarán los primeros pasos del altar más bello de cuantos andan
en la Semana Santa de Lebrija. Apoteosis del bordado, majestuosidad de la
plata, un sinfín de detalles repartidos por el paso que parecen que han sido
colocado al arbitrio divino, como esas bolitas de arte que manda Dios de las
que hablaba Rafael de Paula. En la noche, ese trono se convierte en faro
luminoso de llamas incandescentes que iluminan una joya en bellísimo joyero
entronizada.
Así viene a vernos la Virgen, caminando hacia nosotros reflejando en su
rostro los dolores provocados por los siete puñales que penetran en el
abigarrado corazón de su pecho.
Camina la Virgen Angustiada
vestida con manto azul bordado
mientras lleva el llanto quebrado
que llena de angustia su mirada.
Tras los pasos del hijo amado
viene María desolada
triste, rota y desconsolada
y con el corazón atravesado.
Camina la Virgen llorosa
sentenciada por una condena
que de horror su alma llena
y entristece su cara hermosa.
Su rostro que es de azucena
se marchita como una rosa
dejando a María Dolorosa
rota de dolor y de pena.
Camina la Virgen vacilante
por la calle de la Amargura
sin que se rompa la hermosura
que ilumina su semblante.
Sentirá por un instante
que todo se queda a oscuras
imponiendo su dulzura
a cualquier pena que le espante.
Que angustiada, llorosa
y vacilante camina
en el silencio de la noche
al compás de sus bambalinas
que acunándola la mecen,
la van durmiendo y la miman.
Pinta la madrugada de colores
esa Virgen Bendita
criada en jardín de flores
con la que Lebrija palpita
y a la que rinde honores
proclamándose Servita
de la Virgen de los Dolores.
• La Luz.
El Sol se presentará puntual a su cita en la Mañana del Viernes Santo. La
noche habrá dejado paso al día al tiempo que se van despertando las calles
con el sonido de las verjas que se abren para dar cobijo en su seno al
avituallamiento del Cofrade.
En muchas de esas mañanas, cuando subo la corredera con la intención de
despojarme de la intimidad de la Madrugada para vestirme con los brillos del
Viernes Santo, observo cómo dos nazarenos cruzan sus caminos con distinto
semblante. Nada más verse, se reconocen mutuamente, son vecinos puerta
con puerta. Uno estrena blancura inmaculada de túnica tableada, con el color
del cielo a sus espaldas y en el antifaz que cubre su cabeza. El otro, habrá
visto cómo el negro de su hábito se ha manchado con la cera quemada en la
Penitencia.
Se saludan sin más gesto que el realizado con sus ojos y en el que se
desean suerte por un lado, en tanto que se da la enhorabuena por el otro.
Pasadas las horas, cuando una cruz de guía que fue enseñada a portar de
padres a hijos abra el paso de quienes toman como suyo el mensaje de tomar
su cruz y seguir a Jesús, volverán a encontrarse los vecinos. Uno ya va vestido
de calle y ahora sí sonreirá visiblemente cuando ve que se le acerca aquél
nazareno que le saludó con la mirada camino de su Capilla y que ahora le
estrecha la mano fuertemente dejando en ella las Imágenes de su devoción. En
ellas va el compromiso de volver a encontrarse, cada uno con su hábito
nazareno, cuando llegue el próximo Viernes Santo.
Entretanto, la mañana habrá ido reuniendo a una multitud que terminará
dirigiendo sus pasos hacia las mismas entrañas del Barrionuevo, allí donde
residen las devociones antiguas, los sentimientos centenarios y el Amor
inquebrantable por el portentoso Cristo de la Vera+Cruz y por la belleza
suprema de la Madre de Consolación.
La luz de la mañana es un oasis de sol entre la oscuridad de la madrugada
y la tenebrosa tarde luctuosa donde se entierra a Cristo. Es la sensación y el
ánimo de un pueblo que presiente que el final está cerca y que no quiere que
llegue nunca. Es la plenitud de los colores, de los olores y de los sonidos. Es la
despedida de una forma de vivir la Pasión para comenzar a vivir el duelo de la
Muerte.
El Sol quiere quedarse a tu lado
bañando tu esbelta silueta
quiere ver tu rostro iluminado
mientras la muerte de ti se apodera.
El Sol quiere ser tu compañero
alumbrando con luz certera
tu cuerpo clavado en el madero
después de una muerte serena.
El Sol no quiere marcharse
quiere quedarse a tu vera
iluminando tu canastilla
para que brille más la madera.
El Sol no quiere apagarse
que no lo tape una nube siquiera
a tus pies quiere agarrarse
igual que la rosa que los besa.
El Sol quiere estar contigo
en el momento supremo
que llegará en el instante
en que vuelvas al Barrionuevo.
El Sol quiere ser costalero
de tu cuadrilla de hombres capaces
que recibieron la herencia
del Maestro de los Capataces.
El Sol quiere ser discípulo
tomar su cruz y seguirte
porque así lo dejaste escrito
justo antes de morirte.
El Sol puede estar tranquilo
porque siempre estará presente
en la mañana del Viernes Santo
cuando el final ya se presiente.
El Sol no faltará a su cita
estará bañando los tejados
y los balcones de las casas
hará que brillen los azulejos
y cieguen las paredes encaladas
para que se pueda ver a Jesús
sin que la sombra oculte nada.
El Sol brillará más que nunca
pintando de azul el cielo
inundando por completo de luz
cada esquina del Barrionuevo
al marcharse el Cristo de la Vera+Cruz
con el Sol de compañero.
Pero el Sol no se ha ido
sigue arriba en el cielo
entrando por la malla del palio
para que sea más blanco el terciopelo
para que brille más la plata
y brillen más los candeleros
que le den luz a la luz
que ilumina el barrio entero.
El Sol por entre los varales
quiere tocar tus mejillas
como si fuera un rostrillo
hecho con blanca mantilla.
El Sol busca los destellos
que derraman las bambalinas
esas que te bordaron
devotas manos divinas.
Y quiere competir contigo
porque está celoso de tu brillo
de la luz que vas derramando
cuando recorres el Mantillo
y sus casas vas blanqueando.
Cuando vas dejando luceros
llenos de rezos y oración
y de andares costaleros
que forman una loca devoción
de un Barrio entregado
que por ti siente pasión
porque no hay Sol que brille
como brillas Tú, Consolación.
• La Muerte.
Es verdad, Cristo ha muerto. Casi sin darnos cuenta, el tiempo, que es
fugaz y que siempre viene a visitarnos sin quedarse a dormir, habrá cumplido
con su encomienda y habrá convertido al hombre recibido con aclamación el
Domingo de Ramos en un cadáver que cuelga de la cruz.
Pero fue Buena su Muerte. Fue buena por entregada, por dispuesta, por
prevista, por redentora. Acordaos del Huerto de los Olivos. Esta era la muerte
que quería Jesús. Una muerte visible, que aturdiera a los que la presenciaron y
retumbara en el corazón de los que supieran de ella en el futuro.
La muerte de Jesús es la Buena Muerte de Dios. La Buena Muerte del
Maestro que enseñó el mensaje del Amor a todos los que decidieron, deciden y
decidirán seguirle.
Por eso, la Imagen de la Buena Muerte es dulce, es pacífica, es
complaciente, es cercana, es amable, es consoladora, es enternecedora…
En la perfección de tu hechura
en la finura de tus líneas
en tu rostro que es dulzura
en tus llagas ya secadas
en la magia de tu figura
en tus manos clavadas
en tu silueta a oscuras.
En tu monte de clavel rojo
en tu cera color tiniebla
en la oración de tus devotos
en tu paso y su madera,
es tu muerte tan serena
es tan gentil y generosa
que tuvo que valer la pena.
No pudo ser el fin de tu obra
algo más nos espera
porque detrás de tu muerte
hay una vida que sí es eterna
se sabe sólo con verte
con estar contigo cerca
hay algo que va más allá
que traspasa a tu cuerpo inerte
la vida que Tú nos das
Cristo de la Buena Muerte.
• La Oscuridad.
La costumbre se hace ley. Así se asevera popularmente lo que en Derecho
es principio y es que la costumbre es fuente del mismo. Así es, y así se
establece desde antiguo, debiendo permanecer inmutables aquellos usos cuyo
origen se pierde en la memoria de los tiempos.
En Nuestra Semana Santa, varios eran estos ritos que hoy, por un motivo u
otro, han dejado de celebrarse. De oídas únicamente tengo conocimiento de
aquellos sermones de la Hermandad Servita pregonados desde el balcón del
Casino y que no eran sino el último reducto de los varios que se pronunciaban
en Lebrija a lo largo de la Semana Mayor.
No llegué nunca a ver cómo se rasgaba el velo en la Parroquia, ni tampoco
cómo era descendido de la cruz el Santísimo Cristo de las Cinco Llagas de la
Hermandad del Santo Sepulcro.
Por no saber, no sé siquiera los motivos que llevaron a que desaparecieran
aquellos ritos que los mayores rememoran con tanta nostalgia. Pero siempre
suele ocurrir que los usos dejan de serlo, precisamente, por la falta de uso. Por
la falta de asistencia y de participación del Pueblo que los implantó.
Por fortuna, no todos se han perdido. Difícil es que desaparezca una
tradición que nos acompaña no sólo en Semana Santa, sino a lo largo de todo
el año. Son los ritos funerarios los que con más fuerza y más identidad
permanecen en la cultura popular. Es tanta la identificación que se hace con el
entierro de Cristo por parte del pueblo, que se aplica hasta en su horario
porque, ¿a qué hora sale el Santo Sepulcro?
Aunque la razón sea la de la indeterminación del final de los Oficios del
Viernes Santo, la identificación es total con la costumbre del pueblo y de
cualquiera de sus entierros. El Santo Sepulcro sale de siete a siete y media.
Para cada lebrijano, el acto en sí de la Velación es un acto familiar, de
duelo, de despedida de los seres queridos. El pueblo no puede quedar ajeno al
dolor si quien ha Muerto es el Hijo de Dios.
Cuando las campanas de la torre tañen a muerto, una especie de brisa
silenciosa recorre las calles. Todo se habrá consumado.
Se encogerá nuestro corazón, que hasta ahora vivía encendido, cuando se
encuentre de bruces con la mirada del hombre que pasa justo a su lado, a su
altura, dándose cuenta en ese instante de lo que acaba de ocurrir. Cristo ha
muerto y lo ha hecho por nosotros.
Con su hijo muerto, se queda sola la Madre. Se queda sola María al pie de
la cruz, compungida por el llanto, por la pena, por la desolación de quien pierde
a lo más amado, a lo más querido. No hay nada peor en esta vida que perder a
un hijo. Y no hay dolor más grande que el que siente una madre en ese trance.
El silencio, la oscuridad, el sonido del muñidor anunciando el camino de
vuelta a su casa, tras haberla acompañado en el último adiós a su hijo, son las
condolencias y las muestras de afecto en el dolor que le manifiesta el pueblo a
la Virgen que llora su pena en Soledad.
Pero no está sola la Soledad. Siempre tuvo alguien a su lado en el
momento más amargo. Nunca su familia la dejó sola al pie de la cruz. Porque
es la Soledad una Virgen con apellidos, los apellidos de una familia que se
consagró a sus plantas y que siempre se preocupó de que la devoción por la
Virgen de la Soledad permaneciera viva hasta llegar a nuestros días.
Hoy la Soledad no es solo desconsuelo. No es solo melancolía, tristeza y
abatimiento por otra Semana Santa que se va. No es solo la despedida y la
puesta en marcha del reloj de la cuenta atrás para el año próximo.
La Soledad es broche de oro. Es luz en la oscura y triste noche luctuosa del
Viernes Santo. Es estampa inigualable. Es conjunción de sonidos y silencios.
Es espera gozosa de la Resurrección inminente.
Sola va la Soledad
vagando por las calles
sin ver en la oscuridad
sin apreciar los detalles.
Sola va la Soledad
de negro luto vestida
esperando la piedad
que alivie su despedida.
Sola va la Soledad
sin que nadie la despierte
desnudando la verdad
de la pena y de la muerte.
Sola va la Soledad
entregada a su agonía
regalando su bondad
que su pueblo le traía.
Y al irte, Soledad,
sola se queda Lebrija
solas las calles con la cera
sola se queda la Plaza
sola también la corredera
solo el aire que se respira
sin que quede el incienso siquiera
sola se queda la gente
que se agolpaba a tu vera
sola porque sin verte, Soledad
la soledad sí es verdadera.
• El Gozo.
Lebrija se ha quedado en el más absoluto de los silencios. Tras el estallido
de luces, colores, olores y sonidos vividos durante la celebración de la Pasión y
Muerte de Nuestro Señor, el vacío se hace dueño del ambiente porque todo se
ha consumado. Todo parece haber terminado y lo único que queda es la cruz
con las escaleras y el sudario, desnuda ya del cuerpo de Cristo.
Es entonces, cuando la desesperación llega a apoderarse del cuerpo del
creyente por unas horas, cuando llega el momento gozoso en que
conmemoramos la Vigilia Pascual de la Resurrección. Es cierto, Resucitó. Y
por eso todo tiene sentido. Porque volvió de entre los Muertos. Porque están
vivos Él y su Palabra. Porque sin la Resurrección del Señor, no tenemos nada.
Algún día, esperemos que no sea muy lejano. Lebrija añadirá a su
costumbre de subir al Castillo en la mañana del Domingo de Pascua, la de
presenciar por las calles el paso de Jesús Resucitado. Y digo el Paso, porque
la Imagen del Señor en su Resurrección ya se pasea por nuestro pueblo cada
Semana Santa.
Tenía que escoger un lugar para hacerlo y no lo dudó un momento. Se
refugió en su Madre, la que lleva su nombre en el suyo y le pidió que le
paseara por Lebrija. Pero sin llamar la atención, de modo sigiloso, sin hacer
ruido. Y así encontré compañero de viaje en la tarde del Martes Santo. Los dos,
cara a cara, nos vamos contando una y mil veces lo maravillosa que es nuestra
Madre, a la que vamos paseando bajo palio.
Porque a mí me embaucaste para siempre, Señora. Fue una tarde de
primavera cuando nos presentaron con el sigilo con el que se cuentan los
secretos más íntimos. Me llevó ante ti uno de esos costaleros tuyos que
siempre te siguen llevando aunque ya no se pongan el costal. Porque ser tu
costalero, Madre, es una cuestión que imprime carácter, que no se borra ni del
corazón, ni de la memoria del que lo vive.
Tú y yo vimos pasar juntos los días esperando que cada año llegara el
momento de encontrarnos. Al principio siempre me dabas la espalda, como
dejándote querer. Y yo intentaba acercarme para poder decirte cosas al oído.
Parecía que no me oías, pero yo seguía a tu lado. Así pasaban los años, sin
que yo desesperara.
Poco a poco, me fuiste dando confianza. Al principio eran conversaciones
cortas, en las que casi no atinaba a decirte nada, en las que me embobaba
contigo y casi no me salían las palabras. Pero me quedaban tantas cosas que
contarte, que hasta el tiempo me faltaba.
Entonces te diste cuenta. Te habías tomado tu tiempo, pero tu decisión
estaba ya más que pensada. Era ya la hora de que nos contáramos las cosas
cara a cara. Era yo el elegido que dirigiera tus pisadas, el lazarillo que te guía
en tu camino que llena de aromas el Martes Santo y que toca el martillo que es
el aldabón de las puertas del Cielo cuando se abren de par en par para la
Gloria.
Y así será hasta que tú quieras, Madre, porque tuya siempre es la última
palabra, pero ten por seguro que este lazarillo, que es pregonero por un día,
dirá siempre con orgullo que el esfuerzo mereció la pena, por poder llegar a
sentirse el capataz de la Santa María de Jesús.
Y de ti vengo a hablar hoy, Madre. Vengo a decir lo que otros no dijeron. O
no supieron decir. Lo que otros no vieron, o no supieron ver. Sería porque no
se pararon delante tuya. O porque no tuvieron la fuerza suficiente para poder
aguantarte la mirada. Porque no es fácil, Madre. Porque estás hecha para
paladares exquisitos, para los que son capaces de enamorarse de la verdadera
belleza. Porque, para hablar de ti, hay que estar enamorado.
Enamorado de veras
de la belleza de tu rostro
de tu cara de Reina
del poder de tus ojos
del color de la arena
de la hermosura de tus labios
que suspiran y no cierran
de las lágrimas que recorren
tus hermosas mejillas morenas
de la blancura de tus manos
de tu silueta perfecta
del pico de tu rostrillo
que enmarca tu piel canela
de las pestañas que abanican
la luz que te da la cera
del farol que te alumbra
de la peana que te eleva
del manto que te cubre
del candelero y su candela
de la rosa de tu mano
de tu rosario y sus cuentas
de tu saya bordada
de tu toca marinera
de tu pecherín sembrado
de mariquillas y perlas
de la cruz de tu corona
de su ráfaga y sus estrellas
de los respiraderos que dibujan
letanías en sus cartelas
de la crestería que los cubre
de las borlas de tus maniguetas
de la paloma de tu palio
que más que volar navega
como navegan tus bambalinas
al bajar la corredera.
Enamorado de ti, Señora
porque tu mirada embelesa
porque eres ternura de madre
porque eres alivio en la tristeza
porque eres alegría desbordante
aunque vayas llorando tu pena.
porque llenas de esperanza
a todo aquel que te quiera
y que se acerque a rezarte
en una tarde cualquiera
cuando no hay en tu casa
quien molestarte pudiera.
Enamorado de ti, Madre mía
por tu gracia de princesa
cuando estás en tu camarín
vigilando tu fortaleza
o cuando estás en Besamanos
y a tus Hijos te acercas
o cuando estás en el Quinario
y vas vestida de hebrea
o cuando vas bajo palio
con tus ropajes de Reina
y llegas al encuentro
de una familia que te espera
con lágrimas en los ojos
con su devoción por bandera
que así te lo demuestran
tu costalero en la trabajadera
los niños con sus medallas
la nazarena que me presenta
las mujeres acompañando
a Las niñas con su vela
y los hombres entregados
que no se apartan de tu vera.
Como te lo demuestra cada año
mi Madre aquí en la tierra
que aunque mira al Castillo
más que nadie te venera.
Junto a ellos viene a verte
luciendo rubia cabellera
la que es amor entregado
y perfecta compañera.
O cuando pasas por tu otra casa
en la que un tiempo vivieras
y donde guardaban las ropas
que con elegancia siempre llevas.
Enamorado de ti, Virgen Guapa
como enamorado estuviera
aquel al que llamaban el tonto
como ojalá más tontos hubiera
que alimentaran al hambriento
y al sediento agua le dieran.
Enamorado de ti, Bienhechora
por las gracias que concedieras
porque hay niñas que no nacían
y ahora visten túnica nazarena
por aquel niño que a la muerte
supo esquivarle y darle vuelta
y que tocó tu martillo
lleno de besos y promesas
como las que te piden los ángeles
que te llevan sobre su cabeza
en la que van pensando oraciones
que pedirte en penitencia.
Enamorado de ti, Redentora
y más quererte quisiera
por tu cara y por tu color
porque la vida sin ti es condena
porque en los malos momentos
siempre siento tu presencia
que me llena de ilusión
me reconforta y me consuela
porque todo lo llenas de luz
sin que hagan falta velas
porque aunque tu cielo es azul
siempre brillan las estrellas
porque ninguna es como tú
eres Reina entre las Reinas
Santa María de Jesús
Mi Morena de la Corredera
• Vivir la Semana Santa de Lebrija.
Esta es mi historia. Una historia que es tan mía como vuestra, que se refleja
cada año en acciones repetidas que llegan a convertirse en pequeñas
tradiciones domésticas, en actos que, sin saber cómo, pasan a ser de
inexcusable cumplimiento y de obligatoria realización.
Todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos viene anunciando lo que está
por llegar. Vivimos desde nuestros corazones una eterna espera, ansias de lo
que termina llegando. La ilusión de volver a vivir lo ya vivido, lo que siempre es
repetido y siempre es nuevo.
Porque siempre son nuevas las bolsas por las que asoma la punta de un
cono de cartón que será el que acapare los pensamientos del Nazareno
anónimo.
El blanqueo de una fachada cuando los primeros brotes de la primavera se
notan en el ambiente de la calle, en las copas de los árboles, en los olores de
las flores,…
El olor a ajonjolí, canela y matalahúga que son como la preparación, como
la cuaresma de esos rosquetes que se convertirán en el símbolo dulce de
Nuestra Semana Mayor.
Los primeros tramos de nazarenos que, antes de que salga ningún paso a
la calle, forman en los cuartos de nuestras casas pendiendo de sus perchas,
con un orden que ningún diputado de tramo lograría igualar.
Los pasos, que van creciendo en nuestros Templos como las flores que
germinan en este tiempo y que son cuidados y mimados por las sabias manos
jardineras de los priostes.
Las colas de espera para retirar el trozo de papel que vale lo que valen los
sentimientos, pues es nuestro salvoconducto para gozar del privilegio de
realizar una nueva estación de Penitencia.
Serán estas cosas, y muchas más, tantas como cada uno de nosotros tenga
en su interior, las que nos vayan llevando, casi sin darnos cuenta, al tiempo
deseado, a la culminación de nuestra espera.
Poco a poco se habrán ido descolgando todas las hojas del almanaque de
nuestras pequeñas tradiciones y nos encontraremos ante el momento que con
tanto anhelo aguardamos.
De repente, veremos cómo están abiertas de par en par las puertas de
cristal de esos artesanos valencianos que nos endulzan la vida en forma de
helado y que nos dice que el tiempo de espera ha terminado.
Amanecerá una mañana, envuelta entre palmas y ramos, con el clamor de
los vítores que anuncian la llegada del Mesías y el comienzo de los siete días
más intensos que se viven en Nuestra Tierra.
Será una mañana de estrenos, de zapatos limpios, de buscar la calle y salir
al encuentro de la luz que nos viene a saludar. De pronto, veremos nuestras
manos pobladas con una rama de olivo que habrá de secarse en el cabecero
de la cama y que nos acompaña mientras nuestros pasos nos guían al
encuentro de los divinos pies del Cristo de la Vera+Cruz y de las primorosas
manos de Nuestra Señora de la Soledad.
Es en ese domingo luminoso
cuando Lebrija entera palpita
al ver a Jesús entrar Triunfante
llevando el izquierdo por delante
montado en su Borriquita.
Y cuando cae la noche
Lebrija se hace más bella
porque la ilumina una Estrella
que de belleza es derroche.
Mi pueblo entero reza
si bajo un olivo viene
quién presiente la Pasión
y acompaña la Oración
con la sangre de sus sienes.
Lebrija se estremece
y corriendo se acerca a verte
con el corazón quebrado
porque ve en la cruz clavado
al que dio por Buena su Muerte
Y con la madre suspira
que con brillos de lucero
se para frente a su casa
y su puerta la traspasa
al compás de campanilleros.
Lebrija rejuvenece
y se convierte en zagal
cuando el Señor de la Humildad
de costero a costero se mece.
Mi tierra se viste de verde esperanza
caminando hacia la Gloria
mientras la Virgen de la Victoria
sobre los pies avanza.
Toca las palmas Lebrija entera
hasta que le sangran las manos
cantando al Cristo de los Gitanos
al subir la Corredera.
Llena las calles un aroma de romero
que va regalando con amor
la Virgen más humana
que es la Virgen más gitana
y que se llama Mayor Dolor.
El día del Amor fraterno
las calles se llenan de mantillas
que adoran a Jesús Sacramentado
mientras Cristo maniatado
llora subiendo hasta su Ermita.
Va visitando Sagrarios
recorriendo sus dominios
la que es Reina y Soberana
Patrona y Guardiana
y Vive en el Castillo.
En el silencio de la noche
el corazón siente un pellizco
corta el aire una sentencia
mientras Lebrija pide clemencia
para el Nazareno de San Francisco
Alumbrando la Madrugada
entre el incienso y sus olores
atravesada por siete puñales
va caminando entre varales
la Virgen de los Dolores.
Lebrija se hace barrio
y se llena por completo de luz
cuando llega el Viernes Santo
no puede contener el llanto
por el Cristo de la Vera+Cruz.
Por ello pide consuelo
que alivie su corazón
a una rosa temprana
que Viene alegrando la mañana
y es La Virgen de Consolación.
Lebrija está de duelo
en el momento de la muerte
de luto viste sus galas
a muerto tocan las campanas
se llevan a Cristo yacente.
Es Lebrija doliente
es Luz en la oscuridad
es cruz con sudario
clavada en el Calvario
acompañando a la Soledad.
Así lo siente esta tierra
que pierde hasta la calma
porque se le escapa el alma
que en sus entrañas encierra.
Y nos invita a compartirlo
Que salgamos a la calle
coger la primavera por el talle
tomar el aire y seducirlo.
Vamos juntos lebrijanos
que ha llegado el momento
en que florecen los sentimientos
de lo divino y de lo humano
Vamos juntos paisanos
que lo que estamos esperando
a nuestra puerta está llamando
con la palma de las manos
Vamos todos juntos, vamos
que la Gloria está ahí afuera
una semana nos espera
y será Domingo de Ramos.
He Dicho
Antonio Joaquín Bellido Ramos
Domingo de Pasión, 10 de abril de 2011
Teatro Juan Bernabé
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