Los derechos de la niñez y la formación profesional en Trabajo Social

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Los derechos de la niñez y la formación profesional en
Trabajo Social
Norberto Alayón1
1. INTRODUCCION
El tema de los derechos de las niñas y los niños en la formación de las y los futuros
trabajadores sociales, constituye un campo estratégico por varias razones, a saber:
-
Porque fortalece y refuerza la democracia, como sistema político y social.
-
Porque contribuye a la enseñanza de que otra sociedad mejor es posible.
-
Porque facilita la construcción a futuro.
-
Porque ayuda a combatir la desesperanza y el escepticismo, que favorecen a
las posiciones más reaccionarias, opuestas a la justicia y la equidad social.
Desarrollaremos, entonces, esta exposición en base a dos ejes: la concepción del
problema y las estrategias de intervención de los trabajadores sociales.
2. CONCEPCION DEL PROBLEMA
En primer lugar debemos mencionar que los datos, las estadísticas y la denuncia de
los problemas de los niños y las niñas no son suficientes para comprender a fondo la
problemática, ya que ellos aparecen como intrínsecos a un sistema de relaciones (sociales,
políticas, económicas, culturales) que constituye en "naturales", o "normales", o "lógicos",
o "corrientes" a esos mismos problemas.
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Profesor Regular Titular Carrera de Trabajo Social. Universidad de Buenos Aires-Argentina
Ex Vice-Decano Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires.
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Por ejemplo, que un marido le pegue a su esposa o a sus hijos, sólo deviene en
problema social cuando se produce el concepto de violencia doméstica, que es un concepto,
pero también es una herramienta de lucha política y social.
Es la lucha política y social la que va construyendo la noción de la violencia
doméstica, la noción de los derechos de los y las niñas como un proceso histórico. Sin este
proceso de construcción, castigar a los niños, explotarlos por medio del trabajo,
prostituirlos, hacerlos intervenir en las guerras, etc., no aparecerá como algo incorrecto o
inhumano, sino como socialmente aceptable y, en consecuencia, "natural" o justificable.
Veamos cómo el mismo reconocimiento particular y desagregado de la categoría
niña en la promoción y defensa de los derechos, fue constituyéndose con posterioridad a la
valoración de los derechos de los niños (masculino) en general. Precisamente, en esta clave
cuestión de género las luchas feministas aportaron a rescatar la singularidad de los derechos
de las niñas en el contexto global de los derechos de todos los infantes.
Sigamos con los ejemplos. Seguramente, a todos o a la mayoría de los que
participamos en este Foro, nos parecerá horrible y cuestionable el padecimiento de las
adolescentes africanas que son sometidas a la infibulación o al cercenamiento del clítoris.
Por décadas y décadas no se hablaba críticamente de estos temas. Sin embargo, la vigencia
de dicha práctica ancestral no constituye un problema social para muchos africanos y
africanas, del mismo modo que para muchos hombres latinoamericanos golpear a su
compañera y a sus hijos resulta algo natural y, muchas veces, defendido hasta por las
propias mujeres.
El viejo principio "pedagógico" de que "la letra con sangre entra", aplicado a los
niños en su escolarización, no está aún desterrado por completo en Inglaterra (país del
llamado "Primer Mundo"), cuando socialmente se considera una atribución de los maestros
el poder aplicar castigos físicos a sus alumnos. Y, a menudo, son los propios progenitores
de los educandos los que reclaman que se trate con ese rigor a sus hijos, por considerarlo un
procedimiento útil para mejorar el aprendizaje escolar de los mismos.
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Sólo la complejidad y la contradicción permanente del comportamiento de los
hombres y del funcionamiento de las sociedades, sus avances y retrocesos, la vigencia y
violación simultánea de derechos, puede dar cuenta, por ejemplo, de la barbarie actual del
llamado "turismo sexual", donde una legión de paidófilos provenientes de los países
"desarrollados" abusan y someten vilmente a millones de niñas y niños de los países más
pobres.
A muchos nos parecerá repudiable el drama de la prostitución infantil, pero
evidentemente a muchos otros miembros de nuestras sociedades no les genera tal rechazo,
habida cuenta de las escalofriantes estadísticas que circulan sobre los usuarios de estas
prácticas, cínicamente definidas como "servicios" en muchos casos.
Este tipo de abusos y violaciones, básicamente masculino, no está ejercitado por
habitantes del lejano planeta Marte; como todos sabemos, estos graves abusos son
realizados por ciudadanos comunes de nuestro querido planeta Tierra. Con algunos de estos
abusadores, probablemente nos habremos cruzado en las calles, en la universidad, en
nuestras familias, en la iglesia, etc.
Con frecuencia salen a la luz pública diversos casos frente a los cuales instituciones
judiciales, educativas, militares, religiosas, aparecen como indulgentes y/o defensoras de
algunos miembros de sus comunidades que abusaron sexualmente de niñas y niños.
A la aceptación o disimulo de estas prácticas aberrantes (que constituyen una
objetiva expresión social de los humanos), cabe contraponer una construcción social y
política, de signo contrario, que bregue por el derecho de nuestras niñas y nuestros niños a
no ser abusados sexualmente, donde la educación y la formación profesional de distintos
agentes y entre ellos los trabajadores sociales -en base a estos parámetros- deben ser
consideradas como un ámbito privilegiado y estratégico para la generación o consolidación
de otro tipo de funcionamiento social.
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Promover los derechos de la gente (en este caso específico los de las niñas y los
niños) y reclamar activamente para que se cumplan, debe ser entendido como un deber y
no sólo como un derecho de los ciudadanos. El reforzamiento de esta noción nos parece
muy importante para reafirmar la necesidad de una ciudadanía atenta y vigilante del
cumplimiento cotidiano de sus derechos, que vaya desterrando las conductas pasivas o
simplemente expectantes acerca de si los derechos están meramente formulados o por el
contrario están -como debe ser- plenamente vigentes. Esta participación activa de la
comunidad será la garantía cierta de que los derechos se ejerciten tal como estén legislados,
evitando que se reproduzca ese sentimiento escéptico y generalizado, según el cual una
cosa es la Constitución Nacional, las Constituciones Provinciales, las leyes, las normas, las
ordenanzas y otra -muy distinta- la realidad.
Sin pretensión de propiedad restringida quisiéramos resaltar y ampliar lo referido en
párrafos anteriores, acerca de la expresión de "nuestras niñas y nuestros niños", en vez de
"las niñas y los niños". Y la intención radica en poner sobre el tapete la necesidad de
reflexionar, en este ámbito académico, un poco más acerca de cómo nosotros mismos
caracterizamos y valoramos la noción de "lo nuestro" y "lo de otros".
Mencionemos a Europa en un intento de ejemplo que nos pueda resultar más
asequible. A muchos europeos (no a todos, por supuesto), paidófilos o no, ganados por el
etnocentrismo (interesado o ingenuo, pero igualmente impropio), el hecho de que sean
violadas las niñas y los niños de Latinoamérica o de Africa les puede generar indiferencia o
sensación de que el daño lo sufrió otro niño, alejado y "distinto" de los de ellos (es decir, no
perteneciente a su país, no perteneciente a su continente, no perteneciente a su clase social).
Aclaremos, por las dudas, que este ejemplo obviamente no es privativo de Europa.
En esta patética y perversa figura del turismo sexual, las niñas y los niños abusados
no suelen pertenecer al mismo país y a la misma clase social del abusador. De modo,
entonces, que mantener este razonamiento escindido entre "nuestros niños" y los "otros
niños" puede generar alivio a la conciencia de muchos y promueve la reproducción de la
violación de los derechos, a partir de la justificación interesada de que tales abusos están
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habilitados por cierta aquiescencia de las propias víctimas, a saber: porque los propios
padres de esos niños ofrecen a sus hijas e hijos para obtener a cambio dinero; porque las y
los niños se dedican a la prostitución (como si se tratara de un hecho individual y no
social), descargando en las víctimas la responsabilidad por "ofrecerse" (intentando, a la vez,
olvidarse de que sin demanda no habría oferta); porque en los países pobres existiría una
"cultura" de la prostitución infantil y ya estarían acostumbrados, tomándolo como algo
natural, etc.
De ahí que, para la promoción y defensa de los derechos de la niñez y la
adolescencia, resulta central develar y cuestionar la naturaleza de las relaciones sociales en
cuyo marco los abusos son posibles, identificando con rigor la vigencia simultánea y
contradictoria del binomio derechos-violación de los derechos.
Por ello no resulta claro definir taxativamente si estamos en un tiempo de derechos
o en un tiempo de violación de los derechos. Más bien aparece como un tiempo complejo y
contradictorio, de avance en el reconocimiento formal de los derechos, pero
simultáneamente de desconocimiento e incumplimiento de esos mismos derechos
declamados y aceptados como tales.
Esta suerte de proceso hipócrita mina, en mucha gente, su disposición para la
acción, y -al crecer el escepticismo- se cede terreno precisamente a las posiciones del
atraso. Y es que cabe recordar que los derechos se construyen y reconstruyen con la acción
permanente, pero que también se pueden diluir o perder directamente si no se ejercita su
defensa cotidiana.
3. ESTRATEGIAS DE INTERVENCION DE LOS TRABAJADORES SOCIALES
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Cabe precisar que lo primero y principal en la formación de los trabajadores sociales
es conducir su proceso reflexivo en torno a cómo y cuáles son "los problemas" que se
presentan "como ya dados" naturalmente para su intervención. Es decir, reflexionar sobre
su historicidad y el efecto político-práctico que tendrán las formas de intervención que se
propongan, por sobre la conciencia que se tenga de (sobre) esos efectos.
Con frecuencia se tiende a confundir el sujeto que sufre el problema, con el
problema mismo. De ahí que surge el interrogante clave acerca de:
a) intervenir sobre el sujeto mismo que padece el problema;
b) intervenir sobre las instituciones en la búsqueda de contribuir a su mejoramiento y
transformación; y
c) intervenir sobre el problema mismo como variable estructural del propio modelo de
funcionamiento social.
"Como un problema social no es una entidad verificable sino una construcción que
promueve intereses ideológicos, su explicación tiene que ser parte del proceso de
construcción y no un conjunto de proposiciones refutables".
"La pobreza, el desempleo y la discriminación contra las minorías y las mujeres son
hoy en día aceptados como problemas, pero durante una parte considerable de la historia
humana fueron considerados características del orden natural".
"El problema de algunos es un beneficio para otros, cuya influencia acrecienta. Para
los empleadores, el desempleo y la pobreza significan costos laborales reducidos y una
fuerza de trabajo dócil, incentivo éste que coexiste fácilmente con la simpatía personal por
los infortunados. La discriminación contra las mujeres o las minorías significa tratamiento
privilegiado para los hombres y las mayorías. El término "problema" sólo vela tenuemente
el sentido en el que las condiciones deploradas crean oportunidades". (Murray Edelman,
1991)
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Una colega argentina trabajadora social, cuyo esposo es médico, hace unos años al
comenzar el invierno, me confesó personalmente: "por suerte, como todos los años, ahora
se viene la gripe y mi marido puede aprovechar y acumular un buen dinero en esta época".
Es decir que el problema de la fiebre y la congestión gripal de algunos, habilita
oportunidades para otros, que en vez de considerarlo un "problema", lo aprecian como una
verdadera "solución" a sus necesidades o intereses.
Resulta necesario preguntarnos -en particular en el propio proceso curricular de la
formación de nuevos profesionales-: ¿qué sería de nosotros, los trabajadores sociales, sin
los pobres?
El sujeto de nuestra intervención, como trabajadores sociales, básicamente son los
pobres, que son las víctimas de la pobreza, que es una categoría esencialmente política y
económica. En esencia, los trabajadores sociales intervenimos sobre los sujetos y no sobre
los problemas. Los efectos de esos problemas (la pobreza) generan sujetos con esa
problemática (los pobres). Y, por supuesto, no es lo mismo intervenir sobre los pobres que
intervenir sobre la pobreza.
No es lo mismo intervenir sobre los "chicos de y en la calle" o sobre los
delincuentes precoces, que intervenir sobre la pobreza que predominantemente los arrojó a
esa situación al privarlos de derechos. La pobreza es una de las resultantes de la
degradación que imponen ciertos modelos políticos y económicos. Los pobres, como
víctimas de esos procesos, quedan sometidos a padecimientos y carencias, para luego
aparecer -en la cínica percepción de algunos y en el imaginario ingenuo de muchos otroscomo los actores principales de la violencia y de la delincuencia.
De ahí se desprende que las niñas y los niños pobres sean considerados como
objetos de políticas de "compasión-represión" y no como sujetos plenos de derechos, de los
cuales han sido privados.
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Y la construcción social de las propias denominaciones o designaciones dan cuenta
de estos procesos: los niños pobres y excluidos son los "menores", la "minoridad"; los niños
no pobres constituyen la "infancia". Por eso los trabajadores sociales, en el campo de la
niñez, en la gran mayoría de los casos intervenimos sobre las y los niños de la llamada
"minoridad" y no sobre las y los niños de la llamada "infancia".
Para la formación profesional de los trabajadores sociales, en relación a los derechos
de la infancia, rige una noción central que resulta clave tener siempre presente: no hay una
única niñez. Y así como al hacer referencia a los derechos de los niños, en género
masculino, inhibió (y aún inhibe) comprender la particularidad del concepto "niña", hacer
mención a la categoría niño/niña como algo homogéneo e indiferenciado, impide reconocer
los diversos problemas y la magnitud de las necesidades, según se pertenezca a uno u otro
sector social, cultural, económico, étnico, etc.
En cuanto a las políticas sociales, como sabemos, no son solamente algunos planes
y programas más o menos bien formulados, sino que son también "definiciones del
problema y del sujeto destinatario". Y no son meramente la "respuesta desde el Estado" o
aquello que surge de la creatividad técnica o de las concepciones políticas de "los políticos
en el gobierno", sino también o principalmente, el resultado de la confrontación y de
disputas en la sociedad (política) y en los diferentes ámbitos institucionales, en los que
aquellas definiciones se redefinen constantemente más allá de su formulación en la letra de
la norma o ley que la crea.
El campo de los derechos de la infancia y de las políticas respectivas nos
proporciona ejemplos innumerables. Argentina, en 1990, sancionó una ley por la cual
aprobó y ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño y en 1994 incorporó la
Convención a la Constitución Nacional. Por entonces hubo una activa campaña de
políticos, ONGS, organizaciones profesionales, especialistas, etc. para que esto se lograra.
Y se logró en el mismo momento en que las políticas neoliberales eran incuestionables y se
llevaban adelante con toda decisión por el gobierno de entonces. En esa misma época se
generaron las condiciones sociales para la reaparición de fenómenos que parecían
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erradicados para siempre del país: la desnutrición (incluso muertes por hambre), la
desescolarización, el aumento del trabajo infantil, de la mendicidad, etc. se producían
cuando Argentina adhería a la Convención. Adhesión que, por supuesto, debe considerarse
como un paso político decisivo en materia de derechos.
Ahora bien, esta contradicción, ¿puede interpretarse como un fenómeno meramente
perverso, fruto de un gobierno de esas características? Consideramos que no, sino que se
comprende al entender a la política como construcción y lucha constante y no como simples
actos individuales, producto de la sola ideología de los gobernantes de turno.
A la vez, si la orientación neoliberal del Estado condicionó y desdibujó fuertemente
los logros por el reconocimiento de derechos, del mismo modo que bloqueó o debilitó
aquellos planes y programas cuyo objetivo principal eran esos derechos, etc., otro ámbito
de la política -en la que de hecho se resignifican y reconfiguran las políticas- es el de las
instituciones específicas.
La estructura formal de las instituciones y la vigencia de normas y reglamentaciones
contradictorias constriñen, en muchos casos, la posibilidad de cambios en su
funcionamiento. Asimismo, la concepción mayoritaria que respecto de los problemas y del
sujeto tienen los agentes institucionales (en cualquier nivel que se desempeñen) o las
prácticas arraigadas y materializadas en estructuras no formales que son difíciles de
modificar, constituyen aspectos insoslayables para comprender la suerte de una política y
para definir estrategias de intervención.
Un ejemplo que es de importancia fundamental en el campo de los derechos de la
infancia y la adolescencia, son algunas instituciones de la Justicia de Menores. Entre otras
cuestiones, la estricta separación entre los fueros de menores y mayores da lugar a una
representación fragmentada de los problemas, en diferentes aspectos de incumbencia de
distintos ámbitos institucionales, de modo tal que se esteriliza la intervención del Estado, en
el mejor de los casos, o se restringe al puro control, represión o moralización, generalmente
de la víctima. Cuando se verifica el caso de un abusador o violador adulto de una niña o
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niño, el mayor que cometió el delito pasa a ser intervenido por un Tribunal de Mayores. La
niña o niño víctima, por supuesto no comprende la separación de los fueros de "mayores" y
"menores". Para la víctima, la vigencia o ausencia de justicia en relación al abuso o
violación sufrida, constituye un único e indivisible hecho. Con frecuencia, las niñas y niños
violados permanecen sufriendo no sólo por la violación que padecieron, sino también
porque saben que su violador está libre y sin castigo alguno por el ilícito cometido. Encima,
al continuar la víctima en carácter de "judicializada", "bajo" un Juez de Menores, sin
aplicación de pena al violador, se le está infligiendo un nuevo y mayor daño al ya sufrido.
Por último, como señalamos hace un momento, la estructura de prácticas de los
agentes institucionales es también condicionante del destino de "las políticas". Desde la
concepción de los jueces, que deciden en última instancia, pasando por los empleados
judiciales, hasta los propios trabajadores sociales y otros profesionales, se advierte -en
muchas ocasiones- la desconsideración por la intimidad de las personas, no como un acto
necesariamente intencionado, sino como comportamientos naturalizados en la rutina de la
institución; o la prevalencia de los "pasos formales a cumplir", por sobre las exigencias que
plantea un problema determinado, de modo que el problema "desaparece" tras el expediente
o la "causa" del menor, al que se cita, se visita, se amonesta, se controla, etc. El problema,
para esta lógica institucional, termina siendo el "menor" y no el eventual problema que éste
tenga.
En muchas instituciones, la intervención administrativa y profesional sobre los
sujetos que padecen los problemas es abrumadora para con los mismos, sin que se
resuelvan sus necesidades específicas. Las necesidades (burocráticas, legales, de control
social) son de las propias instituciones y no de los usuarios.
En los Tribunales de Menores, que aplican las viejas leyes del "Patronato" (en
colisión con la Convención y la Constitución Nacional) esta situación suele ser patética. El
acatamiento de esas leyes exige que, al quedar el niño a disposición de un Juez de Menores,
se deben cumplimentar los artículos de la ley referidos a tomarle declaración por parte de
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un empleado, que lo revise el o la médica, que sea entrevistado por el o la trabajadora social
y, en ocasiones, que lo evalúe también el o la psicóloga.
El niño o la niña "pasan por varias manos" en las distintas entrevistas, con esperas
interminables, narración casi pública de la problemática que padecen, pasillos atiborrados
de gente hasta lo inimaginable, llantos, gritos y discusiones diversas, crisis de nervios, en
ocasiones desmayos, sin asientos suficientes, sin baños y, para completar la intervención
judicial "en su favor", son citados nuevamente al Tribunal a los quince días o al mes para
"un nuevo control".
El "menor causante", como es denominado en la jerga tribunalicia, con frecuencia
no ve "solucionado" su problema, pero sí contribuye activamente a cumplir con los
objetivos, intereses y necesidades institucionales y sociales y también los de los
profesionales actuantes.
El perverso maltrato institucional, aún sin incluir los severos ámbitos policiales,
evidencia -como una óptima fotografía social- la existencia de una sociedad fragmentada y
polarizada, que muestra nítida y cínicamente las diferentes clases sociales.
En cuanto a la intervención de los trabajadores sociales en las instituciones, aún
tenemos que reflexionar mucho acerca de nuestra práctica profesional. Con frecuencia,
trabajadores sociales de discurso progresista desarrollan una práctica tradicional y rutinaria.
Suelen actuar de manera parecida a las de aquellos colegas que recibieron una deficiente
formación o que son conservadores por opción.
En términos generales, se puede coincidir en que una buena formación permitirá a
los trabajadores sociales interpretar con sensatez cómo se debe ejercer la profesión y, a
partir de ello, estar en mejores condiciones para bregar por la promoción, la defensa y la
exigibilidad de los derechos de la niñez y la adolescencia.
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Sin embargo, ésta como tantas otras, es una cuestión compleja y contradictoria: la
mayor y mejor capacitación de los profesionales no garantiza necesariamente, per se, el
cambio de las prácticas institucionales, en beneficio de la infancia y la adolescencia. Tiene
que ver con muchos otros factores interrelacionados: con los cambios culturales; con las
tradiciones laborales; con las necesidades salariales; con el mantenimiento y reproducción
del propio espacio laboral de los trabajadores sociales; con la debilidad y tradicional
subordinación de los trabajadores sociales en relación a otras disciplinas y a otros
profesionales; con la inexperiencia para articular estrategias, tácticas y conformación de
alianzas para introducir con inteligencia y eficacia los cambios necesarios; etc.
Pero también hay que reconocer que los cambios o las resistencias institucionales a
cambiar, están ligados a los procesos políticos-sociales de carácter estructural que
predominan en un determinado momento histórico. Los procesos de carácter estructural, en
ocasiones condicionan y orientan las tendencias a introducir y concretar cambios
progresivos, del mismo modo que -en otros momentos- solidifican y petrifican lo existente,
fortaleciendo la inmutabilidad de las acciones y procedimientos más básicos.
Como los pájaros, tendremos que aprender a utilizar hábilmente las corrientes de
aire ascendentes y descendentes (en estos casos de "aire social y político") y ensayar
prácticas de instauración de contracorrientes y resistencias cuando los "vientos" no sean
favorables.
Reafirmamos, entonces, que los procesos de cambio o de retroceso en las
instituciones y también en las disciplinas, no son un producto meramente endógeno de cada
institución o de cada profesión. Se generan y articulan con la dinámica social y política
específica que se registra en el conjunto de la sociedad en un momento particular.
Señalamos, finalmente, que corresponde bregar por una formación de trabajadores
sociales que jerarquice la profesión no por mero corporativismo, sino por una exigencia
ética, por el tipo de problemas con los que trabajamos, por la situación desventajosa de las
personas que están implicadas en esos problemas. No basta manifestar "compromiso" en
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abstracto y reproducir luego una "profesión empobrecida y subordinada, para los pobres".
Tampoco basta la queja plañidera por el no reconocimiento que padecemos los trabajadores
sociales como profesionales. El reconocimiento y la valoración deben construirse en el
propio campo de acción y, en ese sentido, la posesión de una sólida formación profesional
contribuirá para actuar reflexivamente en la definición de los problemas y en la apropiada
adopción de las estrategias políticas y profesionales de intervención para la erradicación de
los mismos.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
ALAYÓN,
Norberto (2003). Niños y Adolescentes. Hacia la reconstrucción de
derechos. Buenos Aires. Espacio Editorial. 2da. Edición.
EDELMAN, Murray (1991). La construcción del espectáculo político. Buenos Aires.
Manantial.
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Losada/Unicef.
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otra década infame (I). Buenos Aires. Espacio Editorial.
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pobreza, educación y trabajo. Buenos Aires. Editorial Losada/Unicef.
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