Revista OCT Nº 066 Oct. DCCCXCVIpdf

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B,
Contenido c
Editorial c
 Federico Leiva Paredes
Director.
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 PORTADA
 LAS CATEDRALES DEL MUNDO.
(Jerez de la Frontera).
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 CONQUISTADORES ESPAÑOLES.
(Diego Garcia de Paredes y Torres)
Colaboradores c
 Joaquín Salleras Clarió
(Historiador de Fraga).
 Albert Coll Vilá
 Josep Ricard Vento
 Juan A. Portales
 Frey Jesús
 Fredy H. Wompner
 LOS REYES GODOS.
(Liuva y Leovigildo)
 EL SANTO CÁLIZ DE VALENCIA.
 LOS PAPAS DE LA HISTORIA.
(S. Melquiades I)
c
 El RINCON DE JOAQUÍN SALLERAS.
 REYES DE ESPAÑA, DE 1474 A 1873.
(2ª Casa de Austria).
(Felipe II, Último).
 JOYAS DEL ROMÁNICO ESPAÑOL.
(San Juan del Hospital, Valencia).
Envio de artículos c
 Email:
[email protected]
Contacto c
www.oct.org.es
c
 LA HUELLA DEL TEMPLE EN EL BAJO
CINCA.
 GRANDES BATALLAS.
(Batalla de Adramitio).
 LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES.
(La Mesa de Salomón).
 CONTRAPORTADA.
EDITA: OCT
(Orden Católica del Templo)
La OCT no se responsabiliza de las opiniones o doctrinas de los autores, ni de la posible
violación de autoría y originalidad de los trabajos, colaboraciones o artículos enviados a
esta redacción. Los autores serán los únicos responsables de todas las cargas pecuniarias
que pudieran derivarse frente a terceros de acciones, reclamaciones o conflictos derivados
del incumplimiento de estas obligaciones previstas por la Ley.
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Catedral de Jerez de la Frontera
La Catedral de la Diócesis de Asidonia-Jerez radica en la ciudad de Jerez de la
Frontera se alza sobre la primitiva Mezquita Mayor de Jerez y la antigua Iglesia del
Salvador; es una construcción del siglo XVII, que aúna los estilos gótico, barroco y
neoclásico.
HISTORIA
La Catedral de Jerez es la antigua Iglesia Colegial, elevada a la dignidad
catedralicia por la bula «Archiepiscopus Hispalenses» del 3 de marzo de 1980 de SS.
Juan Pablo II. Tiene como titular a Nuestro Señor San Salvador, y celebra su fiesta el 6
de agosto, Transfiguración del Señor. El templo fue consagrado por el Cardenal José
María Bueno Monreal el 10 de diciembre de 1978, II Centenario de la inauguración del
templo. Como tal catedral del nuevo obispado asidonense jerezano fue el lugar donde
se promulgó la bula de constitución de la Diócesis el 29 de junio de 1980 con la
entrada del primer obispo Monseñor Rafael Bellido Caro. Ha sido también el templo
donde recibió la ordenación episcopal Monseñor Juan del Río Martín, el 23 de
septiembre de 2000, y lugar de numerosas ordenaciones sacerdotales y diaconales,
así como de otras celebraciones importantes de la diócesis.
La institución del Cabildo Colegial se remonta a la conquista cristiana de Jerez,
el 9 de octubre de 1264, constando que estaba ya constituido el 23 de septiembre de
1265 en que Alfonso X el Sabio extiende en su favor el privilegio de dotación.
Constaba de un abad y hasta diez canónigos en el curso de su historia. Un cardenal y
varios obispos fueron anteriormente miembros del Cabildo, y otros varios por su
cultura y obras de beneficencia figuran en la historia local. Fue disuelto por la bula del
papa Juan Pablo II (26 de mayo de 1984) para dar paso al nuevo Cabildo Catedral, que
consta de doce canónigos que ejercen los diferentes oficios propios del Cabildo.
El Cabildo Colegial acometió el 9 de mayo de 1695 animosamente la obra de un
nuevo templo, cuya traza todo indica se le encargó al maestro mayor de obras de
Jerez, Diego Moreno Meléndez (+ 1700). La obra se prolongó a lo largo de más de
ochenta años, llevándose adelante gracias a la enorme y meritoria dedicación y
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sacrificios de los canónigos, y siendo costeada con los bienes del Cardenal Arias y
luego con sustanciosa ayuda real y papal, hasta que la totalidad del templo se bendijo
el 6 de diciembre de 1778, habiéndose puesto al culto la mitad del templo el 16 de
junio de 1756. Directores de las obras fueron los maestros Ignacio Díaz de los Reyes
(+ 1748), Juan de Pina (+1778) y Miguel de Olivares, que actuó bajo las órdenes de
Torcuato Cayón de la Vega. Del templo anterior, derruido en 1695, solamente queda la
torre.
Se quería una iglesia grande y hermosa,
que no desdijera de las que ya había en la
Ciudad como San Miguel y Santiago, y fuera
digna de ser algún día catedral. En 1580 y en
1781 se elevaron a la Corona peticiones desde
Jerez para la constitución en la ciudad de un
nuevo obispado. Pero no fue hasta 1980 que el
viejo deseo pudo alcanzarse.
El templo es una construcción de
estructura gótica, con planta de salón, cinco
naves de desigual altura que se apoyan por el
exterior en contrafuertes y arbotantes, y una
nave transversal, en cuyo encuentro con la nave
mayor se alza una airosa cúpula. Los arcos son
de medio punto, no ojivales, y las bóvedas son
de arista, construidas las de la nave central y el
crucero en piedra labrada y muy ornamentada,
mientras que las de las naves laterales son de
rosca de ladrillo y sin adornos. Propiamente no
tiene más capilla que la del Sagrario, de estilo
neoclásico. La fachada principal ostenta una
triple puerta, y está adornada con imaginería y
motivos barrocos, como asimismo las dos
puertas laterales, llamadas de la Visitación y la
Encarnación.
Tras el Concilio Vaticano II se hizo una
obra interior de adaptación, que posteriormente
ha sido modificada para darle mayor amplitud al
espacio celebrativo y facilitar la participación de los fieles.
Se hallan en el interior algunos cuadros e imágenes de verdadero valor artístico,
entre los que citaremos el Cristo de la Viga, crucificado tardo gótico de finales del s.
XV, y la Virgen Niña, de Francisco de Zurbarán, así como la Custodia procesional de
plata, obra de 1951 según diseño de Aurelio Gómez Millán. Cuenta también con un
órgano romántico de 1850, según proyecto de John Bishop.
En el templo catedralicio tiene también su sede la Parroquia del Salvador, la
primera de las parroquias de la ciudad, según consta del libro de Repartimiento de
Casas del 3 de octubre de 1265.
Por F.L.P.
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Diego García de Paredes y Torres nació en Trujillo el 30 de marzo de 1468, hijo
primogénito y legítimo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo y
noble linaje de los Delgadillo de Valladolid, y de su esposa doña Juana de Torres,
noble dama trujillana del linaje de los Altamirano. En los primeros años de su infancia
«criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre», infundiendo este
ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad
cada día crecían», destacando desde sus inicios, pues se dice que «en sus tiernos
años vencía a todos los de su edad». Además de practicar estos juegos físicos y
militares, Diego García aprendió a leer y escribir, algo inusual en la época para alguien
que no se había criado en la Corte, y más aún para un joven inclinado al oficio de las
armas.
La participación de Diego García de Paredes en esta guerra es bastante dudosa,
principalmente por falta de datos fidedignos durante su primera juventud. El escritor y
biógrafo Miguel Muñoz de San Pedro niega rotundamente en su obra cualquier
intervención del extremeño en esta campaña, afirmando que permaneció en Trujillo al
cuidado de su madre viuda y de sus hermanos más pequeños hasta 1496. Sin
embargo, algunos autores aseguran que siguió a las tropas castellanas de Isabel la
Católica a la Guerra de Granada, participando desde 1485 hasta el asedio y toma final
en 1492, convirtiéndose en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista;
en el año 1485 se hallaría en la entrega de la ciudad de Ronda, una de las principales
fortalezas del Reino de Granada y más tarde, en 1487, en la toma de la ciudad
de Vélez-Málaga. El 20 de abril de 1491, los Reyes Católicos sitiaron la ciudad
de Granada: el largo cerco duro ocho meses, hasta que el 2 de enero de 1492 cayó el
último bastión musulmán en España. Este gran suceso impresionó a toda
la Cristiandad y vino a consolar la caída de Constantinopla en 1453.
La información fiable sobre la vida de Diego García de Paredes comienza
en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, doña Juana de Torres. Libre de
lazos familiares (Sancho de Paredes, el padre, había fallecido en 1481), su espíritu
aventurero le llevó a la Italia del Renacimiento.
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Diego desembarcó en Nápoles a finales de ese mismo año, acompañado de su
medio hermano por vía paterna, Álvaro de Paredes. Sin embargo, la guerra por el reino
napolitano entre españoles y franceses había cesado recientemente, y ante la falta de
jornal para subsistir, ambos hermanos viajaron a Roma para servir al Papa. Durante
un breve periodo, por escasez de sueldo, se ganaron la vida junto a otros españoles
buscando ventura de enemigos, duelos nocturnos en las calles y suburbios de Roma,
tras los cuales despojaban a los oponentes de sus capas, la prenda de vestir más
valiosa de la época, que luego vendían en el mercado clandestino de Nápoles. Diego
no quería llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, y decidió darse a conocer a un
pariente suyo en el Vaticano, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró
notablemente su situación social. El Papa Alejandro VI no necesitó demasiadas
recomendaciones: durante uno de sus ratos de ocio en los alrededores del Vaticano,
el Pontífice observaba a los españoles que estaban a su servicio practicar el juego
de lanzar la barra, uno de los deportes de la época, cuando una comitiva papal de
italianos recelosos provocó una disputa. Diego García, armado solamente con la
pesada barra de hierro, destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las
espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y
fuera de combate».
Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, nombró a Diego
guardaespaldas en su escolta. Como jefe de la guardia Papal del Castillo Sant'Angelo,
Paredes estuvo presente en Roma el 14 de junio de 1497, cuando el cadáver de Juan
de Borja y Cattanei, hijo del Papa Alejandro VI, apareció cosido a puñaladas en las
aguas del Tíber. Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del
monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones.
Diego fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos
encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de
un crimen que ha quedado para siempre en el misterio. Ese mismo año, una facción
de los nobles de Italia, encabezados por los Orsini (inducidos por el cardenal Juliano
della Rovere), habían tomado las armas contra Alejandro VI. Su hijo, César Borgia,
emprendió la destrucción de aquellos tiranos, y concibió el gran proyecto de la unidad
de Italia bajo el poder del Soberano Pontífice: gran ocasión para que García de
Paredes emplease su denodado arrojo. Como capitán de los Borgia intervino junto a
las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en la captura del
corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de Ostia bajo
bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone (donde demostró sus fuerzas
descomunales al arrancar de cuajo las argollas de hierro del portón de la fortaleza
para dar entrada al ejército pontificio) y participó en la campaña contra los Barones de
la Romaña: conquistas deI Mola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500, defendida
heroicamente por Catalina Sforza. En estas acciones coincidió con otros capitanes
españoles al servicio de los Borgia, como Ramiro de Lorca, Hugo de Moncada o
Miquel Corella (Micheletto).
Por estas fechas, se vio involucrado en uno de sus famosos lances de honor: el
desafío se produjo con un capitán italiano de los Borgia, llamado Césare el Romano.
El duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y
cortó la cabeza a su enemigo «no queriendo entenderle que se rendía».
Sin embargo, el muerto debía ser personaje de importancia y el suceso produjo
gran revuelo en el Vaticano, trayendo como consecuencia el cese de García de
Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. Diego García
logró fugarse del ejército Papal y pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino,
enemigo de los Borgia, ayudándole a conservar sus posesiones. Después de la guerra
de la Romaña, como de momento no podía volver con el Pontífice ni había tropas
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españolas a las que incorporarse, durante un tiempo pasó a servir como condotiero a
sueldo de la poderosa familia italiana de los Colonna, bajo las órdenes de Prospero
Colonna.
De nuevo bajo las banderas de España, Diego
García de Paredes sirvió a las tropas del Gran Capitán
en el asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que había
sido arrebatada recientemente por los turcos a
la República de Venecia.
Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza
situada sobre una roca de áspera y difícil subida.
Españoles y venecianos sufrieron cerca de dos meses
todo género de penalidades en aquel sitio sin poder
rendirla. Los turcos tenían entre sus armas ofensivas
una máquina provista de garfios que los españoles
llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los
soldados por la armadura y levantándolos en alto los
estrellaban dejándolos caer, o bien, los atraían hacia la
muralla para matarlos o cautivarlos. Diego García, como
siempre en primera línea de combate, fue uno de los
hombres que de esta manera fueron llevados al muro,
donde le echaron los garfios, y tras luchar en fuerzas con el artilugio para no ser
sacudido al suelo le subieron encima de la muralla. Paredes realizó entonces la
primera de sus grandes gestas, coincidentemente consignada en las crónicas de su
tiempo.
Conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas, y una vez abierto el
artefacto quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y
es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a
matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar
muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y
más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de
energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad».
Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza haciendo «cosas tan dignas
de memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»; los
musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle», solo le
pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse
defendido durante tres días, le rindió». Aquella lucha titánica fue algo sobrenatural, y
ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron
prisionero esperando obtener por su rescate mejores condiciones en caso de rendir
Cefalonia. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto final
por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su prisión «a
pesar de sus guardas» (Según la tradición popular, Diego arrancó las cadenas de su
prisión, echó abajo las puertas del calabozo y arrebató el arma a los centinelas
después de acabar con ellos; de una forma u otra, lo cierto es que no fue rescatado y
consiguió liberarse de su propia mano ) y colaboró en el ataque hasta que se tomó la
fortaleza, haciendo «tal estrago en los turcos» que «despedazó tantos como el ejército
había acabado».
Fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde comenzó realmente la leyenda de
Diego García de Paredes: la pujanza de un hombre de fuerzas increíbles resistiendo
tres días contra una guarnición de soldados turcos sólo pudo encontrar semejanza en
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los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la
tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como El
Sansón de Extremadura, el gigante de fuerzas bíblicas, y por aliados y enemigos
como El Hércules y Sansón de España.
De vuelta a Sicilia, el ejército español quedó
temporalmente inactivo. Acostumbrado a la inquieta vida
guerrera, Diego García se incorporó de nuevo a los ejércitos
del Papa a principios de 1501, pues César Borgia acababa de
retomar su empresa de la Romaña. La aureola de héroe
alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César
le nombró coronel en su ejército, participando en las tomas
de Rímini, Fosara, en los Apeninos, y Faenza, conquistas
donde ganó nuevos laureles al servicio de los Borgia: «un
hombre de armas español de los del Duque, varón de muy
gran fortaleza y ánimo, al cual llamaban Diego García de
Paredes...arremetió como un león denodado con su espada y
lanzose en medio de las fuerzas de los enemigos dando
voces...haciendo cosas dignas de eterna memoria». La
campaña se cortó bruscamente, regresando Diego a Roma, donde César era requerido
a causa del inesperado giro de los asuntos de Nápoles. Tras el cese de las
hostilidades, se avenía mal el vigor, el ardor y el ansia de pelear que sentía Paredes en
su pecho con la vida tranquila y acomodada de la Ciudad Eterna.
A finales de 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando
el Católico y Luis XII de Francia por el dominio del Reino napolitano. Diego abandonó
inmediatamente Roma para incorporarse a los ejércitos de España. En esta guerra,
bajo las órdenes del Gran Capitán, alcanzó su apogeo como soldado, causando
verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes
cosas que hacía y acometía», y asombrando a sus contemporáneos con sus hechos
de armas.
El Sansón español se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó
heroicamente en las memorables batallas de Ceriñola y Garellanoen 1503. Durante una
de las fases previas de esta última batalla, llevó a cabo la más célebre de sus hazañas
bélicas, recogidas por las crónicas de la historia e inmortalizadas en su leyenda:
«hecho tan verdadero, como al parecer increíble» que «acreditó tanto la fama de Diego
García, que aún a la posteridad dejó la memoria de aquél tiempo». Paredes se sintió
herido en el orgullo tras un reproche del Gran Capitán por una propuesta táctica del
extremeño, y cegado por un arrebato de locura, presa de uno de sus
famosos humores melancólicos, se dirigió con un montante a la entrada del puente
del río Garellano, desafiando personalmente a un destacamento del ejército francés
(La tradición cita 2.000 hombres de armas, cifra aparentemente exagerada por la
imaginación popular, pero aceptada tanto por José de Vargas Ponce como por Miguel
Muñoz de San Pedro). Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el
descomunal acero, se abalanzó en solitario sobre sus enemigos y comenzó una
espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a
mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al
infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la
avalancha francesa. Las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta
locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y
peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que
nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni
otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su
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denuedo y animosidad» Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos,
comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo,
manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos
entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle,
pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad
de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando
como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán
peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar
adelante». Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño
irracional y se entabló una sangrienta escaramuza. Al fin, dejando grandes bajas ante
la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se
vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo que ser «amonestado
de sus amigos, que mirase su notorio peligro». «Por su fuerza y valor salió del poder
de los franceses, que aquél día le pusieron en muy gran peligro la vida, y cierto
nuestro Señor le quiso favorecer y guardar aquél día en particular...librándole Dios su
persona de peligro»; «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes
que dieron en Diego García de Paredes los enemigos...saliese sin lesión». Citan
las Crónicas del Gran Capitán que «entre muertos a golpe de espada y abnegados en
el río fueron aquél día más de quinientos franceses»
La fuerza, la destreza y la valentía de Diego García de Paredes, ya
extraordinariamente admiradas, llegaron en estos momentos a cotas difíciles de
igualar.
El 11 de febrero de 1504 terminaba oficialmente la guerra en Italia con el Tratado
de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y el Gran Capitán gobernó el reino
napolitano como virrey con amplios poderes. Gonzalo quiso recompensar a los que le
habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes marqués
de Colonnetta (Italia). Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un
auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba. Sin embargo, fue en su
patria donde se encontró con la dura realidad: la ingratitud real. A pesar de que
Fernando el Católico le había entregado el marquesado de Colonnetta, Diego García, a
quien nadie compraba con títulos nobiliarios, fue uno de los más fervientes
defensores de Gonzalo de Córdoba dentro de la atmósfera de intrigas en la Corte, y
cuando todos evitaban su cercanía, ahora que parecía caer en desgracia, llegó a
defenderle públicamente desafiando ante el mismísimo rey Católico a todo aquél que
pusiera en entredicho la fidelidad del Gran Capitán al Monarca.
En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a
que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró
Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de
rodillas dijo: «Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga
delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí
están y hasta que no acabe mi razonamiento no me
interrumpa».
Todos quedaron asombrados, expectantes ante la
posible reacción del monarca por semejante osadía, pero
Paredes prosiguió: «Yo, señor he sido informado que en
esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del
Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si
hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán,
ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento
hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi
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persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o
uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y
desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos»; y remató su airado y
desconcertante discurso arrojando su enorme guante en señal de desafío. Fernando
el Católico por toda respuesta le dijo: «Esperad señor que
poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado». El
rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a
que los difamadores dieran un paso al frente y defendieran
su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes. Sin
embargo, ninguno de los allí presentes se arriesgó a
romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al
Sansón de Extremadura. García de Paredes decía la verdad,
había ganado una vez más. Después de concluir sus
oraciones, el monarca se acercó a Paredes y colocando sus
manos sobre los hombros de Diego, le dijo: «Bien se yo que
donde vos estuvieres y el Gran Capitán, vuestro señor, que
tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo,
pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra
calidad suelen hacer»; y Fernando el Católico, sólo él,
porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes
del guante arrojado en señal de desafío. Cuando el incidente llegó a oídos del Gran
Capitán, éste selló una amistad inquebrantable con aquél que le había defendido
públicamente exponiéndose a la ira de un rey.
En 1507, para satisfacer a los nobles, Fernando el Católico le despojó del
marquesado de Colonnetta. Este hecho, unido a las envidias e injusticias contra
aquellos que habían derramado su sangre por la Corona en la Guerra de Italia, llevó a
Diego a perder definitivamente la fe en su rey y entró en un periodo de rebeldía. Se
sentía extraño en España y le era preciso desahogar el espíritu entre soledades
absolutas y horizontes infinitos.
Escogiendo a antiguos camaradas hizo armar carabelas en Sicilia, financiado
por Juan de Lanuza, se lanzó a la aventura en el mar y ejerció durante un tiempo la
piratería a lo largo y ancho del Mediterráneo: «púsose como corsario a ropa de todo
navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de
Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de
cristianos, e infieles». Paredes fue proscrito en España y llegó a ponerse precio a su
cabeza, siendo perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado
en Cerdeña. Sus acertadas correrías llegaron a ser conocidas y temidas, siendo sus
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principales presas berberiscos y franceses. Durante su fuga rebelde engendrada por
la ingratitud regia, Diego García de Paredes vivió libre y dueño de sus actos la vida
aventurera en el mar, en busca de un olvido que serenase su espíritu indomable.
De regreso a Extremadura, el veterano héroe sintió una profunda soledad tras
su fracaso matrimonial (se había casado en 1517 con la noble trujillana María de
Sotomayor) y vivió en paz desde 1526 hasta 1529, cuando abandonó definitivamente
Trujillo y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del
legendario guerrero, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo al
emperador en Alemania, Flandes, Austria (Segundo Sitio de Viena, asediada
por Solimán el Magnífico en 1532, donde las tropas imperiales no llegaron a entrar en
acción ante la retirada de los turcos) y finalmente Hungría.
En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en
el Danubio, asistió a la reunión oficial del Emperador Carlos V y el Papa Clemente
VII en Bolonia, donde, triste ironía del destino, aquel héroe invicto que burló la muerte
bajo mil formas, las más terribles y violentas, durante quince batallas campales,
diecisiete asedios e innumerables duelos, que fue asombro y terror de su edad, cuya
fuerza no tiene parangón en la historia de la humanidad, falleciera a consecuencia de
las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil y pueril,
al intentar derrocar una débil paja en una pared compitiendo con unos chiquillos.
Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, «parece
que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días», dejó escritas sus
memorias: «Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes».
Cuando lavaron el cadáver antes de
ponerlo en el sepulcro, se le halló todo
cubierto de cicatrices, consecuencia natural de
más de cuarenta años de activa vida militar
dedicada al oficio de las armas. Durante su
funeral en Bolonia, los soldados «le llevaron
en hombros de todos, deseando cada uno
hacerle estatuas con su imitación». Los restos
del Sansón de Extremadura fueron repatriados
a España en 1545 y enterrados en Santa María
la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la
actualidad.
Por F.L.P.
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Liuva I (¿? – 572) fue rey de los visigodos
(568–572), como sucesor de Atanagildo. Hijo de
Liuverico, conde en 523 y 526. Consideraba que
su hermano Leovigildo era la persona más
adecuada para reinar, comparte con él el trono
trasladándose a Septimania para evitar el avance
de los francos.
Tras un periodo de discusión de la nobleza,
probablemente ya el mismo año del fallecimiento
de Atanagildo (568) fue proclamado rey Liuva,
que seguramente era el duque (dux) de la Galia
Narbonense.
La mala situación del reino visigodo debió
ser aprovechada por los francos, cuyos reyes
Sigeberto I y Gontrán I se acercaron a Arlés
probablemente 569. Gontrán sitió la plaza y tras
una batalla victoriosa la tomó.
Liuva I asoció al trono a su hermano
Leovigildo. Parece ser que entonces Liuva
decidió controlar personalmente la frontera
de Septimania, con el fin de evitar nuevas
pérdidas, y se reservó esta provincia para sí. Tal vez también la parte de la
tarraconense bajo dominio visigodo, confiando el gobierno de las otras provincias
(parte de la cartaginense, Lusitania y parte de la Bética) a su hermano Leovigildo,
probablemente en 569, poco después de los sucesos de Arlés.
Con esta decisión por parte Liuva, se rompió la tendencia de los anteriores
reyes godos, que nada más llegar al poder siempre intentaban afianzarse en él. Su
misión en el norte del reino fue la de detener las incursiones francas, que con la
presencia de Liuva en la zona no organizaron más intentos de conquista sobre la
Septimania, quedando Leovigildo pendiente de los bizantinos que tenían posesiones
en el sur y el levante de Hispania y amenazaban con intentar conquistar nuevos
territorios. Liuva, con su decisión de dividir el poder, sentó las bases para una
recuperación económica del reino godo, además de preparar a Leovigildo para su
futuro reinado en solitario.
Liuva murió probablemente en 572 y su hermano Leovigildo quedó como único
rey.
LEOVIGILDO
Leovigildo (¿? Toledo, primavera del año 586) fue rey de los visigodos de
572 a 586. Hijo de Liuverico, conde en 523 y 526. Obtuvo el reinado después de
la muerte de su hermano Liuva I. Se casó dos veces: su primera esposa fue Teodosia,
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de quien tuvo a sus hijos Hermenegildo y Recaredo I; su segunda esposa
fue Gosvinta (viuda de Atanagildo).
Leovigildo emprendió diversas campañas militares a
lo largo de la geografía de Hispania, relatadas en la única
crónica contemporánea de Juan de Biclaro, y que tuvieron
por consecuencia el afianzamiento del poder del reino
de Toledo. En el 581, una de estas campañas se dirigió
contra los vascones, permitiendo la fundación de la ciudad
visigoda de Victoriacum o Victoríaco para controlar el
territorio de Vasconia.
Probablemente la razón para esta campaña es que
Leovigildo conocía los saqueos vascones en la zona
comprendida entre el Ebro y los Pirineos. La prioridad dada
a esta campaña, que coincide con el primer año de la
rebelión de su hijo Hermenegildo, parece indicar que estos
saqueos eran importantes. Otra explicación sería la de que
los vascones, políticamente organizados desde el periodo
del Bajo Imperio Romano, respondieran a los intentos de
conquista y saqueos por parte de los visigodos con
campañas militares de recuperación de dichos territorios
arrebatados.
La campaña vascona concluyó con una victoria sobre
los vascones cerca del lugar donde se funda Victoriacum,
posiblemente la actual ciudad de Vitoria, en los llanos de
Álava, una fortaleza que permitiría controlar a la vez las montañas del Oeste
de Navarra y la zona de la depresión vasca. Aunque este enclave, al igual
que Oligitum, la actual Olite, parece que fuera fundado como bastión defensivo frente
a los vascones, que perduraron al margen del control visigodo, en la zona montañosa,
al norte de la divisoria de aguas, aunque desde Olite hasta la divisoria de aguas hay
unos 60Km hacia el Norte, que incluyen Pamplona y toda su cuenca, los valles
pirenaicos, Sakana y las Ameskoas, todo ello perteneciente actualmente a Navarra.
Las obras de construcción de un aparcamiento en Pamplona pusieron al descubierto
enterramientos visigodos que parecen demostrar los intentos de estos por controlar
esta zona, aunque fuera efímeramente. El yacimiento fue completamente excavado en
el curso de una obra civil y también aparecieron sepulturas islámicas y pertenecientes
a vascones.
De entre los 14 años de reinado de Leovigildo, en sólo uno —el 578— estuvo en
paz dedicándose a la construcción de la ciudad de Recópolis. Al comienzo de su
reinado, emprendió campañas contra los bizantinos, con escaso éxito.
Posteriormente, derrotó las sublevaciones del sur y el norte del país, conquistando la
ciudad de Amaia donde los nobles cántabros se habían refugiado, emitiendo moneda
con la leyenda «Leovigildus Rex Saldania Justus». En el 576 combatió a los suevos de
Galicia, pero hizo la paz con el rey Miro, la conquista definitiva no llegaría hasta el 585
con la batalla de Braga, siendo rey Andeca (o Audeca, o Odiacca). Luchó también
contra los francos y en el 581 contra los vascones.
Por AML
13
Tanto por los datos arqueológicos como por el testimonio de la tradición y los
documentos que se poseen, es completamente verosímil que este hermoso vaso
estuviera en las manos del Señor cuando la víspera de su Pasión, tomó pan en sus
santas y venerables manos, y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo
todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo:
“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será
entregado por vosotros”. Del mismo modo, acabada la cena, tomó este
cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te
bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón
de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”
(Plegaria eucarística I, Canon romano. Cf. Mateo 26-29; Marcos 14, 22-25, Lucas 22,
1520 y I Corintios 11, 23-25)
El Santo Cáliz de Valencia suscita a la vez las sensaciones de admiración y
escepticismo. El visitante se siente primero cautivado por la belleza del Grial, su
forma perfecta y extraña, los detalles de oro y las perlas y piedras preciosas; viene
también el observador con la mente llena de leyendas, películas e incluso prevenido
por las novelas y la literatura pseudocientífica de temas “griálicos”. Pero también con
escepticismo:
¿Cómo puede ser ese cáliz de apariencia medieval la copa de la última Cena?
¿Por qué en Valencia? ¿No será acaso uno de tantos presuntos Griales? ¿Por qué no
es tan famoso como la Sábana Santa de Turín o la Túnica de Treveris? Y así tantas
preguntas como escuchamos cada día en la Catedral.
En realidad, la reliquia es la parte superior, que es una taza de ágata finamente
pulida, que muestra vetas de colores cálidos cuando refracta la luz; es una
preciosa “copa alejandrina” que los arqueólogos consideran de origen oriental y de
los años 100 al 50 antes de Cristo. Ésta es la conclusión del estudio efectuado por el
profesor D. Antonio Beltrán y publicado en 1960 (“El Santo Cáliz de la Catedral de
Valencia”), nunca refutado, y que está en la base del creciente respeto y conocimiento
del Santo Cáliz.
Mucho más posteriores son las asas y el pie de oro finamente grabado, que
encierra una copa o “naveta” de alabastro, de arte islámico, diferente a la copa; todo
ello, lo mismo que las joyas que adornan la base son de época medieval. Las
dimensiones son modestas: 17 cm. de altura, 9 cm. de anchura de la copa y 14,5 x 9,7
cm. que tiene la base elíptica.
Venecia y otros lugares conservan cálices de piedras semi preciosas de origen
bizantino y en España hay ejemplares similares de los siglos XI y XII, pero se trata de
14
vasos litúrgicos, engarzados en oro y plata y cubiertos de metal en su interior. Sin
embargo, al componer el cáliz de Valencia, los orfebres destacaron la copa, desnuda
de adornos, con grandes asas para llevarla sin tocar el preciado y delicado vaso de
piedra traslúcida.
La tradición nos dice que es la
misma Copa que utilizó el Señor en la
última Cena para la institución de la
Eucaristía, que luego fue llevado a Roma
por San Pedro y que conservaron los
Papas sucesores a éste hasta San Sixto II,
en que por mediación de su diácono San
Lorenzo, oriundo de España, fue enviado a
su tierra natal de Huesca en el siglo III para
librarlo de la persecución del emperador
Valeriano. Recomienda esta permanencia
del Santo Cáliz en Roma la frase del Canon
Romano mencionada antes: “Tomo este
Cáliz glorioso”, hoc praeclarum calicem; expresión admirativa que no encontramos en
otras anáforas antiguas, y no podemos olvidar que la plegaria eucarística romana es
la versión latina de otra en lengua griega, pues ésta fue la propia de la Iglesia de Roma
hasta el Papa San Dámaso en el siglo V.
Durante la invasión musulmana, a
partir del año 713, fue ocultado en la
región del Pirineo, pasando por Yebra,
Siresa, Santa María de Sasabe (hoy San
Adrían), Bailio y, finalmente, en el
monasterio de san Juan de la Peña
(Huesca), donde puede referirse a él un
documento del año 1071 que menciona un
precioso cáliz de piedra.
La reliquia fue entregada en el año 1399 al Rey de Aragón, Martín el
Humano que lo tuvo en el palacio real de La Aljafería de Zaragoza y luego, hasta su
muerte, en el Real de Barcelona en 1410, mencionándose el Santo Cáliz en el
inventario de sus bienes (Manuscrito 136 de Martín el Humano. Archivo de la Corona
de Aragón. Barcelona, donde se describe la historia del sagrado vaso) Hacia 1424, el
segundo sucesor de Don Martín, el Rey Alfonso V el Magnánimo llevó el relicario real
al palacio de Valencia, y con motivo de la estancia de este Rey en Nápoles, fue
entregado con las demás regias reliquias a la Catedral de Valencia en el año
1437 (Volumen 3.532, fol. 36 v. Del Archivo de la Catedral).
EL SANTO CÁLIZ EN VALENCIA
Fue conservado y venerado durante siglos entre las reliquias de la Catedral, y
hasta el siglo XVIII se utilizó para contener la forma consagrada en
el “monumento” del Jueves Santo. Durante la guerra de la Independencia, entre 1809 y
1813, fue llevado por Alicante e Ibiza hasta Palma de Mallorca, huyendo de la
rapacidad de los invasores napoleónicos. En el año 1916 fue finalmente instalado en
la antigua Sala Capitular, habilitada como Capilla del Santo Cáliz. Precisamente esta
exposición pública permanente de la sagrada reliquia hizo posible que se divulgara su
conocimiento, muy reducido mientras permaneció reservado en el relicario de la
catedral.
15
Durante la guerra civil (1936-1939) permaneció oculto en el pueblo de Carlet.
El Beato Juan XXIII concedió indulgencia plenaria en el día de su fiesta anual, el
Papa Juan Pablo II celebró la Eucaristía con el Santo Cáliz durante su visita a Valencia
el 8 de noviembre de 1982 y lo mismo sucedió con Su Santidad Benedicto XVI que
celebró la Eucaristía con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias, el 8 de
Julio de 2006.
¿Es auténtico? Ya hemos dicho que la crítica negativa nos dice que ya en
tiempos de Jesús era una valiosa antigüedad y hay una costumbre israelita que nos
da un dato positivo importante; en efecto, todavía en la actualidad cada familia judía
conserva con cariño la “copa de bendición” para las cenas pascual y sabáticas. Los
evangelios nos dicen que Jesús celebró el rito pascual en una sala decorosa,
amueblada con divanes (Mc 14, 15) ¿Extrañaría que la familia que lo acogió no pusiese
ante el Señor la preciosa copa familiar para que pronunciase las bendiciones rituales,
la última de las cuales se transformó en la primera consagración eucarística del vino
en la Sangre del Redentor? Hemos visto demasiadas escenas “pobres” de la última
Cena, con los discípulos sentados en el suelo y Jesús tomando en sus manos un
humilde vaso de barro... pero no fue así.
Así pues, los Apóstoles y los primeros cristianos pudieron identificar el vaso de
la primera Eucaristía y conservarlo a pesar de su fragilidad ¿Cómo pudo conservarse
intacto los primeros y azarosos mil años si no es porque lo protegía la memoria de un
misterio sacratísimo?
LAS LEYENDAS DEL GRIAL
El tema de la búsqueda del Grial, objeto maravilloso y fuente de vida, es
fundamental en la literatura medieval franco-germánica, y su origen está sobre todo
en las obras de Chretien de Troyes, que dejó inacabada hacia 1190 su obra Perceval o
el Cuento del Graal; aquí no se explica cuál es la naturaleza de esta joya, y
fue Wolfram von Eschenbach quien le dio forma de cáliz en su poema “Perceval el
Galés”. Se cree que concibió su Parsifal a principios del siglo XIII, en el Wartburg,
mítico castillo, cuna de poetas y trovadores; y que lo finalizó en 1215. Allí, en este
castillo, donde estos cantores al Amor, estos Maestros Cantores, cuyas tres reglas
principales, Dios, su señor y la mujer amada, constituían la fuente de sus
inspiraciones, compuso Wolfram su magna obra. Pues él fue el príncipe de los
trovadores, la máxima figura junto a Walter von der Vogelweide y Heinrich
Tannhäuser.
Recientes investigadores, como Michael Hesemann (“Die Entdeckung des
Heiligen Grals. Das Ende einer Suche”, Ed. Pattloch 2003), sitúan el origen de estas
leyendas en España y sobre la base del Cáliz de ágata de San Juan de la Peña, y no
podemos olvidar que fueron la fuente de inspiración para las grandes obras poéticomusicales de Richard Wagner “Tannhäuser”, “Parsifal” y “Lohengrin”.
Pero si bien la literatura griálica medieval encontró en la búsqueda del sagrado
vaso un símbolo de purificación y de renuncia para llegar a la perfección personal y a
la salvación, asistimos desde hace años a la aparición novelas fingidamente
históricas y a toda una literatura esotérica que hace del Grial un oscuro objeto o una
tradición ocultada a través de los siglos que conservaría la auténtica esencia del
cristianismo o la verdadera historia de Jesús de Nazaret. Parece que lo que no
consiguió la crítica liberal y el materialismo anti-religioso, se pretendiera ahora lograr
con esta pseudo divulgación para destruir la limpia fe de la Iglesia en Jesucristo el
16
Señor. De este modo, la sospecha y la falsedad buscan empañar lo que fue y debería
seguir siendo un icono de la cultura cristiana.
Por ello, el Cáliz, con su autenticidad arqueológica y su tradición exenta de
elementos maravillosos, nos remite a la época de Jesús y nos recuerda la institución
de la Eucaristía como momentos históricos que transcienden el tiempo y llegan hasta
nosotros como misterio de salvación. Así lo vivimos cuando la sagrada reliquia se
traslada desde su preciosa capilla, la antigua sala capitular (siglo XIV), hasta el altar
mayor en la celebración de la Santa Misa en la
Cena del Señor, el Jueves Santo y en la fiesta
solemne del último jueves del mes de octubre.
Este es el mensaje que se desea proclamar
desde la Catedral de Valencia, con el apoyo de
beneméritas
asociaciones
como
la Real
Hermandad y la Cofradía del Santo Cáliz que, junto
con el Cabildo Metropolitano, mantienen el culto y
la difusión de la devoción del Santo Cáliz, que se
expresa en las peregrinaciones de parroquias y
entidades religiosas y cívicas, todos las semanas,
en la celebración de los “jueves del Santo Cáliz”.
Por Catedral de Valencia
17
San Melquiades I
San Melquiades (311-314) Nació en
África. Su nombre está relacionado con el
acontecimiento histórico-político más importante de
la vida del Cristianismo de aquellos años: el edicto
de Constantino, promulgado en Milán en el año 313,
gracias al cual la religión cristiana podía profesarse
libremente al igual que cualquier otra religión del
imperio, sin más miedo a la persecuciones.
La libertad sancionada por la ley, junto con
otras ayudas ofrecidas por la autoridad imperial
permitió que la religión cristiana se expandiera
desmesuradamente hasta invertir las proporciones
anteriores respecto a la religión pagana. Muy pronto
se convirtió en religión del Estado y entró por
derecho y con pleno título en la historia del mundo. A
sugerirle y hacerle madurar en Constantino la idea
del edicto contribuyó seguramente la madre S. Elena
y la hermana S. Constancia, ya cristianas, pero
incidió aún más una consideración de oportunidad
política.
Los cristianos ya eran demasiados y estaban
presentes en todos los sectores de la vida social y
política, desde los más bajos hasta los más altos.
Constantino dio a Melquíades un templo de las
ninfas en el palacio de los Letranes que fue
transformado en baptisterio. A su lado hizo
construir la basílica de S. Juan de Letrán.
Melquíades murió en el año 314. Está
enterrado en la iglesia romana de S. Silvestre in
Capite.
Al morir san Melquíades fue enterrado en el
cementerio de San Calixto; fue el último de los
papas en ser enterrado allí. Se le recuerda como
mártir, a pesar de haber muerto en forma natural, por los sufrimientos que padeció
durante el reinado del emperador Maximiano.
Por Padre Jesús
18
Los días 25 y 25 de este mes tendrá lugar en la ciudad de Fraga – Huesca el I
Encuentro Templario con motivo del aniversario de la reconquista de Fraga a manos
del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y un numeroso contingente Templario.
Estas jornadas estarán dedicadas en su primera parte a temas lúdicos y
culturales, entre los cuales se encuentra una numerosísima procesión cívica que
recorrerá la ciudad hasta llegar al punto que se hará una doble ofrenda floral en
homenaje a Ramón de Berenguer IV. Habrá una conferencia donde cuatro miembros
de cuatro ramas Templarias distintas nos darán su visión sobre el Temple actual.
También tendremos la presentación del libro “La huella del Temple en el Bajo Cinca”,
de Federico Leiva i Paredes y Joaquín Salleras Clarió.
El colofón lo pondrá el día 25 en el que en un acto sin precedentes se reunirán
en Capitulo las doce Órdenes del Temple más importantes y serias que hay en la
actualidad.
19
Templarios
en
Mequinenza
La temprana concesión del castillo de
Monzón a la Orden Templaria, -concesión del
conde Ramon Berenguer IV en 1143-, permitirá
configurar en años siguientes lo que había de
ser la encomienda Templaria de Monzón,
constituida por Ontiñena (Ontinyena), Monegros
(Montuna?), Chalamera (Xalamera), Torre de
Cornel, Ballobar (Vallobar), Ficena y Orsuyera
(fundando con ellas Bell-Veer de Cinca en 1240),
Calavera, Ripol (Ripoll) y Santa Lezina. Es decir,
no incluía en dicha encomienda a Mequinenza,
que con otros muchos lugares constituyó parte
de la encomienda de MIravet, integrada la villa y término a la veguería de Lleida.
La llegada de los Templarios a Mequinenza es similar a la de otros lugares: por
concesión del citado conde, que se había reservado el quinto de todas las conquistas
en la llamada Catalunya Nueva, es decir, entre el Llobregat y el Cinca-Segre. Habiendo
conquistado en 1148 la ciudad de Tortosa, concedió a la orden del Temple el quinto tal
como les había prometido. Del mismo modo hizo al año siguiente, 1149, con las
conquista de Lleida, Fraga y Mequinenza, como principales plazas de frontera o la alTagr musulmana.
La concesión de lugares y castillos en la ribera del Ebro a los Templarios lleva
una fecha documental: 1153, siendo la Orden del Templo de Jerusalén generosamente
recompensada por sus intervenciones, y en recompensa al quinto prometido por la
presencia de sus mesnadas. El Maestre Pedro de Rovera aceptará de manos del
conde Ramón Berenguer IV de Barcelona el castillo de MIravet, y los de Algars, Batea,
Corbera, Gandesa, Pinell, Rasguera, y diversas propiedades, heredades y términos en
Mequinenza, Flix, García, Mora, Tivisa y otros, integrándolos todos en la encomienda
de Miravet, que comprendía un extenso territorio desde Mequinenza hasta Benifallet y
Tortosa. Con la creación de la encomienda de Miravet hallamos a los Templarios
tomando posesión de algunas heredades en Mequinenza. Sin embargo, Mequinenza
se hallaba en el límite de las posesiones de MIravet con las de Gardeny.
La concesión de casas y tierras de Mequinenza a la Orden del Temple es
indiscutible. Como también lo es la cesión de esas propiedades integradas a la
encomienda de Miravet. Así puede deducirse de la citada concesión de 1153 “...a
Mequinensa mea bona heretat… els ho dono i firmement alabo, per la cinquena part
que és d’ells i la meva donació que es pertoce (sic) de tota aquesta Ribera [de l’Ebre],
és a saber, de Mequinensa fins a Benohamet (Benifallet) fins el terme de Tortosa…”
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Documento firmado por el conde y el Maestre Pedro Rovera, y algunos
caballeros que protagonizarán no pocas historias y que debemos tener presentes:
Arnal Mir de Pallars [señor de Fraga], Guillem de Castellvell, Albert de Castellvell,
Guillem de Castellvell de Macip, Berenguer de Munells, Ramon del Puig-Alt, Berenguer
de Torre-Grosa, Arnau de Lerç, Ramón de Vila de Muls i Pere del Puig-Alt. Es el caso
de Guillem de Castellvell quien consiguió que una nieta, Saurina, cediera a su yerno
Guillem de Cervera la entrada al señorío de Mequinenza y otros muchos lugares de las
riberas del Cinca, Segre y Ebro.
Creemos que es conveniente para nuestro propósito recordar la constitución de
la encomienda de Gardeny. Gardenye comenzó a confirguarse como las demás
encomiendas citadas a raíz de las intervenciones de los Caballeros del Templo de
Salomón en la campañas de la conquista de Lleida, o sea, en 1149. Ese mismo año
perciben la concesión del término y fortaleza de Gardeny, -situado sobre un montículo
cercano a la ciudad de Lleida- en compensación al quinto prometido a dichos
caballeros. Sin embargo, no aparece constancia del primer comendador de Gardeny
hasta 1156, en la persona de fr. Pere de Cartellà, Gardeny ampliaria sus posesiones
con sucesivas donaciones de lugares y heredades comprendidas entre la Ribera del
Segre hasta la ribera del Cinca. Si hacemos hincapié en las del Cinca, vemos que por
la margen izquierda obtuvieron: Rafales (Rafals), Valonga (Vallonga),
Alcorn,
Encinacorba, Almudáfar, Almunia de Cases Noves, Vencillón, Torrelles, Osso de
cinca, Zaidín (Çaydí), Fraga, Atxón (después conocido como Avin Camet). Y por la
margen derecha: Borxilxaref (¿Bujaraloz?), Velilla de Cinca (Villella), Torrente de
Cinca, Val de Orrios y tierras en Mequinença.
Más tarde, el rey Alfonso II de Aragón (1162-1196), marqués de la Provenza,
concedió al Hospital del Santo Redentor de Teruel (Orden de Alfambra, Montegaudio,
Montgay o Montfraga) una casa sarracena en la villa de Mequinenza. Propiedad que
pasaría a los Templarios con la disolución de aquella orden.
También algunos nobles cedieron lugares a la Orden. Propiedades que iban
integrándose a la encomienda más cercana. Es el caso de la donación hecha por
Guereau de Jorba, hermano de Guillem de Cervera, quien junto a sus esposa Saurina,
y su hijo Guillem de Alcarrás cedieron a la orden en 1179 una torre cercana a
Castelldasens: “…unam turrem que est intra Ilerda et Castellum de Asinis[orum]”. A la
exención de peajes en los lugares de lribera del Ebro, y Torosa concedida por
Armengol, conde de Urgel en 1189, en la misma forma que había concedido a la villa
de Mequinenza.
A medida que vamos descubriendo nuevos datos históricos, se nos permite
comprender la complejidad de las relaciones en territorios en formación. Viene a
cuento, porque en 1192, el rey de Aragón, el citado Alfonso II, confirmaba las
donaciones de Mequinenza en favor del conde de Urgel, señalando que Mequinenza y
su término se hallaba en la veguería de Lleida. En la misma fecha le concedía en feudo
los lugares de Aitona (Itona), Gebut (Ajebut) y Albesa a cambio del quinto de sus
derechos sobre Lérida que traspasaba a la Orden del Temple, y en consecuencia, a la
encomienda de Gardeny.
Lamentablemente desconocemos todavía muchas cosas de los siglos XII y XIII,
pero a partir de 1273, momento que corresponde al señorío de Berenguerona de
Montcada, como señora de Mequinenza, se producirán las primeras fricciones con los
Templarios de la Ribera del Ebro. Creemos que por razones de herencias y
posesiones. Pues casada dicha dama en primeras nupcias con Guillem de Entenza,
hijo de Berenguer de Entenza, los hallamos enfrentados bélicamente con los
21
Templarios. Los Caballeros de la Orden del Temple se vieron obligados a abandonar
la villa, que no sus posesiones en ella.
Elisabet de Queralr y su hija Berenguerona de Entenza tuvieron que enfrentarse
a las múltiples fricciones. No sólo con los Templarios, opuestos a los Montcada, sino
también contra diversos parientes que aspiraban a las posesiones de las dos damas,
madre e hija. Inclusive al intento de cobrar peajes por la Ribera o en Mequinenza de la
que estaban exentos por concesión del conde de Urgel. Las fricciones nobiliarias se
agravaron entre los años 1279 y 1280. No debemos descartar que una de las causas
de dichas fricciones fuera la presión real por recaudar impuestos en esos dos años,
para las campañas del monarca. Los señoríos de endeudaron temporalmente. Era el
caso de los Entenzas, Montcadas, Cerveras, Cardonas y de los mismos Templarios. A
este respecto se refiere el documento conservado en el Archivo de la Corona de
Aragón, datado en Valencia el 13 de julio de 1279, dirigido al veguer de Lleida para
obligar a recoger lezdas y peajes, eximiendo no obstante a lugares como: “Rafals,
Alcolea, Vallcarca, en el Cinca; y a los de Mequinenza, Flix y Castroserano, en el
Ebro”. Los de Mequinenza se empeñaron en cobrar el paso a los hombres del Temple,
o a los vecinos de Ribarroja (Ribarroya) debiendo intervenir repetidamente las
autoridades de Lleida.
Los conflictos nobiliarios se agudizaron: era el caso del noble Berengueró de
Entenza, hijo segundo de Berenguer de Entenza, y hermano de Guillem de Entenza,
primer marido de la dicha Berenguerona. Sabemos que el dicho Berengueró fue
acusado de promover daños contra los Montcada y contra los templarios. Uno de los
muchos actos cometidos por este caballero y su séquito fue el rapto de numerosos
vecinos de Barruç, lugar cercano a Ribarroya, transportándolos detenidos a
Mequinenza, donde les retuvo hasta que le ofrecieran un rescate de 100 sueldos
jaqueses cada uno. El hecho fue considerado gravísimo, si se tiene en cuenta que el
castillo de Mequinenza estaba bajo el dominio de Elisabet de Queralt, esposa de
Guillem Ramón I de Montcada. Villa y castillo que era pretendido por los Entenzas, por
razón de matrimonio, con su hija. Las levantiscas intervenciones del dicho
Berengueró en el lugar de Serós, provocaron la intervención del caballero Ramón de
Claramunt, reclamándole la restitución de 300 cabezas de ganado que había tomado.
Las fricciones no cedieron en años sucesivos. En ese sentido cobra relevante
protagonismo el documento rescatado especialmente para este artículo, dirigido por
el rey al veguer de Lleida Guillem de Cort:
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Salut i afecte. Varem escriure al venerable mestre del Temple a causa del diner
cobrat per els lleuders d’Ascó als homes de Mequinença que diuen s’els exigeix la
lleuda. Sapigueu que s’ha de restituir als esmentats homes, i els esmentats lleuders
han de renunciar a nous pagaments perqué el noble Guillem Ramon de Montcada
afirma estar en el seu dret en lo esmentat. Manem que els lleuders retornin els diners i
que sigui portat a terme. Dat a Valencia 15 kalendas de març any 1281. (ACA, C. reg.
50, fol. 152v)
El transporte por el Ebro, actividad en auge en esas fechas, había llegado a un
callejón sin salida. Todos los pueblos exigían papeles que demostraran la libertad de
peajes, y las tensiones parece que siguieron incrementándose, especialmente cuando
fue nombrado Maestre de la Milicia en Aragón y Cataluña fr. Pedro de Montcada. El
maestre empezó por reclamar las casas y heredades que la orden poseía en
Mequinenza. En ese sentido debe entenderse otra carta dirigida al bayle y a los
hombres de Mequinenza, datada en Lérida el 7 de septiembre de 1281, por la que el
rey hace saber que los frailes del Temple tienen y deben tener en Mequinenza casas y
heredades francas y libres con sus habitantes en ellas, que los Templarios
aseguraban ser de su contribución. En oposición a la solicitud, los hombres de
Mequinenza afirmaban que los hombres de dichas heredades o casas debían pagar en
su favor. Es el momento que empieza a intervenir el Justicia de Aragón, Pedro Martín
de Artasona, a solicitud de los de Mequinenza, reclamando les defienda dicha
institución por estar regidos a Fuero de Aragón. La pertenencia a la veguería de Lleida
quedaba cuestionada, pues tenía su propia justicia en el veguer.
Un pleito entre los Templarios y los hombres de Mequinenza fue abierto en
1282. El enfrentamiento de Guillem Ramón de Montcada en defensa de sus intereses
feudales no le importó enfrentarse a su pariente el maestre fr. Pedro de Montcada.
A este respecto conocemos una
sentencia dictada por el infante Alfonso
obligando treguas entre Templarios y
Montcadas, según se desprende de la
siguiente carta datada en 17 de junio de
1284, escrita por Pedro Anzano:
“Ara oiats quan fa saber lo Senyor
Infant Nanfons que él a dades treues e
seguretats a Pere de Monchada e a tots
sos valedors daçi a Sent Michel, i que sil
Senyor Rey era en la ciutat de Leyda dins
aques temps, que la treva e la seguretat
dur tro aquel dia quel Senyor Rey sia en leyda, E puys, per .I. mes. E es a saber, que
la forma de la treva e de la seguretat es aytal: quen Pere de Monchada nin valedors ni
homes seus ni de sa companya no entren en Leyda dins lo temps damunt dit, e quels
prohomens de la ciutat puguen anar segurament per los camins e per les aigues.
Sabiau que no entren en les viles de la Ribera de Torres tro a Michinensa, aquels
homens den Pere de Monchada pusquan anar segurament per los camins, empero
laygua. Sabien que no entren en la ciutat de Leyda ni al terme. E nengú açó vingues,
sepia ben de veritat que serà pres, axi matex aquel qui osia trencar lo manament del
Senyor Infant Namfos. (ACA, ACA, C, reg. 62, fol. 72v)
El pacto entre Templarios y Montcadas se produjo a finales de febrero de 1285.
El monarca Pedro III de Aragón (1276-1285), recibía en Zaragoza a Berenguer de
Entenza, como procurador de Elisenda Queralt de Montcada, viuda del noble Guillem
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Ramon I de Montcada. En dicho encuentro, el citado noble manifestaba que Elisenda
era madre e institutriz de Berenguerona, y por lo tanto, debía mantener la posesión de
los castillos de Serós y Mequinenza. Acordaron que no debía hacerse daño ni mover
guerra contra fr. Pedro de Montcada, Maestre Templario, ni a sus valedores, ni contra
dichas damas. La tutela real sobre Berenguerona y su madre fue reconocida y
confirmada por el nuevo veguer de Lérida, Bernardo de Pontpaó, en documento
sellado en Lérida, ese mismo mes y año.
Pero las disputas continuaron por los derechos de las propiedades Templarias
en Mequinenza (Miquinenza). Así se desprende de la documentación de los años 1285
y 1286. Las intervenciones del nuevo veguer de Lleida, Guillem de Redorta, entre
Montcadas, Entenzas y templarios, así lo confirman.
Creemos que el fin de la posesión Templaria en Mequinenza se produjo en 1294.
Coincide con la pérdida de las posesiones de Fraga a favor de Guillermo de Montcada,
señor de dicha villa, que permutó sus derechos en Tortosa, por los lugares d Ballobar
y Zaidín y las posesiones Templarias en el término de Fraga.
Para el caso del fin Templario en Mequinenza debemos relacionarlo con el
caballero Berenguer de Puigvert, alcaide del castillo de Mequinenza, en nombre de los
Montcada, que creemos se casó con la noble viuda Elisenda o Elisabet de Queralt en
el año 1293, o poco antes. Por razón de este matrimonio, el dicho Berenguer de
Puigvert se convirtió en señor temporal de la villa de Mequinenza. En el breve señorío
de este noble, pues duró solo dos años, los hombres de Mequinenza presentaron una
queja ante el veguer de Lérida, protestando del nuevo Maestre de la Milicia de Temple,
fr. Berenguer de Cardona, quien exigía a su favor la leuda de Mequinenza. Inclusive el
maestre detuvo a varios vecinos de Mequinenza, reteniéndoles hasta la satisfacción
de dicho impuesto. Los de Mequinenza alegaron de nuevo estar exentos de pago, y,
por lo tanto, no debían satisfacer impuestos alguno a los Templarios. El rey Jaime II
(1291-1327) mandó al maestre que librase de inmediato a los rehenes y devolviese las
fianzas tomadas sobre el castillo de Mequinensa. Para zanjar la cuestión deducimos
que el rey ofreció a los templarios otras compensaciones para que abandonaran
definitivamente las pretensiones sobre Mequinenza, abandonando sus posesiones en
dicha villa.
En tanto no se confirme este dato, que creemos vinculado con la petición para
que no abandonaran Fraga, señoreada por los Montcada, debemos entender que, en
cualquier caso, el definitivo fin Templario en Mequinenza se produjo con la sentencia
de Tarragona de 1309, por la que se pidió a los Templarios de Cataluña y Aragón su
disolución. Las reticencias a cumplir la orden, por parte de las encomiendas de
Miravet, Gardeny o Monzón, no impidió el abandono de todas sus posesiones a favor
del monarca y de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén.
Por Joaquín Salleras Clarió
24
…CONTINUACIÓN
Los Países Bajos fueron dejados a Felipe II
en herencia por su padre, Carlos I, en unión del
Franco Condado, para que España, la nación más
poderosa del mundo, defendiera al Imperio de
Francia. Por esta razón, era un punto a la vez
estratégico y de debilidad para Felipe II.
Estratégico pues a mediados del siglo XVI Amberes
era el puerto más importante de Europa del norte,
que servía como base de operaciones a la armada
española, y un centro donde se comerciaba con
bienes de toda Europa y se vendía la lana
castellana. Lana, de oveja merina, procesada en los
Países Bajos que, vendida a precios razonables,
llegaría manufacturada a España, con el
correspondiente valor añadido, pero menor que si
hubiera sido manufacturada en la península puesto
que allí la mano de obra era más barata.
Una debilidad, pues para los Países Bajos no sólo supuso un cambio de rey
sino también un cambio de «dueño», pasaron de formar parte de un imperio a formar
parte del reino más poderoso de la época. A diferencia de Castilla, Aragón y Nápoles,
los Países Bajos no eran parte de la herencia de los Reyes Católicos, y veían a España
como un país extranjero. Así lo sentían los propios ciudadanos de los Países Bajos,
pues veían, a diferencia de Carlos I a un rey extranjero (nacido en Valladolid, con la
Corte en Madrid, nunca vivía en aquellos territorios y delegaba su gobierno). A esto
hay que añadir el choque religioso que se estaba gestando dentro de Flandes, y que
sería azuzado por la posición de Felipe II en el plano religioso, las guerras de religión
volvían al corazón de Europa después de la Guerra de los Treinta Años.
Gobernados por su hermana Margarita de Parma desde 1559, se encaró a los
nobles rebeldes que pedían una mayor autonomía y a los protestantes que exigían el
respeto a su religión dando inicio a la Guerra de los Ochenta Años. Sin embargo,
Felipe II era de otra opinión. El rey quería aplicar los acuerdos tridentinos, como había
exigido a Catalina de Médicis en Francia contra la nobleza hugonota francesa.
Al conocer en los Países Bajos la decisión de aplicar los acuerdos tridentinos,
las mismas autoridades civiles se mostraron reacias a aplicar las penas dictadas por
los inquisidores y, fruto de un gran malestar, comenzó un ambiente de revolución. La
baja nobleza se concentró en Bruselas el 5 de abril de 1566 en el palacio de la
gobernadora, siendo despreciada como mendigos, adjetivo que tomarían los
siguientes nobles en sus reivindicaciones, vistiéndose como tales. Los miembros del
compromiso de Breda mandaron a Madrid a Floris de Montmorency, Barón de
Montigny, y luego al Marqués de Berghes, que ya no volverían.
25
Tras aumentar la tensión y los conflictos en Amberes, la gobernadora pidió al
Guillermo de Orange que pusiera orden, aceptando éste de mala gana pero
pacificando la ciudad. El Príncipe de Orange, el Conde de Egmont y el Conde de Horn
volvieron a pedir a Margarita de Parma más libertad. Ella se lo hizo saber a su
hermano, pero Felipe II no cambiaba de opinión y avisaba de sus intenciones al Papa:
[...] podéis asegurar a Su Santidad que antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la
religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese,
pues no pienso, ni quiero ser señor de herejes [...]
Antes de que llegaran estas noticias, el 14 de agosto un grupo de incontrolados
calvinistas asaltó la principal iglesia de Saint-Omer. Le siguió una rebelión
generalizada en Ypres, Courtrai, Valenciennes, Tournai y Amberes.
Felipe II recibió a Montigny y le prometió convocar al Consejo de Estado de
España. El 29 de octubre de 1566, el rey convocó a los consejeros más allegados:
Éboli, Alba, Feria, el Cardenal Espinosa, don Juan Manrique y el conde de Chinchón,
junto con los secretarios de Estado Antonio Pérez y Gabriel Zayas. El acuerdo fue
proceder de manera urgente, y, pese a las diferencias en la forma, el monarca optó por
la fuerza. Así se acordó mandar al III Duque de Alba a sofocar las rebeliones. Este
hecho propició un enfrentamiento entre el Príncipe Don Carlos y el Duque de Alba,
puesto que el heredero se veía desplazado de sus asuntos.
El 28 de agosto el Duque de Alba llegó a Bruselas. El Duque de Alba —al frente
del ejército— efectuó rápidamente una durísima represión ajusticiando a los nobles
rebeldes, lo que propició la dimisión de Margarita de Parma como gobernadora de los
Países Bajos, dimisión al punto aceptada por su hermano el Rey. Además, el 9 de
septiembre, Egmont y Horn fueron prendidos, y degollados el 5 de junio de 1568.
Felipe II buscó soluciones con los nombramientos de Luis de Requesens, Juan
de Austria (fallecido en 1578) y Alejandro Farnesio que consiguió el sometimiento de
las provincias católicas del sur en la Unión de Arras. Ante esto los protestantes
formaron la Unión de Utrecht. El 26 de julio de 1581, las provincias de Brabante,
Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrech anularon en los Estados
Generales, su vinculación con el Rey de España, por el Acta de abjuración, y eligieron
como soberano a Francisco de Anjou. Pero Felipe II no renunció a esos territorios, y el
gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio inició la contraofensiva y recuperó
a la obediencia del rey de España de gran parte del territorio, especialmente tras el
asedio de Amberes, pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de
Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del Rey de España, el territorio de los Países
Bajos, en teoría las diecisiete provincias, pasó conjuntamente a su hija Isabel Clara
Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta de Cesión de 6 de
mayo de 1598.
Felipe II luchó contra la corona inglesa por motivos religiosos, por el apoyo que
ofrecían a los rebeldes flamencos y por los problemas que suponían los corsarios
ingleses que robaban la mercancía americana a los galeones españoles en la zona del
Caribe a partir de1560. Así pues, los principales escenarios de los combates serían el
Atlántico y el Caribe.
Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio
causado por la continua piratería inglesa y francesa contra sus barcos en el Atlántico
y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo,
investigaciones más profundas indican que esta piratería realmente consistía en
varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso
26
tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose
que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota.
En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo XVI, ningún pirata
ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 600 flotas fletadas por
España (dos por año durante unos 300 años) sólo dos cayeron en manos enemigas y
ambas por marinas de guerra no por piratas ni corsarios.
La ejecución de la reina católica de Escocia, María Estuardo, le decidió a enviar
la llamada Grande y Felicísima Armada (en la Leyenda Negra, Armada Invencible) en
1588, la cual fracasó. El fracaso posibilitó una mayor libertad al comercio inglés y
holandés, un mayor número de ataques a los puertos españoles —como el de Cádiz
que fue incendiado por una flota inglesa en 1596— y, asimismo, la colonización
inglesa de Norteamérica. A partir de estos hechos y hasta el final de la guerra, España
e Inglaterra consiguieron victorias a la par en los combates navales librados por
ambos reinos, tanto en la mar como en tierra. Con lo que la guerra se mantuvo en un
empate de pérdidas de recursos para los países hasta el final. Mientras los ingleses
saqueaban las posesiones españolas y no consiguieron nunca el objetivo de capturar
una flota de Indias, la Armada española se preparó sin mucho éxito para invadir
Inglaterra, repelió algún ataque inglés y los corsarios españoles capturaban toneladas
de mercancías de barcos ingleses. Los ataques ingleses (y de piratas o corsarios a
sueldo suyo) solían acabar en fracasos con pérdidas nada desdeñables, entre los que
destacó el fracaso de la Armada Inglesa o Contra armada. La situación se equilibró,
hasta que Felipe III firmó el Tratado de Londres en 1604, con Jacobo I, sucesor de
Isabel I. En algunas de las expediciones bajo su mando, se llegó a desembarcar en el
sur de Inglaterra o en Irlanda (Batalla de Cornualles: Carlos de Amésquita desembarcó
en 1595 en el sur de Inglaterra).
Felipe II refuerza urgentemente su
escuadra, encarga doce nuevos galeones
y para 1591, la reconstituida columna
vertebral de su armada ya dispone de
diecinueve de estos buques, entre los que
encontramos
tres
nuevos,
dos
capturados a los ingleses, y cuatro
veteranos supervivientes de Portugal [...]
Alonso de Bazán, hermano del fallecido
Álvaro de Bazán, procede contra Thomas
Howard con una flota de 55 velas,
logrando atrapar a los ingleses entre
Punta Delgada y Punta Negra [...] Los ingleses huyen , pero el galeón Revenge [...] es
abordado y apresado. [...] En 1595 (los ingleses) preparan la definitiva toma e
instalación de una base en Panamá [...] con una flota de 28 barcos. Pero las cosas no
fueron bien para los piratas [...] Al mando de Drake, marchan a Panamá, y es allí
donde concluye su existencia sir Francis [...] Después de diversas vicisitudes, tan
sólo ocho barcos de la expedición lograron regresar a la patria. Tras la contraofensiva
inglesa Carlos de Amezquita desembarca en las costas de Cornwall [...] Siembra el
Pánico en Pezance y otras localidades cercanas y se retira. [...] Víctor San Juan. La
batalla naval de las Dunas. 2007. (págs. 66 y 67)
Además, un sistema sofisticado de escolta y de inteligencia frustraron la
mayoría de los ataques corsarios a la Flota de Indias a partir de la década de 1590: las
expediciones bucaneras de Francis Drake, Martin Frobisher y John Hawkins en el
comienzo de dicha década fueron derrotadas.
27
El Imperio otomano, que ya había sido contrincante de Carlos I de España, se
volvió a enfrentar al Imperio español. En 1560, la flota turca -que era una potencia de
primer orden- había derrotado a los cristianos en la Batalla de Los Gelves. El Sitio de
Malta, en 1565, empero, fue fallido y además considerado como uno de los asedios
más importantes de la historia militar y desde el punto de vista de los defensores, el
más exitoso.
En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos iniciaron una
expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo Oriental y
conquistaron Chipre a Venecia con 300 naves y ponen sitio a Nicosia. Venecia pidió
ayuda a las potencias cristianas, pero sólo el papa Pío V le respondió. El Papa
consiguió convencer al rey de España para que también ayude, y se formó una
armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reunió en el puerto de Suda, en
la isla de Candia, en Creta. Esta coalición, conocida como Liga Santa, se enfrentó a la
flota turca en el golfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, librándose la Batalla de
Lepanto («la más alta ocasión que vieron los siglos») que acabó en una gran victoria
de los aliados católicos. Así la describe el Marqués de Lozoya:
Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron
rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera
embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un
arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en
la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas
que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada.
Después de este combate, los turcos rehicieron la flota de nuevo; la flota turca,
otra vez aliada con los piratas berberiscos, seguía siendo la más potente del
Mediterráneo. Durante casi dos años la flota otomana evitó el combate y no fue hasta
después de la toma de Túnez y La Goleta por Don Juan de Austria, en 1573, cuando
Selim II, sucesor de Solimán el Magnífico, envió una fuerza 250 y 300 naves de guerra
y un contingente de unos 100.000 hombres para reconquistar ambas plazas, labor en
la perecieron cerca de 30.000 hombres, aunque con resultado satisfactorio. Fue la
última gran batalla en el Mediterráneo.
Sin embargo, lo que no había resuelto las batallas y los combates, lo
resolvieron la diplomacia y las negociaciones internacionales, para beneficio de
ambos imperios. Felipe II veía como se agravaba la guerra en Flandes, y Selim II tenía
que hacer frente a la guerra con Persia. Ambos se encontraban librando campañas
militares en otras fronteras, y ninguno se sentía con la fuerza suficiente para
continuar el conflicto. Convencidos de la distinta situación que ambos imperios
vivían, decidieron firmar una serie de treguas que terminaron por alejar
definitivamente la guerra en el Mediterráneo durante unos cuantos años.
Felipe II continuó con la expansión en tierras americanas e incluso se agregaron
a la Corona las islas Filipinas, conquistadas por Miguel López de Legazpi, (1565–1569)
quien las denominó así en su honor. La colonización española de las islas codiciadas
también por ingleses, holandeses y portugueses no se aseguró hasta 1565 cuando
Miguel López de Legazpi, enviado por el Virrey de Nueva España construyó el primer
asentamiento español en Cebú. La ciudad de Manila, capital del archipiélago, se fundó
por el propio Legazpi en 1571. Una vez descubierto el circuito de corrientes oceánicas
y vientos favorables para la navegación entre América y Filipinas, se estableció la ruta
regular de flotas entre Manila y Acapulco, México, conocida como el Galeón de Manila.
Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín y
al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150
28
hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San
Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos
españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.
En el Pacífico sur, frente a las costas
del actual Chile, Juan Fernández descubrió
una serie de islas entre los años y 1563 y
1574. Le puso su propio nombre a ese
archipiélago,
quedando
finalmente
conocidas
como
Archipiélago
Juan
Fernández. Los primeros europeos en llegar
a las islas que hoy son Nueva Zelanda lo
hicieron en el probable viaje de Juan Jufré y
del marino Juan Fernández a Oceanía,
ocasión en la cual habrían descubierto
Nueva Zelanda para España, a finales de
1576; éste suceso se basó en un documento
que se presentó a Felipe II y en vestigios
arqueológicos (cascos estilo español) encontrados en cuevas en el extremo superior
de la Isla Norte.
Se meditó incluso la conquista de China para el imperio Español durante su
reinado. Como demuestra una carta del gobernador y el arzobispo de Filipinas en la
que ambos le comentaban que si les enviaba 5.000 hombres y 30 buques podrían
hacer con China lo que Hernán Cortés había hecho en México. Sin embargo, Felipe II
nunca llegó a responder a esa carta.
Se ampliaron los dominios en África. Mazagán, incorporada al imperio porque
era una colonia portuguesa, al igual que Casablanca, Tánger, Ceuta e Isla de Perejil.
Se reconquistó a los árabes el Peñón de Vélez de la Gomera, en una operación a cargo
de García Álvarez de Toledo y Osorio, marquesado de Villafranca del Bierzo y Virrey
de Cataluña. Además, debido a la anexión de Portugal, también se añadieron las
colonias que este territorio poseía en Asia: Macao, Nagasaki y Malaca.
Por F.L.P.
29
Iglesia de San Juan del Hospital-Valencia (I)
El conjunto histórico de San Juan del Hospital alberga en su interior la iglesia
más antigua de Valencia. La iglesia y hospital de San Juan del Hospital fue fundado en
el siglo XIII (1238) por la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de
Jerusalen. Jaime I les hizo donación de una antigua mezquita y de unos terrenos y
casas propiedad de Haçach Habinbadel situadas junto a la puerta musulmana de la
Xerea y el barrio judío, en gratitud por los servicios prestados en la toma de la ciudad
de Valencia a los musulmanes. Los nombres de los sanjuanistas que figuran en el
"LLibre del Repartiment" son: Hugo de Folcalquier (Teniente de Prior de San Juan) y
Pedro de Egea (Comendador de Amposta) que fue quien recibió la donación.
La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalen, de Rodas y
de Malta, fue fundada en 1084 (siglo XI) por el primer gran maestre de la orden
Gerardo Tum. Construyó un hospital en Jerusalen que fue puesto bajo la protección
de San Juan Bautista. Años más tarde la orden adquirió carácter militar además de
hospitalaria y por azares del destino la Orden es conocida en la actualidad
simplemente con el nombre de Orden de Malta.
Hoy día del conjunto histórico de iglesia y hospital sólo se conserva la iglesia
que ha mantenido su arcaico nombre desde entonces. En origen debíó contar con
iglesia, cementerio, hospital y espacios residenciales para el prior, lugartenientes y
comensales. En la actualidad y desde 1966 se ha hecho cargo de ella la Prelatura del
Opus Dei que es quien la administra en estos momentos.
La entrada se realiza por la calle de Trinquete de Caballeros para dar paso a un
corto vestíbulo (tránsito o pasillo primitivo al recinto hospitalario), donde podemos
destacar unas cruces rojas de la época de los cruzados del siglo XIII, hoy protegidas
por un cristal. Este tipo de cruces son conocidas como cruces "epatès" o de "pata de
verós", su número y tamaño parece corresponderse al cargo y número de ocupantes
del conjunto hospitalario, dos de mayor tamaño para el Comendador y el Teniente
prior y cuatro más pequeñas para los comensales.
30
Enfrente encontramos una imagen de la Virgen del Milagro realizada en piedra
policromada por Jose Luis Roig en 1972, copia del original del siglo XIII.
A continuación entramos en el patio norte o Patio del Via Crucis, donde a
nuestra izquierda encontramos la antigua puerta norte de la iglesia, aunque la entrada
actual al templo se hace por el fondo del patio por los pies de la iglesia. A nuestra
derecha encontramos una serie de cinco arcos apuntados realizados en piedra sillar
correspondiente al antiguo Hospital de pobres y peregrinos del siglo XIII. Bajo uno de
ellos encontramos una gran losa funeraria en piedra caliza que cubriría el acceso a
una cripta. Un sexto arco (el más cercano a la puerta por la que hemos entrado) es la
Capilla del Tránsito del siglo XIII.
Portada norte del templo Enfrente de esta arquería encontramos la puerta
norte, hoy fuera de uso aunque perfectamente practicable. La portada del siglo XIII
está formada por un gran arco de medio punto formado por dovelas lisas y limitadas
por molduras en bordón. El arco descansa sobre una imposta corrida directamente
sobre el muro.
La puerta norte tiene en la parte superior de la clave central, el primitivo
escudo de la orden de San Juan de Jerusalen (cruz blanca sobre fondo rojo), que sería
años después transformado por el que puede verse estilizado en el óculo superior. El
escudo, con la cruz llana de madera, permitió que los investigadores fecharan la
construcción de este templo a los primeros momentos de la conquista de la ciudad,
antes incluso que la portada del Palau de la Catedral de Valencia, considerada desde
siempre como el elemento cristiano más antiguo de la ciudad.
Por encima de esta portada románica, se
construyó posteriormente un gran arco apuntado en
cuyo interior se abrió un óculo con la cruz de Malta
de ocho puntas. Muy interesante por su perfección
geométrica es este óculo sobre la puerta románica y
que se halla descentrado del eje general.
Solucionado con trazado equilátero curvilíneo, es
una simbólica representación de la cruz de ocho
puntas (por las bienaventuranzas), concedida a la
Orden de San Juan de Jerusalén por el papa
Alejandro IV en su pontificado (1254-1261).
En la fachada sur podemos encontrar su
hermana gemela con algunas pequeñas variaciones.
Una de ellas es la existencia junto a la puerta de
entrada de un gran arcosolio con arco apuntado con
fines funerarios. Esta puerta sur era la que daba al
patio considerado como la zona cementerial del
conjunto.
El templo de San Juan del Hospital tiene tanto elementos románicos como
góticos. Como propio del románico, además de la puerta mencionada, podemos citar
los contrafuertes que soportan el peso de los muros y en especial en la zona del
ábside, los vanos con forma de saeteras y la poca altura que se percibe debió de tener
la primitiva construcción, determinada al exterior por una sucesión de canecillos en el
muro izquierdo de la puerta norte y al interior por la altura de las bandas rojas y
blancas del ábside que delimitan perfectamente la altura que debió tener el templo
primitivo.
31
En el interior podemos encontrar en la primera capilla del lado del evangelio
unas magnificas pinturas murales de tradición románica (gótico de transición)
realizadas en el último tercio del siglo XIII, únicas en la Comunidad Valenciana.
Estas pinturas situadas en la antigua Capilla de San Miguel fueron realizadas
en 1270 con temple sobre revoque. En 1348 el interior del templo fue encalado y se
taparon las pinturas, de ahí que se encuentren en estado óptimo de conservación. Las
pinturas se dividen en pasajes separadas por bandas. Entre los pasajes
representados encontramos: El paraíso terrenal,
el desposorio místico de la iglesia, Cristo
resucitado, la Crucifixión y el Juicio Final. En el
muro central encontramos la batalla entre ángeles
y demonios y como cabeza visible de los ejércitos
celestiales, San Miguel, titular de la capilla.
Al fondo del patio se encuentra la entrada
al templo, que se realiza por los pies del mismo a
través de un vestíbulo cubierto. Es un templo de
planta basilical de una sola nave y cabecera
poligonal. El presbiterio se cubre con bóveda de
crucería formado por nervios de piedra y
plementería de ladrillo. En el centro de la bóveda
podemos ver en la clave, el escudo primitivo de la
orden de San Juan del Hospital. La entrada al
presbiterio se realiza a través de un gran arco
toral apuntado sustentado por altas columnas de
mármol rosa con capiteles califales del siglo X. Preside el Altar Mayor una imagen de
la Virgen del Milagro.
La nave se cubre con bóveda de cañón apuntado, con cinco tramos
delimitados por arcos fajones que descansan sobre ménsulas apoyadas en el muro.
La cabecera poligonal se ilumina con vanos alargados y apuntados cubiertos con
placas de alabastro que tamizan la luz del exterior. El vano central se encuentra
dividido por una columnilla central (parteluz). Las capillas laterales se sitúan entre los
contrafuertes.
Podríamos concretar el estilo de la iglesia por su sobriedad, en un góticocisterciense muy propio del ascetismo de la orden hospitalaria en sus comienzos. Son
sus características la ausencia de ornamentación superflua; los capiteles troncopiramidales de las columnas, las molduras tóricas o de bordón y las altas ménsulas
de la nave central donde apoyan los arcos.
A los pies de la iglesia encontramos un atrio o vestíbulo. Tal vez fuera un
antiguo nártex o tal vez un pasillo de paso entre los patios norte y sur. Ocupando un
trozo de este vestíbulo encontramos una capilla gótica del siglo XIII, es la conocida
como Capilla de la Virgen de los Estudiantes que la preside una imagen en madera de
la Virgen.
La comunicación entre la capilla y el vestíbulo se realiza por un arco conopial
con interesantes capiteles policromados y elementos reutilizados. En la clave de la
bóveda podemos contemplar un escudo con un grifo rampante.
La talla de la Virgen que tiene al Niño Jesús sentado en su rodilla izquierda es
de ejecución románica y fue comprada en el pueblo de Rada de Haro (Cuenca) a un
32
agricultor que la tenía abandonada en un cobertizo. En 1965 fue restaurada por José
Esteve Edo y policromada por A. Barat.
A ambos lados del presbiterio, dos capillas también góticas. La situada en el
lado de la epístola es la primitiva capilla de Santa Bárbara (siglos XIII-XIV). Construida
entre los contrafuertes del ábside para albergar los restos de Constanza
Hohenstaufen. Posee un ventanal apuntado tripartito con tracería gótica en la parte
superior. La capilla se cubre con bóveda de crucería que apoya en haces de
columnillas adosadas que descansan en altas y delgadas columnas. Los capiteles se
adornan con pequeñas águilas labradas en piedra y en la clave de la bóveda volvemos
a encontrar el Aguila o escudo imperial de los
Hohenstaufen (águila negra sobre fondo de oro). En
el suelo encontramos la boca de acceso a la cripta
donde fue enterrada la emperatriz de Grecia.
La segunda capilla lateral del presbiterio,
situada en el lado norte o en el lado del evangelio,
tiene su acceso a través de un elevado arco
trilobulado. Construida como sacristía auxiliar, tiene
la particularidad que a una altura aproximada de siete
metros se halla una cámara oculta o recordatorio a la
que sólo se puede acceder con una escalera de
cuerdas. Esta cámara de estructura ojival se dedicaba en el caso de las órdenes
militares a calabozo, pero también servía como escondite del tesoro o reliquias y en
ocasiones como archivo de documentos.
Presidiendo el Altar Mayor se encuentra una imagen de Nuestra Señora la
Virgen del Milagro. Talla en piedra policromada realizada en 1974 por José Esteve Edo
y la policromía por Antonio Piró. El original de la talla se encuentra en el Museo de la
Catedral. Traída en 1238 por los caballeros sanjuanistas durante la conquista, se
adscribe a talleres de tradición navarro-aragoneses, tal vez de Sangüesa. En 1971 el
arzobispo Jose Maria Garcia Lahiguera la entronizó en San Juan del Hospital.
En el siglo XVII, siglo del barroco, la desnudez petrea de las paredes del templo
fue revestida con una decoración a base de escayolas, arcos de medio punto,
bóvedas de medio cañón, lunetos, relieves, esgrafiados, policromías, pilastras y toda
una serie de elementos propios del barroco que alteraron y desfiguraron su fisonomía
interior. Decoración que en 1967 con la rehabilitación integral del edificio hoy día ha
desaparecido.
Recuerdo de aquella época se conserva la Real capilla de Santa Bárbara,
actualmente dedicada a la reserva del Santísimo; construida entre 1685 y 1689 es obra
del arquitecto Juan Bautista Pérez Castiel, famoso en Valencia por las reformas
interiores de varias iglesias, entre ellas, la Capilla Mayor de la Catedral y la parroquial
de San Esteban, en la que aplica la técnica ornamental de esgrafiados que puede
apreciarse aún en su aspecto original, en ésta capilla de San Juan del Hospital.
Está situada al sur del templo (lado de la epístola), antes de ascender los
escalones del presbiterio. Queda separada por una antigua verja de hierro restaurada
en 1969 en los Talleres del Parque de Artillería de Valencia.
La emperatriz de Grecia, doña Constanza Augusta Hohenstaufen (1230-1307),
después de diversos avatares finalizó su vida en Valencia protegida por el rey Jaime II
de Aragón. Pidió en testamento ser enterrada en ésta iglesia, y así se cumplió siendo
33
enterrada en la capilla sur del presbiterio a la que ya hemos hecho referencia. Capilla
que se puso bajo la advocación de Santa Bárbara a la que la emperatriz era muy
devota, pues según tradición la santa la había curado milagrosamente de la lepra. Sus
restos fueron trasladados en 1689 a la nueva capilla barroca de Santa Bárbara por
Real Orden del rey Carlos II (1665-1700).
En el siglo XIX desaparecieron las órdenes militares de España por Decreto
Real. El templo sufrió diversos destinos, decadencia y abandono, hasta pasar a
depender del Arzobispado. En 1905 la parroquia que albergaba fue trasladada al
ensanche de la ciudad en la iglesia de nueva construcción de San Juan Bautista y San
Vicente Ferrer. Saqueada en 1936, el estado del edificio era tal que llegó a pensarse en
derribarla. El académico de Historia don Elías Tormo, atendiendo a la petición del
Barón de San Petrillo y otros valencianos ilustres lo impidió y en 1943 fue declarado
Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional. En 1967 el Opus Dei se hizo
cargo del templo y comenzó un ambicioso plan de rehabilitación y excavación que a
fecha de hoy todavía continua.
En el patio sur del conjunto o área cementerial, se levanta una pequeña capilla
(siglo XIII) conocida como Capilla hospitalaria funeraria o del rey don Jaime. Recibe
este nombre ya que según asegura el historiador Esclápez en ella escuchaba misa el
rey Jaime I. La capilla fue una fundación de Arnau de Romaní puesta bajo la
advocación de Santa Maria Magdalena. Se trata de una capilla formada por dos
tramos, el primero de planta cuadrada cubierta con bóveda de crucería y abierto por
tres de sus lados formando una especie de templete y el segundo tramo formada por
una cabecera ochavada a modo de ábside.
En el año 1670 el prior de la Orden Joan de Pertusa, construye sobre esta
capilla la casa prioral y transforma parte del antiguo cementerio en huerto. En la
rehabilitación realizada en el siglo XX el añadido que había transformado la capilla fue
demolido y devuelta a su estado original.
Situado en el lado más lejano del patio, encontramos una serie de arcosolios
en la actualidad vacíos, se trata del antiguo cementerio medieval de la Orden de San
Juan. En ellos podemos encontrar diversos escudos nobiliarios como los Bonet y
también pintadas en las paredes grandes
cruces rojas de cruzados.
Volviendo al interior del templo, en el
lado del evangelio encontramos un total de
tres capillas laterales: Comenzando por la
cabecera.
Capilla de San Miguel Arcángel Capilla
cubierta con bóveda de cañón apuntado y
construida a mitad del siglo XIII. En ella es
donde se encuentran las pinturas románicas
a la que ya hemos aludido. Es la primera
capilla del lado del evangelio.
Capilla de los Joan-Torres Construida
por Pere Balaguer en el siglo XV, autor de
las Torres de Serranos. Es la segunda capilla del lado del evangelio comenzando por
la cabecera. De planta cuadrada, está edificada con sillares de piedra de Godella y
cubierta con bóveda de crucería cuyos cuatro nervios apoyan en ménsulas
34
historiadas con escudos policromados de la familia Joan-Torres. Fue un encargo de
Guillem Bernat realizado en 1416 para albergar los restos de su padre Joan Bernat.
Se abre a la nave central a través de un arco apuntado. Originalmente se encontraba
bajo la protección del Santo Crucifijo y más tarde de la Inmaculada Concepción
mientras la capilla fue sede de la Capellanía castrense.
Preside la capilla el conocido como
Retablo de la Pasión, realizado por Jerónimo
Vallejo en el siglo XVI. Jerónimo Vicente
Vallejo y Cósida (1510-1592). Pintor aragonés
renacentista, que trabajó bajo el mecenazgo
del arzobispo de Zaragoza don Hernando de
Aragón desde 1539 a 1575, año en que este
fallece. Realizó su capilla funeraria, dedicada
a San Bernardo de Claraval, de quien el
arzobispo era muy devoto.
Autor del retablo de la Pasión de
Jesucristo, obra de 1578 en madera de pino blanco, sobredorada con oro fino de
ducados en las cornisas, frisos, arquitrabes, pilares, capiteles y bases de la
estructura. La policromía en las tablas es pintura al óleo sobre madera. Sus
dimensiones son: ancho total 380 cm, altura 397 cm.
El retablo fue realizado por contrato del 20 de diciembre de 1578 para el Altar
Mayor de la Colegiata Parroquial de Valtorres de Zaragoza, como encargo de don
Antonio Garcia, obispo de Utica, (Cartago), auxiliar del arzobispo don Hernando en
Zaragoza.
Se inspiraba en las composiciones italianas de la época, de artistas como
Durero y Rafael. Siguiendo y ejecutando en sus obras de madurez la "maniera"
(manierismo), de los seguidores de los grandes artistas del renacimiento.
El retablo de la Pasión es su última obra, basando el dibujo de la tabla central
en un grabado de Cornelius Cort de 1568, sobre una obra de Federico Zuccaro.
Coronan el retablo dos escudos de armas, los del sr. Obispo don Antonio
Garcia; bajo el timbre del obispo, escudo eclesiástico renacentista, como armas, tres
garzas blancas sobre gules.
Por JMS (Algunos textos son propios de la misma iglesia)
35
Existe un lugar maravilloso llamado la Comarca del Bajo-Cinca, en la mágica
Huesca, en donde a través de los siglos ha perdurado la huella de la Orden del
Temple.
Lugares como Chalamera, Fraga, Bellver de Cinca, Torrente de Cinca etc. todos
ellos guardan su pasado Templario, pero aquello que no se ve en las piedras ha de
verse en el papel y por ello os acercamos una parte de la historia del Temple
desconocida y muy importante para conocer muchos aspectos.
Joaquim Salleras y un servidor os invitamos a leer nuestro libro, que estará a la
venta a partir del día del Pilar, habrá una promoción de 300 ejemplares a solo 10€
Las siguientes ventas se canalizaran a través de nuestra web y su librería
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36
Batalla de Adramitio
La batalla de Adramitio ocurrió el 19 de marzo de 1205 entre los cruzados
latinos y el Imperio griego de Nicea, uno de los reinos establecidos después de la
caída de Constantinopla por la Cuarta Cruzada en 1204. El resultado fue una victoria
completa para los latinos. Hay dos relatos de la batalla, uno por Godofredo de
Villehardouin, y el otro por Nicetas Choniates, que difieren de manera significativa.
RELATO DE VILLEHARDOUIN
Enrique de Flandes, el hermano del emperador Balduino I de Constantinopla,
fue animado por los armenios de hacerse con la ciudad de Adramitio. Salió de Abidos,
después de dejar una guarnición en la ciudad, y cabalgó durante dos días antes de
acampar frente a Adramitio.
La ciudad pronto se rindió, y Enrique procedió a ocupar la ciudad y utilizándolo
como base para atacar a los bizantinos.
Teodoro Láscaris, que había sido afectado por su derrota en Poimanenon,
recogió una gran cantidad de gente en toda Nicea y reunió un gran ejército. Dio el
mando de esta fuerza a su hermano, Constantino, quien fue enviado de inmediato a
Adramitio.
Enrique de Flandes había recibido la noticia de los armenios que una gran
fuerza bizantina marchaba en su contra, así que preparó a sus escasas fuerzas lo
mejor que pudo.
El 19 de marzo de 1205, Constantino apareció ante las murallas de la ciudad.
Enrique, negándose a permanecer atrapados detrás de los muros de Adramitio, abrió
las puertas y salió con su caballería pesada.
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Ambas partes participaron en un cerrado combate cuerpo a cuerpo, con la
victoria cayendo en favor de los francos, que mataron o capturaron gran parte del
ejército bizantino. Los francos pasaron a capturar una gran cantidad de armamento y
tesoros durante las consecuencias.
RELATO DE CHONIATES
Según Nicetas Choniates, el comandante de las fuerzas bizantinas no fue
Constantino Láscaris, sino Teodoro Mangaphas, un usurpador que gobernaba la
ciudad de Filadelfia. Alentado por la noticia de una victoria contra los latinos, Teodoro
marchó contra Enrique que estaba en Adramitio. Al principio tomó por sorpresa a
Enrique, causándole una gran consternación a causa de sus grandes fuerzas. Enrique,
convencido de que tenía que hacer un intento desesperado, preparó su caballería para
la batalla, y levantó sus lanzas a la espera del ataque bizantino.
Pero los bizantinos se mostraron reacios a asumir la iniciativa para la batalla, y
fueron apáticos y lentos en repeler las cargas de caballería. A una señal dada, Enrique
saltó delante de los demás y se dirigió en su caballo por el centro de sus filas,
mientras que su caballería, acostando sus lanzas y elevando el grito de guerra,
dispersó a los bizantinos y presionó sobre ellos cuando se retiraban. Un gran número
de bizantinos fueron talados, con su caballería huyendo y abandonando la infantería a
una masacre y cautiverio.
RECONCILIACIÓN DE LOS RELATOS
Los historiadores posteriores han intentado resolver la aparente discrepancia
entre las dos fuentes. La mayoría de ellos han supuesto que hubo dos intentos
separados para obligar a Enrique de Flandes a salir de Adramitio, el primero por
Láscaris que fracasó, y el segundo intento por Mangaphas, en un plazo muy corto de
tiempo a principios de 1205.
Por F.L.P.
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La Mesa de Salomón (rey de Israel,
978-931 a. C.) –conocida también con los
nombres de Tabla o Espejo de Salomón–,
es una leyenda que cuenta cómo el rey
Salomón escribió todo el conocimiento del
Universo, la fórmula de la creación y el
nombre
verdadero
de Dios:
el Shem
Shemaforash, que no puede escribirse
jamás y sólo debe pronunciarse para
provocar el acto de crear. Según la
tradición cabalística, "Salomón lo confía a
una forma jeroglífica de alfabeto sagrado que, aunque evita la escritura del Nombre de
Dios, contiene las pistas necesarias para su deducción. Este jeroglífico tiene como
soporte material un objeto: la llamada Mesa de Salomón".
Según esta leyenda, la trascendencia de la tabla está en que dará a su
propietario el conocimiento absoluto (ya que el pronunciar el nombre de Dios significa
abarcar a toda su creación), pero el día que sea encontrada el fin del mundo estará
próximo.
A menudo se ha asociado el aspecto de la mesa al que tenía un mueble del
Templo de Salomón que simbolizaba el mar. Hay varias descripciones de la que puede
ser la Mesa de Salomón; En la Biblia se dice, que, como parte del mobiliario del
Templo, el rey Salomón:
Hizo fundir asimismo un mar de diez codos de un lado al otro, perfectamente
redondo; su altura era de cinco codos, y lo ceñía alrededor un cordón de treinta
codos. Y rodeaban aquel mar por debajo de su borde alrededor unas bolas como
calabazas, diez en cada codo, que ceñían el mar alrededor en dos filas, las cuales
habían sido fundidas cuando el mar fue fundido. Y descansaba sobre doce bueyes;
tres miraban al norte, tres miraban al occidente, tres miraban al sur, y tres miraban al
oriente; sobre estos se apoyaba el mar, y las ancas de ellos estaban hacia la parte de
adentro. El grueso del mar era de un palmo menor, y el borde era labrado como el
borde de un cáliz o de flor de lis; y cabían en él dos mil batos.
Libro de los Reyes, capítulo 7. Versículos 23 a 26
Según el Ajbar Machmua, una crónica bereber del siglo XI, es una mesa «cuyos
bordes y pies, en número de 365, eran de esmeralda verde».
Al-Macin asegura que estaba «compuesta por una mezcla de oro y de plata con
tres cenefas de perlas».
Según las órdenes de Yavhé a Moisés, él debería construir una mesa que
debería estar hecha de madera de acacia y cubierta de oro puro, sin plata ni perlas, y
sobre ella debería de colocarse el pan.
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Haz una mesa de madera de acacia. La mesa debe medir noventa centímetros
de largo, cuarenta y cuatro centímetros de ancho y sesenta y seis centímetros de alto.
Recubre la mesa de oro puro y hazle un borde de oro alrededor. Luego hazle un marco
de siete centímetros de ancho y ponle un ribete de oro. Haz también cuatro argollas de
oro y colócalas en las cuatro esquinas de la mesa, sobre las cuatro patas. Pon las
argollas cerca del marco, para sostener las varas que vas a usar para cargar la mesa.
Usa madera de acacia para hacer las varas y recúbrelas de oro. Las varas son para
cargar la mesa. Harás de oro puro los platos, cucharones, jarras y tazones. Las jarras
y los tazones se usarán para servir las ofrendas. Colocarás en la mesa,
permanentemente ante mí, el pan de la presencia.
Éxodo, capítulo 25. Versículos 23 a 30.
Existe la teoría de que la Mesa de Salomón descrita por los musulmanes
españoles era la Tabula Smaragdina, atribuida a Hermes Trismegisto:
«Esta Mesa de Esmeraldas se ha dicho que era la Tabla-Mesa de Salomón. Su
nombre recuerda la Tabla Esmeraldina del hermetismo alquimista, que da título a uno
de los textos herméticos atribuido a Hermes y grabado en una tabla de esmeralda de
una sola pieza.»
Salvada por los sacerdotes cuando el saqueo y destrucción de tiempos
de Nabucodonosor II, estaba depositada en el Templo de Jerusalén, y fue trasladada
a Roma cuando Tito a su vez lo destruyó en el año 70, y guardada en el templo
de Júpiter Capitolino primero, y más tarde en los palacios imperiales.
Todo lo que las naciones más venturosas habían podido acumular de precioso,
de más maravilloso y de más caro con el paso de los siglos, quedaba reunido aquel
día para dar a conocer al mundo hasta qué punto se elevaba la grandeza del Imperio.
Entre la gran cantidad de botines, los que destacaban con dorado brillo eran los que
habían sido capturados en el templo de Jerusalén, la mesa de oro que pesaba varios
talentos y el candelabro de oro... (Flavio Josefo, Guerra de los judíos, VII, XVIII)
Cuando los godos saquearon Roma en el año 410, fue llevada a Carcasona,
como parte del «Tesoro Antiguo», y luego a Rávena para salvarla de los
ataques francos. En 526 la reclamó el rey Amalarico, y Teodorico, rey de
los ostrogodos, se la devuelve. Esta historia contada por Procopio de Cesarea es la
última noticia cierta que se tiene durante años: ni los francos ni los árabes lo
mencionan entre el botín conseguido en sus sucesivas invasiones de la región.
Alarico II tuvo que abandonar Tolosa, la capital de los visigodos, en el año 507
perseguido por los francos, y se refugió en España. Se supone que tras el asesinato
del rey en Barcelona la Mesa fue trasladada con el resto del tesoro, que se instaló
en Toledo (nueva capital). Sin embargo, no se ha podido probar con certeza, la única
cita es de Aben Adhari:
Trasladaron tesoros y botines innumerables, entre los cuales se encontraban
misteriosos amuletos mágicos, de cuya conservación y custodia dependía la suerte
del Imperio fundado por Ataúlfo...
Circa 950 a. C.: Salomón la construye y la deposita en el Templo de Jerusalén.
587 a. C.: Nabucodonosor II toma Jerusalén y traslada los tesoros del Templo
a Babilonia.
40
540 a. C.: Ciro permite el regreso a Jerusalén.
70: Tito toma Jerusalén y la traslada a Roma con el resto del botín.
410: Alarico I saquea Roma y se apodera del botín de Tito, trasladándolo
a Carcasona.
507: Tras la derrota a manos de los francos, Teodorico lleva el tesoro a Rávena.
526: Amalarico reclama el tesoro a Teodorico y lo traslada a Barcelona y
posteriormente a Toledo.
La leyenda musulmana más extendida
defiende que la mayor parte del tesoro real
que acompañaba a Alarico en su huida de
las Galias fue guardado durante siglos en la
"Cueva de Hércules" de Toledo. Cuando Táriq
derrota a Rodrigo en la batalla de Guadalete
(año 711) y avanza por el reino sin encontrar
resistencia, la Mesa de Salomón se lleva
a Medinaceli para salvarla, de ahí que fuese
llamada Medina Talmeida ("Ciudad de la
Mesa") y Medina al Shelim ("Ciudad de
Salomón").
El Obispo don Rodrigo Ximénez de
Rada, basándose en textos de al-Razi y de Ibn al Qutiyya, cuenta cómo Táriq atravesó
unos montes llamados Gebelculema (Yabal-Sulayma, es decir, "Montaña de Salomón":
Zulema) y llegó a Complutum (Alcalá), donde halló escondida la mesa, que según esta
historia tenía 365 patas de oro con miles de esmeraldas engastadas.
En la crónica bereber Ajbar Machmua se relata que Muza, envidioso del éxito
obtenido por su lugarteniente Táriq en Guadalete frente al rey visigodo, desembarcó
en la península para enfrentarse con él por la posesión de una mesa que habría sido
de Salomón y que estaba entre el tesoro real godo en Toledo. Ambos fueron
a Damasco para que el Califa Suleimán I se pronunciara, y ninguno volvió a la
península.
Más tarde, la Mesa vuelve a ser mencionada por dos cronistas árabes: en el año
93 de la Héjira, Táriq conquistó Al-Ándalus y el reino de Toledo y le llevó a Walidi, hijo
de Abd el-Malek, la mesa de Salomón, hijo de David, compuesta por una mezcla de oro
y de plata con tres cenefas de perlas. (Al-Macin).
Y Al-Makkara le responde en su Historia de las dinastías mahometanas:
La famosa mesa que Tárik encontró, no perteneció jamás a este profeta... que
su origen es que en tiempos de los reyes cristianos había la costumbre de que cuando
moría un señor rico dejase una manda a las iglesias, y con estos bienes hacían
grandes utensilios de mesas y tronos, y otras cosas semejantes de oro y plata, en que
sus sacerdotes y clérigos llevaban los libros de los Evangelios, cuando se enseñaban
en sus ceremonias, y que las colocaban en los altares en los días de fiesta, para
darles mayor esplendor con este aparato (o adorno). Esta mesa estaba en Toledo por
tal motivo, y los reyes se esforzaban por enriquecerla a porfía, añadiendo cada uno
alguna cosa a lo que su predecesor había hecho, hasta que llegó a exceder a todas las
demás alhajas de este género, y llegó a ser muy famosa. Estaba hecha de oro puro,
incrustado de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se había visto otra
semejante. (Al-Makkara).
41
LA CUEVA DE HÉRCULES
Según la leyenda, Hércules edificó
un palacio encantado cerca de Toledo,
construido con jade y mármol, y ocultó en
su interior las desgracias que amenazaban
a España. Puso un candado en la puerta y
ordenó que cada nuevo rey añadiera uno,
ya que las amenazas se cumplirían el día
en que uno de ellos fuera curioso y
entrara. Don Rodrigo fue ese rey, y del
palacio sólo queda la cueva que se
supone oculta maravillosos tesoros.
Según la leyenda, el rey visigodo abrió o
rompió cada candado, llegó a una primera sala, que parecía un lugar de oración,
avanzó y llegó a una segunda, supuestamente de ceremonias, llegó a una tercera que
tenía un cofre, el rey lo hizo abrir: había un lienzo con dibujos de guerreros a caballo y
espadas curvas, con una inscripción que dice "cuando ojos humanos vean este
lienzo, estas criaturas dominarán la tierra santa" (supuestamente estos
corresponderían a los musulmanes que invadieron el reino al año siguiente). Don
Rodrigo no pasó a la cuarta sala, aunque se dice que vio el espejo o mesa de
Salomón, porque había dos guardias de metal de varios metros de alto armados con
mazos que se movían a la más mínima presencia que entrara en la sala.
En los últimos años, buscadores de tesoros investigan por las cuevas y
subterráneos de Toledo, relanzando la teoría de la tabla frente a la de la mesa de las
crónicas musulmanas, dando por hecho que el verdadero tesoro de los reyes
visigodos nunca fue encontrado ni abandonó la capital.
El investigador José Ignacio Carmona Sánchez, en su estudio histórico Santa
María de Melque y el Tesoro de Salomón, señala cómo existe total unanimidad por
parte de historiadores con respecto a la Mesa en lo siguiente:
De existir una Mesa llamada de Salomón, no fue ninguna de las halladas tras la
invasión árabe, como se desprende de las fuentes más autorizadas; prueba de ello es
que en los siglos posteriores muchas personas principales como Felipe II, proseguían
con su búsqueda.
Hasta el último momento, el clan godo que apoyaba la invasión no temió por las
reliquias, pues lejos de ver a los árabes como una amenaza, esperaban ser restituidos
en el trono.
Los visigodos ocultaron no pocos de sus tesoros y secretos en sarcófagos y
cuevas de construcciones visigodas, lo que coincide al ciento por ciento con los
descubrimientos.
El clan visigodo perdedor, al verse sorprendido por el rápido avance de los
musulmanes, improvisó vías de salida, llevando consigo los objetos de importancia,
tal como se relata con respecto al famoso arca de las reliquias, que acabó en una
cueva a las afueras de Oviedo. La ocultación en las proximidades de la capital apunta
a un exceso de confianza y bien pudo ser llevado a cabo por cualquiera de los clanes;
por el clan vencedor porque no se fiaría de los árabes hasta no ser restituido; por el
clan derrotado porque pudo confiar en la transitoriedad que suponían las constantes
alternancias y luchas de poder en el mundo visigodo.
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Las vías naturales de salida de Toledo irían en la dirección de los montes de
Toledo, donde existían antiguas vías romanas que facilitaban la huida, tal como se
confirma con la trayectoria y localización del Tesoro de Guarrazar.
En la misma trayectoria de la localidad donde apareció el Tesoro de
Guarrazar (Guadamur), y apenas a unos kilómetros equidistantes, se encuentra, no
por casualidad, una de las iglesias más antiguas y desconocidas de España. Esta
iglesia cuenta con todos los elementos razonables de probabilidad: un arcosolio, una
intrincada red de galerías subterráneas, una posterior vinculación a la Orden del
Temple y leyendas y tradiciones que la relacionan con los tesoros templarios.
Louis Charpentier pone el ejemplo de Dormelle (Seine-et-Marne), un subterráneo
muy amplio con bóveda de ladrillo y forma de cuña que se comunicaba, tomando la
dirección de Paley, con una encomienda Templaria hermana. En el Castillo de
Montalbán sus subterráneos son funcionalmente anacrónicos y guardan una
semejanza casi absoluta con la descripción de Charpentier.
Alguno de estos objetos podría estar ubicado en el entorno del Castillo
Montalbán y la Iglesia de Santa María de Melque. "La Iglesia de Santa María
Melque era un lugar idóneo para ocultar cualquier tesoro, debido a la existencia
sus aledaños de una intrincada red de galerías que se proyecta hasta
cercano Castillo de Montalbán.
de
de
en
el
La trama del Grial tiene su punto de inflexión en Toledo, a través de Flegetanis,
no por casualidad "del linaje de Salomón". Solo en Toledo podrían hallarse los
hombres puros, es decir, los del "saco de Benjamín", la más pura aristocracia judía,
los atávicos custodios de los objetos sacrosantos del pueblo judío. El Castillo de
Montalbán (¿Montsalvat?) encuentra su protagonismo independientemente de si en
sus entrañas, comunicadas con la Iglesia de Santa María de Melque, exista una piedra
llamada Gria lo Mesa de Salomón." Santa María de Melque y el Tesoro de Salomón.
José Ignacio Carmona Sánchez, 2011.
Ante la presión de los merovingios, los visigodos de Carcasona construyeron
una fortaleza en la antigua ciudad de Rhedae, en el condado de Razés, donde
ocultaron sus tesoros antes de ser expulsados definitivamente de las Galias por
Clodoveo I.
En 1803 se investigó en Carcasona un pozo en el que, según la leyenda, había
un gran tesoro godo. La búsqueda fue inútil, aunque se ha repetido en años
posteriores. A finales del siglo XIX, Berenguer Sauniére, párroco de Rennes le
Chateau, se convierte de pronto en un hombre enórmemente rico tras realizar unas
obras en un altar visigótico de la ermita del pueblo. Descubre unos documentos
antiguos y se dedica a partir de entonces a realizar excavaciones por toda la región,
gastando grandes sumas y entrando en contacto con logias ocultistas, hasta el punto
de ser amonestado por el Vaticano y suspendido “a divinis” en 1910. Tras su muerte
en 1917, hubo tan gran número de personas buscando un supuesto tesoro visigodo
más importante que el oro, que las autoridades han prohibido cavar en todo el término
municipal. A raíz de nuevas modas, actualmente se relaciona su tesoro con el Santo
Grial.
Por JRV
43
Rogamos un Pater noster por todos los cristianos que
están siendo perseguidos, torturados y asesinados en
los países del estado islámico.
Pater Noster qui es in caelis,
santificetur nomem tuum
adveniat regnum tuum
fiat voluntas tua
sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum cotidianum
da nobis hodie
et dimite nobis debita nostra
sicut et nos dimitimus
debitoribus nostris
et ne nos induscas in tentationem
sed libera nos a malo.
Amén.
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Pere de Montaigut
1219-1230
o
15 Maestre del Temple
45
Edita:
Orden Católica del Templo
Maestrazgo Templario Católico Internacional
www.ocet.org.es
Registrada en el Ministerio del Interior (RNA) Gpo.1 Nº 604098
46
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