M l a 6 r l 6 3 :2V,brU 1 9 1 3 t A f t o ll. yiúm. 15 E L G R A N BVFON Semanario Ilustrado de humorismo. 14, Náflez de Balboa.—Teléfono 3.760 -Apartado de Correos 618 VENU5 ¡Belmonte.^Belraontel... No hay más Belmonte que el mío. ESPAÑOLA Dibujo de R. Marin. 2 0 céntimos. "Bf^uente L A Salón inagotable P I A N O L A Bíimi 6e 6lstracclótt. i'nrn iilt'Ki*!»* MII r<'Ni<l<'ii<-ia ,v ú HIIM niiiÍM(u<l<>H. iiiitla IIIAM nKi*»*'"!»!* q u e I r n o r A MU <ÍÍ«|M>NÍ<-Í<ÍU <••<(> i i i n r a v i l l o N » i n H i r i i i i i v i i l o . qn«> |H>r-iiiU<> A t o d o r l m i i i K i o i'jfoiilar u u X<><-luru«» (Iv i'ho|>in ó n u V U I N <I<> II<>rK«'r <l»> uuit i n a u c r a arlÍMlica. 5 mmXM (le iNicolásMaríaf vero, 11 J A D R l ü AUDICIONES Y DEMOSTRACIONES Á TODAS HORAS. ^ Catálogo ilustrado X se envia gratis á quien lo solicite De p u r a s a n g r e . Un drama del rey de Montenetfro jodos sabíamos que el rey de Montenegro era autor dramático. Los telegramas de Oriente nos hablaron hace tres años de la representación de un drama suyo en el teatro de Belgrado. "El •éxito—decía uno de aquellos telegra*mas —ha sido tan grande en las pobla*ciones servias, que desde que se levan•tó el telón hasta que concluyó el espec"táculo el público no cesó de aclamar al *regio poeta.* Luego, algunos críticos, iniciados en los misterios de la literatura balknáica, nos hablaron de un modo vago de la magnífica inspiración de aquel drama. Pero lo que era el drama mismo, lo que representaba su acción, lo que sus héroes encarnaban, eso nadie nos lo había dicho aún. Por fortuna, un escritor eslavo que conoce á fondo toda la literatura oriental, Halperine Kaminsky, acab^ de traducir la obra que Dibujo de R. warin. tan ruidosamente triunfó una noch^ en el teatro de Belgrado, y que es, al parecer, la obra maestra del augusto dramaturgo. Se titula La zarina de los Balkanes, y está escrita en magníficos versos de una sonoridad guerrera. La acción se desarrolla en el siglo xv, cuando los turcos, dueños de Bizancio, empreden la conquista de los búlgaros, de los albaneses y de los servios. Acostumbrados á vencer sin gran dificultad á los soldados asiáticos del último Basileus, los fieros otomanos entran en Europa con paso seguro. El recuerdo de los fieros occidentales que, un siglo antes, en momentos en que el imperio parecía ya una presa fácil, supieron oponerse al empuje turco, base desvanecido por completo. Los guerreros de Mahoma no tienen idea ninguna del heroísmo cristiano. Las canciones que perpetúan las hazañas de Roger de Flor parécenles puras fantasías. A los Balduinos y á los Lusignan consideranlos como paladines fabulosos de una epopeya remotísima. Los únicos recuerdos históricos palpitantes en sus mentes orgullosas con sus propias victorias de Anatolia y su entrada en Constantinopla. Así, la resistencia de los rudos búlgaros es para ellos la primera gran sorpresa. Pero esta resistencia, aunque formidable, no es invencible. La que sí lo es, la que lo será siempre, la que llenará de espanto y de admiración al mundo entero, á través de los siglos; la que los mismos emires tendrán que considerar como sobrehumana es la resistencia de los montañeses servios, que saben morir cantando sus himnos patrióticos y que prefieren mil veces la muerte al vasallaje. En las primeras escenas de La zarina de los Balkanes vemos á Juan Beg, jefe de aquellos fieros servios y soberano de la montaña negra, organizar la defensa de sus dos principales fortalezas. Zeta y Jabliac. En esta ú tima plaza su primogénito, el príncipe Jorge, demuestra una energía y una lealtad á toda prueba. Pero, por desgracia, no pasa o propio en Zeta, donde el hijo menor del rey, el infante Stauko, da muestras de ambición desenfrenada confiando á los que lo rodean sus locos e n sueños imperiales. Lo que desea, en efecto, es unir á todos .los pueblos balkánicos en una sola monarquía y someterla á su yugo. Un diplomático otomano muy hábil, enterado de estos designios, ofrece al joven guerrero el apoyo del sultán, á condición de que en vez de seguir luchando al lado de sus aliados los albaneses, abandone su puesto de combate y vaya á Constantinopla á reconocer la autoridad del emir de los creyentes. Las vacilaciones interiores de Stauko son conmovedoras. Su alma sincera rechaza la idea de traicionar á su rey, á su padre, á su pueblo. Mas es tan fuerte su ambición, es tan cruel su sed de poder, que sobreponiéndose á sus propios instintos, decídese al fin á seguir al diabólico diplomático. Un guerrero fiel, compañero suyo de infancia, trata de ' detenerlo, invocando la sagrada imagen del buen rey Iván. —¡Déjame pasar!—ruge el príncipe. Y como el joven guerrero no se aparta del camino, Stauko saca su espada y lo mata. Entonces la dulce Danitsa, la novia del mal hijo, la encarnación de la raza servia, aparece. —¿Huir tú?—exclama—. No... no... no puede ser... ¿Por qué? El príncipe le da mil razones. Le dice que huye porque su padre se opone á que se case con ella... ¿No es eso un motivo suficiente?... Le dice, además, que huye porque así será rey y compartirá con e la su trono magnifico... Le dice que huye porque en la vieja Bizancio, abandonada por los cristianos, hay un sultán todo bondadoso que ha de darle los elementos necesarios para realizar su soberbio ensueño de unir en una vasta confederación libre y feliz á los pueblos de raza eslava... Le dice que huye por el amor que le tiene á ella y por el amor que tiene á su raza... Le dice, en fin, que huye para evitar guerras inútiles, sacrificios estériles, heroísmos vanos, crueldades horribles... Y luego, arrodillándose ante ella, murmura: Al m a r g e n del Q u i j o t e . - D e s p u é s de la a v e n t u r a de los c a r n e r o s ... ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. -/ sube en tu-asno y sigúelos lionitaniente, y ver.^s como on alejándose de aqui algún poco se vuelven en su ser primero. 1 ^ tué^jtanto el asco que^^toiuó, que revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor. (Cajiitulo X \ 111). —Ven conmigó. —¿Huir como tú?—grita Danitsa—. Eso jamás, jamás... —Está bien, quédate... Veo que tu amor era mentira. La escena entera es de una belleza extraordinaria. —Mi amor brillaba como un puro cristal—dice ella—, el tuyo ocultaba la mentira y la hipocresía. ¡Tenia tanta confianza en til Y he aquí que todos mis ideales se desvanecen ante tus maquinaciones de jenízaro. ¡Oh, Stauko, no vayas á Turquía! cumple la promesa que me hiciste. Eres montenegrino y montenegrino debes morir. Nuestra religión es pura como el diamante; la de los turcos e-tá manchada de sangre. Nuestro pueblo, nuestras costumbres, todo aqui es hermoso. Puedes recorrer todos los países y no encontrarás nada más encantador que nuestra tierra natal. ¿ Y tú, Stauko, la abandonarías indiferente y frío? De mi nada te digo, ¡desgraciada!... Mi amor no era para ti más que un pasatiempo... —He dado mi palabra al sultán. —Antes me la habías dado á mi. ¡Lee esta carta! —¡Qué perfume delicioso exhala! ¿No son estos los versos que te escribí al partir para la expedición de Albania? Los recuerdo perfectamente, y para probártelo, Danitsa, voy á repetírtelos de memoria: "¡Si yo fuese sultán de Turquía, renunciaría á mi trono y á Mahoma para convertirme en esclavo tuyo!— á tus pies, Danitsa, pondría el trono y Stambul.— Sería tu prisionero—y esta cautividad seria cara á mi corazón.—Visires, bajas y señores, se postrarían ante ti—tocando la tierra con la frente para esperar tus órdenes. ¡Vendería alegremente comarcas y reinos—para complacer todos los deseos de tu corazón! Ebrio de amor, daría ciudades y aldeas, el Asia entera, por una de tus babuchas." ¡De nuevo vuelvo á desear ser sultán... sí, vuelvo á mi antigua idea; de nuevo me llena la ambición el alma! ¡En vez de la cruz, reconozco por símbolo la media luna, y así podré por.er á tus pies el trono y la coronal ¡Tómalos! Puedo dártelo todo y eso no te impedirá el adorar en secreto al Dios de los servios... —En Turquía se encuentran mujeres que por ambición y vanidad están dispuestas á aceptar la mentira y la hipocresía. En Montenegro todas profesan su fe honrada y libremente. ¿Quieres saber lo que me retiene en mi pais? Todo... Nuestra fe, nuestro aire, nuestras costumbres, el brillo del amor y de la libertad, los lazos de la sangre y los de los sufrimientos comunes... ¿Lo que me retiene? Nuestro horizonte y el circulo de nuestras montañas. ¿Las hay más bellas? No. Allá abajo son las tinieblas; aquí nuestro sol nos calienta. ¡Y me retiene también el día en que me diste una flor perfumada y en que la falange de los dulces sueños subió á mi alma como una llama ardiente! ¡En vano lo ruega! Es una montenegrina. En balde se le ofrecerán todos los bienes de la tierra; sólo la montaña n e gra tiene encanto para ella. Pero es pre- ciso escoger: ó la cruz y i;l amor de Danitsa ó la media luna y la corona. —¿Por qué vacilas t a n t o , principe Stauko? Ten valor... —¡Mi elección está hecha! Prefiero á tu belleza orgullosa el poder sobre todos los Balkanes. Reinaré allí con otro, y tú toma y guarda esta carta. ¡Es un recuerdo de un antiguo principe, que será en adelante virrey del sultán! Todo el hermoso pais que queda al Occidente de Stambul será mío... Dentro de un mes estará en mis manos... Te amé, pero ya nada queda de nuestro pasado. —¡Mira lo que haces de mi amor! ¡Pronto habré arrojado de mi alma el recuerdo de tus besos ardientes, para abrigar solamente el santo amor de la patria! ¿Me besabas en la frente y en los ojos? ¡Pues bien; yo borro esos besos! Nada existe ya entre nosotros. ¡Tú eres un miserable, un turco y un traidor; yo soy montenegrina y libre! Después de esta escena, de una intensidad admirable, Stauko, herido en su amor propio, exasperado en su ambición, con el pecho lleno de odios, corre hacia Bizancio, donde el sultán, cumpliendo las promesas de su embajador, le da un cuerpo de ejercito y le encarga que en nombre de Alá conquiste los pueblos de la península balkánica. La idea de que Alá no es un dios, no lo detiene. Renegando de su fe como antes ha renegado de su raza, cambia la cruz de su espada por la media luna del alfanje. ¡Y allá se va, guerrero triste y sanguinario, en busca de su reino ilusorio! El primer enemigo á quien encuentra es su hermano el príncipe Jorge, que fiel á su rey y fiel á su pueblo, defiende las fronteras de las montañas negras. Un momento el ánimo del traidor vacila ante la enormidad del crimen que va á cometer. La voz de la sangre paraliza sus ímpetus. "No empeñes esa pelea fratricida—le dice la conciencia—note conviertas en unmons tru infame; aún es tiempo de arrepentirte." Pero en esta incertidumbre dolorosa, como en la que procedió á su huida, la ambición y el encono y la vanidad pueden más que los buenos instintos. La batalla es espantosa. Los otomanos, ebrios de orgullo sanguinario, atacan como fieras del desierto. Los montenegrinos se defienden como águilas de las montañas. Todo el dia 11 sangre corre á torrentes por entre las peñas. El ruido de los aceros hace estremecer la comarca entera. Durante largas horas, el resultado de la acción parece indeciso. Pero hacia la caída de la tarde, cuando las sombras empiezan á dar formas fantásticas á los paadines montañeses, los turcos huyen vencidos, sin tiempo siquiera para llevarse á sus heridos. Y viene la noche. Y los chacales bajan de la sierra atraídos por el olor de los cadáveres. Con los chacales bajan las mujeres que, en nombre del Señor Todomisericordioso, quieren curar á los que aún tienen vida. Entre ellas va, doliente, silenciosa, con los ojos llenos de lágrimas y las manos temb oro.sas, la dulce Danitsa, que viste un trae de viuda. Suave y evangélica, venda as heridas, calma la sed de la fiebre, cierra los ojos apagados. Es la más piadosa de todas. Sin fijarse en la religión, cuida igualmente á los enemigos que á los amigos. ¿No son todos los moribundos hermanos de jesús? Los gemidos de los turcos la emocionan tanto como las quejas de los servios. La carne que sufre es una y única... "Dios te bendiga", murmura ante cada dolor. Y pasa suave, pasa solícita, pasa como una Beatriz del Infierno humano, lentamente... Pero de pronto todo su ser se estremece. Sus manos se crispan. Ese herido que se lamenta, ese infiel que pide con voz agonizante u'^a gota de agua, ese ser lívido y ensangrentado, es él... ¡El!... ¡Bien lo reconoce la pobre, á pesar del turbante de bajá!... ¡El!... —¡Tú!—exclama Danitsa—; ¡tú!... ¡Eres tú el perjuro, tú el renegado, tú el traidor, tú el infame! El es, en efecto. Herido, abandonado, vencido, y aceahí en el suelo donde nació y adonde vuelve para caer con escarnio. ¡El es!... Pero es tal su debilidad, tal su fiebre, que la voz antes adorada no llega á sus oídos sino como un murmullo vago. Su única noción de vida es la sed. Desea beber. "Agua—murmura—, agua, agua." Venciendo su emoción, Danitsa ofrécele su frasco. Una vez la sed calmada, Stauko abre los ojos y reconoce á la que fué su novia. La escena es sublime. -¡Véngate de mí—dice Stauko. — ¿Vengarme—murmura Danitsa—, vengarme de ti?... No; no puedo... Cuando en el alma se enciende el fuego sagrado del amor, no se extingue ni aun en la fría tumba. Desgarraste mi corazón y mi cuerpo, vendiste al enemigo mi patria querida, y á pesar de todo, mi amor no se borra. La voz poderosa de los sentimientos de antaño detiene mi justa venganza; tus actos me horrorizan, y sin embargo, tu vida me es tan cara como la luz que alegra mis ojos. —¡Oh caritativa y santa mujer! ¡Perdóname, perdóname, alma querida! —¿Te arrepientes de tu traición á tu país, á la cristiandad? En ese mismo momento aparecen unos soldados turcos, que rechazan á Danitsa y se preparan á llevar á Stauko. —No, no me arrepiento, no lamento nada -grita Stauko—, á no ser el no tenerte conmigo. Pero no pierdo la e s peranza de verte llegar á buscarme á Scutari. Desde el punto de vista legendario y nacional, el magnífico drama del rey de Montenegro termina con esta escena, en que se ve el triunfo de la fatalidad e n carnizada cual en las tragedias griegas. Pero aún queda, después de tanto horror y de tanta grandeza, de tanta sangre y de tantas lágrimas, un minuto sublime, que para mi es el más bello de la obra. Danitsa ve á los soldados que se llevan á su amante y no dice una sola palabra. Con dar un grito bastariale empero para impedir que se escaparan. En su fervor por el que, aun siendo indigno de ser amado, llena toda su alma, calla. Luego, cuando las sombras han desaparecido á lo lejos, acércase al río torrentoso y dice: — S e ha escapado de nuevo... La tempestad de la guerra ha pasado, y la pa- RENACIMIENTO 'ONTHJOS 3 MADKID LOS LIBROS D E A C T U A L I D A D ALLITO DESDE LA BARRERA DON MODESTO CON P E O L Ü G O 3,50 pesetas. 3,50J pesetas. LAS COMPET ENCI A S D E B O M B A ritÓLOCO BC ; i J F « * T R I G O ' G A L L O MACHACO — PASTOR IHtr|OIUICCl4N 3,3Ü pesetas. De venta en todas las librerías de España y América y en RENACIMIENTO MADRID miMI'lKCA CALLE DE P O N T E J o S , 3 RENACIMIENTO 10 Y COMPASÍA, IDITORiS l'oniejoH, nútn. íi I9II MADRID 3,50 pesetas. 1,50 pesetas. N i n g ú n t i e m p o p a s a d o fué mejor. Dibujo de Ruiete —Desengáñese usted; esta frenética afición á los toros acabará con España. —Pues antiguamente no nos lucia más el pelo con las asonadas y los pronunciamientos. tria, coronada de gloria y de victorias, respirará libremente. Como antes, la vida se deslizará tranquila. Pero en vano mi corazón buscará en el mundo una sombra amiga. ¡Ya no volverá á florecer en él la esperanza! ¿Cómo sobrevivir á la caída de Stauko? ¿Cómo soportar las risas de la multitud perversa encarnizada contra mi amanza? ¿Cómo sobrevivir á la calda de Stauko?... —dijo—. ¡Que así sea! Como fiel amante debo cumplir sus deseos... ¿Cómo?... ¡Hasta las aguas de Scutari llévame, oh impetuoso torrente de Moratcha! Tú que al pasar por delante de la blanca Scutari eres ya un lago, llévame al través de tus cavernas hasta el lago querido... ¡Una suave ola me con- ducirá á las orillas abruptas de Scutari, á la cita de mi esposo! Y después de hablar asi se precipita en el torrente, buscando en la muerte la ventura que ni el amor, ni la piedad, ni el deber, ni el sacrificio supieron darle. l E . (Bóntíí (Tarrlllo. Anochecer — ^ M | ; en la cima del monte, en I el pinar. Soledad y arok mas. Cabecean los pinos remolones, somnolentes, desparramando un sordo arrullo el oleaje pausado de las copas. De tarde en tarde el chasquido de una rama seca ó el golpetazo de una pina vieja, leñosa, que cae. Vense abajo, en el cuenco fecundo del valle, las tierras labradas en cuadros, en remiendos pardos y verdes, que tienen el festón plateado de un regato ó el marco gris de un muro; sobre el tejado de E las casuchas una montera de humo, que apenas sube, patriarcal, quedo. Encima de os heléchos frescos y de la pinocha, tiéndese un joven demacrado de porte noble, trajeado á la usanza s e ñoril, pero con el descuido de los enfermos y de los indolentes; á su lado está sentada una moza mustia, con las mejillas de color de hueso y la nariz afilada, escurrida, trasluciente en las finas aletas como la cera delgada. Devoran el aire que harta con su fuerte olor resinoso, de trementina. Lejos, muy lejos, allá abajo, en los hondos caminos, por entre los bardales, se arrastra el plañido de los carros... Todas las tardes de Dios, suben al pinar rumoroso los dos cuitados y todas las tardes traban una conversación d o lorida, desmayada... BALBINA.—Va para tres meses que venimos aquí... LEÓN.—¿Tres meses, ya, Balbina? No. Yo vine unas semanas después de ti. BALBINA.—¡Y sin sanar, señor! LEÓN.—Sanar... Bueno es no morirse, inocente. BALBINA. —Qué mal más brujo. Nadie sabe dónde nos hemos topado con él. Dice el médico que lo atrapé una noche de lluvia. ¡Qué sabrá él cuándo ni dónde se me agarró al pecho, si no sabe atajarlo! LEÓN.—Para este mal no conoce remedio ningún sabio. Ya ves, yo fui á un país de nieves y de lagos que se llama Suiza y no curé; después bajé á sitios de sol, que en invierno son templados, me senté frente al mar recostándome contra una palmera y... nada, lo mismo. He tirado mucha vida en días malditos, he gastado toda la juventud en noches de demencia y de bacanales... y la salud no tornará jamás. BALBIN*.—Pero yo no hice lo propio, .señor. Nunca fui loca, nunca. LEÓN.—¿No has oído hablar alguna vez de que un inocente fué condenado á muerte? Ponte en ese caso... BA. BINA.—Y lo que llevamos padecido en balde; hasta me han quemado el pecho, señor, me han pasado por el^seno un hierro ardiendo... LEÓN.—Y lo triste que es tste mal. Uno se acostumbra á él; pero la tristeza se posa para siempre en el corazón y en los pensamientos. ¡Y qué feliz era yo! Dinero, mocedad, amor... De pronto esta La v o z de los m a j o s . boca ya marchita se llenó de una cosa salina y tibia que subió por fa garganta con priesa, atropellamente; era sangre, mi sangre, el zumo de mi vida. BALBINA.—Hasta en nuestra casa nos tienen no sé qué... despego, asco tal vez... LEÓN.—No, cuitada, no; tienen miedo... nada más que miedo. Y aun eso no todos, porque mi madre no se arredra, me mima, hasta me besa... BALBINA.—¡Si viese usted lo que yo he visto un dia! LEÓN.—¿Qué has visto, di? BALBINA.—Se va usted á reir... La vaca de Luciano de Portomouro dio en enflaquecer, no comía, iba á menos, á menos, á menos. Se le hundieron los flancos y los huesos del espinazo se marcaban igual que nudos, como dientes, á lo largo del lomo. Dijo el albeitar que la vaca no tenia salvación. Yo por aquel entonces era un picara de once ó doce años; pero me acuerdo bien. Llevaron la vaca enferma al monte Xian y la abandonaron en el fondo de una cantera sin hierbas, sin agua. La pobre vaca allí sé quedó, sin más compañía que el esqueleto de un caballo, cuyo costillar parecía un Dibujo de R. Marín. á ¡No nos Van der-Goáis más! Ahí está San Antonio de la Florida, que se nos va. Y no se me diga que Goya es menos flamenco que^ ese señor antiguo. Reflexiones de un astro que no estará nunca en el abono. D ib i j o de Manchón. —Pues no me dice la Patro que, para ganar dinero, aprenda el molinete de Belmonte. ¡¡El molinete!! ¡Qué fácil lo ven todo las mujeres! —Son cosas de este hombre singular. men, que el público corea á gritos. Furenbarco destrozado. Fui yo la última que Sin embargo, hay gestos del género te á nosotros, una cocota, natural de C o se alejó del barranco, porque el pobre lunga, cuyo rostro, coloradote como una animal me retenía con su mirada, tan heroico, gestos de epopeya ó de novela manzana de las que producen la rica s i húmeda, tan angustiosa, tan de cristiano, \ caballeresca, que deben ser evitados por dra de su tierra, forma un rudo contrastan implorante. Lloré de lástima, mucho, toda persona europeizada, cuyo espíritu te con los perifollos de sus trapitos de mucho, cómo "si en aquellos ojos hubie- vibre á tono con las explosiones vertigi- París, descalza gentilmente sus lindos nosas de los motores trifásicos y las onra yo dejado algo mío, muy mío... das sutiles, misteriosas y etéreas del ra- zapatitos, añorando tal vez la bendita y deliciosa comodidad de las almadreñas LEÓN.—No me hace ciertamente reir diador de Marconi. Gestos de un anacro- de boj... tu relato, ni sé qué escalofrío extraño nismo perturbador, que tal vez tuviesen Y, para remate, cuando salgo de aquel una aureola triunfadora y gloriosa sobre paseó por mis huesos, rapaza. nido ideal de la frivolidad y de la bagala patina de los viejos pergaminos y el BAI HINA.—Dispénseme, señor; es un tela, en la calle, un borracho de sábados, recuerdo que llevo enterrado en la me- pulido adorno de la miniada letra gótica, un viejo menudillo, jocundo y feliz, se moria. Para mí tengo que cuando me pero que en los periódicos del día, al para ante mí sosteniendo con dos dedos vaya á morir aún me estarán mirando lado de un anuncio de pilules secretas y un paraguas gedeónico, y , sin decir unas declaraciones del presidente del los ojos aqiiellos, grandes, adoloridos. Consejo, hacen el mismo papel que Me- nada, ríe; ríe con los ojos, con el alma, LEÓN.—Bueno; yo me marcho. Adiós. krinofl entre las cocotas y los estudian- con el corazón: ríe, ríe, ríe. BAI H.NA.—¿Ya? ¿Tan temprano? —¡Ja, ja, ja! tes de la última hora de Fornos. LEÓN.—Pronto anochecerá... ¿Quién puede, después de esto, adopAsi D'Annunzio, el monopolizador del BAI-BINA.—Y yo que pensaba recortar un gesto heroico? gesto, el monarca del desplante, el e m darle hoy su promesa; yo que creía que Yo los rechazo: quédense en las crónihoy le oiría la historia de aquel amor perador del auto-bombo, ¿por qué recha- cas, en las epopeyas, en los dramas de za esa monería de hotel que los aldeatan grande que usted tuvo. Marquina. E pueblo de hoy ha olvidado LEÓN.—Si, un grande amor... un amor nos—nunca con más propiedad pudiera el romancero y canta lo que escucha en usarse el cliché de sencil os aldeanos— que me costó muy caro, que me costó la un cine á las tonadilleras. vida. Pero para qué hablar de amor si de los Abruzzos, su pueblo natal, quieTEujínlo ~\.iftt "^yilllo. ren ofrecerle? ya no hemos de catarlo jamás. Así, estos hidalgos de la Corte, d e s BAI.IÍINA. ¡Y yo que nunca lo caté! LEÓN.—El otro día, cuando te cogí las concertados por el polvo que nuestros poetas levantan con sus estrepitosas anmanos, no quisiste probarlo... BAI HIÑA.—Cállese, señor; nos traería danzas por las antologías del siglo xvi, duélense de que Churkri-Pachá, el admila muerte. A political play. LEÓN.—¿Y piensas que ha de dejar de rable defensor de Andrinópolis, no haya ESCENA PRIMERA venir porque no la llameínos de esa sa- puesto como cimera, como penacho fulgurante de su empresa, la nota épica del Salón de visitas del colegio de las Irlandesas de brosa manera? la Asunción. Amplia nave gótica, alumbrada suicidio. Pero, ¿por qué? ¿para qué este suavemente por cinco ventanales eon porta-luB A i . N I N A . . — ¡ A y , s e ñ o r . . . qué cosas gesto? ¿Ganaría algo la humanidad, Turces cerrados por cristalería policromas repretiene! quía, Andrinópolis, con el inútil sacrifisentando episodios del culto tnariano. En amLEÓN.- Robemos á la muerte la últi- cio de quien la defendió hasta el último bos lados del salón pequeños estrados con sofás, chaisses-longues y butacas de diferentes ma rosa de mi rosal y la primera del instante? épocas, y extrañas tapicerías. En las paredes, tuyo, Balbina.., Sí, nena, ¿qué te imAsí, yo me encuentro desconcertado larga colección de fotografías de la casa central porta? por una horrible vacilación. Un señor «Couvent o f the Assuniption, 2^, Kensingtonsquare W . London>. En el sitio m á s visible BAI.HINA. — Señor... señor, déjeme... provinciano me escribe una carta en la un gran retrato del arzobispo de W e s t n i i n s esto^e^inatarnos... esto es morir... (|ue me dice con letra temblorosa y antiter, patrono de la orden. Entre la hojarasca de gua estas palabras: un m a r c o barroco brilla, con tonos algo chillones, un Perpetuo Socorro de plomo, pintura -En el viejo archivo de mi casa solaLa Muerte, no por rencorosa dejó de recuerda á los primitivos florentinos. riega de Galicia, tengo un documento Enque el centro del sajón una gran mesa de roble taser galante: primero ella... después él. valioso. S e lo di á conocer á Menéndez llado Renacimiento. Sobre ella un portfolio del l l a m ó n "ycritán6«« Míate. viaje á Tierra Santa, y profusión de folletos del y Pelayo, y cuando iba á darme su opiconvento, con el titulo en rojas mayúsculas de nión, ocurrió el fatal suceso de su muerB o A R D I N G SCHOOL l O R Y o U N U L.VDIES. I te. Luego mi amigo Prudencio Canitrot, fue p o r mi comisionado para que en Ma- Es domingo, y la sala está llena de damas, mu- í y respetables proceres y aristócratas. ' drid buscara un polígrafo que estudiara l.aschachas colegialas visten gallardamente un elegante el documento. Pero Canitrot, murió al uniforme tailleur azul marino. Falda muy ceñipoco tiempo. No tengo ningún amigo á da y corta. Cuello de encaje, y sobre el pecho cruzada la medalla de las Hijas de María. quien pueda dirigirme; ¿quiere usted enEn uno de los estrados DON U a n i k l MARTÍNEZ, cargarse de esta m i s H ó n ? " ministro de Instrucción pública del Gobierno En un principio, llevado de mi deseo demócrata, aguarda á su hija HEUKI.. Cran banda de honor del colegio. La superiora REV. MOde servir á un amigo, estuve á punto de THKR ELIZABETH, C e r e m o n i o s a m e n t e hace los adoptar un gesto en armonía con la anhonores al m i n i s t r o . tigüedad del documento; aceptar el e n M a r i í n e z . — F e l i c i t o á usted, reverencargo, á sabiendas de que acabaría conmigo, lo mismo que con don Marcelino, da madre, por los adelantos de mi chica. lo mismo que con Canitrot. Pero luego Estoy encantado de su cultura. Después Al ritmo de los dias tuve el atisbo vidente de que hoy Guz- del gran premio en Literatura é HistoEl a e s t o mán el Bueno no lograría a fama que al- ria, banda de honor en inglés y en comportamiento. Este colegio es una maraada hay para vivir feliz y canzó en Tarifa, y dudé, dudé, dudé has- villa de modernidad, de educación y, sotranquilo, como ser un ta anoche. Estuve en Fornos en una peña de fra- bre todo, de ese chic, de la bonne tenne audaz a c a p a r a d o r de que una muchacha necesitaen sociedad... gestos; un hombre que ternales camaradas; en la mesa de al MüTiiER E1.1ZABETH.—Milgracias; pero ,,,„ se distinga por sus g e - lado unos señores discutían á voces al el talento de miss Bebel Martínez es fenómeno Belmonte.\\n esto, d o s estudiannialidades, por sus cosas, es poseedor de quien ha hecho esos primores... De ir un salvoconducto que le permite hacer tes, que acaso discutían lo mismo, c o - como va, creo que en éste próximo curmenzaron á golpearse con los paraguas, sin rodeos lo que le venga en gana. so puede pasar su hija á la Mother HouPara todas sus atrocidades, el público, con donosa rapidez guiñolesca; sobre el se, y en un año más terminar su eduestrado, una orquesta empecatada r o m p e la sociedad, tendrá una sonrisita indulestrepitosamente con la marcha de Car- cación con el brillante diploma de los gente y pía. El s á t i r o herido, No es de ahora el que las ninfas claven á los sátiros. Dibujo de Moya del Pino. Cambridge-Examinations... Pero hablando de otra cosa, ¿usted me ha escrito pidiéndome una conferencia para consultarme un punto interesante referente á enseñanza, y como hasta nosotras llegan también las cuestiones de mayor actualidad, y con ellas, la que tanto está dando que hablar, promovida por su proyecto de neutralización religiosa en las escuelas, no acierto con mi papel de consejera, de un hombre de Estado tan cabal y tan moderno como usted?... (Con ironía sidil.) A menos que usted pretenda de mí, señor mío, que le redacte el Real decreto.., yo, una monja ignorante y extranjera... ¿qué quiere que le diga? Por otra parte, soy de la tierra de las sectas y estoy familiarizada con estas luchas, que conozco... quizás la historia de mi patria es interesante á raíz de Oliverio Cromwell. MARTÍNEZ.—¡Ah, si!¡Cromwell! ¡Cromwell! Un hombre de temple... (Modestamente.) Hoy los agitadores de la opinión no valemos tanto... La difusión de las ideas... Las democracias participantes, que diría mi jefe político y maestro de estas cosas: él, señora, un verdadero Epaminondas. Si, un padre de las viejas democracias tebanas. (Con grave misterio y confidencial.) Mi jefe, el jefe del Gobierno, vacila terriblemente con la re'forma escolar mía... y yo, francamente, es toy resuelto á la maniobra... MoTiiER Ei.iZABETH.—Mire, señor Martínez, que en sus manos están las conciencias de los hombres del porvenir, y ante Dios su responsabilidad sería... MARTÍNEZ. (Interrumpiéndola.) — No siga, señora. (Un poco cañí.) No es por ahí. Usted está en la higuera... Si lo que yo desearía de usted con todo sigilo es algo así como el golpe de gracia á mi proyecto. (Plañideramente.) Me da tan malos ratos el presidente. Claro, él no puede, no debe decorosamente volver atrás. A nosotros toca resolver la cuestión, preparando un truco. Usted desconoce esa mecánica política, y lo que parece insondable en el terreno de los principios, es una poquedad ante los postres... La cosa podía hacerse así. (Un cuchicheo misterioso, que apaga las notas aterciopeladas de las voces de las muchachitas y el tenue rum-rum un poco lejano de la calle. La monja y su visitante discuten no mucho rato.) MATHER ELIZABET.- No sólo no veo inconveniente, sino que es hacedero. Lo que á mí me sobra son firmas de ingleses é inglesas que suscriban el mensaje definitivo de protesta... y lo más que á usted le es permitido, es asignar á cada firmante una confesión que más le acomode. Allá ustedes con su conciencia. ¡Hágase el milagro!... MARTÍNEZ (Apremiante).—Y Publicó el dia i." una noticia diciendo que un dirigible alemán, después de evolucionar s o b r e l a s fortificaciones francesas, habia sufrido una avería y s e vio obligado á aterrizar en las cercanías de la ciudad. Fueron unos momentos de cómica indignación. Como en esas películas donde el alcalde—con su faja tricolor—los gendarmes de enormes bigotes, los bomberos y los paisanos con sus hoces, rastrillos y guadañas persiguen una vaca, un automóvil o un vagabundo, asi los buenos habitantes de Reims salieron en persecución del dirigible alemán. Pero el dirigible era un enorme poinon. De igual modo que los españoles E S C E N A II el dia de Inocentes, estos franceses de El Salón de Conferencias de la Cámara. Estancia Reims creyeron cierta la noticia burlona vasta y ennegrecida por el humo del tabaco y de su periódico más importante. las chimeneas de todo un siglo. Decoración un plano más inferior que un pomposo café de Entonces, acudió el pueblo entero á la provincias de segunda clase. En un rincón, d i - redacción; apedrearon las ventanas y las ván y cuatro enormes butacas de terciopelo verde, ostentando á la altura de la cabecera una autoridades tienen el propósito de procesar al director. mugre que brilla como la endrina. Tres señores sentados Uno duerme plácidamente. Los otros Hasta aquí el hecho. sostienen vivo diálogo. El que duerme es el Después, lógicamente, vienen los c o primer repórter político de La Opinión, órgano mentarios. conservador y cabeza del partido. MARTUTENE, Francia padece la obsesión germániliberal, y APOLONIO, republicano, comentan la próxima crisis, en frases declamatorias, verdaca. El Sr. Leroux que escribe novelas deramente linotípicas. policíacas y misteriosas, ha estrenado un APOLONIO.—¡No seas tonto! Martínez drama alsaciano; los diarios franceses tiene que dimitir. El conflicto es enor- hablan constantemente del Kaiser y de me. Ahi es nada. El presidente ha dado su ejército; en los cafés golpean las meá entender bien á las claras que á los sas—donde se funden tranquilos los t e miles de mensajes sin importancia de los rrones de la absenta—puños nerviosos neos, había, por desgracia, de la espe- de hombres excitados por el anti-germacial situación diplomática por que atra- nismo; las cocotas se avan cuidadosaviesa ahora el país, que añadir uno, c u - mente y algunas hasta se desinfestan yas exóticas, ¡fíjate bien! exóticas firmas, después de mentir amor á un personaje no podían publicar. Y que ello traía con- de Gulbransson. sigo unas ligeras conversaciones interY, sin embargo, Alemania no se prenacionales que obligaban á diferir la dis- ocupa de Francia. El Simpliccissimus rara cusión del proyecto. vez afila sus lápices contra los franceses. MARTUTENA.—Ya lo sabemos. Don Da Les preocupan más sus gretehens, sus niel es el consejero que ayer entregó al curas, sus estudiantes y ^us militares. presidente su dimisión en cuanto que se Y no digamos el Kaiser. eyó el tal mensaje. Pero como de irse Desde que al Kaiser le hicieron graMartínez, que con su amplio programa cia unas caricaturas de Heine, los humode enseñanza era el nervio del Gobier- ristas alemanes se divierten evocando no, se iría todo el Gabinete... ¡qué situa- en el Simpliccissimus en e\ Jugend, en el ción crearía esta crisis ahora en estos Liistege Blatter su silueta; pero sin los momentos en plena triple "entente"... bigotes y sin los b r a z o s demasiado ¡Quién sacaría adelante el tratado con cortos. Inglaterra! El Kaiser no tolera bromas con sus Ai-OLON o (Sumamente conciliador).— bigotes ni con sus brazos. ¡Es verdad... el tratado "l'entente cordiaPero esta vez si que los lápices alelel.,." la diplomacia... Es imposible, im- manes comentaran el poinon de Reims. posible... ¡imposible! Porque nada tan cómico, tan representativo como ese episodio que parece imaginado para que lo dibuje Gulbransson en una de sus admirables historietas. Está encantada. Figúrate que con las 500 pesetas que nos has mandado el jueves hemos renovado casi todo lo de nuestra capillita. Por cierto que la pobre se vio azoradísima con el portero del Ministerio que trajo el dinero, que la hizo firmar un recibo muy historiado y que ella no entendió ni jota. La pobre no sabe nada de español y luego ella apuntó el titulo del recibo... "Gastos de material"... ¿y qué es eso?... (Martínez empieza á entrar en situación algo semejante á la de la cuitada Sister Maud. Cambio de frente en la conversación de su hija. Déjalos la monja y la visita termina...) TFroncí». De jueves á jueves no se le olvide esas fiímas de las misses amigas de usted de la embajada... BEBEI. MARTÍNEZ (Ruidosos besos á su padre).—Papaíto, ¡no hay derecho! D e s de que estáis en el poder no pareces por aquí. (Más besos./Pero todo te lo perdono, por lo que haces por mi pobre congregación de Hijas de María. ¡Ah, Sister Maud me ha encargado te dé las gracias por tu esplendidez para con nosotros! M i e n t r a s el m u n d o r u e d a La obsesión alemana Un periódico francés ha aprovechado la época de le poinon d'Avril para e m bromar donosamente á los buenos habitantes de Reims. —¡Tan! ¡Tan! —¿Quién es? . —¿Está la diosa Talía? —Hace unos días que para poco en el Olimpo. Desde el sábado de Gloria la traen á mal traer. Tres mil estrenos, seis mil debuts, ocho mil acontecimientos teatrales. Eso sólo en la capital de España. —¿Estará contenta con tan solemnes cultos? —Puede que agradeciese más que no se acordaran tanto de ella. Cuando vuelve á casa, viene de mal humor. S e conoce que por allá abajo la tratan mal. ¿Quería uzté algún recado? —Precisamente, que me enterara de lo que pasa por los teatros de Madrid. —^-No hay allí quien le entere á uzté? —Si, señora; pero no los creo. Ninguno dice la verdad. —¿Cómo es eso? —Son complicaciones del oficio, y como no me gusta meterme en discusiones, prefiero adquirir noticias discretas de la Señora, y así serviré mejor á los lectores de EL GRAN BVFON. ¿Usté no podría decirme?... —Algo sí la he oído; pero no sé si me acordaré bien. —Empecemos. Lo más saliente... —¿Lo más saliente? La compañía de Opereta italiana de Scognamiglio... — Caramba! — Iscriba usté despacio, que el apellido es de cuidado. —Sobre todo para Thuiller y sus t o cayos. —Comenzaron con Lo Zíngaro Barone, música de Strauss, letra de... —No es interesante. En las operetas lo que importa son ¡os músicos y las danzantes . —Una opereta para abrir boca, quiero decir, para inaugurar una temporada. Después han hecho Eva. Esta Eva no es la madre de la Humanidad. S e llama así como podría llamarse Petronila ó A n i ceta, pero estos nombres no abrirían tanto e! apetito... —¿De modo que no es ni parienta de la que le hizo tragar la camuesa al p o bre Adán? —Pertenece á la clase frigil, pero sin necesidad de serpiente. La música es á ratos de Pucciri, á ratos de Quinito. La cuestión es pasar el rato cobrando mundialmente, que es lo que hace Lehar. ¿Argumento? Cuatro tonterías para que haya mucho besuqueo, se derrame el champagne y las niñas se suban encima de los muebles á cantar. El teatro abarrotado de gente. De la más comme il faut, en fin, el mismo público que pide que no se suprima el catecismo en las escuelas. ¿^Seria distinguido? —Le brmdo este dato curioso á R o manones. —La obra gustó... á la claque y á los jóvenes apasionados. El telón en que están retratados Chapí, Caballero y Arrieta no funcionó en toda la noche. Es un detalle pudoroso que honra á la dirección artística. —Otro teatro. —En la Princesa. Para beneficio de doña María, Por los pecados del Rey, de Marquina, y Sólo para mujeres, de Martínez Sierra. Ovación y dos orejas. Una para cada uno. —¿Otra vez? Pero esos chicos. ¿Cuándo comen y cuándo duermen? —En Lara. Después de hacer El Asno (el de Buridán) casi toda la temporada, van á hacer el otro, casi... Un negocio de Oro (pero sólo como título)... —Sotillo está en alza. —También nos ha servido López Marín La perdición de los hombres... sin lograrlo. Cuando esto se publique habrá estrenado Casero un saínete ccn música póntuma de Chueca. —Seguros hay que estar del éxito, para remover las sagradas cenizas de un difunto. —Así debe de ser. Lo del éxito. —En la Comedia, La escuela de las princesas, Primerose y El adversario. —Nada nuevo. —Mancha, en la compañía. —Se impone el contrato de Bencina, de Greda... —Creo que le preparan un buen j a bón. A él no le importará, porque lo que desea es trabajar. —En el Español, Tal!aví. S e presentó con La loca de la casa. —La loca de la casa es Matilde Moreno. —Hay alguien más loco todavía allí. —¿El doctor Madrazo? —Don Benito, que no sabe qué hacer para llevar público al teatro. —Para eso se conoce que han hecho Hamlet. —j Y qué tal? —Un concejal de los que votaron la supresión del impuesto de Consumos, decía: "Yo no falto nunca cuando echan estas funciones. ¡Qué ideas y qué dialogueo! Pero me gusta más LA Electra." Esta opinión es un poema. — J Y Tcllaví? —Es bueno, porque estudia, y tiene inspiración y talento. —Los chicos aplicados suelen ser vanidosos y hacen bien. —¿Y en Apolo? —El Nuevo Testamento. —jOlógrafo? —01o... ¿qué? —Olo... que sea. —Ese chiste parece de Calleja. —De Calleja es la música. —El testamento será de Arregui. —De Lepina y Plañiol. —Mal título. Huele á cadáver. —¿Y qué más? —En el Gran Teatro está de director D. Miguel Ramos C a m ó n . —¿Cuando estrena Ramos Martín? , —Antes harán La cocina doscientas ó trescientas veces. —Harán bien, porque así dan gusto á Caramanchel, que es un enamorado de la nueva obra shakespiriana... Y nada más. —Pues mil gracias por las noticias y recuerdos á Talía. —Muchas gracias. ¿De parte de quién le oigo? —De parte de •pitérrt». Ex libris. E d é n Concert, ocurrió La unotrae pni soocdhieo emnuely divertido entre la seftorita E a s o y el s e ñ o r R a f f l e s . R a f f l e s e s un h o m b r e pintoresco; la seftorita E a s o , a d e m á s d e cantar, e s u n a especialidad e n e s e v o l u p t u o s o d e p o r t e d e b u s c a r s e las p u l g a s c o n m ú s i c a y deshabillés e n c a j a d a s . P e r o R a f i l e s n o sabía sin duda q u e e s t a s p u l g a s d e la seftorita E a s o eran m a l a s p u l g a s y c o m e t i ó la c a n d i d e z d e discutir l o q u e m á s p u e d e m o l e s t a r á una cupletista q u e s e la discuta: la e d a d . S i n que la seftorita E a s o le preguntara cuántos a ñ o s la echaría, la e c h ó m á s d e l o s q u e ella tolera q u e la e c h e n , y la artista s e v e n g ó tirándole una botella q u e le ha p u e s t o u n o j o al pobre Raffles c o m o una aceituna aliñada. Y e s l o q u e dice R a f l l e s ; — P e r o seftor, si e s o d e la v e j e z n o e s un inc o n v e n i e n t e para l o otro .. A h í tienen u s t e d e s á la Otero. LOS LIBROS DEL DÍA PÍO B,\ROJA CAMINO DK PERFECCIÓN ¡jos (le JOSÉ P R E C K L E R TALLERES: Consejo Ciento, 241 á 245 COCUMAS ICE m E s t e v e z o ALMACENES: Ronda Universidad, 14. CALEFACCIONE!» Más de Soo.ooo i n s t a l a c i o n e s varias efectuadas por e s t a casa. •~y}}^^rr^:}:\-:-r:: Calle d e l Príncipe, o IMPRENTA DE JUAN PUEYO, MESONERO ROMANOS, 3 4 . 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