Discurso del Rector - Reconocimiento EAN

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Discurso del Rector - Reconocimiento EAN
Martes, 18 de Octubre de 2005
Discurso del Rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, Ing. Luis Enrique
Arango Jiménez en el acto de Reconocimiento ofrecido por la Escuela de Administración de
Negocios EAN.
DISCURSO RECONOCIMIENTO EAN
Bogotá, 14 de Octubre de 2005
Resulta de elemental cortesía empezar estas palabras con el agradecimiento de la
Universidad Tecnológica de Pereira a la Escuela de Administración de Negocios EAN que en
un generoso acto de gallardía y colegaje nos convocó a este reconocimiento. Sin duda, razón
tienen quienes afirman que la frontera entre las universidades públicas y privadas está
desapareciendo entre la identificación de propósitos comunes que nos mueven a la acción. No
en vano resulta claro que nuestra misión es la misma: formar seres humanos con sentido de
responsabilidad social con conocimientos y habilidades que les permita promover cambios en
la sociedad que potencien su desarrollo y proyecten escenarios de condiciones de vida cada
vez mejores para los colombianos.
Cuando en las Universidades se superan las incertidumbres, y las comunidades que
habitan o circulan en ella se hacen más concientes de su papel y aporte, no cabe ninguna duda
de que los propósitos y metas que las animan se dinamizan y fortalecen. El Sistema Nacional
de Calidad de la Educación Superior creado por la Ley 30 de 1.992 y que impulsa con ahínco
el actual Gobierno Nacional, nos ha puesto en el camino del auto examen, de la reflexión
serena e intensa sobre nuestras fortalezas y debilidades y de la cultura del mejoramiento. Hoy,
debemos reconocer que estos nuevos elementos de la gestión universitaria están aportando
significativamente al proceso de crecimiento sostenido del sistema de educación superior de
nuestro país, en beneficio colectivo de toda la sociedad.
En el mundo actual los procesos de calidad certificada son irreversibles y hacen la
diferencia; así como el conocimiento ha desplazado al capital en importancia como factor de
producción, la calidad se está volviendo un factor preponderante en la comercialización de
bienes y servicios. Se certifican los procesos, los productos, las organizaciones, la gestión, las
competencias laborales, las profesiones, etc. Hacerse a un lado es rezagarse inexorablemente.
La globalización trae consigo la competitividad y ésta implica que los sistemas de calidad
vayan avanzando y creando nuevos referentes a nivel regional, nacional y mundial.
Uno de los elementos del sistema de calidad es la acreditación voluntaria de programas
y de instituciones, que aunque en un comienzo las comunidades académicas la miraron con
recelo, hoy en día se ha vuelto un referente de mucha importancia para las instituciones y para
la sociedad.
La Universidad Tecnológica de Perera así lo percibió y se dio a la tarea de buscar
primero la acreditación de sus programas y más adelante, al cumplir las condiciones mínimas,
a buscar la acreditación de la institución como un todo.
Finalmente lo logramos y debo confesar que estamos muy satisfechos y además
agradecidos del gran reconocimiento que hemos recibido a lo largo y ancho del país, dentro
del cual se inscribe naturalmente el que hoy ustedes noblemente nos prodigan.
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No obstante, debo aclarar que la Acreditación Institucional conferida a la Universidad
Tecnológica de Pereira no es un punto de llegada; no constituye una meta en sí misma, es, por
el contrario, un gran compromiso y un enorme desafío, pues los sistemas de calidad,
cualquiera de ellos, están edificados en la lógica del mejoramiento indefinido.
Los estándares de la calidad no son estáticos, ellos van moviéndose en la medida en que
el sistema en su conjunto va mejorando; al fin y al cabo los mejores siempre serán una élite
que va adelante, jalonando a los demás. Así, concibo la Acreditación de Calidad, como un
estado de transición donde no hay nada definido en términos absolutos; vamos adelante, pero
otros vienen detrás con ganas de pasar al frente. Y esta sana emulación es la que debe
proyectar al sistema de educación superior en su conjunto.
No es entonces la Acreditación una oportunidad para aflojar el paso; por el contrario,
adquirimos la enorme responsabilidad de continuar mejorando cada día superando nuevos
retos y validando, en el permanente discurrir, la enorme distinción que nos ha entregado el
Estado Colombiano.
Los logros de la Universidad Tecnológica de Pereira no son fortuitos; contamos con un
grupo humano calificado y comprometido con la causa de la educación superior; Directivos,
trabajadores y docentes, son personas de reconocidos méritos que hacen de la Universidad su
proyecto de vida y ponen en ella lo mejor de sus energías.
Desde el Consejo Superior, en la cúspide del Gobierno Universitario, hasta en la base
misma de la organización, encontramos un deseo ferviente de hacer las cosas bien. Con un
recurso de esta naturaleza, no existen barreras para el éxito que no sean franqueables y las
principales dificultades están en seleccionar el camino, asumiendo los riesgos que sean
necesarios; una vez tomada la vía decidida, en la paciente labor de una comunidad
comprometida, aparecen los logros como una consecuencia inevitable.
Otro factor que ha facilitado la tarea, es el respeto del establecimiento político por la
Universidad y su autonomía; esta Universidad jamás ha estado secuestrada por intereses
subalternos. La clase política le ha ayudado a conservar su ethos libre de presiones, dejándola
discurrir como una empresa auténtica del conocimiento donde lo académico es lo que prima
por encima de todo. Malas son las comparaciones, pero no ha sido así en otras latitudes donde
infortunadamente se han dado experiencias lamentables.
Otra gran fortaleza que quiero resaltar es la apropiación de su universidad por la ciudad
y la región. La Tecnológica le pertenece a Pereira y a la Región y todas las fuerzas sociales la
viven y se la apropian en sus dificultades y desafíos. Contamos con todos a la hora de
congregarlos porque la comunidad nos entiende como suya. Esto, es una forma de prestigio
social y pertinencia. Todos saben que ésta es la única universidad pública con la que cuentan
y encuentran además a los mejores en permanente compromiso de hacer lo que esté a su
alcance para el beneficio de la comunidad sin exclusiones.
Una legión de más de quince mil egresados en las diversas disciplinas diseminados por
el país y por el mundo, llevan en alto con orgullo la insignia Tecnológica, como debía de ser y
se regocijan con el reconocimiento entregado en buena hora por el Gobierno Nacional. Saben
perfectamente que los principales beneficiados de la Acreditación son ellos mismos al
valorizar sus credenciales académicas, que a partir de ahora, tienen el respaldo de un
reconocimiento oficial de calidad para la institución de donde provienen. Otro tanto, podría
predicarse de los estudiantes actuales y los venideros.
La Universidad debe ser un centro de debate, de crítica frontal pero informada, no ligera
y espontánea. A veces uno se duele de tanto tiempo perdido por la falta de una actividad más
fundada en razones reales y menos acomodada a intereses politiqueros de corto plazo. En fin,
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la Universidad es eso: contrastes y contrapuntos y jamás debemos siquiera pensar que deba
ser diferente. Ella, debe ser un punto de tránsito donde los intereses particulares le cedan el
terreno a los intereses generales y a la racionalidad; no concibo una universidad militante,
sesgada a una sola manera de ver las cosas. Debe ser un sitio de encuentro, un escenario de
intercambios, de tolerancia a lo diverso, de valoración de la diferencia, una provocación a
pensar el futuro.
Todo eso quiere ser la Universidad Tecnológica de Pereira y bajo estas presunciones se
mueve su comunidad Universitaria quien en su cotidiano trasegar ha hecho suya esta
concepción en la práctica. En este continuo caminar no ha estado sola; ha tenido la compañía
y solidaridad permanentes de toda la sociedad a quién se le debe.
Siendo tan jóvenes, nuestra universidad cuenta con un poco más de cuarenta y cuatro
años de historia, hemos logrado posicionarnos como una de las universidades de gran
desarrollo en la investigación; los académicos de la Tecnológica están dispuestos a superar la
universidad profesionalizante por un auténtico centro de producción y transformación del
conocimiento en todas las áreas con que contamos; no sólo en la ciencias naturales sino
también en las ciencias sociales, donde el compromiso desplegado con acciones que abordan
esas temáticas dan fe de la integralidad de nuestras preocupaciones.
Pero, a pesar de los éxitos que hoy festejamos, la Universidad sabe que es más lo que le
falta por hacer que lo que ha avanzado: tenemos una deuda inmensa todavía por saldar.
Nos preocupa la articulación de la educación técnica y tecnológica; no estamos
satisfechos. Compartimos las preocupaciones con el Presidente Uribe en este campo. Siendo
nuestra Universidad pionera en la formación tecnológica; habiendo acreditado el primer
programa de esta modalidad en Colombia, está llamada a ser promotora de las soluciones que
reposicionen la formación técnica y le den conexión y continuidad dentro del sistema de
Educación Superior.
Queremos trabajar mucho más el concepto del empresarismo en la Universidad; mas
profesionales decididos a crear sus propias soluciones laborales a través de la iniciativa
privada y menos puesto - dependientes esclavizados a una sola perspectiva de desempeño
profesional.
No estamos conformes con la altísima deserción que está reportando nuestra
Universidad, tenemos que hacer esfuerzos innovadores para reducirla. Las pobreza, que es
evidente, está frustrando nuestros deseos y debemos todos a una, encarar este desafío.
Avanzar en la equidad social es un imperativo para nuestra Universidad.
No estamos satisfechos con los impactos de la investigación en los procesos
productivos; tenemos que llevar la investigación y la innovación al terreno de lo concreto para
potenciar nuestro desarrollo. Debemos jugar un papel más decisivo en la construcción del
sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación Regional.
No estamos todavía conformes con los avances en el bilingüismo; aunque hemos hecho
bastante con establecer un cierto nivel de suficiencia como requisito de grado, hay que
avanzar mucho más y sobre todo universalizar el bilingüismo a toda la comunidad.
No estamos conformes con el número de doctores de nuestra plantilla de docentes
tenemos que hacer mayores esfuerzos para subir este índice como única garantía de verdadero
progreso en el logro de nuestros cometidos misionales.
Los beneficios que nos otorga la Acreditación Institucional se deben aprovechar
innovadoramente; la Universidad debe crecer en la región y fuera de ella a través de alianzas
con otras instituciones que aprovechen las infraestructuras existentes. El conocimiento y la
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calidad alcanzadas deben irrigarse en la medida de las posibilidades, para que ellas no sean un
tesoro excluyente sólo apto para la autocontemplación, sino una herramienta para progresar
en los cometidos misionales.
Con ella podemos avanzar, preservando la calidad académica que nos distingue, en el
abordaje, estudio y solución de tan variados retos que nos presentan los tiempos que corren.
Sabemos que en este cometido no estamos solos, otras Instituciones de educación superior
reman en la misma dirección; a ellas les queremos decir que cuenten con nosotros, no los
vemos como competidores sino como aliados en la tarea de contribuir a la sociedad en la
búsqueda de mejores condiciones que nos permitan aliviar la situación de pobreza, donde hay
que confesar que no hemos pasado el examen.
No puedo finalizar sin reconocerle a la EAN el aporte que nos brindó en los convenios
de especialización en gestión tecnológica de la cual tuvimos tres cohortes y en la
profesionalización de tecnólogos industriales en Administración de Empresas. En el primer
caso fue la primera oferta hecha por la Universidad en esta importante temática y en el
segundo, la oportunidad para dar respuesta a nuestros egresados en disciplinas afines a su
formación original evitando el desvío de los mismos hacia otras instituciones que les ofrecían
soluciones en áreas diferentes. Hoy en día, la Universidad tiene sus propios programas
después del fecundo ejercicio con la EAN.
Gracias mil a los Directivos, docentes y miembros del Consejo Superior de la Escuela
de Administración de Negocios EAN, en cabeza de su presidenta Cecilia Crissien de Perico, a
su Rector Jorge Enrique Silva Duarte y a todas las personas que hoy nos hacen este
importante reconocimiento para todos nosotros.
También, aprovecho la oportunidad para felicitar a esta Institución en su aniversario,
desearle muchos éxitos y hacerle un enorme reconocimiento por la labor académica ejercida
durante sus 38 años de existencia.
Muchas gracias,
LUIS ENRIQUE ARANGO JIMÉNEZ
Rector
Presentación del Libro
Intervención del Rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, Ing. Luis Enrique
Arango Jiménez en la Presentación del Libro "Relatos de Asombro" del escritor Ricardo
Mejía Isaza.
Presentación del Libro Relatos de Asombro
Pereira, 13 de Octubre de 2005
Cuando mi compañero Rotario Ricardo Mejía Isaza me pidió que presentara su libro
relatos de asombro, confieso que me dio una gran satisfacción, no solo por el gran honor que
me dispensaba al escogerme para esta grata tarea, pues sé la importancia que para él
representa su creación literaria, sino porque me daba la oportunidad de iniciar un trabajo que
creo fundamental para nuestra identidad; escribir la historia de los que han hecho la historia
de nuestra ciudad y nuestra región; y no de cualquier manera, la han hecho a través de vidas
ejemplares con lecciones de vida que tanta falta nos están haciendo, ahora que la facilidad y la
falta de principios se han vuelto los referentes más recurridos por nuestros congéneres.
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Siempre reclamamos la pérdida de valores; pues valores son los que tienen y tuvieron
todos estos veteranos del sabio vivir de quien tanto tenemos que aprender.
Ricardo Mejía Isaza es una de esas personas de personalidad cautivante; su vida misma
es una caja de sorpresas; su vitalidad y compromiso con la vida y la sociedad son de
verdadero asombro.
Hice levantar una reseña sobre su vida, por una aventajada estudiante de la Universidad
apasionada por la historia y quien comparte conmigo el deleite intelectual de conocer de cerca
la parábola vital de estos personajes mayores que nos evocan las raíces de donde venimos y
que nos provocan momentos de ensoñación.
De esa reseña que se apoya en largas entrevistas con el autor, he bebido algunos datos
biográficos que me permiten elaborar esta somera síntesis de su vida:
Ricardo nació el 26 de agosto del año 1.918 en La Ceja-Antioquia. Fue el menor de
nueve hermanos y el segundo que decidió continuar la tradición galena de su padre, de sus
tíos y de su abuelo. A su padre, Luciano Mejía, lo recuerda entre lecturas y conversaciones
sobre su oficio de médico, "era un hombre muy leído, muy estudioso, tenía un gran amigo, un
primo hermano que era odontólogo, con él se encontraba todos los días a las cinco y media de
la tarde, se iban para mi casa, charlaban y conversaban sobre temas pasados y viejos,
charlaban y conversaban hasta las siete de la noche, hora a la que ese doctor se despedía y se
iba para su casa, mi papá se quedaba y entonces venía el rezo del rosario y la cena familiar".
A su madre, Dolores Isaza, la evoca como una mujer cariñosa y dulce, consagrada a los
oficios del hogar, una pianista aficionada que desde muy niño le cultivó el gusto por las artes
y la literatura: "Le gustaba el piano, le gustaba mucho leer, especialmente poesías y obras de
teatro, leía mucho y nos leía a nosotros, pues yo era el menor de todos. Siempre nos leía obras
de teatro y nos leía poemas o poseías, sabía muchas de memoria y otras las consultaba en los
libros, tenía una gran memoria".
De niño a Ricardo le gustaba coleccionar hachitas de piedra y cositas de los indios que
se encontraban en las excavaciones que se hacían arando tierras, en la finca de descanso de su
familia en La Ceja. Su primera infancia transcurrió en Medellín, luego, a raíz de la depresión
del año 1.929, sus padres tuvieron que trasladarse a Fresno-Tolima para atender una hacienda
panelera que era de su propiedad.
En Fresno, Ricardo terminó la escuela primaria, su rendimiento escolar era bueno y las
relaciones con su familia marchaban bien, excepto con un hermano mayor que había
enviudado recientemente y que por esta razón se encontraba viviendo en su casa. "Él estaba
muy atormentado por ese problema, entonces bebía con frecuencia y me trataba muy mal, me
trataba muy duro, me zamarriaba mucho y me golpeaba..... No pude entenderme con él y
decidí marcharme de la casa".
Tal como la noche del sábado en que José Arcadio se amarró un trapo rojo en la cabeza
y se fue con los gitanos en "Cien Años de Soledad", o más bien, como la madrugada en que el
protagonista del cuento "La Última Noche de su Vida" esperó a que la exótica comitiva de
gitanos desmantelara las toldas y emprendiese la marcha para seguirla en silencio, Ricardo a
la edad de 9 años se fugó de su casa con un grupo de gitanos que días atrás habían llegado a la
población de Fresno. "Me fui con unos gitanos a recorrer el mundo y estuve con esos gitanos
hasta la edad de 15 años".
Durante los 6 años en que vivió con los gitanos, Ricardo no fue a la escuela, pero con
ellos aprendió de la vida, aprendió a inyectar, a curar y a coser animales. "Entre ellos hay
gente muy preparada, ellos no son las personas ladronas que la gente piensa habitualmente,
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entre su modo de ser ellos son honrados. Para mí fue muy agradable, me gustaba montar a
caballo, me gustaba negociar con ellos, nos íbamos negociando, se iba uno comprando y
vendiendo bestias. En el tiempo que estuve con ellos se domaban caballos, se domaban
muletos, se iban amansando los animales para poderlos vender, se compraban potros salvajes
y se amansaban durante la estadía con ellos, después se vendían".
Ricardo fue acogido por la Gran Madre o gitana madre, rápidamente se ganó la
confianza del grupo, aceptó sus costumbres y aprendió su lengua, el Caló; también, se enteró
que al igual que él, en la caravana gitana vivían varias personas que hablaban Caló pero que
no eran de raza gitana. Así, con su nueva familia, Ricardo comenzó una travesía a caballo por
todo el país, del Tolima pasó al departamento de Caldas, estuvo en Manizales, Salamina,
Pensilvania y posteriormente pasó por los departamentos del Huila y Caquetá. Estuvo en la
sabana de Bogotá y después pasó a Boyacá, siempre con los gitanos. Así, montado en un
caballo, atravesando semana tras semana las ferias y las fiestas de los pueblos para vender sus
caballos y escuchando a las gitanas adivinar la suerte, pudo conocer todo el país.
En esos seis años de vida nómada Ricardo no volvió a tener contacto con su verdadera
familia, no obstante, la Gran Madre gitana mantenía comunicación telefónica con sus padres
para informarles sobre su situación. "Les decía por donde íbamos y que yo iba bien".
Ricardo reconoce que el cuento "La Última Noche de su Vida" es un relato
autobiográfico en cuanto narra sus razones para abandonar el campamento gitano, "allí se
habla que estaba enamorado de un caballito que ellos resolvieron vender, entonces a mí eso
me despechó... sí fue verdad, esa parte es cierta... y los amores con la gitanita también eran
verdad".
Enterado que su familia había vuelto a vivir a Medellín, Ricardo emprendió el retorno a
casa. Al llegar a su antiguo hogar fue muy bien recibido por su madre que lo esperaba con los
brazos abiertos y donde su padre con una pequeña entrevista lo puso a pensar acerca de su
futuro, momento en el cual Ricardo decidió comenzar sus estudios. Así, en respeto a su
palabra, tal como aprendió de los gitanos y como le enseñaron sus padres, Ricardo se dedicó a
estudiar disciplinadamente no sólo hasta que terminó los estudios universitarios, sino por el
resto de su vida.
Inicialmente fue encaminado por sus padres a asistir a un colegio religioso en Ibagué,
porque confiesa que de niño un hermano que fue sacerdote lo tentó a seguir sus pasos, pero la
ideas y los ideales de Ricardo habían cambiado. En el Seminario Conciliar de Ibagué estudió
los dos primeros años de bachillerato, allí aprendió latín y griego, pero también descubrió que
no tenía condiciones para entregar su vida al sacerdocio. Ricardo luego de dos años de estudio
y concluyendo que ya no servía para esa vida, decidió regresar de nuevo a Medellín con su
familia, decepcionado de la vida religiosa después de realizar un trabajo sobre la historia de
las religiones. "Estudiando esas diferentes religiones, vi que todas eran prácticamente lo
mismo, todas estaban dedicadas a creer en un ser espiritual, superior, inmortal, pero en todas,
los líderes de esas escuelas religiosas, vivían a costa de ellas explotando la religión a su
manera, tanto los Romanos como los Griegos, los Etruscos, los Babilónicos y los Egipcios.
Seguía practicando las creencias religiosas de la familia, porque era con lo cual yo había
nacido, pero el estudio de todas esas religiones me desengañó. Ya no quise ser cura".
De regreso a Medellín ingresó al colegio de la Universidad Católica Bolivariana, hoy
Pontificia Bolivariana, donde concluyó sus estudios de bachillerato clásico. Ricardo no era
muy bueno para las matemáticas pero sí para los idiomas, en los cuales adquiría cada vez
mayor dominio a causa de un noviazgo con una hija de unos pastores protestantes del Canadá,
recién llegados a Medellín, que no hablaban español situación que le exigía constantemente
estar practicando el inglés.
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A la par con su estudio, Ricardo entró a colaborar con el periódico del colegio, en el
cual escribió artículos sobre diferentes temas y algunos relatos. De esta manera, durante el
bachillerato, Ricardo terminó desarrollando un interés por la literatura y los idiomas que
tiempo después contribuirían a la realización de sus propósitos de vida.
Terminado el colegio decidió estudiar medicina, no sólo por tradición heredada de su
padre y sus tíos, sino por la experiencia directa vivida con los gitanos donde suturó heridas y
puso inyecciones de cianuro de potasio a los animales para mantenerles el pelo brillante.
Al presentarse a exámenes de ingreso en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Antioquia, donde sólo escogían a 60 estudiantes, ocupó el segundo puesto entre 1.200
aspirantes.
En sus estudios de medicina las nociones de griego y latín que había aprendido en el
Seminario Conciliar le fueron de gran utilidad, como también lo fue su buen dominio del
idioma inglés, el cual permitió que lo nombraran ayudante de un cirujano norteamericano, que
llegó a dictar algunas cátedras al pabellón de tuberculosos del "Hospital Sanatorio La María",
donde Ricardo hacía su internado.
Después de terminar el internado y con las puertas abiertas en Estados Unidos, gracias
al buen trabajo realizado con el cirujano norteamericano, Ricardo presentó y aprobó el Consil,
examen de la época y viajó en 1.949 a los Estados Unidos donde por dos años trabajó en
cirugía con el mismo médico mientras realizaba sus estudios de especialización en radiología.
Llegó a la Universidad Olive View Hospital en Los Ángeles-California con el ánimo de
especializarse en cirugía, pero debido a la rivalidad que allí existía entre algunos médicos
judíos aspirantes a cirujanos, Ricardo decidió ingresar a radiología, la cual era una
especialidad menos competida.
A su regreso a Colombia Ricardo tenía ya 30 años y aspiraba a radicarse
definitivamente en Medellín, sin embargo, tenía que concluir sus estudios de pregrado en
medicina ya que su viaje a los Estados Unidos no le había permitido realizar los exámenes
preparatorios, la medicatura rural y la tesis rural, por lo cual tuvo que viajar a Montería a
realizar la medicatura rural.
Mientras realizaba la medicatura rural en el Dispensario Antituberculoso de Montería,
Ricardo viajaba periódicamente a Medellín a presentar los exámenes preparatorios. Con los
exámenes preparatorios presentados, el Ministro de Salud de la época le solicitó que viajara a
Pereira a reemplazar durante dos o tres meses al radiólogo que dirigía el Dispensario
Antituberculoso de la ciudad.
Arribó por primera vez a Pereira en Julio del año 1.951. Por esa época, Pereira tenía
aproximadamente 60 mil habitantes en su zona urbana, la llamaban "la ciudad de las 60 mil
sonrisas", el sector cafetero estaba en ascenso y la ciudad gozaba de uno de los mejores
ingresos per cápita del país. A Pereira llegaban cada día oleadas de desplazados de la
violencia bipartidista que desangraba al país en esa época, los cuales encontraban en esta
ciudad oportunidades de empleo y la posibilidad de vincular sus oficios y sus pequeños
capitales a una industria local en crecimiento.
Esta era la Pereira que recibió al médico Ricardo Mejía Isaza. Una ciudad aún pequeña,
"con tranvía y vino tinto", una ciudad amable, abierta y tolerante. La ciudad que para ese
momento necesitaba hacer empresa y fortalecer el ímpetu independiente, que años después la
llevó a separarse del departamento de Caldas. Allí, llegó a trabajar Ricardo Mejía Isaza, al
lado de Jorge Roa Martínez, de Guillermo Ángel Ramírez, de Jorge Campo Posada, de Luis
Carlos Gonzáles y otros tantos rotarios que con liderazgo y empeño aportaron al desarrollo de
la ciudad.
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En el Dispensario Antituberculoso Ricardo llegó a encargarse de las radiografías de los
tuberculosos y de los tratamientos. Por aquella época la tuberculosis estaba muy extendida en
la población. El tratamiento consistía en una serie de inyecciones en la cavidad pulmonar,
llamadas neumotórax, reposo, nutrición y otras cuantas medidas preventivas, pero no existían
los antibióticos que se usan hoy día para curar la tuberculosis. Una vez en Pereira Ricardo
pudo elaborar la tesis y finalmente logró obtener el título de médico.
Él era uno de los tres radiólogos que atendían en Pereira y de los pocos con experiencia
en vías respiratorias, así que el trabajo era arduo. Muy pronto ingresó al Seguro Social de la
ciudad para hacerse cargo del Departamento de Neumología, también por esos días se
encontró con un pariente que le habló del rotarismo y lo invitó a hacerse socio del Club
Rotario.
A su ingreso al Club Rotario no fueron pocos los retos que encontró: la creación de la
Universidad Tecnológica, las campañas a favor de los niños pobres a través de la "Semana del
Niño", la construcción de colegios y escuelas, la construcción de parques con atracciones
infantiles, el otorgamiento de subvenciones a estudiantes pobres, los convites para algunas
obras de la ciudad como por ejemplo la concha acústica del Zoológico Matecaña. Estas,
fueron algunas de las actividades que Ricardo entró a secundar en el Club Rotario.
Rápidamente Ricardo se adaptó a la vida en Pereira, él había llegado a trabajar
intensamente: Trabajaba con la campaña antituberculosa cuatro horas diarias, con el seguro
social seis horas diarias y atendía su consultorio tres o cuatro horas diarias. Su trabajo de más
de doce horas diarias compartido con sus participaciones en el Club Rotario, con los amigos
médicos y con las reuniones del Hospital San Jorge, no sólo imposibilitaba su aburrimiento
sino que le permitía mantenerse al día en las cosas que se referían a la medicina fuera de su
especialidad.
Un día cualquiera cuando Ricardo se encontraba disfrutando de unas largas vacaciones
de su extenuante trabajo como médico, llegó a Pereira una misión de arqueólogos británicos
que pretendían estudiar el Valle del Río Calima; su infantil afición de coleccionista de piezas
indígenas renació en ese momento cuando pudo compartir con los arqueólogos haciendo
excavaciones donde encontraron muchas piezas de cultura tumbaga de Calima y piezas de
barro y de piedra que comenzó a recolectar y coleccionar. Las vacaciones terminaron y
durante casi tres años Ricardo viajó los fines de semana en compañía de una cuadrilla de
obreros para realizar excavaciones en el sitio donde hoy se ubica la represa "Lago Calima".
Allí recolectó centenares de piezas cerámicas y orfebres que conforman el grueso de la
colección privada que conserva en su casa.
La afición por la arqueología continuó y la colección se fue nutriendo con materiales
recogidos en excavaciones y compras que Ricardo realizaba en sus viajes por el país y por el
mundo. Más tarde, comprando piezas a los guaqueros hizo un museo arqueológico en su casa,
que no negocia y que por el contrario lo ha estimulado a estudiar mucho sobre arqueología.
Por esa época los Clubes Sociales de Pereira eran sumamente animados, todavía no se
había popularizado el televisor ni las discotecas y los Clubes Sociales eran el centro de la vida
social. Ricardo pertenecía al Club Rialto, allí asistía en sus pocos ratos libres para compartir
con una serie de industriales, comerciantes y personas de diferentes profesiones que optaban
por la tertulia como alternativa para pasar un rato ameno. "Yo recuerdo pues con mucho
agrado esas noches en el Club Rialto porque habían grandes conversadores, personas de la
ciudad, gerentes de bancos y otras personas que se reunían a charlar sobre temas diferentes y
hacían muy amenas las reuniones; se aprendía muchísimo sobre cosas que no se referían a la
medicina, sino al comercio, a la bolsa de valores, a la industria que se estaba creando, a las
fincas, a las propiedades que se vendían en ese entonces. Era una charla permanente sobre
temas distintos y se hacían muy agradables las reuniones... Estas reuniones se terminaron hace
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poco, por deceso de los fundadores y porque la gente joven ya no quiere asistir a los Clubes,
ya prefieren ir a otros sitios", afirma Ricardo.
Así, entre el ejercicio médico, las actividades del Club Rotario, su afición por la
arqueología y una que otra tertulia nocturna, transcurrieron cerca de doce años en la vida de
don Ricardo.
Cierto día visitando a uno de sus pacientes conoció a una dama de origen libanés
llamada Ivette Rahal que vivía en Cali, pero que por esos días se encontraba de visita. Desde
ese día, las visitas al enfermo de la familia Rahal se hicieron más frecuentes. Era navidad e
Ivette viajó por esa época a Barranquilla a acompañar a la Reina del Deporte del momento,
quien iba a presenciar el primer partido del Deportivo Pereira con jugadores extranjeros.
Aquella Reina del Deporte, quien coincidencialmente era la novia de Ricardo, en Barranquilla
le contó a Ivette que ya no quería continuar su noviazgo con Ricardo.
De vuelta a Pereira, en una novena navideña en el Club del Comercio, Ricardo rompió
con su novia y le propuso matrimonio a Ivette. Tuvieron un noviazgo no muy largo, de un año
aproximadamente. Se casaron en la Catedral de Nuestra Señora de La Pobreza un 26 de
noviembre de 1.960 a las 7 de la noche, siendo éste el primer matrimonio nocturno que se
realizó en Pereira.
Para Ricardo, doña Ivette "es una dama, como todas las damas de Pereira, ella es muy
religiosa, muy dedicada a sus estudios en arte precolombino y cosas de cerámica y de artes
plásticas, muy dedicada también a manejar el hogar y educar la familia, porque educó también
muy bien los hijos. Nos hemos entendido bien, sin dificultades afortunadamente, sin divorcios
y sin separaciones, que son tan comunes hoy".
Unos años pasaron antes de que el matrimonio Mejía Rahal tuviera hijos ya que los 42
años de Ricardo y su duda sobre la duración del matrimonio originaron un pacto de no tener
hijos hasta esperar el buen funcionamiento de la relación. Este pacto concluyó exitosamente
permitiendo el nacimiento de dos hijos Ricardo y Santiago. Ricardo, el hijo mayor, se graduó
de medicina en la Universidad de Caldas y al terminar el internado viajó a los Estados
Unidos, donde se desempeña desde esa época como medico a bordo de un crucero. Santiago
estudió Administración de Empresas en la Universidad Católica Popular de Risaralda y
actualmente vive en Pereira. Ricardo todavía está soltero, Santiago se casó hace dos años,
pero ninguno de los dos tiene hijos.
Cuando don Ricardo cumplió 60 años de vida decidió dejar el tratamiento de pacientes
con problemas de vías respiratorias en el Departamento de Neumología del Seguro Social y
dedicarse solamente a la radiología, no porque ésta le gustara más sino porque su edad no le
permitía levantarse a media noche a atender pacientes asmáticos, con heridas en el tórax u
otras enfermedades. Ya estaba con la edad suficiente para comenzar a tomar las cosas con
más serenidad.
Y así, tomando la vida con un poco más de calma, un día le solicitaron que escribiera un
relato para la revista del Club Rotario con motivo de la semana de la niñez. Empezó a escribir
cuentos, relatos de cuentos y novelas cortas donde presentó uno de sus cuentos para un
concurso de Risaralda Cultural en el que ganó un premio. Luego, presentó una serie de
cuentos para un libro que fue editado por Risaralda Cultural donde Manuel Mejía Vallejo,
escritor paisa y Julio Sánchez, escritor pereirano, participaron como jurados. Ellos aprobaron
el libro de cuentos con un primer ejemplar titulado "Trece Cuentos". De esa manera siguió
escribiendo en otras revistas sobre otros temas y recientemente publicó su más reciente libro
llamado "Relatos de Asombro".
Nunca le gustó escribir poesía, tampoco novelas, prefirió escribir cuentos. Los cuentos
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le dieron la posibilidad de fabular, de hilvanar ideas, de conjurar anécdotas, de criticar las
costumbres sociales, de entregarle una cuota de imaginación a una sociedad cada día más
caótica. Algunos de estos relatos eran un poco autobiográficos sobre las relaciones con sus
pacientes, datos curiosos que había tenido con ellos, con personas, con familias con
problemas o con enfermedades y relatos relacionados con la medicina, y algunos otros
divagando sobre temas distintos.
En los últimos relatos, tal como en los primeros, continúa vigente su estilo costumbrista
y su inmensa capacidad de asombro, pero además agrega magia a sus argumentos, imágenes y
atmósferas. Estos, tratan sobre hechos que han ocurrido o que pueden ocurrir, que han sido de
asombro, con finales inesperados o de cosas insospechadas, con un toque de ese realismo
mágico de García Márquez, por eso los titula Relatos de Asombro.
Desde ese primer cuento denominado "Manuel Largo" que salió publicado en la revista
del Club Rotario, Ricardo no ha parado de escribir. Es posible que la decisión de dejar para
siempre la neumología coincidiera con ese deseo de dedicarse a la lectura, al descanso, a todo
aquello que se abstuvo en toda una vida dedicada a la rutina, tal como lo vive el personaje
principal en uno de sus cuentos. Lo cierto es que en los últimos veinte años don Ricardo ha
sabido combinar la fuerza de la realidad que le ofrece la medicina con la cuota de ensoñación
que retoma de sus cuentos.
El maestro Luis Carlos Gonzáles, a quien conociera en la Librería Quimbaya y quien
fuera uno de sus contertulios en el Club Rialto, fue el primero que conoció sus relatos. "Era
muy amigo mío y a él le gustaba leerlos y entonces los leía en familia y me hacía comentarios
sobre ellos, siempre eran comentarios generalmente elogiosos. Él era la única persona que los
conocía. En ocasiones le mostraba también los cuentos al doctor Julio Sánchez Arbeláez, y los
comentábamos, hacía algunas observaciones y yo le hacía caso en ellas, eso fue en los
primeros Trece Cuentos. Ya estos últimos que he venido publicando, el último volumen, ya
Luis Carlos Gonzáles había fallecido y entonces no se los mostré a nadie, los publiqué
directamente" afirma Ricardo.
Hagamos acá un alto de esta reseña biográfica de una vida que tiene todos los encantos de
cualquier novela de ficción y dediquémonos un poco a hablar de sus libros de cuentos; tal
como los ven, Diana María Rodríguez, la estudiante historiadora a quien he hecho referencia
y Mirot Daniel Caballero Benavides, un talentoso estudiante de español y literatura de la
Universidad Tecnológica de Pereira.
"Los cuentos del médico Ricardo Mejía Isaza se inscriben dentro de una cosmovisión
que va de lo mítico y mágico hasta lo profundamente existencial, psicológico y realista. Este
médico, hijo adoptivo de Pereira, ya nos había ofrecido una muestra de su talento como
narrador en su primer libro denominado "Trece Cuentos", los cuales, inspirados en temas
como la enfermedad, el analfabetismo, la miseria, lo hicieron merecedor del premio
"Aniversario Ciudad de Pereira" en el Concurso Anual de Cuento de Risaralda del año 1.990.
En sus últimos cuentos, recopilados en su reciente libro titulado "Relatos de Asombro",
continúa vigente su inmensa capacidad de asombro, pero además agrega magia a sus
argumentos, imágenes y atmósferas. Ricardo Mejía Isaza nos entrega en este nuevo ejemplar
una serie de 21 cuentos que nos permiten volar en el mundo de lo fantástico al tiempo que nos
sumergen dentro de lo más real de las pasiones humanas. Al abrir este libro, las voces de
hombres y mujeres se materializan, y usted, tal vez pueda imaginarlas al calor de una hoguera,
haciendo quizá lo primero que el ser humano aprendió a hacer: Contar Historias.
"Relatos de Asombro" es un libro para leer después de las once de la noche, allí cobran
vida los muertos para acompañar a los vivos, por ejemplo, en la travesía por un río, unas
vacaciones en la playa o en la soledad de una beatitud; crujen enormes casonas, pequeñas
buhardillas, antiguas hosterías, mientras que demonios, ancianos desahuciados, antiguas
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divas, duques y condesas se desprenden de retratos, salen de libros y de antiguos mobiliarios
para deshacer sus pasos. Sin embargo, de la mano de lo ficticio y lo fantástico, también en
"Relatos de Asombro" aparece una voz que cuenta historias tan reales y tan humanas como el
devenir de la adolescencia en medio de una familia disfuncional, la bigamia en un matrimonio
convencional, las intrigas en una oficina, la angustia de una madre en búsqueda de un
transplante para su hija o el dolor de un anciano al presenciar el maltrato doméstico al que
está sometida su hija y sus nietas.
Los cuentos de Ricardo Mejía Isaza tienen alto vuelo imaginativo, son específicos en
sus descripciones y concretos a la hora de captar el hecho acústico-visual de una situación.
Ricardo Mejía no ahorra tinta para puntualizar en los más sutiles detalles físicos, rasgos
sicológicos, atmósferas, texturas y épocas que caracterizan a sus personajes; su prosa logra
traer al momento presente imágenes concretas de hechos pasados.
Como lo advierten los escritores Silvio Girón y Manuel Zapata Olivella, cuando se
refieren al libro "Trece Cuentos", la prosa de Ricardo Mejía Isaza es espontánea, sin artilugios
técnicos ni rebusques estilísticos. La materia prima de sus cuentos es su vida misma, por lo
tanto no es fácil analizarlo, es orgánico, naturalista, pero sobre todo verosímil. ¿Cómo logra
tal verosimilitud?, quizás, teniendo presente, tal como lo aconsejan los maestros del cuento,
que escuchar y contar historias es una de las formas más naturales y básicas de la expresión
humana, y que más allá de preocuparse por la trama, el personaje y la técnica, lo más
importante a la hora de escribir un cuento es concentrarse en mostrar lo que harían ciertas
personas en determinadas situaciones.
Son sus experiencias personales, profesionales, sus aficiones, sus sueños y por qué no
sus miedos, es decir, precisamente todo aquello a lo que Pierre Bordeau llama habitus del
autor, lo que inspira la obra de este cuentista. Al igual que en su libro "Trece Cuentos", en
"Relatos de Asombro" se encuentran fuertes trazos autobiográficos, como por ejemplo, la
imagen del médico que llega a un pueblo alejado (Puerto Madroñal), tramas que giran
alrededor de ambientes clínicos (El Día de la Suerte, Hemofilia) o relatos que hacen alusión a
estudios histórico-arqueológicos (Los Ancestros, Tobby).
Sorprende además que todos aquellos relatos, nacidos de sus aficiones públicas o
íntimas, sean manejados de la manera más diáfana posible. Ricardo Mejía Isaza, como se ha
señalado antes, no escatima ni tiempo ni espacio para describir un personaje o una atmósfera,
a pesar de ello no recurre a artificios ni analogías que impliquen un posible doble sentido.
Mejía Isaza como un buen hijo de estas tierras de arrieros, le llama al pan, pan y al vino, vino,
sin que ello reste emoción a sus relatos. Tal vez por ello, después de la aparición de "Trece
cuentos", se dijo que lo suyo era el costumbrismo, sin embargo, al leer "Relatos de Asombro",
uno no podría continuar inscribiéndolo sencillamente en este genero narrativo. Si bien, sus
relatos no se hayan impregnados de lirismo, los escenarios y temáticas que sirven de telón de
fondo, que van desde una vereda antioqueña hasta los bosques de roble en la frontera entre
Canadá y Estados Unidos, pasando por Vietman durante la guerra o alguna indeterminada
ciudad contemporánea, nos recuerdan las propuestas cosmopolitas planteadas por el
modernismo en cabeza del célebre Rubén Darío.
Son notorios los cambios que se pueden percibir entre sus dos libros, teniendo en cuenta
ese salto de lo local-costumbrista a lo cosmopolita, ya nos hemos referido al entorno y las
atmósferas presentes en los relatos, pero además de ello cabe resaltar los diferentes
tratamientos que se les da a los personajes en cada una de sus obras. Teniendo solamente en
cuenta la categoría de mujer-personaje en sus relatos, resulta notorio, que mientras en "Trece
cuentos", estas son en su mayoría mujeres de pueblo, manipuladas e ingenuas, temerosas al
qué dirán y fieles al orden establecido, en "Relatos de Asombro", éstas resultan ser
independientes, insertas en el ritmo de la vida actual; son en su mayoría mujeres consientes de
sus deseos, que buscan, y logran, hacerse escuchar, dejando lejos la idea de dependencia de un
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esposo, padre o similar.
Inmerso en esta dicotomía entre lo costumbrista y lo universal, Ricardo Mejía Isaza no
busca en su nueva entrega literaria, suplantar lo uno por lo otro, si no llamarnos la atención
sobre este nuevo mundo que se está gestando y que necesita ser contado urgentemente para
poder ser vivido, ya no en el acelerado mundo sino en la intimidad del libro. Con "Relatos de
Asombro", Ricardo Mejía Isaza no olvida el mito del arriero cuentista, si no que lo recrea en
la cotidianidad del siglo XXI, o como mejor lo diría William Ospina (2.001) refiriéndose a
Hördeling, mitologiza su época, incorpora y sublimina en su lenguaje los temas de su tiempo,
comprende que no hay nada más digno de amor que la vida turbia y grosera que discurre
alrededor, que no hay nada más misterioso y más lleno de posible sublimidad que el mundo
que nos ciñe.
En una época donde lo fantástico se ha trasladado del espacio cotidiano a través de la
ciencia-ficción, donde lo ficticio ya es real - los cyborgs, mutantes y ciberhombres se
confunden con los transgénicos, clones y extraterrestres -, lo maravilloso parece no interesar
ya. Dicen algunos que en un país donde el secuestro, la guerra y la delincuencia común, han
sembrado el miedo en el imaginario colectivo, ya hemos perdido la capacidad de asombro.
Ricardo Mejía Isaza nos traslada, a través de sus cuentos, al tiempo en que todavía había
espacio para sentir ese miedo atávico a ser plagiados por hadas, envolatados por duendes o
perturbados por espantos. Sus páginas nos devuelven la inocencia de los lectores que de niños
fuimos, esa inocencia que residía precisamente ahí, en el asombro."
Volvamos a nuestro relato biográfico:
Ricardo, describe a Luis Carlos González como un hombre sencillo, agradable,
estupendo conversador. "Él visitaba mucho la biblioteca que había en la Plaza de Bolívar, que
se llamaba Librería Quimbaya. Iba allá con frecuencia a leer o a escribir, o a veces a publicar
sus bambucos, sus libros, y allá lo conocí. Él era uno de los contertulios del Club Rialto,
porque él era en esa época empleado del Club Rialto, manejaba Relaciones Públicas... era uno
de los individuos que conversaba agradablemente en el Club".
Ciertamente a aquellas reuniones del Club Rialto asistía un grupo muy selecto de
carismáticos conversadores y buenos lectores, quienes marcaron un hito importante no sólo en
la vida de don Ricardo Mejía, sino en la historia de Pereira en general.
No sólo la independencia de Caldas, sino la construcción de grandes barrios y obras de
infraestructura que modificaron la morfología urbana en la década de 1.960 fueron producto
del civismo de la ciudadanía pereirana y de sus líderes, agrupados en organizaciones como el
Club Rotario que no descansaron hasta ver construidas la Villa Olímpica y el Aeropuerto
Matecaña, construidos a través convites con la participación de toda la ciudadanía.
Hoy en día, a los ojos de cualquiera el civismo es un valor cada vez más escaso, el
individualismo y el descrédito de las instituciones ha opacado ese espíritu solidario con que
las organizaciones sociales promovían la acción colectiva. No obstante, Ricardo opina lo
contrario: "Yo no creo tanto en la apatía, la gente sigue siendo patriótica, la gente sigue
ayudando. Tal vez no ayudan en esos convites oficiales porque ya donan plata para que otros
lo hagan. Por ejemplo obras como el Amparo San Marcos, la gente ayuda con semillas, ayuda
con plata, ayuda con donaciones, ayuda económicamente. El Instituto de Audiología, lo está
sosteniendo la gente, el público, cuestan mucho los profesionales que trabajan allá y los
exámenes que hacen a la gente, pero la gente ayuda, contribuye con dinero, tal vez no van a
mover tierra con palas como antes, pero si están dando dinero para esas obras... y si fuera
necesario hacer un día un convite para algo, la gente iría otra vez, iría con mucho gusto".
La vida y obra de Ricardo Mejía Isaza da fe de una generación que no se quedó perpleja
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ante los desafíos de la realidad. Una generación que no creyó en la apatía, que por el contrario
encontró en el liderazgo de servicio una vía formal para transformar la realidad propia y la de
su sociedad. Ricardo Mejía Isaza se puede leer como un optimista, como un hacedor de
historias, un defensor de la vida. En su longeva existencia, aún radiante, aún lúcida, se
entiende porqué el principio rector del rotarismo se resume en que "se beneficia más el que
mejor sirve".
Ricardo Mejía Isaza ha sido presidente del Club Rotario de Pereira en varias ocasiones
y ha rotado por los diferentes cargos de las Avenidas que conforman el Club. En su
consultorio, ubicado en la carrera 6 con calle 22 de Pereira, muy juiciosamente se le ve
investigando y escribiendo sobre la ecología y etología del gasterópodo, del perezoso, de las
cianobacterias y sobre infinidad de temas de cultura general que con locuacidad y encanto
transmite cada quince días a sus compañeros rotarios. También, cada quince días prepara
charlas en las que intenta trasmitir la experiencia adquirida durante 54 años en el rotarismo y
a fe que lo logra, cuando toma la palabra captura la atención del auditorio al que le trasmite
una magia que sólo él es capaz de crear.
Hay otras facetas un tanto ocultas para los Rotarios pero que también dan idea de la
dimensión de Ricardo; me refiero a su aporte y dedicación al Centro Colombo Americano de
Pereira de cuyas ejecutorias podría escribirse otro tanto a lo que hoy entrego, a su afición por
la caza y por la aventura, a su conocimiento de las armas de fuego y del deporte del tiro, a su
pasión por el arte; en fin, a tantas cosas que de verdad asombran.
Estimados amigos a Ricardo hay que leerlo y hay que aprender de su vida porque tiene
todos los ingredientes que configuran lo mejor de la naturaleza humana. Insisto, la historia de
estos personajes como Ricardo Mejía Isaza son iluminadoras para las nuevas generaciones
que a veces no tienen la noción de las tribulaciones de la existencia; a los estudiantes de la
Universidad en mis discursos, suelo decirles que se preparen para lo inesperado, pues la vida
no es un lecho de rosas; en la vida a veces se retrocede para avanzar.
Para Ricardo mi felicitación por el ejemplo que a diario nos da de cómo vivir y para
ustedes mi recomendación final; queda en sus manos este libro que vale la pena. No dejen de
leerlo.
Muchas gracias.
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector
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