ESCUCHAR AL QUE SE QUEJA. Razón de ser de los tribunales de

Anuncio
PARTICIPACIÓN DE LA SEÑORA MINISTRA OLGA SANCHEZ
CORDERO DE GARCÍA VILLEGAS, EN EL ACTO
CONMEMORATIVO DEL CLXXXVII ANIVERSARIO DE LA
INSTALACIÓN DE PRIMER SUPREMO TRIBUNAL DE
JUSTICIA DE LA NACIÓN, EL 7 DE MARZO DE 2002, EN
ARIO DE ROSALES, MICHOACÁN.
DISCURSO PRONUNCIADO EN REPRESENTACIÓN DEL
MINISTRO
GENARO
DAVIS
GONGORA
PIMENTEL.
PRESIDENTE DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA
NACION.
ESCUCHAR AL QUE SE QUEJA.
Razón de ser de los tribunales de justicia.
˜™
“Los tribunales no deben ser, por celo
mal entendido, resorte del gobierno ni
auxiliadores de una política dada, sino
espejo de la conciencia nacional y brazo
impasible y firme de la justicia.”
Tácito.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación, por mi conducto,
saluda a los habitantes de este bello Estado y agradece,
cumplidamente, los apoyos de su gobierno y del H. Ayuntamiento de
Ario de Rosales para hacer posible que, año con año, hagamos
memoria, primero, de lo que sin duda es uno de los acontecimientos
más importantes para la Nación Mexicana: la instalación del primer
Supremo Tribunal de Justicia de la Nación y, luego, de la obra de uno
de los hombres más grandes que haya dado México: Don José María
Morelos y Pavón.
Ya en 1810, Don Miguel Hidalgo ponía de manifiesto su anhelo
de romper los lazos de dependencia con España y, mediante el
ejercicio de la democracia, propuso dotar a la nación de las
instituciones políticas que la gobernaran. Desde entonces, comenzó a
perfilarse la idea de un Congreso compuesto por representantes de
todas las ciudades, villas y lugares, que tuviera por objeto dictar leyes
benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo.
De la misma manera, la situación que guardaba la administración
pública y dentro de ella la de la justicia, contribuyó a alimentar los
deseos de cambios radicales surgidos en las mentes más avanzadas
de la Nueva España. La doctrina constitucional sobre la división de
poderes, fue una de las ideas principales en los proyectos de
organización política de la nueva Nación.
Instaurado este principio, se iniciaron transformaciones muy
profundas en la organización política y en la esfera de la justicia, que
confluyeron en la cristalización de los deseos de aquellos hombres
que llevaron a cabo la revolución de independencia: un Congreso y
una Constitución.
Morelos, de enraizadas convicciones políticas y avanzado
pensamiento social, fue quien, en los Sentimientos de la Nación,
desgranó uno a uno los principios de libertad e independencia
políticas, soberanía popular, división de poderes, abolición de la
esclavitud, gobierno representativo, justicia e igualdad sociales,
respeto a los derechos individuales y moderación de las cargas
tributarias.
Estos, por tanto, fueron los cimientos sobre los que descansó la
Constitución de 1814.
Pero este nuevo orden social que Morelos pretendía establecer
tenía el sello de su propio origen, pues, surgido del pueblo,
conviviendo siempre con él, fue el representante más auténtico de la
conciencia revolucionaria popular. Sus ideas y disposiciones políticas
serán siempre la expresión paladina del movimiento positivo de la
libertad. En ellas, el pueblo intenta crear, desde origen, una estructura
social que reemplace a la antigua organización monárquica.
Una niñez triste, amarga y colmada de carencias y sobresaltos, a
la que le sigue una juventud en la que se ve obligado por la estrechez
económica a ganarse la vida en las labores del campo, obligaron a
Morelos a sufrir, en carne propia, la penosa suerte de aquellos que no
contaban con bienes de fortuna; pero también, además de templar su
espíritu, hicieron propicia una estrecha convivencia con el pueblo.
Desde la hacienda de Tahuejo, escapaba horas a sus labores
para platicar con los rancheros. Desde entonces, fue depositario de
sus tristezas y alegrías, fue el escucha atento de los dolores de su
pueblo. Posición que reafirmó y ensanchó posteriormente con su labor
como cura y confesor.
Durante su vida militar, el ser jefe no le separó del trato amistoso
con su ejército. Qué mejor testimonio que la coplilla popular que, en
plena campaña, corría en boca de la tropa:
“Por un cabo doy dos reales,
por un sargento, un doblón;
por mi General Morelos,
doy todo mi corazón...”
Esa vinculación con el pueblo dio a Morelos una experiencia
insustituible, a la que se sumaron los conocimientos académicos
adquiridos en su paso por las aulas vallisoletanas del Colegio de San
Nicolás y del Seminario Tridentino. En ellas se nutre su inteligencia de
doctrinas y teorías, algunas ya veteadas de las corrientes liberales que
comenzaban a penetrar en la Nueva España.
Estas vivencias, dieron a Morelos la lucidez para analizar a fondo
los problemas de los desposeídos, para sensibilizarse no sólo de los
problemas parroquianos, sino de los de todo el país. Uno de estos
problemas, motivo de sus desvelos, fue la justicia; pero no la justicia
en abstracto, sino aquella que se concretaba en acciones; una justicia
social que abatiera los privilegios de clase y borrara todo signo de
discriminación.
“Que como la buena ley es superior a todo hombre, -decía
Morelos en los Sentimientos de la Nación- las que dicte nuestro
Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo,
moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el
jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la
rapiña y el hurto. Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo
mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo
distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud.”
Morelos quería a los habitantes de la América Mexicana iguales
por ley, pero también quería que lo fueran ante ella. Esto era lo que
perseguía en esa búsqueda incesante por una administración de
justicia esencialmente igual para todos.
Sin tecnicismos, el pensamiento de Morelos se muestra preciso y
diáfano; bástenos rememorar aquella emotiva entrevista que tuvo con
don Andrés Quintana Roo la víspera de la instalación del Congreso en
la que dijo a su compañero de lucha:
“...soy siervo de la nación, porque ésta asume la más grande,
legítima e inviolable de las soberanías; quiero un gobierno
dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo; que rompa todos
los lazos que le sujetan, y acepte y considere a España como
hermana y nunca más dominadora de América. Quiero que
hagamos la declaración que no hay otra nobleza que la virtud, el
saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues
del mismo origen procedemos; que no haya privilegios ni
abolengos; que no es racional, ni humano, ni debido que haya
esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el
del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del
barretero como a los del rico hacendado; que todo el que se
queje con justicia tenga un tribunal que lo escuche, lo
ampare y lo defienda contra el arbitrario; que se declare que
lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos, que tengan una
fe, una causa y una bandera, bajo la cual todos juremos morir,
antes que verla oprimida, como lo está ahora, y que cuando ya
sea libre, estemos listos para defenderla...”
El Siervo de la Nación sabía que si en algún campo el problema
era arduo, era precisamente en el de la administración de justicia.
Por ello, uno de los factores que influyeron, además de la
necesidad sentida por la gente de contar con un tribunal que los
escuchará, fue sin duda la posibilidad de acercarse a éste en términos
de igualdad. La posibilidad de encontrar en el tribunal un verdadero
escucha, de contar con un igual en quien poder descargar sus
problemas a sabiendas de que se los resolvería.
Acudir a quien se sabía podría escuchar al que se queja.
Es esta, tal vez, la más reiterada, que no desgastada, frase de
Morelos. Quizá sea la más repetida en los discursos oficiales aquí
pronunciados; pero la reitero porque es también la filosofía que debe
orientar la actividad de nuestros tribunales, la razón de ser de su
existencia: escuchar.
En el ámbito personal, escuchar al que se queja es una de las
cualidades que más distinguen al ser humano. Es un don y un acto de
solidaridad. Escuchar es, además, la mejor manera de conocer y
entender a nuestros semejantes; pero escuchar es, sobre todo, una
virtud, basada en la confianza. Una virtud que deben desarrollar los
jueces, integrantes por antonomasia de los tribunales de justicia.
Pero la confianza no se gana de la noche a la mañana, ni se
obtiene mediante graciosa concesión de alguien. La confianza se
obtiene mediante el esfuerzo repetido de hacer que las personas
tengan esperanza en sus juzgadores, de reconocer en ellos las
cualidades apropiadas para el desempeño del honroso encargo de
juzgar.
La construcción necesaria de la confianza pública en la justicia
se asemeja, por su complejidad, a la construcción de la confianza
pública en las instituciones.
Sin instituciones judiciales sólidas que obliguen al cumplimiento
de la ley, a la satisfacción de las obligaciones establecidas en los
contratos, a la aplicación puntual de los reglamentos, la inseguridad en
los mercados, en la vida privada y en la esfera pública se adueñará de
la vida social, generando un caos muy costoso para los ciudadanos en
general.
No podrá concretarse una auténtica transición en la justicia si la
eficacia en su impartición no se reconcilia con la confianza de la
sociedad, si la justicia no sostiene, como hasta hoy, su estatuto de
honorabilidad, de imparcialidad y de independencia.
Es este el camino que viene transitando ya la Suprema Corte de
Justicia de la Nación. En él están también inmersos los demás
órganos del Poder Judicial de la Federación, y el cambio en la justicia
se observa ya, de manera muy importante, en la justicia local.
Para que la justicia vuelva a ser una experiencia social de la
verdad, es preciso que las instituciones de justicia recuperen la
confianza de la población, que sepan ser escuchas de quien se queja
con justicia.
Más allá de la mecánica aplicación del derecho, más allá de la
simple impartición de justicia, más allá de la resolución automática de
conflictos entre particulares o entidades públicas, la justicia debe
ofrecer algo más que un método de resolución de conflictos, algo más
que un medio de dirimir las controversias. Debe volverse escucha del
pueblo.
Urge, sin lugar a dudas, incrementar de manera gradual el
número de tribunales, pues estos son reflejo del grado de desarrollo
de la vida social. Pero urge, también, la mejora constante de su
calidad, urge volverlos verdaderos escuchas sociales, verdaderos
órganos de atención ciudadana que escuchen las justas quejas de la
población y la amparen y defiendan contra el arbitrario.
Y esto no podrá lograrse sin una administración de justicia
eficiente, preparada, atenta a los problemas sociales, sensible, y
capaz de resolver hasta los más diversos y complejos dilemas que la
sociedad le plantee.
La justicia constituye, hoy más que nunca, la base de un orden
social duradero.
Hoy, considero, han quedado atrás la parcialidad, la ineficiencia,
la desinformación, la lentitud y la falta de transparencia en la solución
de los conflictos.
Hoy, la justicia se ha hecho más eficiente, creando con ello un
clima de confianza que la población avala, y que permite crear un
sistema de solución de los conflictos que favorece un clima de
seguridad en las instituciones del país.
Hoy la justicia cuenta con el voto de confianza de los actores
sociales, de los particulares, de las instituciones. Y ha sido ganada a
pulso, a través del trabajo arduo del análisis y resolución de los
conflictos, ha sido ganada a base de decisión e independencia.
Pero esa confianza debe ser cuidada, conservada, mejorada,
actualizada y proyectada al futuro, mediante una actuación impecable,
mediante
la
transparencia,
la
interpretación
profesional
y
la
independencia.
El sistema judicial cumple un importante papel en el desarrollo
de la vida nacional. Por ello, es particularmente importante que hoy,
que conmemoramos la instalación del primer Supremo Tribunal de
Justicia de la Nación, recordemos lo importante que es contar con
instituciones
fuertes
e
independientes
en
el
campo
de
la
administración de justicia.
Como señalara hace ya algunos años el Ministro Presidente de
la Suprema Corte, “puesto que el Poder Judicial Federal considera al
Supremo Tribunal de Justicia de Ario antecedente de nuestra Suprema
Corte de Justicia, y porque sus miembros somos usufructuarios de la
confianza con que la gente más humilde se acerco a la entonces
nueva institución”, seguiremos dejando todo nuestro esfuerzo,
haciendo todo lo que esté en nuestras manos, cumpliendo
puntualmente con nuestro deber, para concretar el deseo de Don José
María Morelos y Pavón: “escuchar al que se queja”, por que esa es, ni
duda cabe, la razón de ser de los Tribunales de Justicia.
Muchas Gracias.
Descargar