Un cuento corto y un prólogo largo que se llama: Un refrán enseña algo. MI padre era una fuente inagotable de refranes, con los cuales amenizaba muy bien sus largas conversaciones. Desde aquellos cultos y seculares envueltos en latín misterioso que no entendíamos, pasando por los más castizos de vieja data, que encontramos en el clásico refranero español sacados de las páginas del Quijote o la Celestina, hasta los criollos, populares y vernáculos que no faltan en la lengua de cualquier venezolano, siempre remataba la conversación con uno de ellos. Entre sus favoritos estaba uno que hacía referencia a la falta de memoria en la toma de decisiones, y que, por pecar de ingenuos y confiados con las personas ajenas, nos llevan a situaciones poco agradables. Tal es el caso del refrán El hombre es el único animal que cae dos veces en la misma trampa. La falta de malicia en mi padre era crónica. Con sacrificio admirable levantó un hogar de cinco hijos en medio de la pobreza. Era republicano español y jamás quiso renunciar a su nacionalidad, a pesar de vivir 58 años en Venezuela, lo cual le impidió tener un trabajo estable. Ser pobre, extranjero y comunista en la Venezuela de los años 40 y 50 era una carga dura de llevar. Pero sin embargo en aquella época casi todos eran pobres. Además la gente era solidaria y bastante honesta, salvo raras excepciones. La gente vivía con sencillez y no había entonces ese afán de lucro y posesión de cosas inútiles que vemos hoy en día y que llevan a algunos a cometer delitos. Recuerdo a mi padre como expresaba tan bien su decepción, con un cierto dejo de ironía, cuando por dejarse llevar por su honestidad y buena fe, era víctima de un engaño o triquiñuela, por parte de algún rufían inescrupuloso: El tipo muy amañado, que, pidiéndole dinero prestado, se perdía de la faz de la tierra con todo y plata. Era el corolario directo del que actúa bien frente a los pícaros y por lo tanto se llevaba esos chascos. Sucedía que nunca se daba cuenta de la trampa que le montaban. A veces no recurría a dicho refrán sino a esa otra frase criolla bastante socorrida para el caso: Eso me pasa por pendejo. Los que son maliciosos por naturaleza y siempre evitan tomar decisiones firmes, se jactan mucho de no caer en esas trampas y dicen con sorna: A perro viejo no lo capan dos veces. Lo bueno de citar el refrán era que mi padre recobraba su buen estado de ánimo, se olvidaba del percance y jamás amenazaba con vengarse. Debe ser por eso y otras cosas que gozó en vida de buena salud y murió a los 82 años con el corazón latiéndole con fuerza. Jamás se le escucho decir algún refrán vengativo como aquellos que anuncian negros presagios Arrieros somos y en el camino andamos o bien aquel otro artero y tenebroso Yo te espero en la bajadita. Hoy veo con claridad el mensaje moral de los refranes de mi padre. Lo importante de aquellos viejos refranes que se grabaron en nuestra mente, no era solamente la posibilidad de mejorar nuestro uso y conocimiento del idioma, lo importante era que mi padre los usaba para dejarnos valores que forjaron nuestro carácter en la vida. La venganza y el odio que enferman nuestra alma y la de aquellos que nos rodean, fue extirpada desde la niñez. No se debe cultivar el resentimiento en los jóvenes, pues esto los limita en la vida y los conduce al fracaso. Pues bien, todo esto viene a colación porque yo también soy humano y a veces caigo dos veces en la misma trampa. Esta vez fue un concurso de cuentos cortos organizado por el sindicato de profesores jubilados, donde, como es lógico en estos casos, ya se sabía de antemano a quien le iban a entregar el premio. Escribí un cuento de cien palabras y no quiero decir lo que ocurrió después para no manchar mi pluma. Es un cuento de un diccionario y una vela. El diccionario representa el conocimiento académico, un artículo para los muy letrados, guardado bajo las tapas de un viejo libro, que necesita de un sujeto para transformarse en energía creadora. Por otro lado, la vela es la luz de la vida, que ilumina las cosas y nos hace conocerlas de manera instantánea, sin mediación de nadie. Es el conocimiento al alcance de todos. Representa el vínculo directo entre lo espiritual que hay en el ser humano y Dios. El diccionario representa la autoridad y arrogancia de los clásicos académicos, basada en la posesión de algunos conocimientos ya viejos y anquilosados. Por otra parte, la vela representa, la vida, la juventud rebelde y renovadora, que descubre y analiza las cosas tal como son. Entre ellos surge un pequeño drama que se resuelve cuando se apaga la vela. Aparte de esas connotaciones algo pedantescas, el cuento tiene un contenido pedagógico. En él aparecen las 18 preposiciones de las lengua castellana como nos las enseñaron en la escuela: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre y tras. Son recuerdos de la educación primaria que yo tuve en el Colegio Viera y Clavijo de Maracay, donde hube de aprender muchas cosas memoria para poder volver a casa al mediodía. En caso de no hacerlo los castigos eran terribles. Además de los correspondientes golpes de regla en la palma de la mano, las planas kilométricas y otras asignaciones tediosas, te encerraban en un salón y debías aprender todo de nuevo. Aquí, sin más explicaciones les presento mi cuento corto de 100 palabras. La vela y el diccionario. Amiga vela, a cada libro le toca lo suyo. Bajo estas líneas y entre estas tapas, cabe una lista de mil palabras maravillosas rescatadas con amor por la memoria y contra el olvido. Seré reconocido ante los demás por mis grandes conocimientos. De eso estoy seguro. Desde que nací ando entre los escritores. Querido diccionario, para seguir tras tus huellas, según veo, me quedaré sin saber sobre otras cosas. Dirijo mi luz hacia ti, hasta que se apague este fuego. Después, quedarás en tinieblas, sin saber de mí. Adiós querida, serás como esa preposición que sola no sirve para nada.