Ideas peregrinas: Discurso político e ideología en la guerra de las

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DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y RELACIONES INTERNACIONALES
Facultad de Derecho
Working Papers Online Series
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Estudio/Working Paper 58/2006
Ideas peregrinas:
Discurso político e ideología en la guerra de las comunidades de
Castilla.
Ángel Rivero (Universidad Autónoma de MadridÆ [email protected])
Seminario de
Investigación de Ciencia
Política
Curso 2005-2006
La revuelta comunera o guerra de las comunidades que tuvo lugar en Castilla
alrededor de 1519-1522 ha sido ampliamente documentada y estudiada en sus hechos y
en sus actores. Para una parte importante de la historiografía se trata de la primera gran
revolución moderna europea. Para otros, por el contrario, se trata de un postrero
movimiento medieval frente al ascenso de la monarquía absoluta. Más allá de esta
discrepancia en torno al significado histórico de tales hechos quisiera llamar la atención
sobre la circunstancia de que, tras el conflicto bélico que enfrentó a comuneros e
imperiales, se produjo un no menos fascinante conflicto de ideas en torno a
concepciones políticas antagónicas. Esta dimensión ideológica ha sido tratada con
fortuna, no exenta de debate, en el libro ya clásico de José Antonio Maravall, donde se
nos muestra que, aún en ausencia de pensamiento político sistemático, los comuneros
tenían, al menos, una visión política coherente con rasgos protonacionales y
constitucionales específicos que puede vincularse a un cierto constitucionalismo
democrático. Aunque el tema que me interesa es la cuestión ideológica no voy a entrar a
debatir la tesis de Maravall. Basta decir que se enfrenta a la dificultad cierta de que no
es fácil encontrar un discurso unificado en un movimiento tan heterogéneo y
descentralizado en su organización, actos y proclamas políticas. Lo que me propongo es
una tarea mucho más modesta: arrojar algo de luz sobre el significado como texto
político, ideológico, del Tractado de Republica, de Alonso de Castrillo, publicado en
Burgos en 1521.
Un texto ideológico es aquel que, más allá de su literalidad textual, realiza una
serie de funciones políticas como son la descripción de una situación política, su
evaluación negativa o positiva y la propuesta, en consonancia con lo anterior, de un
programa de acción política para el mantenimiento o la reforma de la situación política
descrita o evaluada. Puesto que la política es una actividad mediada lingüísticamente,
para realizar estas funciones, dicho texto utilizará de forma más o menos coherente el
vocabulario, las palabras y valores de una ideología. Una ideología, en esta perspectiva,
no es otra cosa en un conjunto más o menos heterogéneo de ideas que orientan la acción
política y cuya mayor o menor eficacia a la hora de alcanzar sus fines depende, amen de
contingencias, de la hegemonía social de la que gocen sus ideas y valores. Lo que
quiero hacer, por tanto, en relación al texto de Castrillo es conocer cuáles son esas ideas,
la ideología, y cuáles eran los propósitos ideológicos, políticos, de dicho texto.
Este propósito se encuentra, sin embargo, ante algunas dificultades no menores y
que es de justicia reseñar. La primera es que no sabemos nada de Alonso de Castrillo. O
mejor, no sabemos casi nada, como más adelante mostraré. La segunda es que tampoco
sabemos nada sobre quién leyó el libro, ni sobre la influencia política que pudo tener
dicho texto. Apenas conservamos un ejemplar y nadie lo citó jamás hasta tiempos
bastante recientes. Esto es, no sabemos cómo fue utilizado políticamente el libro ni si,
de hecho, fue utilizado políticamente en sentido alguno. Es más, aunque en el prólogo
hay una referencia directa al movimiento de las comunidades, Castrillo desvincula su
libro de la reflexión sobre dicho conflicto y nos dice que si hubiera tenido tiempo habría
querido escribir sobre tales sucesos pero que ahora está en otra cosa, en escribir un
tratado sobre la república, esto es, un libro o monografía sistemática sobre el gobierno
en abstracto. Algo que, nos dice, se conoce por ciencia, y que queda muy lejos, pues, del
conflicto de las comunidades, de lo que algo sabe pero, matiza, por experiencia.
Por tanto, considerar el Tractado de República como un texto ideológico
significa que dependemos de conjeturas en torno a su autor; presupone que hemos de
afirmar, frente al propósito explícito del libro de no ser un texto ideológico, que sí lo es;
implica además aventurar que el autor se encubre de una retórica prudencial para
protegerse; significa también que el contexto social en el que operó el texto ha de
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reconstruirse por recurso a otras fuentes y que, finalmente, no podemos vincular
causalmente el texto con resultados políticos específicos, aunque podemos plantear
hipótesis más o menos justificadas en torno a la relación entre el texto y determinados
sucesos. Exige, por tanto, una trabajo de interpretación algo aventurado y aquí radica la
dificultad pero también el estímulo de la tarea: se trata de sacar a la luz algo que no es
en modo alguno evidente.
¿Qué es pues lo que tenemos? A primera vista el panorama parece poco
prometedor y así lo han constatado quienes en tiempos recientes se acercaron al libro.
Joseph Pérez, en su gran obra sobre la revolución de las comunidades (Pérez: 1999, p.
688), al reseñar las fuentes impresas que ha manejado dice del libro que nos ocupa que
es "obra teórica [y que] hay en ella discretas alusiones a los acontecimientos". Pues
bien, frente a esta afirmación de tan eminente conocedor del tema, intentaré argumentar
que es obra práctica y directamente dirigida a actuar sobre los acontecimientos. Y para
afirmar esto apenas tenemos otra cosa que el propio libro. Pero el libro, leído
atentamente es una fuente impresionante de información: por él sabemos quién lo
escribió y a qué se dedicaba; nos dice cuándo, en qué fecha, apareció exactamente la
obra y quién fue el editor que lo publicó; nos dice además dónde fue publicado y, por
tanto, nos permite conocer el contexto físico en el que apareció la obra; además, y no es
un dato menor, el libro fue escrito en castellano y eso nos dice algo de a quién iba
dirigido. Pero, sobre todo, está el argumento mismo del libro: una definición de los fines
propios de la política y una argumentación acerca de aquello necesario para alcanzar
esos fines por medio de la república. Esto se logra, dicho muy sucintamente, mediante
un ordenamiento institucional específico y por el desarrollo de unas virtudes en los
gobernantes y gobernados, necesarias para servir dichos fines. El argumento se
despliega, a la manera clásica, mediante el comentario intertextual de autores como
Platón, Aristóteles, Cicerón, Polibio, Salustio, Hesiodo, Virgilio, Agustín, Isidoro de
Sevilla, Boecio, Josefo, Ovidio y otros frente a los cuales el autor, Castrillo, se afirma
en sus opiniones mediante un trabado argumento. En el canon clásico encuentra sus
autoridades, con las que discute, pero, sobre todo, ejemplos políticos y metáforas, como
la de la república de las abejas, que le servirán para ilustrar un argumento que es
personal. Unos y otras, los autores, los ejemplos y las metáforas, nos proporcionan el
contexto intelectual en el que se desarrolla una conversación política en la que se define
la ideología de la obra, que más adelante especificaré.
Si unimos esto último, lo que dice la obra y su contexto intelectual, con los datos
acerca del autor, la fecha y el lugar de publicación, la lengua, y añadimos el contexto
extra textual de la obra, los sucesos coetáneos de Castilla y, en particular, de la ciudad
de Burgos, podremos mostrar, al menos eso me propongo en las líneas que siguen, cuál
era el propósito ideológico del libro: cómo describía y evaluaba unos hechos concretos
y hacia donde quería encaminar el curso de acción política de aquellos a quienes dirigía
su texto. Veamos a continuación si pueden atenderse estos propósitos.
El martes veinte tres de abril de 1521, día lluvioso, el ejército comunero
comandado por Juan de Padilla se dirigía a Toro "resuelto a fortalecerse" cuando se vio
atacado con gran daño por los imperiales. "Y viéndose furiosamente acometidos de los
contrarios, y estorbados del lodo hasta las rodillas, y de un gran aguacero que sobrevino
cuando batallaban y les daba en la cara, se quitaban algunos las cruces coloradas,
insignia de los comuneros, y se las ponían blancas que era de los imperiales, batallando
desdichadamente cruces contra cruces y hermanos contra hermanos". Sobre el campo
de Villalar quedaron más de cien muertos y fueron presos mil y doscientos comuneros
"siendo muchos los heridos que en aquellos campos pedían a voces confesión sin haber
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quien les oyese, habiendo muchos que les desnudasen en carnes; que nunca la guerra
conoció más Dios que la venganza y el interés" (Colmenares, II, pp. 200-201).
El día siguiente, miércoles, sacaron a degollar a los capitanes comuneros Padilla
y Bravo. Este último, al oír que el pregón les condenaba por traidores dijo: "tu mientes y
aún quien te lo mandó decir. Traidores no; mas celosos de bien público sí, y defensores
de la libertad del reino" (ibid. 201). La derrota comunera de Villalar, con su fuerte
carga emocional de episodio dramático de guerra civil, la peor enfermedad que pueden
sufrir las repúblicas, y la muerte heroica de sus capitanes, hombres buenos, cristianos, si
acaso cegados por la lluvia y el lodo, equivocados, que entregaron, sin embargo, su vida
por el bien público, marcó el comienzo del fin del movimiento comunero.
El domingo anterior a estos hechos, tal como nos señala el colofón del Tractado
de Republica, "fue impresa la presente obra en la muy noble y muy leal cibdad de
Burgos por Alonso Melgar impresor con privilegio real, que otro no les pueda vender
dentro del término contenido en la cédula de su Majestad so cierta pena, acabose a
veinte y un días del mes de abril de mil y quinientos y veinte y un Años". Tenemos
aquí, por tanto, un dato crucial: el libro que nos ocupa fue publicado dos días antes de la
derrota que ha quedado en la historia como punto de inflexión del movimiento. Por
tanto, en el momento de su publicación el conflicto distaba de estar zanjado y, desde
luego, tiene sentido que el libro pueda verse como una obra de intervención política. De
hecho resulta más bien sorprendente lo contrario: que alguien se dedique a escribir una
obra teórica en medio de una guerra civil.
Del editor, Alonso de Melgar, conservamos, al menos, 18 libros suyos
publicados entre 1518 y 1526. De 1519 únicamente tenemos constancia del famoso
Remedio de jugadores de Pedro de Cobarrubias, un estudio comparado de los tipos de
juegos, entre espirituales y diabólicos, que contiene una celebrada apología del ajedrez.
De 1520 son los Libri minores de novo correcti de Antonio de Nebrija. De 1521 sólo
tenemos la obra que nos ocupa. Ésta comienza colocando junto al título la siguiente
nota: "TRACTADO DE REPUBLICA Con otras Hystorias y antigüedades: intitulado al
muy reverendo señor fray Diego de Gayangos Maestro en sancta theologia Provincial de
la Orden de la sanctissima Trinidad de la redemption de los captivos, en estos reynos de
Castilla. Nuevamente compuesto por el reverendo padre fray Alonso de Castrillo frayle
de la dicha Orden".
Esto es, el libro se presenta como una obra teórica pero también miscelánea.
Esto y las propias expresiones de motivación del autor, ha hecho que la obra se haya
tomado más como pasatiempo y enumeración de curiosidades que como obra política.
Como intentaré mostrar, discrepo de esta visión. Otro dato importante es que se nos
señala que ha sido "nuevamente compuesto" lo que parece apuntar a una edición
anterior de la que no tenemos noticia. El cotejo de ambas habría sido un instrumento útil
a la hora de determinar, más allá de la ideología de Castrillo, el propósito político
inmediato del libro, en especial atendiendo a las variantes entre las dos ediciones. Pero
esto no parece posible. Pero quizás lo más importante es que se nos informa de que el
autor pertenece al clero regular, lo que señala una posición social peculiar y, lo que no
carece en absoluto de importancia, se trata de un fraile trinitario.
Hay, al menos, dos aspectos relevantes de la orden trinitaria en relación al tema
del libro. Está, por una parte, el hecho muy relevante de que el núcleo del apostolado de
la orden es liberar a cautivos y esclavos. Esto es, la orden, que entró en decadencia tras
la abolición de la esclavitud, se dedicaba y se dedica a poner en libertad a los hombres.
Son, en suma, profesionales de la libertad; la segunda cuestión hace referencia al
gobierno de la orden y su concepto igualitario de la fraternidad: "La Orden de la Santa
Trinidad está constituida por hermanos, que, en lo referente al gobierno, reunidos en
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varias casas, viven en común bajo el Ministro de cada casa legítimamente designado. La
unión de varias casas legítimamente erigidas bajo un mismo Superior se llama
provincia" (Constituciones, cap. VII, 107). Hay por tanto, un modelo de gobierno
trinitario caracterizado por la igualdad y la descentralización que concibe la comunidad
como una agregación de agrupaciones menores unidas por un común sentimiento y
costumbres. Veremos que este modelo aparece en el libro para describir qué es una
república. Lo interesante, como se verá, es que en el libro está descripción utiliza
argumentos del pensamiento político clásico y no recurre, como hacen los trinitarios
respecto al gobierno de su propia orden, al recuerdo de la iglesia primitiva.
Por tanto, mediante estos datos sabemos que Diego de Gayangos, la persona a la
que está dedicado el libro y que alcanzó cierta notoriedad al ser nombrado obispo de
Jaén, aunque falleció antes de ocupar dicha sede, era, en el momento de la publicación
del libro, el responsable de la orden trinitaria, provincial y vicario general, en Castilla, el
escenario principal del conflicto de las comunidades. A falta de una relación de las
casas trinitarias en el momento exacto de la revuelta, disponemos de la publicada en
1586 (Nomina Domorum Ordinis SSS. Trinitatis, en Regula et Statuta) por Jacques
Bourgeois, Provincial de Picardía, había in provincia Catellae veteris domus 15:
Minister Burgensis, Vallisoletanus; Medine de Campo; Pontis Reginae; Ceollar;
Segovea; Arevallo; Virtutibus; Salamanca; Beneparada; Translada; Tolledo; Talavera;
Sesarredripo; y Complutensis. Esto es, Gayangos sería el responsable de una provincia
en la que la orden tenía casas en casi todas las ciudades que participaron en el conflicto,
lo cual haría relevante una exploración de la actitud de los trinitarios como orden en los
hechos de la comunidades. Por el contrario, de las ciudades en las que los trinitarios
tenían casas en la provincia Castella novus sólo Madrid tuvo protagonismo en la
revuelta. No obstante, estos datos deben ser contrastados con la relación que Diego de
Guzmán publicó en 1593 en Regula Fratrum, Granada, porque hay diferencias
significativas respecto al tamaño y características de la provincia de la que era
provincial Gayangos. Según Guzmán, que escribe a finales del siglo XVI, las provincias
españolas son Castellae, Arragoniae, Portugaliae y Baethica. La provincia de Castilla
tendría 24 casas de frailes y 4 de monjas y añadiría a la lista antes consignada ciudades
como Madrid, Zamora, Ciudad Rodrígo y otras. En suma, pudiera ser que Gayangos
tuviera bajo su responsabilidad un provincia inmersa por completo en el conflicto de las
comunidades. Valdría la pena estudiarlo.
Sin embargo, de lo que sí disponemos es de los méritos que Castrillo encuentra
en su provincial y que le hacen acreedor de su dedicatoria. Gayangos merece el libro por
"las fatigas, los trabajos y los cuidados que cercan a Vuestra paternidad dentro de su
tierra, y de los peligros y ocasiones que suele padecer en la mar y las adversidades y
persecuciones que a buscarle van, y a perseguirle dentro de la tierra de moros infieles
enemigos de nuestra sancta fe católica, y acá en nuestra España andando trabajosos
caminos y traspasando reinos extraños para ganar las voluntades de los príncipes y de
los grandes señores por ensalzar nuestro soberano título y fructo de la redención de los
cristianos captivos, sobre el cual se funda principalmente nuestra sagrada religión"
(Castrillo, p.3-4). Así pues, Gayangos es un trinitario ejemplar, que sufre, pena y se
arriesga por liberar a cristianos, cruzando los mares y recorriendo los caminos para
conseguir rescates. El provincial es ejemplar porque realiza hasta el heroísmo el
apostolado de la orden trinitaria en relación a la libertad de esclavos y cautivos. Pero
hay un segundo aspecto de Gayangos, igualmente ligado al apostolado de la orden, que
resulta crucial para nuestro autor y que puede darnos alguna pista sobre el propósito
político del Tractado. Ocurre que, otras veces, lo que hace el provincial es matarse
"trabajando por concertar las discordias de las gentes y fatigando su cuerpo y quitando
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el descanso de su espíritu, por darle a las gentes que no lo tienen, de lo cual aún este
nuestro pueblo no poco beneficio y provecho sentimos que rescibiese, concertando las
discordias y escusando las guerras civiles de ciudadanos contra ciudadanos y las guerras
más que civiles de parientes contra parientes, según que por la experiencia paresció en
los días pasados, cuando su humildad pudo vencer la soberbia común y el concierto de
sus palabras pudo concertar los corazones desconcertados, donde la elocuencia de su
lengua pudo ser más poderosa que las armas de todo el pueblo" (Castrillo, p.4).
Esto es, Gayangos es meritorio porque su mediación resultó crucial y efectiva a
la hora de acabar con un episodio de la guerra civil, la guerra de ciudadanos contra
ciudadanos, o la guerra más que civil, la guerra incivil, de parientes contra parientes.
Gayangos fue capaz de frenar la soberbia del pueblo, concertar los corazones
desconcertados y vencer con la palabra a las poderosas armas del pueblo. Creo, como
más adelante detallaré, que estas referencias se corresponden con hechos acaecidos en la
ciudad de Burgos y que el propósito del libro pudiera ser extrapolar esa experiencia
mediadora al conjunto de las ciudades de Castilla buscando moderar la acción del
pueblo y la del emperador, pero esto lo detallaré más adelante. Lo interesante es que
Gayangos cierto día se hizo merecedor de la dedicatoria del libro por su capacidad
pacificadora, acción tan sobresaliente que hace que Castrillo llegue a decir: "No parece
sino que sólo para aquel día y sólo para Vuestra Paternidad, escribió Tulio [Cicerón]
aquellas tan famosas palabras que dicen: cedant arma togae, concedant laurea linguae.
La frase, que fue acuñada por Cicerón en De consulatu suo la vuelve a utilizar,
citándose a sí mismo, en Los deberes (De officiis), precisamente la obra más citada y
con mayor simpatía, por Castrillo. La manera en que se puede entender dicha frase,
siguiendo los comentarios a la misma que hace Cicerón es "Cedan las armas a la toga,
retírese el laurel del militar ante la gloria del ciudadano" (Cicerón, I. 77) pero la
traducción de Castrillo no tiene desperdicio: "conozcan ventaja las armas a la paz, y la
corona del emperador conozca ventaja a la elocuencia de la lengua" (Castrillo, p.5).
¿Está diciendo Castrillo que el conflicto de las comunidades debe resolverse de forma
pacífica y que el emperador ha de parar la guerra y dejar sitio a la política? Creo que sí
pues nuestro autor remata su comentario a aquel día tan venturoso con estas palabras:
"Ciertamente estas palabras tan poderosas como verdaderas [las palabras de Cicerón] se
mostraron aquel día, bien parece que no en balde, más antes provechosamente, pues
natura nos hubo dado tan alta merced como la elocuencia, la cual ninguna cosa es así
tan excelente ni valerosa para la salud y para el concierto de nuestra compañía humana"
(Castrillo, p.5). Esto es, la palabra, que nos es dada por la naturaleza a los hombres, es
el instrumento más importante para el funcionamiento de la sociedad política.
En suma, Gayangos representa para Castrillo un doble ejemplo como trinitario:
un hombre preocupado por la libertad de los cristianos y, al mismo tiempo, un activista
de la concertación frente a la guerra entre hermanos. Parte de la actividad apostólica de
la orden trinitaria es, justamente, servir a estos fines también mediante el estudio y la
comunicación. Y Castrillo, que nos dice al comienzo de su obra que no querría caer él
mismo cautivo por la inactividad, por no hacer nada ante los acontecimientos, escribe
un libro en el que el pueblo pecó de soberbia, pero no es culpable, y el emperador pudo
ser tirano por usar la fuerza, pero el libro termina con la advertencia ciceroniana de que
"ninguna fuerza del imperio es tan grande que apremiando con miedo pueda ser
perpetua" (Castrillo, p.238).
Si todo esto nos dice, creo, algo acerca del autor y los propósitos del libro,
mucho más explícita es la segunda parte del prólogo, donde se hace una descripción del
conflicto de las comunidades y se realiza una interesante imputación de culpas. Castrillo
comienza así su descripción de estos hechos: "Ciertamente, si salud y tiempo me
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sobraran como algo escribí de República, algo escribiera de las comunidades, lo cual
más por experiencia que por letras se pudiera comprender de los días pasados, y
paréceme que otros pueblos perecen errando y este nuestro pueblo se hizo más justo"
(Castrillo, p. 7). Como se ve, aquí aparece la desvinculación que realiza el autor de su
obra con los sucesos inmediatos y que he decido interpretar como una salvaguarda
retórica. Más enigmática es la última frase, en la que se señala el lugar común de que las
guerras civiles conducen a la desaparición de los pueblos, siendo el error del pueblo la
revolución o el levantamiento armado contra los nobles y el emperador pero, sin
embargo, Castrillo afirma que tras el error el pueblo se hizo más justo. La respuesta a
qué quiere decir "más justo" la encontramos en el último capítulo del libro, XXIX, Que
tracta de la justicia, cuando se nos dice que la justicia es una virtud tan importante que
es propia de Dios y que Cicerón, que considera a la justicia la más espléndida de todas
las virtudes, sostiene que "la primera obligación que impone la justicia es no causar
daño a nadie, si no es injustamente provocado; la segunda, ordena usar de los bienes
comunes como comunes y de los privados como propios" (Cicerón, I., 20; Castrillo, p.
223). Esto es, la justicia impone el respeto a las personas y a los bienes, y ese fue el
error del que se acabaron curando los comunes.
Ahora bien, falta saber qué empujó a los comunes al abandono de la justicia.
Permítanme que reproduzca un párrafo largo pero muy interesante sobre la explicación
de la revuelta: "Y no piense alguno que el daño de las comunidades es a culpa de todos
los comunes, más antes de alguno que las novedades y los consejos más escandalosos
les parecen más saludables, y estos tales no son nuestros naturales, sino hombres
peregrinos y extranjeros, enemigos de nuestra república y de nuestro pueblo, porque
tales enemigos provocan a las otras gentes a dañar, a quemar y encender las casas, no
tanto con celo de la justicia como con cubdicia del robo" (Castrillo, pp.7-8). Es decir, la
incitación al daño a las personas y a los bienes proviene no de los ciudadanos sino de
los peregrinos o extranjeros. Esto resulta particularmente interesante porque la revuelta
de las comunidades ha sido vista como un movimiento protonacionalista activado contra
la dominación extranjera de un monarca foráneo y de sus rapaces ministros flamencos.
Así, Sandoval, cuando relata los "fundamentos que tuvieron los castellanos para
enojarse y alterarse" nos dice que "hallaron los flamencos los ánimos de los españoles
bien dispuestos para todo mal, con mucha ambición y poca amistad entre sí" (Sandoval,
I. p.192) y "estaban encarnizados los flamencos en el oro fino y la plata virgen que de
las Indias venían, y los pobres españoles, ciegos en darlo por sus pretensiones. Que era
común proverbio llamar el flamenco al español mi indio. Y decían la verdad, porque los
los indios no daban tanto oro a los españoles como los españoles a los flamencos"(ibid.
p. 193). "Demás desto, tenían los flamencos en tan poco a los españoles, que los
trataban como a esclavos, y los mandaban como a unas bestias, y les entraban las casas,
tomaban las mujeres, robaban la hacienda y no había justicia para ellos. Sucedió que un
castellano mató a un flamenco en Valladolid; acogióse a la Madalena. Entraron tras él
los flamencos, y en la misma iglesia le mataron a puñaladas y se salieron con ello, sin
que hubiese justicia ni castigo" (ibid.).
El componente protonacionalista aún resulta más evidente cuando Sandoval
enumera las causas de la revuelta: "Por manera que tres fueron las causas principales de
las alteraciones. Ver salir al rey del reino, por estar acostumbrados a tener sus reyes en
España; y cuando el rey don Alonso el Sabio salió della con codicia del Imperio, perdió
el reino, y hubo comunidades, no entre gente común, sino entre príncipes y reyes. La
segunda, que se daban los oficios y beneficios a extranjeros. La tercera fue gritar que se
sacaba el dinero de España en gran suma para reinos extraños. Y podemos añadir la
cuarta: que alguna mala influencia reinó estos años, porque en todos ellos casi se
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alteraron en Castilla, en Sicilia, Cerdeña y aun Austria, haciendo unos mismos
desatinos, como si para hacerlos se hubieran concertado y de hecho, como dicen, de
habla" (ibid. pp.193-194). De hecho, cuando los procuradores de Toledo y Salamanca
suplican a Carlos V que no abandone el reino para hacerse coronar emperador le dicen
"No saliesse de España, desacostumbrada a padecer ausencias de sus reyes con pesados
exenplos: las dignidades, y oficios se diesen a naturales por más prácticos, y
beneméritos: los estrangeros no sacasen el oro, y la plata de España tan en daño común
de Rey, y Reino" (Colmenares, II, p.177).
Sin embargo, Castrillo, que no menciona a los flamencos, recurre a Cicerón para
decir "que en ninguna cosa debe entender el peregrino en la cibdad, salvo en su propio
negocio, diciendo que no debe ser el peregrino curioso en la república ajena y así mismo
afirma que antiguamente todo peregrino se llamaba hostis, que en nuestra lengua quiere
decir enemigo, y no es duda que los peregrinos ser más valerosos que los naturales, para
la perdición de toda república" (Castrillo, pp.8-9).
Son pues los extranjeros aquellos que soliviantan al resto de los hombres y
conducen a la perdición de la república. La razón de ello es que los extranjeros carecen
de aquellos vínculos afectivos que ligan a los hombres entre sí permitiendo la existencia
de una comunidad política. En palabras de Castrillo son "la naturaleza de la tierra, las
haciendas, las moradas, los hijos y las mujeres [las que] engendran el entrañable amor
de la República, donde es cierto que a los ciudadanos estas cosas faltan, les falta amor,
son amigos de novedades, y los amigos de novedades son enemigos de la paz, y los
enemigos de la paz son inclinados a la perdición de los hombres y de los pueblos, por
do se pierde y se deshace la conversación de nuestra compañía humana" (Castrillo, p.8).
Los extranjeros, por tanto, carecen de aquello que fundamenta el amor a la
república y provocan a las otras gentes a dañar animando su codicia. Esto,
aparentemente, es lo que ocurrió con los comunes cuando se inflamo su codicia y "como
hombres cansados de obedecer, por el camino de las novedades desean subir a ser
iguales con los mayores, que ninguna cosa puede ser tan poderosa para la perdición de
los hombres, como la igualdad de los hombres. Y levantados ya los escándalos, esos
dicen mueran, mueran" (Castrillo, p.8). Esto es, el pueblo, los menores, por la codicia,
quisieron igualarse a los mayores, la nobleza y la aristocracia urbana, desencadenando
el conflicto social que se convirtió en guerra civil. Los escándalos, son el elemento
instigador del levantamiento y el mueran, mueran, aquello que gritaba el pueblo en sus
atropellos a la justicia.
Un ejemplo de esto último puede verse en lo que sucedió en la ciudad de
Segovia tras la partida de España de Carlos V, el domingo 20 de mayo de 1520:
"Publicada la partida del emperador rompió el ímpetu popular el freno; y habiéndose
juntado el común de nuestra república (...) a elegir sus procuradores del común (...) se
levantó uno que dijo: Señores ya sabeis como es Corregidor de esta ciudad don Juan de
Acuña: y que nunca ha puesto los pies en ella. Y no contento de tenernos en poco, tiene
aquí unos oficiales, que tratan más de robarnos, que de administrar justicia. Fuera de
esto sabeis que tiene aquí puesto un alguacil, más loco que esforzado, que no le bastan
desafueros que hace de dia; sino que trae un perro con que prende a los hombres de
noche. Y lo que acerca de esto á mi me parece, es que si alguno hiciere cosa que no
deba, que le prendan en casa como á cristiano, y no le busquen con perros en la sierra,
como á moro: porque un hombre honrado más siente el prenderle en la plaza, que las
prisiones que echan en la cárcel" (Colmenares, II., p.179) El relato continúa diciendo
que a "esta bárbara proposición" siguió un murmullo de culpas por todo tipo de
desafueros, cosa que hizo que un anciano, Hernán López Melón, un antiguo corchete,
con "más celo de justicia que de prudencia" se levantase y replicara: "En verdad
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señores, que no me parece bien lo que ese hombre ha dicho, y peor me parece que gente
tan honrada como aquí hay le den oidos. Porque el que hubiere de decir en público de
los ministros de la justicia ha de hablar con moderación y templanza en la lengua. Pues
en el oficial del rey no se ha de mirar á la persona, sino á lo que por la vara
representa. A lo que dice del perro que nuestro alguacil trae consigo, como es mozo,
más le trae para tomar placer de día, que para prender de noche. Y si asi no fuese, no
me tengo yo por tan ruin que no hubiera dado cuenta al pueblo, porque al fin estoy más
obligado á mis amigos y vecinos, que no á los estraños. Si los alcaldes ó alguaciles
hacen alguna cosa contra derecho ó justicia, lo que hasta ahora no han hecho, en ley
de cristianos estamos obligados á avisarles y á reprenderles en secreto, antes que les
difamemos en público. Si esto que ahora os digo no os parece bien, podrá ser que de lo
que aquí resultare os parezca peor: porque las malas palabras que inconsideradamente
se dicen, alguna vez con mucho acuerdo se pagan (ibid).
Aunque estas citas son ya demasiado largas, la fuerza de la narración de
Colmenares es tanta, que vale la pena seguir con ella: "apenas pronunció la amenaza
Melón, cuando el fuego, hasta entonces lento, levantó llama; y con espíritu furioso
comenzaron algunos a vocear que era un traidor, enemigo del bien común; y queriendo
huir le asieron y comenzaron a gritar: muera, muera; y sacándole de la iglesia le
echaron una soga a la garganta" (ibid. pp. 179-180). La multitud le llevó fuera de la
ciudad y allí le colgaron "ya muerto con los golpes que en el camino le habían dado". Y
aunque de la iglesia del Corpus Christi, el lugar donde se reunía el común a elegir
procuradores, "no salieron cien personas con el pobre Melón, cuando llegaron al fin de
la ciudad iban más de dos mil que había congregado el alboroto; todo hez de vulgo, que
en nuestra república aún es peor que en otra alguna, gente advenediza, inquieta, atraída
de la facilidad de los oficios de la lana; sin que jamás haya alguno de los naturales de la
misma empleados en la percha o carda" (ibid). En suma, estos son los que gritan el
mueran, mueran, del que hablaba Castrillo. Obsérvese que los extranjeros o peregrinos
no son sólo los flamencos sino también esa gente advenediza que no forma parte de los
naturales de la ciudad. En Castrillo está esta imputación es clara: peregrinos son todos
lo que no tienen lazos afectivos con la ciudad y la culpa de la perdición de la república
les puede ser imputada directamente. El episodio de la muerte de Melón por el vulgo no
se acabó donde lo he dejado: "Volvía pues esta furiosa turba muy ufana de su cruel
ejecución: y en el Azoguejo alcanzaron a ver otro corchete, nombrado Roque Portal, a
quien uno de ellos dijo: Portalejo, tu compañero Melón se te encomienda, que queda
ahí en la horca; y dice que te espera en ella. El corchete con bríos respondió:
Mantengan Dios al rey mi señor y a su justicia, que algún día os arrepentireis. Esta
amenaza y verle con papel y pluma que parecía escribir los nombres de algunos,
enfureció tanto aquella canalla, que gritando muera, muera, con el mismo furor que a
Melón le llevaron (...) al mismo lugar y horca, en la cual le colgaron de los pies;
quedando nuestra ciudad en gran confusión, la nobleza retirada, los ciudadanos
oprimidos y el vulgo furioso, ya empeñado en desafueros" (ibid.).
Castrillo, obviamente conocía desafueros del común como los ocurridos en
Segovia pues se produjeron en todas las ciudades levantadas. Es más, creo que no hay
duda de que es precisamente eso lo que refiere como causa de la guerra y entiendo que
cualquier lector de la época interpretaría en este sentido sus palabras. De hecho, pienso
que son directamente estos hechos los que mueven a la escritura del libro pues, como
dice, "por la parte del celo y amor del bien común que a mi me cabe, no querría yo que
a los comunes" les sucediera como a los Gigantes de los que habla Ovidio en sus
Metamorfosis (Castrillo, p. 9; Met. I. 150), esto es, no querría que en su soberbia, igual
que los gigantes quisieron ocupar el lugar de los dioses, los comunes quisieran ocupar el
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lugar del rey. Para ilustrar esta poderosa imagen Castrillo compara el relato de Ovidio
con los hechos de la comunidades: "En verdad, a mí me pesa, porque en esa fábula tan
al natural son pintados los hechos de los comunes. Porque por los gigantes nacidos sin
padres, entendemos la gente común de bajos estados de cuya generación ni parece fama
ni título ni memoria, y por la conspiración y congregación de gigantes contra el cielo y
contra Júpiter entendemos el concierto y la junta de la comunidades, hecha contra la
voluntad de su rey, a lo que parece, y por los montes que se juntaron para combatir el
cielo y derribar de su silla al Dios Júpiter y echar de sus casas a los otros dioses
menores, entendemos que juntando pueblos, sobrepusieron cibdad sobre cibdad y
añadieron soberbia sobre soberbia, para ofender la voluntad de su rey según se nos
figura, y para echar de sus casas a los otros dioses menores, que son los caballeros"
(Castrillo, p. 10).
Llegados a este punto vale la pena detenerse en la posición política de Castrillo.
¿Está a favor de las comunidades o del emperador? ¿Es comunero o imperial? Pues ni
una cosa ni otra, la posición de nuestro autor es que las reclamaciones de los comuneros
están justificadas, pero el uso de la violencia les ha hecho perder la razón frente al rey:
"Ciertamente ningún justo ni sabio debe dudar que las gentes comunes en los principios
pidiesen muy justa justicia, y más parece que se hacen indignos de la justicia rompiendo
la orden y el acatamiento con que se debe pedir la justicia" (Castrillo, p. 11). Lo que
ocurre es que al rey se le debe pedir justicia con acatamiento y no con fuerza o
violencia, pues "no se debe pedir la justicia ofendiendo a la justicia, porque en balde
pide favor de la ley aquel que algo comete contra la ley, de manera que parece indigno
de gozar el fruto de la justicia aquél que traspasa la orden con que se debe pedir la
justicia" (idid). Ahora vale la pena preguntarse si es esta una posición solitaria o si
Castrillo tenía compañía en la que ampararse. Pues resulta que la posición que enuncia
Castrillo es exactamente la posición que adoptó, ya a finales de 1520 la ciudad de
Burgos que, recordemos, el lugar en el que se publicó la obra. Como ha señalado Pérez
(1999, p. 203 ss.) el desacuerdo de Burgos respecto a las otras ciudades radicaba menos
en el carácter de las reivindicaciones como en la manera de conseguir que se atendieran,
cuestión formal que "encubría un debate de fondo: reformas concedidas o impuestas,
conquistadas; respeto por el orden político tradicional o revolución". Burgos, no dice
este autor, se atenía a los principios de que "la junta propone, y el rey decide en último
término y gobierna". Como señala Castrillo, pídase justicia pero con acatamiento. Otra
cosa es cómo se fue produciendo al apartamiento de Burgos del movimiento (vid. Pérez
ibid. y Rivero pp. 74 y ss.) Como se señala en carta que envía Burgos a Valladolid ya en
el otoño de 1520 "por evitar los males del reino, y por remediar los agravios, y para
conservar e aumentar las libertades y franquezas, fue acordado que se hiciese junta
general de los procuradores de las ciudades, para que juntamente entendiesen lo que
sobre ello se debía hacer, y aquello que fuese justo y bueno hubiesen de suplicar a la
Real Majestad lo mandase hacer de manera que fuese a servicio de Dios y al bien de la
república, para que fuese regida y gobernada en paz, y no con rigurosa sujeción, por el
yugo suave que libra la carga. Y lo que se hace con amor, permanezca, y lo que con
violencia, no es perpetuo" (Sandoval, II. P. 323). Llevado esto a la práctica significó que
Burgos llegó rápidamente a acuerdos con los imperiales y que abandonó el campo
comunero.
Entiendo que con lo que aquí he apuntado, puede sostenerse la hipótesis de que
el Tractado de Republica es una obra de intervención política que busca dar autoridad a
la posición última de la ciudad de Burgos. Para ello, se hace una evaluación de la guerra
de las comunidades entendida como una guerra civil injusta. Esta guerra, que amenaza
la supervivencia de la república ha sido instigada por extranjeros y peregrinos, que han
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dado lugar a escándalos y han sembrado novedades que han instigado la soberbia del
común. En particular, han difundido una idea de igualdad que ha llevado a algunos a
querer suplantar a ciudadanos, nobles y al rey mismo. La obra es también una denuncia
de la violencia y una defensa del diálogo, la conversación como fundamento de la
sociedad política. El que la obra esté escrita en castellano indica que su carácter es no
académico, sino político. El que no esté escrita en latín y sea obra de intervención
política explica que no sea citada en las obras de los eruditos españoles, pero el uso
abundante del lenguaje renacentista y las referencias a los clásicos hacen pensar que la
obra estuviera dirigida a los políticos, a los procuradores de la junta, pues es ese mismo
lenguaje, con abundancia de citas a las autoridades de la antigüedad, el que encontramos
en su documentos, peticiones y anuncios. Creo que los motivos políticos que dan razón
de la obra y los propósitos a los que se orienta son claros. Cierto que todo ello necesita
de una mayor justificación documental. Otra cosa pendiente es el análisis textual del
tratado, esto es, la descripción de la ideología a la que Castrillo se adhiere. Aquí resulta
interesante ver que, lejos de la concepción cristiana de la política, Castrillo entiende la
política como un proyecto secular y desvincula el orden político del teocrático. Los
temas que le preocupan, entre otros, son el de los vínculos humanos que permiten la
formación de una sociedad política; la naturalidad o artificialidad de la monarquía y, en
particular, la cuestión de la obediencia al monarca. También le preocupan los ejemplos
políticos de la antigüedad, las repúblicas y monarquías de judíos, griegos y romanos.
Por último, le interesan los tipos de ciudadanos y su relación con el gobierno de la
ciudad, las cualidades de los gobernantes y la cuestión de la justicia. Como puede verse,
todos estos temas pueden conectarse con los sucesos que motivan el libro. En espera de
un estudio pormenorizado, puede anticiparse que la ideología de Castrillo es, como era
de esperar, un republicanismo aristocrático, al estilo de Cicerón.
A modo de conclusión, y por referencia a los propósitos que enuncié al
comienzo de este trabajo creo que ahora sabemos algo más acerca de quién era
Castrillo: un fraile trinitario regular preocupado por la libertad y por el concierto de la
república. También sabemos algo acerca de dónde y cuándo fue escrito el libro: en la
ciudad de Burgos después de que esta se alejara de las comunidades y buscara el
entendimiento con la corona. Podemos aventurar que el libro se dirigiera a actores
políticos del momento, procuradores, porque está escrito en castellano, pero no es un
libro vulgar sino que presupone familiaridad con la cultura clásica. También podemos
sugerir que el libro busca fundamentar la posición adoptada por Burgos y hacer que se
extienda a otras ciudades y que la razón del mismo es, justamente, la búsqueda de una
salida concertada que acabe con los males de la guerra civil. Algo que, como he
señalado, formaba parte del apostolado trinitario. Por último, al cargar las culpas sobre
las ideas peregrinas, el libro busca reparar los daños del enfrentamiento civil haciendo
posible la reconciliación entre hermanos.
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