os Lib ros Jorge Magano LA MIRADA DE PIEDRA La Es fe ra de l Una aventura de Jaime Azcárate La mirada de piedra.indd 5 13/10/14 18:22 os Lib ros PARTE I La Es fe ra de l Maldita Medusa La mirada de piedra.indd 19 13/10/14 18:22 os Lib ros 1 C ra de l Octubre de 2013 El Burgo de Osma, Soria (España) La Es fe uando a eso de las tres de la tarde Jaime Azcárate entró en el rústico restaurante situado en la calle Mayor de El Burgo de Osma, lo último que se le pasó por la cabeza era que estaba a punto de meterse en uno de sus frecuentes berenjenales. Hay personas que huyen de los problemas y llevan una existencia tranquila o rutinaria desde que nacen hasta que mueren. Otras buscan la emoción y el riesgo incluso cuando salen a comprar el pan. Jaime Azcárate pertenecía a una tercera categoría: la de los que llevan un imán para atraer los problemas, los misterios y a los pesados sin proponérselo. Esa tarde Jaime no buscaba ninguna de las tres cosas. Lo único que pretendía era probar alguna de las especialidades gastronómicas de la región, como el cocido castellano o la perdiz escabechada. Se sentía hambriento después de haber visitado el Hospital de San Agustín, la fachada de la Universidad y el Palacio Episcopal, y de haber callejeado de aquí para allá La mirada de piedra.indd 21 21 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l impregnándose del ambiente turístico que había poseído a la ciudad entera. Le había costado encontrar alojamiento debido a que la exposición «Ars Homini», con sede en la catedral, había atraído multitudes de toda España, pero finalmente, tras mucho buscar, dio con una humilde casa de huéspedes en la que una cancelación de última hora había dejado una habitación libre. Mientras esperaba la comida —finalmente se decidió por una ensalada y un solomillo a la pimienta— observó el comedor. Era pequeño y, de las siete mesas, cinco estaban ocupadas: un par de familias con niños gritones, una pareja de novios que no se hablaban, y, en la mesa del fondo, un hombre solitario que comía mientras tecleaba en una tableta. Jaime detectó en él un aire demasiado profesional para catalogarlo de mero turista y no pudo evitar sentir cierta compasión. «Qué bien que las injusticias de la vida a veces estén del lado de uno», pensó. «Otros trabajando y yo de vacaciones. Más o menos», añadió a su pensamiento. Aunque la visita a la exposición había sido planificada como una actividad relajante, sabía que Laura Rodríguez, la directora de la revista Arcadia, acabaría pidiéndole que escribiera unas líneas para el próximo número. Llevaba varias semanas pasando por una situación personal difícil, inexplicable. Una rara crisis que no sabía si achacar a lo mucho que estaba cambiando su entorno o a lo poco que había cambiado él. Desde que concluyó que la vida era una búsqueda en la que lo de menos era el objetivo, se había sentido un ser pleno, libre y feliz. Su trabajo en Arcadia le permitía disfrutar de su independencia al tiempo que daba salida a su formación como historiador del arte con vocación periodística. Por tanto, no sabía a qué se debía el vacío que sentía desde hacía casi un mes, y por eso había decidido em- La mirada de piedra.indd 22 22 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l pezar a tomarse las cosas con calma, alejarse unos días de su entorno habitual. El camarero le trajo la ensalada y Jaime la aderezó con aceite y una pizca de vinagre antes de pinchar un espárrago y elevarlo para llevárselo a la boca. Nada más realizar este gesto, creyó escuchar una tímida tosecilla a su lado. Junto a él, tieso como el espárrago que aún pendía de su tenedor, estaba el hombre solitario que hacía unos minutos trabajaba y comía en la mesa del fondo. Sonreía con una dentadura perfecta, la tez bronceada y cubierta de pequeñas cicatrices como surcos en un sembrado y un pelo rubio cuyas raíces blanquecinas le daban aspecto de cincuentón, aunque su cuerpo bajo el traje marrón claro parecía firme y en forma. Debajo del brazo, como si formara parte de él, sostenía la tableta electrónica. Aunque en el interior del restaurante no hacía frío, llevaba puestos unos guantes de cuero de aspecto bastante caro. —Perdone que le moleste, ¿es usted Jaime Azcárate? Jaime no supo qué decir. Si contestaba que no, estaría mintiendo; pero si contestaba que sí, tendría pesado para rato. Y lo que menos le interesaba ahora era un pesado. La curiosidad lo incitó a arriesgarse. —Sí. ¿Y usted quién es? —Me llamo Amatriaín, Vicente Amatriaín. Formo parte del EPU. ¿Le importa que me siente? Puede comer mientras tanto. A Jaime no hacía falta que le dijeran que podía comer mientras otra persona se sentaba, pero por educación no dijo nada y se limitó a señalar la silla vacía que había ante él. —Gracias —dijo el tal Amatriaín. —De nada. ¿Ha dicho que se llama Amatriaín, Vicente Amatriaín? ¿Como Bond, James Bond? La mirada de piedra.indd 23 23 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —No, no... Solo Vicente Amatriaín. Perdone, es una costumbre. —¿Y qué es lo otro que ha dicho? Que forma parte de... —Del EPU: Unidad de Patrimonio de la Europol. La oficina europea de policía. Estoy seguro de que lo ha visto en las noticias. —Hace tiempo que llené la tele de agua y le puse unos peces. No sé de qué me habla. —¿Disculpe? —Bueno, no, es mentira. Aunque ganas no me faltan, para lo que ponen... —De todos modos, permítame que le explique. La Unidad de Patrimonio de la Europol se creó hace seis meses. Es como el grupo de narcóticos o de homicidios, pero más elegante y a nivel europeo. —Amatriaín volvió a mostrar su perfecta dentadura—. Está integrado por investigadores y miembros de las fuerzas de seguridad de toda la Unión Europea. Sabe bien que el ladrón de antigüedades más fanático puede ser tan peligroso como el peor traficante de drogas del mundo. ¿Me trae un café solo, por favor? La pregunta iba dirigida al camarero, que se había plantado ante la mesa haciendo imposible el carácter confidencial de la conversación. El mozo, cuyo peinado parecía difícil de arruinar incluso con un cortacésped, hizo un gesto de asentimiento y se retiró, dejando a Jaime y a Amatriaín solos de nuevo. —Espero que disculpe las molestias que pueda causarle —dijo este con una afectación que a Jaime le pareció real—. Pero necesito hablar con usted de un caso que estamos investigando. —¿Cómo ha dado conmigo? —Su jefa me dijo que se encontraba aquí de visita turística. La mirada de piedra.indd 24 24 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —¿De verdad? Qué discreta. Tengo que acordarme de publicar en Facebook esas fotos suyas en pelotas. —Le confieso que tuve que atornillarla un poco. Es una mujer muy dura. —Dígamelo a mí. —¿Ha venido solo? —Como su café. Es cierto que las alegrías compartidas son dobles y los problemas entre dos se reducen a la mitad, pero creo que la libertad de viajar sin tener en cuenta a otro para nada no tiene precio. Amatriaín bajó la mirada hacia la ensalada y fingió meditar sobre lo que acababa de oír. —Ha dicho que Graciela le dijo que yo estaba aquí —le recordó Jaime para retomar el hilo de la conversación. —Sí. Hace unos días me puse en contacto con el Centro de Investigaciones Históricas. El doctor Isidro Requena se mostró dispuesto a colaborar con nosotros, igual que algunos de sus investigadores. Al exponerle el caso a su jefa... Perdone, ¿cómo la ha llamado? —Graciela. —Usted me perdonará, pero creí que la directora de la revista Arcadia se llamaba Laura. —Y usted me perdonará a mí, pero no tenía razones para pensar que realmente la conociera. Ahora sí. Jaime se metió en la boca un trozo de huevo duro para que Amatriaín tuviera tiempo de digerir la treta. Al mirarlo de reojo vio que el rubio de los bellos dientes parecía molesto. —Es usted astuto. —Y usted da demasiadas vueltas. ¿Por qué no me cuenta ya de qué va su problema y por qué Laura le ha hecho venir a buscarme durante mis días de descanso? La mirada de piedra.indd 25 25 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —Un merecido descanso, si me lo permite. Hace tiempo que sigo sus reportajes, y aquel que elaboró hace unos años sobre la Hermandad de San Frutos y la Mesa de Salomón fue un trabajo excelente. Lástima que tuviera que omitir todo lo referente a la intervención de los agentes del Mossad en la operación. Jaime soltó los cubiertos, que cayeron sobre el plato con un brusco ruido metálico. La chica que no se hablaba con su novio se volvió para mirarlo y Jaime le lanzó una disculpa en forma de sonrisa torcida. —¿Cómo sabe usted eso? —No se preocupe. Si trabajas en el EPU sabes esas cosas. Además recuerde que ayer... —Sí, sí, la doctora Rodríguez. Imagino que una vez más habrá exagerado la historia. En el fondo, Jaime sabía que Laura Rodríguez jamás exageraba, sino que, al contrario, tendía a restar importancia a las aventuras de su colaborador más apasionado. Solo así se aseguraba de no meterse ella en problemas. Jaime estaba seguro de que a ese hombre no le habría contado ni la mitad de lo que pasaron él y sus compañeros en aquella finca maldita. Pero esa era otra historia de la que prefería olvidarse. Se tranquilizó y volvió a coger los cubiertos mientras Amatriaín se llevaba la mano al bolsillo interior de la chaqueta y colocaba ante él un trozo de papel con un dibujo a lápiz. —¿Conoce esta obra? Jaime cogió el papel e identificó de inmediato lo que representaba. Se trataba de un busto de Medusa, la legendaria mujer de la mitología griega que se caracterizaba por tener serpientes en lugar de cabellos y por convertir en piedra a todo aquel que la mirase a los ojos. El dibujo estaba ejecutado con trazos rápidos y certeros, y presentaba un buen trabajo de volúmenes, sombras y perspectiva. La mirada de piedra.indd 26 26 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —Muy bonita —dijo al cabo de un rato. —¿No le dice nada? —¿Qué me va a decir? Es un dibujo. ¿Lo ha hecho usted? —Sí. —Felicidades. Es muy bueno. —Gracias. Pero ¿no conoce la pieza? —A simple vista, no. Me parece un busto de Medusa. La escultura es barroca, supongo que italiana. —No lo puedo creer. ¿Me está diciendo que esta obra en particular no le suena de nada? —Oiga, es obvio que si insiste tanto es porque sabe que la conozco. ¿Por qué no me dice de una vez lo que quiere? —Vamos a ver, un solomillo a la pimienta por aquí y un café solo por acá. El camarero del peinado eterno llegó justo a tiempo para suavizar el momento de tensión. Por su parte, Amatriaín parecía estar dándose cuenta de que por ese camino no lograría nada, así que fue derecho al grano. —Hace dos años usted escribió un artículo sobre esta estatua, a la que atribuía una maldición por la cual muchos de sus propietarios habrían muerto en extrañas circunstancias. —¿Qué tiene de malo? Los lectores se pirran por ese tipo de historias tétricas. —No tiene nada de malo. Pero lo que llamó mi atención fue que en la bibliografía de dicho artículo aparecía un trabajo universitario escrito por usted y por una tal Paloma Blasco que fue publicado en la Revista Complutense del año 1999. En él atribuían la obra al escultor italiano Andrea Bolgi. —¿Un trabajo? —Un trabajo sobre iconografía clásica en la escultura barroca de Italia. Y no diga que no sabe de qué le estoy hablando. Laura Rodríguez... La mirada de piedra.indd 27 27 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —Laura Rodríguez parece extraterrestre con ese tinte rojo que se pone en el pelo, pero es humana y también comete errores. Oiga, si no le importa, he venido a pasar unos días tranquilo y... —Solo una cosa más —pidió Amatriaín, que había encendido su iPad—. Daré por cierto que usted no hizo nunca un trabajo sobre escultura barroca italiana... —Porque es la verdad. —Entonces, ¿puede explicarme qué es esto? Jaime se quedó petrificado al mirar la pantalla y ver un documento en PDF titulado «Dioses y monstruos en la escultura barroca italiana. Por Paloma Blasco y Jaime Azcárate». Tocado y hundido por la jodida tecnología. —De acuerdo —admitió—. ¿Tengo que sentirme culpable por algo? —Supongo que no. Pero me gustaría saber por qué me ha mentido. —Porque se me está enfriando el solomillo. —Se lo estoy preguntando en serio. —Más serio le estoy contestando yo. He pasado unos días difíciles y me gustaría desconectar del trabajo. —Me parece bien. Pero ¿qué le cuesta atenderme unos minutos más? Como imagino que sabe, este busto de Medusa desapareció el mes pasado del museo donde se exhibía. Jaime lo había visto en las noticias. La Casa-Museo Pontecorvo de Verona. Un robo en plena noche, un vigilante muerto y la estatua desaparecida. Cuando lo comentó en voz alta, Amatriaín torció el gesto. —¿No dice que no ve la tele? —Pero tengo Twitter. Jaime se dio cuenta de que acababa de meter la pata. ¿Y si a ese pesado le daba por seguirlo en la red? Cortó un trozó de La mirada de piedra.indd 28 28 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l solomillo y lo probó. Al momento se arrepintió de no haber pedido la perdiz escabechada. ¿Qué había entendido aquel cenutrio repeinado por «al punto»? —El expolio de yacimientos arqueológicos y el robo de obras de arte en domicilios va en aumento —explicó Amatriaín—. Desde 2004 los casos se han incrementado en un 500 por ciento. Pero la mayoría de los robos se ha cometido en viviendas. Si exceptuamos casos concretos como aquel espectacular robo en el Munch Museet de Oslo, esta es de las pocas veces en que los ladrones se atreven a entrar en un museo. —La Casa-Museo Pontecorvo no es precisamente el Louvre. Una puerta forzada, cargar la escultura en una carretilla y largarse con viento fresco por el mismo camino. No parece una hazaña demasiado espectacular. —Ahí está la cuestión. Ni una ventana rota, ni una puerta forzada, nada de nada. La mañana después del robo, todo, salvo la estatua y el pobre vigilante, estaba en su lugar. —¿Qué le pasó al vigilante? La prensa era bastante imprecisa en ese punto. —La chica encargada de abrir lo encontró en el suelo con la espalda rota como consecuencia de una caída. Aún vivía cuando lo trasladaron al hospital. Durante todo el trayecto no dejó de murmurar algo sobre una mujer con serpientes en la cabeza que lo había atacado. Falleció dos horas después. —¿Cuántos vigilantes había? —Solo él. El museo es pequeño y no necesita más. —Bueno, está claro que sí. ¿Y hay alguna otra pista? —La autopsia reveló algo extraño en la sangre, una toxina casi imperceptible. Sin embargo, examinando los restos del Aperol Spritz que bebió el hombre aquella noche se encontró extracto de Psilocybe semilanceata. —Alucinógenos —murmuró Jaime sin inmutarse. La mirada de piedra.indd 29 29 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l Amatriaín asintió. —Tenían razón cuando me dijeron que era usted un gran micólogo. —Aficionado nada más. El experto era mi abuelo. Yo me limité a aprenderme unos cuantos nombres cuando era pequeño. —Jaime sonrió—. Hay cosas que, para bien o para mal, nunca se olvidan. —En este caso, para bien. Como ha dicho, al Psylocibe semilanceata se le atribuyen fuertes efectos alucinógenos. Consumido junto con alcohol por un hombre de casi setenta años significa la muerte casi segura, no por los efectos directos de la mezcla, sino por la desorientación que esta provoca y el alto riesgo de accidente, como de hecho ocurrió. Eso explica que pensara que fue la propia Medusa quien le atacó. —La maldición de Medusa. Si ha leído mi artículo... —Seamos serios, Azcárate. Esto ha sido un robo con asesinato, nada más. —¿Y le parece poco? —En absoluto. La principal sospechosa era la chica, por supuesto, que fue la última persona que salió del museo aquella noche. Los carabineros la interrogaron a fondo, pero no obtuvieron nada que pudiera vincularla con el robo. Según su declaración, dejó al pobre hombre sentado junto a la puerta principal. Al regresar a la mañana siguiente lo encontró agonizando en el suelo, y solo más tarde se dio cuenta de que la estatua ya no estaba en su sitio. La inocencia de la muchacha está casi probada, y además cuenta con un testigo: la mujer del difunto guardia, que la vio aquella misma noche, y un hombre con el que al parecer mantiene relaciones sentimentales. —¿El guardia? —La chica. La mirada de piedra.indd 30 30 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l —Ah. —Jaime engulló otro trozo de solomillo y lo ayudó a pasar con un trago de vino—. Lo pinta como un trabajo de artista. ¿Cuánto calcula que se alejó el guardia de la puerta principal para no ver entrar a nadie? —No demasiado. Como usted mismo ha dicho, se trata de un museo pequeño. Ni siquiera tiene cámaras instaladas. —Según lo presenta, el caso no es difícil. Investiguen a los empleados. Seguro que alguien tiene una copia de la llave. Se las arregló de algún modo para drogar el Aperol, esperó a que el viejo se colocara, abrió la puerta, se coló en el museo, atizó al hombre, cogió la estatua y se marchó. No hace falta llamar a Sherlock Holmes. Ahora, si me disculpa, pediré el postre y me iré a mi hotel a dormir un rato. Esta tarde me gustaría ver la exposición. —No lo intente. ¿Ha visto la cola? Da casi la vuelta a la catedral. Yo en su lugar esperaría a mañana por la mañana. —Ya. —Jaime miró fijamente a su interlocutor—. ¿Y qué sugiere que haga mientras tanto para no aburrirme? Amatriaín se quedó momentáneamente confuso. Hablar con aquel hombre era una especie de tira y afloja en el que nunca era él quien decidía lo que hacer con la cuerda. —Pues... podría ayudarme. —¿A qué? —Vamos, Azcárate. Usted investigó esta escultura, sobre la que no existe apenas documentación. Hizo un trabajo universitario con una compañera y escribió un artículo para Arcadia. Para bien o para mal eso le convierte a usted en el mayor experto en la obra de todo el mundo. Quizás pueda decirnos qué llevó a los ladrones a interesarse por ella. —Ya le he dicho todo lo que sé. Es de un escultor menor sobre el que apenas se sabe nada. ¿Quién la ha robado y por qué? No tengo la menor idea. Pero ¿por qué iba a haber un La mirada de piedra.indd 31 31 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l motivo especial? Usted mismo ha dicho que los robos son cada vez más frecuentes. Este caso en concreto no me parece demasiado complicado. ¿Para qué me necesita? Además, le recuerdo que estoy aquí disfrutando de unas breves y merecidas vacaciones. —¿No le extraña que alguien se tomara tantas molestias para robar esa estatua? En ese museo hay obras de arte más valiosas. Si fue un empleado, ¿por qué arriesgarse a perder su empleo e ir a la cárcel? Creo que esa Medusa esconde mucho más de lo que parece a simple vista. Jaime lo escuchó con los brazos cruzados y la mirada somnolienta. Luego, sin ninguna gana, se echó a reír. —De acuerdo, usted gana. Estoy seguro de que la Medusa contiene la clave para encontrar un tesoro de valor incalculable. O el secreto de la vida eterna, o incluso la vigésima revelación. ¿Por qué no se dedica a escribir historias de misterio con el mundo del arte como telón de fondo? Hubo un tiempo en que estuvieron bastante de moda... —Azcárate... —... aunque últimamente andan de capa caída y las editoriales ya no apuestan por escritores desconocidos... —Oiga... —¿Por qué no prueba con la autoedición? ¿O con el porno para mamás? ¿O esa cosa nueva de dinosaurios que...? —¡Azcárate, hablo en serio! Jaime llamó al camarero del pelo pringoso, pagó la cuenta con el importe justo más una propina de dos euros, se levantó y, tras un cortés movimiento de cabeza, se dio la vuelta y salió del establecimiento. Amatriaín se quedó allí sentado, mirando el dinero y los platos vacíos, tratando de comprender qué era lo que había hecho mal, por qué las cosas no habían salido como él había es- La mirada de piedra.indd 32 32 13/10/14 18:22 os Lib ros La Es fe ra de l perado, cuando un presentimiento acudió de golpe a su mente. Apartó los platos y miró debajo de su iPad. Entonces un brilló apareció en sus ojos. Al parecer la falta de interés de Jaime Azcárate no era más que una comedia. Se había llevado el dibujo. La mirada de piedra.indd 33 33 13/10/14 18:22