EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN (A PROPÓSITO DE LA SENTENCIA DEL TSJ DE MADRID, DE 31 DE JULIO DE 2003) Publicado en “Actualidad Jurídica Aranzadi”, núm. 611, 12 de febrero de 2004 JORGE OTADUY Universidad de Navarra SUMARIO I. Distinción entre competencia e idoneidad. II. El Derecho canónico III. Congruencia entre la relación canónica y el contrato de trabajo. IV. La erosión de la autonomía de la Iglesia. V. El desenfoque de la guerra de jurisdicciones. EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 3 La Sentencia La Sentencia del TSJ de Madrid de 31 de julio de 2003 aborda la cuestión del sujeto competente —Ordinario diocesano o Administración educativa— para llevar a cabo la asignación de los puestos de trabajo de los profesores de religión y moral católicas. Se trata de una Sentencia digna de tomarse en cuenta, porque pretende cambiar la interpretación de las normas jurídicas y la praxis administrativa de los últimos veinticinco años sobre determinación del destino del profesorado de religión. De manera constante se ha venido entendiendo, en efecto, que la adjudicación del profesor de religión al centro educativo, la determinación de la jornada y la movilidad del profesorado entre los centros corresponde al Ordinario diocesano. La Sentencia del TSJ de Madrid se expresa literalmente en estos términos: “La Autoridad administrativa es la única instancia laboralmente competente para efectuar la designación o concreta adjudicación a centro educativo y puesto de trabajo como profesor de religión de las personas que resulten contratadas de entre aquellas que el Ordinario diocesano haya propuesto para ejercer esa enseñanza y que es igualmente dicha Autoridad administrativa la única instancia laboralmente competente para organizar, dirigir y resolver cualquier cuestión suscitada por los profesores de religión en materia de cambios de jornada de parcial a completa, o a la inversa, en los términos previstos en el artículo 12 del ET; del mismo modo que lo es para decidir en materia de la posible movilidad intercentros de los profesores de religión, dentro de la Comunidad de Madrid, salvado que sea el requisito previo de la ‘propuesta’ por el Ordinario correspondiente de idoneidad”. La Sentencia no discute el carácter laboral de la relación —que es hoy, dice, incuestionable— ni la condición de empleador que corresponde a la Administración. Tampoco tiene dudas acerca de la facultad del Ordinario para proponer los candidatos para la docencia religiosa, reconocida en el Acuerdo con la Santa Sede sobre enseñanza1, en las sucesivas normas que 1 Artículo III del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede, sobre enseñanza y asuntos culturales, de 1979: “La enseñanza religiosa será impartida por las JORGE OTADUY 4 han venido procediendo a la aplicación del Tratado internacional en ese punto2, así como en las disposiciones reglamentarias más recientes3. personas que, para cada año escolar, sean designadas por la autoridad académica entre aquellas que el Ordinario diocesano proponga para ejercer esa enseñanza. Con antelación suficiente, el Ordinario diocesano comunicará los nombres de los profesores y personas que sean consideradas competentes para dicha enseñanza”. 2 Orden de 16 de julio de 1980. Enseñanza de la religión y moral católicas en Bachillerato y Formación Profesional. Cláusula 11§1. “En los centros públicos los profesores de religión y moral católicas serán nombrados por el Ministerio de Educación a propuesta del Ordinario del lugar. En los centros privados serán contratados por la entidad titular con la aprobación del Ordinario del lugar. §2. En los casos en que la Jerarquía eclesiástica estime procedente el cese de algún profesor de religión y moral católicas, el ordinario diocesano comunicará tal decisión al Delegado provincial del Ministerio de Educación o, por lo que se refiere a la enseñanza privada, al Director del centro o a la Entidad titular del mismo. En cualquier caso, la Jerarquía efectuará simultáneamente propuesta de un nuevo profesor”. Orden de 16 de julio de 1980. Enseñanza de la religión y moral católicas en centros de Educación preescolar y General Básica. Cláusula 3§5. “En el caso de que para algún centro público no existiera un número suficiente de profesores dispuestos a asumir la enseñanza religiosa, la jerarquía eclesiástica propondrá al Delegado provincial del Ministerio de Educación la persona o personas competentes que resulten idóneas para ser designadas. Respecto a estos profesores, el Ministerio de Educación no contraerá ninguna relación de servicios, sin perjuicio de lo que resulte en aplicación del artículo VII del acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre enseñanza y asuntos culturales”. Orden de 11 de octubre de 1982. Profesorado de religión y moral católicas en centros de Enseñanza Media. Cláusula 3. “Los profesores de ‘Religión y Moral Católica’ serán nombrados por la autoridad correspondiente, a propuesta del Ordinario de la diócesis. Dicho nombramiento tendrá carácter anual y se renovará automáticamente, salvo propuesta en contra del mencionado Ordinario efectuada antes del comienzo de cada curso, o salvo que la Administración, por graves razones académicas o de disciplina, considere necesaria la cancelación del nombramiento, previa audiencia de la autoridad eclesiástica que hizo la propuesta y sin perjuicio de lo que se dispone en el apartado 11§2 de la Orden ministerial de 16 de julio de 1980”. EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 5 El punto de interpretación incierta se circunscribe al alcance de la propuesta del Ordinario: si es genérica (constatación eclesiástica de reunir los requisitos de competencia profesional) o específica (destino a la prestación de un servicio docente singularizado). Este es el aspecto en el que centraré el análisis, prescindiendo de determinadas cuestiones procesales que podrían hacer atacable la Sentencia4. Me refiero a la Orden Ministerial de 9 de abril de 1999, que recoge el contenido del Convenio entre los ministerios de Justicia y Educación y Cultura, por una parte, y la Conferencia episcopal española, por otra, sobre el régimen económico-laboral de las personas que, no perteneciendo a los cuerpos de funcionarios docentes, están encargadas de la enseñanza de la religión católica en los centros de educación infantil, de educación primaria y de educación secundaria. Señala en la cláusula primera que es de aplicación “a aquellas personas que, no perteneciendo a los cuerpos de funcionarios docentes, sean propuestas en cada curso o año escolar por el Ordinario del lugar y designadas por la autoridad académica para la enseñanza de la religión católica en los centros públicos”. La disposición de rango legal que prescribe el contrato de trabajo del profesorado de religión es el artículo 93 de la Ley 50/1998, de 30 de diciembre, de Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden Social, que añadió a la disposición adicional segunda de la Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre, de Ordenación General del Sistema Educativo el párrafo siguiente: "Los profesores que, no perteneciendo a los Cuerpos de funcionarios docentes, impartan enseñanzas de religión en los centros públicos en los que se desarrollan las enseñanzas reguladas en la presente Ley, lo harán en régimen de contratación laboral, de duración determinada y coincidiendo con el curso escolar, a tiempo completo o parcial. Estos profesores percibirán las retribuciones que correspondan en el respectivo nivel educativo a los profesores interinos, debiendo alcanzar la equiparación retributiva en cuatro ejercicios presupuestarios a partir de 1999". 3 La demanda fue planteada en representación del Comité de empresa de las direcciones de área territorial de la Consejería de educación de la Comunidad Autónoma de Madrid y tramitada por la vía procesal de conflicto colectivo. Es discutible, sin embargo que éste exista. Como se hace notar en un Voto particular a la Sentencia, no se produjo en el caso problema alguno de coordinación que pudiera generar el conflicto alegado: ni la Administración designaba a personas no 4 JORGE OTADUY 6 I. DISTINCIÓN ENTRE COMPETENCIA E IDONEIDAD La primera norma de referencia en el tema que tratamos es el artículo III del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede, sobre enseñanza y asuntos culturales, de 1979, ya transcrita en nota. Otras disposiciones del mismo Acuerdo abundan en las atribuciones reconocidas a la jerarquía sobre los contenidos docentes, la determinación del material escolar o la supervisión de la enseñanza (art. VI); esas normas también se ocupan de lo relativo a la situación económica del profesorado, “que se concertará entre la Administración central y la Conferencia episcopal española, con objeto de que sean de aplicación a partir de la entrada en vigor del presente Acuerdo” (art. VII). El texto pactado en materia de enseñanza entre el Estado español y la Santa Sede se caracteriza por su notable apertura, como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta el momento histórico de su gestación. Se desconocía, en efecto, el rumbo que tomaría el Ordenamiento en tantos aspectos llamados a determinar los perfiles concretos de cada figura. De muchos pasajes del texto cabe deducir que las partes trataron de reflejar —y no era poco— los aspectos esenciales o irrenunciables del régimen jurídico de cada una de las instituciones. Se explica que nada señale el Acuerdo, por ejemplo, acerca de los requisitos para acceder a la condición de profesor o sobre la naturaleza de su relación con la Administración educativa. Estos y propuestas —se dice— ni el Ordinario se atribuía competencias que correspondieran a la Administración. Me parece, sin embargo, que la opinión discrepante elude el fondo del asunto: no basta constatar la existencia del acuerdo entre Ordinario y Administración como una simple cuestión de hecho. Se trata de aclarar si la Administración podría actuar en contra del criterio del Ordinario en materia de asignación de centro, determinación de jornada y movilidad del profesorado. EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 7 otro extremos quedaron al criterio de normas posteriores, que trabajosamente han ido señalando el contorno de una relación indudablemente atípica en el seno de nuestro sistema jurídico. Los requisitos de competencia profesional para la enseñanza religiosa escolar han ido intensificando su rigor hasta llegar a la fórmula vigente, en virtud de la cual “serán consideradas personas competentes para la enseñanza de la religión católica aquellas que posean, al menos, una titulación académica igual o equivalente a la exigida para el mismo nivel al correspondiente profesorado interino, y además, se encuentren en posesión de la Declaración eclesiástica de idoneidad de la Conferencia episcopal española y reúnan los demás requisitos derivados del artículo III del mencionado Acuerdo” (Cláusula cuarta de la Orden Ministerial de 9 de abril de 1999). Además de competencia técnica —titulación académica y Declaración correspondiente— la autoridad religiosa cuenta con que los profesores de religión reúnan determinadas condiciones personales: son “los demás requisitos derivados del artículo III del mencionado Acuerdo”, a los que alude in fine la cláusula transcrita en el párrafo anterior. La distinción entre competencia e idoneidad estaba en la mente de los firmantes del texto internacional. Es significativo que la primera norma de desarrollo del Acuerdo en los aspectos que aquí interesan —la Orden de 16 de julio de 1980, sobre la enseñanza de la religión en los niveles inferiores— dijera, con extraordinaria precisión, que “la jerarquía eclesiástica propondrá al Delegado provincial del Ministerio de Educación la persona o personas competentes que resulten idóneas para ser designadas” (Cláusula 3.5). Competencia e idoneidad son elementos distinguibles, aunque complementarios5. La primera resulta de la suma de la titulación Para Giovetti “la idoneidad (…) no es equiparable a un diploma que habilita a enseñar correctamente la religión católica, sino que constituye un pre-requisito para la concesión del encargo y cuyo significado consiste en una constatación formal ‘de la relación permanente de comunión y confianza’ entre el docente y la comunidad 5 JORGE OTADUY 8 académica oficial (“igual o equivalente a la exigida para el mismo nivel al correspondiente profesorado interino”) y de la Declaración eclesiástica, que —aún denominándose de idoneidad— corresponde, no se olvide, a la esfera de la capacitación técnica. La idoneidad excede el ámbito de la aptitud profesional, computable mediante titulaciones, méritos y baremos, y su valoración se abre a la esfera de cualidades y circunstancias personales. Pueden contribuir a formar el juicio del Ordinario acerca de la oportunidad del nombramiento —supuesta la capacidad del candidato— elementos dispares como las aptitudes, el estilo de vida, el estado civil o canónico, la profesión, el domicilio o la disponibilidad de tiempo, por señalar solamente algunos, de naturaleza ciertamente diversa. La valoración razonada de alguna de estas circunstancias no tiene por qué suponer discriminación vedada por el Derecho. Puede perfectamente suceder que la realización de los fines propios de la enseñanza religiosa escolar en un determinado ambiente social haga aconsejable contar con el trabajo de una persona consagrada —un religioso o una religiosa— mientras que en otro resulte más conveniente la presencia de una madre de familia. El Ordinario, que es quien confiere el encargo del profesor de religión en el ámbito canónico y efectúa después la propuesta para el nombramiento civil, está legitimado para tener en cuenta factores que la Administración educativa no se encuentra en condiciones de calificar porque se integran en un ámbito de motivaciones religiosas y eclesiales. Puede señalarse, a mayor abundamiento, que una proporción muy alta del profesorado de religión desempeña su tarea a tiempo parcial, por la sencilla razón de que ésta debe resultar compatible con la dedicación a su propia profesión civil, trabajo religioso u oficio eclesiástico. La idoneidad eclesial”. Cfr. G. GIOVETTI., Lo statuto giuridico degli insegnanti di religione. Alcuni punti sulle iniziative legislative della XIII Legislatura, en “Il diritto ecclesiastico”, Parte I (1997), p. 999. Abunda en la idea de la distinción entre competencia e idoneidad M. RODRIGUEZ BLANCO, El régimen jurídico de los profesores de religión en los centros docentes públicos, en “Il diritto ecclesiastico”, Fasc. 2 (2001), pp. 490-491. EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 9 para el desempeño de un determinado encargo docente pende, en ocasiones, de un elemento tan pegado al terreno —nunca mejor dicho— como es su domicilio y la posibilidad consiguiente de llevar a cabo un desplazamiento en circunstancias razonables de tiempo. La posibilidad misma de la figura del horario compartido entre centros — prevista expresamente en la legislación6 y muy extendida en la práctica— resultaría inviable si no se tuvieran cuidadosamente en cuenta factores de idoneidad, por así decirlo, de este tipo. En el caso de quienes se encuentran plenamente sujetos a la jurisdicción canónica en virtud de su condición eclesial —clérigos y religiosos— solamente el Ordinario puede calibrar si la dedicación docente en la enseñanza pública es compatible con el desempeño de sus propios oficios en la Iglesia. Algo análogo puede decirse de los laicos que ejercen bajo la jurisdicción del Ordinario otras tareas diocesanas, además de asumir docencia religiosa escolar. Nada de lo que aquí se dice ha sido objeto de consideración por parte del Tribunal Superior de Madrid en la Sentencia que ha dado origen a estas reflexiones. Es su criterio que todas las decisiones en materia de destino, cambio de jornada o movilidad intercentros quedan a la libre y unilateral determinación de la autoridad educativa, con tal que se salve el requisito “de la propuesta de idoneidad”, reducida en la mente del Tribunal —según me parece— a sólo requisitos de titulación académica. II. EL DERECHO CANÓNICO COMO PRESUPUESTO DE LA RELACIÓN ESTABLECIDA EN EL ÁMBITO CIVIL Vid. Orden de 11 de octubre de 1982. Profesorado de religión y moral católicas en centros de Enseñanza Media. Cláusula 7. “Los profesores de ‘Religión y Moral Católica’ podrán asimismo compartir su horario entre diversos centros de la misma localidad hasta alcanzar el régimen de dedicación correspondiente a su contrato”. 6 JORGE OTADUY 10 Resultaría inviable, en la práctica, un sistema de nombramiento de profesores de religión establecido de espaldas a la autoridad religiosa, o contra su criterio. Pero no son razones de tipo organizativo —con ser éstas de relevancia notable— las que hacen dudar del acierto de la solución pretendida por el Tribunal de Madrid. Hay otras, propiamente jurídicas, de mayor peso7. La configuración de la relación del profesor de religión con la Administración educativa como contrato de trabajo —la vigente opción normativa adoptada a resultas, en buena medida, de una lúcida doctrina jurisprudencial— no es el todo del fenómeno jurídico que estamos considerando. La fórmula laboral responde a la vertiente civil o estatal de la relación, pero hay una realidad anterior jurídico-canónica que se proyecta, en virtud del Acuerdo con la Santa Sede, sobre el Derecho del Estado. Ambas realidades no son completamente ajenas, sino que se implican y condicionan mutuamente8. No está fuera de lugar, por tanto, preguntarse qué es, en términos canónicos, el cargo de profesor de religión en la enseñanza oficial del Estado; cómo se configura canónicamente ese servicio y a qué categoría técnica pertenece. A mi modo de ver se trata de un encargo del tipo de los que el canon 228 § 1 del Código de Derecho Canónico denomina “munus” eclesial, que pueden también ejercitar los miembros laicos de la Iglesia. En efecto “los laicos que sean considerados idóneos —establece en mencionado canon— Vaya por delante la advertencia de que mi argumentación se desarrolla en el marco del ordenamiento jurídico vigente. No pretendo sostener que las soluciones actuales relativas al estatuto del profesorado de religión sean las mejores o hayan de considerarse definitivas. 7 He tenido oportunidad de referirme a algunas de estas cuestiones en J. OTADUY, Relación laboral y dependencia canónica de los profesores de religión, en “Aranzadi Social”, n. 14. Noviembre 2000, pp. 33-38; y también en J. OTADUY, Régimen jurídico español del trabajo de eclesiásticos y de religiosos, Madrid 1993. 8 EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 11 tienen capacidad de ser llamados por los Sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos (“munera”, “munus”) que pueden cumplir según las prescripciones del Derecho”. La llamada de la que se habla en la norma codicial entraña la capacitación jurídica proporcionada a la actividad que la autoridad eclesiástica encomienda. Cuando supone la atribución al sujeto de una participación en el ejercicio de la potestad de la Iglesia en sentido estricto, ese acto jurídico se denomina misión canónica. En el ámbito de la docencia de las ciencias sagradas, en el que no entra en juego propiamente el ejercicio de la potestad en sentido jurídico, no se habla de misión canónica sino de mandato de la autoridad. El canon 812 —aunque referido propiamente al nivel superior de la enseñanza— precisa, en efecto, que “quienes explican disciplina teológicas en cualquier instituto de estudios superiores deben tener mandato de la autoridad eclesiástica competente”. El mandato es personal. En la Iglesia católica, todo profesor de ciencias sagradas necesita mandato del Ordinario para la enseñanza de la correspondiente materia con garantía de catolicidad. Los profesores de religión católica no reciben una habilitación sino un mandato para la prestación de un servicio docente determinado. La Administración educativa recibe la propuesta del Ordinario tal cual es: no como habilitación (constatación de reunir requisitos de competencia profesional) sino como relación singularizada (que incluye indudablemente un destino determinado). Se llama propuesta en el sentido de que es a la autoridad educativa a quien corresponde formalizar en términos jurídico-civiles la previa relación canónica, a través del procedimiento que en cada caso se juzgue más adecuado (en la actualidad, mediante un contrato de trabajo), pero no en el sentido de que la Administración pueda rechazar al candidato o cambiar los términos de la relación anterior. El contrato que en cada caso corresponda establecer entre el profesor de religión católica y la autoridad académica se construye sobre la base de la relación jurídicocanónica precedente. JORGE OTADUY 12 La figura jurídica del mandato, en Derecho canónico como en Derecho civil, tiene un sentido marcadamente personal. En nuestro caso, no nos referimos al mandato como relación contractual, es decir, al contrato propiamente dicho. En la Iglesia, la relación fiel—autoridad pertenece al Derecho público. En realidad, el Ordinario procede al nombramiento —me refiero al ámbito canónico— del profesor, sin que resulte técnicamente exigible la aceptación por parte del designado, como sucedería si de una relación contractual se tratara. Con todo, la figura del mandato remite siempre al ámbito de las relaciones de confianza. El mandatario aparece como sustituto o alter ego del mandante, incluso en el supuesto de que no se configure la relación con carácter representativo. El mandato entraña alguna forma de gestión de intereses ajenos ante terceros, de ahí que se hable de la estructura triangular de la figura. Además de las relaciones externas, se encuentran las relaciones internas: las obligaciones entre el mandante y el mandatario, entre ellas la rendición de cuentas. En atención al marcado carácter personal, la extinción del mandato se produce, entre otras causas, por la libre revocación, a voluntad del mandante9. Es indudable que la figura ofrece precisas claves interpretativas de la peculiar relación establecida en vertiente canónica entre de los profesores de religión y el propio Ordinario. III. CONGRUENCIA ENTRE LA RELACIÓN CANÓNICA Y EL CONTRATO DE TRABAJO La cuestión es si el fenómeno jurídico objeto de análisis, con su peculiar régimen de convivencia entre relaciones, cabe en el Derecho del trabajo español vigente. La interrogación nos sitúa de manera muy precisa en el estricto ámbito de la técnica jurídica laboral. ¿Es incompatible con la naturaleza laboral del contrato la propuesta por parte del Ordinario de un 9 Cfr. F.Crespo Allué, La revocación del mandato, Madrid 1984. EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 13 profesor para un puesto determinado?; ¿supone tal propuesta lesión de los derechos del empleador?; ¿produce una erosión o menoscabo de alguna de las notas esenciales de la relación de trabajo, tal como la configura el artículo 1§1 del Estatuto de los Trabajadores? Si así fuera, habría que abandonar la solución laboral para buscar en el ámbito administrativo —otra vez— el realojo del colectivo. Considero, sin embargo, que no se produce la incompatibilidad insinuada. La propuesta de destino por parte del Ordinario no sustrae a la persona del docente del ámbito de dirección del empleador. La subordinación —que es la condición que principalmente debe ser traída en causa en este análisis— es nota esencial del contrato de trabajo por cuenta ajena y en este caso no deja de producirse plenamente, dentro de la particular esfera competencial del empleador en esta relación atípica. Es verdad que la Administración no interviene en la selección del personal, pero la relación laboral, una vez incorporado el profesor al Centro, permanece íntegra. El profesor de religión se sujeta al Reglamento de régimen interior y a cualesquiera normas disciplinares vigentes en el centro; no hay duda que corresponde a la autoridad educativa la concesión de permisos y licencias, la imposición de sanciones, la determinación de horarios de clase y el ejercicio de las facultades de organización. Esta es la tesis que ha venido manteniendo el Tribunal Supremo durante los últimos años al precisar que el empleador de los profesores de religión es el organismo correspondiente de la Administración educativa — Ministerio o Consejería— “por ser el destinatario de los servicios que le presta este personal; planifica, organiza y controla el trabajo; ejerce la potestad disciplinaria y son de su cargo todos los gastos que con ello se ocasionen, y sobre todo, es el obligado a remunerar a este profesorado”10. Tal es el grado de subordinación, se puede añadir, que Administración, por graves razones académicas o de disciplina, puede proceder a la cancelación 10 Sentencia del Tribunal Supremo, de 8 de mayo de 2000, entre otras muchas. JORGE OTADUY 14 del nombramiento11. Los profesores de religión, una vez incorporados al Centro, se sujetan a la disciplina común, de manera que puede hablarse con propiedad de su inserción en el ámbito organizativo de la empresa. La recepción de la propuesta del Ordinario, dicho en otros términos, no desnaturaliza la relación laboral (la subordinación al ámbito de dirección del empresario, como nota esencial de la figura) mientras que la atribución a la Autoridad administrativa de la exclusividad en materia de destino, determinación de jornada y movilidad del profesorado vacía sustancialmente los contenidos de la relación canónica previa. Tiene razón el Tribunal Superior de Madrid al sostener que “todo lo que viene después” de la propuesta es de la competencia de la empleadora, la Autoridad educativa, siempre que se entienda que la propuesta del Ordinario es singularizada. IV. LA EROSIÓN DE LA AUTONOMÍA DE LA IGLESIA La atribución a la Autoridad administrativa de la exclusividad en materia de destino, determinación de jornada y movilidad del profesorado de religión y moral católicas plantea dificultades desde el punto de vista de la libertad de organización así como del libre ejercicio de la jurisdicción de la Iglesia en su propio ámbito, que el Derecho español reconoce explícitamente en el Acuerdo sobre asuntos jurídicos (art. I§1 y 2)12. Caso de prosperar la tesis del Tribunal de Madrid, la Autoridad estatal (autonómica, en este caso) podría interferir, de modo indirecto pero no menos Orden de 11 de octubre de 1982. Profesorado de religión y moral católicas en centros de Enseñanza Media. Cláusula 3. 11 Art. I§1: “El Estado español reconoce a la iglesia Católica el derecho de ejercer su misión apostólica y le garantiza el libre y público ejercicio de las actividades que le son propias y en especial las de culto, jurisdicción y magisterio. Art. I§2: “La Iglesia puede organizarse libremente”. 12 EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 15 real, en el legítimo ejercicio de la jurisdicción por parte de los obispos. Algunas precisiones desde el punto de vista de la técnica canónica resultan imprescindibles en este lugar. En Derecho canónico, con el término Ordinario diocesano se alude a todas aquellas personas nombradas para regir la Iglesia particular diocesana —el Obispo— y a quienes en ella tienen potestad ejecutiva ordinaria — como vicarios generales y episcopales—. Si no consta lo contrario, la expresión Ordinario diocesano remite a oficios canónicos desempeñados en el ámbito de una circunscripción eclesiástica territorial, de manera que el ordinario diocesano es normalmente el Ordinario del lugar. En Derecho canónico, el territorio es uno de los principios de organización y delimitación de las comunidades. Introduce criterios de estabilidad, orden, certeza y seguridad en el desarrollo de la misión de la Iglesia. En las circunscripciones eclesiales de esta naturaleza, delimita el alcance de la jurisdicción13. Uno de los problema que plantea la intervención de la Autoridad educativa en los términos propuestos por el Tribunal de Madrid — estableciendo la asignación de Centro, la delimitación de jornada y la movilidad del profesorado— es que puede conducir, como he tenido oportunidad de advertir, a conflictos jurisdiccionales entre obispos, en el caso de que, por ejemplo, los iniciales destinos o posteriores traslados den lugar a cambio de diócesis. Se estaría imponiendo a un Ordinario diocesano el nombramiento —existe una relación canónica entre el profesor y la Autoridad religiosa— realizado por otro, en el ámbito de una jurisdicción diferente. Además, debe tenerse en cuenta que, conforme a las normas legales vigentes en España, la competencia del Ordinario sobre los profesores de religión por él propuestos no se limita al momento inicial de la relación sino que se extiende a todo lo largo de su natural desarrollo. La intervención de la Autoridad eclesiástica, en efecto, no se limita a verificar unos requisitos Nociones básicas de Derecho canónico pueden encontrarse, por ejemplo, en J. T. MARTÍN DE AGAR, Introducción al Derecho canónico, Madrid 2001. 13 JORGE OTADUY 16 formales o sólo iniciales, sino que se orienta a comprobar la posesión de unas cualidades personales duraderas, que garanticen el desarrollo de la función docente en un determinado sentido. Esa responsabilidad comporta el normal ejercicio de las facultades de gobierno que corresponden a la autoridad sobre la persona a la que ha encomendado un determinado encargo. Es indudable que esas facultades se verían mermadas al dirigirse a personas no sujetas, en sentido originario, a su jurisdicción. V. EL DESENFOQUE DE LA GUERRA DE JURISDICCIONES No es este el lugar para una consideración global del problema desde la perspectiva de los principios constitucionales que inspiran en España el régimen del factor religioso. No se encuentran completamente fuera de lugar, sin embargo, algunas breves reflexiones sobre el particular. Carece de sentido afrontar el régimen de la docencia escolar de la religión como si de una guerra de jurisdicciones se tratara. Estoy convencido de que no es ese el espíritu de la Constitución, ni el de los Acuerdos con la Santa Sede, ni de la legislación de desarrollo. Tampoco me parece correcto entender que se trata de un privilegio otorgado a una supuesta Iglesia dominante. La visión más adecuada se adquiere desde la Constitución, que garantiza el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. En la raíz misma de la cuestión jurídica objeto de estas reflexiones acerca del profesorado de religión católica, se vislumbra el mandato constitucional de protección de un derecho de los ciudadanos, y no la concesión de un privilegio —de dudosa legitimidad— a la Confesión mayoritaria. En este sentido, me parece desenfocada la afirmación del Tribunal de Madrid, en el fundamento tercero de la Sentencia, que omite la referencia constitucional y circunscribe el régimen de la enseñanza religiosa EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 17 escolar al “cumplimiento a la obligación asumida por el Estado español frente a la Santa Sede”. La propuesta específica del Ordinario no lesiona, en mi opinión, derecho alguno del Estado y resulta más congruente con los criterios que inspiran el tratamiento del fenómeno religioso por parte del Derecho español. Como he tenido oportunidad de señalar más arriba, la Administración no se encuentra en condiciones de valorar las motivaciones religiosas que aconsejan determinados nombramientos canónicos, no porque respondan a razones esotéricas o inconfesables, sino porque atañen a cuestiones relacionadas con la libertad de organización de la Iglesia y con el inevitable problema de las estrecheces a la hora de disponer de personas capaces, que compete resolver solamente a la propia Confesión religiosa. La laicidad del Estado aconseja, precisamente, un discreto pero firme distanciamiento de los asuntos religiosos, de manera que el enrredamiento de los poderes públicos en ese tipo de cuestiones organizativas que tocan a lo religioso sea el menor posible. La operación de asignación de centros y jornadas a los profesores de religión tiene indudablemente implicaciones en el desenvolvimiento de la vida de la Iglesia y no hay razones suficientes, en cambio, para pensar que se amenacen derechos fundamentales de las personas, lo que justificaría una intervención correctora de los poderes públicos. En el fondo de la argumentación del Tribunal de Madrid me parece entrever un modelo de estatuto del profesorado de religión no coincidente con el que deriva del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede. No entro a valorar cuál de ellos es mejor, pero son distintos. El Tribunal de Madrid parece pensar en un cuerpo estrictamente profesionalizado —aunque en régimen de interinidad, en atención al carácter temporal del contrato— y completamente independiente de la autoridad religiosa, salvo en el punto relativo a la habilitación. En cambio, el modelo implícito en el Acuerdo responde a la idea de un personal especializado, aunque subsidiario —especialmente en los niveles inferiores de la JORGE OTADUY 18 enseñanza—, que frecuentemente desempeña su labor mediante fórmulas de no plena dedicación y en un régimen de servicio flexible14. El segundo modelo me parece más congruente con algunos elementos fundamentales del sistema, recogidos explícitamente en el Acuerdo y reconocidos repetidamente por el Tribunal Supremo, como es la facultad del Ordinario de no proponer al inicio del curso escolar a quien desempeñaba la docencia el curso anterior15. Es claro que una fórmula tan abierta se compadece mal con una profesionalización tout court de esta categoría de profesorado. Por otra parte, el unilateralismo de corte estatal que rezuma el texto de la Sentencia choca abiertamente con la sensibilidad de quien se encuentra acostumbrado a manejar la legislación española específica relativa al fenómeno religioso. No es que el Ordenamiento exija acuerdo con las jerarquías confesionales para regular todos los asuntos que pudieran considerarse de interés común, pero es indudable que el hecho de la existencia de unos acuerdos generales —de rango internacional en el caso de la Iglesia católica— y el mismo compromiso constitucional de tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad, marcan su impronta en el estilo de las relaciones entre la Autoridad política y la Iglesia. No procede analizar ahora con detalle las formulaciones legales al uso, en las que abundan las menciones al común entendimiento entre las partes —aun en el caso de muchas normas unilaterales—, sino de llamar la No puede olvidarse que las propuestas del Ordinario se encuentran en función del variable número de vacantes de profesores que se produzcan cada curso escolar. La variación depende del numero de estudiantes que elijan el estudio de la religión y —en los niveles inferiores de la enseñanza— del número de profesores funcionarios que se muestren dispuestos a asumir la docencia religiosa. 14 Vid. sobre este aspecto particular G. E. RODRÍGUEZ PASTOR, Profesores de religión en centros docentes públicos. La no propuesta por el Ordinario diocesano para el año siguiente no supone un despido sino la extinción del contrato anual “ope legis”, en “Aranzadi Social”, n. 14. Noviembre 2000, pp. 29-33. 15 EL DISCUTIDO ALCANCE DE LA PROPUESTA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN 19 atención acerca de la necesidad de respetar lo que constituye, a mi juicio, patrimonio del espíritu constitucional y manifestación de buen sentido. Como he tenido oportunidad de señalar más arriba, la organización de un asunto de tanta trascendencia como es la docencia escolar de la religión no puede llevarse a cabo de espaldas a la Iglesia. Incluso quien pretendiera, como el Tribunal de Madrid, atribuir al Estado una competencia exclusiva en materia de destino, determinación de jornada y movilidad del profesorado de religión, debería, al menos, contemplar supuestos en los que resulte aconsejable la información a la autoridad religiosa o la actuación de conformidad con ella. No parece una desmesura que se advierta, al menos, la existencia de una autoridad religiosa. En el caso de un traslado de centro de un profesor de religión que suponga cambio de jurisdicción canónica cabría esperar —por señalar algún ejemplo que ilustre la idea— que la decisión administrativa se subordine al acuerdo previo entre el obispo a quo y el obispo ad quem. Son exigencias mínimas de respeto de la técnica jurídica y de sensibilidad social. No hay ni sombra de un planteamiento de este estilo en la argumentación judicial. El tema de la asignación de centros, determinación de jornada y movilidad del profesorado de religión toca aspectos delicados del estatuto de este personal y merece una consideración atenta, desde el punto de vista del Derecho estatal y del Derecho canónico, así como desde la perspectiva de los principios constitucionales que inspiran el régimen jurídico español del fenómeno religioso.