percepción del riesgo y prevención: el caso del alcohol en

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PERCEPCIÓN DEL RIESGO Y PREVENCIÓN: EL CASO DEL
ALCOHOL EN ADOLESCENTES Y JÓVENES
Línea Temática: 4. Educación y Promoción de la Salud, Calidad de Vida y
Medio Ambiente
Cobos Sanchiz, David
Dpto. de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Pablo de Olavide. Carretera
de Utrera, km. 1, 41013, Sevilla, ESPAÑA [email protected]
Resumen: El consumo de alcohol entre los adolescentes, sobre todo en fines de semana, se ha
convertido en los últimos años en un grave problema de salud pública constatado por distintos
estudios y encuestas. El número de jóvenes que consume alcohol se ha estabilizado en los últimos
años en un número muy alto: casi el 60% de los jóvenes. Casi la tercera parte de los estudiantes se
ha emborrachado alguna vez en los últimos 30 días. Entre los escolares que declararon haber
consumido alcohol en el último mes, la mitad (44,6%) se ha emborrachado. A pesar de estas cifras, el
alcohol no se percibe como una sustancia peligrosa. Sólo el 9% de chicos y chicas tiene la
percepción de consumir mucho o bastante alcohol. La percepción del riesgo es muy baja entre la
población adolescente. La ponencia subraya la importancia de trabajar sobre esta percepción del
riesgo en adolescentes y jóvenes como elemento fundamental para la prevención, así como la
necesidad de retrasar al máximo posible la edad de acceso al consumo de alcohol entre los y las
menores de edad.
Palabras Clave: prevención, promoción de la salud, factor de riesgo, drogodependencias, juventud.
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El Alcohol en los adolescentes y jóvenes
Según EDADES, Encuesta Domiciliaria sobre Alcohol y Drogas del Plan Nacional sobre Drogas
(2009-2010), el Alcohol es la sustancia más consumida en España, con una prevalencia de consumo
en el último año del 78,7%. Respecto a los datos de 2007, últimamente han aumentado los consumos
intensivos de alcohol, siendo la población joven la que representa una tendencia mayor (y creciente)
a las borracheras. El consumo se concentra en los fines de semana, siendo la cerveza la bebida más
consumida. Si en 1994 el 20% de los jóvenes se emborrachaba una vez al mes, en 2008 lo hacía el
50%. Como ejemplo concreto, la encuesta pone de relieve que de los jóvenes de 15 a 24 años, el
28,4% de los chicos y el 17,9% de las chicas consumieron alcohol en forma de atracón o binge
drinking, esto es, la ingesta de cinco o más bebidas alcohólicas (hombres) y cuatro o más (mujeres)
en la misma ocasión, en el plazo de un par de horas. En 2009, el 14,9% de la población de 15 a 64
años hizo binge drinking (70% de hombres y 30% de mujeres). El binge drinking se da
fundamentalmente en hombres de 15 a 34 años.
Las mujeres beben menos que los hombres, pero no las jóvenes, que beben tanto como ellos. Casi
un 5% de las chicas entre 15 y 19 años está en el grupo de bebedores de riesgo o gran riesgo. El
consumo de riesgo ha aumentado. Se bebe más cantidad en menos tiempo. 10 centímetros cúbicos
de alcohol puro, es decir, una copa de vino, una caña o medio combinado, es la cantidad conocida
como unidad de bebida estándar. El consumo de riesgo está en 3 unidades diarias para las mujeres y
5 para los hombres. También es consumo de riesgo tomar 8 unidades en poco tiempo. Hay más
bebedores de riesgo hombres que mujeres, y más jóvenes que adultos.
En la última Encuesta EDADES 2009/2010 se realizó por primera vez en España un estudio a partir
del AUDIT (Alcohol Use Disorders Identification), una Escala Internacional desarrollada por la
Organización Mundial de la Salud. Se trata de un cuestionario que consta de diez preguntas que
abarcan el consumo de alcohol, la conducta asociada y los problemas derivados. Permite identificar
consumos de riesgo y presencia de dependencia. Se obtuvieron 18.717 cuestionarios válidos de
personas que consumieron alcohol alguna vez en su vida. A un 7,4% de ellas se les puede atribuir un
consumo de riesgo/perjudicial, lo que supondría dos millones de personas (1.320.000 hombres y
680.000 mujeres). Un 0,3% de las personas que han consumido alcohol alguna vez en su vida
muestran posible dependencia, lo que supondría 90.000 personas (75.600 hombres y 14.400
mujeres). En 2009, el 23,1% de la población de 15 a 64 años se emborrachó en los últimos doce
meses (67% de hombres y 33% de mujeres), apreciándose una tendencia ascendente en ambos
sexos y en todos los grupos de edad.
Los datos confirman además que el alcohol está presente en el 90% de los policonsumos. El
policonsumo de drogas legales e ilegales es un patrón de consumo cada vez más prevalente en
España y Europa. Se busca potenciar o compensar los efectos de diferentes drogas. Aumenta los
riesgos y los problemas asociados y dificulta su tratamiento. El 50% de los consumidores de
sustancias psicoactivas consumen dos o más sustancias, estando el alcohol presente en el 90% de
los casos.
El consumo de alcohol entre los adolescentes, sobre todo en fines de semana, se ha convertido en
los últimos años en un grave problema de salud pública, distintos estudios y encuestas constatan este
fenómeno:
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Los adolescentes empiezan a beber antes de los 14 años.
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El número de jóvenes que consume alcohol se ha estabilizado en los últimos años pero en un
número muy alto: casi el 60% de los jóvenes ha consumido alcohol en el último mes.
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La tendencia a emborracharse los fines de semana se ha incrementado en seis puntos en sólo
dos años. Casi la tercera parte de los estudiantes (29%) se ha emborrachado alguna vez en los
últimos 30 días. Entre los escolares que declararon haber consumido alcohol en el último mes, la
mitad (44,6%) se ha emborrachado. Un dato que en 2006 era del 44%. Se ha importado a
España entre los jóvenes un modelo de consumo de alcohol más similar al británico. Cada vez es
más frecuente el consumo elevado de alcohol en cortos períodos de tiempo.
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Entre los adolescentes que consumen alcohol es más frecuente el consumo adicional de otras
drogas como cannabis o cocaína.
Concretamente de ESTUDES, la Encuesta Estatal sobre Uso de Drogas en Estudiantes de
Enseñanzas Secundarias recabamos esta otra información que nos sirve para completar una
radiografía de la situación real:
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El Alcohol es la droga más consumida por los estudiantes de 14 a 18 años con una prevalencia
del 73,60%. El consumo está ligeramente más extendido entre las mujeres (73,8% de ellas frente
a 73,30% de chicos), aunque los hombres que consumen, lo hacen en mayor intensidad.
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El alcohol es la sustancia que se percibe como menos peligrosa. Muchos adolescentes no
consideran peligroso el consumo de alcohol.
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Sólo el 9% tiene la percepción de consumir mucho o bastante alcohol. La percepción del riesgo
es muy baja entre la población adolescente.
Este último aspecto de la percepción del riesgo es fundamental de cara a la prevención. En el
consumo de drogas, en sus estrategias de prevención, tradicionalmente se ha partido de la base de
que existía una correlación entre la percepción del riesgo y el comportamiento de consumo, esto es,
era en aquellos colectivos en los que la percepción del riesgo era menor donde se producía una
mayor prevalencia de consumo. Por tanto, una primera estrategia (muy lógica, por otra parte) es
desarrollar campañas informativas extensas para dar a conocer los efectos y perjuicios de las
sustancias, en la idea de que conocer los riesgos es el mejor camino para después evitarlos.
Por supuesto esto es muy relevante como primer paso, porque no se puede prevenir lo que no se
conoce. Pero posteriormente se ha podido comprobar que la correlación entre información recibida y
descenso de los consumos no era tan nítida, tan clara, ni tan directa. La primera respuesta a esta
situación es simplemente pensar que las personas pueden llegar a actuar de forma irracional. Sin
embargo, las variables que explican estos comportamientos tienen que ver con la construcción social
de los riesgos. Al igual que no existe un modo universalmente compartido de interpretar la realidad
social, la percepción del riesgo implica creencias, juicios y sentimientos, así como valores y la
disposición en sentido amplio que las personas adoptan frente a los riesgos y sus beneficios o
perjuicios.
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Evolución del riesgo percibido ante el consumo habitual de drogas, 1994-2010.
Fuente: ESTUDES, 2010
La percepción del riesgo es multidimensional: un riesgo concreto significa cosas distintas para
personas distintas y cosas distintas en contextos diferentes. La percepción del riesgo es un fenómeno
de carácter humano y social y la actitud ante el riesgo tiende a estar influenciada por la cultura, los
argumentos políticos o los económicos tanto como los científicos. En ocasiones se llega a
sobredimensionar un riesgo para la salud o se minimiza otro, sin tener en cuenta en absoluto las
evidencias científicas. Una persona o un colectivo vivencia el riesgo de manera diferente
dependiendo de su posición sociocultural. Las creencias y valores compartidos por los grupos
sociales influyen en lo que se considera o no como riesgo, aspecto de vital importancia en la
adolescencia. En cierto modo se podría decir que cada grupo social selecciona los riesgos que quiere
prevenir y los que está dispuesto a asumir.
Para analizar la percepción del riesgo existen multitud de factores. Un primer análisis demuestra que
los individuos tienden a infravalorar los riesgos personales a la vez que valoran esa misma conducta
en los demás como mucho más arriesgada. En este sentido, existe lo que se ha venido en llamar la
negación del riesgo y la ilusión de control, aspecto especialmente significativo en la adolescencia. En
definitiva, el afrontamiento de los riesgos sólo puede abordarse seriamente teniendo en cuenta tanto
su manifestación objetiva (consecuencias reales que puede tener en la salud) como la subjetiva (dada
por la percepción del riesgo de la persona), porque de esa percepción subjetiva depende la
voluntariedad de la exposición y, por tanto, su mayor o menor posibilidad de prevención. Dicho de
otro modo, no se pueden emprender acciones informativas o, en general, preventivas, sin tener en
cuenta el imaginario colectivo y las expectativas del grupo a las que van dirigidas, en este caso los
adolescentes y jóvenes.
Hemos dicho antes que, en ocasiones, se llega a sobredimensionar un riesgo para la salud o se
minimiza otro, sin tener en cuenta en absoluto las evidencias científicas. Un caso que ejemplifica
perfectamente esta situación está referido al VIH-SIDA. Un estudio publicado en la Revista Española
de Salud Pública, pone de manifiesto que el riesgo de infección ha aumentado entre las mujeres
jóvenes en los últimos años por la disminución de la percepción del riesgo y, en consecuencia, por el
relajamiento en la adopción de medidas preventivas. Más información en:
http://www.andaluciainvestiga.com/espanol/noticias/8/9049.asp
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Sobre el consumo de drogas en concreto hay varias evidencias empíricas:
-
El consumo tiene un alto componente de aprendizaje y experimentación.
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Hay una aceptación del consumo en los espacios de ocio frente a un rechazo claro en contextos
de trabajo o estudio.
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El discurso del control y el límite se proyecta sobre los demás en función de las franjas de edad.
Con lo cual el discurso inicial de asunción de la peligrosidad del consumo de sustancias,
fácilmente acaba transformándose en una problema “de los otros.”
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Se acepta la visión de que en este campo todo va a peor, de manera que se justifica la
experimentación propia y previa porque “ahora es más”, “ahora es peor”…
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El grado de riesgo percibido es alto cuando se refiere a las sustancias ilegales pero mucho menor
cuando se refiere a las legales: tabaco, alcohol…
Como estamos viendo, el consumo de alcohol a edades tempranas constituye un serio problema
contra el que es preciso actuar. Entre otras cosas, porque el consumo abusivo de alcohol puede
dañar de manera irreversible el desarrollo del cerebro de los menores de 25 años, ya que es a esta
edad cuando termina de madurar. Los daños neuronales que se producen durante esa etapa de
maduración y desarrollo pueden llegar a ser irreversibles. Diversos experimentos han demostrado
que la mayor neurotoxicidad se produce en regiones implicadas en la memoria y el aprendizaje, como
son el hipocampo y la región prefrontal. Por ello, los adolescentes con altos índices de consumo
concentrado en poco tiempo (que como ya hemos visto, tienden a crecer en número), tendrán
problemas en el medio escolar y también en la conducta ya que se ha constatado que se vuelven
más agresivos. Además, los jóvenes que se inician a una edad temprana en su ingesta, aumentan
sus posibilidades de llegar a ser alcohólicos y adictos a otras sustancias.
En las encuestas que les realizan a los jóvenes admiten que beben porque "lo hace todo el mundo" y
tienen la sensación de que "quien no lo hace es un pringao”. Hay que tener en cuenta que la
adolescencia constituye un período de desarrollo clave en las personas. El desarrollo humano avanza
en este período vital mediante la actualización de capacidades que permiten la convivencia social
positiva, rescatando las necesidades personales y el progreso colectivo en un ajuste e integración
transformadores. El lapso entre los diez y los catorce años marca aspectos diferenciales en el
desarrollo que se reflejan en importantes transformaciones psicosociales. Es, aproximadamente, en
estas edades cuando se inician las modificaciones sexuales y culmina de la fase puberal. Si bien, en
concordancia con los cambios biológicos que marcan el término de la niñez, desde el sector salud se
considera que la adolescencia comienza a los 10 años. La OMS considera su conclusión a los 20
años, si bien extiende la juventud hasta los 24. En la adolescencia se replantea la definición personal
y social del ser humano a través de una segunda individuación que moviliza procesos de exploración,
diferenciación del medio familiar, búsqueda de pertenencia y sentido de vida (Krauskopf, 2011). Tal
situación se hace crítica en los tiempos actuales, pues los y las adolescentes son los portadores de
los cambios culturales. Demandan, para el medio adulto una reorganización de esquemas
psicosociales que incluyen el establecimiento de nuevos modelos de autoridad e innovadoras metas
de desarrollo. Es necesario abandonar la imprecisión en que se incurre al considerar la adolescencia
como una transición –esta noción era funcional solamente en los tiempos en que la pubertad marcaba
el pasaje directo a la adultez.
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A partir de los 10-12 años se da una fuerte preocupación por lo físico y emocional. Se produce una
reestructuración del esquema e imagen corporal y una emergencia de ajuste y cambios sexuales,
físicos y fisiológicos. También fluctuaciones en el estado de ánimo y afirmación a través de la
oposición. Con la adolescencia inicial (13-14 años) se acrecienta la preocupación por la afirmación
personal y social y la diferenciación del grupo familiar. Hay un fuerte deseo de afirmar el atractivo
sexual y social, emergentes impulsos sexuales y exploración de las capacidades personales. A un
tiempo, se produce una creciente dificultad parental para cambiar los modelos de autoridad que
ejercieron durante la niñez. Como dice Krauskopf, en la adolescencia las personas nacen para la
sociedad más amplia y por lo tanto se inicia un desprendimiento del sistema familiar que lleva a una
resignificación de las relaciones. La construcción de la individuación desata duelos importantes para
las figuras parentales: el duelo por la pérdida de su hijo-niño, el duelo por el adolescente que
fantasearon, el duelo por su rol de padres incuestionados. Se conforman nuevas condiciones para el
desarrollo social que contribuyen a la diferenciación del grupo familiar y a la autonomía. Se
desencadenan procesos que van concretando las bases para la construcción de los roles y
perspectivas de la vida en el contexto de las demandas, recursos y limitaciones que ofrecen las
sociedades en sus entornos específicos y en un momento histórico dado.
La segunda etapa de la adolescencia (14-16 años), coincide con la práctica finalización de los
cambios físicos más relevantes. Los amigos son ahora el centro de su experiencia de vida. Con ellos
se puede compartir gustos, aficiones y actividades y la necesidad de integración en el grupo es
esencial para el aprendizaje y el proceso de socialización. En cierta manera, el grupo de amigos
constituye ahora la familia y entra en competencia directa cuando los padres, madres y familiares
directos reclaman su anterior espacio. El grupo de pares se convierte así en un verdadero espacio de
desarrollo alejado del control adulto, donde el adolescente se inicia en los consumos experimentales
de diversas sustancias. Ahora precisa de aceptación, de popularidad… y para obtenerla, o dudará en
fumar, beber o practicar algunas actividades que entrañen riesgo.
Entre los 16 y los 18, los cambios hormonales, las dificultades de adaptación a los cambios y la
necesidad de sentir independencia les llevan a situaciones complejas en las que el estado de ánimo
fácilmente se ve alterado. Los adolescentes buscan un espacio cada vez más alejado de la familia y
ocupan plazas, calles y parques como lugares de encuentro aunque, más recientemente, también se
produzcan esos encuentros de manera virtual, utilizando las posibilidades que ofrecen las redes
sociales. Se produce ahora un momento de expansión en el que se establecen un buen número de
rituales grupales que se desarrollan en el contexto del grupo, muchas veces de carácter clandestino,
ya sea por la expresa prohibición de los adultos o por el riesgo que intrínsecamente conllevan.
Los adolescentes y jóvenes empiezan a beber porque los demás también lo hacen, sí… pero también
por las expectativas que tiene respecto a la bebida y que se relacionan muy directamente con la
diversión y por ser un acto normalizado en el mundo adulto al que ahora pretenden acceder. Los
mitos y creencias sobre el alcohol les llegan a los jóvenes de sus propios mayores que les han ido
imbuyendo, generalmente sin saberlo, en un largo y complejo proceso de aculturación en el que el
alcohol ha corrido alegremente cada vez que se ha celebrado una fiesta o un evento de especial
significación. La televisión, el cine, la publicidad de diversos medios se ha encargado también de
ofrecer una singular visión positiva del alcohol que los adolescentes y jóvenes obviamente acaban por
hacer propia y relacionando de manera natural con la diversión y, en definitiva, como algo que les
ayuda a pasarlo bien e intrínseco al modelo de diversión hegemónico (MDH), más conocido como
“salir de marcha”.
Este modelo, en cierto modo, fundamentalmente nace en nuestro país hacia el final de la dictadura y
se desarrolla en la transición democrática. Según un estudio realizado por IRFREA (Red de
Profesionales en Prevención de Drogas) fueron los jóvenes de los años 60, 70 y 80, sobre todo de la
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zona de Ibiza, quienes contribuyeron a desarrollar una fuerte industria turística vinculada a la “Fiesta”
con un código común: el encuentro e interacción interpersonal, con música, fantasía y también para
algunos, el consumo de sustancias que ayudan a modificar el estado de ánimo y la conciencia,
haciendo de éstas últimas el elemento fundamental del ritual. Posteriormente la capital de España
ofreció con la “Movida” las claves de ocupación popular de las calles que posteriormente han
devenido en el botellón y otras manifestaciones similares.
La prevención: un instrumento imprescindible
Como recientemente ha manifestado el director general de la FAD, Ignacio Calderón, realmente ya
"ha llegado el momento del alcohol". No se trata ahora de abrir una cruzada contra el alcohol ni de
proponer una nueva “Ley Seca” pero no es menos cierto que es necesario involucrar a toda la
sociedad en general en una honda reflexión sobre el tema porque, cifras cantan, se trata de un
problema de profundo calado que está afectando a toda la sociedad, atravesando transversalmente
todas las edades y capas sociales.
La diversión es una moneda de doble cara. Es indudable su faceta positiva, lo que no impide analizar
otros aspectos asociados al fenómeno que tienen mucho que ver con la forma en que socialmente se
construye el significado y los contextos de la diversión. Existe una importante elaboración teórica,
diversa y analítica respecto al significado que está adquiriendo la diversión en las sociedades
desarrolladas del siglo XXI (Brukner 2002, Marina 2000, Rifkin 2000, Sissa 2000, Lipovetsky 2003,
Verdú 2003). Un elemento común en estos autores es su mirada crítica a la función consumista y
alienante que lleva incorporado el significado que está adquiriendo la diversión al igual que otros
ideales a los que va vinculada: placer, felicidad, amor, aventura, etc. Todos estos autores advierten
que existe una dinámica en nuestra sociedad que promueve la lógica de un estilo de diversión muy
orientada al consumismo, donde ha encajado perfectamente como un elemento más y esencial el
consumo de drogas. Todos estos autores también apoyan la idea que la diversión, su estructura,
significado y sus distintas manifestaciones forman parte de contextos creados socialmente,
responden a dinámicas organizadas y que están estructuradas en función de intereses e ideales
sociales.
Como afirma Calafat (2007), quizás se esté dando un traspaso, de formación en valores
fundamentales, hacia esos nuevos ámbitos de ocio, tiempo libre, diversión. La diversión ha sido el
ideal que ha motivado la creación de una industria potente y lucrativa de tal dimensión que “los
desembolsos en ocio y diversiones han sobrepasado, incluso en los últimos tiempos de crisis, a los
de comida y bebida en el último presupuesto familiar” (Verdú 2003). La ficción o el espectáculo se
apropian incluso de los espacios más cotidianos, restaurantes, calles, aeropuertos. El dominio del
consumo, del espectáculo y la ficción invade y da forma a la vida cotidiana, la ciudad, los valores y la
moral. En la actualidad disponer de tiempo libre y divertirse ha pasado a ser uno de los requisitos
claves de la definición de calidad de vida tanto para adultos como para jóvenes, con bastante más
impacto en estos últimos. El aumento del tiempo de ocio para grupos amplios de población ha sido en
las sociedades industriales occidentales el resultado de una larga conquista social. Y los jóvenes han
aprendido que en los espacios de diversión es donde más fácilmente adquieren lo que más les está
importando, además de la diversión en sí misma, como pueden ser estrategias y habilidades de
comunicación y capital social.
El propio Calafat viene desarrollando un constructo que trata de definir la actividad de ocio preferida
de los jóvenes españoles actuales, “salir de marcha”: el Modelo de Diversión Hegemónico (MDH). Las
notas definitorias de este Modelo serían:
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Es popular
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Expansivo
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Excluyente de otras formas de diversión y de gestión del tiempo libre
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Apoyado por intereses económicos
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Promociona una diversión instantánea, rápida
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Contribuye a la formación en valores
-
Incorpora riesgos para la salud
-
Se alía con el consumo de drogas
-
Se apoya en elementos culturales diferenciadores como la música y la estética
-
Construido y apoyado por diversos colectivos profesionales
En este sentido, España ha sido y sigue siendo un lugar privilegiado y mítico de la fiesta y la diversión
para los jóvenes europeos. En las últimas dos décadas la diversión nocturna ha ido generando
nuevos escenarios, y casi siempre emparentadas a movimientos juveniles y una industria emergente:
la “movida” madrileña, la ruta del bacalao, el fenómeno del botellón en la mayoría de ciudades, los
grandes festivales veraniegos, las grandes concentraciones de discotecas (como en Ibiza), etc. En
este contexto, la prevención supone la mejor fórmula para alejar a los potenciales bebedores de una
droga legal que causa verdaderos estragos, especialmente entre la población más joven.
Menores y consumo de Alcohol en el Botellón
Al revisar los efectos que esperan conseguir tras la ingesta de alcohol, llama la atención que todos los
jóvenes inciden en los aspectos positivos —experimentar más euforia, estar más hablador…— que
derivan de un consumo moderado a corto plazo. La baja vulnerabilidad de los adolescentes a los
efectos sedativos y motores (Crews et al., 2000; White, Ghia, Levin, y Swartzwelder, 2000) permite
comprender que continúen bebiendo en mayor medida que una persona adulta. Por ello es posible
que alcancen concentraciones de alcohol en sangre más altas sin llegar a experimentar una gran
incapacitación. Sin embargo, estos jóvenes son más vulnerables que los adultos a algunas
alteraciones cognitivas producidas por el consumo de alcohol (García-Moreno et al., 2004; Tapert y
Brown, 1999). La combinación de estos aspectos: una reducida susceptibilidad a la sedación y a la
incoordinación motora, junto con una mayor sensibilidad al déficit cognitivo, incrementa la
probabilidad de experimentar consecuencias negativas a medio-largo plazo, de las cuales los jóvenes
no suelen ser conscientes (Cortés, Espejo, Giménez, 2008). Son varios los estudios que revelan que
el consumo abusivo de alcohol durante la adolescencia puede alterar el desarrollo del cerebro en
proceso de maduración, repercutiendo tanto a nivel psicológico como comportamental (Spear, 2002;
Tapert, 2007; Winters, 2004). Además, las alteraciones estructurales producidas en diferentes áreas,
como el hipocampo o los lóbulos frontales permiten entender la presencia frecuente de lagunas de
memoria, el enlentecimiento en el procesamiento de la información o la mayor dificultad que muestran
estos jóvenes para fijar su atención en tareas concretas (Brown, Tapert, Granholm y Delis, 2000;
Cadaveira, 2009; DeBellis et al., 2000).
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En definitiva, el alcohol interfiere en el desarrollo de capacidades básicas y esenciales que se
adquieren durante esta etapa: el pensamiento abstracto, la lógica preposicional (capacidad para
formar hipótesis y considerar posibles soluciones) y la metacognición (la capacidad de percibir y
analizar los propios procesos de pensamiento). Todas estas capacidades son esenciales para el logro
de objetivos propios de esta etapa como la planificación del futuro profesional o la consolidación de
un grupo de referencia reforzante a medio y largo plazo (Fernández, Calafat y Juan, 2004).
Este es, a nuestro juicio, el principal problema del Botellón, la participación en un entorno de fuerte
presión social hacia el consumo de alcohol, de menores en formación bio-psico-social que pueden ver
dañada su salud presente y futura. La presencia de menores en los botellones es mucho más intensa
de lo que podía intuirse. Tanto en pueblos como en ciudades el porcentaje de los que asisten
stemáticamente presenta un progresivo incremento hasta alcanzar, a partir de los 17 años, a la
práctica totalidad de la población (Navarrete, 2003).
Son muchas las investigaciones que han encontrado en la influencia de los compañeros uno de los
principales factores de riesgo en la parición de conducta antisocial en los adolescentes. También
numerosos autores han relacionado la ausencia total de supervisión de la conducta de niños y
adolescentes por parte de figuras adultas con la aparición de problemas de conducta. Estas
evidencias justifican que la participación de los jóvenes en el botellón se puede considerar como un
factor de riesgo para la aparición de problemas con el alcohol y otras drogas.
Gómez, Fernández, Romero y Luengo (2008), en un estudio desarrollado en Lugo, ponen de
manifiesto que los jóvenes que asisten regularmente al botellón presentan mayores problemas
relacionados con el abuso del alcohol y de otras drogas y con la realización de actos vandálicos. Esta
relación se produce con mayor intensidad en los estudiantes de menor edad. Los alumnos de ESO
presentan menores consumos y menor participación en botellones pero quienes asisten
habitualmente manifiestan un mayor número de problemas relacionados con el consumo de alcohol y
otras drogas, siendo también los que realizan mayor número de conductas vandálicas. Esa relación
no es tan intensa en jóvenes de otros niveles educativos. Por ejemplo, en los universitarios que
participan presentan consumos menores de tabaco y cannabis que aquellos que beben fuera del
botellón. Tampoco se produce un incremento relevante de los problemas con otras drogas o en la
implicación de actos vandálicos. Es por eso que subrayamos como conclusión más destacada (y
como propuesta operativa a desarrollar en los próximos años), la importancia de retrasar al máximo
posible la edad de acceso al consumo de alcohol.
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Reseña Curricular de la autoría
David Cobos Sanchiz es Doctor por la Universidad de Sevilla, Licenciado en Filosofía y Ciencias de
la Educación por la misma Universidad, Máster en Gestión de la prevención por el Instituto Europeo
de Salud y Bienestar Social y Experto en E-Learning por la Universidad Camilo José Cela. Trabaja en
el mundo de la formación y la educación desde 1996, alternando labores docentes y de gestión.
Actualmente es profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (con Mención de Excelencia
Docente 2007-2010), Profesor Honorario de la UNAN-Managua y miembro del Grupo de Investigación
GEDUPO, incluido en el Plan Andaluz de Investigación. Es miembro del Consejo Editorial de la
revista Hekademos, del Consejo Científico de la Revista de Educación de Extremadura-REDEX y
miembro del Consejo Consultivo de la revista Salud de los Trabajadores. Ha colaborado en materia
de educación, formación e investigación con la Universidad de Sevilla, Universidad Politécnica de
Madrid, Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), Universidad
Iberoamericana de México, Fundación ISTAS, Instituto Sindical de América Central y El Caribe y
FOREM, entre otras entidades. Ha sido Director e Investigador Principal o miembro investigador de
varios contratos de I+D y proyectos de Investigación y Cooperación al Desarrollo implementados en
España y Latinoamérica, auspiciados por las Agencias Española y Andaluza de Cooperación
Internacional, el Ministerio de Trabajo e Inmigración de España, el Excmo. Ayuntamiento de Dos
Hermanas (Sevilla) y la Universidad Pablo de Olavide, entre otras entidades. Interviene con asiduidad
en Jornadas, Seminarios y Congresos a nivel nacional e internacional. Algunas de sus publicaciones
se pueden consultar en:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/busquedadoc?db=2&t=%22David+Cobos+Sanchiz%22&td=todo
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