El designio de la II República. Murcia

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AZAÑA, ORTEGA Y BESTEIRO:
EL DESIGNIO DE LA II REPÚBLICA
Con más pena que gloria ha languidecido la conmemoración del setenta
aniversario de la II República Española. Todavía, hoy, resulta difícil hablar con
cierta ecuanimidad de aquellos años. En plena transición no era correcto, por
responsabilidad, reivindicar el legado de lo que el profesor Fontana ha llamado “la
herencia de la II República española”1 y su programa reformista. Sus protagonistas
han sido postergados, en el mejor de los casos, a estudios – más o menos eruditos –
que intentan desactivar el mensaje originario y las políticas por ellos realizadas.
A pesar de todo y de todos, los acontecimientos históricos son tozudos: La
instauración de la II República española fue fruto de unas elecciones democráticas,
su fin un golpe de Estado militar. Sigue justificando la derecha política el golpe
militar de julio de 1936, ¡sesenta y cinco años más tarde!, como una acción
contrarrevolucionaria, ya que la situación en la España del 36 era la de una
revolución marxista alentada y dirigida por el comunismo internacional.
No entiendo porqué este empecinamiento histórico. Si se acude a los
artífices, a los maître penseurs del 18, de julio lo dicen muy claro: oigamos al
General Mola: “Sería un error funesto plantear la batalla a la revolución en el
terreno del sufragio y de la actuación legalista (...) Hay que evitar las elecciones,
de las cuales sacarían algunos partidos de izquierda argumentos para intervenir en
el Gobierno (...) Nada de turnos ni transacciones; un corte definitivo, un ataque
contrarrevolucionario a fondo es lo que se impone..., la destrucción del régimen
político actualmente imperante en España (...) En el porvenir, nunca debe volverse
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a fundamentar el estado ni sobre las bases del sufragio inorgánico, ni sobre el
sistema de partidos ... ni sobre el parlamentarismo infecundo”2. Una solución final
a la española.
¿Pero por qué planteamos estas cuestiones? Todo ello es fruto del
revisionismo histórico que nos invade desde hace una década, orientados por
algunos departamentos universitarios, verdaderas plataformas mediáticas, por
revistas y fundaciones, por algún programa de apariencia cultural en TVE, con
acompañamientos de palmeros y entusiastas varios: Muchos de ellos lo hacen
desde instituciones dependientes del Gobierno conservador de Aznar, otros son
simplemente voluntarios meritorios (los peores y más ineptos); sólo queda apuntar
que todos ellos replantean y trazan la Historia de España a su conveniencia; cosa
hoy admitida como algo natural.
La gran tentación está ahí, y se llama reescribir la historia. Caer en ella es
una manera de responder desdibujando y perfilando acontecimientos en función de
su conveniencia y del presente. Y junto a ello, a la vez califican con desdeño y
peyorativamente a historiadores como Vicens Vives, Jackson o Tuñón de Lara. El
revisionismo historiográfico opera como complemento del político. Por arte de
birlibirloque desaparece de nuestra historia del XIX: reaccionarios, integristas,
“neos”, serviles, curas trabucaires, etc. Todo está homologado y homogeneizado,
sin aristas... lo liberal puede con todo, a veces se acepta el adjetivo “conservador”.
Falta de rigor intelectual e histórico que enmascara y falsea la compleja realidad, y
por contra los partidos de izquierda acaban fatídicamente en anarquismo o
bolchevismo.
Todo se interpreta desde esta “paradisíaca” realidad española, desde
Cánovas a Felipe II. Es la historia vista y adaptada a la situación actual. Algunos,
en pleno delirio onírico, y bien correspondido encuentran el llamado Estado de
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Bienestar en la España posterior al Plan de Estabilización de 1959 (Jiménez
Losantos en el programa de Sanchez Dragó); el europeísmo en los tecnócratas
opusdeistas, etc. Nadie quiere ser lo que fue y quieren parecer lo que nunca ha
sido. La astucia de la razón en forma de indignidad e inautenticidad, el oropel de la
historia que encuentra lo que busca.
Cualquier tarea intelectual precisa de la ausencia de prejuicios y de un
mínimo de honradez, sólo de este modo podremos abordar la lectura de nuestro
pasado
sin
caer
en
mitificaciones,
mixtificaciones,
falsas
retóricas
o
interpretaciones apriorísticas y coloreadas. No son sueños de un arbitrista o de un
doctrinario, y por ello, se quiera o no, el legado de la II República se ha ido
incorporando a la vida española. Rodríguez-Piñero lo constataba en un lúcido
artículo poniendo de manifiesto como “los principios que están detrás de nuestra
democracia parlamentaria... son valores constitucionales cuyo precedente y modelo
inmediato está en la Constitución de 1931 (...) el que la monarquía sea nuestra
forma de gobierno ha hecho incómodo hablar de los <valores republicanos>, que
son una serie de valores, que son una serie de valores y principios éticos que
conforman el conjunto del sistema político... La consolidación y la pervivencia de
nuestra democracia debe tener en cuenta esos viejos valores republicanos y los
objetivos de renovación y modernización de la sociedad española, más justa e
igualitaria, que el republicanismo histórico intentó pero no logró”3.
LA II REPÚBLICA, EMBLEMAS Y SIGNIFICADOS
En España, las peripecias de la República de Weimar pasaron
desapercibidas, nadie ayudó a ese sistema político donde anidaba el huevo de la
serpiente. El auge de los fascismos ya se ha llevado a cabo en toda Europa, y
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España sufre la misma escisión que el resto de Europa, además de los efectos de la
crisis del 29 que agravarían aún más la debilitada economía española4.
La II República española, desde una perspectiva ya suficiente, representa el
proyecto de modernización del Estado para afrontar la crisis donde la monarquía
alfonsina y sus gobiernos habían demostrado su ineficacia y capacidad de
corrupción. Sólo con el Estado como instrumento y la educación como objetivo se
podrían llevar adelante las transformaciones sociales que España precisaba como
nación moderna; son los ecos del lema costista “escuela y despensa”. La “nefanda
democracia”, los derechos del hombre y la necesaria secularización de la vida
pública española eran jalones necesarios para la modernización de España como
Estado, y a ello se opusieron – según Jiménez de Asúa - “sus enemigos
multiseculares, el militarismo, el clericalismo, el retardado feudalismo y el
separatismo”.
Las lecturas que las distintas fuerzas hicieron de la República apuntaba cual
iba a ser su destino. Cada grupo político la interpretaba a su capricho: como
democracia liberal, para otros, conservadora, como una etapa de transición hacia
la revolución, etc.
Durante los años del franquismo el hombre que encarnó en su persona la
República fue el político más vilipendiado de la historia de España: Manuel
Azaña (1880-1940). Desde hace poco hemos podido leer sus Memorias y sus
Diarios sin ningún tipo de manipulación o censura. Y con ello, y un poco atónitos
y perplejos asistimos a cómo el Presidente del Gobierno, Sr. Aznar, se declaraba
lector impenitente de don Manuel y lo reconocía gran estadista. Otra muestra de
camaleonismo histórico, no encontramos por mucho que escudriñemos una
muestra del elan político de Azaña en las políticas del gobierno del Partido Popular
y menos en el talante intelectual de su Presidente.
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En una famosa entrevista Azaña se define del siguiente modo: “Soy un
intelectual, un liberal y un burgués” (John Gunther, 1933). Burgués como
protagonista de la auténtica revolución burguesa, inexistente hasta ese momento
histórico, la República, en el pasado de España. Azaña es un liberal radical, como
apunta Ouimette. España precisa que la burguesía encuentre su mayoría de edad, y
para ello se enfrentará al tradicionalismo en todos
sus frentes: religioso,
monárquico y militar.
Es el punto de partida para la modernización de España: “Ser republicano
era sólo una manera de entender el Estado y las reglas del juego político”, son las
palabras en que Azaña resume el significado y función del sentimiento republicano
en la España de los años treinta. La República asentada sobre bases democráticas
era algo que en España nunca había existido, y como tal era necesaria para tratar de
cambiar la realidad de una España donde eran “la aristocracia y el clero dueños del
país, y un pueblo pobre, un país desierto, un Estado sin prestigio, y, a la postre, una
Corona sin gloria”5.
Democracia y liberalismo son incompatibles con la monarquía, para lo que
se necesita un cambio del sistema político que debe descansar en “un régimen
acorde con el sentido humano de la vida: el liberalismo y las garantías de la
democracia”. Esta nueva política se desarrolla en tres ejes: sufragio universal,
parlamento y prensa libre. Tal es la idea del régimen republicano-liberal
proyectado y anhelado por Manuel Azaña.
“La República tiene que ser una escuela de civilidad moral y de abnegación
pública, es decir de civismo” sentencia en su Discurso de Valladolid, 14 noviembre
1932. No es sólo un cambio en la forma de Estado, sino que es el instrumento y
protagonista de la serie de reformas que se precisan: Laicización del Estado,
supresión del poder de la Iglesia a través de la Constitución, Enseñanza, Reforma
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del ejército, Reforma agraria, Particularismos regionales... Una necesaria y
auténtica puesta al día de España.
Pero Azaña vislumbra lo que le viene encima y así lo escribe: “Yo sentía
enormemente la enormidad de la aventura, y que se malograba un mañana más
seguro. Nada me valió. No se había hecho con nadie lo que allí se hizo conmigo.
Estaba disgustadísimo, de un humor negro desesperado. Lo que habíamos
calculado tantas veces y pensado con prudencia y oportunidad, llegaba de
improviso en las peores condiciones posibles; con un gobierno gastado y unos
colaboradores que yo no he elegido, muchos de ellos fracasados. ¿Se pueden entrar
así a gobernar?”6.
Desde luego que no, la República se enfrentaba a todo tipo de resistencias,
desde la CNT y la FAI que con el calificativo de burgués despachaban cualquier
reforma, queriendo el todo y boicoteando cualquier intento mínimo de
racionalización previa a su modificación. Otras fuerzas de izquierda como sectores
del Partido Socialista y los comunistas quieren la revolución, hic et nunc nada de
reformas. Y por la derecha, el reaccionarismo e integrismo político que no cesan en
su intento de abortar el proyecto regenerador del gobierno de Azaña; la intentona
del general Sanjurjo será el primer aviso de lo que iba a ser, porque podía ser.
Los dos primeros años, el llamado bienio progresista o reformista, instauran
una muestra de los cambios y reformas que se debían acometer en las estructuras
económicas y sociales; en suma, se trataba de modernizar el país removiendo los
grandes obstáculos e inercias que todavía están presentes. Y con ello, de este
modo, devino la República en emblema, para pasar a adquirir caracteres
taumatúrgicos, idealizándose y se pensó en ella como la panacea para los
problemas que acuciaban a España; al igual que la Constitución de 1812 se
convirtió en un ideal, en un sueño posible.
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Lamentablemente para la República, eran muchos los que la nombraban y
pocos quienes la defendían. Se protegía más el orden republicano respetando la
legalidad, que no con desmanes y excesos que sólo podían traer la peor respuesta.
La radicalización de todas, absolutamente de todas, las fuerzas políticas,
condujeron a una situación revolucionaria. La huelga general revolucionaria y la
feroz represión, ahogaron cualquier tipo de modulación, y precipitaron a un
enfrentamiento donde las posturas estaban desbocadas. En la derecha la oposición
fue continua desde el primer día, de tal modo que cuando la CEDA se incorporó al
gobierno se dio paso a una dura contrarreforma de los cambios introducidos por
esos dos primeros años de gobierno republicano, el destino de la República estaba
escrito.
El propósito de Azaña se deslizaba irremediablemente por el plano inclinado
de la historia hacia la catástrofe, al fin del régimen republicano como revolución
liberal. Los maximalismos de izquierdas y derechas, las pugnas internas del
socialismo, las actuaciones anarquistas, el golpismo de las fuerzas tradicionalistas
y monárquicas lanzaban el mensaje de anarquía y desorden social como sinónimo
de la república.
La Agrupación al servicio de la República fundada por Ortega y Gasset
(1883-1955) tiene dos propósitos exclusivos: “combatir el régimen monárquico y
procurar el advenimiento de la República en unas Cortes constituyentes”7. Ortega,
como Giner de los Ríos y tantos otros, es accidentalista en cuanto a las formas de
gobierno, pero la monarquía es el último vestigio de la restauración. El
advenimiento de la República es el “resultado ineludible de un profundo pasado”8,
y la República encarna para Ortega ese proyecto de pedagogía social,
regeneracionista que anhela desde su vuelta de Alemania con las influencias de
Natorp y Cohen, tal como la define en la conferencia de la Sociedad El Sitio de
Bilbao, 1910, es un “ansia de orden nuevo” por los sucesivos desórdenes que ha
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ido representando la monarquía: “primero , el desorden pícaro de los viejos
partidos sin fe en el futuro de España; luego, el desorden petulante y sin unción de
la dictadura”9. Frente a este desorden de los resabios de la vieja política, nos dice,
la República representa “la democracia de la juventud”.
El régimen monárquico había perdido “todos sus prestigios y su eficiencia
histórica”. “La monarquía era una sociedad de socorros mutuos que habían
formado unos cuantos grupos para usar del Poder público, es decir, de lo decisivo
en España. Esos grupos representaban una porción mínima de la nación; eran los
grandes capitales, la alta jerarquía del Ejército, la aristocracia de sangre, la
Iglesia”10. Estos nunca se sentían “supeditados a la nación... era la nación quien en
la hora decisiva tenía que concluir por supeditarse a sus intereses particulares.”11
Los enemigos de la República son los de siempre, esas fuerzas que
“acostumbradas a mandar sobre España, tascan el freno de su soberbia derrocada”;
aquí tendrá Ortega unos enemigos tan implacables como lo fueron sus críticas: “El
monarca gerente de la sociedad”; la monarquía encarnaba “el poder público
desnacionalizado” y la Iglesia ayudaba a perdurar-apuntalar el régimen.
En La redención de las provincias y la decencia nacional12, escribe “Hacia
la gran reforma” que es precisa para sacar a España de esa época retardataria en la
que se encuentra, convertida en “un tardígrafo de la historia”; esa es la opción para
no seguir taponando la historia de España. Y esa es la responsabilidad que
demanda el filósofo español de aquellos políticos que por negligencia, falta de
honradez o generosidad no la llevaron a cabo amparándose en que “el resto de la
nación no percibía su urgencia”. Por eso es perentorio “demostrar que se entiende
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y se quiere la gran reforma nacional. Todo lo demás –como dice un personaje de
Baroja – es carrocería”13.
La siguiente cuestión es ¿Reforma del Estado o reforma de la sociedad? De
ambas, una conllevará a la otra, “los usos y el carácter de la vida española” es lo
que es preciso transformar. Para reformar las formas de vida hay que partir “de los
vicios y defectos nacionales... lo demás es utopía”. Es el cuerpo social, la vida
nacional lo que hay que acometer sin tener el vértigo, el miedo a lo nuevo como
algo desconocido. (“El español es el hombre más cauteloso que existe –en lo
político como en lo privado-”)14. No somos emprendedores, no arriesgamos a la
hora de iniciar proyectos , negocios o ideas; toda “reforma es peligrosa”.
Recordemos que estamos en 1927, Ortega afirma: “La República es por sí
misma una institución inquieta. La Monarquía, por el contrario, es una instituciónfreno”15. España es el país de Europa más “cargado de frenos”, “España es un
pueblo morbosamente inerte en vida pública. Es el único europeo que no ha hecho
nunca una auténtica revolución”(...) La revolución es el síntoma de la gran
capacidad de inquietud”16.
Esa solución necesaria no es un parche más. No es un arreglo circunstancial.
Precisa delinear de antemano qué es lo que queremos hacer, ¿hacia dónde dirigir el
país? Hacia “la iniciación de una época”, a planear un porvenir; no es un mero
cambio de costumbres, para esta misión, empresa o aventura, hay que atraer a
muchos españoles que permanecen alejados de la política, porque ésta ofrece muy
poco; pero la crisis interior de España y la de Europa “imponen la necesidad de
movilizarnos”, “y ser de la derecha o de la izquierda no puede servir de pretexto
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para desconocer la urgencia de esa tarea, primer capítulo, postulado de nuestro
porvenir histórico”; la necesidad de “hacer una Constitución para España es, y
debe ser, preformar todo el futuro de España. Si no es esto, no es nada”17.
En su conferencia Rectificación de la República18 aborda como su finalidad
es clara: organizar una nación; por eso alerta sobre el “falso apasionamiento
atropellado y pueblerino”, e incita a no tolerar “el triunfo de la chabacanería”. La
República es “agria y triste”, los responsables son “las clases representantes del
antiguo régimen, que ahora tan enconadamente combaten a esos hombres”19.
Frente a la alternativa que se plantea: ¿República conservadora o burguesa?
Son falsas estas expresiones nada felices puesto que “La República, durante su
primera etapa, debía ser sólo República, radical cambio en la forma del Estado, una
liberación del Poder público detentado por unos cuantos grupos, en suma, que el
triunfo de la República no podía ser el triunfo de ningún determinado partido o
combinación de ellos, sino la entrega del Poder público a la totalidad cordial de los
españoles.”20 Es aquí donde se muestra el nacionalismo español de Ortega y
Gasset, como han estudiado Andrés de Blas21 y Pedro Cerezo destacando su
proyecto de nacionalización de la política22.
Es la oportunidad de construir España desde la nueva política, “Nación es la
obra común que hay que hacer... es el afán de los que conviven en un destino
histórico; es, pues, el sistema de posibilidad que hay en el presente para construir
el porvenir, Y es, al mismo tiempo, el compendio y la cifra de las condiciones sin
las cuales ese porvenir, esa vida de mañana, será imposible. Esto es en todos los
órdenes. La nación, pues, no es de los ricos ni de los pobres”23 . Por eso negaba la
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dicotomía entre república burguesa o conservadora, lejos estaba Ortega de España
como república burguesas o de trabajadores. Sigamos con su análisis.
“La República significa nada menos que la posibilidad de nacionalizar el
Poder público, de fundirlo con la nación, de que nuestro pueblo vague libremente a
su destino, de dejarle fare da se, que se organice a su gusto, que elija su camino
sobre el área imprevisible del futuro, que viva en su modo y según su interna
inspiración.”24 La nacionalización de la república la entiende como “un
instrumento de todos y de nadie para forjar la nueva nación”; frente a los
particularismos
(regionalismos,
nacionalismo
catalán
en
ese
momento,
especialmente fuerte) “urge suscitar un partido de amplitud nacional”25. ¿Qué
entiende por nación?, las siguientes notas clarifican su concepción: La nación es el
punto de vista en el cual queda integrada la vida colectiva, por encima de cualquier
tipo de interés (de clase, grupo o individual); Afirmación del Estado nacionalizado,
La nación como algo que está más allá de los grupos particulares, La unidad de
nuestro destino y nuestro porvenir, El Estado “tiene que ser rigurosamente laico”,
donde laico “no significa ateo sino simplemente nacional”26; nación significa
entender la República como “nación y trabajo”27.
Si en Vieja y nueva política, así como en las Meditaciones del Quijote se
recrea con el pesado fardo de la historia, en España invertebrada deja atrás ese
mitificador pasado que todo lo paraliza. Hay que liberarse de él, a España le sobra
pasado y le falta presente. La misión de la República es “elevar el nivel moral de
nuestra vida pública”, de “darle a España aquello que más le falta: moral”, “La
República es el destino que hoy se abre ante los españoles para hacer o rehacer una
nación”28. Un rearme moral cada día más necesario frente a los embates que el
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fascismo y el nacionalsocialismo realizan: una política de “halago a las masas, a
cualquier masa, está terminando el mundo”.
Es el mismo Ortega el que critica y defiende a la República en sus discursos
parlamentarios, donde apoya la reforma del ejército impulsada por Azaña, que, por
otro lado, denuncia que España entera no es republicana sino antimonárquica, “Por
consiguiente: no se es, se anti-es.”29 Desde su conferencia Rectificación de la
República (6-XII-1931) al debate sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña
(13.V-1932), es el mismo hombre que se va alejando de “una República triste y
agria”, el que no acepta los planteamientos de problema catalán “en términos de
soberanía, porque entonces no nos entenderemos. Presentadlo, planteadlo en
términos de autonomía”. Y conste que autonomía significa, en la terminología
jurídico-política, la cesión de poderes”30. No andaba desencaminado nuestro
filósofo, aquí están recogidas sus caracterizaciones sobre el nacionalismo
particularista.
Ortega no se calla: “No es esto, no es esto. La República es una cosa. El
radicalismo es otra”; esta frase resume el profundo desencuentro con las fuerzas
políticas republicanas y por ello “no aceptaba solidaridad ni responsabilidad
respecto a lo hecho por los republicanos gobernantes hasta la fecha, los cuales, por
su parte, no han contado para nada con quienes no eran sus amigos y
contertulios”31. Pero sigue postulando y defendiendo el régimen de la República,
incluso cuando las derechas están en él, la monarquía era un “régimen añejo que se
había gastado contra las esquinas de la historia”, pero “un Régimen naciente no se
puede entregar, no tiene derecho a rendirse. Sobre todo, un régimen que no ha sido
<traído> por nadie, nadie tiene derecho a entregarlo. ¡Amor fati! ¡España, por una
vez agárrate bien a tu sino!”32.
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A finales de agosto del 32, abandona la política, disuelve la Agrupación al
servicio de la República. Son los efectos de su devastador choque con Azaña en el
debate sobre el Estatuto de Cataluña. El Estado integral quería ser “desde la
perspectiva de los constituyentes republicanos, una alternativa tanto al Estado
unitario como al Estado federal”33. Hoy contemplaríamos la organización nacional
(Título Primero) como una estructuración del Estado donde éste mantiene la gran
mayoría de los resortes políticos y dónde las regiones autónomas acceden a la
adquisición de competencias por un sistema muy gradual. Recogía la tradición del
liberalismo español, dando protagonismo a los municipios y no a la comarca o a
las regiones. Fusi apostilla: “hacer del municipio escuela de soberanía, recuperar la
vieja tradición castellana –comunera- de las libertades municipales”. El
llamamiento de Ortega y Gasset en La redención de las provincias.
El desdén y la ironía amarga serán su respuesta. Pero poco a poco, su
proyecto reformador, encarnado en la República languidece ante la realidad y el
radicalismo de la II República, que Laín Entralgo ha acentuado como “ni es lícito,
ni es posible poner en tela de juicio la adscripción mental y moral de Ortega a la
realidad y las posibilidades de la República de 1931, aunque discrepe de la gestión
política de sus gobernantes”34. El Ortega de ¡Viva la República! y En nombre de
la nación, claridad (diciembre 1933) confirma lo dicho por el desaparecido Pedro
Laín, ve el cambio que en la vida española se ha producido. También ve como la
estructuración del Estado conduce a que España se deslice por el plano inclinado
de la historia.
Los esfuerzos y desvelos iban encaminados a la reforma agraria, afrontar la
“sanjurjada” (episodio premonitorio) de la acción facciosa y, junto a ello, los
jirones que dejó el debate sobre el Estatuto de Cataluña revelan el acoso y la
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fragilidad de la República. La revolución y la represión de la revolución del 34 en
Asturias marcan el inicio del fin; todo se precipitará y la dialéctica amigo/enemigo
sustituye al juego parlamentario, y los esfuerzos de aquellos que pretendan mediar
serán inútiles.
La guerra civil ha prendido entre los españoles; a los pocos meses de su
inicio y tras la muerte de Unamuno, Ortega sentencia amargamente: “Han muerto
en estos meses tantos compatriotas que los supervivientes sentimos como una
extraña vergüenza de no habernos muerto”. Es el desolado vivir de quien ve
fracasadas – de nuevo – sus proyectos de regeneración, europeización y
modernización.
Julián Besteiro (1870-1940) milita en la Unión Republicana de Salmerón,
entre los partidos de Castelar y Ruiz Zorrilla. “No es de extrañar que Besteiro,
republicano ya, anticlerical e intelectualmente positivista, pasara a formar parte de
aquel grupo”35; más tarde ingresó en el Partido Republicano Radical de Lerroux,
junto a Ortega, Baroja, Pérez de Ayala, Alvarez del Vayo, Albornoz, y con ellos
serán muchos los intelectuales que se incorporan a este partido. El esteticismo y la
ausencia de un ideario inconsistente hará que Besteiro critique su paso por el
partido del llamado “Emperador del Paralelo”, juzgándolo como “una calaverada
de juventud”, cuando veinte años más tarde lo evoque.
Desde sus artículos en El Radical
y en la época de la conjunción
republicano-socialista (1909) se había apercibido de dónde desembocaba la
República, por ello advertía que para “ser revolucionario no basta con ser
romántico, sino que era necesario ser constructivo” y arremetía contra aquellos que
afirman que “la política no merece atención”, contra el apoliticísmo preconizado
por ¡Maura!; y alertaba: ”Contra lo que creen los anarquistas, los males de una
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nación no son resultado de la política, sino al revés: es la política la que responde a
los males de la nación”36.
Por eso “Hace falta la República si se quiere evitar mayores males... Y
mientras no estemos de acuerdo todos los que soñamos con una España
republicana, todo esfuerzo ha de ser inútil (...) Sabemos muy bien que no podemos
aspirar a una República perfecta, sino perfectible, y por lo mismo que nosotros
hacemos todas las concesiones que podemos hacer, exigimos y esperamos que los
demás, todos los que sientan plenamente la responsabilidad del momento y ansíen
de veras la salvación de España, las harán también”37.
La lectura que Besteiro hace del significado y función del periodo
republicano es singular – respecto de la tradición del socialismo español – e,
incluso, para aquellas posturas influidas por el llamado “socialismo de cátedra,
Lamo de Espinosa lo cifra en que “existe en él una tradición antiestatista
constante, casi spenceriana, que le aleja de toda la tradición de la socialdemocracia
alemana y le asemeja, sin embargo, mucho al reformismo español”38.
Ya en 1918 repudia el socialismo estatista por ser “instintivo y nada más que
para una mejora económica”, tres años más tarde propone la autogestión de tipo
guildista frente al estatismo; éste se opone a la socialización de servicios y al
municipalismo. Está claro que el socialismo de Estado no es el ideal socialista. Esa
fobia hacia el estatismo tiene su génesis en la huella de la Institución Libre de
Enseñanza, Adolfo Posada lo expresó castizamente (“¿Qué es el Estado? Lo que
todos sufrimos”); también están los efectos de la revolución bolchevique... y sus
lecturas de Bernstein.
Besteiro diferencia entre dos tipos de estado: autocracia y democracia,
ambas se contraponen tanto por su estructura como por su base social, esta
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distinción es heredera del positivismo jurídico de Kelsen, el cual en su Teoría
general del derecho y del Estado (1925) establece que “Si el criterio clasificador
consiste en la forma en que, de acuerdo con la Constitución, el orden jurídico es
creado, entonces es más correcto distinguir en vez de tres (Monarquía, aristocracia
y democracia), dos tipos de constituciones: democracia y autocracia”. En la
primera “la voluntad representada en el orden legal del Estado es idéntica a las
voluntades de los súbditos”, mientras que “la oposición a la democracia está
constituida por la servidumbre implícita de la autocracia”39. La identificación entre
monarquía y autocracia, así como entre democracia y república es evidente en
Besteiro, el análisis de lo sucedido en el siglo XIX le reafirma esta distinción
social y material. “La lucha entre la monarquía aristocrática tradicional, aliada
siempre a las grandes oligarquías de la Iglesia, de la nobleza, de la administración
y del ejército, y la nueva burguesía liberal; pero,
pese a la máscara
constitucional... su verdadero rostro... ha sido el absolutismo monárquico”40.
La llegada de la República coincide con el inicio del declive político (por
voluntad propia y sus críticas a los socialistas por participar en el gobierno de la
República) de Julián Besteiro, sucesivamente abandona la Presidencia del PSOE
(febrero 1931) hasta su dimisión de la UGT en 1934. Este socialista errante, en sus
propias palabras “un socialista sin Socialismo”, sólo le queda su prestigio
personal... pero ni un ápice de poder e influencia en el seno de su partido y del
sindicato. Después de 1934 se retirará silenciosamente de la primera línea política,
eso sí, defenderá su concepción del socialismo “constructivo o reformista” en la
conocida polémica con Luis Araquistain y Largo Caballero. El socialismo radical
había ganado la batalla.
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Todavía en su conferencia “El rumbo de la República”41, pronunciada en la
Sociedad El Sitio de Bilbao, el 23 de mayo de 1936, manifiesta: “La República no
hay que inventarla; nació con un rumbo y tiene un rumbo”. Besteiro argumenta el
doble ideal (político y social) de la República, cuya fórmula ha de ser el siguiente:
“en la sociedad se debe demandar el esfuerzo de todos y de cada uno según sus
aptitudes, y las ventajas, los beneficios y la riqueza se deben repartir a todos y a
cada uno según sus necesidades”42.
La guerra civil rompe a un hombre bueno, honrado, uno de los “santos
laicos” del socialismo español. Obsesionado en su oposición a los comunistas y
por poner fin a la contienda le llevan a intentar negociaciones con el bando
insurrecto, no será otra cosa lo que le lleve a la Junta del general Casado. Le
ofrecen la Embajada de Buenos Aires, tampoco acepta. Piensa un imposible: la
reconciliación. Habla al pueblo de Madrid, “cuando se pierde, es cuando hay que
demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee”.
Huyen a Valencia todos los miembros de la Junta, salvo Besteiro, y los
ataques llueven sobre él: le acusan de traidor. Sereno, como un héroe griego que
sabe su destino, contesta a sus detractores: “Me han llamado traidor nuestros
rivales y me quedo en Madrid para contestarles con mi condena... correré la
misma suerte que este pueblo sin igual, tan grande en el sacrificio”. Su prisión y
muerte, en 1940, en el penal de Carmona quedan ahí como escarnio y vergüenza de
la ruindad humana.
Azaña, Ortega y Besteiro, tres hombres que coincidieron en defender la
República Española como un elemento decisivo de modernización y puesta al día
de España. Cada uno desde sus ideas y su credo, con sus esfuerzos y fracasos, con
sus desencuentros y concepciones diferentes acerca de cual era el camino a seguir,
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son una muestra de este período que debemos afrontar sin tapujos, ni oropeles ni
vergüenzas. Sencillamente porque ya es parte de nuestra historia, de la Historia.
Una República de la cual podíamos decir, para terminar, las palabras de
Chaves Nogales en su novela (hoy reeditada) A sangre y fuego: “Murió batiéndose
heroicamente por una causa que no era la suya. Su causa, la de la libertad, no había
en España quien la defendiese”. De nuevo, la estupidez y la crueldad, el fanatismo
y los maximalismos eran ahora los protagonistas de la historia, sólo cabía la
derrota, el exilio, el sacrificio o esa larga escalera de horas lentas hacia la
reconstrucción de la razón y de la vida democrática: El legado de la II República
española.
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