Psicología de Jesús - Facultad de Teología SEUT

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Boletín ENCUENTRO
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Psicología de Jesús
por Raúl García Pérez
Introducción:
En la búsqueda del Jesús histórico estos últimos
años ha habido un interés por conocer la psicología de
Jesús. En este artículo pasaremos revista a algunas
aportaciones históricas de esta investigación. También
nos detendremos a considerar la naturaleza y el propósito de los evangelios donde se nos narra la vida,
las palabras y los hechos de Jesús; y por último, basándonos en ellos, trataremos de descubrir un perfil
psicológico de Jesús teniendo en cuenta sus pensamientos y emociones.
1. Algunos hitos históricos referentes a
descripciones históricas de Jesús
Las primeras descripciones psicológicas de Jesús
en el pasado tuvieron que ver con los avances de la
psiquiatría y de la teología que tuvieron lugar a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La interpretación de personajes de la Biblia como
Job, los profetas, Jesús, Pablo etc., con las herramientas de la psicología en aquella primera época fueron
condenados al fracaso, pues se aceptaron como científicamente históricos los relatos que describían a dichos personajes, no teniéndose en cuenta consideraciones textuales y teológicas que subyacían a dichos
relatos. Así se describía «la personalidad de Job», «la
conciencia de Jesús», «la conversión de Saulo», como
fenómenos «inusuales» y por ende «patológicos».
Concretamente, se intentaba explicar a Jesús como
«un extático», «un epiléptico», «un paranoico», «un
enfermo de los nervios».
A los que llevaron a cabo estos «retratos» psicopatológicos de Jesús se les podía achacar ignorancia de
los desarrollos históricos y contextuales de los escritos
evangélicos, ya que «construían» ficticiamente retratos patológicos que eran sí mismos «artefactos», al
hacer coincidir al personaje con sus descripciones psicopatológicas previas (1).
Albert Schweitzer (1875-1965) en sus tesis de doctorado «Un estudio psiquiátrico de Jesús», que leyó en
1913 en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Estrasburgo, criticó los estudios previos de autores
como De Loosten, William Hirsch y Binet-Sanglé, que
suponían que Jesús padecía trastornos mentales paranoicos, revelando una ideas morbosas de grandeza y
persecución. Su tesis se basaba en su investigación
previa, «Historia de las investigaciones sobre la vida
de Jesús», en la que, según sus palabras:
Había demostrado en mis estudios sobre la
vida de Jesús, que vivía en el mundo de las
ideas extendidas entre sus contemporáneos judíos […] en la espera del fin del mundo y la
aparición de un Reino mesiánico sobrenatural.
Se me había reprochado presentar a Jesús, no
ya como a un «visionario», sino incluso como
una personalidad aquejada de alucinaciones. Se
trataba ahora de determinar si la conciencia que
tuvo Jesús de su papel mesiánico estaba ligada
en alguna forma a un trastorno psíquico.
Las conclusiones de este trabajo fueron:
Vistos los resultados de mi investigación,
quería demostrar que los únicos indicios psiquiátricos que, eventualmente, podían discutirse o admitirse históricamente, es decir, la alta
estima que tenía de sí mismo y las alucinaciones durante el bautismo, estaban lejos de ser suficientes para demostrar la presencia de una enfermedad mental. La espera del fin del mundo
y del Reino de Dios no tiene nada en común
con una ilusión, pues estaba ampliamente extendida entre los judíos en aquella época. […]
Además, la idea concebida por Jesús de que es
Él quien se manifestará como el Mesías en el
advenimiento del Reino de Dios, no tiene ninguna relación con una manía de grandeza morbosa. […] En definitiva, Jesús no se comporta en
absoluto como un hombre perdido en un mundo de ilusiones. Reacciona de forma completamente normal ante las palabras que le son dirigidas y ante los acontecimientos que le conciernen. Está siempre en el campo de lo real.
Se explica que ciertos médicos, en oposición
al juicio psiquiátrico más simple, hayan puesto
en duda la salud psíquica de Jesús porque no
conocieran el aspecto histórico de la cuestión.
No sólo no tienen en cuenta la concepción judaica del mundo en aquella época, sino que no
hacen ninguna distinción entre los presupuestos históricos concernientes a Jesús (2).
Otros investigadores analizaron la psicología de
Jesús desde la perspectiva de sus investigaciones y es-
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cuelas. Veamos algunos, sintetizados por Vázquez
Fernández A. en su excelente artículo, «Psicología de
Jesús» (3):
Sigmund Freud (1856-1939) sustituye implícitamente al Jesús histórico por ese llamado «mito científico» del asesinato del Padre de la horda primitiva,
que Freud había expuesto en Totem y tabú. Es por retorno de ese crimen «reprimido», que se habría originado la «religión del Padre» y ahora, a través de Pablo, el Crucificado, por ese primordial parricidio, se
convierte en el Hijo divinizado, sustituyendo al Padre.
De este modo el cristianismo queda como «la religión
del Hijo», en una evidente regresión edípiconarcisista.
Otros psicólogos profundos, como Gustav Jung
(1875-1961), si bien valoran positivamente la figura de
Cristo, tienden a verlo más bien en el sentido simbólico-mítico desde las producciones arquetípicas, sobre
todo viendo a Cristo como símbolo de Sí-mismo
(Selbst) es decir, el que llegó a una individuación
completa, viviendo en verdad lo que era.
Aplicando los estadios del desarrollo moral de
Kohlberg, discípulo de Piaget, se llega a la conclusión
de que «la “Ley de amor” de Jesús combina lo convencional y lo postconvencional, subsumiendo la letra
de la ley en el espíritu de la ley; y esto se realizaría no
sólo en las enseñanzas de Jesús sino también en su
propia personalidad» (3).
Otro trabajo de un psicoanalista, Chessick (1995),
citado por Vázquez Fernández, (3) explica los comportamientos de Jesús como un intento por resolver
un problema edípico, al morir su padre, José. Y en
torno a ese trauma de duelo paterno giraría su «depresiva» creencia en la inminencia del fin del mundo,
así como su deseo de reencuentro con el padre muerto, en el trasmundo.
En un artículo citado por Vázquez Fernández (3),
«Los refranes galileos y el sentido del “Yo”», defiende
Erikson (1996), que los refranes y parábolas que Jesús
utilizaba en sus predicaciones intervienen en la formación del Yo y del Nosotros, esto es, en el proceso
de Identidad, en el sentido de una mayor concientización del Yo individual y de una mayor universalidad
a la vez del Nosotros. Jesús habría contribuido así, en
ese momento histórico, a la emergencia de una nueva
conciencia personal y colectiva.
Al margen de las interpretaciones psicoanalíticas,
cabe destacar la que da un autor de la escuela sistémica de la conducta de Jesús. Se trata de Jay Haley (4).
Según él, Jesús tendría una especial habilidad para determinar lo que iba a ocurrir basado en sus maniobras
empleadas para influir y obtener control sobre los
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demás. Su recurso a mostrarse aparentemente débil, le
otorgaba un poder paradójico sobre los supuestamente más fuertes, consiguiendo de esta forma lo que se
proponía: el control de la relación.
Por último, Voges y Braund (5), utiliza el modelo
DISC de comportamiento desarrollado por W. Marston en los años 90, en el que se define a una persona
por la combinación o preponderancia de una serie de
rasgos como: Dominante, Influyente, Seguro y Concienzudo (DISC). Según Braund, Jesús cubre totalmente el rango de los cuatro estilos, es decir, tiene alto
el rasgo D: controla, domina y confronta a algunos individuos; pero al mismo tiempo es alguien que se
compromete, se somete a un trabajo de grupo. Tiene
un rasgo I alto, influyendo en las personas; pero al
mismo tiempo le gusta estar solo. Tiene un alto rasgo
S, siendo paciente con los errores de los demás; pero
al mismo tiempo es espontáneo y asertivo cuando
confronta en ciertos temas. Tiene un rasgo alto C, pensando profundamente y comunicando certeramente
las Escrituras; pero al mismo tiempo es desafiante y
rebelde contra la autoridad que trata de imponerle sus
tradiciones.
La conclusión de este apartado es, como refiere Alter (1995) (3), que: «Psicología y Biblia pueden enriquecerse mutuamente, integrándose, de algún modo,
sin tener en cuenta— según nuestro parecer— el
abismo de niveles que las separa, en cuanto saberes,
que se rigen por criterios epistemológicos y metodologías muy diversas».
2. Fuentes literarias e históricas. ¿Nos
podemos fiar de las descripciones que
hacen de Jesús los relatos evangélicos?
Al hablar de la psicología de Jesús nos encontramos con una dificultad y es que los evangelios, que
son las fuentes más importantes de las que dependemos para conocer a Jesús, no son «biografías de Jesús»
sino narraciones desde el ámbito de la fe. Es decir que
fueron escritas por autores que partían de una percepción creyente de la vida de Jesús; por lo tanto no
eran objetivos —tal y como se entiende hoy la objetividad histórica— en su descripción de Jesús.
Teniendo eso en cuenta, aunque no podamos escribir la biografía de Jesús, «podríamos dibujar las
grandes actitudes que caracterizaron su persona»,
suministrando «sólidos indicios de lo que fue su estilo
de vida, sus actitudes, gestos y palabras, […] ayudándonos así a penetrar algo en su conciencia» (3). Paradójicamente, la contribución más clara a la cristología
de Jesús proviene menos de las declaraciones formales de éste que de sus comportamientos. Dicho sea de
paso, esto es la metodología de la psicología: Inferir
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rasgos de personalidad, de las conductas observables
y de las narrativas que exteriorizamos las personas o
que describen otros de nosotros, ya que los procesos
internos están ocultos a la observación (6).
En el caso de Jesús, el problema se complica pues
hay que distinguir en los documentos que manejamos,
los evangelios y las cartas del Nuevo Testamento, según Fritzmayer, tres fases de producción:
Fase I. Esta correspondería al tiempo en que vivió
y actúo Jesús (hasta el año 33)
Fase II. Después de la muerte de Jesús, la fe en su
resurrección, el «kerigma», los recuerdos estarían influidos por la experiencia pospascual. A los predicadores les interesaba transmitir su fe en Él, no tanto sus
palabras y acciones.
Fase III. Esta es la que representan los escritos de
los evangelistas (años 65-90).
Por lo tanto, sería un error confundir las diferentes
fases, tomando la literalidad de los textos evangélicos
como directamente expresivos de acciones y palabras
del propio Jesús, cuando, en realidad, «son testimonio
de cómo se predicaba a Jesús, durante los años 30, 40
y 50» (3).
¿Podremos entonces valernos de los relatos evangélicos para saber algo del Jesús histórico? Sí, siempre
que tengamos en cuenta que «lo que los evangelios
nos presentan de la fase I ha sido filtrado a través de
la tradición de la fase II y el proceso selectivo, editorial y explicativo de la fase III» (7). Ahora bien, aunque nos ofrezcan más bien el modo en que se presentaba al Jesús de la fe en los comienzos del cristianismo, lo que narran sobre lo que hizo y dijo Jesús tiene
una base de realidad que hay que descubrir en cada
caso, con métodos de crítica formal y redaccional.
Sin embargo, el método histórico crítico tiene sus
limitaciones a la hora de estudiar a un personaje —en
nuestro caso a Jesús— ya que tiene más que ver con
«hechos externos», que con «vivencias y experiencias
internas y su significado subjetivo», que es lo que le
interesa a la psicología.
Los evangelios en su conjunto son los materiales
con los que contamos a la hora de descubrir la psicología de Jesús. Aunque no hay que ser escépticos respecto de su validez, tampoco ingenuos, ya que los redactores del Nuevo testamento tenían un especial interés en trasmitirnos las experiencias que ellos habían
tenido con Jesús, muchas de ellas de primera mano
(Juan 20,30; 1 Juan 1,1-4).
Dicho de otro modo, hay una continuidad entre el
Jesús histórico y el Cristo de la fe, ya que según L.
Boff (8): «La continuidad entre el Jesús histórico y el
7
Cristo de la fe reside en el hecho de que la comunidad
primitiva haya explicitado lo que estaba implícito en
las palabras, exigencias, actitudes y comportamientos
de Jesús. Ella llama a Jesús, Mesías, Hijo de Dios, Señor, etc., para descifrar la autoridad, la soberanía y las
reivindicaciones que emergían del modo de ser de Jesús. Desde entonces se comenzó a hablar de Jesulogía
(cómo Jesús se entendía a sí mismo y se deja entrever
por sus palabras y actitudes) y de Cristología (la explicitación realizada posteriormente por la comunidad): «La Cristología no consiste en otra cosa que en
hacer evidente aquello que se manifestó en Jesús, […]
la inmediatez del propio Dios» (Bornkamm) (8).
Teniendo eso en cuenta aunque no podamos escribir la biografía de Jesús, «podríamos dibujar las grandes actitudes que caracterizaron su persona» (3), suministrando «sólidos indicios de lo que fue su estilo
de vida, sus actitudes, gestos y palabras, […] ayudándonos así a penetrar algo en su conciencia». Las grandes actitudes de Jesús quedan implícitas en la propia
exposición kerigmática que reflejan los evangelios, de
los primeros predicadores cristianos, que «anunciaban
al Jesús muerto y resucitado, y transmitían fielmente
al menos el contorno de su figura, resaltando los rasgos principales de su personalidad».
Estas son según Peláez (9): «Su libertad suprema,
su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos, especialmente a los
excluidos de la sociedad y su amor solidario, como
resultado de sentirse poseído por el Espíritu de Diosamor a quién llama Padre»
Pikaza (1997) describe lo que el llama el «decálogo
biográfico» es decir, los diez rasgos o componentes
básicos de la historia del Jesús histórico, su «biografía
fundante»:
Profeta escatológico, mensajero de Dios,
Sabio en el mundo, experto en humanidad, poderoso en obras,
Sanador y/o carismático,
Servidor de la mesa común, pan compartido,
Creador de familia, discipulado y comunión,
Testigo de Dios, el Padre de Jesús,
Superador de la Ley, el desafío de la gracia,
Mártir en Jerusalén, muerte de Jesús,
Dios le ha resucitado, Pascua cristiana,
Dios con nosotros, el Cristo de la Iglesia.
Este «decálogo» se manifiesta como un conjunto
coherente, con los diferentes momentos relacionados
entre si, pasando del primero al último conforme a los
criterios de continuidad (Jesús sigue siendo judío),
ruptura (ha suscitado un movimiento mesiánico dis-
8
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tinto) y coherencia (los diversos momentos se implican y escalonan, formando un conjunto) (10).
3. Pensamientos y emociones de Jesús
Pensamientos de Jesús. Los pensamientos de Jesús
se expresan en sus parábolas y en sus dichos. Como
dice J. A. Pagola: Jesús, para expresar su experiencia
del reino de Dios, «acudió al lenguaje de los poetas.
Con creatividad inagotable, inventaba imágenes, concebía bellas metáforas, sugería comparaciones y, sobre
todo, narraba con maestría parábolas que cautivaban
a las gentes» (11).
Los temas de las parábolas estaban relacionados
con la experiencia que Jesús tenía de Dios como un
Dios Misericordioso no justiciero (Mateo 5,45-48; Lucas 6,35-36) que pide que nosotros seamos misericordiosos con los demás. Esta realidad de Dios que busca
y perdona al pecador la expresa Jesús en las parábolas
de la oveja perdida, de la moneda perdida, y del hijo
perdido (Lucas 15,4-6; 8-9; 11-32)
Jesús desde la revelación que tuvo en su bautismo
(Marcos 1,9-11) tiene la conciencia de que Dios era su
Padre. Así Jesús habla de Dios de una manera nueva,
vive en su presencia, le invoca, le conoce, le obedece,
se fía de él y le trata como Abbá/Padre (Keller).
Jesús anuncia constantemente la llegada del reino
de Dios (Marcos 1,14-15), que implica un cambio radical. Dios quiere reunir a su pueblo, liberarlo, guiarlo,
salvarlo. Es un Dios con presencia e influencia en la
vida y la historia, como queda patente en la predicación sobre el Reino: Es la proclamación de una nueva
sociedad, constituida según la voluntad y los designios del Padre. Una nueva sociedad, compuesta por
personas que creen en Dios como Padre, confían en su
bondad, viven de acuerdo con los nuevos valores del
Sermón de la montaña. Jesús presenta el Reino como
algo ya cercano a su persona. Toda su vida es signo de
la presencia del Reino. Como es signo de la presencia
del Reino, su actitud y su victoria frente al demonio
tentador (Keller)
ben los testimonios evangélicos, se manifiesta
como el genio del buen sentido…
Emociones de Jesús. El Nuevo Testamento es bastante parco en cuanto a describir las emociones de Jesús. No obstante, se describen algunas de sus emociones porque «Todo lo que es auténticamente humano
aparece en Jesús» (8).
En los relatos de milagros se dice con mucha frecuencia que Jesús se «compadeció» (esplacnizomai) literalmente, «se le conmovieron las entrañas» (Mc 1,41;
9,22; Mt 9,36; 14,14; 15,32; 20,34; Lc 7,13).
En el pasaje de la muerte de Lázaro su amigo, Jn
11,35-38, Jesús lloró —no de desesperanza sino de tristeza. En este mismo pasaje se usa el término embrimaomai para referirse a la reacción de Jesús a la muerte de su amigo. Según J. Mateos (12), en griego clásico
significa «bufar, resoplar» e indica un acto enérgico e
indignado con el que se quiere impedir, reprochar o
reprimir la acción de otro. Denota, por tanto, un acto
enérgico que procede del interior de Jesús por el que
reprime su propio sentimiento. «Con una sacudida»
indica que el acto interior de Jesús es visible al exterior. Según Mateos:
Jesús contempla el espectáculo de los que
lloran ruidosamente por no tener esperanza
[…] Jesús se reprime; no quiere participar en
esa clase de dolor, […] el llanto desconsolado,
por la inevitabilidad y definitividad de una
muerte sin esperanza, a lo más, con la de una
lejana resurrección. […] Jesús no se ha dejado
llevar por el desconsuelo de los circundantes,
llora ahora espontáneamente, mostrando su
afecto personal a Lázaro y su dolor por la ausencia del amigo. Su llanto no es ruidoso sino
sereno. Se solidariza con el dolor, pero no con la
desesperanza.
Como bien dice Boff (8) refiriéndose a la forma de
pensar de Jesús:
Jesús ha llorado, mostrando su cariño a Lázaro, su amigo. Ahora va al sepulcro, pero no
para duelo […] sino a manifestar la gloria de
Dios; su amor que, a través de Jesús hombre,
salva al hombre de la muerte irreparable (12).
Jesús demuestra tener buen sentido: cuando
para cada situación tiene la palabra cierta, el
comportamiento exigido y descubre de inmediato el meollo de las cosas. El buen sentido está ligado a la sabiduría de lo concreto de la vida; es saber distinguir lo esencial de lo secundario, la capacidad de ver y de colocar las cosas
en su debido lugar. El genio es aquel que radicaliza el buen sentido, el loco, aquel que radicaliza la exageración. Jesús tal y como lo descri-
Los evangelios nos dan cuenta de la vida absolutamente normal de Jesús. Es alguien que tiene sentimientos profundos. Conoce la afectividad natural que
profesamos a los niños que él abraza, les impone las
manos y los bendice (Mc 10,13-16). Se impresiona con
la generosidad del joven rico: «Fijando en el la mirada, Jesús le amó». Se extasía con la fe de un pagano
(Lc 7,9) y con la sabiduría del escriba (Mc 12,34). Se
admira de la incredulidad de sus compatriotas de Nazaret (Mc 6,6). Al asistir al entierro del único hijo de
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una viuda, «se siente conmovido» y la consuela diciendo: »No llores» (Lc 7,13). Siente compasión por el
pueblo hambriento, errante como una oveja sin pastor
(Mc 6,34). Si se indigna con la falta de fe del pueblo
(Mc 9,19), se embelesa con la apertura de los simples,
al punto de hacer una oración agradecida al padre (Mt
11,25-26). Siente la ingratitud de los nueve leprosos
curados (Lc 17,17-18); y airado, increpa a las ciudades
de Corazim, Betsaida y Capernaum por no haberse
arrepentido (Mt 11,20-24). Se entristece con la ceguera
de los fariseos, «mirándolos con ira» (Mc 3,5). Usa de
la violencia física con los profanadores del Templo (Jn
2,15-17). Se queja de la ignorancia de los discípulos
(Mc 7,18). Se desahoga con Felipe y le dice: «¿Tanto
tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?»
(Jn 14,9). Se desahoga también contra los fariseos,
«dando un profundo gemido» (Mc 8:12).
Otra descripción de las emociones de Jesús la encontramos en la agonía en el Huerto de Getsemaní
(Mt 26,38; Mc 14,34). Los términos que encontramos
aquí son los de tristeza y angustia extremas. En efecto,
Jesús se entristece (lipeisthai) y se angustia (ademonein).
Esta angustia es un encontrarse desvalido, fuera de
casa. Se encontró sobremanera triste, con una tristeza
mortal (perilipós). En Marcos se dice que comenzó
sentir pavor (ecthambeisthai). Es una emoción intensa
mezcla de asombro y horror. En Lc 22,39 se describen
sus sentimientos como agonía, llegando a sudar gotas
gruesas «como de sangre» (8).
Conclusiones:
Jesús no fue ni un visionario idealista ni un loco,
aunque visto desde una óptica del cientificismo de siglos posteriores pudiera parecerlo. Pero eso es porque
no se tuvieron en cuenta los principios de la etnopsiquiatría —es decir, contemplar a la persona en su contexto cultural, sociológico e ideológico. Como demostró A. Schweitzer en 1913, Jesús participaba de las expectativas mesiánicas de su tiempo y su pensamiento
fue coherente y consecuente con ellas, teniendo un
sentido de la realidad intacto.
Los documentos del Nuevo Testamento —es decir,
los evangelios— nos sirven de base para poder descubrir los rasgos psicológicos de Jesús. Si bien tal y como
los conocemos en la actualidad han sufrido una profunda labor redaccional, no debemos ser ingenuos ni
tampoco escépticos en nuestra valoración de tales documentos, cuya finalidad última era la de confrontarnos con la persona y el mensaje de Jesús.
Los pensamientos de Jesús están imbuidos de su
convicción de ser el hijo amado de Dios, capacitado
por su Espíritu para proclamar con poder el reino de
su Padre, congregando a una familia que hiciese rea-
9
lidad los principios de su reino en la Tierra: la paz, la
justicia y el amor fraternal.
Las emociones de Jesús abarcan una infinita gama
de matices que se manifiestan en la alegría más exultante por el don de la vida representado por los niños,
la compasión más empática con el dolor humano, la
tristeza ante la muerte de un amigo, el enfado e irritación por los que no comprenden a Dios y a sus cosas,
y la más profunda tristeza y angustia ante la perspectiva de su muerte. Se nos presente de esta manera un
Jesús humano, capaz de identificarse con nosotros
(Hebreos 4,15).
Este artículo no ha pretendido ser exhaustivo en
cuanto a las descripciones de la psicología de Jesús. La
vida de cualquier persona se escapa de la comprensión total y profunda dada su complejidad ¡Cuánto
más la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios, resultará incomprensible para nuestras pobres mentes! Sin embargo, hacemos nuestras las aspiraciones de Pablo en
su epístola a los Filipenses, refiriéndose al conocimiento de su bienamado Salvador: «No que lo hayamos alcanzado ya, sino que proseguimos para ver si
logramos asir aquello para lo que fuimos asidos por
Cristo Jesús» (Filipenses 3, 7-14).
10
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Seminario Evangélico Unido de Teología
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