Salmón y Premio Nobel Por Eduardo Mackenzie 14 de octubre de 2016 ¿Qué relación puede haber entre el salmón noruego y el premio Nobel de la Paz? La sabrosa anécdota que sigue muestra que sí hay un vínculo entre esos dos extremos tan distintos. Thorbjørn Jagland, un influyente político laborista, y fugaz ex primer ministro de Noruega, era el presidente incontestable del comité que durante años había elegido el premio Nobel de la Paz. Súbitamente, el 3 de marzo de 2015, en Oslo, ocurrió algo insólito: Jagland, quien era en ese momento el secretario general del Consejo de Europa, fue sacado del cargo, retrogradado al de simple miembro del comité y reemplazado velozmente por la vicepresidente de ese organismo, la abogada, miembro del partido conservador noruego, Kaci Kullmann Five. Nunca antes había sucedido algo así en la historia de ese premio. La señora Kullmann no quiso dar explicaciones sobre la brusca movida. Empero, como ese comité, de cinco miembros, es una emanación del Parlamento noruego, la prensa le exigió respuestas. Ella se contentó con una pirueta verbal. Dijo que había “un amplio consenso en el seno del comité” y que Thorbjørn Jagland había sido “un buen presidente durante seis años”. Poco después, la prensa inglesa, suiza y francesa terminaron por descubrir la letra menuda del incidente. Los premios que Jagland había hecho triunfar y las condiciones opacas de esas decisiones, habían generado, en efecto, agrias controversias. El de Barack Obama en 2009, por ejemplo. Este había sido recompensado por nada pues apenas hacia un año que había sido elegido. Muchos dijeron que ese premio era para amarrarle las manos al jefe de la primera potencia militar del planeta. Geir Lundestad, secretario general y eminencia gris del comité Nobel desde los años 90, fue acusado de haber intrigado para que otorgaran ese premio Nobel de la Paz. El premio conferido en 2010 al disidente chino encarcelado Lui Xiaobo a pesar de las amenazas de Pekín, y el concedido a la Unión Europea en 2012, que había sido votado en una reunión donde faltaba uno de los miembros, y que molestó tanto a los eurófobos, desataron también nutridas críticas. El Times de Londres, Le Temps de Ginebra y Les Echos, de París, revelaron que había razones adicionales y que, sobre todo, las presiones de la China jugaron un papel central en la remoción del socialista Jagland. El diario suizo confirmó que la atribución del premio a Liu Xiaobo desató la cólera en los palacios de Pekín. El gobierno chino llegó hasta congelar las relaciones con Noruega. Y como la susceptibilidad de Pekín en esos asuntos es durable, éste optó por apretar, enseguida, un nervio comercial sensible: las exportaciones de salmón noruego a China. Según el Times, en efecto, la parte del consumo del salmón noruego en China cayó en esos años del 90% al 30%. Las mil toneladas que China importaba cayeron a 350 y después a 75 en solo ocho meses. Bjørnar Sverdrup-Thygeson, del Instituto Noruego de Relaciones Exteriores, admitió a regañadientes que por “primera vez” la designación del presidente del comité se había convertido en un “affaire [político] de Noruega”. “En todo caso, fue un golpe de Estado al Nobel de la Paz y quizás a causa del salmón”, repuso el diario económico francés. ¿En qué queda eso de que el premio Nobel de la Paz es concebido, como exige el testamento de Alfred Nobel, para promover únicamente “el progreso por la paz”, la libertad y el respeto de los derechos del hombre en el mundo? ¿Ese premio se ha transformado en una palanca de Noruega, país de cinco millones de habitantes, pero segundo exportador mundial de pescado, para acrecentar su riqueza? Hace años que Fredrik Heffermehl, jurista y militante pacifista, no cesa de denunciar que el citado comité irrespeta la voluntad desinteresada y humanista de Alfredo Nobel. La cosa es tan visible que Ulf Sverdrup, director del Instituto Noruego de Relaciones Exteriores, admitió en 2012 que era “difícil ver cómo la Unión Europea había contribuido a la paz el año pasado”. Tales desviaciones son ahora ampliamente conocidas. Para pagar el error de 2010 y reconquistar el afecto de los chinos y, sobre todo, para defender las ganancia dejadas por sus exportaciones de salmón, Noruega sacó al ex primer ministro laborista del comité Nobel y puso en su lugar a la conservadora Kaci Kullmann Five, quien tendrá que estar a la altura: ella tiene la ventaja de asesorar o hacer parte de las juntas directivas de otras importantes firmas que contribuyen al desarrollo de Noruega, como Scheiblers Legacy, SOS Kinderdorf Norway, Radio Channel P4 y sobre todo de Stateoil, multinacional petrolera con un 67% de capital público noruego y con negocios considerables en 36 países, incluidos Angola, Venezuela, Cuba y Colombia. ¿Con el premio Nobel de la Paz otorgado al presidente Juan Manuel Santos se repite la historia? Santos había autorizado, en 2014, la entrada de Stateoil a Colombia. ¿Ese hecho y el premio otorgado el 7 de octubre pasado están relacionados? ¿Es prohibido pensar eso? Lo cierto es que dicho premio fue vituperado por la prensa de los países desarrollados. Nadie entiende cómo el comité noruego puede premiar a Santos por un proceso de paz que había sido rechazado por los colombianos en un plebiscito días antes. ¿Cómo tal premio puede promover la paz? Ese premio respalda un plan “de paz” que le da la espalda al derecho internacional humanitario, se burla de las víctimas y descansa sobre un esquema de impunidad para crímenes atroces. Aunque Kaci Kullmann Five no haya querido responder a estas preguntas una cosa sí es cierta: ese plan de paz, que Noruega apoya desde hace seis años, es el que los colombianos, precisamente, han decidido dejar a un lado para forjar con las Farc y otras bandas armadas narco-comunistas una paz distinta, verdadera, y con claros criterios de justicia.