El corazón stendhaliano de los Libertadores

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El corazón stendhaliano de los Libertadores
DANIEL
historia
GUTIÉRREZ ARDIL A
Este texto fue leído por su autor, natural de Medellín (1979) y uno de los
investigadores adscritos al Centro de Estudios en Historia de la Universidad Externado
de Colombia, al posesionarse en la noche del 29 de noviembre del año pasado como
miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Sin ánimo de
escandalizar a tan benemérita institución, sostuvo que los hacedores de la República de
Colombia son héroes de factura stendhaliana, es decir, individuos de la misma estofa que
Julien Sorel o Fabrizio del Dongo. Las páginas siguientes consideran detenidamente este
parentesco decisivo, sin dejar por ello de señalar diferencias fundamentales, e insisten
en sus consecuencias políticas.
86
las costumbres y el estado de Italia han
cambiado de increíble manera […] desde
antes de la revolución al momento presente.
En aquel entonces, y aún más la parte meridional, se encontraba casi en aquel estado
de opinión y costumbres en que se hallaba
España hasta en años recientes y en que aún
se halla en buena medida. Ahora, y gracias
al contacto y al dominio de los extranjeros,
especialmente de los franceses, Italia está,
en lo referente a las opiniones, al mismo
nivel que los demás pueblos, si bien persiste
una mayor confusión en las ideas y una
menor difusión de los conocimientos entre
las clases populares2.
Las formas de la ambición
Entre 1824 y 1826, Giacomo Leopardi redactó un curioso Discorso sopra lo
stato presente dei costumi degl’Italiani1. En él,
trazó un cuadro harto pesimista de la Europa
posnapoleónica, la cual, en su concepto, carecía enteramente de originalidad, imaginación
e invención (“l’originalità, l’immaginazione e
l’invenzione sono estinte in tutta l’Europa”).
Aquella constatación resultaba tanto más
chocante en virtud del abrupto contraste
que no podía dejar de establecerse con los
tiempos inmediatamente anteriores o con la
libertina sociedad dieciochesca. El período
revolucionario había sido evidentemente muy
rico en novedades y había supuesto el cambio
acelerado de sociedades que, a imagen de la
italiana, se consideraban como rezagadas:
En la cita anterior aparece el tópico
ilustrado de las conquistas civilizadoras, pre-
1 Giacomo LEOPARDI. Discorso sopra lo stato presente
2 Ibídem, p. 17 (traducción del autor de este artículo).
dei costumi degl’Italiani. Publicado por primera vez en
sente en obras como las de Montesquieu3 o
Condorcet4. En otras palabras, Leopardi veía
el período transcurrido entre 1789 y 1815
como una época de intensos intercambios
humanos que habían permitido colmar los
desniveles existentes hasta entonces entre las
diversas naciones europeas. Este movimiento
progresista –de índole esencialmente guerrera– tuvo un rango de acción continental,
mas no había llegado hasta sus últimas consecuencias, como parecía demostrarlo, en
opinión del mismo autor, el caso español −y
en menor medida el italiano−. ¿Cómo explicar entonces que un proceso inacabado y
tan positivo diera paso a un “tempo scarso di
novità” como el de las Restauraciones?
Leopardi veía la Europa del tercer
decenio del siglo XIX como un caos caracterizado por la “extinción universal o debilitamiento de las creencias” sobre las cuales
era dable fundar principios morales. Incluso
la ambición (entendida como el deseo natural del hombre por atraerse la estima de sus
semejantes), que el escritor italiano consideraba como un principio conservador de la
sociedad, había cambiado de forma después
de Waterloo. Según el discurso en cuestión,
el deseo de gloria, que fue hasta entonces la
pasión dominante, se desdibujó en el ambiente de “pequeñez” de las Restauraciones y
cedió su lugar al sentimiento “moderno” del
honor, concebido exclusivamente en términos de “buon tono”. Leopardi juzgaba esta
transformación de un modo negativo, pues
si bien ambas formas de la ambición eran en
el fondo ilusorias, la primera era “espléndida”, mientras que la segunda era vana, baja,
oscura, fría y, sobre todo, mortecina, como
que había cobrado vida tras la destrucción de
El diagnóstico de Leopardi coincide perfectamente con la pintura de las
sociedades europeas del período de las
Restauraciones esbozada por Stendhal en
sus principales novelas. En ellas, el paisaje
es también de decadencia moral y de frivolidad, pero sobre todo de aburrimiento.
En Armancia, el joven vizconde Octave de
Malivert, asqueado con la hueca cortesía de
los salones de la nobleza parisina, sueña en
1827 con manejar un cañón o una máquina
de vapor, o envidia los destinos de un fabricante de telas, de un lacayo o de un profesor
de aritmética7. En La cartuja de Parma, el
conde Mosca afirma que la primera calidad
de un joven en la Italia posnapoleónica consiste en “no ser susceptible de entusiasmo y
en carecer de ingenio”8. El título mismo de la
más famosa obra stendhaliana, Le Rouge et le
Noir, constituye la más elocuente ilustración
del enunciado anterior. En efecto, el tono
bermejo alude al uniforme de la soldadesca
3 De l’esprit des lois, París, Gallimard, t. 1, libro X, capítulo
5 Giacomo LEOPARDI. Op. cit., pp. 23-27.
IV.
1906 en un volumen titulado Scritti…, Florencia, F.
4 Esquisse d’un tableau historique des progres de l’esprit
Le Monier. Sigo aquí la reciente edición del, Piano B.
humain, París, Flammarion, 1988, p. 114.
Edizioni, 2011.
todos los viejos ideales5. En la tercera década
del siglo XIX, los hombres cultos de las naciones europeas,
se avergüenzan de obrar indebidamente del
mismo modo que de alternar en una conversación con una mancha en el vestido o
con ropa gastada o harapienta; se conducen
correctamente por el mismo modo y por la
misma razón o sentimiento que estudian
exactamente y cumplen con los imperativos de la moda, que buscan brillar con sus
vestidos, con su séquito, con su mobiliario,
con su aparato: el lujo y la virtud o la justicia tienen para ellos el mismo e idéntico
principio6.
6 Ibíd., p. 26 (traducción del autor de este artículo).
7 STENDHAL. Armance, París [1827], Gallimard, 2009,
cap. III, XIV y XV.
8 STENDHAL. La cartuja de Parma, Libro I, capítulo VI.
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el corazón stendhaliano de los libertadores
historia
aun entre las “clases liberales”, sobre el fin de
la vida heroica y sobre la imposibilidad de
construir carreras vertiginosas como aquellas que habían hecho posible poco antes, por
ejemplo, que un albañil se elevase hasta el
rango eminente de general. Aunque más matizado, este rasgo acerca del ejército imperial
y de la gran movilidad social que este había
hecho posible aparece también en otro libro
de Stendhal. Me refiero a la Vie de Napoléon,
donde puede leerse:
En medio del espectáculo sombrío
que ofrecían la política y las sociedades europeas tras la caída de Napoleón, las revoluciones liberales de España, Nápoles y Turín
en 1820-1821 hicieron concebir la esperanza
de un renacimiento de los tiempos heroicos11.
No obstante, la coalición legitimista europea
de la Santa Alianza se encargó rápidamente
de aniquilar los gobiernos constitucionales.
Las miradas se dirigieron entonces a Grecia,
donde los helenos pugnaban por librarse de
la dominación turca. Eminentes personalidades políticas y hasta literarias (como Byron)
se enrolaron en las filas independentistas. Sin
embargo, el número de voluntarios fue más
bien pequeño (entre 500 y 1.000 europeos y
norteamericanos) y el entusiasmo de poca
duración, ante el comportamiento sanguinario y la proverbial desorganización de las tropas helenas12. No está de más recordar en este
punto que Stendhal abordó la fascinación de
la Europa de la Restauración por la causa de
los helenos en su primera novela. En efecto,
en Armancia, Octave de Malivert emprende
a un tiempo lo que considera como “la acción
más noble” y “el viaje de un hombre que se
aburre” y se dirige a las costas de la Morea,
donde fallece antes del desembarco13.
Así, pues, en la mente de los liberales sin patria y de los napoleónicos ociosos, la
América española (y, particularmente la República de Colombia) se convirtió, durante la
tercera década del siglo XIX, en el campo de
batalla donde se enfrentaban el Rojo y el Negro, en el lugar donde la libertad parecía haber hallado un refugio precario, que debía ser
preservado a toda costa; donde las verdaderas
pasiones eran aún posibles y donde un aventurero desposeído y apátrida podía ascender,
con algo de suerte, y en virtud de su valor,
hasta la cumbre del estamento militar y de
una sociedad republicana en formación. En
ese sentido, la aventura colombiana era intempestiva y algo anacrónica, porque parecía
prolongar lo que, visto desde Europa, resultaba ser un tiempo clausurado, un tipo de ambición extinta y unas pasiones obsoletas. En
Rojo y Negro, Stendhal consigna esta creencia
por entonces harto común, al describir los
pensamientos de un revolucionario italiano
fallido (el conde de Altamira), el cual, “no
10 STENDHAL. Vie de Napoléon. París, Payot, 2006, p.
12 William St. CLAIR. That Greece might still be free.
Lo que había de verdaderamente extraordinario en el ejército francés eran los suboficiales y los soldados. Como era tan costoso
hacerse reemplazar en la conscripción, se
enrolaban todos los hijos de la pequeña
burguesía; y gracias a las escuelas centrales,
habían leído el Emilio y los Comentarios de
César. No había subteniente que no estuviera convencido de que peleando con coraje
y con algo de suerte para evitar las balas
de cañón, llegaría a ser un día mariscal del
Imperio10.
88
Retrato de
Stendhal.
napoleónica, mientras que el negro hace referencia a las sotanas y a la Francia de Luis
XVIII y Carlos X. Dos colores, dos trajes, dos
sociedades. Y dos “formas de la ambición”,
para decirlo en términos leopardinos, ya que
el rojo y el negro representan también dos
tipos de ascenso social. Julien Sorel, el protagonista de la novela, quien en tiempos del
Emperador hubiera soñado con ser sargento,
durante el reinado del último Borbón en
Francia se imaginaba ambiciosamente como
gran vicario9. La conocida novela de Stendhal
está llena de frases y de comentarios que insisten sobre el aspecto decadente y la “asfixia
moral” de la sociedad francesa de la Restauración, sobre los progresos de la hipocresía
168 (traducción del autor de este artículo).
conservando ya esperanzas con respecto a
Europa […], pensaba que, cuando los Estados de la América meridional fueran fuertes
y poderosos, podrían devolver a Europa la
libertad que Mirabeau les había enviado14”.
El tópico aparece también en cierta carta del
abate de Pradt al enviado de Colombia en
Londres José Fernández Madrid:
La libertad está casi extinguida en Europa:
América es su refugio: no cabe duda de que
las monarquías pretenden asfixiarla allí
también para impedir su regreso: ya acusan
a los Estados Unidos de ser responsables de
su nacimiento en Europa, imagínese usted
lo que pueden pensar al verla extendida por
todo el continente. Su patria, señor mío, es
el antemural de la libertad americana. Es
ella quien ha inspirado a América15.
Además, cabe decir que mientras
que en Europa la Restauración significó un
renacimiento de la carrera eclesiástica, en la
medida en que el sacerdocio era visto como
un fundamento necesario de la legitimidad y
por cuanto volvió a representar una manera
efectiva de atravesar las compuertas sociales,
en Colombia se producía en el mismo momento una notable crisis de las vocaciones.
Aprovechando la presencia de un representante de la república en Europa, una veintena
de hombres y mujeres de los conventos de
Bogotá, Cartagena, Popayán, Quito, Riobamba y Caracas solicitaron y obtuvieron
del Papa la secularización y la relajación de
votos. En los alegatos que redactaron relucen una y otra vez los mismos argumentos:
constreñimiento en las profesiones, vocaciones erradas, situación caótica de las órdenes
monacales, etc. Las autoridades apoyaron
The Philhellenes in the war of independence, Londres,
9 STENDHAL. Le Rouge et le Noir. En el seminario de
11 Maurice BOURQUIN. Histoire de la Sainte-Alliance,
Besanzón, Sorel exclama para sus adentros: “Sous
Ginebra, Georg et Cie., 1954; Guillaume DE BERTIER
Napoléon, j’eusse été sergent; parmi ces futurs curés,
DE SAUVIGNY. La Sainte Alliance, París, Armand
je serai grand vicaire”. Libro I, capítulo XXVI.
Colin, 1972.
Oxford University Press, 1972; Denys BARAU, La
cause des Grecs. Une histoire du mouvement philhèllene,
París, Honoré Champion, 2009.
13 STENDHAL. Armance, op. cit.
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14 STENDHAL. Le Rouge et le Noir, Libro II, capítulo
VIII.
15 Abate de PRADT a José Fernández Madrid (París, 1º de
octubre de 1829), AGN, MRE, DT2, t. 323, ff. 301-303.
89
el corazón stendhaliano de los libertadores
90
las demandas, argumentando que, como durante el régimen español los empleos solían
ser ocupados por los peninsulares, muchos
hombres se vieron forzados en consecuencia
a vestir el hábito16.
Una vez establecidas estas especificidades, ¿cómo sostener entonces que los
hacedores de Colombia son por naturaleza
eminentemente stendhalianos? ¿Cómo podrían encarnar la continuación del período
revolucionario y pertenecer al mismo tiempo
al ambiente político y social de las Restauraciones? Como se verá a continuación, la identidad republicana, liberal y revolucionaria de
Colombia resulta en cierta medida capciosa,
porque puede inducir a ignorar algunos de
los rasgos fundamentales de aquella aventura. Profundamente marcados por el fracaso
que representó la Reconquista española, los
responsables de la unión en un solo Estado
de las provincias de la Nueva Granada y
Venezuela veían con horror no sólo lo que
consideraban como el espejismo federalista,
sino también las teorías “exageradas” sobre
la libertad, que, en su opinión, explicaban en
buena medida aquel desastre. De ahí la moderación colombiana de los principios y de la
corriente revolucionaria, así como la elección
de instituciones centrales y de un ejecutivo
enérgico. Por lo demás, una república de
orden, comprometida con un programa de
reformas parciales y progresivas, resultaba
menos provocadora en el contexto internacional de la Europa de la Santa Alianza.
Sin embargo, sería erróneo ver en el diseño
institucional de Colombia un mero oportunismo político, orientado por la búsqueda del
reconocimiento de las potencias. En efecto,
la república, tal y como fue concebida en Angostura y Cúcuta, es, ante todo, un producto
típico de su tiempo. En otros términos, el
experimento colombiano se compone de una
extraña mezcla de principios que por su naturaleza corresponden a dos períodos distin-
16 AGN, MRE, DT2, t. 374-376 y 381-383.
historia
tos y que son, en cierta medida, antagónicos.
Al matizar la revolución con la independencia y el imperativo de la transformación de
la sociedad con el del orden, los libertadores
colombianos tenían más en común con los
gobiernos restaurados de lo que hubieran
estado dispuestos a aceptar.
La senda napoleónica
Gracias a Matthew Brown, sabemos hoy que aproximadamente 7.000 aventureros europeos se enrolaron en los ejércitos
colombianos a partir de 1817. Se trataba en
su mayoría de hombres jóvenes y solteros,
de humilde origen y carentes de experiencia
militar previa17. En otras palabras, una multitud de muchachos similares a ese hijo de aserrador que era Julien Sorel, el héroe de Rojo
y Negro. Como este, ¿cuántos de ellos no se
criaron soñando con la leyenda napoleónica?
¿Cuántos no leían con fruición toda suerte de
libros sobre Bonaparte y el Imperio? ¿Cuántos no atesoraban en secreto grabados del
Corso, como si se tratase de reliquias? Y entre los que sabían leer, ¿no podían muchos de
ellos decir, con Fabrizio del Dongo, que habían aprendido a hacerlo en las estampas de
las batallas ganadas por Bonaparte? ¿Cuántos
de aquellos mercenarios no habían jugado de
niños con los cascos y los sables de los militares de sus familias, del mismo modo que el
protagonista de La cartuja de Parma?
Estos muchachos inexpertos se
encontraron a su llegada a Colombia con los
numerosos napoleónicos que se radicaron
por aquellos años en la república. Habitualmente las personas deseosas de establecerse
91
en el país acudían primero a los diplomáticos
de Washington, Londres y París, a quienes
ofrecían sus servicios y a quienes solicitaban
auxilios para los gastos del viaje. En 1824,
por ejemplo, el coronel de ingenieros Luis
Gasperi, natural de la isla de Elba, se dirigió
a José María Salazar, agente colombiano en
Washington, pidiéndole pasaje para él, su
esposa y su hijo. Había sido condecorado con
la Legión de Honor en Francia y con la Corona de Hierro en Italia, y por haber seguido a
Napoleón durante los Cien Días le había sido
forzoso emigrar a los Estados Unidos. Según
declaró, era su intención abrir en Colombia
una “academia de instrucción pública”, donde se impartirían clases de lenguas, matemáticas, fortificaciones y arquitectura civil y
militar18.
También en 1824 el general Frédéric Guillaume de Vaudoncourt ofreció sus
17 Matthew BROWN. Adventuring through Spanish Colonies. Simón Bolívar, foreign mercenaries and the birth of
new nations, Liverpool University Press, 2006. Hay traducción española: Aventureros, mercenarios y legiones
extranjeras en la Independencia de la Gran Colombia,
18 Luis GASPERI a José María Salazar (Filadelfia, 12 de
Medellín, Universidad Pedagógica y Tecnológica de
octubre de 1824), AGN, MRE, DT8, caja 316, carpeta
Colombia/ La Carreta Editores, 2010.
1, f. 183.
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servicios al gobierno de Colombia en una
carta que remitió a Simón Bolívar por intermedio del representante diplomático de la
república en Londres. Para entonces el militar contaba con 33 años de servicios y había
actuado en 18 campañas, en cuyos combates
había recibido 10 heridas. Vaudoncourt había
hecho su carrera en el ejército de ingenieros y
servido en la infantería, la caballería, el estado mayor y la artillería, rama que constituía
su especialidad. En 1791 había sido teniente
del primer batallón de la Mosela y siete años
más tarde comandante de artillería de la República Cisalpina. A continuación y durante
12 años había dirigido la artillería del Reino
de Italia, cuyo ejército fue organizado también gracias a sus cuidados, que incluyeron el
establecimiento de arsenales, fundiciones y
manufacturas de armas. En virtud de su pasado, Vaudoncourt fue expulsado de Francia
por los Borbones en 1816, y tras haber participado activamente en la revolución piamontesa de 1821 como lugarteniente general y
comandante del ejército, hubo de refugiarse
el corazón stendhaliano de los libertadores
92
en Londres19. Allí entró en contacto con los
miembros de la legación colombiana, quienes, sabedores de sus talentos como escritor
–había compuesto diversos libros sobre historia militar20−, le confiaron la traducción al
francés de las memorias de los ministros del
despacho al poder legislativo en 182321.
El caso del caballero Armandi es
aún más interesante, pues cuando manifestó
su intención de establecerse en Colombia era
el institutor de los hijos de Luis Bonaparte en
Roma. Durante 18 años había servido en la
artillería italiana hasta convertirse en coronel
y obtener las condecoraciones de la Legión de
Honor y de la Corona de hierro. Así mismo,
había organizado y estado al frente de la manufactura de armas de Brescia que producía
anualmente 24.000 fusiles y pistolas y 12.000
sables22.
Por razones evidentes, el ejército
colombiano fue el mayor y el mejor asilo para
los desterrados europeos que habían ligado
19 Carta de Guillaume de VAUDONCOURT a Bolívar
(Londres, 24 de febrero de 1824), AGN, MRE, DT8,
caja 507, carpeta 4, f. 35.
20 Frédéric Guillaume de VAUDONCOURT. Histoire des
campagnes d’Annibal en Italie pendant la 2ème guerre
Punique…, Milán, Imprenta real, 1812, 3 vol.; Relation
impartiale du passage de la Bérézina par l’armée française, en 1812…, París, Barrois aîné, 1814; Mémoires pour
servir à l’histoire de la guerre entre la France et la Russie
en 1812…, Londres, Deboffe, 1815, 2 vol.; Histoire de
la guerre soutenue par les Français en Allemagne en
1813…, París, Barrois aîné, 1819.
21 “Estado de las entregas hechas por cuenta de la Repú-
historia
estrechamente su existencia a la de los Bonaparte. La transmisión de la táctica moderna y
los conocimientos militares era afanosamente promovida por las autoridades de la república para concluir la guerra contra España,
y los oficiales y suboficiales en el exilio hallaron un enganche fácil y rápido en las filas
de las tropas libertadoras. Por el territorio de
la joven república se diseminaron también
veteranos europeos que se dedicaron a otros
menesteres. Así, en 1825 el viajero sueco Carl
August Gosselman se encontró a su paso por
Gaira con un corso de apellido Sandreschi,
que se había desempeñado como comisario
del ejército imperial durante la campaña de
Rusia. En las inmediaciones de Santa Marta, Sandreschi se había hecho a una casa de
embarrado y techo de palma, cuyas paredes
adornó abundantemente con cuadros “con la
figura de Napoleón y de sus más distinguidos
generales23”. También en Mompox, frecuentó
Gosselman a un acomodado comerciante
francés de nombre Lehericy que había sido
antes de su emigración oficial del ejército en
las campañas napoleónicas24.De la misma
manera, Jean-Baptiste Boussingault refiere
en sus memorias cómo, estando en Medellín,
recibió la visita del bordelés Bosseau, quien,
tras haber sido panadero de la Guardia Imperial, se había instalado cerca de la ciudad de
Remedios, donde extraía oro con la colaboración de un grupo de indias de la zona25.
Además de los napoleónicos que
buscaron en vano pasar a Colombia y de
aquellos que consiguieron efectivamente
radicarse en la república, existió un tercer
tipo de veteranos que, si bien conocieron el
país, tuvieron en él tan sólo una experiencia
pasajera. Tal fue el caso, por ejemplo del coronel Nicolas Raoul. Ingeniero de la Escuela
Politécnica, Raoul había merecido, según
sus propias palabras, la confianza y la estima
de Napoleón y comandado una división de
artillería de la guardia imperial en Waterloo.
Siguió luego a Bonaparte en la isla de Elba y
en el desembarco famoso que dio inicio a los
Cien Días. Tal lealtad le valdría un recuerdo
elogioso del Corso en Santa Helena, a propósito del cual el coronel se ufanaba sin tapujos.
Al producirse la segunda restauración de
Luis XVIII, Raoul escapó a los Estados Unidos. Allí procuró incorporarse en la escuela
militar de West Point, lo que no consiguió, a
pesar de la recomendación de La Fayette. Fue
entonces cuando decidió tocar las puertas de
la República de Colombia con el propósito
de enrolarse como ingeniero o profesor de
jóvenes oficiales26. En Bogotá coincidió con
el enviado plenipotenciario de las Provincias
Unidas de Centro América Pedro de Molina,
quien lo contrató para servir en el ejército
de su país. Desde su llegada a Guatemala,
Raoul había de convertirse en un verdadero
protagonista de las revoluciones de su país de
acogida27.
En la tercera década del siglo XIX
se dieron entonces cita en la República de
Colombia numerosos veteranos del ejército
imperial y cientos de jóvenes de la generación
inmediatamente posterior que soñaban con
las campañas napoleónicas y creyeron hallar
en la América meridional un escenario a la
medida de sus ambiciones. Unos y otros fue-
blica por […] el honorable M. J. Hurtado por los gastos
26 Oficio remisorio de Leandro Palacios de la súplica
de las legaciones de la República en Londres, Roma,
del coronel Raoul para entrar al servicio de Colombia
etc., hasta fin de diciembre de 1825”, AGN, MRE, DT2,
t. 318, ff. 31-34.
22 José Rafael REVENGA al ministro de relaciones
exteriores (Londres, 13 de febrero de 1824) y repre-
(Filadelfia, 8 de octubre de 1824), Recomendación de
23 Carl August GOSSELMAN, Viaje por Colombia, 1825
Para Bolívar la vida de Napoleón era
un referente mayúsculo, inobjetable,
omnipresente: más aún, constituía un f iltro
mediante el cual percibía la realidad y su lugar
en la historia, unos anteojos con la ayuda de
los cuales leía su propio devenir.
ron recibidos por los líderes de la revolución,
con quienes compartían rasgos fundamentales de carácter, así como convicciones políticas e idéntico trasfondo onírico y legendario.
En primer lugar, se trataba de héroes que
pertenecían eminentemente al período de las
Restauraciones. Y ello no sólo en virtud de
su pertenencia cabal a dicha generación, sino
también a su admiración soterrada pero visible por la epopeya napoleónica.
Según algunos de sus contemporáneos, Simón Bolívar estaba poseído por la
manía de imitar a Napoleón, cuya vida y andanzas conocía perfectamente. Cuando residió en París durante sus años mozos, tuvo
la ocasión de presenciar una revista militar
en la corte de las Tullerías y la impresión que
recibió fue tan fuerte que durante los días
siguientes adoptó el sombrero y la levita napoleónicos, de tal suerte que Humboldt y Gay
Lussac creyeron que el caraqueño había perdido la razón28.Durante la tercera década del
siglo XIX, siendo ya el Libertador-presidente
de Colombia, Bolívar seguía contagiado de la
pasión vestimentaria del Imperio y se le veía
portar un uniforme azul, que por sus solapas
y su corte, recordaba de manera nítida uno
que Napoleón apreciaba particularmente:
Raoul por Bernard, brigadier de ingenieros del ejército
y 1826, Bogotá, Banco de la República, 1981, pp. 52-53.
norteamericano (Filadelfia, 6 de octubre de 1824)
24 Ibíd., p. 107.
y carta de Raoul al vicepresidente Santander, AGN,
sentación del caballero de Armandi (Roma, enero de
25 Jean-Baptiste BOUSSINGAULT, Mémoires de Bous-
1824), AGN, MRE, DT8, caja 507, carpeta 4, ff. 27 y
singault, París, Typographie Chamerot et Renouard,
28.
París, 1903, t. 4, p. 128.
MRE, DT2, t. 125, ff. 182-185.
27 Memoria del general Manuel José Arce…, [1830] San
Salvador, Ministerio de Cultura, 1959, pp. 70-71.
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28 Jean-Baptiste BOUSSINGAULT, Mémoires…, París,
Typographie Chamerot et Renouard, 1892, t. 1 (18021822), t. 3, pp. 10-11.
93
el corazón stendhaliano de los libertadores
historia
el de los granaderos de la corte imperial29.
Hasta en sus proclamas habría intentado Bolívar seguir el canon estético del Emperador,
incorporando en ellas los giros ampulosos
que caracterizaban su lenguaje30. Para el
presidente de Colombia la vida de Napoleón
era un referente mayúsculo, inobjetable,
omnipresente: más aún, constituía un filtro
mediante el cual percibía la realidad y su lugar en la historia, unos anteojos con la ayuda
de los cuales leía su propio devenir. Por ello
solía Bolívar establecer paralelos entre su
existencia y la de su modelo. Por ejemplo, al
hablar un día del Estado Mayor General Libertador refirió a Perú de Lacroix que
94
nunca había tenido a la vez más de cuatro
edecanes; que entre ellos había siempre considerado al general Ibarra como a su Duroc,
a quien Napoleón hizo gran mariscal de
palacio y duque de Frioul; que en el general
Pedro Briceño Méndez tenía a su Clarke,
ministro de la guerra de Napoleón y duque
de Feltre; que en el general Salom tenía a
su Berthier, mayor general del gran ejército
de Napoleón y príncipe de Neufchatel y de
Wagram31.
Bolívar era consciente del ascendiente que ejercía Bonaparte sobre él y
procuraba disimularlo. En 1828, durante su
estancia en Bucaramanga, hizo observar a
Luis Perú de Lacroix que rara vez hacía elogio de Napoleón en sus conversaciones, y que
cuando aludía en ellas a dicho personaje era
más para criticarlo –tachándolo de déspota y
de tirano− que para elogiarlo. Según explicó,
aquellos comentarios severos estaban lejos de
reflejar sus verdaderos pensamientos, pues
se definió como un “grande apreciador del
29 Ibíd., pp. 171-172.
95
Francisco de Paula Santander.
Napoleón cruzando los Alpes de la que el pintor Jacques-Louis
David realizó 5 versiones, 1800.
héroe francés” y afirmó que todo lo que a él
se refería era “la lectura más agradable y provechosa”, el lugar en que estudiaba “el arte de
la guerra, el de la política y el de gobernar”.
No obstante, Bolívar sentía que le era preciso
ocultar y disfrazar sus opiniones para que no
se dijese que el Emperador era su modelo o
que coincidía con él en las miras políticas. En
otras palabras, las censuras públicas del caraqueño con respecto a Napoleón servían para
tratar de desvanecer indirectamente toda
sospecha acerca de sus pretendidos deseos
de hacerse “emperador o rey” o de “dominar
la América del Sur”, del mismo modo que el
Corso había llegado a controlar Europa32.
Evidentemente, en el ámbito colombiano la figura napoleónica no ejercía su
influjo exclusivamente sobre Simón Bolívar.
Sabemos también que el general Francisco
de Paula Santander, vicepresidente de la
república, sentía una verdadera fascinación
por la epopeya imperial. Hallándose en 1832
en el exilio, se reunió en varias ocasiones,
a su paso por los Estados Unidos, con José
Bonaparte. Santander gozó incluso de la hospitalidad del malogrado rey de España, quien
lo alojó en su casa de Borden Town y le hizo
“mil atenciones y obsequios”. Con una veneración no fingida, contempló entonces los
bustos de mármol de la familia imperial, recorrió la biblioteca de su anfitrión, leyó en su
compañía cartas interesantes de Napoleón y
hasta tuvo la suerte de ver algunas reliquias,
como el manto con que el más insigne de los
Bonaparte se presentó en el Campo de Marte
a su regreso de la isla de Elba.
Puede decirse que este acontecimiento extraordinario cierra un ciclo comenzado en 1808. En efecto, las abdicaciones de
30 Ibíd., p. 11.
31 Luis Perú de LACROIX. Diario de Bucaramanga, pp.
88-89.
32 Ibíd., pp. 146-148.
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
Bayona y el consecuente nombramiento de
José Bonaparte como rey de España habían
sido el punto de partida de las revoluciones
hispanoamericanas de independencia. Veinticuatro años más tarde, uno de los principales líderes del movimiento insurgente
se entregaba sin resistencia a una curiosa
peregrinación que demuestra de manera
elocuente que en el momento mismo en que
emprendieron su lucha contra “los pérfidos
franceses”, la fidelidad de los vasallos ultramarinos había sido derrotada por el encanto
irresistible de un heroísmo de nuevo cuño.
Lo referido aquí acerca de Bolívar y Santander es válido también acerca
de otros libertadores. En 1861, titulándose
“Presidente de los Estados Unidos de Nueva Granada”, el general Tomás Cipriano
de Mosquera escribió una curiosa carta al
emperador de los franceses, Napoleón III.
Bolívar a caballo
1824.
el corazón stendhaliano de los libertadores
En ella, recordó las “relaciones de amistad”
que lo habían ligado al rey José y al príncipe
Aquiles Murat en 1831, a su paso por los Estados Unidos. Así mismo, rememoró la visita
que había realizado aquel año a uno de los
museos londinenses, en compañía de la reina
Hortensia y del mismísimo Luis Napoleón
Bonaparte. Aparentemente, en 1832, ante
las trabas impuestas por la policía secreta en
Italia, Mosquera sirvió también de estafeta
entre los miembros de la familia Bonaparte.
Según expresó, sus servicios le habían valido
también la honra de recibir un medallón con
cabellos de Napoleón, que conservaba con
“grande aprecio33”.
96
Héroes stendhalianos
Cabe entonces preguntarse: ¿en
qué medida estos deseos anacrónicos de gloria y la persistencia de los ideales imperiales
no condicionaron la existencia de toda una
generación? Y es aquí donde la literatura se
convierte en una fuente invaluable. Lo que
callan los archivos o las memorias y las historias que los aventureros y los libertadores
publicaron en Gran Bretaña, Francia y América aparece con toda claridad en las páginas
de Rojo y Negro o La cartuja de Parma. Se
trata, sin duda, de lo que Carlo Ginzburg ha
descrito como el “desafío implícito” de Stendhal a los historiadores. Y es que, mientras la
obra de Balzac interpela directamente a los
estudiosos del pasado por la minuciosidad
con que retrata la vida material y la profusión con que describe usos y costumbres, los
libros de Stendhal, inspirados por “objetivos
distintos”, persiguen develar una “verdad
histórica más profunda” (la del corazón humano), mediante “un procedimiento formal
específico”: el “discurso directo libre”, gracias
al cual el escritor accede a las reflexiones in-
historia
(primero como preceptor de los hijos de los
Rênal, en provincia, y luego como secretario del marqués de la Mole, en la capital del
reino), Sorel debió disimular enteramente su
pasión por Bonaparte y por el Imperio, leyendo a escondidas y guardando un grabado
del héroe en una cajita de cartón negra y lisa,
bajo su jergón36.Por su parte, Fabrizio Valserra, marchesino del Dongo, comprometió
en su juventud su reputación y su carrera al
intentar reunirse con las tropas imperiales
durante los Cien Días. En consecuencia, la
carrera militar le cerró sus puertas y no le
quedó más remedio que abrazar la eclesiástica con la intención de convertirse en obispo
o arzobispo.
El protagonista de Rojo y Negro
hubiera podido perfectamente tomar otro
camino, como tantos compatriotas suyos,
dirigiéndose al Caribe desde un puerto inglés
o desde Burdeos o El Havre, y enganchándose a continuación en los ejércitos colombianos. Otro tanto puede decirse con respecto
al héroe de La cartuja de Parma, pues la
nobleza nunca fue óbice para emprender un
viaje semejante, como lo demuestra el caso
del conde Federico de Adlercreutz, quien
después de ser edecán de Bernadotte debió
abandonar su patria tras contraer deudas que
no podía satisfacer37. Así, Sorel y del Dongo
habrían podido vestir el bello uniforme militar de sus ensoñaciones juveniles y hacerse
un nombre sin sacrificar su sinceridad y sus
convicciones íntimas. Las historias de Julien
Sorel y Fabrizio del Dongo son, de alguna
forma, las de dos mercenarios colombianos
que nunca partieron.
Si bien pertenecía a la generación
anterior a la de los protagonistas de Rojo y
teriores de sus personajes. Se trata de un paso
abrupto de la tercera a la primera persona,
sin empleo de comillas y utilizando tan sólo
una “puntuación quebrada y fragmentada,
que introduce repentinos cambios de perspectiva”. Este procedimiento narrativo, como
bien dice Carlo Ginzburg, suscita preguntas
y atrae documentos potenciales34. Es precisamente esta zona, situada “más acá o más allá
del conocimiento histórico” la que pretendo
abordar a continuación, haciendo de la obra
stendhaliana una fuente para acceder al corazón de los libertadores.
En Rojo y Negro Julien Sorel es
presentado como un lector asiduo del Memorial de Santa Helena. Como se sabe, el conde
Emmanuel Las Cases acompañó a Napoleón
durante su reclusión en la isla inglesa frente
a las costas de África. De las conversaciones
cotidianas de ambos surgió el material que
había de convertirse en 1823 en ese libro
capital en la rehabilitación histórica del Emperador35. El protagonista de la novela de
Stendhal consideraba al Memorial como su
lectura preferida y como su “Corán”, junto
con los boletines del ejército imperial y las
Confesiones de Rousseau. Sabemos que la
obra llegó a manos de Julien, al mismo tiempo que otros 30 volúmenes y una medalla de
la Legión de honor, como un regalo póstumo
de un cirujano del ejército imperial, que solía
referirle en vida la historia de la campaña
de 1796 en Italia. Con el triunfo de la Restauración, Julien optó por cesar de hablar
de Napoleón, abrazó el proyecto de hacerse
sacerdote y se dio a la tarea de aprender de
memoria la Biblia en latín. A causa de sus
empleos en dos casas de ultras convencidos
34 Carlo GINZBURG. “La áspera verdad. Un desafío de
lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos Aires, Fondo
de 1861), Archives du Ministère des Affaires Etrangères, Affaires diverses politiques, Colombie, 1, legajo 5º.
37 Caracciolo PARRA PÉREZ (ed.). La cartera del coronel
de Cultura Económica, 2010, pp. 241-266.
35 Sudhir HAZAREESINGH. La légende de Napoléon,
París, Tallandier, 2005.
EDICIÓN 7
Negro y La cartuja de Parma, Luis Perú de
Lacroix es un buen ejemplo de la manera en
que se comportaron en el invernáculo colombiano las plantas exóticas de la orfandad
imperial. Como se sabe, Perú de Lacroix fue
uno de aquellos hombres que tras su participación en la gesta napoleónica llegaron a la
república y se enrolaron en el ejército independentista38. A él debemos un curioso libro
que editó y publicó en París en 1912 Cornelio
Hispano: el Diario de Bucaramanga. Se trata
de una réplica maravillosa del Memorial de
Santa Helena (obra explícitamente citada
como modelo por Perú de Lacroix). No cabe
duda de que el texto de Las Cases fue leído
rápidamente en Colombia: así lo demuestra,
entre otras cosas, la existencia de un ejemplar
de la primera edición en el archivo de José
Manuel Restrepo. Como Julien Sorel, Perú
de Lacroix conocía muy bien y admiraba el
Memorial de Santa Helena. Así quedó de-
36 STENDHAL. Le Rouge et le Noir, Libro I, capítulo IX.
Stendhal a los historiadores”, en: El hilo y las huellas:
33 MOSQUERA a Napoleón III (Bogotá 13 de setiembre
97
2012
conde de Adlercreutz, documentos inéditos relativos a la
38 Jaime DUARTE FRENCH. Los tres Luises del Caribe
historia de Venezuela y de la Gran Colombia, Caracas,
¿corsarios o libertadores?, Bogotá, El Áncora Editores,
Academia Nacional de la Historia, 2009, p.
1988.
R E V I STA DE S A N T A N D E R
Marie-Henri Beyle
(1783-1842),
conocido por el
seudónimo de
Stendhal.
el corazón stendhaliano de los libertadores
98
mostrado en 1828 cuando, al tener la suerte
de discurrir tranquilamente durante algunos
días con el presidente de Colombia, se tomó
el trabajo de consignar cuidadosamente en
las noches los juicios y comentarios que había
escuchado algunas horas atrás. El ejercicio de
transposición resulta curioso en más de un
sentido. Perú de Lacroix asume el papel de
Las Cases, mientras Bolívar es puesto en el
lugar de Bonaparte. Sin embargo, el decorado
es muy otro, pues en lugar del destierro insular, los diálogos ocurren en Bucaramanga,
a la espera de los resultados de la convención
de Ocaña. En otras palabras, el Libertador
habla en el Diario de Bucaramanga desde su
crepúsculo, mientras que el antiguo emperador tiene en el Memorial la voz ultraterrena
del profeta derrotado. Pero, lo más importante de este paralelo es la actitud “soreliana” de
Perú de Lacroix, esto es, su coincidencia con
el héroe stendhaliano en la manera de leer la
realidad, la política y la historia.
Anteriormente me referí al “invernáculo colombiano” y es bueno insistir en la
metáfora porque ella implica a un tiempo la
identidad y las diferencias; la persistencia y
las adaptaciones. Sabemos que el influjo napoleónico se hizo sentir en las modas, y que
las pelucas empolvadas (“símbolo de todo
lo que es lento y triste”, dice Stendhal en La
cartuja de Parma39), las coletas40 y los trajes
cortesanos con que solían representarse en
los retratos los criollos neogranadinos a finales del siglo XVIII fueron abandonados
en pocos años en beneficio de las cabezas
desnudas y las casacas militares. Mas ello se
hizo como lo permitían los recursos del país,
es decir, precariamente. El guardarropas y
las actitudes de algunos libertadores son muy
ilustrativas en ese sentido: el coronel Manuel
Antonio López refirió por ejemplo que, al
comienzo de la campaña de la Nueva Granada, Bolívar no tenía más que dos camisas:
una que llevaba puesta y otra que era lavada
historia
entre tanto. La situación de los soldados era
mucho peor, como que para entonces llevaban tres años andando desnudos y descalzos,
combatiendo casi sin armas y municiones,
y durmiendo a la intemperie, mientras se
disputaban “los cueros de las reses que se
mataban para que les sirvieran de abrigo por
la noche41”.No otra cosa afirma Codazzi en
sus Memorias, donde se lee que ninguno de
los jefes y generales del ejército libertador
tenían “con qué cambiarse y entre el fango,
el agua, las incomodidades, la escasez y las
privaciones de todo género, más parecían
bestias que hombres42”. En 1820 las circunstancias, si bien algo más holgadas, no eran
radicalmente diferentes. El coronel Antonio Morales Galavís, a la sazón gobernador
militar del Socorro, vestía a diario con una
esclavina azul de “mal paño”, que llevaba “en
pechos de camisa”. En las ocasiones espe-
ciales se ponía el único uniforme que poseía
y que era de color grana, con bordados de
cordón de oro. No obstante, con ser tan limitado, el boato bastaba para deslumbrar, pues
en la provincia las gentes iban por lo general
de lienzo y alpargates43. Si hemos de creer a
Stendhal, el aspecto de los oficiales del ejército francés en Italia no era muy diferente al de
sus sucesores colombianos. En La cartuja de
Parma, al alojarse donde de la marquesa del
Dongo, el teniente Robert parece un miserable comparado con los lacayos del palacio:
mientras que estos visten con magnificencia
y calzan buenos zapatos con hebillas de plata, el militar no posee más que un uniforme
remendado, compuesto por un pantalón y
un sombrero pescados entre los despojos del
ejército austríaco, charreteras de lana y unos
zapatos cuya suela procede igualmente de
un sombrero tomado al enemigo y amarrada
mal que bien con unos cordeles aparentes44.
Evidentemente, la aventura independentista de Hispanoamérica se diferenciaba de las guerras de la revolución y
del imperio no solamente por los niveles de
riqueza de estos países y los europeos, o por
las dimensiones de las batallas y de los ejércitos, sino también por las razones mismas
que sustentaban las luchas y por las épocas
en que se produjeron. Para decirlo en pocas
palabras, la contienda contra España no
podía adoptar la forma de una revolución
jacobina. El peso de la experiencia francesa,
y de la haitiana, eran demasiado agobiantes
como para que los líderes de la independencia se embarcaran en una aventura que
podía ser vista como una amenaza al poderío
colonial europeo y que, antes que nada, hubiera significado un desafío absurdo a lo que
parecía ser una lección histórica inapelable.
En lugar de proyectos utópicos y radicalismo,
las autoridades colombianas se decidieron
40 Al respecto cabe citar a José Manuel Groot, quien en
el cuadro de costumbres La Barbería apuntó: “Nunca
olvidaré que, a pocos días del 20 de julio, al maestro
Lechuga debí la independencia de mi Colta, que tiranizaba mi cabeza. Era el peluquero de la casa, y como
desde aquella gloriosa fecha se proscribió el peinado
español y se adoptó el de pelo corto introducido por
Bonaparte en Francia, mi padre se hizo cortar la coleta
y mandó ejecutar la misma sentencia sobre la mía. Era
la coleta un moño largo de menos de una cuarta y tan
grueso como una longaniza, el cual se hacía de un
mechón largo de pelo que se dejaba en la nuca. Éste
se sobaba con alguna pomada o con sebo y, luego,
dándole dos o tres dobleces, se le iba envolviendo en
un cordón de pabilo muy apretado y, hecho esto, se
envolvía como tango de tabaco con una cinta negra
más encima”. Citado por Sergio MEJÍA, El pasado
como refugio y esperanza. La Historia Eclesiástica y
Civil de José Manuel Groot, Universidad de los AndesInstituto Caro y Cuervo, 2009, p. 38.
Las palabras de Ortis corresponden a ese momento de desilusión que
comenzó en Italia con la firma del tratado
de Campo Formio. Según Benedetto Croce,
surgió entonces una especie de “antifrancesismo”, que no era propiamente aversión
política a Francia, sino aversión intelectual
y moral contra las palabrejas vacías, las abstracciones jacobinas y los “gobiernos geométricos”. La resistencia contrarrevolucionaria
de las plebes napolitana y española convenció
a muchos de la necesidad de reformar sin
hacer abstracción de las costumbres y las
necesidades locales. Las instituciones monárquicas fueron entonces vistas sin el odio de
antaño y llegó a pensarse en la posibilidad de
conciliarlas con las instituciones liberales46.
No obstante, el fracaso de las revoluciones
Biblioteca Economica Newton, 2002, p. 59.
43 AGN, Asuntos Criminales, t. 89, ff. 428-435.
42 Memorias de Agustín CODAZZI, Bogotá, Banco de la
44 Libro I, capítulo I.
República, 1974, p. 384.
EDICIÓN 7
Ahora bien: hagamos sacerdotes de los curas y los frailes; convirtamos los nobles en
patricios, los del pueblo, o muchos de él al
menos, en ciudadanos propietarios y dueños de tierra; pero ¡ojo!, sin carnicerías, sin
reformas sacrílegas de religión, sin facciones, sin proscripciones ni exilios; sin ayuda
y sangre y depredaciones de armas extranjeras; sin divisiones de tierras ni leyes agrarias; ni rapiñas de propiedades familiares45.
45 Ugo FOSCOLO. Ultime lettere di Jacopo Ortis, Roma,
41 Recuerdos históricos del coronel Manuel Antonio LÓPEZ…, Bogotá, Imprenta Nacional, 1955 [1ª ed., 1878].
39 Libro I, capítulo VI.
naturalmente por un reformismo gradual y
prudente. En el ámbito religioso, ello quería
decir, por ejemplo, abolición de conventos
menores y mantenimiento de la intolerancia;
en lo relativo a la esclavitud, ley de vientres
y abolición gradual; etc. Sin duda alguna, los
libertadores colombianos hubieran refrendado con entusiasmo los remedios concebidos
para Italia por el héroe de Foscolo, Jacopo
Ortis:
2012
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46 Benedetto CROCE. Una famiglia dei patrioti, Milán,
Adelphi, 2010, pp. 34-35.
99
el corazón stendhaliano de los libertadores
de 1820 y 1821 suscitó interrogantes válidos
sobre las consecuencias de la tibieza política.
Es comprensible entonces que Stendhal nos
muestre a Julien Sorel preguntándose lúcidamente en París al final de la década:
100
Lo revolucionarios del Piamonte y de
España, ¿debían acaso comprometer con
crímenes al pueblo? ¿Dar a gentes incluso
carentes de mérito todas las plazas en el
ejército y todas las condecoraciones? Aquellos que hubieran llevado esas condecoraciones, ¿no habrían acaso temido el retorno
del rey? ¿Era preciso por ventura entregar
el tesoro de Turín al pillaje? En una palabra
[…] el hombre que quiere exterminar la
ignorancia y el crimen de la tierra, ¿debe
pasar como una tempestad y hacer daño a
tientas47?
En la intención de realizar una
transformación política moderada, el proyecto independentista colombiano se asemeja
naturalmente a las revoluciones europeas
de 1820 y 1821. El triunfo militar contra
España y el buen desempeño de la república
en sus primeros años ciertamente libraron
a las autoridades de Bogotá de plantearse
la posibilidad de radicalizar el movimiento
que presidían para afianzarlo. Por el contrario, el peligro de una espiral de rebeliones
desatado por el general Páez en 1826 llevó a
buena parte de los fundadores de la república
a comprometerse de manera creciente con
un proyecto reformista de concentración
del poder que devela, una vez más, el ascendiente de la figura napoleónica en la Nueva
Granada y Venezuela. En efecto: ¿acaso no
había significado Waterloo también una lección histórica de la mayor importancia? ¿No
era Napoleón responsable en buena medida
del regreso de los Borbones, de los nobles y
los sacerdotes? Habiendo podido consolidar
la república, recuerda Stendhal, Bonaparte
historia
prefirió fundar una dinastía de reyes48. En
su admiración mal disimulada por el Emperador de los franceses, en el prurito tozudo
de imitarlo en el momento mismo en que se
comprometieron con el proyecto republicano
colombiano, ¿no demuestran los libertadores
la verdadera forma de su ambición y su clara
pertenencia al modelo heroico de las Restauraciones, tal y como podía concebirlo un
joven como Julien Sorel?
De Murat,
jamais de Washington
En 1804, al producirse la coronación de Napoleón, Simón Bolívar se hallaba
en París. Según afirmó posteriormente, se
entusiasmó mucho con “aquel acto magnífico”, mas no por la pompa o la corona –que
le pareció “una cosa miserable o de moda
gótica”−, sino por el entusiasmo “que un
inmenso pueblo manifestaba por el héroe”.
Aquella muchedumbre en trance le pareció al
joven caraqueño “el último grado de las aspiraciones humanas” y la encarnación cierta de
un ideal por el que pugnaría a lo largo de su
vida. Este encuentro eminente con el esplendor de la reputación llevó a Bolívar a pensar
en la “esclavitud de su país y en la gloria que
conquistaría el que le libertase”49. En otras
palabras, si el relato de Perú de Lacroix en el
Diario de Bucaramanga merece algún crédito, la coronación de Napoleón habría jugado
un papel fundamental en la definición del
transcurso vital del Libertador.
A pesar de sus protestas bumanguesas, es claro que Bolívar no se conformó
con la gloria de encabezar la liberación de
Nueva Granada, Venezuela, Quito y los dos
Perús. Siguiendo el surco trazado por Napoleón, y la estela trágica que, como consecuencia del mismo tránsito, habían dejado
101
Murat, Dessalines e Iturbide, el Libertador
presidente de Colombia se extravió en Lima,
como dice Restrepo, en el “laberinto de la
política50”. En realidad, la tesis del historiador es poco convincente: por lo menos desde
Angostura, don Simón había expresado sin
ambages su ideal político, que aliaba una
presidencia vitalicia y un senado hereditario.
La constitución boliviana no es, pues, un pérdida tardía o momentánea de lucidez, sino
la expresión de una convicción íntima, la
manifestación espontánea de una ambición
muy de su siglo. El corazón stendhaliano de
Bolívar lo impulsaba naturalmente, podríamos decir, a hollar la Constitución de 1821, a
alcanzar una gloria que cifraba no tanto en la
libertad como en el ascenso vertiginoso y la
La coronación de
Napoleón.
Jacques-Louis
David, 1805-1808
En 1804, al producirse la coronación de
Napoleón, Simón Bolívar se hallaba en París.
Según af irmó posteriormente, se entusiasmó
mucho con “aquel acto magníf ico”, mas no
por la pompa o la corona –que le pareció
“una cosa miserable o de moda gótica”−, sino
50 José Manuel RESTREPO. Historia de la Revolución de
47 Libro II, capítulo IX.
acumulación de poder. Se trata, por supuesto,
de una elevación trágica, de una desmesura
que hace de él un héroe paradójico e incoherente, desgarrado por una contradicción
esencial. Fundador de repúblicas, héroe de la
libertad en el período de la legitimidad, don
Simón defendía, en contra de la reputación
48 Vie de Napoléon, op. cit., p. 55.
la República de Colombia en la América Meridional.
49 Diario de Bucaramanga, op. cit., p. 101.
Besanzón, Imprenta de M. Jacquin, 4 vols., t. 3, p. 532.
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por el entusiasmo “que un inmenso pueblo
manifestaba por el héroe”.
el corazón stendhaliano de los libertadores
102
washingtoniana que le fabricaron sus admiradores, un sistema de gobierno que equivalía en la práctica a una monarquía electiva, a
un consulado a la Bonaparte.
El historiador José Manuel Restrepo intenta en vano vindicar en su obra la
conducta del héroe colombiano asegurando
que nunca fue su intención ceñirse la corona.
Sin embargo, hay que considerar, en primer
lugar, que el Libertador presidente no tenía
descendientes legítimos para fundar una dinastía. Y en segundo término, que los ideales
republicanos que habían justificado su vida
pública, así como el fracaso aleccionador de
Iturbide, actuaron como ataduras eficaces
que paralizaron las veleidades monárquicas
de Bolívar. No obstante, su ambición de convertirse en presidente vitalicio le permitía
conciliar, al menos en teoría, principios e
instituciones antagónicas. Por una parte,
mantenía eficazmente las apariencias republicanas y el título de Libertador; por otra, se
aseguraba una autoridad limitada en el tiempo sólo por la muerte.
Bolívar compartía ese rasgo esencial con la mayoría de los fundadores de
Colombia. José Manuel Restrepo, al historiar
los estertores de la república y referir las protestas de Páez en 1830 de retirarse al reposo
y la felicidad doméstica tras la consolidación
de Venezuela, apunta: “Nuestros altos jefes
de las repúblicas americanas han repetido
tanto ‘los ardientes deseos que los devoran
de tornar a la vida privada’, que ya nadie cree
en estas expresiones, consideradas como de
mera cortesía”51. Se trataba, pues, de una peculiaridad generacional.
Julien Sorel soñaba con la epopeya
napoleónica y la gloria militar, mas consagró
su existencia a un ascenso social desafortunado que pretendió ajustarse, en principio, a
las normas de las sociedades europeas de la
Restauración. Es cierto que Fabrizio del Dongo culminó su vida plácidamente en una car-
historia
tuja, mas es preciso recordar que pertenecía
a una familia noble y que, en consecuencia,
el suyo no fue ningún encumbramiento sino
tan sólo el aprendizaje virtuoso del ejercicio
de las convicciones íntimas en un ambiente
eminentemente hostil. Los libertadores de
Colombia, por su parte, se embarcaron en
una empresa republicana, al tiempo que soñaban con los fastos de un destino napoleónico, de un ascenso aristocrático que por su
reformismo mesurado y su rechazo al espiral
revolucionario pertenece plenamente a la
época inaugurada por Waterloo. De alguna
forma, el camino contrario al recorrido por
esos nobles “mutantes” de finales del siglo
XVIII, que en vísperas de la Revolución
Francesa no se conformaban ya con el lustre
de su linaje y buscaban hacerse un nombre
gracias a la pluma. Verdadera inversión de los
valores nobiliarios según los cuales el individuo no era más que un eslabón en la larga
cadena hereditaria sobre la que reposaba la
gloria de una casa. Al afirmar la superioridad
del mérito personal sobre la virtud transmisible, los nobles vanguardistas de finales del
setecientos reivindicaban una ambición de
tipo plebeyo, una gloria de índole moderna
en la que se hallaban ya presentes los nuevos
principios sobre los que había de fundarse en
adelante la legitimidad social52.
Se dirá que Napoleón exportó los
principios de la Revolución a toda Europa a
través de la guerra. Sin embargo, conviene
recordar que su llegada al poder significó
desde un comienzo no sólo el fin de aquella
aventura en Francia, sino también un retorno progresivo y decidido hacia la sociedad
cortesana. Así, a su llegada a las Tullerías, en
su calidad de Primer Cónsul, no sólo mandó
quitar los árboles de la libertad del patio del
palacio, sino también los gorros frigios que
decoraban sus muros. En Saint-Cloud Napoleón renovó las partidas de caza y las misas
103
Retrato de Napoleón (detalle), por Jacques-Louis David, 1812.
Nacionales. Caracas, Venezuela.
dominicales, a las que asistía ocupando con
Josefina el lugar que había correspondido antaño a los soberanos Borbones. Por la misma
época, el Primer Cónsul instituyó la Legión
de Honor (19 de mayo de 1802), a pesar de
la oposición de los jacobinos, que veían en
ella el renacimiento de una casta y de privilegios contrarios a la igualdad republicana
(dicho sea de paso, el ejemplo sería seguido
no sólo por Bolívar −Orden de los Libertadores−, sino también por Iturbide −Orden
de Guadalupe− y San Martín −Orden del
Sol−). Y cuando se promulgó solemnemente
el Concordato en París el 18 de abril de 1802,
los lacayos volvieron por primera vez a usar
librea y los coches de punto fueron reemplazados por las calesas y los carruajes del Antiguo Régimen. Al año siguiente, el ministro
del Interior recibió el encargo de elaborar un
proyecto de estatua de Carlomagno para la
plaza Vendôme, Josefina se rodeó de damas
52 Guy CHAUSINAND-NOGARET. Mirabeau, Seuil,
51 Historia de la Revolución, op. cit., t. 4, p. 326.
París, 1982, pp. 32-35.
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El Libertador ca. 1827. Juan Lovera. Colección Fundación Museos
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de compañía y apareció el perfil de Bonaparte en las monedas. Por último, el 2 de diciembre de 1804 tuvo lugar la consagración del
Emperador de los franceses en Notre-Dame.
Ciertamente, el título fue preferido al de rey
porque, a diferencia de este, “no suponía ni
amo ni esclavos”. Algunos se reconfortaron
entonces pensando que con Napoleón era
la Revolución la que recibía la corona53. No
obstante, el regreso de los Borbones al poder
tras la efímera aventura imperial basta para
considerar que el trono de Bonaparte se erigió más sobre los escombros que sobre las
realizaciones de la Revolución.
Tal era el modelo de nuestros libertadores. Héroes paradójicos: héroes de la
Restauración. @
53 José CABANIS. Le sacre de Napoléon, París, Gallimard,
1975.
La nacionalización de la fecha conmemorativa
de la independencia
ARMANDO
historia
MARTÍNEZ GARNICA
Cundinamarca había aprobado su Declaración de la independencia. Por una parte, se
mantuvo el solemne tedeum y la procesión de
la imagen de Santa Librada desde San Juan
hasta la Catedral, con una larga predicación
de fray Francisco Florido, pero además el
presidente Antonio Nariño y todas las corporaciones hicieron el solemne juramento de
independencia “de Cundinamarca”. La celebración del año siguiente reunió los actos ya
tradicionales: tedeum, predicación del presbítero Juan Fernández de Sotomayor, procesión de Santa Librada, descargas de fusilería
y cañones en la huerta de Jaime, corridas de
toros, iluminación pública y una comedia en
el coliseo.
Producida la batalla de Boyacá
que restauró el régimen republicano, el 20
de julio de 1820 los santafereños celebraron
el décimo aniversario de su fecha local, pero
apenas limitada al “aniversario de la transformación política de Cundinamarca”. Según el cronista, este día conmemorativo del
derrumbe de “la tiranía” se había celebrado
el tedeum en la catedral, con una elocuente
oración de fray Máximo Fernández, se realizaron corridas de toros y el vicepresidente
Santander organizó en palacio un baile al
que había concurrido “la belleza más florida
de la capital, y se dejó ver el más puro y sincero placer”1. Esta conmemoración incluyó
la representación nocturna en las tablas de
la obra dramática en verso titulada La Pola,
escrita por José María Domínguez Roche,
donde se vieron “sollozos y lágrimas, con
maldiciones al viejo Sámano”.
Tres años después, el periódico
bogotano El Patriota recordó, en su entrega
37 del día 20 de julio de 1823, que este día se
contaban ya “trece años de esfuerzos para
hacernos independientes de España. A una
hora como esta (las 9 del día) éramos todavía
el año 1810 colonos de los españoles; de entonces a hoy, ¡cuántos sucesos de toda especie
Durante las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia
Nacional que se realizaron en todo el país durante el año 2010 se resucitó en algunos
círculos académicos una vieja disputa, resuelta cien años antes: la de “la verdad histórica”
respecto de la elección de la fecha del 20 de julio como día de la independencia de la
nación colombiana. En este artículo se revisa la historia del proceso de elección de esta
fecha para todo el país, demostrando que no fue el fruto de un debate entre cultivadores
de la ciencia de la Historia, sino un resultado final de una voluntad de nacionalización
de una fecha, una decisión política a favor de uno de los tantos procesos de nacionalización de los pueblos de Colombia.
104
l proceso de adopción de una
fecha conmemorativa de la independencia, válida para toda
la nación colombiana, tardó
legalmente un poco más de
seis décadas y solo con el Centenario de 1910
pudo considerarse definitivamente terminado. En lo que sigue se mostrarán los principales eventos de ese proceso, distinguiendo
el proceso de avance de la ciencia histórica
respecto del proceso político de avance de los
procesos de nacionalización de los pueblos de
las provincias que integraron la República de
Colombia.
El 20 de julio de 1811 se celebró
en la ciudad de Santafé el primer aniversario
del acontecimiento que formó su junta de
gobierno provincial, pero no se trató más que
de una conmemoración local que conservó la
festividad local de Santa Librada. Según las
anotaciones del Diario que llevaba el sastre
José María Caballero, el 19 de julio se había
publicado un bando para iluminar la ciudad
durante tres días, “por haberse cumplido
el año de la revolución e instalación de la
suprema junta”, y al día siguiente la “Representación Nacional” asistió a un tedeum en
E
Santa Librada.
Escultura (madera,
laminilla de oro,
metal y vidrio).
Anónimo. Museo
de la Independencia - Casa del
Florero, Bogota.
No. Registro, 157.
la catedral, en el que predicó fray Chavarría,
prior de los agustinos. Después, en la Huerta
de Jaime se realizó una parada militar con
descargas de fusiles y cañones. Dos años
después, la conmemoración del 20 de julio de
1813 en Santafé fue un evento especial, pues
cuatro días antes el cuerpo representativo de
EDICIÓN 7
1 Gaceta de Bogotá, no. 52 (20 de julio de 1820).
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
hemos presenciado! Hoy es un día de recuerdo muy grato para los antiguos patriotas que
trabajaron con audacia en derrocar el poder
godo en este país”. Pero su convocatoria a
conmemorar en este día “con emociones de
contento y regocijo” limitó su significado al
de “aniversario de la revolución de Santafé de
Bogotá”.
Esta temprana tradición conmemorativa explica la actitud expresada por el
general Tomás Cipriano de Mosquera quien
−por haber tenido 12 años en 1810 puede
considerarse un miembro de la generación de
la independencia− al comenzar el año 1841
simplemente se negó a reconocer el suceso
santafereño del 20 de julio como efemérides
de carácter nacional. Sus razones son bien
ilustrativas del sentimiento de los caudillos
políticos nativos de las provincias que integraban entonces el Estado de la Nueva Granada:
Señor jefe municipal [de Coromoro]: En
contestación a su atenta carta, debo decir
a usted que jamás ni como magistrado, ni
como hombre público, ni como particular,
he reconocido como efemérides nacional el
acto revolucionario que tuvo lugar en Bogotá el 20 de julio de 1810. Si debe celebrarse
como efemérides memorable, el primer
pronunciamiento que se hizo en el antiguo
Nuevo Reino de Granada correspondería al
que tuvo lugar en Quito en 1809; pero contrayéndonos a lo que hoy es el territorio de
Colombia, debería celebrarse el 22 de mayo
de 1810 en que tuvo lugar la deposición del
gobernador de Cartagena brigadier Montes,
y el establecimiento de un gobierno provisorio en aquella plaza fuerte, que tuvo gran
influencia política en todo el Virreinato y
fue secundado por Pamplona el 4 de julio
de 1810 y por la vecina ciudad de Socorro el
10 del mismo mes y año. La Legislatura del
Estado de Cartagena fue además la primera
que con el carácter de representación pública proclamó la independencia de España de
modo oficial el once de noviembre de 1811.
105
la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia
historia
Toca, señor jefe municipal, a los hombres
públicos que vivimos y que pertenecemos a
los fundadores de la República, rectificar los
hechos de que hemos sido testigos, para que
no se adultere la historia 2.
106
Como consecuencia de estas razones, el general Mosquera no aceptó la invitación que le había formulado el jefe municipal
del distrito de Coromoro, en la provincia del
Socorro, convencido de que la fiesta del 20 de
julio “no puede conmemorar el hecho principal de nuestra regeneración política, ni de
nuestra independencia”.
La tradición conmemorativa de los
bogotanos solo se extendió a los pueblos de
su provincia por mandato de la ordenanza
de la cámara provincial número 11 del 14 de
octubre de 1842: “En los días 20, 21 y 22 de
julio de cada cuatro años, empezando por el
de 1849, se hará en la capital de la República
una fiesta provincial consagrada a honrar las
acciones virtuosas y en especial a conceder
premios y recompensas a los habitantes de la
provincia que manifiesten su laboriosidad y
honradez, por las obras que presenten como
producto de cualquier género de industria a
que estén dedicados para generar su subsistencia y la de sus familias”3.
La conmemoración bogotana de
1872 fue muy lucida, tal como la narró el
cronista José María Cordovez Moure, pero
en esta ocasión el presidente Manuel Murillo
Toro leyó una alocución novedosa por cuanto convidó a los ciudadanos a “celebrar la
iniciación de nuestra nacionalidad” el día 20
de julio. Sus argumentos abrieron el camino
107
2 Tomás Cipriano de Mosquera, carta de respuesta a la
invitación del jefe municipal de Coromoro; Bogotá, 13
de enero de 1841. Publicada por Rito Rueda en Presencia de un pueblo. Reminiscencias de la ciudad de San
Gil, San Gil, el autor, 1968, p. 51. Incluida por Guido
Barona en Espejo de mundo, Popayán, Universidad del
Cauca, 2011, p. 174.
Centenario del natalicio del Libertador en Bogotá. Fuegos artificiales en la noche del 25 de julio de 1883. Papel Periódico Ilustrado.
3 20 de julio, Fiestas Nacionales, Bogotá, s.n., 1949, p. 4.
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia
historia
de unión entre los nueve estados que formaban la Federación colombiana.
ble por su inteligencia y por sus virtudes y
prodigiosamente rica4.
108
Centenario del
natalicio del
Libertador en
hacia la nacionalización de la fecha del 20 de
julio:
Bogotá, el 25 de
julio de 1883. La
procesión cívica
llegando al Puente
de San Francisco.
Papel Periódico
Ilustrado.
… creo que puedo anunciaros en este día
solemne que hemos cerrado la edad de
hierro para entrar en la edad de oro. Se
ha abierto recientemente, con pie firme
y ánimo resuelto, la carrera del progreso
moral y material, y pronto, más pronto de
lo que acaso puede figurarse, las escuelas
primarias, las universidades, los colegios,
la imprenta libre, la concurrencia de todos
a todo, la práctica de las instituciones, los
telégrafos, las vías férreas, la aplicación de
la mecánica a todas las operaciones del trabajo, hacen de nosotros una nación respeta-
En el optimismo que irradió ese
día, el presidente de la Unión Colombiana
sintió una inmensa distancia recorrida “entre
el bienestar y la moralidad del pueblo de la
Colonia y el bienestar, la dignidad, la ciencia
y la moralidad del pueblo de 1872”. El desfile
de carros alegóricos que marchó desde la
plaza principal hasta la Plaza de los Mártires
representó un relato de la marcha histórica de la nación colombiana, en el orden
siguiente: Antonio Nariño, quien despertó
“el sentimiento de patria entre los cundinamarqueses” y fue “el primero que los condujo
al campo de la gloria”; Antonio Ricaurte,
representación del “sublime sacrificio” por la
patria; Francisco José de Caldas, sacrificado
por su amor a las ciencias; Atanasio Girardot,
otro mártir “que enseñó a las futuras generaciones cómo se ofrenda la vida por la patria”;
Francisco de Paula Santander, quien por
haber dado ejemplo de obediencia a la Constitución fue llamado “el hombre de las leyes”;
Camilo Torres, inspirador de la idea de que
“los pueblos son los únicos que tienen derecho a disponer de su suerte”; y Policarpa Salavarrieta, representante de la mujer “ansiosa
de morir por la patria”. El último carro alegórico indicó claramente la nacionalización
de la fecha conmemorativa del 20 de julio:
Esta alegoría expresaba sin palabras, bajo la forma de cintas de colores que
unían a la bella representante de cada estado
federal con el Acta santafereña de 1810, la
voluntad de nacionalizar la conmemoración
de un documento local firmado por los santafereños en la madrugada del 21 de julio de
1810. Un nuevo elemento no visto antes en
estas representaciones públicas fueron los
nueve arcos, cada uno con el nombre de un
estado federal, por donde transitó el desfile:
“Al asomar la cabeza de la comitiva, después
de pasar el arco de Antioquia, se desbordó el
incontenible entusiasmo de los espectadores,
que arrojaban a los protagonistas de tan hermosa fiesta millares de ramilletes y coronas
encintadas… El arco dórico que correspondió al estado de Magdalena estaba custodiado por el Depósito de soldados inválidos de
la Independencia”. El desfile terminó en el
atrio del capitolio con una escena alegórica
de gran significado: la señorita Rebeca Porras, quien representaba al Estado de Bolívar
en el carro del Acta de la Independencia, dirigió al presidente Murillo Toro un discurso
en el que le pidió enviar a cada uno de los
presidentes de los nueve estados de la Unión
las coronas que cada una de esas damas había
portado este día, “como prenda de cordialidad y unión, símbolo de la paz que debe conducirnos a un hermoso porvenir”. El cronista
que relató esta especial conmemoración del
20 de julio de 1872 cerró sus recuerdos con la
conclusión de que había presenciado por vez
primera el “aniversario de la proclamación
de nuestra independencia nacional”.
Uno de los miembros de la junta
cívica que organizó la representación anterior en Bogotá fue don José María Quijano
Otero, quien fue secretario de la Cámara de
Representantes, historiador y director de la
Biblioteca Nacional. En la celebración de este
año fue uno de los oradores en el acto de la
Huerta de Jaime, donde pronunció un dis-
El Acta de la Independencia, rodeada de
nueve señoritas descendientes de los mártires de la patria [una por cada estado federal
de la Unión], escogidas entre las más bellas
de la ciudad, vestidas de trajes blancos
adornados con azucenas y decoradas con
la bandera tricolor. Cada una llevaba una
corona y una cinta, que pendía del dosel en
que estaba colocada el Acta como símbolo
4 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé
y Bogotá, Bogotá, Gerardo Rivas Moreno, 1997, segunda
serie, p. 405-413.
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
109
curso en prosa alusivo al significado histórico
de la fiesta que se celebró. Convencido de que
el 20 de julio era la fecha nacional conmemorativa de la “independencia nacional”, libró
al año siguiente una polémica con el doctor
Miguel Antonio Caro, quien desde el periódico El Tradicionalista, que dirigía, sostuvo
que el 20 de julio no era aniversario de la
independencia, sino de la revolución de los
santafereños contra el virrey. Armado con información histórica comprobable documentalmente, sostuvo que fue el 16 de julio de
1813 cuando la Legislatura de Cundinamarca
declaró formalmente lo que “hoy llamamos
independencia”, con lo cual era un error histórico conceder al 20 de julio el carácter de
aniversario de la independencia. Pese a su
prestigio como historiador, don José María
Quijano se atrevió a sostener en las páginas
Centenario
del natalicio
del Libertador
en Bogotá, el
25 de julio de
1883. Portada
del Jardín de la
Plaza de Bolívar.
Papel Periódico
Ilustrado.
la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia
historia
El presidente de la Cámara de
representantes, J. M. Maldonado Neira.
El secretario del Senado de
Plenipotenciarios Julio E. Pérez
El Secretario de la Cámara de
Representantes, José M. Quijano Otero.
Bogotá, 8 de mayo de 1873.
Publíquese y ejecútese.
El Presidente de la Unión (L.S.) M. Murillo
El Secretario de lo Interior y Relaciones
Exteriores, Gil Colunge.
Anónimo.
Representación
de Alegoría de la
República,
110
ca. 1923.
Copia sobre gelatina. Colección de
Emiliano Díaz del
Castillo Zarama,
Bogotá.
de La América que el 20 de julio era el aniversario de la independencia nacional, anteponiendo la verdad histórica a su empeño de
nacionalizar la fecha del 20 de julio. Su tesis
sostuvo el proyecto de ley que nacionalizó la
fecha del 20 de julio, seguramente tramitado
por él mismo como secretario de la Cámara
de Representantes. Convertido en Ley 60 de
1873, el texto de esa nacionalización de la
fecha bogotana es el siguiente5:
El Congreso de los Estados Unidos de Colombia decreta:
Artículo 1° Declárase día festivo para la
República el 20 de julio, como aniversario
de la Independencia nacional en 1810.
Artículo 2° Señálase la suma de dos mil
pesos anuales para la celebración de esta
fiesta patriótica.
Dada en Bogotá a ocho de mayo de mil
ochocientos setenta y tres.
El presidente del Senado de
Plenipotenciarios, Eugenio Baena.
5 Diario Oficial, Bogotá, no. 2854 (16 de mayo de 1873).
Trascrito por Santiago Díaz Piedrahíta en 20 de julio
de 1810, referente obligado y conmemoración legítima,
lectura presentada durante el seminario Bicentenario de
la Independencia ¿Qué celebrar?, realizado en la sede de
la Academia Colombiana de Historia el 5 de abril de
2006.
en 1909 a los distinguidos jefes liberales para
que integraran las comisiones del Centenario, entre ellos al caudillo Rafael Uribe Uribe,
con lo cual la conmemoración de 1910 resultó exitosa y, mejor aún, de carácter nacional.
En efecto, los actos del Centenario se realizaron en todo el territorio nacional, y en muchas partes fue presentado como un acto de
concordia entre los dos partidos históricos.
La nacionalización de una única fecha nacional para conmemorar la independencia de la
nación colombiana pudo entonces declararse
como un proceso terminado.
El avance de la ciencia de la Historia exige un respeto de sus cultivadores a su
método propio, que es el examen crítico de
las mejores fuentes disponibles. Un simple
contraste del acta firmada en Santafé en la
madrugada del 21 de julio de 1810 con el acta
de Declaración de independencia del Estado
de Cundinamarca, firmado el 16 de julio de
1813 por sus legisladores, muestra que no
puede afirmarse, desde la ciencia, que el 20
de julio de 1810 sus contemporáneos hubieran declarado la independencia respecto
de la monarquía de los Borbones españoles.
Pero de lo que se trató en este largo proceso
histórico no fue un debate entre científicos,
sino la imposición de unas decisiones políticas que intentaban nacionalizar una fecha
de independencia para todos los ciudadanos
del país. El último carro alegórico del desfile
patriótico realizado en Bogotá el 20 de julio
de 1872 envió al público expectante a su paso
un mensaje político claro: el del “aniversario”
de la declaración de “nuestra independencia
nacional”. Se trataba de la nacionalización de
una única fecha conmemorativa de tal evento
ficticio para los ciudadanos de nueve estados
federales de la Unión, una decisión importante para el proceso de construcción de la
nación colombiana.
Tal como afirmó Ernest Renan en
la célebre conferencia que dictó en la Sorbona el 11 de mayo de 1882, la esencia de una
nación “es que todos los individuos tengan
muchas cosas en común y que todos hayan
Por acto del Congreso Nacional,
la nacionalización de la fecha del 20 de julio
se había realizado seis décadas después de
los sucesos santafereños de 1810-1813. Inclinándose ante esa voluntad nacional, la ley
política y municipal aprobada por la Asamblea Legislativa del Estado soberano de Santander en este mismo año de 1873 estableció,
en su artículo 53, la siguiente orden: “El día
VEINTE DE JULIO, aniversario de la proclamación de la independencia nacional en
1810, será de vacación para los funcionarios
y empleados del Estado, en cuanto ella sea
compatible con la seguridad pública, a fin de
que pueda consagrarse por todos a la celebración de la fiesta de la PATRIA. Los establecimientos públicos de educación festejarán ese
día del modo más adecuado para desarrollar
en los alumnos el amor a la República democrática y a la unidad nacional”.
La ratificación legal de esta nacionalización se produjo con la ley 39 del 15
de junio de 1907, aprobada por la Asamblea
Nacional Constituyente y Legislativa de
Colombia, en los tiempos de la Administración Reyes: “El 20 de julio de 1910, primer
centenario de la memorable fecha inicial de
la Independencia nacional, será celebrado
con la correspondiente solemnidad”. Este
acto intentaba asegurar en todo el país la
conmemoración pública del Centenario de la
Independencia, amenazada por la oposición
liberal que había sido excluida del Congreso
por dos décadas. Afortunadamente, el presidente Ramón González Valencia convocó
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
olvidado muchas cosas”. Olvidar los datos
de la ciencia, como ejemplificó en 1873 don
José María Quijano Otero frente a su ilustrado contendor en el debate periodístico, don
Miguel Antonio Caro, quizás era el precio a
pagar para construir la nación colombiana,
un proceso que nos exige tener muchas cosas
comunes, entre ellas una fecha de sentido
local que tenía que adquirir un significado
nacional. @
Jorge López
Cuadro alegórico
en Pasto.
17 de diciembre
de 1930.
Fotografía
Centro Cultural
Leopoldo López
Álvarez, Pasto.
Un simple contraste del acta f irmada en
Santafé en la madrugada del 21 de julio
de 1810 con el acta de Declaración de
independencia del Estado de Cundinamarca,
f irmado el 16 de julio de 1813 por sus
legisladores, muestra que no puede af irmarse,
desde la ciencia, que el 20 de julio de 1810
sus contemporáneos hubieran declarado la
independencia respecto de la monarquía de
los Borbones españoles.
111
las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada
Tres etapas de la historia electoral de Santander
DAV I D
112
historia
BUSHNELL
Este pequeño estudio, publicado originalmente en la entrega 19 (mayojunio de 1970) de la desaparecida revista Razón y Fábula, es un conjunto de cuadros de
resultados electorales en los municipios del actual departamento de Santander, correspondientes a tres comicios distintos: los de 1856, 1930 y 1962. Una versión resumida
fue incluida este mismo año por el autor en el Compendio de estadísticas históricas de
Colombia, una obra editada por Miguel Urrutia y Mario Arrubla y publicada por la
Dirección de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. La fuente
de los resultados electorales de 1856 fueron los tomos IV y VI del archivo del Congreso
Nacional (Senado); la de los resultados de 1930 fue el informe presentado por el secretario de Gobierno al gobernador del departamento de Santander en ese mismo año, y
la de los resultados de 1962 fue el informe de la Organización y Estadísticas Electorales
correspondiente a los meses de marzo y mayo de 1962. El autor, eminente historiador
estadounidense, falleció el 5 de septiembre de 2010.
113
os cuadros en las siguientes páginas se refieren a los votos emitidos en los municipios del actual departamento de Santander
en las elecciones de 1856, 1930 y 1962. El primero demuestra
la votación presidencial del 1856 y 1930, y la votación para senadores de 1962. El segundo muestra los municipios en que el
proceso de “homogeneización” política arrojó a lo menos un 75% de los votos
a favor de un solo partido en las tres elecciones. Al hacer este cálculo, no se
han tomado en cuenta los votos obtenidos por Tomás Cipriano de Mosquera
en 1856, cuando él se había postulado como candidato del Partido Nacional
en los primeros comicios en los que se experimentó el sufragio universal
masculino. Es de notar que en los municipios políticamente homogéneos no
se ofrece una estabilidad absoluta de filiación partidista, pero los cambios de
filiación se dan solamente en una minoría de los casos, y predominantemente
en sentido conservatizante.
L
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
170
Barbosa (a)
Barichara (b)
5
0
6
0
232
Cepitá
Cerrito
Concepción
Confines
371
Chipatá
8
Girón
Guaca
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
14
281
36
Macaravita
Málaga
Matanza
110
114
18
493
33
113
46
88
-
Onzaga
Palmar
Palmas del Socorro
Páramo
Piedecuesta
Pinchote
Puente Nacional
Puerto Wilches
Rionegro
San Andrés
San Benito
San Miguel
64
447
10939
Zapatoca
TOTALES
Valle de San José
Vélez
0
208
Umpalá
0
-
Sucre
8
27
Suaita (i)
Tona
314
Socorro
Suratá
198
Simacota
-
367
San José de Miranda (h)
San Vicente de Chucurí
146
264
San Joaquín
528
411
Oiba
San Gil
0
356
Ocamonte
95
22
Los Santos
285
-
Lebrija
Molagavita
303
La Paz
Mogotes
88
103
Hato
Jesús María
207
Güepsa
Jordán
19
233
Guavatá
102
702
Gámbita
357
170
Galán (g)
Guapotá
405
Floridablanca
Guadalupe
74
51
Enciso
-
248
Chima
1
-
Charalá (f)
Carta
Encino
10
Curití
El Guacamayo
331
132
Coromoro (e )
-
46
Carcasí
Contratación
13
56
California (d)
Capitanejo
248
Bolívar ( c)
Cabrera
113
Betulia
-
80
Aratoca
55
Albania
227
Bucaramanga
Barrancabermeja
Elección de 1856
15219
84
818
11
86
162
53
-
1270
747
78
-
6
0
3
196
-
532
73
-
624
54
188
256
51
120
50
64
440
2
183
1
47
300
35
-
4
3
1624
10
5
796
74
180
580
18
338
74
28
100
79
-
8
4
-
325
169
37
-
2
776
480
297
43
83
51
26
794
5
-
891
-
687
-
13
81
Mariano Ospina Manuel Murillo
Aguada
Municipio
822
0
8
7
0
0
15
-
7
13
0
-
0
0
1
8
-
0
26
-
0
0
0
0
0
17
3
2
0
0
0
187
1
0
61
-
0
0
0
0
1
0
0
0
0
1
0
46
0
0
0
-
0
0
-
32
0
113
-
2
0
0
0
0
0
0
0
0
0
-
16
-
0
-
0
255
T.C. Mosquera
19041
144
151
194
802
0
753
50
15
67
25
10
70
0
26
53
33
89
30
220
1546
40
605
218
5
8
35
34
35
41
17
2167
104
52
162
146
360
25
11
4
17
61
11
33
153
805
945
481
378
18
224
-
87
10
102
328
0
248
-
380
8
6
3
13
46
475
61
2278
2
413
17
20
1
1506
501
1063
Guillermo Valencia
723
360
38
0
1061
34
8
530
13
1116
10
98
513
1781
92
343
326
1331
293
657
23473
402
254
38041
773
0
68
5
1
760
1121
21
880
18
0
118
754
208
2501
1441
132
68610
1917
488
86
198
1853
26
624
1217
724
707
1483
223
204
140
0
471
1425
162
1877
59
121
2620
111
459
557
1170
649
792
1476
7
1293
184
677
130
20
389
3
1149
18
244
175
339
414
1694
59
3960
586
25
188
195
3537
1961
276
608
60
1339
3199
276
2165
0
84
198
469
856
258
24
36
54
1019
170
1702
231
23
273
341
270
37
103
169
818
915
50
156
238
540
137
4
71
162
1771
440
590
224
919
293
280
1661
1477
1060
175
938
0
456
0
179
68
850
109
146
69
1573
0
261
1223
337
5
102
397
372
850
611
1006
0
926
118
151
496
3
1213
102
66
94
147
-
230
0
0
3
1
1
8
110
255
487
21
664
6
144
36
194
1065
596
1400
77
79
1226
1030
166
406
565
1
1053
47
390
534
3894
383
198
354
57
10
274
1513
2006
0
93
455
354
6
4960
726
460
6622
6
57
0
12
0
229
50
0
32
1
9
0
227
672
81
0
425
1135
6
69
0
304
0
0
0
21
0
0
48
16
66
553
184
3
14
5
0
182
0
0
180
28
16
91
97
0
2
224
76
0
20
0
0
1
1
21
0
36
1
0
0
0
23
305
37
0
516
0
22
13
7
1
0
0
2916
133
1879
753
106
453
103
4
1537
1364
818
498
68
0
1
1706
124
393
707
652
1504
260
380
366
37
89
290
912
98
60
123
98
296
1
433
541
55
0
1803
11
391
249
203
0
203
383
58
0
374
180
41
67
792
245
0
285
500
805
501
5
1190
1533
239
4
198
6
0
63
3
2796
352
386
474
814
9
16319
20
3012
4
106
1379
500
0
743
1272
377
6068
109
0
43
776
61
425
6764
4910
681
6
1094
0
113
362
0
166
0
209
0
386
46
948
205
2146
1
0
832
340
172
507
183
0
720
824
0
0
528
1056
0
141
29
774
0
4
362
21
43
0
976
497
392
1040
27
6
0
145
5
9076
0
640
664
42
2
14253
MRL
Ibid Liberales
Ofic.
25105
9041
48330 67227
*Ver notas al cuadro en la siguiente página
426
1889
110
6
0
15
2543
63
102
0
546
25
56
6
289
167
1435
36
75
841
0
26
1
0
0
749
15
139
20
4
95
291
759
19
63
337
0
835
0
39
328
0
165
215
48
57
3
29
143
340
92
4
42
662
1769
0
251
1056
4
0
0
0
152
129
261
0
3280
91
1702
16
169
3
465
113
1494
Anapo
Enrique Olaya H. A. Vásquez Cobo
Doctrin.
Elección de 1962 Conservadores
Unionistas
Elección de 1930
LAS FUERZAS POLÍTICAS EN SANTANDER: ELECCIONES DE 1856, 1930 Y 1962*
114
historia
115
tres etapas de la historia electoral de santander
historia
116
11
1
16
1
6
MUNICIPIOS DE MAYORÍA
PARTIDISTA SUPERIOR AL 75%
EN TRES ELECCIONES
MUNICIPIOS DE MAYORÍA
PARTIDISTA SUPERIOR AL 75%
EN DOS ELECCIONES
(Los marcados con asterisco, son municipios en
que la mayoría se traspasó de un partido a otro)
(Los marcados con asterisco, son municipios en
que la mayoría se traspasó de un partido a otro)
1856
1930
1962
1856
1930
1962
Aguada
C
C
C
Bucaramanga
-
L
L
Aratoca
L
L
L
Barichara *
L
-
C
Betulia
C
C
C
Cabrera
C
-
C
Bolívar *
L
C
C
Charta
-
C
C
California *
L
C
C
Encino *
L
-
C
Cepitá
L
L
L
Gámbita
-
C
C
Cerrito
L
L
L
Guadalupe
-
C
C
LAS FUERZAS POLÍTICAS EN SANTANDER:
ELECCIONES DE 1856, 1930 Y 1962*
Concepción
L
L
L
Güepsa *
C
-
L
Confines
C
C
C
Jesús María
L
L
-
(*Notas al cuadro de la página anterior)
Charalá *
L
C
C
Jordán
C
-
C
Chima *
C
L
L
Onzaga
C
-
C
Galán
C
C
C
Palmar
-
L
L
Hato *
C
L
L
Puente Nacional *
L
C
-
La Paz
C
C
C
Río Negro
-
L
L
Málaga
C
C
C
San Andrés *
L
-
C
Molagavita
C
C
C
San Miguel
C
-
C
Ocamonte *
L
L
C
Simacota
-
L
L
d) En 1856 la cabecera municipal se encontraba en Vetas.
San Joaquín
C
C
C
Sucre
-
C
C
e) En 1856 votaron por separado los distritos de Coromoro y Cincelada, cuyos
votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Cincelada 11 votos por
Ospina, 37 por Morillo y 113 por Mosquera. En 1930 la cabecera municipal
estaba en Cincelada.
San José de Miranda
C
C
C
Valle de San José *
C
-
L
Suaita
L
L
L
Tona
L
L
L
Umpalá *
L
C
C
Zapatoca
C
C
C
a) El 1930 la cabecera municipal era Cite.
b) En 1856 votaron por separado los distritos de Barichara y Guane, cuyos votos
se han combinado en el cuadro. Corresponden a Guane 2 votos por Ospina y
387 por Murillo.
c) En 1856 votaron por separado los distritos de Bolívar y Flórez, cuyos votos se
han combinado en el cuadro. Corresponden a Flórez 3 votos por Ospina y 32
por Morillo.
f) En 1856 votaron por separado los distritos de Charalá y Riachuelo, cuyos votos se
han combinado en el cuadro. Corresponden a Riachuelo 203 votos por Murillo.
g) En 1856 llevaba el nombre de La Robada.
h) En 1856 llevaba el nombre de Tequia.
i) En 1856 votaron por separado los distritos de Suaita y Olival, cuyos votos se
han combinado en el cuadro. Corresponden a Olival 12 votos por Ospina y 37
por Murillo.
Mapa de T.C. de Mosquera de 1852.
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
117
las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada
El siglo de Babel
R A FA E L W E N C E S L A O
historia
hhi
i st
s t or
o r iaa
NÚÑEZ MOLEDO
Bajo el seudónimo de Job, un joven cartagenero de 30 años, quien había ingresado a la actividad política y administrativa bogotana bajo la protección del
presidente José María Obando, publicó en la entrega 274 (29 septiembre de 1853) del
periódico El Neo-Granadino un artículo en el que dio una nítida muestra de su fino
análisis político y de su espíritu crítico. Pertenecía entonces a la facción draconiana del
liberalismo neogranadino y contendía ya con las brillantes figuras de la facción gólgota
que se impuso a toda costa desde el comienzo de la Administración López (1849-1853).
Dos años antes se había casado en Panamá con doña Dolores Gallegos, a quien había
conocido en la ciudad de David cuando actuó allí como juez del circuito de Veraguas en
el cantón de Alanje. En el escenario de la Legislatura de 1853 que dio el último debate
a la nueva constitución nacional, aquella que ya mostraba la senda hacia la experiencia federal, pudo el doctor Núñez oír a los jóvenes radicales y a su paladín, el doctor
Florentino González, natural de la parroquia de Cincelada. En ese entonces advirtió
en el periódico La Discusión que un peligro se cernía sobre la Nueva Granada: “En la
situación presente de nuestra sociedad la consecuencia lógica de la federación sería:
primero el desorden, luego la anarquía, y últimamente, la dictadura de un Rosas, de un
Carrera, o de un Paredes”. Exageraba, pero quedaba claro que su destino sería enfrentar
la victoriosa corriente radical que lanzó al país a tres décadas de experimento federal.
Para entonces, nadie podía prever que terminaría siendo el líder del movimiento “regenerador” que cristalizó en la Carta de 1886. Por su valor histórico se publica de nuevo
este artículo en la Revista de Santander, anotado allí donde el lector quisiera entender
mejor el sentido de su relato, pues sus críticas a las modas intelectuales francesas y a
la demagogia de los publicistas, así como su caracterización del siglo XIX, tienen un
especial interés hasta nuestros días.
118
ada siglo tiene su nombre,
nombre simbólico tomado de
la verificación de algún acontecimiento grande o fatal, del
algún descubrimiento notable
o alguna invención famosa, o de la aparición de algún héroe, regularmente un gran
malvado, como son casi todos estos funestos
meteoros. El siglo que atravesamos no se sabe
como se llamará al fin, porque son tantos los
motivos que se disputan el nombre, que, tal
vez, quedándose sin ninguno, como sucede
C
11
1
119
19
19
en casos tales, acabará por llamarse “el siglo
de Babel”.
Lo llaman el siglo de la razón, de
la filosofía, de las luces, de la civilización, de
la inteligencia, del pensamiento, de la humanidad: siglo de discusión, de protocolos
de transacción; siglo de regeneración, de
independencia, de libertad, de igualdad, de
tolerancia, de fraternidad; siglo representativo, de derechos del pueblo, de garantías
individuales, de soberanía popular, de gobierno de sí mismo, de democracia genuina;
EDICIÓN 7
2012
R E V I SST
STA
TA D
TA
DEE S A N T A N D E R
el siglo de babel
120
siglo de aboliciones, de eliminaciones; siglo
matemático, de cálculo, positivo; siglo de
vapor, de galvanismo, de magnetismo; siglo
de eterización, de nervios, de convulsiones,
de susceptibilidades; siglo de aeronáutica, de
ferrocarril, de maquinaria, de locomoción,
que, aligerando las gravedades y acortando
los espacios, domina la superioridad de las
fuerzas, absorbe la inmensidad de las distancias, y apura la lenta y mesurada marcha del
tiempo. Y no ha faltado zopenco que lo llame
el siglo de la paz, precisamente cuando los
hombres acaban de degollarse unos a otros, y
cuando el tiempo de descanso aparente que
han tenido, es una tregua destinada a armarse con inmensos elementos de guerra, para
una nueva, más dispendiosa, y más vasta
degollación.
Con algún fundamento se lo llamó una vez el siglo de Napoleón (le grand),
siquiera por la familiaridad con que aquel
sujeto supo manosear las barbas de los reyes
de derecho divino, aplastando a estos necios
y reemplazándolos con otros de derecho humano, que él improvisaba desde sus campamentos. Pero haciéndose vulgar esta preciosa
teoría, por la comodidad que presta para hacer monarcas de la laya, perdió todo su mérito original, desde que, en moldes semejantes,
siguieron haciéndose reyes de gran semana,
como Luis Felipe, y emperadores de sufragio
universal, directo y secreto, como Napoleón
(le petit), que es la última moda de París.
Hubo también un tiempo en que
se pensó que Pío IX se llevaría la palma de la
inmortalidad, dando su nombre al siglo; mas
el pobre Pío no había nacido para el caso.
Espantándose del encumbramiento súbito
que le dieran las alas espirituales del humilde
Pedro en el primer arranque de su pontificado, retrocedió del camino de abnegación que
le había enseñado el Divino Fundador; abandonó la ciudad eterna a las llamas de la revolución que él mismo había encendido; llamó
ejército extranjeros para que fuesen a apagar
esa hoguera con la ilustre sangre italiana; y,
prefiriendo el tiempo a la eternidad, la tierra
historia
al cielo, descendió desde aquella gloriosa altura a encerrarse dentro de las fortalezas de
Gaeta, contentándose con aumentar la triste
celebridad de esta ciudad, bastante célebre
ya desde el siglo 16, porque su catedral y sus
muros fueron construidos por el rey pirata
Barba Roja.
Pues de todos los que han querido
bautizar el siglo, ninguno anduvo tan feliz
como aquel malogrado chapetón que, antes
de despacharse para la mansión de los tontos,
apuró su imaginación ideológica, y lo llamó
el siglo de las palabras. ¡Oh, Larra!1 Si hubieras tenido la cordura suficiente para escoger
mejor la venganza del amor ofendido, habrías
llegado hasta estos días de peripecias, de
mentira, de confusión; y hoy, de seguro, no lo
habrías llamado jocosamente el siglo palabrero, sino el siglo de Babel.
Y esta confusión babelina (¡increíble verdad, pero evidente!) se debe a un pueblo grande que no cabe dentro de su propia
grandeza; a un pueblo que, como el relámpago fugaz en noche oscura, suele aparecer de
repente a iluminar e incendiar con nuevas y
brillantes ideas, imprimiendo un movimiento eléctrico a otras regiones, y encaminándolas con la fogosidad de su ingenio; pero que,
con la misma facilidad, desfallece y cambia
luego, y hacer retroceder y volver a otros a
las tinieblas. Y ese pueblo tan impresionable
así, tan instable, tan voluble, tan dócil y llevadero hacia direcciones opuestas, como las
mesas giratorias, no es aquella antigua Roma,
señora del mundo, grande, poderosa y feliz
bajo sus emperadores, y decaída y humillada
inculpablemente desde que cayó en manos
del artificioso Octavio hasta llegar a su actual
envilecimiento. Ese pueblo, que no quisiera
nombrar, es aquel que, cuando vencedor bajo
la conducta de Clovis y dueño de las vastas
provincias de la Galia, tomó el nombre de
Francia. Ese pueblo, pues, es la Francia; y él
acabará por dar al siglo el nombre de Babel.
Y como nosotros, suramericanos,
de sangre española, de educación española, de costumbres y vicios españoles, pero
independientes a no dejar duda, dueños de
nuestra voluntad, hambrientos de nuevos
principios y ávidos de mejoras en la condición social; nosotros, amantes de la libertad
hasta el furor, queriendo existir imitando,
y mejor parodiando; nosotros acabaremos
por tener también una existencia babelina.
Porque, sin un Washington que nos enseña
la austeridad republicana, y nos sirva de modelo en las prácticas democráticas; sin una
tribuna creadora que formule y establezca
saludables doctrinas; sin una imprenta filosófica que fecunde y difunda principios humanitarios; sin brújula, en fin, que nos sirva de
guía en el viaje peligroso de la vida política,
iremos siempre a remolque de aquella nación,
licenciosa cuando ama la libertad y prostituta
cuando ama la tiranía.
Esa Francia de nuestros días pobló
la Europa de sus campamentos regeneradores
bajo el pensamiento travieso de Napoleón, ya
general de la República, ya primer Cónsul,
ya Emperador; y poco después, esa misma
Francia, bajo de Angulema, pasó los Pirineos
en 1822 y aniquiló los arranques constitucionales de la infortunada España, restableciendo la intolerancia y oscurantismo de Roma
con las mismas bayonetas que expulsaron
del Vaticano a Pío VI. Esa Francia proclama después la república en 1848; su furor
político, elevado a poema por el espiritual
[Alphonse de] Lamartine, y mantenido en
sus justos lindes por la espada del prudente
[Louis Eugène] Cavaignac, conmueve y azuza
el espíritu de humanidad, oculto bajo las cenizas del pasado, en todo aquel viejo mundo.
Despierta el sentimiento constitucional hasta
1 Mariano José de Larra (Madrid, 1809-1837), escritor y
político importante del movimiento romántico español.
Murió por su propia mano a los 27 años de edad, ante
la negativa de su esposa Dolores Armijo a reconsiderar
su separación. Sus obras más leídas fueron El doncel
de don Enrique el Doliente (1834) y la colección de sus
artículos periodísticos titulada El pobrecito hablador
(1832-1833).
EDICIÓN 7
2012
R E V I STA DE S A N T A N D E R
121
en las renegridas chimeneas de Rusia, donde
hubo un momento en que pudieron derretirse los hielos de aquel despotismo petrificado.
La Hungría cree llegada la hora, y rompe sus
cadenas enmohecidas por 322 años de yugo
austriaco, y su movimiento estremece al
mismo Gabinete de Viena. La Polonia consiente en humedecer sus labios calenturientos
con unas gotas de agua de independencia y
libertad nacional. Los estados germánicos
procuran en sus estamentos la constitucionalidad. La Prusia emprende la mejora de sus
instituciones. La Italia, la comprimida Italia, confiando en la estupenda situación del
continente, y en las larguezas voluntarias del
Pío IX, refresca también sus viejos instintos
republicanos; y la inmortal Roma secunda
el grito mágico dado por la Francia: ¡REPÚBLICA!… Y esa misma Francia, republicana,
Rafael Nuñez,
Papel Periódico
Ilustrado.
el siglo de babel
122
marcha luego a Roma, no a sostener el fruto
natural de su estrepitosa proclamación de
principios, sino en guerra contra Roma a
matar la República. La mata con efecto, y
vuelve a poner la triple tiara, no ya sobre la
libre cabeza del buen Pío, sino en las manos
férreas del astuto Antonelli. Y esa misma
Francia, republicana de tan indefinible manera, no contenta con haber ahogado en
sangre la República en el Pueblo Rey, como
lo llamó Virgilio, convierte contra sí misma
su acción revulsiva; y con el mismo sufragio
universal, base fundamental de la República,
transforma esa Francia republicana ayer, en
Francia monárquica hoy.
De origen semejante es de donde
nos vienen inspiraciones, ideas, principios y
prácticas que, por la sola razón de venir de
allá, nosotros abarcamos a caja cerrada como
sardinas en aceite; y los tragamos sin respiro,
los digerimos sin secreción, y nos empachamos sin remedio. Como caballeros que, a
Dios gracias, somos, consumimos todo aquello sin examen ni discernimiento, y con tanto
gusto como los perfumes, las pelucas, los
bastoncitos, y cuanto cachivache quiere mandarnos aquel mercado, buen conocedor de
nuestra pueril vanidad. Con sobrada razón
decía un patriota, padre de familia, en los
días del Congreso pasado: “Yo tengo mucho
miedo a los paquetes de Europa”. —¿Por qué?
Se le preguntó. —“Porque casi todos traen
algo a la última moda de París: si la moda es
de vestidos, la paga el bolsillo; y si de principios, la paga la República.”
Nada más cierto, porque aún los
dogmatizantes más desacreditados allá mismo, pasan acá entre nosotros como textos de
sublimes doctrinas, como evangelistas que
fundan nuestra fe política; y para dar una
muestra iluminada de nuestro servilismo
plagiario, hasta nos apropiamos la misma
fraseología nacida de las especialidades de
allá, y nos damos los mismos calificativos
de aquellos partidos, vengan o no vengan
a nuestro molde. ¿Se llaman allá (v.g.) conservadores unos, y rojos otros? Pues acá nos
historia
hemos de llamar ni más ni menos, so pena
de no ser tenidos por hombres del siglo.2 Y
para no dejar duda de que marchamos a paso
de gigante en la escala de la majadería, hasta
soñamos, y lo damos por hecho, que se han
de representar en nuestro pobrísimo teatro
cuantos dramas pueden serlo en un teatro
sui generis, como aquel, en el cual es más
fácil improvisar una dinastía golpeante, que
nosotros acá generar un escritorcillo maldiciente, de un muchacho malcriado. ¿Hubo
allá reaccionarios? ¡Oh, y cómo nos habíamos
de quedar atrás! Acá también los hay, y son
todos aquellos liberalotes que no han querido
afiliarse con nosotros para marchar adelante,
resueltos, denodados, con la frente erguida y
el pecho levantado, en la fructuosa senda del
comunismo en todas sus circunvoluciones.
¿Hubo allá golpe de Estado? ¡Vaya, si lo hubo
acá también! Lo hubo, y de veras, el 8 de junio en la noche, por más señas.3 Lo que hay
es que no fue golpe de Estado en el sentido
recto de la palabra, sino golpe de estaca dado
en el sentido de cierta cabeza destornillada,
para ver si era cierto aquello de que el loco
por la pena es cuerdo; lo cual parece que no
tuvo efecto en esta vez. ¿Hubo por allá Dictadura? ¡Puf, si la hubo también por acá! Y
en el mes de enero, según nuestros recuerdos. Pero sucedió que, como el Dictador no
fue más que presunto, o sea in pectore, de
los conservadores, con el objeto de impedir
que tomase posesión el general Obando de
2 La versión del gran general Tomás Cipriano de Mosquera sobre el origen del partido conservador en la
Nueva Granada confirma esta aseveración: “En 1848,
Con sobrada razón decía un patriota, padre de
familia, en los días del Congreso pasado: “Yo
tengo mucho miedo a los paquetes de Europa”.
—¿Por qué? Se le preguntó. —“Porque casi
todos traen algo a la última moda de París: si la
moda es de vestidos, la paga el bolsillo; y si de
principios, la paga la República.”
123
en la Cámara de Representantes, el señor Julio Arboleda
pronunció un discurso manifestando la conveniencia
de fundar en la República un partido denominado
conservador, repitiendo casi literalmente un discurso
de Mr. Guizot, pronunciado en la Cámara de diputa-
3 Durante la noche del miércoles 8 de junio de 1853 se
dos de Francia. Después de la sesión pasó a la Casa
produjo en la Calle Real de Bogotá, entre el puente de
de Gobierno el doctor Mariano Ospina, que también
San Francisco y la plaza de Bolívar, un violento en-
era representante, y me hizo un elogio del discurso de
frentamiento entre grupos de cachacos y de artesanos.
Arboleda, manifestándome que era necesario organizar
Desde el balcón de su cuartel de los húsares, el general
el partido conservador para contrariar las ideas anár-
José María Melo reía y animaba a los artesanos contra
quicas que comenzaban a dominar entre la juventud
los cachacos. Ante la gravedad de los enfrentamientos,
liberal; y le contesté que yo era progresista y de ninguna
el gobernador de la provincia de Bogotá, Nicolás Es-
manera debía organizarse entre nosotros lo que se llama
cobar Zerda, pidió la intervención de los húsares para
en Europa partido conservador, y le proporcioné el
despejar la calle e interponerse entre los bandos. No
Diario de debates de París, para que leyese el discurso
obstante, los artesanos apalearon al senador Florentino
de Guizot. Tanto a él, como a Arboleda, les hice ver
González a las 8 de la noche, en la segunda calle del
que lo que se denominaba en esa época en Francia e
Comercio, y también agredieron al general Eustorgio
Inglaterra partido conservador era el que quería con-
Salgar. A las 10 de la noche se restableció la calma, con
servar la tradición monárquica, o sea la legitimidad de
saldo de un húsar muerto, pero al día siguiente se vieron
los reyes, con instituciones liberales que garantizaban
las consecuencias políticas del incidente: el gobernador
la representación popular y los derechos individuales.
Escobar fue depuesto de su empleo y reemplazado por
Sin embargo de estas observaciones, estos señores y al-
José María Plata (secretario nacional de Hacienda),
gunos de sus amigos comenzaron a organizar el partido
el general Tomás Herrera fue llamado a la cartera
conservador desde entonces, no obstante que durante
de Gobierno y el subsecretario Porras a la cartera de
la Administración Herrán habían sido antagonistas”.
Hacienda. Las dos cámaras legislativas exigieron del
En Tomás Cipriano de Mosquera, Los partidos en
Gobierno garantías de seguridad y el senador González
Colombia: estudio histórico-político, Popayán, el autor,
elevó su queja ante la Cámara de Representantes por lo
“Libertad. Igualdad.” Dentro de este gorro las caras de Manuel Murillo Toro, Jacobo
1874, p. 36-37.
que le había ocurrido.
Sánchez, Nicolás Esguerra y Ramón Gómez.
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Caricatura de Alberto Urdaneta. Un sapo sostiene el gorro frigio que lleva la leyenda
el siglo de babel
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la Presidencia4, dizque el tal proyecto dictatorio fue impedido y
desconcertado por las reflexiones,
resistencias y protestas del mismo
presunto.
Malas lenguas, dicen,
y va de sainete, que este presunto
Dictador, tan prudente, tan juicioso, fue el Dr. Florentino González, senador por la provincia
del Socorro; y que él mismo, por
allá por los idus de mayo, tuvo el
comedimiento, aunque tarde, de
denunciar el pérfido proyecto al
mismo presidente Obando, delante de tres
secretarios de estado; asegurándole que los
conservadores de esta capital le habían suplicado, hasta por tres veces, que se pusiese
a la cabeza de una revolución, con el objeto
antes indicado; lo cual tuvo lugar antes de los
idus de enero. No respondemos de la verdad
del denuncio, y aquellos señores nos podrán
sacar de la duda; tampoco de la realidad del
proyecto denunciado; lo que sea, con su pan
se lo coman los señores conservadores. El
chiste, sí, fue uno de tantos, y rodó por esas
calles como cosa sabida, aunque hubo burlón
que pensara no haber sido aquello más que
una de tantas tareas florentinas, para salir
de algún apuro. Cualquiera cosa podrá ser,
a nosotros no nos importa, traemos esto a
cuento, tan solo como prueba auxiliar de lo
que nos hemos propuesto desenvolver en este
borrón, esto es, que por fin, habrá de llamarse nuestro siglo, “el siglo de Babel”.
4 El general José María Obando ganó con amplia mayoría
historia
Aquí de nuestra crítica: ¿cómo es
que los conservadores, ingénita persona del
partido boliviano, buscaban para dictador a
un mata-Bolívar?5 ¿A qué horas el Sr. González mereció tan extremada confianza de
los que menos debían confiar en él? O ¿sería
porque el primer asesino de Bolívar daba una
garantía, a usanza progresista, de poder ser
también asesino de Obando, por la brillante
prueba que dio el memorable 25 de septiembre? Esto no puede explicarse sino concluyendo: o es una farsa florentina, como pensó
aquel burlón, y entonces González es un vil
calumniante; o es cierto el proyecto, como
González lo ha denunciado, y entonces los
conservadores son unos imbéciles. Sea como
fuere, el chiste viene a mi propósito.
Debemos taparnos la cara a dos
manos para confesar que es tal la confusión
de ideas, y a tal punto han llegado las aberraciones políticas, que ya no nos entendemos
en el laberinto de los diferentes idiomas
adoptados para desempeñar opuestos papeles
en cada momento dado. Este multilingüe,
tan cómodo para jugar todos los lances,
para cumplir todas las confidencias, para
desembarazarse de todas las dificultades y
prevenirse contra todos los accidentes, ha
hecho perder el verdadero sentido, el sentido
ideológico de las palabras: las palabras no
significan ya las cosas; nuestra existencia es
babelina; la sociedad es un caos.
Por eso se llaman hoy constitucionales muchos de los que derribaron, violaron
y escarnecieron todas las Constituciones que
ha habido en esta tierra; por eso se ve hoy
abogar por los Jesuitas, acusando de ilegal
su expulsión, a los mismos que declamaron
contra su admisión en la República con violación de una ley vigente, y que aburrieron al
presidente López para que los expulsara. Por
eso se ve hoy sostener, como principio liberal,
el que entrega indefenso al pueblo en manos
de la falange de Roma; por eso se ve hoy al
titulado Príncipe de las reformas liberales
ser aceptado por los fanáticos, como el Polignac6 de la Nueva Granada; por eso se ve hoy
despreciar, calumniar y asesinar al pueblo, a
los mismos que lo cortejaban con mentidas
palabras de democracia, y lo cortejan todavía
ocasionalmente, conjugándole la carretilla seductora de gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo. Por eso se ve hoy
desviarse y precipitarse en el abismo de las
contrariedades a esa juventud preciosa, germen de inteligencia, arca de esperanzas para
6 La contradicción que resulta al comparar a Florentino
González, el “príncipe de las reformas liberales” en la
Nueva Granada, con Jules Auguste Armand, duque de
Polignac (1780-1847), es evidente: este fue quien, como
presidente del Consejo de Ministros de Francia, promulgó en julio de 1830 unas ordenanzas antiliberales,
fuente de la inmediata revolución popular que lo obligó
a dejar el poder.
las elecciones presidenciales realizadas durante el mes
de junio de 1852 en las asambleas electorales de los cantones de todas las provincias de la República, con lo cual
5 Florentino González, natural de la parroquia de Cince-
no fue necesario el procedimiento “perfeccionador” en
lada en la provincia del Socorro, fue uno de los miem-
el Congreso, fuente de las disputas que causó la elección
bros del grupo de jóvenes, encabezado por Luis Vargas
de su antecesor, el 7 de marzo de 1849. Pese a tan amplia
Tejada, que durante la noche del 25 de septiembre de
mayoría draconiana, era improbable una alianza de los
1828 asaltó la residencia donde dormía el Libertador
gólgotas y los conservadores para impedir su posesión
con la intención de asesinarlo. El mote de mata-Bolívar
el 1º de abril de 1853 en la silla presidencial.
le estuvo bien adjudicado.
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Así nos encontramos, y así seguiremos,
precisamente cuando el siglo va ya
en más de la mitad de su carrera. Si
continuamos envueltos en semejante
confusión, de seguro que nadie disputará
a este siglo el merecido nombre de Siglo
de Babel.
el porvenir, generación descollante sobre un
campo de flores, fecundado con la sangre y
las vigilias de la generación que acaba; por
eso, en fin, se ve hoy que tres y dos no son
cinco, ni que lo blanco es blanco.
Así nos encontramos, y así seguiremos, precisamente cuando el siglo va ya
en más de la mitad de su carrera. Si continuamos envueltos en semejante confusión,
de seguro que nadie disputará a este siglo el
merecido nombre de Siglo de Babel. @
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