Una tesis redescubre a Blasco Ferrer

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56 l CULTURA Y OCIO
Lunes 19 de mayo de 2014 l Heraldo de Aragón
-/ Ţ l Rubén Pérez Moreno estudia a este artista aragonés del exilio que practicó la pintura, la escultura y el dibujo con personalidad. Cultivado
en la Barcelona de las vanguardias, combatió con el Frente Popular durante la Guerra Civil, se refugió en Francia y falleció en 1993 en Alcañiz
A la izquierda, ‘Elevación’, óleo sobre
lienzo de hacia 1941-1942 (100 por 73
centímetros), que está en paradero
desconocido. Sobre estas líneas, ‘El último
suspiro de don Quijote’, una escultura en
hierro elaborada hacia 1950 (60 por 45
por 46 centímetros), que se conserva
actualmente en el Museo de Molinos. A la
derecha, un dibujo sin título de hacia
1933-1934 (24 por 19 cm).
E
usebio Blasco Ferrer es un
artista del exilio y un artista de su tiempo marcado
de forma extraordinaria por su infancia y cultivado en la Barcelona
artística de las vanguardias de los
años 20 y 30. Practicó todos los
géneros, escultura, dibujo y pintura, y ha dejado una obra valiosa
que aún está por descubrir». Así
se expresa el profesor e historiador Rubén Pérez Moreno, que le
acaba de dedicar su tesis doctoral
con el título ‘Eleuterio Blasco Ferrer (Foz Calanda, Teruel, 1907-Alcañiz, 1993). Trayectoria artística’,
lo cual le ha servido para completar su biografía y «trazar su evolución artística» y para realizar el
catálogo de su producción. Rubén
Pérez ha descubierto muchas
obras, dispersas, de un artista
«que vendió mucho, primero por
puro éxito y luego para sobrevivir», y ha podido evaluar la importancia y la calidad de sus dibujos, alrededor de 400.
Una infancia rural
Eleuterio Blasco Ferrer era hijo
de un alfarero. Tuvo una infancia
muy literaria: conoció la vida rural, fue vendedor ambulante de
quincallería y de piezas de barro
por los pueblos, y al parecer incluso cantó en orquestas de pueblo. Sin que se sepa muy bien por
qué, huyó de casa y con 17 años
se instaló en Zaragoza. La Policía
lo devolvió al seno familiar y allí,
en contacto con los herreros y
con las labores artesanales de su
padre, también se interesó por la
escultura y en particular por la
forja. En 1926 se marchó a Barcelona y estudió Bellas Artes. Empezó a definir su mundo plástico y se inclinó hacia la escultura, sobre todo en chapa y en terracota, pero también pintaba
óleos de tema costumbrista o
popular. En Barcelona abrazó la
causa anarquista y empezó a
consolidar sus propuestas. Se interesó por la escultura catalana
Una tesis
redescubre a
Blasco Ferrer
Blasco Ferrer, en los años de la II República. ARCHIVO PARTICULAR
de artistas como Manolo Hugué,
Casasnovas, Rebull, y optó «por
una tendencia realista asociada
a la modernidad de entreguerras. Sus piezas ofrecen un ligero primitivismo de las figuras,
sobre todo en los rostros, y su
obra usa líneas sencillas y tiende a la expresividad».
Por aquellos años, a principios
de los 30, participó en varias
muestras; una de las más importantes, recuerda Rubén Pérez,
fue la de las Galerías Layetana en
1934. «Por entonces –señala Rubén Pérez– alquiló un local-estudio y compró las herramientas
necesarias para un adecuado trabajo del hierro». Realizó piezas
como ‘Violinista’, ‘Bailarina’,
‘Maternidad’ (las maternidades
serán una constante de esta primera época). Su obra, en algunos
aspectos como el uso de chapa,
se acerca a la de Ramón Acín o
Pablo Gargallo, «con quien ha sido comparado, cosa que le molestaba».
El exilio y el dolor
Dice Rubén Pérez que «es en el
dibujo donde desarrolla su personal lenguaje surrealista para explorar los vicios y los males de la
sociedad capitalista, al servicio de
unos ideales libertarios». Blasco
Ferrer emplea una línea sencilla y
leves sombreados e incluso se anticipa «al conflicto bélico y carcelario» que estaba a punto de iniciarse. Combatió con el Frente Popular y trabajó en cartografía. Perdida la guerra, el 10 de febrero de
1939 salió de Barcelona y acabó en
dos campos de concentración: en
Vernte d’Ariège y Septfonds.
Cuando recuperó la libertad, vivió en Burdeos y trabajó en una
fábrica de pólvora, más tarde se
empleó en Marsella y por fin fijó
su residencia en París, donde vendía sus dibujos por distintos cafés. Se sabe que fue perseguido
por la Gestapo, pero en 1942 logró
exponer en la capital.
Entre 1945 y 1958, cuenta Rubén
Pérez, viviría su mejor época: expuso en París, hasta en cuatro ocasiones, Marsella, La Haya, Ámsterdam, Nimes, también en Barcelona (regresó, por vez primera
y «con miedo» en 1968), y en 1964
presentó sus realizaciones en hierro en la Reyn Gallery de Nueva
York. Se hizo amigo de Picasso,
que le ayudó económicamente, y
logró integrarse en la sociedad artística francesa y a la vez alcanzó
fama como artista español en el
exilio.
Rubén Pérez Moreno dice que
Eusebio Blasco Ferrer «era un
hombre extraordinariamente desconfiado. Él se encargó de tratar
con las galerías donde era expuesta y vendida su obra». Fue evolucionando del surrealismo hacia el
expresionismo, sin perder el hilo
de continuidad con la obra anterior a la guerra; en su pintura y en
su escultura se produce una mayor interrelación y se perciben los
ecos del fauvismo y el mundo tenebrista de Gutiérrez Solana; poco a poco incorpora posteriores
ecos de Rouault, Kirchner o Modigliani, entre otros.
En 1968 abandonó la escultura
en hierro; víctima de diversos
achaques físicos, redujo su producción. Hizo piezas como ‘El último suspiro de don Quijote’, que
fue un «verdadero símbolo del
exilio republicano», y otras comprometidas con los desheredados
de la tierra. En 1985 se instaló definitivamente en Barcelona, en un
hostal, donde tenía una maleta
con recortes, catálogos, libros y
fotos de la historia artística de su
vida.
«Tuvo que vender mucha obra
para pagar sus medicamentos»,
explica Rubén Pérez. Murió en
1993 en Alcañiz; se había trasladado a una residencia de la tercera
tdad, pero solo vivió dos meses.
Donó una parte de su obra al Museo de Molinos, localidad de donde era su madre, y donde está enterrado.
ANTÓN CASTRO
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