(Gipuzkoa). Ramón Solaberrieta

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Diferentes etapas en la configuración de la práctica
pesquera en Orio (Gipuzkoa). Ramón Solaberrieta*
Juan A. Rubio-Ardanaz
Universidad de Extremadura
PRESENTACIÓN Y UBICACIÓN
Analizamos aquí una parte importante de la cultura pescadora, entendida ésta como manifestación dinámica, expuesta al cambio y con un contenido que nos refiere continuamente a una serie de
recursos, productos, modos y relaciones de producción. Desde este presupuesto, para este trabajo, la
etnografía principalmente se ha obtenido a partir de los datos de una experiencia de vida personal.
Estos se han complementado durante el trabajo de campo, con otras informaciones procedentes de
personas conocedoras de la vida actual y del pasado reciente de la localidad guipuzcoana de Orio, en
general y del colectivo arrantzale en particular. Hemos partido del Ayuntamiento desde donde hemos
podido acceder a la situación de los pescadores más viejos y contactar sobre todo con un informante principal. Por otro lado, desde aquí también hallábamos una vía para un acercamiento global a la
localidad1. Posteriormente hemos pasado a la cofradía donde hemos contactado con los empleados
y en la que hemos accedido a una parte de documentación histórica referente a la organización y
producción pesquera.
El municipio de Orio se encuentra a 20 kilómetros de Donostia, justo al fondo de la ría formada
en la desembocadura del río Oria a las aguas del Cantábrico. Además del Oria en su margen izquierda hallamos dos pequeños afluentes fluviales, el de Altxerri y el de Portuzarra. Contrastando con el
resto de la costa cercana al pueblo, destacan dos playas, la de Orio y la de Oribarzar, las cuales van a
ser objeto de interés turístico importante para el pueblo. Junto a las playas contamos con la presencia de montes como el Mendizorrotz en cuyo extremo occidental se halla el Talaimendi, y como el
Mendibeltz situado en la margen izquierda de la ría. El clima es suave tal y como corresponde a esta
zona costera y las precipitaciones son frecuentes durante todo el año. Con una extensión de 9,8 km2,
en el momento de nuestra investigación la población asciende a 4.266 habitantes2.
A partir de 1960 tiene lugar un aumento del número de habitantes en pleno desarrollo industrial
del territorio histórico guipuzcoano, momento en el cual se instalan algunas industrias en la localidad
oriotarra. La industria pesquera también se verá influida por dicho desarrollo teniendo uno de sus
momentos álgidos en 1975, fecha en la que cuenta con 51 embarcaciones cuyo tonelaje de registro
bruto conjunto es de 3.450 tn. Poco a poco se irá notando la recesión que a nivel cantábrico, sobre
todo con la entrada en el Mercado Europeo, impondrá una dinámica en la que desaparecerán gran
número de barcos. En el momento de nuestra presencia en Orio (1996), constan oficialmente en la
cofradía 13 unidades cuyo tonelaje bruto hace un total de 1.522 tn.
Como vemos, esta localidad se caracteriza por la transformación social y cultural que en el caso
de la pesca ha conocido a lo largo de los años distintas maneras en cuanto a su práctica, organización y forma de producción. La pesca que básicamente ha sido fundamental como recurso material,
en su transformación también ha influido sobre los demás aspectos de la organización social y cultu-
* Nota del editor: El presente texto es fruto del trabajo de recogida de testimonios orales que el Untzi Museoa encomendó a J. A. RubioArdanaz en 1996. El informante principal, Ramón Solaberrieta fue elegido a partir de la información proporcionada por Santi Zaldúa a quien
expresamos nuestro agradecimiento por su constante y afectuosa colaboración con el Museo.
1. Quiero agradecer de forma especial a Santi Zaldua, responsable del área de Trabajo Social del Ayuntamiento de Orio. Tanto por su posición profesional en la institución municipal como por su relación con el grupo arrantzale, su colaboración ha sido fundamental para el desarrollo de nuestro trabajo.
2. Para considerar la evolución al respecto hay que tener en cuenta que en 1900 son 1.268 los habitantes, en 1920 1.173, en 1940 2.065
y en 1970 3.890. Datos confrontados con CAÑAMERO REDONDO, A. et al.: Enciclopedia histórico-geográfica de Guipúzcoa, Haranburu Editor,
S. A., tomo 3, 1983, págs. 341-354.
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ral de los pescadores. Al mismo tiempo otras facetas de la identidad propia de estos hombres y mujeres se han visto afectados por el control desde instancias estatales. En nuestra recogida de datos
etnográficos estos aspectos se han mostrado con clara evidencia.
OBJETIVO
Hemos realizado un acercamiento a personas «testimoniales» dentro de la esfera arrantzale o
pescadora, tal y como ha sido sobre todo el caso de nuestro informante principal3. Esto serviría para
obtener datos de interés tanto para la antropología haliéutica, como para la etnomuseología. En el
caso de esta última al menos de forma complementaria, para un mejor esclarecimiento sobre las formas de vida que se correlacionan con la cultura material ya recogida patrimonialmente y los medios
de producción correspondientes a las épocas vividas por los pescadores.
Para la indagación hemos tenido siempre presente una hipótesis de base que se puede resumir
diciendo que en el mundo pescador vasco, sus formas culturales y sociales se fundamentan en las
condiciones materiales donde se configuran distintas formas de practicar esta actividad. En los años
referidos en este trabajo, la producción se organiza de una manera precisa pero abierta al cambio,
influyendo en la concepción que el grupo se hace de sí mismo y de su propia realidad, perfilando a
partir de ahí sus propias instituciones (familia, cofradía...). Desde un ejercicio comparativo, esto nos
permite mostrar datos diferenciales correspondientes a las formas de realizar la actividad fundamental, en la que se basa la vida cotidiana de los pescadores, en unas condiciones que permiten
construir el entramado cultural. Asimismo dejamos abierta la posibilidad de contemplar las causas
del cambio sociocultural. A estas premisas se añaden la influencia por parte de instituciones foráneas (estatales, gubernamentales) de cuya interrelación no pueden abstraerse los componentes del
grupo.
RAMÓN SOLABERRIETA, INFORMANTE PRINCIPAL
Como ya hemos mencionado, entre nuestros informantes destaca una persona de forma principal, para cuya elección partíamos de parámetros como eran fundamentalmente las diversas posiciones profesionales desempeñadas así como la edad. Se trata de Ramón Solaberrieta, nacido en Orio
en 1904. Pertenece a una familia de siete hermanos, tres varones y cuatro mujeres. De los varones
dos trabajarán en la mar, y uno de ellos, el más pequeño será ebanista. Por parte de las mujeres todas
encontrarán ocupación laboral en el ámbito pesquero en algún momento, cosiendo redes o realizando trabajos como el desmalle del pescado y su preparación para la venta.
«Todo pescao recién cogido si se sangraba, [era] mejor. Desenmallaban la anchoa en el muelle, 30 ó 40 [mujeres]. Quitando uno a uno la anchoa, era pescao sangrao; el pescao era mejor. Luego llevaban a Getaria a vender».
Ellas también mantendrán una relación laboral con los caseríos del municipio, donde acudirán
temprano por la mañana, para desempeñar labores propias del ámbito doméstico y rural. Las mujeres, aunque en la familia ahora referida no nos conste, también encuentran ocupación laboral de
manera importante en la industria conservera que en Orio está presente ya desde principios de siglo.
Al respecto destacan familias italianas venidas de Estados Unidos entre las que sobresalen los Tarantino de origen siciliano, dedicados al sector conservero.
Ramón Solaberrieta se casa en 1928 a los 24 años –su esposa tiene 23–, momento a partir del
cual empiezan ambos a tomar determinaciones importantes en torno al tipo de pesca practicada
hasta ahora por el joven marido y a la situación económica de ambos. En su niñez, la economía
doméstica además del pescado, se autoabastece recurriendo a unos pocos animales como son generalmente una vaca y un cerdo. Se trata de una economía con elementos claros de una pequeña producción o de pequeña escala, afirmación que coincide con los propios detalles de la vida diaria. Al
respecto por ejemplo el pan no se paga al día.
3. Hemos de señalar aquí el interés del Untzi Museoa de San Sebastián por recoger y analizar desde el punto de vista etnológico aspectos
de la experiencia y vida de pescadores de edad avanzada, tal y como es el caso del informante principal al que hemos recurrido aquí y que presentamos en el siguiente punto.
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«El pan se comía los domingos. Cuando tenía [el palo] cuatro, cinco, diez, doce [muescas]... quedaba la marca; cuando
se pagaba [con dinero] se rompía».
En la panadería se utiliza un palo en el que se marcan los panes pendientes de pago. Esto se indica
con una muesca hecha con un cuchillo, cada vez
que se compra. El número adquirido de estos panes
de tres kilos que fundamentalmente se consumían
el día principal de la semana –el domingo– queda
señalado. Los comerciantes «fían» y venden a cuenta los productos a los pescadores, cuya pequeña
economía depende directamente de un medio aleatorio. Los pagos pendientes se irán realizando a
medida que las capturas vayan permitiéndolo.
CARACTERÍSTICAS DE UNA FORMA DE PESCA
ARTESANAL
En los años veinte, fecha en la que Ramón Solaberrieta tiene 16 años, los pescadores se organizan
para la pesca en forma de «compañía». Esta supone
unirse por parejas. Dos embarcaciones pescan juntas, como por ejemplo la pareja formada por el San
Juan y el Santa María, con el fin de obtener mejores
resultados. Se recurre a esta técnica sencilla en la que
dos traineras maniobran con la red atada por babor
en una y por estribor en la otra. Sin embargo según
nuestro informante, son momentos en los que a
pesar del abundante pescado en la mar, «no se
ganaba». Todavía no se ha realizado el cambio tecRamón Solaberrieta en el balcón de su casa de Orio.
nológico que procurará una mayor facilidad y efecti1998.
vidad, en parte gracias primero, a la introducción del
vapor (en los años treinta habrá al menos 4 ó 5 vapores pequeñitos que pescarán con redes de enmalle, pescado que desenmallan 20 ó 30 mujeres) y después a la aparición de aparatos electrónicos, cada vez más sofisticados para la detección del pescado.
En contrapartida, comparando la época aún incipiente con las que se vivirán con el paso de los años
en Orio, en opinión de Ramón Solaberrieta, los adelantos (vapor, electrónica...) harán que la mar
«pierda todo» su pescado.
En la participación en las embarcaciones, no se da una correlación con el barco en el que faena el
padre, empleado a la parte. No tiene por qué darse obligatoriamente la presencia de los hijos en la
misma tripulación. Personalmente, Ramón Solaberrieta no iría con su padre, decisión en la que prima
principalmente una intención por ampliar las posibilidades de ganancia económica. Frente a la aleatoriedad del medio pesquero, es preferible aumentar el marco de probabilidades familiares en vez de
reducirlas a una misma embarcación. Esto aparece resumido en expresiones como ésta: «el barco de
mi padre tenía mala suerte», justificación suficiente para poner en marcha una estrategia con la que
conseguir una mayor efectividad. Por otro lado el trabajo está ordenado y se muestra con un carácter disciplinado, donde la Iglesia realiza en parte dicha función. Esta cuestión coincide con la obligatoriedad de asistir a la «doctrina» o acto de tipo catequístico impartido en la parroquia. El horario es
bien sabido por todos: «de 11 a 12 de la mañana diariamente, antes de salir a trabajar a la mar».
Este hecho nos ilustra la función que ejerce la institución religiosa, cuyo carácter simbólico se relaciona con su papel como garante de la disciplina y orden en la organización de la vida cotidiana. No se
sale a la mar sin que antes se realicen las obligaciones religiosas.
Se salía a pescar habitualmente al día. Por ejemplo se frecuentaban lugares como Pasaia, Deba,
Hondarribia y Lekeitio a donde se iba a remo y vela. Las embarcaciones navegaban siempre «pegadas a la costa»; en las que faena Ramón Solaberrieta con siete hombres más un proel y un patrón. La
red se largaba generalmente entre tres personas, calculando el fondo con una sonda, siendo la
anchoa (Engraulis encasicolus) una de las principales especies perseguidas. No son redes –compara-
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tivamente con las que se utilizarán después– de gran tamaño. Esta afirmación coincide con una
anécdota en el recuerdo de nuestro informante quien con doce años, fue testigo de cómo un hombre del pueblo lanzaba un reto según el cual sería capaz de llevar él solo una red a secar, redes que
como mínimo pesaban entre 50 y 55 kg. Las redes se manipulaban y trasladaban frecuentemente
puesto que había que ponerlas a secar para evitar que se pudrieran, pues eran de hilo y de algodón
en contrapartida con el nylon que se introducirá mucho más tarde.
Por el día, cuando se pescaba en las aguas de Orio, se recurría a un método comunicativo muy
artesanal. Consistía en mandar a un hombre al monte con dos banderas, quien indicaba con su
movimiento la posición del pescado que se veía desde lo alto. Las embarcaciones debían maniobrar
en función de sus indicaciones. También se sale a menudo de noche «a la ardora», buscando el resplandor de la anchoa que transluce en la oscuridad.
Como vemos estamos en un período en el que los medios técnicamente todavía están muy lejos
de lo que sucederá más adelante. La embarcación presente en el puerto, es la trainera y la chalupa
bonitera. Este momento, no obstante, para Ramón Solaberrieta supone en un principio el inicio y
luego la toma paulatina de conciencia y de conocimiento del medio. Va siendo consciente del pescado que hay en la mar que para él va a ser importante y por supuesto considerado fuente de recursos
primordial. Esto le llevará a dar pasos en vistas a un cambio de situación como veremos, invirtiendo
en nuevos medios de producción.
Coincidiendo con el modo de vida general que en el pueblo por el momento es poco complejo,
en estos años por ejemplo solamente hay un automóvil y los recursos se aprovechan de una forma
intensiva. Podemos hacer coincidir esto con ciertas referencias sobre la forma de vestir. Al respecto
nuestro informante narra con énfasis como en Orio, cuando él es chaval, no hay un sólo hombre
cuyo pantalón no estuviese lleno de petachos (trozos de tela remendados).
«...Una vez estaban trabajando cinco o seis mujeres, en los bajos de la cofradía y el otro viejo pasaba. Y
dijeron entre ellas, las rederas:
– Ese hombre, ese hombre... no sabe desde cuándo tiene el primer petacho en sus pantalones.
El otro lo oyó y dijo así:
–¿Qué habéis dicho vosotras, eh?, ¿que no sé yo cuál es el primer petacho que tienen estos pantalones?
Tenía un billete de mil pesetas, les saca el billete y les dice:
– Mirad, éste es el primer petacho que tienen».
Situaciones como ésta nos dan cuenta de un momento aún poco desarrollado, en el que sin
embargo a pesar de las apariencias externas, para Ramón Solaberrieta hay una señal evidente en la
mar como fuente de recursos importante. Éste, a medida que pasan los años va siendo más consciente de ello. En su caso aunque en un primer momento, pesca y se introduce en la profesión en
una embarcación ajena, la situación cambiará sustancialmente como vamos a ver seguidamente.
NUEVAS EMBARCACIONES
A los 21 años, Ramón Solaberrieta se asocia con otro pescador del pueblo, Ignacio Manterola, de
sobrenombre Txokolate, y juntos se hacen con una pequeña embarcación, después de reunir un
primer capital que les permite ahora adquirir una autonomía mayor. No obstante, consideran que
realizan un gran esfuerzo en comparación con los resultados. Es así como en esta tesitura él y Txokolate «andan remando día y noche... día y noche», aprovechando el viento en ocasiones:
«...y ganábamos 250 ptas. a la semana. Había pescao todo lo que querías, día y noche. Chipirón a 2,50
una docena, angula a 1,20 el kilo cocido. Lo llevábamos a San Sebastián y allí al que iba a comprar le
dábamos a probar y uh... Así andábamos. ¡No se ganaba nada!».
Además de la angula (Anguila anguila) y del chipirón (Loligo forbesi) se dedican a especies como
la cabra (Scorpaena corpus). Se trata de una producción de tipo artesanal en la que se asocian dos
pescadores dueños de un pequeño batel y de los aparejos. Estaríamos ante una producción a pequeña escala o pequeña producción de mercado; aunque además de la propia subsistencia por parte de
los implicados hay una intención clara de intentar reunir un segundo pequeño capital con el que
acceder a medios de pesca aún más avanzados con los que poder cambiar. Asimismo también queda claro, que ni individualmente, ni ambos conjuntamente serán capaces de hacerse con el dinero
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necesario, teniendo que recurrir a un tercer socio sin el cual no hubiese sido posible adquirir la
embarcación siguiente de la que hablaremos a continuación.
Antes y a modo de síntesis, hay que indicar cómo Ramón Solaberrieta comienza y se inicia en la
profesión en la época del remo en traineras y txalupas, participando a la parte. De ahí efectuará un
salto cualitativo al asociarse con Txokolate. Para ello han tenido que reunir un primer capital a partir
de cuya inversión y resultados obtenidos consiguen un nuevo impulso con el que dar el paso siguiente. Mientras esto tiene lugar, en el puerto de Orio ha aparecido ya el vapor y poco después el gasoil,
instante en el que nuestros protagonistas se interesan por medios de pesca más sofisticados.
HACIA UNA PEQUEÑA PRODUCCIÓN DE TIPO CAPITALISTA
La decisión en parte se ha visto influida por la constatación de que otros pescan más y lógicamente ganan más dinero. Este paso había sido tomado ya antes que ellos, principalmente por patrones de traineras que han faenado en barcos mayores (vapor) y ahora también han ido entrando en el
ámbito del gasoil. Se añade el conocimiento del medio, fundamentalmente en la constatación de
una existencia de pescado considerada abundante. Tanto para Ramón Solaberrieta como para Ignacio Manterola, Txokolate, la decisión llega por fin acompañada de un deseo claro de progresar y no
quedarse estancados en el nivel en el que se hallan. Ramón Solaberrieta hará la proposición a su
compañero:
«¡Nosotros no podemos andar así! Vamos a hacer un barco, ¿conforme? Cogimos otro; así empezamos
en el año 40.
Me vino a casa un cura: D. José Mendizabal. Ya sé a qué viene, ya sé que usted sabe más que yo... Ahora
hemos hecho el barco, con doce hombres y el patrón».
Se proponen entrar en una forma de pesca diferente. A partir de ahora no serán dos, serán
necesarios más hombres, ha sido precisa la inversión de un capital y la embarcación es mayor. Datos
Embarcación San Nicolás. Junto al puente constan las iniciales de los tres socios propietarios y pescadores: M, S y A
(Manterola, Solaberrieta y Azkue). En el costado de babor se puede ver a su patrón Ramón Solaberrieta (Lino) y en popa a
Ignacio Manterola (Txokolate).
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éstos que sitúan a los propietarios del nuevo barco, el San Nicolás, en una forma de producción
cualitativamente distinta. Hasta ahora, Ramón Solaberrieta había venido compaginando su actividad profesional con la práctica del remo de competición. Ha sido un remero prestigioso y ostenta
un alto grado de «estimación» para la comunidad a la que pertenece. No obstante, ante la nueva
dinámica que exige el cambio de barco y en conjunto de forma de pescar, optará por abandonar las
regatas. Deja de pertenecer al equipo de Orio para centrar sus esfuerzos en la empresa productiva
iniciada en estos momentos (1940). Sin embargo su decisión no es vista de la misma manera por los
demás. Es así como el cura, en función de su autoridad, intenta convencer a nuestro informante
para que no deje el deporte del remo. Pero la opción está muy clara, a pesar de la fama y la gran
estima adquirida, «en el remo no se gana» y en la mar con los nuevos medios de producción obtenidos, seguramente sí.
La decisión está tomada, sin embargo, el acceso al capital necesario para adquirir el San Nicolás,
precisa de un tercer socio. Éste será Leandro Azkue. Además del nombre –San Nicolás, santo patrono de Orio– la embarcación ostentará las letras iniciales de los tres socios, quienes se identifican así
claramente con su nueva propiedad. Éstas figuran simbólicamente en el puente en un círculo en el
que destaca la «S» de Solaberrieta su patrón. A ésta le acompañan a izquierda y derecha respectivamente la «M» de Manterola y la «A» de Azkue. Entre los tres, a partes iguales, reunen 60.000
ptas. Se trata de un barco de 20 tn. con motor de gasoil, un diesel de 30 c.v., una tercera parte más
potente que el conjunto de la flota de Orio cuya media se situaba en torno a los 20 c.v. El motor
estaba fabricado en Zumaia, el casco de madera procedía de Orio del astillero de Txanka y las redes
se adquieren en Ondarroa. La eslora del barco es de 18 metros y su tripulación asciende a 12 arrantzales.
El San Nicolás, es la primera de una serie de embarcaciones de las que será patrón a lo largo de
su vida Ramón Solaberrieta (ejercerá como tal durante 21 años). Al San Nicolás le seguirán el Beti San
Nicolás, el Glorioso San Nicolás y el Unión de San Nicolás, a medida que son sustituidos y vendidos a
puertos como Hondarribia, Ondarroa, Getaria y San Vicente de la Barquera. El San Nicolás se construye en el año 1940 y pertenece a lo que podríamos denominar una nueva generación que supera
ya claramente a los vapores que habían estado presentes en Orio tal y como por ejemplo fueron el
San Pedro, Santa María, San Juan, Dios te salve María y San Luis. Este paso técnico diferente, de
mayor dotación donde el carbón es desplazado totalmente por el gasoil, es considerado más efectivo y cómodo.
«El gasoil se compraba en Frantzia porque daba mejor [precio], era más barato. Si cogías en el surtidor
en Getaria o aquí, tenías que pagar al contao. Ibas a Baiona y a los dos o tres meses venía un hombre a
cobrar a casa».
Los socios ahora, buscarán continuamente el mayor beneficio posible. Un ejemplo es la forma de
adquisición del ahora nuevo combustible. Se persigue un precio más barato y rentable, para lo que
incluso se desplazan hasta Baiona.
EL MACIZADO Y LOS NUEVOS RECURSOS TECNOLÓGICOS
Una de las técnicas principales se basa en el uso de la «raba» para macizar el pescado. En los años
cuarenta estaba racionada, su suministro procedente en su origen de Noruega hacía escasear el producto y esta situación era fuente de conflictos ante la competitividad entre los pescadores. En el caso
del San Nicolás, se viven problemas al respecto. Por ejemplo, en cierta ocasión al serle negado un
barril de raba (mazil barrika) en Orio, Ramón Solaberrieta se ve obligado a acudir a la Comandancia
de Donostia:
«–No hay para vosotros. ¡No, nada!
Fui a San Sebastián a la Comandancia.
– Mira, esto nos pasa, no tenemos esto; ellos tienen y no nos quieren dar. Diles que nos den un barril.
– ¡Toma... con sello! Enseña esto; si no te dan ven aquí donde nosotros.
Se nos dio».
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Esta embarcación mejor dotada les permitirá acudir a lugares más lejanos que los frecuentados hasta ahora (Pasaia, Deba, Hondarribia, Lekeitio...) entre los que destaca Santurtzi a
donde se va generalmente a la sardina (Sardina pilchardus). La relación con pescadores de
otros puertos supone el intercambio de ideas y a menudo la adquisición y la puesta en prueba
de técnicas hasta ahora no experimentadas. Es interesante constatar la existencia de embarcaciones consideradas más adelantadas al respecto que servirán de modelo en muchas ocasiones. Para los pescadores oriotarras de los años cuarenta, es importante ver y captar cómo
hacen los otros. Respecto al uso de la raba para el macizo, Ramón Solaberrieta hace la siguiente mención corroborando el intercambio de técnicas y la interrelación señalada entre estas
embarcaciones:
«En Santurce había un barco, Pepita, que nos sacaba ventaja pues entonces no se sabía nada... aquél
sabía más. Cuando venía el pescao, dando de comer, dando de comer [macizado], cogía confianza el
pescao, se cogía. En Santurce también andaban a sardina, en Orio andábamos a anchoa».
Esta alusión hace referencia a un instante en el que la sardina vale más y en el que se presta una gran
atención a la manera de pescar de aquéllos que supuestamente son especialistas también en dicha especie. No obstante en este momento hay por ejemplo pequeñas embarcaciones, compuestas por tripulaciones menos numerosas que pescan la anchoa por medio de una técnica distinta a la del macizado.
«En Orio andaban a anchoa, anchoa había, andaban unos con cuatro hombres en una motora. Con
redes de malla, un metro o un par de metros de altura, abajo plomo y arriba corcho. De aquí a Zarauz o
así, no andaba nadie fuera y traían buen pescao».
Es una modalidad que practican los barcos más pequeños y que convive con el macizado. La
anchoa obtenida de esta forma, tendría un valor más alto al ser un pescado sangrado y más blanco,
características apreciadas por las fábricas conserveras. A pesar de ello, no podrán competir con las
embarcaciones grandes que en vez de utilizar redes de enmalle recurren a redes de cerco y tratan de
localizar la «ardora» (el banco de peces que brilla en la oscuridad).
NUEVA ORGANIZACIÓN DE LA PESCA
La decisión de construir el San Nicolás surge en la relación establecida entre dos personas que han
visto lo que da de sí «andar remando», es decir en una embarcación de pequeño tamaño, pero ante
un medio que ofrece una «mar llena de pescao».
«Los dos éramos amigos [en referencia a Txokolate, uno de los tres socios del San Nicolás]. Sacábamos
la vida remando día y noche. Me vino a la cabeza [la idea de construir un barco]. Fui donde él. ¡Oye, qué!
– Te voy a hacer una pregunta. Nosotros ahora sacamos la vida, pero luego no podemos andar como
ahora día y noche remando. Vamos a hacer algún barco pequeño.
– Dijo sí enseguida y empezamos el San Nicolás».
Este cambio les obligará a organizar la producción de otra manera. Darán entrada a otras
personas con las que establecerán una relación diferente. Como se ha señalado aparece otro
socio a partes iguales, pero entre los tres no van a ser capaces de llevar a cabo todo el trabajo que supone principalmente la captura, venta del pescado y mantenimiento de la embarcación. El proceso de producción requiere contratar a otros pescadores que ante la imposibilidad para ser dueños del barco y de los demás medios para la pesca, no tienen otra
alternativa que la de vender su fuerza de trabajo. Esta situación conlleva unas relaciones precisas donde por ejemplo, se aplica una disciplina con la que se señala el lugar de cada cual
en la embarcación. Queda claramente distinguido quién es el patrón o quiénes son los dueños y quiénes no:
«Yo era bastante malo para los chicos [en referencia a la disciplina y el mal genio]. El socio tenía al hijo,
tenía que machacar la raba. Salió él y yo dije:
– Txokolate dile a Josemari y Esteban que levanten [estaban durmiendo].
Él estaba machacando... taca, taca [el socio].
– Oye Txokolate, ven aquí, ¿qué estás haciendo?
–Machacando la raba.
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– ¿Eh?, ¿te he dicho yo?
– Sí… pero me han cerrado el camacho.
Cogí y ¡arriba tú, arriba tú, me cago en la leche puta!
– Yo tenía una fama mala. ¿Sabes por qué? en barco si hay doce o catorce hombres, en todos hay dos o
tres gandules».
Es evidente que aquellos que participan en la pesca, en el barco deben trabajar a las órdenes del
patrón que en este caso decide quién debe machacar la raba para el macizado del pescado. Ramón
Solaberrieta también deja claro que el trabajo es una cosa y otra la personalidad de cada uno. Estima
que se puede ser buena persona pero poco activa, con «poco genio» en el barco. Sin embargo, la
relación establecida al respecto se evidencia en el momento del pago, traduciéndose en el reparto
donde se separa una mitad para el barco perteneciente a tres socios en el caso del San Nicolás, parte a la que se le suma una soldada. La otra mitad se reparte entre todos. Por su lado, el barco corre
con los gastos.
No obstante, llama la atención la presencia de una parte importante de la tripulación que tiene
algún lazo de parentesco con los propietarios. De los tres socios dueños del barco y demás medios de
producción por parte de Ignacio Manterola, Txokolate, están junto a él dos de sus hijos; lo mismo
sucede con Azkue que tiene tres hijos trabajando en el barco. Los demás son José Makazaga, Antonio Urdangarin, Paco Sarasua y Manuel Sarasua. Esto nos indica que no se trata, al menos en este
primer barco de una organización de la producción rigurosamente de tipo capitalista, puesto que la
composición se está fundamentando en relaciones cuya base está en el parentesco mantenido para
una parte importante de su tripulación.
Más allá del ámbito de la propia embarcación, también aparecen una serie de relaciones que ahora nos muestran aspectos de la competitividad en el momento de la distribución del pescado. En ocasiones se dan momentos de disputa más o menos conflictivos que indican una intención de pescar lo
máximo posible, aprovechando todo momento disponible. Podemos ilustrar lo señalado con la
siguiente situación:
«Luego un día, era fiesta, no había bandera, salimos dos de Orio, San Juan y nosotros [San Nicolás],
otros no salieron. Pescamos cerca de 100 arrobas. A vender a Getaria. [Allí se les comunica lo siguiente]
Ahora han llamao de Orio, que se iza la bandera... Queríamos bazamarra [anchoa salada] para invierno,
porque en invierno el pescao anda más abajo, un poquitín más abajo.
[En Getaria, donde pretenden vender] Viene el Presidente y... ¡no! Respondimos, ¿cómo que no? [El Presidente replica] ¡Me cago en la leche, echa al agua! [el pescado].
Le contestamos que cuando nosotros habíamos ido no había bandera.
– ¡No, echa al agua!
– ¡No señor, no echo al agua!
– Voy a dar un bando al alguacil.
Regalaron el pescado».
Como vemos la conflictividad no está ausente. En este caso se intenta evitar la venta por medio
de una llamada desde Orio, desde la cofradía a Getaria que termina con el reparto del pescado entre
la gente. Situación que no conlleva ninguna ganancia pero que en cierto modo compensa la pérdida
que es asumida de esta manera.
NUEVA TECNOLOGÍA
A mediados de los años cuarenta aparecen los primeros aparatos para la detección del pescado
en algunos barcos. Los fabricantes intentan introducirlos poco a poco y para ello utilizan estrategias
de promoción. Se van dando entrada a recursos cada vez más alejados de los métodos tradicionales.
A las firmas les interesa penetrar en el mercado, cuestión que implicará una dependencia económica
ante una tecnología que tiene un precio que se debe pagar y que asimismo empujará a los patrones
y armadores hacia una producción más intensiva.
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El paso hacia una forma de pescar más moderna lleva implícita una nueva relación hasta la fecha
no existente. A partir de ahora se entra en un mercado en el que se ofertan aparatos y útiles hasta el
momento no presentes. Los patrones se ven ante el señuelo de resultados mejores y tratan de adquirirlos para sus embarcaciones. Sin embargo el pescador deberá trabajar ahora también para cubrir el
pago que supone su adquisición. En ocasiones los patrones son «invitados» a entrar en el empleo de
las nuevas tecnologías:
«Una fábrica nos invitó a nosotros y a uno de Fuenterrabia, a Katentxo. Gratis por hacer propaganda.
Eran noruegos. No nos dejaron».
La competencia por parte de los demás hará que su introducción no encuentre un camino fácil tal
y como indica este «no nos dejaron». La resistencia inicial por parte de la cofradía por ejemplo, sin
embargo no primaría, siendo la opinión de cada barco independientemente de la institución, la
encargada de dar luz verde a la utilización de los nuevos aparatos.
«A mi nadie me va a prohibir poner el aparato. Aquí el que puede hace 30 c.v., 50 c.v., 80 c.v. El que no
puede treinta».
De la misma manera que cada uno accede en la medida de sus posibilidades a la instalación
de motores cuya potencia varía y donde el que no es capaz se queda en lo mínimo existente, en
el caso de esta nueva tecnología que ahora comienza a introducirse sucederá algo parecido.
Cada patrón o armador según los casos, será quien decida aunque como hemos indicado aquí no
hay que perder de vista la relación que ahora se establece entre los fabricantes y los pescadores
que deberán responder a los pagos y para ello cambiar sus expectativas respecto a las capturas
de pescado.
SALIR FUERA
Dentro de estas expectativas los patrones van ampliando su campo de acción a medida que los
barcos son más potentes y se dotan de mejores instrumentos y aparatos. Ya no sólo faenarán en
los puntos que han sido habituales hasta la fecha. Poco a poco irán ampliando su círculo de
acción. Frente a esta situación la resistencia local no se hará esperar. Ante las nuevas posibilidades,
aquellos que ven invadido su terreno tratan de defenderse amparados por las autoridades de su
propia zona.
Para contrarrestar estas actitudes, tanto Ramón Solaberrieta como otros patrones de Orio, ponen
en marcha estrategias contrarias tratando de encontrar la ayuda pertinente en la autoridad más cercana y conocida por ellos. Se da una tendencia hacia las comandancias de los lugares más próximos
al propio puerto, tal y como es Donostia en nuestro caso. La siguiente situación nos ilustra este tipo
de hechos.
«De Pravia venían aquí en primavera. Nosotros fuimos allí y dentro de una milla estaba prohibido echar
la red.
– ¡Oye tú, cuando levantes arte, a la Comandancia!
– ¿Qué he hecho?
– Has echado dentro de una milla.
[Se presenta en la Comandancia]
– Tengo orden de presentar aquí, soy el patrón.
– Paga 500 pesetas y vete a la mar.
– ¡Yo, por qué voy a pagar 500 pesetas!, p’a los de aquí y para nosotros no [los pescadores del lugar largan las redes dentro de una milla y a ellos no se les permite]. Estos en primavera han estado allí, lo que
nosotros teníamos libre ellos tenían libre [no había trato diferente para los forasteros que venían a Orio].
– Te digo que pagues 500 pesetas, papel de Estado.
– No tengo, no le pago... Además, no crea usted; yo tengo mucha, mucha, mucha confianza con la
Comandancia de San Sebastián y se va a enterar de todo esto.
Me quitó 500 pesetas, le quité recibo que [yo] iba a mandar a la Comandancia de San Sebastián».
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Juan A. Rubio-Ardanaz
Como vemos el pescador hace frente a la autodefensa local que todavía no ha asimilado la presencia y competencia de los demás. Es posible trasladarse para intentar incrementar las capturas, ello
conlleva dificultades de tipo conflictivo como éste, básicamente expresado en un tratamiento de
desigualdad. Pero no solamente se dan situaciones de este tipo en el momento propio de las capturas, sino también en el instante de la puesta en circulación del pescado. Los patrones buscan los
mejores precios y saben también que trasladándose a lugares a veces algo más alejados pueden
conseguirlos. En ocasiones también surgen los conflictos frente a intereses que traspasan el simple
objetivo de la venta directa del pescado obtenido:
«Los franceses compraban más caro [en Iparralde]. Teníamos vendido a nueve pesetas, aquí a siete.
- ¿Dónde está el patrón? –le preguntaron al chaval–. ¡Que se levante, que venga aquí! [Todavía no habían pasado a Iparralde].
- [Ramón] han venido dos guardias, que se levante.
- ¡A qué!, ¿usted, a qué ha venido aquí?
- Hemos estao... al venir había un poco niebla, hemos visto el faro.
- ¡No es verdad eso, di verdad!
- ¿Quiere que le diga la verdad?, levanta la tapa... A vender esto a los franceses.
- No venderás.
- ¡Cómo que no!, ¡otros venden!
- Este pescao tú tienes que vender a Fuenterrabía.
- ¡No señor! No venderé a los franceses, pero en Fuenterrabía no. Esto yo venderé donde me dé la gana,
usted no es nadie para decirme a mí. Si quiero en Pasajes, si quiero en Orio... donde me dé la gana.
A las nueve o así, con una luz llegamos, cobramos. A la cofradía al día siguiente:
- Hola Joaquín, tantos kilos, tanto esto. Esto es lo que ha pasao. Si llaman diles que hemos vendido aquí.
- No, no... yo no quiero mentir nada. No, vosotros sabéis como habéis andao.
- Hay una orden aquí que cuando venga el patrón del San Nicolás que venga inmediatamente a la
Comandancia.
- Yo mañana iré a la Comandancia... porque no he hecho nada. Y usted, si llaman [preguntando]
dónde he vendido, si usted le dice que a los franceses, a los guardias, que hemos vendido a los
franceses y me viene multa le voy a romper la cabeza. No llamaron; fui al día siguiente a la
Comandancia».
LA ORGANIZACIÓN EN «COMPAÑÍA» Y LA PRÁCTICA DE LA «MANJÚA»
Todavía a caballo entre una forma de producción tradicional y otra en la que paulatinamente van
entrando elementos más propios y cercanos a la forma de pesca capitalista, hallamos una manera de
organización denominada «compañía»4. Dicha forma de organizar la pesca arranca de una concepción extendida en el Cantábrico en base a la cual los recursos de la mar deben compartirse entre los
pescadores. La apropiación de los peces, al hallarse libremente en la mar, no da lugar a la idea de su
posesión definitiva y unívocamente propia por el hecho de su localización o incluso su captura.
Cuando un barco pesca hay una posibilidad de que otro aunque no intervenga directamente en la
acción, tenga derecho a una parte, es decir a entrar en «compañía».
Esta forma de pensar y actuar contrasta abiertamente con aquellos casos de apropiación donde
queda claro que desde el primer contacto con el objeto podría ser suficiente para aspirar a su propiedad. La pesca es ante todo un acto realizado en un espacio común, a pesar de la pertenencia a
una tripulación, cofradía y puerto. La esfera de lo individual queda en un segundo plano, dejando
paso a un posible reparto del pescado o de las ganancias obtenidas por su venta siempre y cuando
4. Ahora diferente a la mostrada anteriormente, en la que dos traineras pescaban juntas manejando el arte una por babor y la otra por
estribor.
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se llegue a formar «compañía». Asociación que se realiza en el momento mismo de la captura y en
un escenario –la mar– concebido como algo común a todos.
La «compañía» es una práctica opuesta a la idea de apropiación individual que chocará con una
nueva forma de ver las cosas que se va introduciendo poco a poco. La uniformidad en cuanto a
medios, es decir tamaño de barcos, aparatos, potencia de los motores y equipamiento en general,
cada vez es menor coincidente. A partir de 1940, aquél que por ejemplo considera que ha invertido
más que los otros, empieza también a cuestionarse el hecho de tener que repartir sus capturas con
barcos cuya inversión puede ser menor. Aquéllos que han gastado un dinero en mejorar sus embarcaciones, comienzan a pensar que quienes no lo han hecho, no tendrían porqué aprovecharse de
dicha inversión.
La tendencia lógica apunta a procurarse los mejores medios de producción, pero esto no es
posible en todos los casos. Todos no son capaces de conseguirlo, ni tampoco de ir adaptando al
mismo ritmo los elementos propios de una nueva forma de producción que va haciéndose más
presente en los puertos del país. Esta dinámica se puede inscribir incluso en el mantenimiento de
modalidades distintas en un mismo puerto claramente presentes, como por ejemplo en el puerto
de Santurtzi donde en los años noventa podemos diferenciar entre los barcos de «artes mayores»
y «artes menores»5 . Estos últimos correspondientes a una forma de practicar el oficio más cercana a la artesanal se hallan junto a barcos más equipados y organizados según un modelo más próximo al capitalista.
La «compañía» coincide con la práctica de una especialidad técnica llamada «manjúa». Consiste en perseguir a los bancos de peces, guiados frecuentemente por los tolinos (Tursiops truncatus).
Cuando un barco ve a los tolinos pone rumbo en su persecución pensando que seguramente le
conducirán hasta el lugar donde posiblemente habrá pescado. Pero como hemos dicho, se piensa
que la mar y sus peces no son exclusividad ni de una embarcación ni de las embarcaciones de una
cofradía de un puerto concreto. Es territorio común y sus peces pertenecen a quienes participan del
medio marino. Pero también hemos indicado que los patrones serán reacios a la formación de
«compañías».
«El tiempo estaba malo... me pareció que estaba mejorando. ¡Oye, vamos a salir!, pero sabes qué nos
pasa, estamos arriba de todos. Si arrancamos el motor nosotros, todos van a saber antes. Sacamos el
motor y con las manos, entre barcos, entre barcos hasta fuera... Un patrón de San Sebastián estaba vigilando, la gente tenía en casa [la tripulación].
Fuimos, cargamos el barco, a San Sebastián. Me dice el patrón ése, de San Roque: Vosotros no tenéis miedo de avería, qué, ¿te crees que no te he visto cómo has sacao el barco con los remos afuera? Has arrancao allí fuera, por ir solo.
¡Claro! Estábamos arriba de todo, si arranco, tenía que salir el último. Es así».
Siempre que es posible se procura no ser visto y seguido por los demás con el fin de evitar por una
parte las posibles formaciones de «compañías» y también la competitividad en los precios en la venta del pescado. En otras ocasiones, la «compañía» se disuelve por razones accidentales, como por
ejemplo cuando se perdía el pescado a causa de un reventón en el aparejo. A pesar de ello, los participantes, si tienen ocasión, intentan volver a reestablecerla en puerto, cuestión inadmisible puesto
que su formación debía realizarse en la mar.
«En la boca de Orio uno de Pasajes echó la red a la manjúa, 300 ó 400 arrobas cogió, estábamos seis en
compañía y le reventó la red.
Los otros cinco escaparon [se marcharon]. No hay derecho p’a esto [fueron las quejas al ver que se perdía el pescado]. El que rompió la red [también marchó] a casa.
Yo me vine a casa, ¡me cago en la leche!, ese pescado tenía que estar [en el mismo lugar en la mar], ¡hay
poca agua!
- ¡Vamos!
5. Al respecto se puede consultar RUBIO-ARDANAZ, J. A.: La vida arrantzale en Santurtzi. Cambios económicos y socioculturales entre los
pescadores de bajura (ss. XIX y XX), Ayuntamiento de Santurtzi, Bilbao, 1997, págs. 179-290.
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Juan A. Rubio-Ardanaz
Largamos y cogimos. Cuando nos vio nos dijo:
- Oye danos compañía, eso no es tuyo. Aquí hay poca agua [refiriéndose al lugar donde habían reventado la red], ese pescao tiene que estar ahogao...
- ¡Ni hablar!».
Para que se estableciera la «compañía» era preciso, primero seguir al primer barco, a la embarcación que había sido más rápida o había avistado antes a los tolinos en su caso. En segundo lugar, era
necesario llegar hasta dicho barco antes que éste hubiera terminado la captura del pescado, es decir
antes que los corchos de la red estuviesen izados en cubierta. En tercer lugar o al mismo tiempo, era
obligatorio solicitar la admisión en la «compañía» por parte del patrón del barco que ya se encontraba pescando. Esto se hacía de viva voz y mediante una señal: levantar la mano y a veces la boina.
Al establecerse la «compañía» y una vez terminada la pesca por parte del primero, cada barco admitido y en su orden de llegada, podía echar sus redes al agua siempre tras haber respetado las normas
indicadas.
Esta normativa en base a la cual se organizaba la captura, no obstante, era fuente de líos y problemas. La cuestión afectaba también a la venta del pescado. Todo el pescado capturado debía compartirse entre aquellos barcos componentes de la «compañía» para lo cual hombres de cada embarcación debían repartirse por éstas para poder controlar el precio obtenido por su venta. Hay que
tener en cuenta además que todos los barcos a menudo no vendían en el mismo puerto.
Estamos ante una manera de actuar en la mar que choca contra una concepción más personalista en la que cada barco es cada barco en función de sus medios, el capital invertido, la habilidad del
patrón y de los pescadores para la búsqueda y localización de peces en la mar, etc. En una lógica
diferente a la tradicional en la que también se suma como decíamos, la desigualdad en lo referente
a los medios de producción, cada vez estaba peor aceptado por ejemplo el hecho de que un barco
menos dotado, supuestamente menos capacitado para seguir a los tolinos y moverse en la mar,
entrara en «compañía» con una embarcación en la que se había invertido más capital en medios
para la pesca, o en la que simplemente las habilidades eran diferentes y consideradas más efectivas.
Ramón Solaberrieta coincide en esta línea con una perspectiva y posición propia como patrón de
embarcación:
«No me gustaba hacer compañía. A las ocho o a las nueve de la mañana cinco, seis, siete, ocho compañías [barcos]. Sí, era tarde... pero no. Si venía uno le tenías que dar».
Esta alusión se refiere a aquellos barcos que tras andar por la mar y sin resultados positivos durante toda la jornada, por fin optaban por acercarse a otra embarcación a la que se sumaban en su
resultado. El hecho de verse obligados a repartir, no será considerado de recibo, dando lugar a cantidad de problemas y discusiones. Aunque tarde o temprano todo patrón pide entrar en «compañía»
con otro, se presupone que esta conflictividad es originada por quienes se aprovechan de las capturas y del trabajo ajeno. De ahí que el hecho de haberse visto envuelto en pocos litigios, personalmente, para Ramón Solaberrieta es tenido como muestra de buen hacer en la mar así como de laboriosidad y en resumen de buen patrón y pescador.
«Desde el año cuarenta, veintiún años de patrón y sólo un lío en la Comandancia. Ibamos a aguja, potagarra [Belone belone] y habíamos seguido a los tolinos, a pescar... Había 120 ó 130 arrobas [de aguja o
potagarra en la mar]. ¡Uy, que viene un barco! [ven que se les aproxima otra embarcación].
Estaban veinte o treinta arrobas todavía [en cubierta], [el otro barco] creía que no íbamos a sacarlas antes;
no llegó a tiempo [el patrón, Ramón Solaberrieta, no le aceptó en «compañía»]. Me viene... a romper la
red, a la lucha, amenazas...
A la Comandancia. Llegaron tarde a San Sebastián. Se dio parte en Lekeitio, 10.000 pesetas de multa. Yo
no sabía nada.
Fui a la Comandancia, ¿de qué? [pidiendo explicaciones]. Nos ha venido él, nos ha amenazado.
Les dieron la razón. Era de Lekeitio. Mucho lío, mucha trampa».
Como vemos las controversias y los conflictos no están ausentes. Además con el tiempo el
nuevo modelo organizativo de la pesca ya no será compatible con el de la «compañía». Esta participación comunal desaparece y aunque haya embarcaciones que sigan ayudándose, colaborando y pescando juntas, primarán razones de otro tipo, donde fundamentalmente se tienen en
cuenta los capitales invertidos por los propietarios de las embarcaciones en lugar de una creencia
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generalizada en la existencia de recursos que son de todos. Aunque en ocasiones la colaboración
halle su base en la existencia de lazos de parentesco o amistad, ya no habrá una clara obligatoriedad para cualquier clase de reparto. Podemos decir que la «compañía» presente en la práctica
de la «manjúa», desaparece a medida que entran en juego otros intereses en la forma de practicar la pesca.
ALGUNOS ASPECTOS DEL RECURSO AL MEDIO ECOLÓGICO
El tolino es uno de los elementos del medio ecológico a los que se recurre fundamentalmente
para la localización del pescado. Esto, en un momento en el que las embarcaciones ya están motorizadas, aunque todavía no cuentan con aparatos de detección modernos. Se trata de una especie
por lo tanto respetada por lo general y en torno a la cual hay una normativa con la que se trata de
protegerlo. El recurso a este mamífero como vamos a ver nos confirma una producción cercana a lo
artesanal.
Su captura estaba prohibida porque era un animal que «sacaba» el pescado. Los tolinos persiguen peces como por ejemplo la anchoa y al tener que subir a la superficie para respirar, al ser vistos,
con su presencia indican que supuestamente debajo deberá haber algún banco de peces. Los pescadores siguen a estos animales, para ello se colocaban tres o cuatro hombres en la proa. Estos daban
el aviso en el momento que los avistaban.
Las normas de preservación de los tolinos no obstante, tienen sus excepciones:
«Venían a jugar a donde el barco. Se enganchaba [se capturaba] y si era niño [una cría], la madre seguía
al barco. Luego, quitar el arpón [a la cría del tolino capturada] y coger a la madre».
Si los demás barcos veían alguna acción de este tipo, lógicamente recriminaban a quienes lo hacían.
«...Habían pescado un tolino, otro les ve.
–¡Me cago en la leche! ¿Tú qué estás limpiando ahí?
Era porque aquello sacaba esto, la anchoa».
La prohibición estaba en la mente de los pescadores quienes conocían fehacientemente la gran
utilidad para la pesca prestada por estos mamíferos marinos. Otros animales a los que se recurre van
a ser las gaviotas (Larus ridibundus).
ASPECTOS IDENTITARIOS: EL DEPORTE DEL REMO, EL SERVICIO MILITAR Y EL OCIO
EN LA MAR DURANTE LA JUBILACIÓN
Nuesto informante, Ramón Solaberrieta destaca por una actividad central en la vida de Orio: la
práctica del deporte del remo. Comienza en 1923, año en el que acepta una propuesta para participar en las regatas de Donostia. Junto a él, entran en el equipo de remeros otros dos muchachos, que
igual que él tienen 19 años de edad y a los que se suma otro un año más joven. Los nuevos remeros
eran de profesión pescadora. Entre los seleccionados encontramos a su propio compañero en las
tareas profesionales: Ignacio Manterola. Ambos siempre muy unidos a lo largo de sus días, tanto
para el trabajo como en esta otra actividad en la que lo simbólico, identitario y deportivo se entrelazan estrechamente.
En este nuevo ámbito, Ramón Solaberrieta descubre otra faceta propia de la cultura pescadora
donde lo económico también entra en juego. Durante el tiempo que pertenece al equipo y participa
en las competiciones irá descubriendo una serie de intereses en torno a las apuestas que generan
situaciones de conflicto.
Las apuestas se caracterizan como escenario en el que está presente un patente deseo de obtener un beneficio económico, por medio del juego de dinero, cuestión que en ocasiones lleva a algunas personas a intentar hacer trampas. Ramón Solaberrieta sería testigo de este tipo de actitudes que
se hacen patentes incluso en el instante del sorteo que determinaba las tandas y turnos de la competición. Para evitarlo en lugares como Bilbao, se realizaba con bolas. Otras escenas en una línea muy
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Juan A. Rubio-Ardanaz
Ramón Solaberrieta durante el servicio militar.
Ignacio Manterola (izquierda) y Ramón Solaberrieta (derecha) en pleno apogeo de regatas de bateles.
Ramón Solaberrieta, ganador del campeonato de bateles (individual) celebrado en San Sebastián en 1928. (Foto publicada
en la revista Blanco y Negro, 29 de enero de 1928).
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Tripulación de la trainera de Orio ganadora de la bandera de La Concha de San Sebastián en 1923. Ramón Solaberrieta es el
4º de la 1ª fila (de izda. a dcha.). Ignacio Manterola figura en la última fila (4º de izda. a dcha.).
Ramón Solaberrieta e Ignacio Manterola, fotografiados junto a otras personas destacadas y autoridades desde su consideración como remeros. De izda. a dcha.: junto al 1º (no identificado) se encuentra Ramón Solaberrieta y a continuación Ignacio
Manterola, Lorenzo Lizaso (carpintero de ribera), Agustín Recondo (Aialde), Joaquín Cortés Larrauri (alcalde de Orio), Lino
Solaberrieta (padre de Ramón).
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Juan A. Rubio-Ardanaz
Ramón Solaberrieta como abanderado (en primer plano) durante el desfile de las banderas y trofeos obtenidos durante la
temporada. Se bendicen en la Misa Mayor celebrada para la ocasión. Años 50.
Cabina de mando del San Nicolás ocupada por su patrón,
Ramón Solaberrieta.
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Ramón Solaberrieta con el batel María Teresa.
cercana a lo que acabamos de comentar, eran protagonizadas por aficionados y jugadores que pretendían saber o tener algún indicio sobre los posibles resultados, tal y como podemos observar con
el siguiente caso:
«Había apuestas. En una ocasión un señorito con la pistola [fue al encuentro de] Sotero y cuando iba a
casa le avisaron.
– Ahí tienes un hombre esperando con la pistola.
Lo hubieran matao [porque había pronosticado que iba a ganar y no fue así; aquél hombre había apostado y perdido una fuerte cantidad].
¡Había apuestas! ¡Es malo decir que se va a ganar! En Azpeitia había mucha afición a jugar y querían
saber Orio que iba a hacer».
Ramón Solaberrieta es partidario de separar lo lúdico de lo competitivo y de la apuesta. Cuando le
preguntan por el resultado, cosa que era bastante frecuente y habitual, prefiere dejar siempre un margen de incertidumbre con el fin de hacer primar la decisión personal del interesado. Esto incluso a
pesar de creer firmemente en la victoria. La siguiente contestación nos sirve para ilustrar este punto:
«–Oye tú, ¿sabes qué va a hacer Orio?
- No tengo esperanzas, mala suerte, uno de los mejores se ha quedado enfermo. Si quieres jugar..., vosotros veréis.
Si hubiera dicho van a ganar, todos hubiesen jugao todo lo que tenían... Mucho compromiso. Un remero nunca tiene que decir que va a ganar. Es un oficio pobre, cualquier deportista ahora, gana dinero».
A pesar de esta última afirmación el prestigio adquirido por el hecho de hacer parte de la tripulación es algo a considerar y que es valorado de alguna manera. La pertenencia al equipo será asimismo motivo para la participación en actos públicos como por ejemplo la procesión anual celebrada en
el municipio el 6 de diciembre, en la que se exhiben las banderas conseguidas.
La identificación con el deporte se vive tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Esta se
halla cargada de un amor propio que evidencia los sentimientos en torno al remo. Cuando se está
fuera –ocasión para la interrelación con las gentes de otras localidades–, en competición se viven
situaciones que vienen a confirmarnos este tipo de actitudes. A veces acompañadas de una clara
competitividad y rivalidad donde el orgullo prevalece sobre todo cuando se ha obtenido la victoria.
En el caso de Orio, frecuentemente vencedor en ciertos momentos de su historia, aparecen situaciones tal y como son narradas por Ramón Solaberrieta que vienen a confirmarnos este intento de afirmación identitaria. Santurtzi, que fue también una localidad en la que sus tripulaciones destacaban y
donde se organizaban competiciones importantes, es escenario de actitudes que nos confirman lo
que acabamos de indicar.
«En Santurce y Portugalete [en referencia a una competición de regatas celebrada en el Abra del Nervión] ganamos la bandera y teníamos que venir al día siguiente a casa. Teníamos que dormir allí en habitaciones. Estábamos bailando, mirando a las chicas... y viene un matrimonio de veintiocho o treinta años
eh... y nos dicen:
- ¿Sois remeros o qué?, ¿de dónde, de Orio que está quitando todo el entusiasmo? [Porque no tenían
prácticamente rival, ganaban continuamente y quitaban la emoción]
- ¿Por qué?
- A mí me gusta que gane uno un año y que otro gane otro año.
- Con eso no me dice nada. Nosotros venimos [a Santurtzi] a ganar dos pesetas, que bien poco se ganaba.
- Pero te digo que me estáis quitando las ganas...
- Mira, perdone... Si Orio no hubiese ganado, ¿no se le hubiese quitado? ¡Y hasta el año que viene si
Dios quiere!».
Ramón Solaberrieta es interpelado. Situaciones como ésta le sirven, junto al orgullo que comporta el sentirse ganador, para reafirmarse en su propia procedencia oriotarra. Aunque hay que indicar
que no niega la posible victoria de cualquiera de las tripulaciones en competición.
Otro período de reafirmación y de toma de conciencia identitaria tiene lugar durante otro
momento crucial en la vida de nuestro informante principal. Su condición profesional, como pescador, le llevará al «Servicio de Marina» donde pasaría obligatoriamente tres años, la mayor parte del
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Juan A. Rubio-Ardanaz
tiempo en Hondarribia, realizando el servicio militar. Éste tiene lugar «entre barcos de guerra», en un
ámbito desconocido en el que por ejemplo debe aprender a expresarse en castellano, lengua hasta la
fecha inusual en su vida cotidiana. Por otra parte, ahora no se le reconocerá por su propio apodo,
Lino, ni siquiera por su nombre o apellido. Se le nombra Orio, sobrenombre que por un lado le hace
recordar constantemente su lugar de nacimiento y procedencia, pero en una tesitura en la que se le
prohíbe el uso del euskera, habitual y propio de dicha localidad.
Se trata de una situación desconcertante desde el punto de vista identitario que no obstante, lleva a afirmar a Ramón Solaberrieta que también «se aprendía», aunque a un precio y en unas circunstancias recordados como adversos y desagradables. El tiempo de duración –tres años–, paréntesis durante el que no puede practicar su profesión, le parece excesivo y más que suficiente. Aunque
considera en parte positivo y de hecho reconoce la utilidad del aprendizaje de otro idioma, que en su
caso como patrón de embarcación le serviría para su interrelación con puertos forasteros, la estancia
en el «Servicio de Marina», le marca en un sentido negativo.
Esto se comprende no sólo debido a la desubicación respecto a la propia localidad, el recurso al
idioma castellano hasta ahora prácticamente desconocido, el uso de un sobrenombre también nuevo como vehículo de identificación personal y la duración considerada larga o como de tiempo perdido. También se viven momentos en los que están presentes las agresiones físicas, tanto hacia él
como hacia otros compañeros, recurso con el que se trata de solventar la inadecuación a la que
deben hacer frente estos jóvenes. En este sentido el desconcierto se acrecienta, tratándose de
momentos difícilmente justificables desde el punto de vista personal. La siguiente alusión, en la que
Ramón Solaberrieta es increpado y luego agredido por un sargento al ser sorprendido hablando en
euskera, nos sirve a modo de síntesis para ilustrar este tipo de experiencias:
«-¡Hablar español! ¡Qué! ¿No sois españoles?
-Si no somos españoles, ¿por qué nos han traído?
Me pega, me deja sangrando...Dios».
Se trata de un sentimiento de impotencia que todavía recuerda vivamente nuestro informante y
en cuya explicación denota cierto grado de tristeza e incertidumbre.
Terminaremos este punto haciendo una breve mención a la identificación con la mar y lo pesquero que se sigue manifestando activamente, en una última etapa: fundamentalmente a partir de la
jubilación. Sigue saliendo a pescar, ahora en embarcaciones menores, como la María Teresa. Al respecto se mantienen también unos lazos de identificación con una práctica que no va a ser fácil dejar
y que hasta que los años lo permitan se irá realizando desde expectativas distintas en el plano productivo (pesca para el consumo personal y doméstico).
CONCLUSIÓN
Hasta aquí hemos constatado aspectos que nos refieren de manera dinámica, a una forma de
vivir a través de momentos y situaciones históricas distintas. Los datos aportados apelan a la puesta
en práctica cotidiana de unos protagonistas que se enfrentan a los recursos y productos propios del
ámbito pesquero. En esta perspectiva hemos ido aclarando cómo son, en qué consisten y cómo se
configuran los modos y relaciones de producción concretos que se van presentando en la realidad
vivida por los pescadores. Es así como fundamentalmente, a través sobre todo de la experiencia de
nuestro informante principal, hemos podido estudiar distintas características en un primer momento
referidas a una pesca identificada con una producción artesanal. Posteriormente se iría pasando a
otras maneras cada vez más modernas y cercanas a la forma de pescar capitalista.
Para nuestro trabajo etnográfico hemos contado con la experiencia de una persona que ha atravesado –desde sus inicios en la profesión hasta su jubilación– por etapas diferentes. En tal recorrido
nos hemos acercado a la dinámica propia que le llevó a ser patrón, a recurrir a los socios necesarios y
a ejercer también profesionalmente una posición diferencial respecto a otros pescadores que ostentarán otro status. Estos últimos no han tenido más remedio que ser «participantes» junto a los propietarios (socios), pero vendiendo su fuerza de trabajo. Esta situación se evidenciaba sobre todo en el
momento en el que nuestro informante adquiría junto a sus socios un barco mayor en el que deciden
recurrir a una ampliación de la mano de obra.
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El pescador de bajura Lino Solaberrieta Iruretagoyena (18701948), padre del arrantzale cuya memoria de vida recoge
este trabajo, se prestó a actuar de modelo repetidas veces
para José Ortiz-Echagüe, quien, hacia 1931, realizó en Orio
su serie fotográfica sobre pescadores vascos. Foto Legado
Ortiz-Echagüe (Universidad de Navarra).
Lo señalado se ha completado con aspectos de tipo identitario importantes, tales como los relacionados con el deporte, el servicio militar y la etapa de la jubilación. El primero con una evidente carga en la que el prestigio social, obtenido a partir de la pertenencia al equipo de bogadores de Orio,
jugaba un papel destacable. Respecto a la jubilación, aspecto en el que habrá que profundizar, se
presenta como instante crítico en el que se deja la actividad profesional, pero en el que sin embargo
se sigue viviendo estrechamente identificado y relacionado con la mar. Esto lleva a los pescadores a
seguir saliendo a la mar a pescar, practicando el oficio ahora desde expectativas económicas distintas
donde prima el autoconsumo y el ocio. La práctica seguirá por lo general hasta que la edad y condiciones físicas personales lo permitan. Terminaremos recordando la importancia que conlleva el conocimiento de las formas de vida y cultura pescadoras en las que habrá que seguir trabajando.
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