MARÍA ESTRADA DE MEDINILLA LÍRICA COMPLETA DÉCIMAS

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MARÍA ESTRADA DE MEDINILLA
LÍRICA COMPLETA
DÉCIMAS
(Con estas décimas la autora obtuvo el primer premio en un certamen por la
canonización de S. Pedro Nolasco. El certamen fue recogido por fray Juan Alavés,
Relación historiada, 1633. Manuscrito de la Biblioteca Nacional de México, Fondo
reservado)
Nolasco con paz fingida
que le saltean advierte
los remedos de la muerte
en lisonjas de la vida.
Yace, a Morfeo rendida,
la solicitud constante,
que si el celo vigilante
no obedece en todo al lecho,
niega lo inquieto del pecho
lo sereno del semblante.
Cuando el aire luces llueve,
porque en sueños ver presuma
dos rayos de cana espuma
en dos cometas de nieve.
Indicio de paz no leve
ramo fue de hojas alado,
verde oliva que, aun cortado,
el tronco fresco se ofrece,
y en el aire se aparece
de esmeraldas coronado.
Fiera adusta indignación
agostarla solicita,
que humantes globos vomita
por volcanes de carbón.
Anciana veneración
de dos paternos cuidados
la preservan desvelados
contra rigores impíos
de los ardientes estíos
y carámbanos helados.
Porque en su conservación
Argos más cauto desean,
que cuantos ojos platean
el estrellado pavón
encargan su advocación
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a Nolasco, en cuya esfera
viva su beldad primera,
que al rayo de su calor
se observará su verdor
en perpetua primavera.
Pacífica insignia toma,
y como su guarda emprende:
de quien talarla pretende
el nocivo aliento doma.
A la racional paloma
en reverentes altares,
con favores singulares
los dos santos favorecen,
que a Pedro y Pablo parecen
sus patrones tutelares.
No fue custodio remiso,
que su cuidado era, en fin,
la espada del querubín,
guarda fiel del paraíso.
Con más prevenido aviso,
burla del pastor de Admeto,
conserva en su ser perfeto
el árbol de mejor fruto,
sirviendo de sustituto
al alado Paracleto.
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Relación escrita a una religiosa monja prima suya de la felix entrada en México, día de
san Agustín, a 28 de agosto de mil y seiscientos y cuarenta años, del excellentísimo
señor Don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena, virrey,
gobernador y capitán general de esta Nueva España
Quise salir, amiga,
más que por dar alivio a mi fatiga,
temprano ayer de casa,
por darte relación de lo que pasa.
Prevenir hice el coche,
aunque mi pensamiento se hizo noche,
pues tan mal lo miraron,
que para daño nuestro pregonaron
que carrozas no hubiera:
¡Oh más civil que criminal cansera!
Lamentelo infinito;
puesto que por cumplir con lo exquisito,
aunque tan poco valgo,
menos que a entrada de un virrey no salgo.
Más el ser hizo efecto,
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y así quise cumplir con lo imperfecto
mudando de semblante;
no quieras más pues fui sin guardainfante,
con que habrás entendido
que todo queda bien encarecido;
pero si le llevara,
del primer movimiento no pasara.
Siguiéronme unas damas
a quienes debe el mundo nobles famas,
y con manto sencillo
quisimos alentar el tapadillo;
y en fin, como pudimos,
hacia la iglesia catedral nos fuimos,
donde más que admirada
quedé viendo del arco la fachada,
que tocaré de paso,
porque si en el ingenio me embarazo,
habiéndome engolfado,
no habrá camino de salir a nado.
A follajes galantes
estrago fue de Zeusis y Timantes,
grandeza en quien contemplo
lo raro de tres templos en un templo:
pompa de Mausoleo,
ciencia de Salomón, plectro de Apolo.
Perdone la pintura
que en lo formal se mostrará más pura,
pues a tanto se atreve,
que al lienzo fía lo que el bronce debe.
No quedó en todo el cielo
signo que el arte no bajase al suelo,
ni en toda la Escritura
tribu que no trajese a coyuntura,
ni doce que la fama
por sus virreyes justamente aclama,
contra largas edades,
para la eternidad de eternidades,
ni la insigne ascendencia
del ilustre Marqués, cuya excelencia
da con celebraciones
glorias a España, al mundo admiraciones;
de suerte todo unido,
que diera suspensiones al sentido
que más perspicaz fuera,
cuya atención aun no lo consiguiera.
De su metro imagino
que pasa de lo humano a ser divino,
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y es caso averiguado
que un ángel a otro Ángel le ha dictado,
y por que no te asombre
corresponden sus obras a su nombre.
Dimos la vuelta luego
y en un abismo de rumor me anego;
al discurrir la calle
no hay paso donde el paso no se encalle;
el número de gente
presumo que no hay cero que tal cuente,
pues tomar fuera en vano
la calle, como dicen, en la mano.
Iba, aunque aquí se note,
de lo que llama el vulgo bote en bote:
era cada ventana
jardín de Venus, templo de Diana;
y, desmintiendo Floras,
venciendo mayos y afrentando Auroras,
la más pobre azotea
desprecio de la copia de Amaltea,
con variedad hermosa,
aunque tuvo también de toda broza.
Pintar su bizarría
ni más Flandes habrá ni más Turquía.
En fin, todo es riqueza,
todo hermosura, todo gentileza.
A opulencia tan rara,
¿qué babilonio muro no temblara?,
pues conservando abriles
se miran injuriados los pensiles.
La tropa crece mucho;
él cerca viene, entre la tropa escucho,
y tropezando aprietos,
entramos con orgullos más inquietos
donde un balcón estaba,
que con ostentación nos esperaba,
y a menos sobresalto
pienso que nada se nos fue por alto.
Fundaciones tonantes
en hombros de hipogrifos elefantes
dejaron ilustrado
al primer inventor de lo bordado:
duplicados clarines
de música poblaron los confines,
que en acentos suaves
repetición hicieron a las aves,
con cuyas armonías
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ociosas quedarán las chirimías;
estruendo de atabales
bienes anuncia a tanto gusto iguales:
la brevedad se indicia,
miden la calle varas de justicia.
Gloriosamente ufana
iba la gran nobleza mexicana,
logrando ostentaciones
entre las militares religiones,
mostrando en su grandeza
que es muy hijo el valor de la nobleza,
y en sus ricos aseos
deseos con obras, obras con deseos.
Brotando suficiencias,
la doctísima madre de las ciencias
iba, aunque se interprete,
cifrado en un vistoso ramillete
lo raro y lo diverso
de la Universidad y el universo,
compendio mexicano,
emulación famosa del romano,
en quien se ve cifrada
la nobleza y lealtad más celebrada.
¡Que mármoles y jaspes
ilustra desde el Betis al Idaspes!
Mostraba generoso
cuanto sabe ostentar de lo honoroso,
haciendo competencia
su generosidad con su prudencia,
y en órdenes iguales
del tribunal mayor y tribunales
ostentaban primores
el factor, tesorero y contadores,
donde sólo se iguala
con lo rico y perfecto tanta gala;
y a fámulas hileras
forman tapetes, huellan primaveras.
El que la Guarda rige,
dignísimo sujeto a quien se erige
por tan justo derecho
la blanca insignia que adornó su pecho,
con denuedo galante,
era la perfección de lo brillante,
y a lucientes aceros
multiplicaba números de arqueros:
insignia real divisa
la dignidad de un joven autoriza,
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que a muchos les excede,
tanto, que él solo competirse puede.
Mostraban su eminencia
Pompilios y Licurgos de la Audiencia,
de quien hoy fuera amago
la docta rectitud del Areopago
que Atenas tanto aprecia,
de Roma ejemplo y atención de Grecia.
Llegó la gran persona
del valeroso Duque de Escalona
en un alado bruto
que fue de los de Febo sustituto.
Y a ser tan hábil viene,
que ya de bruto sólo el nombre tiene:
color bayo rodado
en quien no queda bien determinado,
por guardarle el decoro,
o si fue oro engrifado o grifo de oro;
a la vista primera
oro esmaltado de azabaches era,
bien que a la fantasía
ya tigre de tramoyas parecía
y ya pavón de Juno,
aunque en lo cierto no tocó ninguno;
y erizando sus plumas,
furias vertiendo, si brotando espumas,
daba a toda la plebe,
a chirlo y cintarazo, grana y nieve;
tan racional estaba,
que, capaz de la altura en que se hallaba,
no tuvo ni aún apenas
un tocar con las manos las arenas.
Y, estando descuidada,
hice, viendo venir una pedrada,
reparo diligente
con que no me rompió toda la frente.
Y esto lo menos fuera,
pues por poquito no me la partiera
a vueltas de la cara.
Aún el susto me dura y cuál quedara
el corazón me parte;
y aunque de mi discurso en esta parte
ponderación colijas,
tan sin bajarse levantaba guijas,
que tuve algún recelo
de que se granizaban desde el cielo,
y en los más retirados
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infinitos habrá descalabrados.
En su furia mostraba
que al virrey en el cuerpo en fin llevaba;
de suerte le imagino
que en él hasta el bozal era ladino;
con nueva maravilla
promontorio de plata era la silla.
Pintar su Dueño ahora
quien tanto el arte del primor ignora,
aunque el objeto obligue,
mal lo comienza y tarde lo consigue,
y epítetos vulgares
no son para las cosas singulares.
¿Viste el solio divino
del sol, que desde el orbe cristalino,
dorando las florestas,
hace con providencias manifiestas
flamantes bizarrías,
como desperdiciando argenterías,
y aunque le gozan todos,
si le quieren mirar, por varios modos
tal resistencia hallan,
que ciegos a su amago se avasallan,
y nadie aquello puede
que a un águila caudal se le concede?
A mí me ha sucedido
lo mismo, pues poniendo en tanto olvido
de mi ser la bajeza,
llevada del fervor y la viveza,
quise, bebiendo rayos,
sembrar alientos y coger desmayos;
y cuando cerca llega,
flamígero furor mi vista ciega;
mas aunque más se impide,
con el afecto y con la fe le vide,
y aun bosquejarle puedo
si al rayo y a la espuma pierdo el miedo.
Juzguele tan airoso
y tan de lindo gusto en lo aliñoso,
haciendo con desgarro
desprecio general de lo bizarro,
que alguno habrá pensado
que aquel descuido todo fue cuidado,
aunque se está sabido
que es aquélla postura de entendido,
con que está dicho todo.
Y puesto que en los hombres es apodo
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entrarles por lo bello,
arriesgo de empezar por el cabello,
principio de lo hermoso,
habiendo lo discreto y lo brioso
con extremo infinito:
aquí se cifra todo sin delito
y, en todas opiniones,
un epílogo fue de perfecciones.
Nube viste de plata,
donde lo recamado se dilata
tanto, que no ha llegado
lince sutil a haber averiguado
por brújula o cautela
el más breve dibujo de la tela.
En fin, la chusma toda
higas y bendiciones le acomoda,
y en murmullo cobarde
las mozas le dijeron: “¡Dios te guarde;
qué lindo y qué galano!”;
las viejas: “¡Dios te tenga de su mano!
¡Qué bien que resplandece;
al mismo Rey de España se parece!”
Llegó á un grave edificio,
de Belo y Jano ventajoso indicio,
cuyos vivos pinceles
a Arístides, Protógenes y Apeles
dejaron olvidados,
porque aquéllos con éstos son pintados,
y aunque en la fama eternos,
aténgome al primor de los modernos,
pues se han aventajado
cuanto va de lo vivo a lo pintado.
Honor maravilloso
fue de américo suelo lo ingenioso:
bien logrado desvelo,
cuyos acentos llegan hasta el cielo,
cuyas repeticiones
eternas vivirán en los blasones
del que es sin arrogancia
rama de Portugal, Castilla y Francia.
No bien llegó a las puertas,
cuando las vio con regocijo abiertas,
en quien8 no se desquicia
de la misericordia la justicia;
y en sumisiones graves
un noble senador le dio las llaves,
que al mundo honrar pudiera,
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cuya opinión es luz desta Ribera.
Allí fue ejecutada
la ceremonia siempre acostumbrada,
y alegre le recibe
la ciudad, que de nuevo le apercibe
aplauso reverente,
siendo a su dignidad tan competente.
Y, habiéndole formado
navegación de velas de brocado
que a su sol se permite,
grato la aplaude, pero no la admite.
De dos rojos cendales,
trabados dos sujetos sin iguales,
de tanto cielo Atlantes:
el venerable honor de los Cervantes,
a quien también venero,
y el valor de la casa de Valero,
don Marcos de Guevara,
a quien el cielo dio nobleza clara,
cortés con su asistencia
el toldo gobernó de su Excelencia.
Por uno y otro lado,
los ilustres sujetos del senado
mostraban con efectos
lo que en las veras pueden sus afectos.
En el lugar preciso
le sigue su mayor caballerizo,
y, alternando celajes,
gentiles hombres, oficiales, pajes,
iban según su grado
cada cual en el suyo aventajado.
No muchos pasos dieron,
cuando la autoridad reconocieron
de un festivo teatro
con pompa de solemne anfiteatro,
que estaba prevenido
antes del arco arriba referido,
donde los principales
del cabildo, palomas racionales,
rigen con gallardía
a tanta religiosa clerecía;
y, en acentos sutiles,
dulce repetición de ministriles
formaba en escuadrones
tracias capillas, tropas de Anfiones,
con que en ecos sonoros
Te Deum laudamus le entonaba a coros.
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Y desde el simulacro,
san Pedro le conduce al templo sacro,
de que se vio logrado
el adorno de púrpura y brocado,
y en fragantes aromas
brasas desatan cuanto exhalan pomas;
revuélvense esos cielos,
donde tres ciudadanos con desvelos
hicieron de sus dones
demostración alegre de oblaciones:
uno estruendo le fragua;
estotro fuego, cuando el otro agua;
cuanto contiene espacio
de la mayor Iglesia hasta el Palacio,
fiero terror de Marte
formaba un batallón en cada parte,
de cuyas compañías
tantas adelantó galanterías,
que se vio cada infante
rayo de plumas o escuadrón volante.
Vulcano en prevenciones
fue población de griegas invenciones,
con que no ya tan vano
quedó el que incendios fabricó al troyano,
de que tantas memorias
eternidades tienen las historias.
Aún no bien penetrado
fue el capitolio, cuando el cielo armado
de ímpetus transparentes
el curso desató de sus corrientes,
y a fuerza de raudales
las calles fueron montes de cristales.
Y es verdad manifiesta
que ni aun aquesto pudo aguar la fiesta;
porque menos ufano
cesó Neptuno y presidió Vulcano,
pues a furias de aguas
alquitranes resisten de sus fraguas.
En tan célebre día
fuera civilidad o cobardía
que quedara figura
de la más vestal ninfa la clausura;
y si tal entendieras,
presumo que aun tú misma la rompieras,
pues con esto apercibo
el hipérbole más ponderativo.
Y aunque el verlas te inquiete,
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mayores fiestas México promete:
máscaras, toros, cañas,
que puedan celebrarse en las Españas.
Esto es en suma, prima,
lo que pasó; si poco te lo intima
mi pluma o mi cuidado,
mal erudito pero bien guïado,
perdona que a mi Musa
el temor justo del errar la excusa.
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FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS Y ALCANCÍAS
QUE CELEBRÓ LA NOBILÍSIMA CIUDAD DE MÉXICO,
A VEINTE Y SIETE DE NOVIEMBRE DESTE AÑO DE 1640,
EN CELEBRACIÓN DE LA VENIDA A ESTE REINO
[D]EL EXCELLENTÍSIMO SEÑOR DON DIEGO LÓPEZ PACHECO,
MARQUÉS DE VILLENA, DUQUE DE ESCALONA,
VIRREY Y CAPITÁN GENERAL DESTA NUEVA ESPAÑA, ETC.
Por Doña María de Estrada Medinilla
Fiestas que celebró México, a 27 de noviembre de 1640 años
Yo, aquella que sin ley canté algún día
en silva libre la festiva entrada
del que a illustrar la indiana monarquía
vino desde rigión tan apartada,
ya uso con voz más dulce que solía,
con lira canto ya más acordada,
debajo de preceptos, las reales
fiestas a causa tal no desiguales.
La pompa, el aparato, el lucimiento
de tres giros de sol continuados,
las galas, la hermosura, lo sangriento
de libreas, de toros y tablados,
lo abundante, lo rico y opulento
de grandezas, de telas y brocados…,
si tanto puede prometer mi pluma,
intento reducir a breve suma.
¡Oh, vosotr[a]s, de Pindo y de Elicona
sagrado honor, purísimas doncellas,
ceñidas siempre de immortal corona,
aun más por eruditas que por bellas!
Una que de imitaros hoy blasona,
si no en lo docto, en algo a vuestras huellas,
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a alguna deba tan divino aliento
que culto haga el bárbaro instrumento.
Si el triplicado terno veces tantas
fue protección de plumas varoniles
que se bañaren en las aguas santas
de Aganipe, quedando más subtiles,
¡cuántas razones más y causas cuántas
os obligan, deidades femeniles,
a que a mis yerros le doréis la parte
de los primeros que ignoré del arte!
Era [d]el año el tiempo postrimero
en que la enjuta tierra deja apenas
del corvo arado y del agudo acero
al tosco agricultor romper sus venas.
Desnudo el campo del verdor primero
que le dier[o]n claveles y azucenas,
temblando estaba de flaqueza al frío,
porque en los huesos le dejó el estío.
Del otoño la estéril monarquía
iba ya en su carrera declinando,
cuyo ceptro noviembre poseía,
si bien en su gobierno caducando.
Llegose el del festejo alegre día
de su imperio, y apenas llegó cuando
a el sol, que estaba en brazos de la aurora
durmiendo, tromp[a] dispertó canora.
Sacudió del embargo soñoliento
los fatigados miembros que, vencidos
de caminar con rapto movimiento,
perezosos estaban adormidos.
Los párparos ro[z]ó y aplicó atento
–los ojos juntamente y los oídos–,
para inquirir la causa no entendida
de aquella voz dudosamente oída.
En medio entonces de la vaga esfera,
la ninfa vio que con plumados f[l]uecos
discurre el orbe con veloz carrera,
llevando al hombro tantos bronces huecos.
Sobresaltose el joven de manera
de los que oía repetidos ecos,
que en éxtasis de mudas suspensiones
le embargó aun más que el sueño, las acciones.
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Del purpúreo clavel disuelto el nudo,
dijo elegante la parlera Fama
a el que ya de su voz pendiendo mudo,
dejado había la rosada cama:
¿Qué aleve encanto de Morfeo pudo
ocasionar al sueño que te infama,
pues empuñando ceptro luminoso
te entriegas tan pacífico al reposo?
Tú, de quien penden tantas luces bellas,
padre común de todo lo viviente,
de cuya immensa lumbre las estrellas
mendigan el honor resplandeciente,
¿cómo el curso ordinario no atropellas
conduciendo tu carro al occidente,
pues aquél, deste oriente opuesto polo,
conspira contra ti, segundo Apolo?
La laguna que un tiempo tus altares
tanto manchó con víctimas sangrientas,
y en cuyos siempre religiosos lares
recebiste oblaciones tan cruentas;
ya el distrito que muran los dos mares
y tú con áureos rayos alimentas,
falta la adoración con que solía
insensarte la indiana idolatría.
Ya sacudió el imperio mexicano
tu yugo de su cuello y la obediencia
rinde a deidad mortal que, en velo humano,
le auxilia con divina providencia.
Verde de lustros, de talento cano,
de rostro hermoso y de gentil presencia,
la melena que pende por la espalda
a su frente es aurífera guirnalda.
Ora sea sacrilegio, ora sea
justa equivocación por la que tiene
similitud con tu deidad febea,
de quien el nombre Delio le proviene,
cuanto baña Oceano y hermosea
su militar bastón hoy le conviene,
y contra tu decoro ya le llama
su protector el pueblo, que le aclama.
En un corvo Zodíaco de pino,
por su real planeta le juraron
todas las casas del solar camino,
cuyas invictas sienes coronaron.
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Y en otro medio círculo de lino
ahuyentador de nubes le llamaron.
Con este mote, hoy sale Apolo nuevo,
como de entre las nubes sale Febo.
Ayer la ciudad vieras mexicana
en campo hermoso que invidiar pudiera
lo insigne de la corte castellana,
extinguir una y otra armada fiera.
Y después la nobleza cortesana
medir el sitio con veloz carrera,
formando a trechos, ya coral, ya espumas,
de rojas bandas y de blancas plumas.
Si de tu opositor la regia entrada
hubieras visto, y su gentil presencia
con majestad honesta aderezada,
desmayaras en tanta competencia.
En un bruto de piel azabachada,
de su dueño advertida diligencia,
por escusar así muchos enojos
del veneno nocivo de los ojos,
hoy el toro fogoso, error del cielo,
por festejar la indiana monarquía
deja su azul dehesa y baja al suelo,
y al robador de Europa desafía.
Todos ayudan con igual desvelo
a la solemnidad de tan gran día:
Marte da lanzas y, el Amor, sabores,
cañas Siringa, el Iris da colores.
Caballos y jaeces matizados
Córdoba dio; la Persia los plumajes,
telas Milán, Manila dio brocados,
las Indias oro, el África los trajes.
Primaveras obstentan los tablados,
diversidad de flores son los pajes,
la plaza condujera a su grandeza,
las de la Inquisición por su limpieza.
Suspende –añad[e] la doncella alada–
el curso, que ya estamos sobre el coso,
donde verás con proporción cuadrada
culto adorno, aparato generoso.
Aquí sale la corte convocada
en lucido concurso numeroso,
tanto que el lince de mayor desvelo
apenas pudo registrar el suelo.
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Atiende a este jardín de racionales
plantas vivientes, animadas flores,
que cuantas tiene Cipre vegetales
invidian de su pompa los olores.
Aquél que con insignias ves reales,
ornato de brocados brilladores,
cuyo solio sobre él pende eminente,
de tu competidor trono es decente.
El que immediato a él luce y campea
es el de los Licurgos, que en sus manos
la balanza pendiendo está de Astrea,
más fiel que en las de griegos y romanos.
Aquél que con vistosa taracea
se adorna de tejidos mexicanos,
es de ministros del real tesoro,
cuya pureza nunca manchó el oro.
Éste, modestamente aderezado,
del cabildo eclesiástico es asiento,
donde lo obstentativo y lo sagrado
se hermanan con decente lucimiento.
El que cubierto miras de brocado,
illustra el ciudadano regimiento,
Argos de la república celantes,
custodios nobles siempre vigilantes.
Éste donde Mercurio predomina
ocupa el Consulado poderoso,
árbitro juez de cuanto se trajina
por uno y otro piélago espumoso.
Ya telas de Milán, ya de la China,
alientan lo lucido y lo pomposo,
de suerte que parecen los tablados
más obra de telar que fabricados.
Este coro gentil de ninfas bellas,
esposas de ministros estremados,
no es de mendigas de tu luz estrellas,
pues hoy tienen tus rayos afrentados.
Con nueva gala abril aprende dellas
los primores, matices y bordados,
donde se ve también que las hermosas
pueden ser entendidas y aliñosas.
Si hubieras madrugado, si llegaras
a este sitio más presto, ¡cuánto vieras
carrozas llenas de bellezas raras,
de que harta invidia con razón tuvieras!
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De aquel balcón luciente, si reparas
en deidades de rojas cabelleras,
son hermosuras que con dulce amago
pueden dar a las almas Santïago.
Tal vieras blanca rosa guarnecida
de agudas puntas de luciente acero,
cuya lustrosa tez descolorida
robó los ampos al nevado enero.
Tan a lo militar Palas vestida,
y el traje tan honesto, aunque guerrero,
que Amor, enamorado de su aliño,
siendo gigante, se preció de niño.
Sus desvelos jamás logró el deseo,
con tanto acierto nunca el artificio
tuvo en las damas tan siguro empleo,
ni se mostró el adorno más propicio.
A la hermosura se agregó el aseo,
y hasta el cuidado fue de beneficio,
pues lo bello, al descuido vinculado,
más hermoso salió con el cuidado.
Pero ya si el oído no me engaña,
tres cóncavos metales con estruendo
suspenden la diáfana campaña,
sus ecos dulcemente repitiendo.
Sin duda el joven bello honor de España,
tus rayos uno a uno desmintiendo
–por afrentarte, no por competirte–,
sale de su palacio a deslucirte.
No es illusión, que de ministros ciento
de justicia la tropa antecedente,
me pone bien seguro el argumento
de que dora las puertas de su oriente.
Bien lo dice el confuso movimiento
del escuadrón que, atropelladamente,
inunda el coso por la abierta boca,
que a tan grande avenida puerta es poca.
Ya de las dos Españas la nobleza,
con multitud de pajes y lacayos,
de América apurando la riqueza,
burlan abriles y desprecian mayos.
Diamante mira en una y otra pieza,
que supliendo la ausencia de tus rayos
en la noche de luces más avara,
hacer pudiera su tiniebla clara.
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Aquella es la ciudad recopilada
a el número de pocos senadores,
y en ellos su grandeza epilogada
luce con no imitables esplendores.
Ya penetran la plaza alborotada
ministros de Real Caja y contadores,
y aquel que ves con militar ornato,
precursor de su luz es immediato.
Ya los dos superiores tribunales,
Sala del Crimen y Real Audiencia,
en hombros de briosos animales
provocan a respeto y reverencia.
Estos que en dos hileras ves iguales
–más por ostentación que convenencia–
gobernando esos fresnos acerados,
ociosos de su guarda, son soldados.
Aquel que del Ofir el más luciente
metal –en rubias hebras dividido–
orla los lados de su blanca frente
y sobre el labio se incorpora unido,
cuyas mejillas baña hermosamente
un clavel en jazmines desleído,
y que escogió por ojos, uno a uno,
los dos mejores del pavón de Juno,
es tu competidor. Mira si en tanta
oposición, ¡oh, hijo de Latona!,
peligra la guirnalda de la planta
que con verdes desdenes te corona.
En garbo, talle y rostro se adelanta,
y en partes, a la tuya su persona,
porque para formar su gentileza
nuevo estudio obstentó naturaleza.
De una ingeniosa, aunque mejor labrada
red que la de Vulcano artificiosa,
la tela es del vestido, entreforrada
en blanca lama de Milán vistosa,
que no pudiendo estar tan encerrada
–o por lo femenil o por lo hermosa–,
a ser vista de tanta bizarría
se asoma por la negra celosía.
Cuanto la margarita en nacarados
senos blanco sudor del alba bebe,
en los brahones, golpes y costados,
vistosa es guarnición, precio no leve.
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De filigrana con buril labrados
Amaltea sobre él jazmines llueve,
y las ligas gastaron a porfía
la primer risa del infante día.
La banda que le cruza el noble pecho,
si no es llanto cuajado de la aurora,
que a California la apuró sospecho
el humor que en sus conchas atesora.
En un bello animal de furias hecho,
que a pesar del bocado le colora,
cuya tascada plata saca en suma
vivas centellas de manchada espuma,
tan presumido va de cortesano,
que por el dueño su obediencia entienda,
ejecuta las leyes de la mano
antes que las reciba de la rienda.
A piel nevada dio matiz ufano
el ébano que a manchas le remienda,
y se mueve tan ágil que recelo
que huell[a] el aire, despreciando al suelo.
Mira lo bien plantado y lo brioso
con que a la brida va tan sin cuidado,
que el natural donaire primoroso
parece con desvelos estudiado.
Hasta el grave mirar majestuoso
mezcla con risa alegre y dulce agrado,
de suerte que de tantas atenciones
se lleva tras de sí los corazones.
Aquél, de seis caballos conducido,
carmesí plaustro cuyo flueco pende
de oro más martillado que torcido,
portátil Pirineo que se enciende
con tanto metal rubio derretido
que en anchos ríos se dilata y tiende,
y el terciopelo cuyo campo riega
–por bordarle parece que le aniega–,
trono es solar, aunque le ves vacío,
que su deidad incluye vez alguna,
con quien fuera grosero desvarío
que compitiese tu dorada cuna.
No parte su luciente señorío
jurisdicciones con la misma luna,
pues aquella se puso en otro polo
porque él en éste diese lumbre solo.
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Mira de su familia generosa
el ejército casi innumerable,
y no es ostentación vanagloriosa
adquirida en el cargo no durable,
costumbre sí en su casa poderosa,
hoy por títulos tantos estimable,
siendo con tan notable maravilla
honor de Portugal y de Castilla.
Clicie de su gallardo movimiento
es tanto pueblo, cuya vista atenta,
con audaz generoso atrevimiento,
aun los menores átamos le cuenta.
Admiraciones da de ciento en ciento
a términos del coso que frecuenta,
dejando en los balcones y tablados
de honesto amor los pechos abrasados.
Ya el Buséfalo américo depone
y aciende al regio solio que le aguarda;
ya el vulgo en furia intrépida se pone,
como terciada ve tanta alabarda;
ya a despejar la plaza se dispone
el militar caudillo de su guarda,
gloriosa rama de Ávila y Pacheco,
que de su nombre alienta solo el eco.
De aquella parte andaba, cuando desta
el alguacil mayor de la Real Corte,
haciendo que la turba descompuesta
en las puertas el ímpetu reporte.
Su ostentación bastara para fiesta,
pues es cada familia aún una corte,
cuyas galas, por ricas y lucidas,
el oro consumieran del rey Midas.
Miraba el Sol desde su nube densa
cuanto la Fama le narró elocuente,
y por no ser testigo de su ofensa
apresuró su curso al Occidente.
Limpia la plaza y la atención suspensa
de tanto pueblo, aceleradamente,
agitado de acero riguroso,
bicorne rayo se arrojó en el coso,
tan feroz que si a Duero y a Jarama
el licor no bebió, pareció –al vello–
que pasió la fiereza entre su grama.
Inhiesto de cerviz, rugado el cuello,
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los ojos eran de color de llama,
negra la espalda y erizado el bello,
de juntos y delgados cangilones,
presto de pies, terrible de faiciones.
Era cada bufido horrible trueno;
corriendo consiguió cuanto quería,
hasta que de aceradas garras lleno,
cuanto más se incitaba, se impedía.
Sirvióle su coraje de veneno,
pues murió de su mesma valentía,
porque a dar muertes y a tomar venganzas
se entró por un ejército de lanzas.
Aun no bien tanto acero ensangrentado
le salteó la vida, cuando un terno
de acémilas con armas enmantado,
de la ciudad político gobierno
plata bruñida en tafetán leonado,
poniendo un lazo en uno y otro cuerno,
tan veloz le sacó que parecía
que él mismo con su aliento se movía.
En la palestra se plantó tan fiero
otro de adversa parte, que ya era
en su comparación manso el primero,
cuya piel más horror al verla diera:
tostado el lomo y de bruñido acero
las puntas, niveladas de manera
que ser pudiera escándalo luciente
de la luna un amago de su frente.
No su ferocidad era bastante
a desmayar el ánimo obstinado
del concurso de a pie vociferante,
con cuya agilidad se vio burlado.
De uno y otro rejón el arrogante
cerviguillo hasta entonces no domado,
tantas congregó bocas a una herida
que en rojo humor desperdició la vida.
Con fieras manchas sobre piel nevada,
relámpago sin luz, mas no sin trueno,
se presentó el tercero en la estacada.
El hocico de espuma y sangre lleno,
con ancho hierro en asta dilatada,
jinete le aguardaba tan sereno
que el monstruo horrendo, lleno de furores,
no bastó a perturballe los colores.
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Llegó la fiera y, viendo a su adversario
cargado el hombro de robusto pino,
asombrada del caso temerario,
torció la línea recta del camino.
Escusó la vitoria del contrario,
no el estrago fatal a su destino,
que de otra mano las arterias rotas,
cedió el aliento en las primeras gotas.
Entonces al gentílico ejer[ci]cio
se interpuso paréntesis gustoso,
dando de mayor fiesta claro indicio,
cuando bridones por el ancho coso
–del venerado oráculo propicio–
consultaron el pecho generoso,
a cuya petición con rostro afable
oyó benigno y respondió agradable.
Don Enrique Pacheco el uno era,
y don Juan de Cervantes le acompaña;
don Nicolás también, en quien esmera
de Bonilla el honor, grandeza estraña.
Destos tres el valor cantar quisiera,
mas fáltale a mi ingenio culta maña,
pues de todos pintar la gala en suma
aún fuera gran hazaña a mejor pluma.
Siguieron a estos nobles partidores
ocho cuadrillas, alternadamente,
ciudadanos tal vez, tal regidores;
hermosa variedad, cuanto decente.
Reducíanse a solos dos colores,
marlotas de brocado de occidente,
azul la una y, con igual decoro,
otra rosada, entrambas fondo en oro.
Los sombreros de lama trencillados,
trinillas de tocón, bandas y rosas;
cruzaban las adargas encarnados
tafetanes con listas espaciosas.
De plata estaban unos esmaltados
con las armas de México honorosas,
y otros, en fe de su memoria eterna,
con nombre del señor que nos gobierna.
Entraron en hilera ciento a ciento,
hipogrifos a fuer de guerra a[r]mados,
formando belicoso movimiento
del son de las trompetas incitados.
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La ostentación de tanto lucimiento
ociosamente los llevó sobrados.
Acémilas de cañas tantas fueron,
que confuso su número tuvieron.
Gasto de la ciudad no tan pequeño
que el caudal del tesoro veneciano
no quedara con él en grande empeño,
mas en servicio del monarca hispano
–de su lealtad reverenciado dueño–
nunca con escasez obró su mano,
puesto que las haciendas y las vidas
siempre a sus plantas mostrarán rendidas.
Después que al de tres grandes excellentes
títulos los aceros inclinaron,
y humillando los cuellos y las frentes
con afectos sin voz le saludaron,
aplaudidos de corros diferentes
al cuadrángulo todos circularon,
y como balas que compele el fuego
dieron principio a las parejas luego.
Tan gallardo don Marcos de Guevara
–que la cuadrilla gobernó primera–
su carrera pasó, que si intentara
el céfiro seguirle no pudiera.
Don Gaspar de Molina no juzgara
quién a los dos tan pespuntados viera,
sino que tan conforme movimiento
procedía no más que de un aliento.
Con don Martín Osorio tan asido
fue don Carlos de Sámano ajustado,
que si abrazados no, por lo medido
parecían un géminis plumado.
Don Diego Cano atrás dejó corrido
al bóreas, o por torpe o por pesado,
a quien imitó en gala y en despejo
con la misma igualdad don Pedro Trejo.
Don Juan y don Gonzalo, aquél de Andrada
y de Bribiescas éste, en lo uniforme
tuvieron suspendida y admirada
la plaza con pareja tan conforme.
Tan galante partió, tan estremada,
que no hará poco la que le conforme,
pues entre multitudes de atenciones
sigura se llevó las bendiciones.
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La de don Juan de Orduña, en lo ajustado,
hecha de un bulto solo parecía,
primor que de ninguno fue imitado,
pues el lauro le dio la bizarría.
Su vuelo comenzó tan estremado
–puesto que más volaba que corría–,
que su más descuidado movimiento
fue con disino de burlar al viento.
Se unió a don Juan don Agustín Chavela,
con tal aire, tan rara maravilla,
que la más avisada centinela
juzgara que ocupaban una silla.
Siguen su curso con igual cautela
don Diego y don Antonio de Mansilla,
pareciendo sus brutos corregidos
de un mesmo freno y de una espuela heridos.
Los hierros de las lanzas y los cuentos,
los penachos, las bandas, los listones,
los brazos, las adargas, los alientos,
el partir, el pulsar de los talones,
tan compasados eran, tan atentos
en imitarse entonces las acciones,
que en riqueza, caballos, garbo y modo
se llevaron la voz del pueblo todo.
Daba don Juan Mejía Altamirano,
con el valor que su nobleza esmalta,
invidia noble al joven más lozano,
que si el aliento sobra, nada falta.
Iba a su lado, justamente ufano,
bizarro, don Francisco de Peralta;
en fin, pareja tan igual que creo
que su límite allí tuvo el deseo.
Hijo y yerno, a el valor esclarecido
–los rayos como amantes girasoles–
siguieron, cuyo curso fue aplaudido
de la justa atención de muchos soles.
Tal correr y parar nunca han tenido
en sus fiestas los cosos españoles,
que a don Gabriel de Rojas ya la fama,
y a don Rodrigo, justamente aclama.
Galán Juan de Alcocer, tan nivelado
salió con don Cristóbal de la Mota,
que nunca averiguar pudo el cuidado
si eran dos, hasta el fin de su derrota.
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Don Juan de Grados bien merece el grado
desde esta parte hasta la más remota,
pues llevó con Simón Téllez de Trejo
la palma del buen aire y del despejo.
Don Alonso Cervantes Villanueva,
con don Antonio Estupiñán, en vano
seguir el noto su violencia prueba,
aunque no se vio nunca más ufano.
Hoy don Lorenzo Suárez bien renueva
su fama con el pueblo mexicano,
que con aplausos celebró sin tasa
a don Francisco de Solís Barrasa.
Don Felipe Morán era un cometa,
que si encendido no, corrió luciente;
don Rafael de Trejo, una saeta,
que su acción imitó resplandeciente;
don Juan Téllez de Trejo, ni el planeta
rubio salió con brío tan valiente;
de Macaya don Juan, con arte y maña,
valor y ligereza le acompaña.
Don Íñigo Carrillo Altamirano
y don Fernando Niño, tan airosos,
con gala tal y estilo cortesano,
tan lucidos, gallardos y briosos
corrieron, que del vulgo ciudadano
recibieron los vítores gozosos,
si bien demostración tan halagüeña
de deuda tanta aun no se desempeña.
Don Juan el joven, generosa rama
del tronco illustre de Casaus Cervantes,
cuya carrera en bronces de la fama
celebraciones adquirió bastantes.
Como oprimida luz que se derrama
de la nube con ecos resonantes,
así pasó con don Josef Limeno,
el sitio ya de admiraciones lleno.
Acabé las cuadrillas, mas no acaba
con esto el lucimiento de la fiesta,
que de su pompa la menor bastaba
a dejar su grandeza manifiesta.
Apenas una al término llegaba
cuando otra se ajustaba ya tan presta,
que de ocupar en ellas los despojos
aun no dejaban descansar los ojos.
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Después que el campo hermoso discurrieron
por esquinas, por frentes y por lados,
a remudar cuadrúpedos salieron,
más por ostentación que por cansados.
Ni aun este breve rato permitieron
ocioso los atentos diputados,
pues con nuevas de amor demostraciones
comenzaron a dar las colaciones.
Francisco del Castillo generoso,
y el alcalde Cristóbal de Valero,
ya de lo ostentativo y numeroso
por grado llevan el lugar primero.
Pomos de plata dieron de precioso
licor, cuyas aromas no refiero.
De dulces y pastillas diferentes
fue innumerable el número de fuentes.
Con presta mano al pueblo que vocea,
vierte el Marqués alcorzas por el aire,
y no hay ninguna que un arpón no sea,
aunque fue despedida con desgaire.
Era de gusto ver la taracea
que previno, a pesar de su desaire,
aun hasta los más mínimos pedazos,
siendo ajedrez de levantados brazos.
Cuál los cubiertos con la frente toca,
que no los pudo recoger al vuelo
y entrar los vio por otra abierta boca,
que importa más la dicha que el desvelo.
De tanta inmensidad, ni aun parte poca
pudo llegar desperdiciada al suelo,
porque el anís se vía más enano
recogido en el viento grano a grano.
Volvió a desparramarse aquel confuso
ejército de hormigas racionales,
pero la guarda, a su pesar, le puso
con orden en hileras bien iguales.
Luego que sin estorbos se dispuso
la plaza y a las voces de metales,
en una y otra puerta resonando,
a batalla se estaban incitando,
dos veces ocho brutos desta parte
y otros tantos de aquella el campo hienden,
cuyos jinetes en furor de Marte
los generosos ánimos encienden.
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La escaramuza traban con tal arte
que aun los que saben la verdad entienden
que es aquella batalla de venganzas,
y que las cañas se han de volver lanzas.
Hace y deshace vueltas enroscadas
el tortuoso caracol ligero,
y disueltas con gala las lazadas
se vuelve a dividir como primero.
Ya otra vez las dos huestes encontradas,
cada cual su opinión sigue guerrero,
y en uno y otro puesto osadamente
plantados se provocan frente a frente.
Rompiendo entonces la marcial palestra,
acometió don Marcos de Guevara
con tal unión de su cuadrilla diestra,
que en los cuatro ni el viento un blanco hallara.
A los contrarios rostro a rostro muestra
que son flechas las cañas que dispara,
y que no a resistirlas son bastantes
de las adargas los bruñidos antes.
Salió don Diego Cano Moctezuma
a seguir los cuadrú[p]edos bajeles,
que si no surca piélagos de espumas,
firmes golfos navega más fieles.
Pienso que no hay oído que presuma
que son de cañas golpes tan crueles,
sino que rayos son disimulados,
o cuando rayos no, dardos costados.
Sale don Juan de Orduña a la campaña
y a los contrarios fugitivos pica
con cuatro golpes de una y otra caña,
de cuya fuerza su furor publica.
Tal revuelve, recoge y acompaña
la tropa a quien su esfuerzo comunica,
que sus contrarios presumir pudieron
que en uno todos cuatro se embebieron.
Parte don Juan Mejía Altamirano,
y en su alcance, incitado de la ofensa,
saetas tira con furiosa mano.
Sale Juan de Alcocer a la defensa,
recógese el gallardo ciudadano,
mostrando al revolver presteza inmensa;
y sigue don Alonso de Cervantes
a los que fueron seguidores antes.
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Incorpóranse aquéllos adargados,
éstos les llaman con alarbe grita,
y volviendo a su puesto desarmados,
don Felipe Morán su furia incita.
Ya sacuden los brazos levantados,
ya don Juan de Casaus les solicita,
cuya cuadrilla intrépida se enoja
y cada caña es un arpón que arroja.
Cruzan el campo de una y otra parte,
de no pequeña cólera encendidos,
como si del belígero estandarte
fueran a duro encuentro conducidos.
Si no incitados del furor de Marte,
son del laurel de Apolo persuadidos,
pues quiso cada cual ganar la fama
que tuvo del aplauso que le aclama.
Hubo golpe de brazo tan valiente
que un cuerpo armado penetrar pudiera,
pasando de la adarga resistente
el ante duro como blanda cera.
Aun más allá de la región ardiente,
recudida subió caña ligera,
tanto que desandar en años ciento
no podrá lo que anduvo en un momento.
El Sol de cuando en cuando revolvía
la vista ardiente a ver la plaza bella,
y como aunque de lejos descubría
cada instante mayor festejo en ella,
sincopando los términos del día,
con el mármol de ocaso su luz sella,
y en las ondas del Sur se apagó luego,
porque quedase el horizonte ciego.
De la noche y los cuatro partidores
a un tiempo la batalla fue impedida,
si bien quedaron todos vencedores
por no hallarse ventaja conocida.
Pero los campos dos competidores,
por no llevar la palma repartida,
se emplazan de su brío haciendo alarde
para las alcancías de otra tarde.
Permite el desafío el Marte hispano
y ofrece honrarle hallándose presente,
y luego del asiento soberano,
entre escuadrón pueril, bajó luciente.
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Seguido del concurso ciudadano
llegó al ocaso, que antes fue su oriente,
y la tropa de gente convocada
fue por diversas partes derramada.
Aquella noche toda pasó en peso
el sol, tan desvelado y desabrido,
apurando el discurso en el suceso
que su luciente imperio había tenido;
que en el caos de tinieblas más espeso,
vestido estaba y con el carro un[c]ido,
con no pequeño llanto de la a[u]rora
de verle levantar tan a deshora.
Partiose luego para el negro ocaso,
y como la provincia alborotada
forzosamente le había de ser paso
para llegar al fin de su jor[n]ada,
el bordado de estrellas azul raso
de una nube cobrió tan condensada,
que al penetrar aquellos horizontes
ni aun le pudieron ver sus altos montes.
Así entre pardas sombras desmentido
a esta occidental corte llegó, cuando
a su competidor vio esclarecido,
que en el festivo coso venía entrando.
De las aspiraciones del vestido
el céfiro se estaba perfumando,
pues por hurtalle el ámbar, veces ciento
le halagaba con blando movimiento.
No pinto los primores uno a uno
del crédito mayor de lo rodado,
por no hacer mi discurso aquí importuno,
pues otra vez le tengo ya pintado.
Iba con los asomos de cebruno,
galas haciendo de lo remendado,
acusando tal vez cuando relincha
con las manos ahogos de la cincha.
En la forma del día antecedente,
a su asiento llegó el Marqués apenas
cuando un toro enmantado salió ardiente,
que incendios palpitaba por las venas.
Quejábase abrasado, y a la gente
no movía[n] a lástima sus penas,
siendo el gemido que formaba en vano
el del toro de Fálaris tirano.
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Otro salió, que con el mesmo estilo
murió abrasado en p[a]vorosa hoguera,
cuya espantosa llama todo el Nilo
inútilmente suspender quisiera.
Desvelo quizás fue de algún Perilo,
si no de Deyanira astucia fiera,
que Hércules de los toros le ha juzgado
y en la camisa el fuego le ha informado.
El de la virginísima lanzada
segunda vez se presentó en el coso,
bien que el asta jamás sacó manchada,
que es su acero muy limpio luminoso.
Intacto se salió de la estacada,
porque su pensamiento valeroso,
aunque siempre las armas tuvo prestas,
fiambre se quedó para otras fiestas.
Comenzaron las trompas resonantes,
requisitorias del marcial avío,
de aquellos campos dos que litistantes
dejaron aplazado el desafío.
Depuestas las marlotas y turbantes,
a la usanza española, con tal brío
entraron en la plaza que la tierra
sonantes cajas pareció de guerra.
La batalla trabaron orgullosa
del mismo modo que el pasado día,
si bien fue más lucida y más vistosa
por las nuevas grandezas que incluía.
Despedida con maña impetuosa,
ardiente bala fue cada alcancía,
y compelidos de galantes furias,
ninguno quiso perdonar injurias.
Cuanto pudo emprender el oro y cuanto
a el deseo le pudo ser posible,
tanto logró el poder, la industria tanto,
allanando tal vez aun lo imposible…
…………………………
…………………………
Con que sobraron galas infinitas,
admirables, costosas y exquisitas.
Si yo en particular de cada uno
vestidos y colores refiriera,
si fuera tinta el reino de Neptuno,
poca materia a tanto asumpto fuera.
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Ni hacer quiero el volumen importuno,
ni pudiera abreviarle aunque quisiera,
y así en forzados números refiero
lo que puedo decir, no lo que quiero.
Cuando el rojo planeta disfrazado
pasó por la ciudad, dejó sobre ella,
a la que toca el general cuidado,
de voces acordadas ninfa bella
para hacer de sus ecos informado,
si bien a su pesar, de toda aquella
solemnidad que el pueblo mexicano
consagraba al Alcides castellano.
Duraba la batalla y no sabía
la ninfa a quién adjudicar pudiese
el lauro indiferente que debía,
si no es que en partes dos se dividiese.
Viendo el Marqués que agonizaba el día,
igualmente mandó que se partiese,
y así quedaron todos más premiados,
siendo de sus aplausos celebrados.
Este dichoso término tuvieron
las fiestas altamente esclarecidas
que al illustre valor de España hicieron
la ciudad y nobleza agradecidas.
Demostraciones raras, si bien fueron
a tan benigno príncipe debidas,
puesto que al bien común de suerte anhela
que por solicitarle se desvela.
Gózale, oh patria mía, las edades
que puedan ser lisonja a tu deseo,
pues tantas lograrás felicidades
cuantos lustros tuvieres tal trofeo.
Vive en su amparo sin que a variedades
del tiempo se sujete tu recreo,
para que en triunfos de tus altas glorias
eterna te celebren las historias.
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FIN
(Francisco Corchero Carrero, Desagravios de Cristo en el triunfo de su cruz contra el
judaísmo. Poema heroico, México, Juan Ruiz, 1649)
Soneto al autor
Anfión de la fe, que en voz cadente,
a los supremos coros diestro aspiras,
tan docto campas, que a tu ingenio inspiras
cuanto le admiran raro y elocuente.
Sus ecos repitiendo dulcemente,
clarín alado en tus acordes liras
desencanto será de sus mentiras
al vil contagio del inculto diente.
Desagravio de Dios te llama el mundo,
lauro capaz a innumerable suma
de grandezas que concurren en ti solo.
Pues ministras con garbo sin segundo
de culto Marte, fulminante pluma,
discreta espada de valiente Apolo.
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(Certamen poético a la Inmaculada Concepción, México, 1654)
Glosa
La Virgen fue concebida
sin culpa, que para Madre
del Verbo nació del Padre
con mil gracias prevenida.
Nace Minerva adornada
de virtudes y elocuencia,
y con mayor suficiencia
nuestra Minerva sagrada:
si aquélla de ciencia armada,
ésta, de gracia vestida,
fue mil veces bien nacida,
que la dotó de este bien
Dios, que es Júpiter, de quien
la Virgen fue concebida.
Y pues va con juramento
que admite sentidos dos:
fue por el Hijo de Dios
parto de su entendimiento,
con que en mi conocimiento,
aunque al soberano Padre
Hija y Esposa le cuadre,
si por hija fue dichosa,
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fue no menos para Esposa,
sin culpa que para Madre.
Porque contra la malicia
que causó nuestra desgracia
nació con toda la gracia
que la dio el Sol de justicia
(raros misterios indicia);
mas si el linaje de Madre
del Esposo es bien que cuadre:
dificultad no se ofrece,
pues disponer que lo fuese
del Verbo, nació del Padre.
Yo como a su cuenta corre
asegurar su pureza,
fabricó de fortaleza,
sobre una gracia una Torre,
que aunque la culpa se corre
de ver su furia vencida
dos veces, desvanecida
en su desprecio se ve,
porque esta victoria fue
con mil gracias prevenida.
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