PERIPLO ESPAÑOL Concierto del 5 de junio de 2012 Teatros del Canal Orquesta de la Comunidad de Madrid Pablo Sáinz Villegas, guitarra Laura Hernández, arpa José Ramón Encinar, director El concierto de hoy propone diferentes acercamientos a lo español. Lo hallamos de forma evidente en El concierto para una fiesta de Rodrigo y como vago aroma en el popularísimo Bolero de Maurice Ravel. Este rasgo se presenta asimismo en la rapsodia para orquesta de un entusiasta de nuestro país como fue Emmanuel Chabrier. Por último, la guitarra, un instrumento inseparable de la tradición musical española, actúa como nexo de las piezas precedentes en la obra contemporánea del madrileño Francisco Otero: Doble concierto para arpa, guitarra y orquesta. Emmanuel CHABRIER: España (1882) Un cálido verano de 1882 Emmanuel Chabrier (1841-1894) hace realidad su sueño de conocer por fin España. Su primer maestro de composición, Manuel Zaporta, un carlista refugiado en Auvernia, había inculcado en él un amor por este país que no cesará hasta el final de sus días y que le llevará a emprender su peregrinaje. En tierras hispanas pasa cuatro meses con su mujer y viaja por diferentes ciudades y pueblos fascinado por la riqueza del folclore, por la arquitectura y por las gentes que encuentra a su paso. Escribe apasionadas cartas a sus colegas y amigos narrando sus impresiones y toma descriptivas notas de su estancia: "Los eternos palmeos marcan con un instinto maravilloso el tres por cuatro a contratiempo, mientras que la guitarra sigue pacíficamente su ritmo. Las mismas mujeres sincopan los compases de mil maneras y llegan a golpear con los pies un número inaudito de ritmos". "¡Qué admirable es este país! Las catedrales de Burgos, de Ávila, de Toledo, de Sevilla, el museo de Madrid, la blanca Cádiz, la radiante Málaga. El Generalife, Sierra Nevada, Córdoba, que veremos de aquí a unos días... Nada nos quedará por ver, por recorrer, y en un mes tendremos que irnos de esta adorable España y decir adiós a los españoles". A raíz de estas intensas experiencias, a su regreso a Francia, Chabrier escribe una pieza breve para piano basada en los apuntes que toma de la música popular del país. Logra, en poco tiempo y de forma muy brillante, trasladarla al terreno 1 sinfónico, dando lugar a la pieza más exitosa y conocida de toda su producción: España. Rapsodia para orquesta, una “deslumbradora obra maestra de orquestación", en palabras de su colega y amigo Henri Duparc. A pesar de un catálogo relativamente exiguo la obra de Chabrier será de gran importancia para los compositores franceses del primer cuarto del siglo XX. España se convierte en una fuente de inspiración para muchos autores por su vitalidad, su alegría contagiosa, su imaginativa orquestación y las ingeniosas repeticiones y yuxtaposiciones temáticas con las que el compositor compensa la ausencia de cambios de ritmo, de pulsación o de tonalidad durante los seis minutos que dura la pieza. Si la obra obtiene un éxito inmediato tras su estreno en 1883, encuentra al mismo tiempo muchos detractores, especialmente entre los compositores nacionalistas españoles que la juzgan de "Españolada", como haría Falla. Critican su chabacanería casi grotesca y su mezcla incongruente de folclore de diferentes partes del país ("en España –diría el propio Chabrier–, las dos esencias, la del norte y la del sur, se encuentran mezcladas y superpuestas"), su superficialidad o su "factura demasiado francesa" para otros. En este sentido Francis Poulenc apuntaría: "Los materiales de España vienen de un gran almacén de París". Es fácil de entender la reacción de los nacionalistas, cuya búsqueda de la quintaesencia musical española choca frontalmente con esta visión exaltada y en gran medida banal de un autor francés. Al margen de la mayor o menor fidelidad del retrato sonoro de Chabrier con nuestro acervo popular, España constituye una pequeña obra maestra, un imaginativo alarde de orquestación rico en gestos que pretenden emular el particular sabor musical hispano: los pizzicati iniciales imitan las palmas, los contratiempos y la ilusión momentánea de un ritmo binario; las arpas, con bellísimos pianos que recogen el primer tema de la obra antes de la exaltación percusiva en fortísimo (con triángulo, platillos, pandereta y bombo), se convierten momentáneamente en guitarras; y los fagotes se asemejan a la voz humana en la jotica festiva que le sigue. Joaquín RODRIGO: Concierto para una fiesta (1982) Exactamente cien años después el valenciano Joaquín Rodrigo (1901-1999) escribe el que será su último concierto para guitarra y orquesta. La obra es fruto de unas circunstancias un tanto particulares. Surge por encargo de una familia de mecenas tejanos, Mr. y Mrs. William E. McKay, que requieren una obra para la presentación en sociedad de sus dos hijas. Rodrigo, de viaje por Norteamérica para recibir un Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Los Ángeles, acepta el encargo y se dispone a escribir un nuevo concierto para orquesta y guitarra. Será el tercero de su catálogo (sin contar el Concierto Madrigal y el Andaluz, para dos y cuatro guitarras respectivamente) y llegará cuarenta tres años después del archifamoso Concierto de Aranjuez. El compositor escribe una pieza neoclásica, en la estela de su habitual estética. La concibe en tres movimientos siguiendo la forma tradicional del concierto con 2 solista. Adopta un tono general desenfadado y alegre de acuerdo con la funcionalidad y el destino de la obra. En sus Escritos se refiere al Concierto para una Fiesta de la siguiente manera: "El primer tiempo está dominado por dos temas originales de sabor muy valenciano; el segundo se despliega sobre un la fundamental en la trompa que parece evocar el espíritu del Cid y el pasado moro de Valencia. Aunque el corno inglés contribuye de manera decisiva al tema principal del introvertido segundo movimiento, sería un error compararlo con otro tema «a lo Aranjuez». De hecho, pese a su factura, este movimiento es la antítesis de su contrapartida mundialmente célebre. Su fuente principal es el ritmo más que la melodía. Aquí no hay nada de la serenidad rítmica de la obra precedente. Podríamos compararlo a una ola continua y agitada inquieta a través del movimiento hasta que en el corazón de la cadencia se consigue una suerte de solución rítmica apacible. En contraste, el rondó final es extrovertido y apropiado al ambiente de fiesta, con una sevillana como tema recurrente principal". A pesar de las palabras del compositor, es imposible no recordar el movimiento central del Concierto de Aranjuez en el Andante de esta nueva pieza. Además de un regusto tímbrico y un carácter de serena nostalgia que vinculan ambas composiciones, el Concierto para una fiesta posee ciertos giros melódicos de innegable ascendencia arancetana. Al mismo tiempo, el autor hace también referencia en un escrito posterior publicado por su mujer a cierta vinculación estética con la música de Stravinsky, concretamente con “Fiesta de Carnaval” de Petrushka. Por su parte, el primer movimiento de la pieza está concebido en forma sonata bitemática, mientras que el último constituye un rondó sonata de aire festivo y sabor andaluz. El resultado global es una pieza brillante con intervenciones ligeras de la orquesta, casi camerísticas, que en ningún momento pugnan con el solista, sino que lo arropan y subrayan sus apariciones. Así, el conjunto, de reducidas dimensiones, cuenta únicamente con cuatro maderas, dos metales, percusión y cuerdas. La guitarra posee, como cabría suponer, una constante presencia y un enorme protagonismo en la obra. Para ella escribe Rodrigo dos cadencias: una en el Allegro deciso inicial y otra en el Andante calmo que le sigue. Ambas fueron concebidas para el guitarrista virtuoso Pepe Romero para quien está dedicada la pieza, y quien la estrenó con éxito en Texas en 1983. Francisco OTERO: Doble concierto para arpa, guitarra y orquesta. “Viento de madrugada” (2000) La guitarra ocupa un punto central en la obra del madrileño Francisco Otero (1940). Así, de entre las cerca de sesenta piezas que componen su catálogo más de una decena incluyen la guitarra como instrumento solista o en conjunto. De formación y carrera pluridisciplinar, Otero se licencia en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Allí estudia guitarra con Regino Sainz de la Maza, composición con Gerardo Gombau, musicología con Samuel Rubio y folclore con 3 Manuel García Matos. Se inicia, a comienzos de los setenta, en las técnicas compositivas contemporáneas de la mano de Gombau, Cristóbal Halffter, Luis de Pablo y Carmelo Bernaola. Posteriormente, amplía sus estudios en el extranjero; primero en Suiza en el campo de la dirección orquestal y más tarde en Alemania en el terreno de la composición y la electroacústica. Se interesa igualmente por la etnomusicología y por la sociología. El Doble concierto para guitarra y orquesta “Viento de madrugada” nace de un encargo del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea. Se estrena en el Festival de Alicante con la Orquesta Sinfónica Portuguesa bajo la dirección de Luis Aguirre. Se trata de una obra de unos veinte minutos de duración escrita en un único movimiento que en sus planteamientos constructivos y estéticos se encuentra próxima a Galvanismes, un ciclo de piezas para instrumentos de cuerda pulsada compuesto en los años setenta. Contrariamente a lo que se presupone en un concierto, la obra da la espalda a la espectacularidad y el virtuosismo solista y plantea una fusión entre sendos instrumentos desprovista de artificios y pirotecnias técnicas. Así lo explica el propio compositor en las notas al programa del concierto en que tuvo lugar el estreno de la pieza: "No he perseguido el camino de la espectacularidad por encima de otras intenciones. Si ésta aparece en algún movimiento, se debe fundamentalmente a los procesos de incentivación generados por las propias células motívico-tímbricas y sus tensiones ambientales. Existe mayormente un intento de entendimiento y de fusión general de los dos instrumentos elegidos (por otro lado, desterrados del universo tímbrico orquestal de la modernidad) con un acopiamiento de sonorización tímbrica diversa [...]" La obra se desenvuelve principalmente en un evocador clima de estatismo, sólo quebrado por las esporádicas puntuaciones de la percusión y las notas repetidas de los metales en el clímax de la obra. A este ambiente contribuyen las constantes notas tenidas de las cuerdas primero y de los vientos al final, que discurren frecuentemente en un inquietante plano independiente. La guitarra y el arpa discurren hermanadas y, como el concierto, sin grandes sobresaltos. La sonoridad resultante que brota de estos instrumentos es plenamente diatónica y se asienta en una modalidad reconocible. Asimismo, el tratamiento instrumental general se enmarca de lleno en la tradición. Maurice RAVEL: Bolero (1928) Poco nuevo podemos decir a día de hoy de una de las obras más populares de toda la historia de la música europea. Protagonista de películas, obras teatrales, arreglos para todo tipo de instrumentos el Bolero de Ravel es desde hace mucho tiempo un icono sonoro de la cultura occidental. ¿Pero cómo surgió esta obra? ¿Planeó Ravel tamaño éxito? Maurice Ravel (1875-1937) recibe el encargo de Ida Rubinstein de componer un ballet con sabor español. En primer lugar se plantea orquestar algunos de los números de Iberia de Albéniz, pero descarta la empresa cuando se entera de que los 4 derechos exclusivos de la obra han sido concedidos a Enrique Fernández Arbós. Poco después, en su casa de San Juan de Luz, en el País Vasco francés, concibe una serpenteante y seductora melodía de treinta y dos compases en modo mixolidio con dos partes que se repiten, que se convertirá en epicentro de su nueva obra: "¿No le parece que este tema tiene insistencia? Voy a intentar repetirlo un buen número de veces sin ningún desarrollo, graduando la orquesta lo mejor que pueda", diría a su amigo Gustav Samazeuilh. Plantea una obra de unos diecisiete minutos de duración en los que la melodía se repite inalterada insistentemente. Consigue crear un continuo interés por medio de los cambios en la orquestación y proyectando un crescendo gradual que sólo alcanza su cenit en los últimos compases de la obra. Por su parte, el ritmo se asienta en uno de los ostinatos más famosos de toda la historia de la música que encarga a dos cajas. La obra constituye sin quererlo una exhibición de orquestación, y muestra un dominio indiscutible del tratamiento instrumental. Explora los registros menos habituales de los instrumentos, utiliza una gran variedad de técnicas de ataque y asigna solos a instrumentos aún no asentados en la plantilla orquestal como son los saxofones sopranino y soprano. Ravel va engrosando la textura progresivamente hasta convertir al conjunto en una gigante masa maquinal que avanza imperturbable a ritmo constante. Así le gustaba al compositor francés entender su Bolero: con su discurrir repetitivo y obsesivo como un eco del incansable movimiento rítmico de las fábricas. Ravel concibe su pieza con un mismo tempo que ha de mantenerse intacto hasta el final de la pieza. A este respecto el compositor se quejaba en una carta publicada en el diario Telegraaf el 11 de junio de 1931: "Tengo que decirle que el Bolero raras veces lo dirigen como considero que habría que dirigirlo. Mengelberg acelera y ralentiza en exceso. Toscanini lo dirige dos veces más deprisa de lo necesario y ensancha el movimiento al final, lo cual no está indicado en parte alguna. No: el Boléro hay que tocarlo en un tempo único de principio a fin, en el estilo lamentoso y monótono de las melodías árabe-españolas. Cuando le hice notar a Toscanini que se tomaba demasiadas libertades, me respondió: «Si no lo toco a mi manera, carecerá de efecto». Los virtuosos son incorregibles, sumidos en sus ensoñaciones como si los compositores no existieran". Por otro lado, en otra carta aparecida en el mismo diario, el compositor aclaraba su voluntad última respecto a la obra a raíz de ciertos ataques por parte de colegas: "Desearía con todas mis fuerzas que no hubiese malentendido alguno respecto a esta obra. Representa una experiencia en una dirección muy especial y limitada, y no hay que imaginar que trata de alcanzar más de lo que realmente alcanza, o bien algo distinto. Antes del estreno, hice que apareciera un aviso que dijera que había compuesto una pieza que duraba diecisiete minutos y que consistía por completo en «tejido orquestal sin música» –y un largo crescendo muy progresivo–. No hay contrastes y apenas invención, si exceptuamos el plano y el modo de ejecución. Los temas son impersonales en el conjunto, melodías populares del tipo árabe-español habitual. Y (aunque se haya querido ver lo contrario) la escritura orquestal es simple y directa a lo largo de toda la pieza, sin el menor intento de virtuosismo. En este sentido, sería difícil imaginar mayor contraste que el que opone el Bolero a L´Enfant et les sortilèges, donde recurro libremente a todo tipo de virtuosismos orquestales. Tal vez es en virtud de esas singularidades por lo que a ningún 5 compositor le gusta el Bolero, y desde su punto de vista tienen toda la razón. Hice exactamente lo que quería hacer, y en cuanto al público, o lo toma o lo deja". Poco después de componer el Bolero, y tras piezas maestras y de capital importancia en su catálogo como el Concierto para piano en Sol y el Concierto para la mano izquierda, que verán la luz a comienzos de los años treinta, Ravel apenas compondrá ya nada aquejado de una enfermedad que le impediría escribir. Así pues, su pieza más popular llegaría en el último periodo vital y creativo del músico, una década antes de su definitivo colapso en 1937. Una anécdota, de cuestionable veracidad, relatada por el hermano de Ravel, Edouard, resume lo que para el compositor francés constituía la esencia misma de esta creación. En el estreno del Bolero en la ópera de París, una mujer, exaltada, gritó: "¡Un loco! ¡Un loco!". Al lo que él respondió al conocer la historia: "Ésa sí que lo ha entendido!". Miguel Morate Benito 6