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Para mujeres que se atreven a contar su historia
Año 16, No. 53
Primavera 2015
DIRECTORIO
Amparo Espinosa Rugarcía
Directora
Graciela Enríquez Enríquez
Coordinadora editorial
Amaranta Medina Méndez
María Suárez de Fenollosa
Ángeles Suárez del Solar
Colaboradoras
Blanca Delgado Ocampo
Secretaria
Zurdo Diseño
Diseño Editorial: Rodolfo Taboada
Ilustraciones: Mariana Zúñiga
Impreso en Nea Diseño
Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores
Cuauhtémoc 06720 México, D.F.
demac Para mujeres que se
atreven a contar su historia,
es el órgano de expresión y difusión de
Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
Publicación trimestral. Año 16, Núm. 53
Fecha de impresión: marzo de 2015
Con un tiraje de 2,000 ejemplares.
Certificados de licitud de título y contenido:
números 12493 y 10064 otorgados por la
Secretaría de Gobernación.
Certificado de reserva:
número 04-2012-121817111500-102
ÍNDICE
¿Por qué sigo
siendo católica?
Concurso Iberoamericano de Ensayo 2014
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Recibimos la correspondencia en:
José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel
Álvaro Obregón 01040 México, D.F.
Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208
Correo electrónico: [email protected]
Internet: www.demac.org.mx
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Derechos reservados. Se prohíbe la
reproducción total o parcial por cualquier
sistema o método, incluyendo electrónico
o magnético, sin previa autorización
del editor.
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Ceremonia de entrega de premios
del concurso y presentación del libro
Palabras de Amparo Espinosa Rugarcía
Fundadora y directora de Documentación
y Estudios de Mujeres, A.C.
Palabras de María Consuelo Mejía
Directora de Católicas por el Derecho a Decidir/México
Palabras de Marcela Gallegos Ruiz
autora de “Corazones que cantan soplos de vida”
Palabras de Margarita García Mora
autora de “¿Por qué sigo siendo católica?”
Palabras de Frida Varinia Ramos Koprivitza
autora de “No nací, me hice creyente: historia de una
conversión”
Palabras de Lourdes Raymundo Sabino
autora de “Soy católica porque la fe en esta religión
es lo que mi madre y mi padre sí pudieron darme”
Entrevistas al final de la ceremonia
E ditori a l
H
ace unos meses, Documentación y Estudios de
Mujeres, A.C. —demac—, junto con Católicas por el
Derecho a Decidir/México y la Red Latinoamericana
de Católicas por el Derecho a Decidir, convocaron a las
mujeres mexicanas y latinoamericanas al concurso: ¿Por qué
sigo siendo católica? La Iglesia católica no nos reconoce a
las mujeres la autoridad moral para tomar decisiones, ni nos
permite ser sacerdotes: ¿por qué sigues siendo católica? ¿Qué
nos mantiene en la Iglesia? Muchas católicas se hacen estas
preguntas continuamente, mientras que otras ya no, porque
han abandonado a la Iglesia, y otras más han redefinido su
filiación a las enseñanzas de Jesús con un traje a la medida.
Las enseñanzas religiosas de nuestra niñez se nos tatúan
en el alma casi desde que nacemos; difícilmente se borran
aunque nos duelan. Incluso cuando decimos que ya no somos
practicantes, con frecuencia nos descubrimos actuando
como si lo fuéramos. México ha sido tradicionalmente un país
con este credo y, además, autoritario. Un buen número de
mujeres no se atreven a poner en tela de juicio ni los detalles
más nimios de su religión. De ahí la pertinencia del tema del
concurso: ¿por qué sigo siendo católica si la Iglesia nos trata
tan mal a las mujeres? Recibimos cientos de ensayos como
respuesta. demac ha publicado los cinco ganadores en el libro
¿Por qué sigo siendo católica? CONCURSO IBEROAMERICANO
DE ENSAYO 2014 y, por su riqueza e interés para muchas
mujeres, se dispone a publicarlos todos. Espero que los textos
que aparecen en este boletín las inviten a leerlos.
Amparo Espinosa Rugarcía
Fundadora y directora demac
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Ceremonia de entrega
de premios del concurso
y presentación del libro
Concurso Iberoamericano de Ensayo 2014
Católicas por el Derecho a Decidir/MEXICO
Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
Red Latinoamericana de Católicas
por el Derecho a Decidir
Centro de Cultura Casa Lamm
19 de noviembre de 2014
Bienvenida
B
uenos días.
Les agradezco a todas ustedes que nos acompañen en esta preciosa
Casa Lamm. Hoy presentamos el libro que contiene los cinco textos
ganadores del Concurso Iberoamericano de Ensayo, 2014, organizado por
Católicas por el Derecho a Decidir de México, demac, Documentación y Estudios
de Mujeres, A.C. y la Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho a
Decidir. Felicito a las autoras: Marcela Gallegos Ruiz, Margarita García Mora,
Frida Varinia Ramos Koprivitza, Lourdes Raymundo Sabino y Sonia Corral Villar,
por su excelente trabajo que, seguramente, motivará a muchas mujeres a
reflexionar sobre su fe católica.
Espero poder ofrecerles muy pronto el resto de los volúmenes de esta serie
con los demás textos que recibimos. Aunque cinco fueron los premiados, la
mayoría de los trabajos, si no es que todos, deben ser publicados.
Pero no me quiero adelantar a la ceremonia de premiación. La agenda
del día contempla primero el desayuno para dar tiempo a que lleguen las
invitadas y, sobre todo, para no tener distracciones durante la presentación.
Después vendrán los comentarios de María Consuelo y míos, y al final, las dos
premiadas con el primer lugar nos dirigirán unas palabras.
Para terminar a la hora convenida (alrededor de las 10:30 a.m.) limitaremos
el tiempo a diez minutos por intervención.
¡Bon appetit!
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Palabras de
Amparo Espinosa Rugarcía
Fundadora y directora de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
La “falsa compasión” del papa Francisco.
M
ientras pensaba lo que diría en mi
presentación, ocurrieron coincidentemente
tres situaciones, que son las que me dieron
la pauta. La primera fue un mensaje de María
Consuelo en el que me enviaba unas palabras que el
papa Francisco había dirigido a un grupo de médicos
italianos hacía apenas unos días.
La reflexión central del papa en aquella reunión
fue que él consideraba que, no obstante los avances
de la ciencia, la capacidad de los seres humanos de
hacerse cargo de las personas frágiles, sufrientes
o vulnerables, había disminuido; que la compasión
humana había cedido ante una “falsa compasión”
que pretende, entre otras cosas, considerar el aborto
como una “ayuda” para las mujeres, y la eutanasia,
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“un acto de dignidad”.
Pocas horas antes, en ese mismo día, yo había
recibido, vía la red, uno de esos mensajes de dibujos
animados con dos imágenes. En la primera había
una mujer, sin pelo, cargando con una mano una
bolsa de mandado llena de víveres, y con la otra,
tomando la mano de un niño que bien pudo haber
recogido de la escuela. Debajo de esta imagen venía
le leyenda: “Mujer con cáncer de mama”.
En la segunda imagen estaba un hombre maduro
de barba crecida, metido en la cama, tapado hasta
las orejas y con un termómetro en la boca. Al pie de
la imagen se leía: “Hombre con gripa”.
Obviamente, el papa Francisco no está al tanto
de lo que hacemos las mujeres.
¿Cómo puede hablar de una disminución de la
compasión humana cuando las mujeres de todo
el mundo ocupamos una buena parte de nuestras
vidas atendiendo enfermos, cuidando a personas
frágiles, a niños y a ancianos?
Para qué les digo… sentí una rabia tremenda.
Mujeres como la que aparecía en la imagen
que les comenté, las hay por centenas de millares;
mujeres que incluso con cáncer de mama y tras
haber ido a las radiaciones o a la quimioterapia,
ejercen la compasión de manera cotidiana, sin
alardes ni fanfarrias.
Urge que las mujeres redefinamos términos
como “compasión”, desde una perspectiva de mujer.
Hace falta encontrar nuestras
propias palabras y luego gritarlas
por escrito para difundirlas; para
decir, por ejemplo (si es que así lo
creemos), que un aborto realizado
bajo ciertas premisas es un acto de
compasión, y que lo mismo ocurre
con la eutanasia, aunque el papa
diga lo contrario.
Pero sucede que a las mujeres nos cuesta
trabajo encontrar nuestra palabra, y más trabajo aún
gritarla por escrito. Nos cuesta trabajo encontrarla
porque solemos creer que la última palabra, de
prácticamente todo —pero en especial de los temas
morales o religiosos—, está ya dicha; que otros la
recibieron por inspiración divina y no se les puede
enmendar la plana porque sería blasfemia.
Nos cuesta trabajo gritar nuestra
palabra por escrito porque, cuando
finalmente nos decidimos a hacerlo,
nos topamos con que, hoy por hoy,
la redacción tiene supremacía sobre
la escritura (como dice Fabio Morábito); y las mujeres, perfeccionistas
e inseguras como somos, nos sentimos obligadas a tener casi un doctorado en redacción antes de empezar
a escribir.
Olvidamos que la escritura tiene su semilla en el
uso oral del lenguaje y que de él se nutre; mientras
que la redacción nace de una sordera crónica,
desligada de los movimientos íntimos del habla que
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emana del alma y del corazón.
El sábado pasado fui a una reunión-comida y
tuve una experiencia que me parece ilustrativa de lo
que intento trasmitirles. El anfitrión decidió rifar los
lugares de las mesas para que todos viéramos que
no había lugares preferentes.
Me pareció una idea excelente, pues sé lo que
son los egos.
A mí me tocó la mesa 5, y ya con ese número en
mente empecé a recorrer las mesas con la mirada
acercándome a las que tenían sillas vacías (que eran
todas menos una) para ver si tenían mi número.
A una mesa que estaba llena ni siquiera me
acerqué, pues supuse que no podía ser la mesa 5,
ya que los lugares estaban todos ocupados.
Después de recorrer varias veces las demás
mesas y ver que ninguna tenía el número 5, pensé
que tal vez el anfitrión había olvidado poner ese
número en una mesa…
Medio desesperada, volví tímidamente a la mesa
que tenía ya todos los lugares ocupados y pregunté
qué número era. Era justamente la 5, o sea, mi
mesa. En seguida se levantaron dos personas que
se habían sentado ahí sólo mientras llegaban los
legítimos ocupantes de sus sillas. Es decir, yo deduje
(erróneamente, ahora lo sé) que si todas las sillas
de una mesa estaban ocupadas, significaba que los
que estaban sentados ahí pertenecían a esa mesa, y
que, por lo tanto, mi lugar no era ahí.
Creo que algo semejante nos ocurre a las
mujeres cuando pensamos que la mesa del
conocimiento está llena porque todos los sitios están
ocupados y ni siquiera nos acercamos. Esto debe
cambiar. Las católicas debemos buscar nuestro
lugar en las mesas del conocimiento, aunque
parezca que están llenas, y plantear nuestras
interrogantes y nuestras hipótesis sin pudor ni temor.
El trabajo que hacemos en demac busca,
precisamente, incidir en este proceso al promover
que cada vez más mujeres dejen atrás las falsas
hipótesis que obstaculizan su desarrollo y se atrevan
a poner por escrito su palabra.
Lo hacemos invitándolas a participar en nuestras
diferentes convocatorias y advirtiéndoles que en
ellas la escritura tiene primacía sobre la redacción;
que se privilegia la opinión y la experiencia personal
sobre los academicismos; que partimos de la
hipótesis de que las mujeres debemos dar cuenta de
nuestra esperanza de una en una; de nuestro sentir,
de una en una; de nuestra visión de la realidad, de
una en una; de nuestra historia, de una en una...
Porque puede haber procedimientos acumulativos
que permiten síntesis brillantes, pero devoran la
singularidad humana.
En el Concurso Iberoamericano de Ensayo, las
mujeres encontraron un foro propicio donde plasmar
sus puntos de vista y hablar de su experiencia
acerca de temas que muchos consideran tabú.
Dicen que cuando hay reflexión, aún hay
esperanza, y bajo este supuesto, los trabajos de
todas estas mujeres hablan de esperanza porque en
todos subyace una reflexión profunda.
Hablan de esperanza cuando, como Marcela
Gallegos Ruiz, de San Cristóbal de las Casas,
expresa con sus palabras “cantos de orgullo
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y agradecimiento a las mujeres que me invitan
a soñar con una Iglesia que resucite con rostro
de mujer”; o cuando Margarita García Mora,
de Guadalajara, busca “el sentido del aparente
sinsentido de pertenecer a una Iglesia católica
decadente por sus prácticas de ejercicio del poder”;
o cuando Frida Varinia Ramos Koprivitza, de la
ciudad de México, “inicia una búsqueda espiritual
muy personal”; o Lourdes Raymundo Sabino, de
San Juan Atzingo, elabora su experiencia a partir
de la violencia que vivió al lado de su padre, la
mayordomía de su madre, su ser tlahuica y su ser
feminista”; o Sonia Corral Villar, de un pueblo
burgalés de España, considera “que en vez de
tenerle miedo a las mujeres, la Iglesia debería
adoptar una teología de la liberación femenina”.
Las mujeres somos la esperanza
de una Iglesia católica empantanada.
Esta convicción me dejó la lectura
de los textos cuyas autoras se atrevieron a decir por escrito su palabra.
Felicito a todas ellas con emoción.
Amparo Espinosa Rugarcía ha transitado
de la administración de empresas al desarrollo
humano y el psicoanálisis.
De los libros que ha escrito prefiere: Talladoras
de Montaña: mujeres encintas de amor; Shikoku:
un peregrinaje de la madurez a la vejez y Dios
Padre, ya no creo en ti.
Actualmente da psicoterapia de corte psicoanalítico, y escribe. Trabaja con niños sordos y con
hombres y mujeres en situaciones de invalidez
extrema. Promueve que las mujeres mexicanas
cuenten su historia por escrito y publica sus
textos. Elabora tamales de sabores exóticos.
Va al cine, nada, camina y anda en bicicleta
todos los días. Cultiva lechugas y jitomates.
Cada martes reúne a su familia y a sus amigos,
y observa con curiosidad y sorpresa su propio
proceso de envejecimiento.
La pregunta a la que respondieron —¿Por qué
permanecemos las mujeres en una institución que
nos depara una humillación permanente; que nos
trata de manera injusta e irrespetuosa?— no es
una pregunta menor, y todas ellas la abordaron con
entusiasmo y amor.
Sus textos son una muestra de la riqueza y
vitalidad del pensar y del sentir de las mujeres
iberoamericanas acerca de la Iglesia católica, y ésta
haría bien en tomar nota si quiere salir del letargo en
que se encuentra.
1
Véase“Eutanasia y aborto, falsa compasión: Francisco”, El Universal, 15 de noviembre de 2014,
<http://www.eluniversal.com.mx/el-mundo/2014/eutanasia-y-aborto-falsa-compasion francisco-1054391.
html>.
2
Fabio Morábito, Supremacía de la redacción,El País(Babelia), 11 de octubre de 2014,
<http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/09/babelia/1412856501_684428.html>.
Palabras de
María Consuelo Mejía
Directora de Católicas por el Derecho a Decidir/México
M
e siento muy emocionada de estar hoy en
esta entrega de los premios otorgados a
las ganadoras del concurso ¿Por qué sigo
siendo católica?, convocado por Documentación y
Estudios de Mujeres, A.C., Católicas por el Derecho
a Decidir/México y la Red Latinoamericana de
Católicas por el Derecho a Decidir, en el marco de
la celebración del 20 aniversario de Católicas por el
Derecho a Decidir en México.
Tengo que confesarles que cuando se lanzó
la convocatoria en abril de este año, por iniciativa
de Amparo —gracias, Amparo, por invitarnos
a esta maravillosa aventura—, sentí temor de
que no tuviera una buena acogida, o de que se
malinterpretara el genuino objetivo de saber cómo
manejan las mujeres católicas las contradicciones
que se generan en nuestra Iglesia, debido a
un discurso bastante misógino de parte de la
jerarquía eclesiástica, en comparación con la
tradición católica que nos habla con un lenguaje
más compasivo, más cercano a la justicia y a las
enseñanzas del evangelio de Jesús; más aún, ante
la legitimidad ganada por los derechos humanos de
las mujeres en el siglo xxi.
Si le damos una mirada a la historia de la
condición de las mujeres en la Iglesia, nos daremos
cuenta de dónde provienen estas posiciones
de discriminación hacia las mujeres. Lo que no
entendemos es que sigan vigentes.
Aunque de todas y todos conocido, empecemos
por el mito de Eva, seducida y seductora,
incitadora a la tentación y al pecado, símbolo de
desobediencia, de transgresión, de sexualidad
abierta, culpable de la “caída” de los hombres en
el pecado, culpable de la expulsión del paraíso,
¡culpable de todos los males!
Como señalan Cristina Auerbach y Marisela
García en un trabajo en torno a las perspectivas
cristológicas:
el trato a la mujer estaba en gran parte
motivado por los preceptos de lo puro y lo
impuro, ya que figuraba dentro de la impureza
todo lo que tenía que ver no sólo con la vida
sexual, sino también con el propio proceso
orgánico de las mujeres. Por lo tanto, la
mujer se encontraba ya, en virtud del ciclo
de menstruación, en un estado de impureza
que reaparecía regularmente. Según el Lev.
12, 2ss, después del parto conservaba su
impureza durante cuarenta días si había dado
a luz un hijo, y ochenta si había dado una hija.
Durante este período ni siquiera podía penetrar
en el antepatio de los paganos en el templo.
Por otra parte, la concepción aristotélica
—Aristóteles postulaba la inferioridad de las mujeres
refiriéndose a nosotras como “hombres mutilados”—
tuvo gran influencia en los fundamentos de la
Iglesia respecto a las mujeres: una visión sexista,
patriarcal, sesgada y a todas luces injusta. Esta
idea llegó a tener tanto peso que, cuando no había
manera de saber en qué consistía el embarazo, se
creía que una embarazada cargaba en su vientre
un hombrecito completo diminuto, el “homúnculo”,
y que cuando soplaban los vientos del sur, este
hombrecito se deformaba y salía una mujer.
Pablo de Tarso, a su vez, en su carta a los
Corintios decía: “Las mujeres, que vivan sujetas
como manda la Ley [1 Cor 14,34] y de acuerdo con
las tradiciones [1 Cor 11,2]. Sujetas se entiende, a
los varones, pues en el nuevo reino de la libertad, la
cabeza de la mujer es el varón, la de este Cristo y la
de Cristo, Dios” [1 Cor 11,3].
Los cuerpos femeninos, inauguradores del caos
moral en el mundo, fuentes de pecado y deseo
perverso, representaban para los hombres —como no
fuera con el fin de la procreación— la distancia con
Dios. Así lo concebía el obispo Agustín en De genesi
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ad litteram: “No veo para qué tipo de ayuda para el
hombre fue creada la mujer, si se excluye el propósito
de procrear. Si la mujer no es entregada al hombre
para ayudarlo a criar los hijos ¿Para qué sirve?”
Si rescatamos lo dicho y hecho por Jesús,
según las Sagradas Escrituras: predicar a las
mujeres, perdonar a la adúltera, hablar con la
samaritana, dejarse tocar por una mujer “impura” y
mantener estrecha amistad con María Magdalena,
cuestionada y condenada por los mismos apóstoles,
es claro que para Jesús las mujeres somos seres
humanos plenos, forjadas a imagen y semejanza
de Dios, y como tales debemos gozar de todos los
derechos. Jesús luchó contra la sociedad de su
época, contra la tradición judeo patriarcal, pero era
un hombre de su tiempo y no podía romper con todo,
dicen los expertos. La supuesta falta de una mujer
entre los doce apóstoles ha sido manejada por
los dirigentes de la Iglesia como antecedente para
impedir que las mujeres ejerzamos el sacerdocio
o nos sentemos a la mesa donde se toman las
decisiones. Esa ausencia, aunada al patriarcalismo
vigente, contribuyó a que los hombres elaboraran
un cuerpo doctrinario en el que las mujeres no
tenemos autoridad moral, no tenemos voz y estamos
destinadas a servir a los otros.
La religión católica —no la iglesia institucional—
también puede ser, sin embargo, manantial de
fuerza y crecimiento espirituales, cimiento donde
nuestra dignidad se afirma y semillero de potencias
humanas que florecen en realización personal y
en armonía con Dios y nuestros semejantes. La
integridad, la entrega, la caridad, la compasión, el
amor, tan necesarios en este mundo de injusticias
y corrupción, son sus virtudes. Ése es el legado que
recogemos de la Iglesia, no menos que su defensa
de la justicia social y los derechos humanos.
Tal como afirmaba Rosa Dominga Trapasso,
religiosa peruana de la congregación Maryknoll:
Las vidas de muchas mujeres se han visto
ennoblecidas por la religión, cuando ésta les
permite descubrir que valen por sí mismas y
esta percepción les genera energía personal
y la capacidad de hablar, de expresarse, de
estar en comunión con otras personas.
Creo que podemos decir que la
religión puede ser tanto patológica como
terapéutica. Pues no es la religión en sí la
que trae la alienación o la neurosis. Son
las interpretaciones humanas, históricas,
convertidas en dogmas infalibles las que
han dado lugar a distorsiones en todas
las religiones.
Y esta dimensión de la religión
católica fue la que se rescató en la
mayoría de los trabajos enviados a
este concurso. Me impresionaron
muchas cosas de los textos que
leí: la diversidad de experiencias,
la dramática realidad que vive la
mayoría de las mujeres, la fortaleza
que se deriva de su recuperación
de la fe, de la necesidad de contar
con esa dimensión espiritual como
garantía de su reafirmación como
personas y de su esperanza en una
vida más plena.
No obstante, los datos que arrojan las
encuestas que hemos hecho en México nos
hablan de una brecha cada vez mayor entre
las enseñanzas del magisterio eclesial y las
opciones morales que la feligresía católica está
adoptando sin tomar en cuenta las prohibiciones
de la jerarquía eclesiástica; una feligresía que no
quiere que la Iglesia institucional intervenga en las
políticas públicas, sobre todo en las relacionadas
con la salud y los derechos de las mujeres. Algunos
datos de la Encuesta Nacional de Opinión Católica
2014, que Católicas por el Derecho a Decidir
encargó a Investigación en Salud y Demografía
(insad), demuestran esta situación:
1) El 82% de la feligresía católica cree que los
funcionarios deben gobernar tomando en cuenta
la diversidad de opiniones en el país; y sólo 11%
considera que deben gobernar de acuerdo con sus
creencias religiosas, sin tomar en cuenta el interés
general y la pluralidad social.
2) A pesar de la campaña homofóbica de la
jerarquía, 87% de los entrevistados considera que
lesbianas y homosexuales deben tener los mismos
derechos que las demás personas.
3) El 84% de los fieles católicos opina que
los servicios de salud del Estado deben ofrecer
pastillas de anticoncepción de emergencia (pae) a
las mujeres que fueron víctimas de una violación.
4) El 85% considera que los adolescentes deben
tener acceso a métodos anticonceptivos modernos.
5) El 53% está de acuerdo en que la ley debe
permitir el aborto en algunas circunstancias; en tanto
que 18% considera que, por ley, una mujer debe
tener derecho al aborto siempre que así lo decida.
6) El 80% está de acuerdo en que una mujer
pueda hacerse un aborto si su vida están en
peligro; 68%, si su salud está en riesgo; 66%, si la
mujer es portadora del virus del vih y el sida; y 71%,
si el embarazo es resultado de una violación.
Pero volvamos a la esencia de la pregunta
que dio origen a este concurso: ¿Por qué
permanecemos las mujeres en una institución que
nos trata de manera injusta e irrespetuosa y que no
toma en cuenta nuestras necesidades y deseos?
Con los ensayos que presentamos en este
libro, se busca precisamente responder a esta
pregunta y poner en evidencia la diversidad en la
región iberoamericana, las situaciones concretas
que viven las mujeres en su vida cotidiana,
enriquecedoras todas y fuente de reflexión y
análisis para quienes seguimos empeñadas en
que se les haga justicia en todos los ámbitos
de sus vidas. Los cerca de 200 trabajos que
se recibieron —una muy buena respuesta a la
convocatoria— constituyen un espejo de las
realidades de sumisión, explotación y desigualdad
que siguen enfrentando las mujeres de América
Latina y España, pero también de las inquietudes
que se han generado entre las mujeres católicas
conscientes de su situación de desventaja, y de
la inteligencia y pasión con las que resuelven
sus dilemas, muchas de ellas poniendo en su
relación con Dios su tranquilidad, su confianza y su
esperanza en una vida mejor.
En este volumen se incluye una muestra de
la riqueza y vitalidad del sentir de las mujeres
acerca de la religión católica, reflejada en los
ensayos que resultaron premiados en el certamen
iberoamericano.
Nuestras más sinceras felicitaciones a las
ganadoras: Marcela Gallegos Ruiz y Margarita
García Mora en el primer lugar; Frida Varinia Ramos
y Lourdes Raymundo Sabino en el segundo; y Sonia
Corral Villar en el tercero.
Nuestro agradecimiento a quienes integraron
el jurado y el equipo de demac que hizo posible esta
ceremonia y que tiene veinticinco años en este
proyecto generoso y visionario de empoderar a las
mujeres mexicanas a través de la escritura de sus
propias vidas.
¡Muchas gracias!
María Consuelo Mejía Piñeros.
Antropóloga con Maestría en Estudios
Latinoamericanos, completó los créditos del doctorado
en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía
y Letras de la unam. Fue investigadora del Centro
de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades de la unam durante 15 años. Entre los
reconocimientos que ha recibido destacan: el X Premio
Nacional de Derechos Humanos Don Sergio Méndez
Arceo otorgado en 2002 a la organización que dirige, por
42 grupos y organizaciones católicas y de inspiración
cristiana, por su defensa de los derechos humanos,
especialmente los derechos sexuales y reproductivos de
mujeres y jóvenes, dentro y fuera de la Iglesia católica;
en 2008 la Federación Internacional de Planificación de
la Familia, Región del Hemisferio Occidental, (ippfwhr),
le otorga la Medalla de Honor por su contribución
individual a la salud sexual y reproductiva; en 2010 la
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
le otorgó el Premio Hermila Galindo por su destacada
trayectoria en la defensa y promoción de los derechos
humanos de las mujeres; en 2011 fue galardonada por
la organización internacional Women Deliver, como
una de las 100 mujeres del mundo más inspiradoras
y comprometidas con el mejoramiento de la vida y la
defensa de los derechos de las mujeres y las niñas. Es
directora de Católicas por el Derecho a Decidir en México
desde 1994.
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Palabras de
Marcela Gallegos Ruiz
autora de “Corazones que cantan soplos de vida”
L
a verdad es que no sé si estoy muy
consciente de estar aquí, es como un sueño
para mí. Al pensar en mi ensayo “Corazones
que cantan soplos de vida”, lo primero que me
viene a la mente son dos canciones: una de
Mecano y una de Silvio Rodríguez. La canción de
Mecano se llama JC, no es de las más famosas,
pero se llama JC precisamente porque habla del
encuentro con Jesucristo. Me encantan dos partes,
fundamentalmente, y se reflejan en mi ensayo y en
mi historia de vida: “Pasabas por allí, no sé bien
qué vibró dentro de mí…” Yo crecí en un ambiente
de libre pensamiento y casi ateo, y de repente
vino el encuentro espiritual en mi adolescencia
que me llevó a una búsqueda incesante y que
me hizo transitar por caminos antagónicos
en la Iglesia católica. Pasé por comunidades
demasiado conservadoras, otras medianamente
conservadoras, y llegué a unas con una visión más
libre y de liberación, es decir, más liberacionistas.
De esta misma canción me encanta la parte que
dice: “En miles de movidas me metí por seguir
detrás de ti”. Y aquí estoy. Ésta es otra de las
movidas en las que me he metido por estar detrás
de Él. Y al pensar en Él, en Jesús como mi amigo,
como mi hermano, como mi cómplice, pienso en
esta canción de Silvio Rodríguez: “Nuestro tema
de amor tiene quebranto, pero su empeño sana el
dolor”, y mi historia, a través de mi contacto con
la Iglesia católica, ha tenido mucho amor, pero
también mucho dolor, mucho empeño detrás.
Me ha tocado —a través de mis propias
experiencias y de experiencias cercanas de otras
mujeres— que la Iglesia que debería ser la religión
de luz, como algunos la han llamado, o la religión
de amor, de compasión, en muchas ocasiones no
muestra ese aspecto. Esta religión que debería
ayudarnos a ser mejores, en vez de ser de luz,
es de oscuridad, segregacionista, que no nos
permite aceptarnos como somos; es una religión de
conflicto, en la que tenemos que rechazar nuestro
cuerpo, en la que es pecado hablar de él, pensar en
él, complacerlo. Es una religión en la que ser mujer
es un delito, un pecado, prácticamente, una marca
de vergüenza, y no debería ser así.
Si recorremos los textos bíblicos
veremos siempre la presencia de
las mujeres alrededor de Jesús, y
Jesús tiene un carácter femenino
muy marcado, seguramente por la
educación que recibió de su madre
y de las mujeres con las que fue
conviviendo. Hay un sello de mujer
en Él y, lamentablemente, la iglesia
patriarcal no nos ha permitido ver
ese rostro femenino de Jesús.
A mí me encanta pensar en María Magdalena
como la primera misionera que permite el
nacimiento de la Iglesia. Ella es la que anuncia que
Jesús ha resucitado, mientras que los hombres,
los apóstoles, estaban escondidos llenos de temor.
Ella es la que anuncia, la que sale al encuentro.
Y a ella es, precisamente, a quien le corresponde
también toda la difamación, toda esa campaña en
su contra que sostiene que María Magdalena no es
digna, que no es el personaje que debería inspirar
a las mujeres. Al menos para mí sí lo es, y creo
que con ella ha pasado lo que con nosotras como
mujeres: somos las misioneras, las discípulas, las
que estamos trabajando al servicio de Jesús, de
nuestros hermanos y hermanas, creyendo en un
Dios que es padre, madre, hermano, hermana. Y,
sin embargo, a nosotras nos ha tocado el peso de
ser quienes no tomamos las decisiones, las que
estamos siempre ahí, recibiendo la marca de “tú
no puedes decidir”, “tú no puedes hablar”, “tú no
puedes ejercer el sacerdocio”. A pesar de eso,
somos las que damos vida a esta iglesia.
Por eso tengo esperanzas de que nosotras,
como mujeres, podamos llevar a nuestra iglesia,
a la Iglesia católica —quizás en mi espíritu
ecuménico anhelo que sea toda la sociedad,
independientemente de las creencias que
ejerza, tenga o no creencias espirituales— a un
mundo en el que realmente hombres y mujeres
caminemos unos al lado de los otros, de las otras,
solidariamente, sin vernos como enemigos ni
competidores, ni de manera que no nos sintamos
superiores o inferiores.
En mi caso, conforme fui escribiendo, parecía
más que anotaba mis razones para desertar de
la iglesia y no para permanecer en ella. Cada vez
encontraba más argumentos para decir “esto no
me gusta”, “estoy en contra de estas actitudes”.
Esta iglesia que, en una de mis experiencias
personales en un grupo misionero que era
mensajero del amor, de la compasión, del perdón,
expulsó a una compañera por quedar embarazada
fuera del matrimonio (sin tener una relación
formal con el papá de su hijo). Así, terriblemente,
nosotros, los del grupo misionero, los piadosos, le
dimos la espalda cuando lo que más necesitaba
era un abrazo, apoyo, porque era una experiencia
muy fuerte y totalmente distinta. Afortunadamente,
me salí al poco tiempo porque no podía resistir
estar allí.
Estamos, pues, ante una Iglesia que nos dice
“esto es pecado”, “esto es impuro”, “esto es
sucio”, “esto no debería ser así”. Ojalá podamos
caminar hacia un mundo en el que veamos al ser
humano como un ser digno, sea hombre o mujer,
en el que no lo excluyamos por sus creencias, por
sus preferencias sexuales, por sus convicciones,
que simplemente nos veamos como hermanos
y hermanas. Y tengo esperanzas en las mujeres
porque he sido testigo de su gran labor. Una de mis
más grandes experiencias, que me ha permitido
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imaginar a las mujeres en el sacerdocio, fue en
unos ejercicios espirituales en los que vi a una
religiosa que dirigió los oficios del Viernes Santo, una
mujer muy culta, bien preparada, comprometida con
causas sociales, que guio toda la reflexión. Para mis
adentros decía: “¡Wow! ¡Qué mujerón! Necesitamos
en verdad el sacerdocio femenil. No se puede
quedar sólo en manos de los hombres”.
Para terminar mi intervención, quiero
compartirles que estoy plenamente orgullosa
de ser mujer, de pertenecer a ese grupo al que
le ha tocado la batalla por ir ganando derechos,
y creo que todas podemos lograrlo. Pienso que
si una mujer es feliz en el mundo, todas las
demás tienen derecho a serlo y a acceder a
otros derechos y oportunidades. Y si una mujer
sufre, las demás tenemos que sufrir; me refiero
a ser solidarias con su sufrimiento, no a sufrir
por obligación, sino más bien a acompañar para
liberar y ayudar a liberarnos; entre más liberemos,
más liberadas estaremos también nosotras. En
ese aspecto me encanta trabajar con mujeres. He
tenido recientemente la experiencia de convivir
con mujeres tzotziles de San Andrés Larraínzar,
y la blusa que escogí para traer el día de hoy,
precisamente, la hizo una de ellas, Dionicia, cuyo
nombre aparece expresamente en mi ensayo
y es un tributo a estas mujeres que me han
enseñado a caminar pensando con el corazón.
Normalmente nuestra sociedad piensa más
en el cerebro, pero para ellas, en su cultura, la
sabiduría está en el corazón. Ellas no preguntan
directamente en su saludo ¿cómo estás?, sino
¿cómo está tu corazón?, ¿qué dice tu corazón?, y
es allí donde nace “Corazones que cantan soplos
de vida”, porque ellas me llenan de esperanza.
Ustedes, mujeres y hombres que quieren caminar
con nosotras sin tenernos miedo, que desean
descubrir las maravillas que podemos hacer juntos
y juntas, ustedes me llenan de esperanza y son
esos corazones de fuego los que me mantienen
afín a la Iglesia católica, no porque esté casada
con esta institución, sino porque considero que mi
corazón es universal, tal como el significado original de
la palabra católica, y que la iglesia se apropió para que,
cuando alguien escuche el término católico o católica,
no piense en la universalidad. Estoy convencida de
que entre más universales seamos, más piadosos
y piadosas seremos y podremos ayudar a otros,
reflejarnos en otros y en otras y ayudar a que nuestro
mundo sea un lugar mucho mejor, más digno y más
justo para vivir en él.
Agradezco a demac, a Católicas por el Derecho
a Decidir, que nos hayan dado la oportunidad de
compartir nuestras historias. Estoy segura de que esos
textos que enviaron y los que no enviaron, que tal vez
se quedaron ahí por temor (pues la Iglesia también
nos ha enseñado a tener miedo), y muchísimas
historias más, son dignas de ser escuchadas. Ojalá
nos demos la oportunidad en nuestra vida cotidiana
de escucharlas y de crecer con ellas.
Muchas gracias.
Palabras de
Margarita García Mora
autora de “¿Por qué sigo siendo católica?”
H
ace dos años, aproximadamente, en
una plática con un sacerdote, doctor en
teología, escuché de él dos cosas que me
inquietaron. Una fue que se negaba a celebrar el
Día Internacional de la Mujer, pues no entendía
por qué no había un día igual para los hombres.
Cuando le comenté que era para hacer conciencia
de la desigualdad que en todos los campos padece
la mujer respecto del varón, y de la violencia de la
que es objeto, me dijo que él no conocía a ninguna
mujer que tuviera diferentes oportunidades a las de
un hombre y tampoco que hubiera sido violentada.
Tontamente me había dejado llevar por la idea
de que la inteligencia y la preparación hacían
sensible a cualquier persona ante las injusticias y la
discriminación. Ahora comprobaba que no.
La segunda cosa fue que, cuando hablé de la
situación de las mujeres a las que no se les permitía
ser sacerdotes, con una sonrisa que sentí burlona,
me dijo que me hiciera anglicana, tal vez creyendo
adivinar en mí el deseo de ejercer el sacerdocio que
yo, en ningún momento, le mencioné.
Sentí coraje y lo primero que me vino a la
mente, como en un sueño, fue hacerme anglicana
de verdad, y la próxima vez que lo viera decirle:
“Me hiciste una muy buena sugerencia; la seguí”.
No pude evitar tomar estos dos comentarios como
un ejemplo del poco valor que la jerarquía católica
asigna a las mujeres.
Tal vez por eso, cuando Marta Lamas, en su
participación de los jueves en el programa El
Mañanero, con Brozo, dio a conocer la convocatoria
Iberoamericana de Ensayo “¿Por qué sigo siendo
católica?”, sentí que tenía algo que decir al
respecto. Así, mi texto quedó conformado, por una
parte, por las respuestas que necesitaba darme
a mí misma sobre por qué, a pesar de todo, sigo
perteneciendo a esta Iglesia, que san Ambrosio
de Milán llamó “Casta Meretrix”; y, por otra, por
lo que quisiera haberle podido decir al teólogo
antes mencionado, en defensa de las mujeres y en
respuesta a su sarcástica sonrisa.
He firmado como la Discípula
de Jesús, porque desde hace
siete años que hice mis primeros
ejercicios espirituales ignacianos, he
intentado, y muchas veces sin éxito,
seguir al Jesús de los evangelios
que la Iglesia-institución tanto ha
borrado, pero también porque ser
discípulas de Jesús es el único
papel que la Iglesia nos concede a
las mujeres.
El fin de semana pasado, asistí a una
conferencia donde se nos dijo que, de todas
las situaciones urgentes que necesita atender
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la Iglesia —que los divorciados puedan volver
a comulgar, que los homosexuales puedan ser
padres, que los casados se puedan divorciar, los
sacerdotes casarse y las mujeres ser sacerdotes,
etc.—, la de reformar el sacerdocio y la curia
romana eran las prioridades; la situación de las
mujeres deberá esperar una vez más.
Pero en vista de que una mitra puede llegar
a ser el apagavelas de la inteligencia,1 como le
confesó, bromeando, un obispo al periodista y
escritor jesuita Pedro Miguel Lamet, sigamos
las mujeres trabajando para transformar mundo
e Iglesia desde la disidencia, desde la aparente
falta de poder, como lo hemos venido haciendo a
través del tiempo, ejerciendo nuestra sensibilidad
inteligente, para que cuando llegue el poder a
nuestras manos, no repitamos los errores que
ahora criticamos.
Agradezco profundamente a demac y a Católicas
por el Derecho a Decidir este primer lugar que
han otorgado a mi ensayo, y que le dedico a mi
mamá, Elena Mora Alatorre. Para mí tiene más
connotación de regalo, por su gratuidad, que de
premio, que pareciera implicar que mi ensayo
fuese superior a los otros, mérito que hasta ahorita
desconozco en mi trabajo.
Creo que con este primer
lugar, se ha cumplido en mí el
objetivo que hermana a estas
dos organizaciones: empoderar
a la mujer. A mí, ustedes me han
fortalecido: la una a través de
liberar mis pensamientos, la otra
permitiendo que hiciera conciencia
de mi papel dentro de la Iglesia.
Ambas escuchándome con los ojos
y con el corazón.
Gracias por tener la sensibilidad, que va más
allá de la mera inteligencia y preparación, para
escuchar la voz de Dios que resuena también
en las mujeres comunes y corrientes, y por abrir
espacios para que las mujeres reconozcan esa voz
de Dios en ellas y lo manifiesten.
Y aunque imagino que el jurado se ha esforzado
en discernir entre nuestros trabajos para elegir al
ganador, quiero compartirles algo que tal vez haga
evidente que hubo “mano negra” que lo obligó a
fallar a favor mío. Les explico. Mientras tenía abierta
la convocatoria del concurso en mi computadora,
entró la llamada de una de mis hermanas, que ha
tenido problemas económicos y cuyo automóvil
tiene tiempo descomponiéndose. Ella me platicaba
las vicisitudes que había pasado aquel día gracias
al auto y yo, de reojo, miré la cantidad que ofrecían
a la ganadora. Mi pensamiento fue: “¡Qué ganas de
tener ese dinero para poder decirle a mi hermana:
‘Toma, te lo presto a pagar cuando puedas; espero
que te sirva para completar algún otro dinero y
conseguir un carro que no te dé tantos problemas!’”
Suspiré y seguí trabajando. Aquello de ser el
primer lugar y obtener el dinero era sólo un sueño,
así que lo olvidé. Envié el ensayo como un mero
ejercicio de atreverme a compartir mi pensamiento
en un concurso, cosa que jamás había hecho.
Cuando, el viernes 12 de septiembre recibí la
llamada de la doctora Amparo anunciándome que
había obtenido el primer lugar, en medio del grito
de sorpresa que contuve, ya que no esperaba ganar
ni el tercero, apareció en mi mente el recuerdo de
mi deseo: prestarle el dinero a mi hermana.
Desde aquel día siento algo de envidia por mi
hermana, a quien creo que Dios quiso ayudar, que
me metió en los enjuagues de ganar. Así que espero
que los miembros del jurado se sientan orgullosos
de haber cooperado con el mero mero.
Fuera de broma, y ya para finalizar, quiero
agradecer sinceramente a la doctora Amparo
Espinosa Rugarcía, quien se tomó la molestia de
avisarme personalmente del premio, fuera de
su horario de trabajo, y a la licenciada Graciela
Enríquez, que en todo el proceso que implicó
la edición y la premiación me llevó de la mano
cálidamente, orientándome en todo lo necesario.
Gracias a todos por su atención y felicidades a
mis otras compañeras concursantes.
1 Comentado por Pedro Miguel Lamet, EL PAÍS, 6 de marzo del 2008.
http://elpais.com/diario/2008/03/06/sociedad/1204758005_850215.html
Palabras de
Frida Varinia Ramos Koprivitza
autora de “No nací, me hice creyente: historia de una conversión”
Q
uiero compartirles un poema y retomar un
poco las palabras de la doctora Amparo,
porque nos acaba de decir lo que implica
la escritura para el ser humano, y la idea que todos
tenemos de que solamente la gente estudiosa,
los académicos, los que se han inscrito en la
escuela, pueden tener una buena comunicación
escrita. Todos pertenecemos a una cultura libresca,
y cuando vi la convocatoria, entré en mi crisis
personal. Es como si estuviera dejando los hábitos
intelectuales, porque finalmente vengo del ámbito
de la literatura: estudié para saber de letras. Vengo
de una familia con esa tradición y, sin embargo,
sentía que no estaba encontrando mi propio ser,
mi misión en la vida, y justamente el lenguaje de
la vida espiritual, de la literatura y de la poesía
me llevaron a entender —como han dicho las
compañeras— que la comunicación humana tiene
que ser de corazón, que eso no se aprende como
un oficio, sino que es un encuentro con uno mismo.
Y esto es tan cierto, que he tenido la oportunidad
de dar clases a muchos chicos a los cuales todo
mundo critica porque no saben escribir, no saben
hablar. Tenemos en nuestro país una autoestima
tan baja, que nos han enseñado a copiar. Los
mexicanos somos muy buenos copiando y hemos
aprendido lenguajes que no nos son propios, y no
nos damos cuenta de que nuestro desarrollo está
muy por encima de eso, porque no les hemos dado
la palabra a los jóvenes, ni nos hemos apropiado
de la palabra porque creemos que es patrimonio de
unos cuantos.
Es un ejercicio de poder mediante el cual nos
han sometido durante muchos años, creo que
desde la Conquista, y esta cultura tan represiva nos
ha impedido tener un desarrollo como quisiéramos.
Mi apostolado ha sido por ayudar a que los jóvenes
encuentren la palabra y escriban desde su corazón,
que ejerzan el autoconocimiento, y al apropiarse
de la palabra, al poder decir lo que sienten desde
el alma, identifican las palabras que necesitan.
Por lo menos, eso he logrado hacer: darles a
varias generaciones esta semillita, sabiendo que
el lenguaje es lo único que nos hace distintos de
los animales, que es una apropiación cultural que
inventó el hombre para comunicarse. Eso nos hace
distintos. Los mexicanos estamos saliendo a la
calle con nuestra palabra para que ese ejercicio de
poder al que hemos estado sometidos se rompa.
Así, la oportunidad que nos da demac y Católicas por
el Derecho a Decidir es regresarnos la palabra.
En cuanto al tema mujeres,
creo que nunca serán suficientes
los esfuerzos que se hagan. Serán
siempre bienvenidos, porque
históricamente tenemos un gran
atraso. Agradezco muchísimo este
reconocimiento porque, como
dicen las compañeras el éxito de
una mujer será un éxito para todas.
Sinceramente creo también que se
tiene que democratizar el asunto
religioso, pues todos tenemos
derecho a poseer la palabra, a tener
una relación espiritual individual y
a que nadie decida, ya no, sobre tu
cuerpo y tu espíritu.
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También soy una colada, porque mi texto
viene de un ateísmo donde encontré, un poco por
la guía de María Zambrano, una aportación a la
cuestión religiosa y católica. Ella empieza toda
una obra dedicada al cristianismo, a la filosofía,
diciendo “el verbo encarnado”. ¿Qué es el verbo
encarnado? Es el ser, es la búsqueda del ser en
la palabra, y todos tenemos ese derecho a buscar
y esa oportunidad de ejercer la palabra, y si cada
uno encuentra la palabra, encuentra su ser. Así
pues, esta plataforma me ha dado la oportunidad
de dejar esa idea libresca de que la palabra es
de los intelectuales o de los artistas. Y quisiera
compartirles este poema dedicado a santa Teresa
de Ávila:
Vas fundando habitaciones
para lo oración
vas sembrando sobre los pozos
abismales de los creyentes,
sobre tus voces apagadas,
la fe que profesas y creas
más allá de lo posible
en el límite insondable de tu espíritu
en lo inefable del verbo.
Llegas por un instante,
mística y trágicamente,
has logrado hablar con Dios.
Santa
Santa Teresa
Santa Teresa de Jesús
Teresa
lo has logrado
en el logos oculto
de los símbolos sagrados.
Tu poética es la liturgia silenciosa
de los altares,
la reminiscencia aquella de Platón
donde tu Dios y el mío
seguro hacen las paces
se dan la mano
se dan el corazón
se abrazan y abrasan al fuego
en la noche eterna
dejando tu palabra en prenda.
Beso tu cruz
por su belleza
y, quién sabe,
sólo tú,
si yo crea…
Muchas gracias.
Palabras de
Lourdes
Raymundo
Sabino
autora de “Soy católica porque la fe en esta religión
es lo que mi madre y mi padre sí pudieron darme”
A
ntes que nada, quiero agradecer a demac,
a Católicas por el Derecho a Decidir, y
particularmente a la licenciada Graciela
Enríquez, a la que apenas hoy tuve el placer de
conocer y es la que nos da un seguimiento muy
sensible que yo agradezco mucho, además de su
profesionalismo.
Mi ensayo, como ya lo mencionó la doctora
Amparo, lo basé en cuatro experiencias
particulares. La primera tiene que ver con la
violencia que viví en mi familia, particularmente
por mi padre; la segunda se relaciona con una
mayordomía que encabezaron en varias ocasiones
tanto mi mamá como mi papá; la tercera se refiere
a mi ser indígena tlahuica del Estado de México;
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y la cuarta es que me asumo como feminista, postura política
que adopto a partir de mi experiencia de vida. Escribí a partir de
experiencias vividas en carne propia, sobre las que he podido
reflexionar y, espero, profundizar, no sólo ahora, sino más adelante,
con base en la formación académica que tengo como socióloga
y antropóloga.
Quisiera retomar algunas de las cosas que
ya se mencionaron. No sólo hay que dar
cuenta de las raíces en las prácticas patriarcales
que hay en la religión católica, sino también
cuestionarlas y transformarlas. Es un texto
autobiográfico con una posición política, y
lo escribo con la intención de cuestionar las
desigualdades de poder, no sólo entre los
hombres, sino entre las mujeres. No sólo se
trata de hablar de una religión católica con
rostro de mujer sino también asumir o pensar
en esas situaciones y condiciones particulares
en las que nos encontramos, cuestiones que
menciono a partir de mi ser mujer, mi ser
indígena, y mi clase social, porque también
me asumo como pobre y creo que eso se ha
hecho evidente aquí. Traté de partir de esta
posición, a la que llamo política en este sentido,
en la que se entrecruzan el género, la etnicidad,
la clase social y la religión, y también trato de
no caer en el esencialismo, porque es algo que
luego nos persigue, y es difícil escapar de él.
Los invito a todas y a todos a que hablemos desde estas
posturas, pero también sin pensar a la mujer como una sola
mujer, como una abstracción universal, sino con particularidades
específicas.
Gracias.
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Entrevistas
al final de la ceremonia
Marcela Gallegos Ruiz
M
i nombre es Marcela Gallegos Ruiz,
fui honrada con el primer lugar en el
Concurso Iberoamericano de Ensayo ¿Por
qué sigo siendo católica?, y estoy muy agradecida
con demac y Católicas por el Derecho a Decidir
por esta oportunidad. Considero que los seres
humanos somos seres de historia, de palabras que
tenemos que compartir y, en el caso concreto de
las mujeres, que tenemos muchas historias que a
veces dejamos ocultas, creo que este ejercicio es
muy importante para que otras mujeres también
eleven la voz y digan lo que han vivido en sus
propias experiencias. Lo que me parece más
relevante de haber participado en este concurso es
la oportunidad que nos brindan para compartir lo
que somos, lo que pensamos y, con esto, inspirar a
otras mujeres a que hagan lo mismo y enriquezcan
nuestro mundo y nuestra sociedad con sus propias
perspectivas, independientemente de lo que cada
una de nosotras piense. Muchas gracias.
Margarita García Mora
E
stoy muy feliz por este primer lugar que
me han otorgado demac y Católicas por el
Derecho a Decidir, y muy agradecida por la
recepción que nos han dado. Para mí, este concurso
ha representado el sueño de escribir algo, algo que
emocionara a los demás, que los hiciera reflexionar,
como a mí me lo ha dado tantas veces la lectura. Es
muy importante que se generen estos espacios para
darnos voz a los que no tenemos voz, y en especial
a las mujeres, que seguimos siendo, en México, una
casta no privilegiada. Muchas gracias.
Frida Varinia Ramos
Koprivitza
E
ste tipo de premiaciones o reconocimientos
es, más que nada, una aportación a nuestra
sociedad, sobre todo a las mujeres que,
históricamente, hemos estado un paso atrás en
el sentido del desarrollo de oportunidades. Sin
embargo, asociaciones como ésta, como demac por
ejemplo, permiten que uno tome la palabra y se
convierta en punta de lanza para otras mujeres
que están en este camino. Creo que la sociedad
somos todos y que todos tenemos en la mujer un
apostolado, una forma de encontrar la palabra
desde la casa o cualquier otro sitio. Lo más
significativo es que la palabra escrita se multiplica.
Todos somos lectores de una experiencia de
vida con este tipo de antologías, en las que
compartimos el espacio varias mujeres, diversas
historias en las que, seguramente, muchas que no
han tenido el valor o la oportunidad de contar sus
vivencias, van a encontrar una pequeña esperanza.
Estoy muy agradecida porque sé que damos pasos
importantes para conformar una mejor sociedad que
los mexicanos nos merecemos. Muchas gracias.
Lourdes Raymundo Sabino
S
oy Lourdes Raymundo Sabino y estoy en la ceremonia de
premiación del concurso ¿Por qué sigo siendo católica?,
convocatoria emitida por Católicas por el Derecho a Decidir
y demac. Me otorgaron el segundo lugar por mi ensayo “Soy
católica porque la fe en esta religión es lo que mi padre y mi
madre sí pudieron darme”. El título remite a que a partir de lo
que vivo narrado en mi ensayo hay cosas, sobre todo materiales,
que mis padres no pudieron darme. Soy indígena tlahuica y me
considero pobre y también feminista, y en el ensayo me refiero
justamente a lo que mis padres sí me dieron: la fe en la religión
católica. De eso trata mi ensayo, con unas matizaciones muy
particulares a partir de mi ser mujer, de mi ser indígena tlahuica,
feminista, católica. Espero que lo puedan leer, y también el de las
compañeras, que, por lo escuchado en la presentación, parecen
muy sugerentes e interesantes. Gracias.
Sonia Corral Villar
M
i timidez infantil me hacía tartamudear y
me frustraba tanto que decidí dedicarme
a la comunicación. Nací en un frío
pueblo burgalés de España, del que me evadía
devorando libros y esperando la visita quincenal
del bibliobús. Sufrí mi adolescencia en un
internado de monjas y logré estudiar mi profesión
soñada: el periodismo.
[...] Nunca paré de estudiar y ahora me enfoco en
la comunicación en internet: espero que éste sea
mi futuro profesional.
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DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS DE
MUJERES A.C.
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