bullicios y algarabías en mis recuerdos de las ferias de palencia

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BULLICIOS Y ALGARABÍAS EN MIS RECUERDOS DE LAS FERIAS
DE PALENCIA Y ALGO MÁS
Pregón literario de las Ferias de San Antolín de Palencia del año 2014
por Rafael Martínez
Ilmo. Sr. Alcalde,
Sras. y Sres. Concejales del Excmo. Ayuntamiento de Palencia,
Ilmas. autoridades,
Sras. y Sres.,
No puedo comenzar mi intervención sin agradecer al alcalde y a la concejala delegada del
área de Cultura, su invitación para que hoy estuviera ante ustedes pregonando las fiestas de mi
ciudad. Es algo que recibí con orgullo y como un honor que no ha hecho sino que adquiera
una responsabilidad ante un evento tan especial en la vida de mi ciudad como son las Fiestas
Patronales.
Ya sabéis que soy palentino, nací aquí cerca, en la casa de alquiler donde vivían mis abuelos
entre los Cuatro Cantones y la Bocaplaza, encima del negocio familiar, una reputada confitería,
Garrido, fundada por el tío del padre de mi abuelo que ya aparecía anunciada en 1874 junto a
otros comercios palentinos recogidos por don Ricardo Becerro de Bengoa en su conocida obra
El libro de Palencia.
Viví con mis abuelos, Ángel y Adela, hasta los once años, y mi infancia transcurrió entre las
clases en el Colegio La Salle, después de un breve y fructífero paso por el Colegio de los
Sindicatos Católicos, donde una amiga de la familia me enseñó y bien las primeras letras, y los
juegos en mi barrio, que no era otro que la Plaza Mayor y sus alrededores: la Calle Mayor, la
Bocaplaza… Un reducido espacio urbano para los juegos infantiles y las primeras travesuras en
la pequeña ciudad que, sin embargo, a los ojos de un niño se antojaba grandísimo y que, sin
duda, hoy puedo decir que lo fue en vivencias.
Y en el universo de aquel niño que fue creciendo en el corazón de su ciudad, la llegada del mes
de septiembre, anunciando el próximo final del verano, suponía el inicio del gran
acontecimiento del año, o lo que para mí al menos lo era: las Ferias y Fiestas de San Antolín.
El poeta latino Marcial dijo que «poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos
veces».
Por ello pues, permítanme que en voz alta hoy, aquí, comparta con ustedes unos recuerdos en
los que se entremezclan emociones y vivencias, y también —no podría ser de otra manera—
lo aprendido e investigado. Así reviviré disfrutándolo parte de mi pasado, y quizás logre que
algunos de ustedes revivan el suyo, y los más jóvenes conozcan las otras vidas de su ciudad, y
en definitiva todos pasemos un rato agradable.
Vivencias y recuerdos que no he querido ordenar mucho. Al enterarme de que tendría el
honor de pregonar las fiestas de mi ciudad, se me desataron y mezclaron, y por eso he querido
poner por título a este pregón:
1
BULLICIOS Y ALGARABÍAS EN MIS RECUERDOS DE LAS FERIAS DE PALENCIA Y
ALGO MÁS
En la antigua Roma se llamaba feria al día en el que era obligatorio dejar de trabajar. Por lo
general, estaba consagrado a algún dios y se celebraba mediante sacrificios, juegos y comidas
en común. Las más importantes, en honor de Júpiter, que incluían unas ceremonias en el monte
Albano, eran las llamadas ferias latinas. En el mundo cristiano, feria es cualquier día de la
semana —por estar consagrado a alguno de los santos o algún misterio de la fe— excepto sábado
y domingo, y así por ejemplo en la Iglesia Católica y en el calendario portugués se llama al
martes segunda feria, al miércoles tercera feria, etc.
Los diversos significados de la palabra ‘feria’ en nuestro idioma están recogidos por el
Diccionario de la Real Academia Española:
Feria.(Del lat. ferĭa).1. f. Mercado de mayor importancia que el común, en paraje público
y días señalados2. f. Fiestas que se celebran con tal ocasión.3. f. Paraje público en que
están expuestos los animales, géneros o cosas para su venta. 4. f. Concurrencia de gente
en un mercado de esta clase.5. f. Conjunto de instalaciones recreativas, como carruseles,
circos, casetas de tiro al blanco, etc., y de puestos de venta de dulces y de chucherías, que,
con ocasión de determinadas fiestas, se montan en las poblaciones…/…8. f. Descanso y
suspensión del trabajo…
Vemos pues que la mayoría de las acepciones del sustantivo tiene que ver con lo que
universal y popularmente nosotros reconocemos como ferias o se relaciona con ello, el
mercado, el día en que este se celebra, el lugar donde se celebra, la gente que acude, las
instalaciones, etc.
Pero para aquel niño que era yo a inicio de los años 60 del pasado siglo, hace más de 50 años,
‘feria’ era la palabra mágica que aparecía en el horizonte de la lejanía al comenzar cada año.
Había que esperar más de 8 meses para que llegasen las Ferias, el tiempo de la alegría, el
tiempo en que todo rompía la rutina de un curso de colegio, del verano que con tres meses de
vacaciones acababa siendo una rutina… El tiempo, breve —ocho días— pero en el que
sucedían multitud de cosas diferentes de las que inundaban con su cotidianeidad la vida de la
tranquila ciudad.
Yo no sabía entonces nada de el qué y el por qué de una feria, bueno no de una feria, de la
Feria, porque la Feria de San Antolín era simplemente eso…. La Feria. Como mucho pensaba
en lo que veía, es decir que para mí ‘feria’ era que había una zona de Palencia que se poblaba
de casetas y puestos, que venía un circo, que había tiovivos, y que los mayores iban a un
espectáculo diferente, los toros. También ‘feria’ era que venían muchas personas que no eran
de Palencia, y la Calle Mayor y la Plaza Mayor se llenaban de gente. También había
charlatanes y vendedores de globos y de cachavas de caramelo de colores retorcidos. Y todas
las mañanas unos muñecos gigantes andaban por la calle, y un amigo de mi abuelo, el
Maestro Moro, con otros señores vestidos todos iguales tocaban varios instrumentos en la
plaza mayor (me dijo mi abuelo que eso era una banda de música), y recuerdo que se me
parecieron a los que iban tocando música triste detrás de la procesiones de Semana Santa, solo
que ahora, en Ferias, vestían con una chaqueta blanca, y que a mí siempre me llamaba la
atención la tuba, por su tamaño y lo grave de su sonido.
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No se sabe cuándo se comenzó a celebrar la Feria de San Antolín, ni qué alcance tenía.
Seguramente se originaría a raíz del mercado especial surgido en torno a las celebraciones
religiosas en honor del patrón de la diócesis, que, quizás como he supuesto alguna vez,
pudiera derivar de la cristianización de alguna festividad romana de primeros de septiembre
relacionada con el culto al agua.
Lo cierto es que, en el fuero de la ciudad otorgado por el obispo don Raimundo en 1180 ya se
habla de ella. El rico archivo municipal de Palencia conserva un privilegio rodado otorgado en
Valladolid el 30 de junio de 1296 por Fernando IV en el que se lee:
…Tengo por bien de les dar (a los habitantes de la ciudad) que ayan otra feria en
palençia que comience cada año el primero domingo de quaresma e que dure quinçe
días. E todas aquellos que a esta feria vinieren e a la otra que ay por sant antolin que
vengan salvos e seguros e sean quitos de portadgo… en todos los logares que se suele
tomar …e en todos los mios reinos en quanto las ferias durasen e ocho días antes e ocho
días después…
El rey concedía una nueva feria a la ciudad a celebrar el primer domingo de cuaresma y de
paso extiende la exención de portazgo a los que vinieran a la Feria de San Antolín, que ya
existía. El no pagar este impuesto, el portazgo, era un incentivo a las gentes de otros lugares,
especialmente a las que estuviesen a menos de ocho días de distancia, a venir al mercado —es
decir, a la feria— de Palencia y constituye de alguna manera la institucionalización de una
feria que debía llevar años celebrándose.
Parece entonces verosímil, como piensan la mayoría de los historiadores, que a mediados del
siglo XII ya existiese la feria en honor de san Antolín, y que probablemente hubiese ido
consolidándose desde la primeras celebraciones litúrgicas en la catedral —es decir, en la
cripta— desde poco tiempo después de haber sido refundada la diócesis en 1035.
Así pues, la justificación de esta fiesta que seguramente tiene más de 850 años está
íntimamente unida a la restauración de la diócesis, lo que supuso la refundación también de la
ciudad. En cualquier caso, la primera mención al mártir san Antolín en la documentación
conocida de la catedral de Palencia se encuentra en un privilegio fechado el 17 de febrero de
1035 por el que el rey Bermudo donó al obispo Ponce la ciudad de Palencia, con la pretensión
de restaurar su obispado:
«Sancti Antonini martiris Christi cuius baselica fundata est in suburbio
legionense, in villa vocitata Palencia, in territorio Monteson, prope alveo
Karrion».
En aquel entonces, año 1035, Monzón, con su castillo y su abadía de Husillos, señorío de los
Ansúrez, era el centro importante y se habla de Palencia como una villa suburbial del Reino de
León, en el territorio de Monzón, cerca del río Carrión.
Pero cuando yo era niño y esperaba con ilusión la llegada de las Ferias y Fiestas de San
Antolín, el acontecimiento anual de mi infancia, en la Palencia provinciana de la España gris
de finales de los 50 y principios de los 60 no sabía nada del origen y el por qué de las Fiestas,
ni de Fernando IV, ni de privilegios reales, ni de historia.
Sabía de jugar a las canicas, las pitas, en los magníficos guas que proporcionaba el asfalto
agujerado de las aceras, y sabía de los castillos de arena en las improvisadas playas de la obra
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de remodelación de Plaza Mayor, para instalar el monumento a Berruguete; y de jugar al
escondite en la Plaza Mayor y sus aledaños, eso sí, sin pasarse de San Francisco ni de la
Bocaplaza, ni poder subir a los pisos desde los portales, porque si no, se hacía interminable
cada ronda y además los vecinos se quejaban a nuestras familias de que les molestaban
nuestros correteos por las escaleras y los descansillos; y también de ir a la sesión continua de
los cines Castilla y Proyecciones, a ver una de vaqueros o una de romanos, precedida del
noticiario cinematográfico oficial y obligatorio, el NODO, cuyas noticias podían tener en
Palencia y en estos cines, varios meses de retraso.
«En Ferias iremos al circo y a los caballitos», anunciaban mi abuela o mi madre. Y se
encendían las ilusiones y las esperanzas mucho antes que la iluminación que el Ayuntamiento
instalaba en la Calle Mayor y en el Real de la Feria. Pero yo ni siquiera sabía quién era San
Antolín.
Pero ¿quién es San Antolín? Muchas Ferias después, cuando ya tenía novia y con la
licenciatura debajo del brazo me enteré de que san Antolín es un mártir legendario del siglo X
que según la tradición local habría llegado con san Dionisio desde Arlés a evangelizar la región
de Rouergue en Francia y se dice que tras ser decapitado y descuartizado, sus restos fueron
arrojados al río Ariège, si bien su cabeza y sus brazos remontaron milagrosamente el río en una
barca custodiados por dos águilas blancas y fueron recogidos en Pamiers, cerca de Toulouse, en
el sur de Francia.
Sin embargo todo parece indicar que en realidad tal santo no existió y que se trata de una
duplicación de san Antolín de Apamea (Siria), martirizado allí en el siglo IV, cuyas reliquias
habrían sido trasladadas a Francia antes de la destrucción de la ciudad por Cosroes en el siglo
VI. Este santo es el que recoge el martirologio romano, que habla de un joven Antolín, mártir
en Oriente Próximo en el siglo IV.
Lo cierto es que cerca de Pamiers, en Fredelas, Pipino el Breve, el padre de Carlomagno,
levantó una abadía para albergar los restos de San Antolín y en tierras de lo que hoy es
departamento de Tarn-et-Garonne se alzaba desde al menos el siglo IX el monasterio de SaintAntonin du Rouergue que custodiaba la cabeza y una parte del cuerpo del santo, quizás
trasladadas desde Fredelas. Hacia 1010, este monasterio se había convertido en un importante
foco de peregrinación, y un noble de la corte del rey Sancho consiguió unas reliquias del santo,
y parte de ellas se las regaló a su rey. Así llegarían las primeras reliquias de san Antolín a
Palencia, y desde entonces, nunca antes, comenzaría su culto.
Cuando mi hermano Jesús y yo juagábamos con nuestros amigos del barrio, Santi Pedreira,
Javier Martin Valbuena y sus primos, Fernando y José Luis—de la gestoría Marugán—, los
Peña —los del Bar Palentino— Manolo y Ramón, Bustamante, Enrique —el nieto del afable
señor Aragón— o Manolo Esparza, a los que en ocasiones se sumaban otros más, como
Ricardo Huesca o Carlos Anero, u otras pandillas ni que decir tiene que yo no sabía nada de
San Antolín, es decir sabía que era «el de las Ferias». Pasaron muchos años antes de que me
interesara por el santo patrón de la ciudad y la diócesis, y su iconografía, y su relación con la
cripta de la catedral, y con la refundación del obispado y el resurgir de la ciudad medieval, y
la construcción de sus catedrales.
Y cuando oí por primera vez, no recuerdo de boca de quién, la leyenda del hallazgo de su
imagen en una cueva a la orilla del río Carrión, ni se me ocurrió pensar que no fuera cierta.
¡Les habrá pasado a ustedes también!
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Seguramente me contaron una versión que derivaría de la que es la versión oficial desde que
el canónigo palentino Pedro Fernandez del Pulgar la reescribiera en el siglo XVII:
El Rey D. Sancho de Navarra, que llamaron el Mayor, y podemos dezir fue el Primero de Castilla, y Aragon, y aun no falta quien le de el titulo de Emperador de España, cuyo Señorio fue
tambien de los Pirineos, y Tolosa, pues lo testifica su epitafio, como despues veremos. fatigaba
un dia las selvas, o bosques, que hermosean las orillas de el rio Carrion, que los antiguos
llamaron Nubis, o Nebis, como testifican Poça en sus antiguedades, Vaseo, y otros, llegó hasta
la poblacion antigua de Palencia, entonces desierta, exercitando la Monteria, que es imagen de
la guerra. Ofreciosele un jabali a la vista. Fuele acosando el rey, y la fiera huyendo el impulso
de su braço vino a parar al refugio de una Cueba, o siguiendo el instinto de su habitaçion o lo
que es mas cierto, el destino e divina especial providencia. Siguiole sin temor el Rey, penetro la
obscurdad de el sitio, sin detener su valor ni el horror de la obscuridad, ni la fiereza de el bruto,
que acosado y sin poder escaparse, cobrava nuevo aliento con la saña de verse sin defensa. El
Rey impelido de su ardimiento, iba a executar en el jabali el golpe de su venablo, para lograr el
efecto de su diversion, y fatiga. Experimento sin impulso, y aun sin movimiento el braço, y
reconocio que era mas que natural el sucesso porque no conocio causa natural en
acontecimiento tan subito. Previno al instane era juizio Divino, y levanto los ojos al Cielo a
pedir socorro. O con luz particular de el Cielo, o con la que tenía el sitio, vio en la Cueba una
imagen de el Martir San Antonino, que con la apresuracion en seguir el jabali, no habia
reparado. Postrose para invocarle, con el conocimiento, que como despues diré, tenia de sus
milagros y virtudes; y para que fuesse mas eficaz la suplica, y conseguir el efecto de su oracion,
ofrecio al Santo erigirle Templo, si recobrava la sanidad de su braço; y reedificar la Ciudad,
para que el Santo fuesse mas venerado. Hallose el Rey luego instantaneamente sano, indicio
claro, de que se agradava de la oferta San Antonino. Rindió el Rey a Dios, y al Santo las
debidas gracias; y todos dicen, que cumplio su promessa, y que edifico el Templo, y repoblo la
Ciudad de Palencia, como veremos en los testimonios, que pondre en comprobacion de este
sucesso.
Los Historiadres de España no convienen en el año, en que sucedio este
milagro...
Así lo cuenta Pedro Fernández del Pulgar en su tediosa y farragosa obra Teatro clerical
apostólico y secular de las iglesias Catedrales de España ... Parte Primera ... historia secular
y eclesiástica de la ciudad de Palencia…, impresa en Madrid por primera vez en 1680.
Cuando empezó a circular esta leyenda, que recuerda a otras leyendas sobre el origen de otros
lugares, y que con pequeñas variaciones formales, repite el mismo esquema argumental recogido
por todos los autores, se pretendía justificar en un hecho extraordinario de naturaleza divina la
decisión de la restauración de la diócesis de Palencia, bajo el control (amparo) del rey de
Navarra, desgajando un territorio del reino de León. Y consecuentemente la reconstrucción de un
edificio en ruinas que habría sido sede de los antiguos obispos palentinos anteriores a la invasión
musulmana, como sede de la nueva diócesis. Cuando quizás desde el incipiente Estudio General
de Palencia, se fue hilvanando la leyenda, para entre otras cosas situar al obispado de Palencia
entre los más antiguos de España, ya se celebrarían fiestas aquí en honor del santo.
Pero sólo sabemos que esta falsa historia la puso por escrito al parecer por primera vez, en el
siglo XIII, el obispo don Rodrigo Jiménez de Rada (1208-1245) en su obra De rebus Hispaniae
[Historia de los hechos de España], y ya entonces tenemos constancia de que se celebraba la
Feria.
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La casa de mis abuelos estaba encima de la confitería y de su obrador, junto a Las Tres Bes, la
sombrerería de doña Prepedigna, a la que ayudaba su hija Dora y Carmen la administrativa en
la habilitación de clases pasivas que también regentaba. Sobre la sombrerería estaba la
afamada peluquería de Pili, donde se formó su hijo Pedro, luego reputado peluquero. Y al otro
costado de la confitería el comercio de Surge, bajo el antiguo estudio del arquitecto Jerónimo
Arroyo, a cuya casa se entraba por el portal medianero del de mis abuelos donde se ubicaba la
administración de lotería número 2, regentada por Natividad de Miguel, ayudada por su
sobrina Marisol. El resto de los comercios de esa acera desde los Cuatro Cantones hasta la
Bocaplaza eran el almacén de telas de Ridruejo, la tienda de fotografía de Albino Alonso, y
del otro lado el bar Miami, el comercio de telas al detalle, Tejidos San Luis, de la familia
Albarrán, y en la esquina, el Banco Central y ya en la Bocaplaza, antes del Bar Rincón,
calzados Azofra, con sus inmensas pantuflas colgadas a los lados de la fachada. En la otra
acera, enfrente, bajo los soportales desde los cuatro cantones, se encontraba la sastrería de los
Riojanos, la joyería de Cieza, los ultramarinos de Ramón Gómez, la mercería de las hermanas
Garrán con su fiel dependiente Mariano, la droguería de Acisclo, con la eficiente Luchy, la
carnicería-charcutería de los Sánchez, la joyería-relojería de Hermoso y el gran almacén de
Ventura del Olmo.
La cercanía de las Ferias, cada año, me lo avisaba el que mi abuelo Ángel pusiera un gran
cartel de toros montado en un bastidor de madera entre los dos balcones de la casa, que daban
a la Calle Mayor, justo encima de la confitería y debajo del mirador de la peluquería de
Nicolás Alario. Sobre los grandes escaparates repletos uno de caramelos y cajas de bombones,
y el otro de pastas, confituras, hojaldres y mantecados se situaban aquellos dos balcones y en
el espacio de pared enfoscada entre ellos se veía una gran cara de Franco pintada con tinta
negra, la misma que quedaba oculta año tras año con el cartel de toros que mi abuelo Angel,
gracias a su amistad con José Díaz Portillo «Torerito de Málaga», conseguía todos los años.
Era un gran cartel, de los reservados a la empresa.
Cerca de la confitería de mis abuelos, en la Bocaplaza, ocupada por la gran terraza del
llamado Ideal Bar Palentino desplegada también por la acera de la calle mayor hasta más allá
de la papelería Merino, donde don Valentín era ayudado por sus hijos Tinín y Mari, los
aficionados a los toros, entre ellos Luis Moreno, Edmundo el taxista, Marcelo Domínguez el
del comercio, y Yaye, el que andando el tiempo fuera director del Diario Palentino, tomaban
café bien empurados hasta que llegaba el pasacalles con la Banda Municipal de Música,
dirigida por el Maestro Moro, más tarde por Vián y luego por el joyero Paquillo, acompañada
del tiro de mulillas y los monosabios, hasta el viejo Hotel Castilla, desde donde, ya con las
cuadrillas de los matadores allí alojadas, proseguían camino hacia la Plaza de Toros.
El cortejo atravesaba la Plaza Mayor, y salía por la esquina del restaurante La Carrionesa y la
ferretería El Corcho, acompañado ya por el gentío que caminaba por los soportales tras
sobrepasar el kiosco de Alberto Aguado y dejar a la derecha el bar Mínguez, años más tarde el
Triana, pegado a los escaparates de la droguería de Domínguez, la zapatería de Arrizabalaga,
la carnicería de Peña, el padre de Alfonso, y la tienda de ultramarinos de Juan del Río y sus
hermanos Benito y Mera. Luego, todos bordeaban la plaza de abastos donde en el ladrillo de
su fachada lateral se leía «prohibido hacer aguas menores», y se dirigían hasta la plaza de
Abilio Calderón donde unas inmensas tapias regularizaban la manzana en la que se levantaba
el viejo coso palentino, octogonal. Siempre me llamó la atención que junto a las taquillas y los
portones se ubicasen dos almacenes de pescado, el de Isaías Fernández y el de Triana, en vez
de dos carnicerías. Desde las traseras de algunas casas de la avenida de Casado del Alisal,
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como en la que vivía el amigo de la familia Guillermo Antolín, se podían ver los toros gratis
—eso sí, de lejos, pero unos prismáticos lo arreglaban.
Mi abuelo, buen aficionado a los toros, coleccionaba carteles, programas y entradas de toros
que guardaba como un tesoro en su mesilla de noche lejos de la mirada de mi abuela Adela,
que siempre consideró que aquello era una manía. Tenía hasta carteles de mano, de seda, y
algunos eran auténticas antigüedades.
Disfruté de mi abuelo y de su afición a los toros de niño, de joven y también cuando ya me
había casado. Recuerdo una tarde en la plaza nueva el año que regresó el maestro Antonio
Chenel «Antoñete». Fuimos Pilar, él y yo. Qué mala tarde, qué malos toros, pero a uno de
ellos le dio el madrileño un pase del desprecio, antes de coger los trastos de matar, que aún
tengo en la retina.
La afición de mi abuelo hacía que, cuando niños, nos invitase y acompañase al espectáculo
cómico taurino que bajo el nombre de El Bombero Torero se celebraba todos los años en la
plaza, amenizado también con la afamada banda de música de la localidad de Catarroja «El
Empastre». Mi abuela lo llamaba la charlotada, seguramente porque en sus años mozos así se
llamaba el espectáculo similar en el que aparecía un imitador del genial Chaplin. Entre juegos
y risas, volteretas y pases, los niños perdíamos miedo al toro, y al mismo tiempo aprendíamos
a valorar ponerse delante de uno.
Quizás sea este el momento de hablar de la plaza de toros vieja, derribada hace ya casi cuarenta
años, en 1976. Fue inaugurada con motivo de la Feria de San Antolín de 1856, si bien el festejo
se celebró en aquel año el día 14, lidiándose toros de la ganadería de don Fernando Gutiérrez de
Roperuelo por una terna formada por Manuel Díaz, Lavi, y José Ponce. Como curiosidad les
diré que la entrada más barata de tendido de sol costó 5 reales, es decir, 1,25 pesetas. Si están
pensando cuánto es eso en euros, ni se molesten: menos de un céntimo de euro.
La plaza estaba construida con piedra, ladrillo, madera y hierro, si bien pude investigar que
inicialmente los tendidos fueron de madera y posteriormente se sustituyeron por otros de piedra,
autorizándose a que se empleara para ello la piedra del tramo de las murallas de la ciudad que
iba desde San Lázaro hasta la actual escuela Mariano Timón. Las gradas, balconcillos y palcos
estaban cubiertos y protegidos inicialmente con antepechos de madera, que también se
renovaron, siendo sustituidos por otros de forja en 1900. El aforo inicial fue de 7.970
espectadores, una cifra altísima si tenemos en cuenta que la ciudad entonces apenas tenía el
doble de habitantes.
Los catorce palcos estaban situados sobre la puerta de cuadrillas en dos pisos y el balcón de la
presidencia en el centro. Este hecho causaba la peculiaridad de obligar a los matadores a girarse
para saludar una vez finalizado el paseíllo que habían realizado de espaldas a la presidencia. Al
exterior, el coso palentino quedó rodeado de edificaciones con lo que, salvo por un portón y la
ventanilla de la taquilla, no era reconocible su presencia en el callejero de la ciudad.
Quiero recordar en este momento, ya que no me considero gafe y para que la historia del no
coso quede incompleta, que la vieja plaza palentina tuvo su bautismo de sangre pronto. El 5 de
junio de 1870 el toro Girón acabó con la vida del matador Agustín Perera, y la res hubo de ser
abatida por la Guardia Civil, ya que el otro espada, Gregorio López, se negó a continuar la lidia
y fue detenido.
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En aquella plaza vi corridas desde chaval, de la mano de mi padre y de mi abuelo, y recuerdo
la primera vez que baje al callejón a saludar a un torero primo de mi padre, el burgalés Rafael
Pedrosa, que en aquella ocasión hacía cartel con el torero palentino por antonomasia, el que
está en el Cossío, Marcos de Celis. Marcos toreó por última vez en esa plaza, la que llamamos
vieja, el 1 de junio de 1972, día del Corpus Christi, en la primera de las dos corridas que se
dieron ese año en la Feria Chica, el mismo número que en la de San Antolín. Compartió terna
con Sebastián Palomo Linares y Eloy Cavazos, lidiando toros de Pérez Tabernero que
sustituyeron a los de la ganadería inicialmente anunciada del Conde de Ruiseñada.
Y la última Feria en la plaza vieja fue la de 1975, con dos corridas: el 1 y el 2 de septiembre. El
día de san Antolín, con toros de Juan María Pérez Tabernero torearon Francisco Rivera
«Paquirri», Pedro Gutiérrez Moya «el Niño de la Capea» y «el Regio», por aquel entonces, el
torero local.
La magnífica nueva plaza de toros, la plaza nueva, fue esperada con expectación, pues en
marzo se anunció que se inauguraría en Ferias, y nadie creyó posible que el proyecto del
recordado arquitecto Luis Gutiérrez, el padre de mi compañera Elena, se construyese en tan
poco tiempo, en un país en el que las obras públicas siempre se retrasaban. Pero en 100 días
se levantó, se hicieron las pruebas de carga y finalmente, ante el asombro de todos, se
inauguró el día 2 de septiembre de 1976 con toros de Juan María Pérez Tabernero lidiados por
«Paquirri», José María Manzanares y «el Niño de la Capea». Recuerdo la magnífica impresión
que daba entrar allí por primera vez, y sobre todo la diferencia con el antiguo coso octogonal,
todo limpio, todo orden, tan cómoda.
Me he entretenido en la plaza de toros porque Toros y Fiestas populares es un binomio
inseparable acuñado por la Historia en la cultura de la península y por ende en
Hispanoamérica. Y es un fenómeno cultural impresionante, y uno de los pocos populares al
mismo tiempo, por más que ahora se pretenda tergiversar de otra manera, que ha dado lugar a
una buena parte del arte y la literatura de propios y foráneos, desde Picasso y Lorca, hasta
Orson Welles o Hemingway.
Las fiestas de toros en el mundo hispánico siempre se realizaron en la plaza principal de las
villas y ciudades. Sin embargo, a partir del siglo XVIII se construyeron los primeros recintos
dedicados exclusivamente a la celebración de la fiesta nacional en Béjar, Campofrío o Santa
Cruz de Mudela, y en la primera mitad del siguiente siglo se construyeron un buen número de
plazas de toros por toda la geografía española.
En Palencia, los festejos taurinos se celebraron en principio en la plaza de San Antolín, hoy de
la Inmaculada. Y aunque están documentadas las corridas desde al menos los primeros años del
siglo XVI, es probable que ya se corrieran toros con anterioridad. Se programaban
habitualmente por San Juan y por Santiago, y ya en el siglo XIX, con motivo de la Feria de San
Antolín, los días 2, 3 y 4 de septiembre. También otras celebraciones especiales, como el
nacimiento del príncipe heredero, la proclamación de un nuevo monarca o la visita del rey a la
ciudad, eran motivo para correr toros. Siempre era la ciudad quien los pagaba y los regidores
eran los encargados de la organización, es decir la compra de las reses, y el montaje de los
tablados, que incluían andamiaje y cercas. Las cofradías de la ciudad también organizaban
corridas de toros con motivos de la festividad de su patrón o de alguna ocasión especial.
Desde que Carlos V viviera en Palencia en 1534 y corriese toros en lo que luego fuera Plaza
Mayor, el llamado campo del azafranal de los franciscanos, este fue el lugar que se fue
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consolidando como el adecuado para las corridas, hasta la construcción de la plaza
decimonónica de piedra. Para ello, era necesario acondicionar la plaza con tablados para que se
acomodasen las personas que no gozaban del festejo desde corredores, balconadas y ventanas.
Después, el espacio que se iba a utilizar como ruedo se cercaba con tablas, se cerraban las
entradas a las calle adyacentes y se construían toriles.
Más allá del ambiente, de las sensaciones y del colorismo, pocos recuerdos puedo concretar de
las Ferias de mi primera infancia. He leído que en 1959 el Diario Palentino titulaba que los
triunfadores de la Feria habían sido el autor de teatro Muñoz Román, Queta Claver con su
revista ¡Tócame, Roque! y Marcos de Celis, que el día 3 salió por la puerta grande tras cortar
cuatro orejas. Hacía 3 años que había tomado la alternativa en Valencia y en abril había salido
también por la por la puerta grande de La Monumental de las Ventas en Madrid.
Pero quizás el primer año que recuerdo de Ferias sea 1960, con apenas seis años, aunque he
tenido que echar mano de la prensa local para compartir aquí con ustedes cómo se
desarrollaron.
En 1960, las dianas y pasacalles comenzaban a las 9 de la mañana, hora que me parecía un
poco temprana para ser festivo. Aquellos muñecotes de cartón tan grandes o tan cabezones
gigantes y gigantillas o cabezudos, pasaban por la mañana por delante de la confitería, camino
del Salón. Yo me asomaba después de desayunar al balcón de la casa de mis abuelos, para ver
pasar a los gigantones y a las gigantillas. Y a los lanzadores de cohetes, con su mechero de
piedra o con su cigarro para encender la mecha. Unos dulzaineros, quizás los Melgos, les
acompañaban.
La prensa local recogía el anuncio de que en la plaza de toros el ayuntamiento patrocinaba dos
festivales populares de arte, los días 6 y 7: la zarzuela Katiuska, y la representación teatral de
La vida es sueño. También aparecía en la misma página, la noticia de la amenaza de Raúl
Castro, el hermano de Fidel, de confiscar la base de Guantánamo (sin comentarios).
Aquel año, la última corrida de Feria, con toros de Arranz permitió disfrutar de los lances de
Antoñete, Marcos de Celis y Curro Girón. Antes, el día 2, actuaron Diego Puerta, Paco
Camino y Gregorio Sánchez, con toros de los Hermanos Cembrano.
El buen tiempo fue la tónica de ese año, lo que motivó que hubiera mucha animación. Pero en
el mercado de ganados, resto del origen medieval de la Feria, apenas había vida. Es decir el
paso de los años y de las costumbres había hecho que el origen comercial de la Feria, en el
que la diversión era el complemento, fuese perdiendo peso, y poco a poco pasase a ser lo
importante, en las nuevas condiciones del mundo del trabajo contemporáneo, el descanso y la
celebración y la fiesta popular.
El Real de la Feria, entonces instalado en lo que luego sería la Avenida del Cardenal Cisneros,
se llenaba de casetas de tiro al blanco con carabina, de tiro con bolas a los monos, y de
churrerías, junto con hamburgueserías, que proporcionaban la ocasión de comer
hamburguesas, que el resto del año no había en la ciudad. Los caballitos, denominación
popular del tiovivo o carrusel, los coches de choque, el tren de la bruja y a veces —no
siempre— una noria. En algún punto entre los tiovivos infantiles aparecía el pequeño puesto
del algodón de azúcar, donde los niños nos arremolinábamos para ver primero la magia del
nacimiento de la nube en torno a un palito como por arte de birlibirloque, y después
mirábamos a nuestros padres para que nos compraran uno. No era concebible un paseo por la
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feria sin el algodón de azúcar o las manzanas caramelizadas, tan rojas y brillantes. Y las
tómbolas con sus muñecas y sus ollas exprés, la novedad en la cocina.
Aunque la auténtica tómbola popular palentina se instalaba en la trasera del ayuntamiento, la
de la Caridad, con aquellos cartoncitos de premios con fotografías de bonitas vistas de
ciudades de España en el reverso, envueltos en sobres con un dibujo de cestilla azul y blanca,
y abundante en premios. Y es que, casi siempre tocaba, al menos un cartucho de galletas
Natinas de Fontaneda, más sabrosas que las cotidianas María del desayuno. Allí, señoras y
señoritas palentinas, muchas vinculadas a la Acción Católica, dejaban parte de su tiempo
despachando, entre ellas, mi tía Ignacia Garrido y su amiga, Felisa Ibáñez y también creo
recordar a las hermanas Sayalero y a la madre de mi compañero de colegio Jerónimo Centeno.
El Diario Palentino de 1961 señalaba la gran afluencia de público a esta tómbola,
seguramente porque se sorteó un transistor y una bicicleta de señorita. Y durante sus años de
existencia, el periódico publicaba todos los días las listas de donativos que se entregaban a
mayores de la compra de papeletas.
No había Ferias sin circo, y aunque espectáculos circenses solían venir dos o tres, bien en
Ferias o en fechas próximas, como el Circo Monumental entre otros, sin duda alguna el Circo
Atlas, el de los Hermanos Tonetti, era el más afamado, el que gustaba a mi abuelo, que nos
invitaba al espectáculo todos los años, creo recordar que con algún pase de descuento especial
que dejaban en los comercios que prestaban sus escaparates para poner los carteles
anunciadores.
El circo era un mundo aparte: aquella construcción colosal de techo de lona, los animales
salvajes, pues el circo era donde los niños de entonces podíamos ver a esas bestias por
primera vez, antes de haber visto un zoológico, aquellos malabaristas con acrobacias
inverosímiles que luego intentábamos repetir con manzanas o naranjas que acababan rodando
por el suelo, y los trapecistas…. Pero sobre todo, el colofón con la presencia de los dos
payasos, el clown, el listo, siempre burlando y riñendo a Tonetti, con sus zapatones y su
narizota gorda y sus coloretes.
En Ferias se organizaban entretenimientos para los niños y competiciones infantiles populares,
como las carreras de sacos, las cucañas, piñatas, o los llamados fuegos japoneses en los que se
lanzaban golosinas y regalos desde pequeños globos entre los gritos y saltos de la chiquillería.
Al principio se hacían en la Plaza Mayor y los Jardinillos, luego se fueron extendiendo a los
Barrios periféricos.
Con un negocio familiar abierto al público en el centro de la ciudad no era raro que fuese el
punto de encuentro para quedar tanto de niños, como de más mayores. Mi abuela Adela y mi tía
Crucita, la hermana de mi abuelo, nos aconsejaban que nos portásemos bien, y nos daban la
propina.
Alguna tarde, mi abuela nos contaba al cerrar la confitería o a la hora de la cena, que había
entrado Antonio Garisa o Mary Santpere, también Mary Carrillo, o José Luis Pecker, el señor
que sale en la tele, como decía ella, a comprar caramelos, bombones y aquellos inmejorables
amarguillos que se vendían a propios y forasteros de media España. Luego se sentaban en el Bar
Miami, esa especie de Chicote palentino, donde Pepe «el Maño» y Manolo Esparza, el padre de
nuestro amigo Manolo, atendían a su distinguida clientela, y donde tuvo lugar el fallido rodaje
de Calle Mayor, de Bardem, con la intervención de la brigada político-social de la policía.
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Cuando comencé la pubertad, recuerdo que lo que más me gustaba de la feria era tirar con
carabina, incluso algunas veces sisaba alguna moneda para poder tirar y jugar al bote de los
almendreros en la feria, con la esperanza de multiplicar la bolsa. La economía de un chaval —
un chiguito como decimos aquí— no permitía, a pesar de las propinas extras de Ferias, estar a
todo y había que espabilar para obtener algo más de dinero.
Pero lo que me embobaba era escuchar a los charlatanes en la plaza mayor. Se colocaban
cerca del estanco de Consuelo, un punto estratégico, próximo a la plaza de abastos y a la
Carrionesa, podríamos decir un obligado lugar de paso o de cita para los que venían de la
provincia. Donan Pher vendía bolígrafos de dos colores, vestido con sahariana, pantalón corto
y salacot, acompañado de fotografías en el que se le veía jugando con grandes serpientes,
gorilas y tigres. Eso debía de ser el gancho, pues luego de mayor, no he conseguido encontrar
la relación entre un explorador de África y un bic. Aquel otro vendía la medalla de auténtico
oro alemán, que resistía al ácido sulfúrico, como demostraba, y la vendía «no a 15 ni a 10 ni a
cinco y la perra chica, sino a cinco pesetas, señores» y además regalaba un abrelatas y otro
montón de cosas, «¡porque estamos en Ferias, señora!». No lejos de ellos había pintores a la
cera que rifaban sus obras entre el público boquiabierto por su maestría y rapidez.
El año 1968 fue un año convulso en el orden internacional, sin duda la invasión de
Checoslovaquia tras la primavera de Praga y el mayo parisino se han fijado en la historia de
nuestras vidas. El Diario Palentino daba cuenta de lo que sucedía en Praga en la misma
primera página que recogía que el día 31, como antesala de las Ferias, la Reina de las mismas,
había realizado una ofrenda floral a la Virgen de la Calle.
El 1 de septiembre a las doce se inauguró oficialmente la Feria con disparo de bombas y
cohetes en los barrios de la ciudad. Ese años se programaron dos corridas, los días 1 y 2, así
como el espectáculo cómico taurino del torero bombero, y el último día de Feria, el 8, una
novillada sin picadores. El día de san Antolín torearon Diego Puerta, Paco Camino y Manolo
Cortés.
En el nuevo auditorio del salón que sustituyó al viejo y añorado templete de música, la
afamada actriz Carmen Bernardos interpretó a Pirandello dentro de los Festivales de España.
El pregón corrió a cargo del el escritor Tomás Salvador, pero la prensa destacó en su primera
página en la que también salía esta noticia y la de la verbena de la prensa, la estimación de
20.000 muertos a causa del terremoto que había sacudido Irán.
Hubo unos años, como aquel, en que la víspera de las Ferias y a modo de preámbulo se
organizaba una gran cabalgata que recorría el centro de la ciudad, ese año con seis carrozas
alegóricas, con los Gigantes y Cabezudos, las bandas de cornetas de la Cruz Roja, la
Municipal de Música, y la del regimiento de San Quintín de Valladolid. Esas Ferias también
hubo concurso nacional de dulzaineros y además la Banda de Música amenizaba las tardes de
los barrios.
Yo empezaba a interesarme por la vida nacional e internacional a través de la prensa local, de
la radio, y también de la televisión. Y así veía cómo, a pesar de estar en Ferias, El Diario
Palentino, en primera, decía que Washington desconfiaba de Moscú, una cantinela que no he
dejado de oír desde entonces de una u otra manera por uno u otro motivo. Y en esas estamos
también ahora.
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Tras la Feria, la preparación para el ritmo habitual de cualquier año: el curso académico
cortado por las otras fiestas que jalonaban la vida tranquila de la ciudad de provincias. Una
íntima y familiar, la Navidad, más clases otros tres meses, y luego la Fiesta pública triste, la
Semana Santa, y después de otros dos meses o poco más, el verano, y las piscinas del Campo
de la Juventud, de La Salle, o más tarde de La Ribera. Y fiel y puntual de nuevo San Antolín.
Ya con el bachillerato acabado, las Ferias eran ocasión de pasárselo bien con Sito Herrero y
su inseparable María José Betegón y sus amigas, y con Santi Pedreira, Josemari Navarro, mi
hermano Jesús, José Manuel Rodríguez, el sobrino de Camelia, la de la Rosario, y de los
Maños, Luis Fernando Fidalgo, Nacho Senén Fraile, nuestros comunes amigos…. eran una
buena panda para unas buenas fiestas de jóvenes. Y a todos mi abuelo, siempre feliz entre
ellos, nos contaba anécdotas de toros o de las Ferias antiguas para regocijo de todos.
La Feria del comienzo de mi juventud me trae otros recuerdos que la de cuando niño. El 28 de
agosto de 1970 se reabrió después de una remodelación el Teatro Principal con un recital de
María Dolores Pradera, y tras la reinauguración, y como continuación de la programación de
Ferias, los Festivales de España trajeron al Principal a Mariemma y su ballet, a la Compañía
Tirso de Molina con La vida es sueño, de Calderón y Los tres etcéteras de don Simón, de José
María Pemán.
El miércoles, San Antolín, se celebró la única corrida con un auténtico cartel de lujo. Se
lidiaron toros de los Hnos. Molero por «El Viti», «El Cordobés» y José Luis Parada. Y el día
3 de septiembre las Ferias incluyeron un auténtico acontecimiento deportivo, el Atlético de
Madrid, del que era capitán el palentino Isacio Calleja jugó en la Balastera contra el Palencia
C.F. Recuerdo que fuimos toda la pandilla.
Y además, en ese año en la Ribera hubo grandes actuaciones musicales, tocaron dos de los
conjuntos pop más famosos de España en aquel momento: Fórmula V y Los Bravos. Pero la
prensa local señalaba como acontecimiento musical de la Feria el Concurso Regional de
Bandas de música celebrado en el auditorio del Salón que ganó la de Santander. También, en
la sala de fiesta de los Yodis actuaron los Pekenikes.
La verbena de la Prensa se hizo muchos años en la Huerta de Guadián y en las pistas de Baile
Bolonia, y finalmente en las instalaciones de la Ribera donde en los años finales de los 60 y
primeros 70 era un acontecimiento social. Se nombraba reina de las fiestas a muchachas
palentinas de familias arraigadas en el comercio o en el mundo profesional. Siempre bellas
jóvenes, recuerdo entre una pléyade de mujeres guapas a Beatriz Combarrros, a María Ascen
Fernández, a Maricarmen Revilla. Reinas y Damas, bandas y ramos de flores, era algo
habitual, como en muchos de nuestros pueblos lo sigue siendo. Aunque visto desde la
perspectiva actual seguramente era un poco provinciano, pero «lo que toca, toca», estábamos
en provincias en la España en vías de desarrollo.
Siendo ya mayor de edad y ya estudiante universitario, lo que más me apetecía de las Ferias
era poder salir de noche con mi novia e ir al teatro, a algún espectáculo de los Festivales de
España, y a la Verbena de la Prensa. Recuerdo a María Isabel tan elegante y a mí seguramente
como un lechuguino, acicalados para ir a la fiesta en La Ribera, ella de largo, yo con traje y
corbata. Luego la vida dio muchas vueltas y seguimos nuestras vidas por sendas divergentes.
Pero recuerdo aquella época y a sus tíos Severino Infante y Pepita Valdés, y Balbina Martín
casada con Pedro, hermano de Tista Julián, el marido de Angelina, amigos de mi padre, que
se habían ido a vivir a Australia.
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Con la carrera acababa, ejerciendo ya mi profesión vi las Ferias de otra manera, las he visto
evolucionar, la llegada de las peñas de fuera, el nacimiento de las de aquí, la modernización
de las atracciones y los puestos de los feriantes y el nuevo cambio de ubicación del Real. La
modernización del país en general con la restauración de la democracia, y el mayor nivel de
vida y el más fácil acceso a las comunicaciones sin duda han ido cambiando el concepto de
las Ferias y sobre todo su desarrollo, porque han cambiado usos, costumbres y formas de
divertirse. También mi vida entró en otros ritmos que no eran los marcados por los cursos y
las vacaciones largas de verano que remataban en San Antolín.
Y luego más tarde he vivido la otra Feria, la Feria de las ilusiones de mi hijo Alfonso, al que
Pilar y yo llevábamos al nuevo Real instalado ya en el polígono. Allí le cedimos el testigo de
esas ilusiones y continuamos la tradición, en una generación nueva, de la liturgia de los
caballitos, los coches de choque, del azúcar de algodón, y del tren de la bruja, y de las tardes
especiales acabadas en noches con fuegos artificiales.
También compartí con Pilar la afición a los toros, y con ella y mis cuñados Rosa y Gustavo
hemos disfrutado de corridas malas y buenas, como siempre, y también, quizás la última vez
que fuimos juntos a la plaza, de los espectáculos de recortes tan acertadamente programados
desde hace unos años.
TRACA FINAL
La Feria acababa ocho días después de haber comenzado, siempre del 1 al 8 de septiembre, un
buena costumbre, fija, y fijada al menos desde 1935, y que no cambió hasta 1970, bajo la
influencia de un decreto del Ministerio de Trabajo, con todo el mundo regresado de sus
vacaciones y sin que las Ferias de los vecinos nos achuchasen, acababa digo con la gran traca
anunciada en los programas de mano oficiales, y en los otros programas más completos y
llenos de los anuncios del comercio palentino que editó durante lustros el amigo de la familia
Pedro Sáiz, el de la emisora.
Cuando niño, la traca se disparaba creo recordar a la una de la madrugada, y algunas veces
incluso a las tres. Posteriormente, el cambio de los usos y las costumbres ha hecho que se
quemara cada vez más temprano. Mi abuelo Ángel se empeñaba en llevarme a la traca ante la
oposición por miedo de mi abuela («¡A ver si os pasa algo!», «¡Que no se acerque el niño!»).
Adela esperaba nuestro regreso asomada al balcón de la calle mayor.
Reconozco que la traca me parecía divertida. Era como los petardos que tirábamos en la
Bocaplaza para asustar a los viandantes, travesuras de la infancia («¡Garrido, qué
ocurrencias!», «¡Peñita, se lo diré a tu madre!»), pero a lo grande. ¡Menudos zambombazos!
Era evidentemente el último momento de mi asombro infantil, o años más tarde, el último
beso de ferias a la novia. Y a esperar otro año.
Aunque no siempre hubo traca para acabar la Feria. Hace un siglo la Feria acababa, según
recogía la prensa, con un concierto nocturno de la Banda Municipal de Música, dirigida por el
maestro Novis.
Señoras y señores, no quiero acabar de sopetón como el último petardo de la traca, sin
embargo.
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Los recuerdos y las vivencias me han transportado a un tiempo pasado en que, quizás por la
ausencia de otras formas de diversión, las Ferias eran un modo superlativo de divertirse. Y de
ver gentes, cosas y espectáculos, que no se podían ver habitualmente en la pequeña ciudad de
provincias. Fieras, norias, hamburguesas y perritos calientes. Las compañías y las obras de
teatro, que solo se podían ver en Madrid, las vedettes, los actores de la tele, las exhibiciones
deportivas y los toros. Pero si bien es cierto que en nuestros días hay más acceso a muchas y
más variadas formas de diversión, las Ferias mantienen el cordón umbilical de la cultura
ancestral y lo más tradicional y popular de la celebración a través del jolgorio y las reuniones
con la familia, el reencuentro con los amigos que viven fuera, y siempre las comidas, los
toros, y los espectáculos más o menos populares o infrecuentes en la ciudad.
Quiero despedirme mostrándoles mi certeza de que hoy en Ferias se divierte más gente que
nunca, y espero que así sea este año también a pesar de la crisis que se ha instalado entre
nosotros, y que quiero creer que se irá yendo como todos los nubarrones de todas las
tormentas y que el sol del progreso renacerá para todos, especialmente para los jóvenes de
hoy y para los niños, que este año disfrutarán mejor que peor de las Ferias, cada uno como
mejor sabe, para que ellos tengan esperanza en el futuro de su vida y en el futuro de su ciudad.
Y que cuando sean adultos puedan recordar entre los suyos, como he hecho yo hoy aquí, sus
vivencias de las Ferias.
Eso le pido a San Antolín, y también le pido que todos ustedes, y todos los palentinos y los
forasteros que nos acompañan en estos días, tengan una buenas fiestas en compañía de sus
familiares, amigos y seres más queridos, y disfruten de ellas.
¡Viva San Antolín! y ¡Felices Fiestas!
v
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