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LA FAMILIA EN LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El Pensamiento Jurídico Cristiano de Juan Pablo II
MARIA CARMELINA LONDOÑO LAZARO
ROLANDO ANDRES RONCANCIO RACHID
Monografía para optar al título de
Abogado
Director
GABRIEL MORA RESTREPO
Docente
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
FACULTAD DE DERECHO
CHIA, PUENTE DEL COMUN
2000
1
CONTENIDO
Pág.
INTRODUCCIÓN
3
CUESTION PRIMERA: EL MATRIMONIO
10
Artículo 1 - Si el Matrimonio es una Institución Natural
11
Artículo 2 - Si el Matrimonio es Constitutivo de la Familia
18
Artículo 3 - Si el Estado debe Prohibir el Matrimonio entre Homosexuales
24
CUESTION SEGUNDA: LOS HIJOS
36
Artículo 1 - Si el Estado debe Respetar el Tipo de Educación que quieran darle
los Padres a sus Hijos
37
Artículo 2 - Si el Estado debe Promover Políticas Antinatalistas para Controlar el
Crecimiento Demográfico
Artículo 3 - Si el Estado debe Prohibir el Aborto
47
56
CUESTION TERCERA: LA INSTITUCIÓN FAMILIAR
67
Artículo 1 - Si el Estado debe Reconocer Personería Jurídica a la Familia
68
Artículo 2 - Si el Estado está en la Obligación de Garantizar un Ingreso de
Familia Adecuado
Artículo 3 -
76
Si el Estado está en la Obligación de Garantizar una Vivienda
Familiar Digna
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFIA
85
92
95
2
INTRODUCCIÓN
Un recorrido sin prejuicios ni prevenciones por la vida de Juan Pablo II, es un
cabalgar sereno por un escenario enriquecido de historias, padecimientos y glorias; el
descubrimiento de un espíritu reflexivo y conciliador, profundamente comprometido con la
contemporaneidad y absolutamente sensible a las realidades contradictorias y, a veces,
paradójicas del mundo. La consideración del destino de la humanidad a la luz de Cristo, es
el denominador común de su Discurso pero, por sobre todo, es increíblemente conmovedor
lo que hemos considerado su gran fortaleza: un amor enraizado por el hombre, que
responde a su vocación divina, es el sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra.
Este hombre intelectual, conmovedor por su especial capacidad para lo sublime y lo
humano, poseedor de una fe impertérrita sin igual y defensor de la libertad, ha expuesto el
pensamiento cristiano en diversas cuestiones:
sociales, jurídicas, éticas, científicas,
teológicas y filosóficas, fiel a las enseñanzas del Divino Maestro y totalmente concordante
con las necesidades y avances de los últimos tiempos.
Ahondar en cualquiera de las características del Pontífice exige el trabajo arduo de
la consideración plena de la realidad, pues es, precisamente, la universalidad una de sus
grandes virtudes: su misión y su pensamiento lo corroboran, la búsqueda constante de la
Verdad imprime en él su carácter universal.
Es de admirar, en el actual Vicario de Cristo, su capacidad para adoctrinar en la fe a
las gentes y a los gobernantes de los Estados, exaltando los cimientos del poder terreno, en
la medida en que se conformen con las exigencias de la dignidad trascendente del hombre;
de manera precisa, exhorta a los pueblos a la participación activa en la vida política,
observando una especial preocupación por los derechos humanos; sus palabras sublimes y
contundentes a este respecto nos lo dicen todo: “Después de la caída del totalitarismo
comunista y de otros muchos regímenes totalitarios y de <<seguridad nacional>>, asistimos
3
hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático junto con una viva atención y
preocupación por los derechos humanos. Pero, precisamente por esto, es necesario que los
pueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido
fundamento, mediante el reconocimiento explícito de estos derechos. Entre los principales,
hay que recordar: el derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a
crecer bajo el corazón de la madre, después de haber sido concebido; el derecho a vivir en
una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad;
el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad, a través de la búsqueda y el
conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la
tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar
libremente una familia, a acoger y a educar a los hijos, haciendo uso responsable de la
propia sexualidad.
Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad
religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con
la dignidad trascendente de la propia persona”1 .
Un análisis detenido de la Doctrina del Romano Pontífice, permite una
aproximación palpable a realidades jurídicas exigibles en un Estado de Derecho
correspondientes a necesidades concretas de diversos grupos sociales, promotoras de un
desarrollo integral de las naciones y presupuesto de cualquier sistema que busque la
realización efectiva de los bienes temporales y sobrenaturales de una comunidad política,
de manera que abarquen la doble dimensión del ser humano -corporal y espiritual-.
En Juan Pablo II se concreta una visión armónica del mundo; la articulación precisa
entre el reconocimiento del Derecho natural como orientación y fundamento del Derecho
positivo, sin disminuir éste último a mero accesorio, sino, más bien, consciente de su
importancia en el orden temporal, con miras a la consecución del bien común de los
miembros del Estado.
Rescata la necesidad de considerar al hombre en sus plenas
dimensiones, aceptar su ser social como una condición inherente a su naturaleza, que, por
supuesto, debe estar acorde con las connotaciones propias de una creatura racional y la
1
JUAN PABLO II. Encíclica Centesimus Annus, con motivo de la celebración de los cien años de la Rerum
Novarum de León XIII. 1 de Mayo de 1991, 47.
4
promoción de todos los medios necesarios para la realización última de la felicidad
humana y la búsqueda constante de la verdad.
En el Pensamiento jurídico del Sumo Pontífice, se destaca su afán por la defensa de
la dignidad humana, como principio fundante de cualquier ordenamiento;
la imperatividad
de la razón natural como estandarte de cualquier régimen o ideología; el recto interés que
debe caracterizar al gobernante moderno, quien tiene la misión primerísima de alcanzar un
orden social justo dentro de su Estado; y la necesidad de la cooperación internacional entre
las naciones, para el logro común del verdadero desarrollo de los pueblos.
Es así como Juan Pablo II, cuya gran fecundidad de magnífico escritor que ha
enriquecido a la Iglesia con un notable acopio de encíclicas, cartas, motu propios y
alocuciones, ha abordado el tema de la familia con absoluta profundidad. De manera pues
que,
el objetivo de esta monografía se resume sólo en una presentación de sus ideas
centrales en torno a la institución familiar, pero reflexionadas sobre una problemática
contemporánea que debilita esta institución, por lo cual, se han desarrollado unos
determinados aspectos que consideramos trascendentales para lograr una verdadera
aproximación a ésta realidad, ayudados, en cuanto resulta útil, por el método Tomista.
Este método ha sido adoptado para este trabajo, no solamente por la prestancia de
su autor, quien, como comenta S.S. León XIII en su encíclica Aeterni Patris, sobresale en el
ámbito universal, por la versatibilidad
y agudeza de su ingenio, su amor a la verdad,
conocedor de las ciencias divinas y humanas comparable al sol que difunde calor y luz y
quien, como escribe Cayetano, parece haber sido dotado con la capacidad intelectual de
todos los doctores, sino también, particularmente, por la rigurosidad de su método, el cual
no solamente sienta la doctrina, sino que la afianza de un modo preventivo, puede decirse,
con la amplia presentación de las objeciones preliminar a sus tesis y el desvirtuar
sólidamente las mismas, en la parte subsiguiente2 .
2
Cfr. BOYER, Carolo. Curso de Filosofía. Bruselas, Desclée de Brouwer, 1937. Tomo I.
5
Conviene advertir que el método de Santo Tomás de Aquino, es para nuestro propósito una
excelente herramienta, más por razones de orden filosófico que teológico. Los caracteres
generales de su genio filosófico se pueden sintetizar en dos: Admirable asimilación de los
motivos vitales de la filosofía anterior a él unida a una capacidad sorprendente de síntesis
armonizadora de los mismos. Estas prerrogativas personales
lo llevaron a elaborar un
método que posee gran solidez, tanto en la parte expositiva como en la argumentación y
defensa de sus tesis.
No está por demás presentar un breve bosquejo del panorama histórico en el cual se
desenvuelve la vida de Santo Tomás, la Edad Media, cuya filosofía es denominada siglos
más adelante
-en el siglo XVI y siguientes- con el término de “escolástica”.
Particularmente en los siglos XVI, XVII y XVIII, se entendía por “filosofía escolástica” la
que se enseñaba en las escuelas, en contraposición a la filosofía presentada por fuera de
ellas, en los tratados, en las revistas, en las discusiones académicas o en los mismos
círculos literarios.
El problema más discutido y central de la Escolástica es el que se refiere a las relaciones
entre la Teología y la Filosofía, entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia. De ahí
resultan los partidarios de dos tesis radicalmente opuestas: los “dialécticos” y los
“antidialécticos”. Los primeros tienen confianza ciega en los recursos de la razón humana;
los segundos devalúan de tal manera la capacidad de la razón y la filosofía, que las
verdades de fe se convierten en algo fuera de la humano o sencillamente contrario a lo
humano.
Es entonces cuando Santo Tomás de Aquino da la solución definitiva, moderada y
conciliadora a esta problemática, tomando lo verdadero y bueno de ambas posiciones y
dejando a un lado cualesquiera exageraciones. Obviamente para Santo Tomás la verdad de
fe es superior a la verdad de razón, pero reivindica el valor de la filosofía y reconoce las
conquistas intelectuales de los grandes filósofos que habían existido, particularmente de
Aristóteles.
6
En el Tomismo hay que colocar en primer plano la solución que Santo Tomás da al
problema de los universales. Con su capacidad de asimilación y de síntesis -de las cuales se
habló antes- al aceptar los descubrimientos de Sócrates y depurar las teorías a cerca de las
ideas de Platón y San Agustín y, sobre los avances perfeccionados de Aristóteles referentes
a la realidad y a la aprehensión de las esencias de las cosas en nuestro entendimiento por
medio de la abstracción, cimienta con solidez única su concepción de la verdad. Esta es
para él la adecuación o conformidad de la cosa o realidad y del entendimiento.
Por tanto, nuestro pensamiento es verdadero en la medida en que se adecua y se conforma a
las cosas reales, a la realidad. Nuestro entendimiento está en la verdad, si el concepto que
forma de alguna cosa corresponde verdaderamente a la esencia de ésta. El entendimiento
humano es estructurado para la verdad, para acoger y conocer la verdad, la verdad
únicamente. Y viceversa, el entendimiento se nos da para rechazar lo falso, para refutar la
falsedad. Sólo hay posibilidad de que el entendimiento acoja la falsedad, cuando algo falso
se le presenta con la apariencia de verdadero. Lo falso es rechazado y refutado
decididamente por el entendimiento humano, dada la naturaleza propia de éste y su
tendencia vital.
En estas consideraciones se apoya el método tomista y de estos fundamentos deriva toda su
solidez y carácter contundente. Santo Tomás de Aquino parte de las tesis falsas que pueda
sostener cualquier hombre sano de mente y de buena fe, se sobrentiende, para despojarlas
de todo el ropaje de falsedad que tienen, y utilizar algún germen de verdad que puedan
tener ofuscado por lo falso o destruirlas si son completamente falsas, como maleza
perjudicial con el fin de despejar el campo para cultivar la verdad.
Realizada esta fase preliminar en cada uno de sus planteamientos, Santo Tomás sienta su
tesis, confirmada casi siempre en esta parte con algún argumento de autoridad.
Para finalizar el tema, dado que él mismo afirma que el argumento de autoridad es
debilísimo, rebate las objeciones, utilizando todos los recursos de la razón a su alcance y es
cuando aparece en su método la fuerza del silogismo, por lo general deductivo, construido
7
sobre la lógica aristotélica, partiendo del principio de que “dos cosas iguales a una tercera
son iguales entre sí”; encauzado cada argumento a destruir la falsedad de las dificultades
presentadas al iniciar el artículo y reforzar la verdad de su tesis.
En consecuencia, en este trabajo aparecerá cada tema expresado en el mismo estilo de
Santo Tomás: primero, presentación de objeciones; segundo, planteamiento de la tesis;
tercero, respuesta a las objeciones y reafirmación de la verdad contenida en el
planteamiento general.
En el momento histórico actual, vivimos una época caótica, tal vez como ninguna de
las anteriores, pues
con los avances del conocimiento humano
en ciertos aspectos
científicos y paracientíficos, ha surgido un envanecimiento, un orgullo y un atrevimiento de
la mente humana, que pretende socavarlo todo: en el campo teórico, sobre el método que
llevó a Hegel al extremo idealista del panteísmo, Marx ha sentado la teoría de la materia; la
cual, en un conflicto perenne, es la causa universal, tergiversando así por completo el
principio razonable de la causalidad.
Esta concepción que, infortunadamente, logró no
pocos seguidores en el campo práctico ha irrumpido violentamente en la institución social,
con la pretensión absurda de corroer hasta sus cimientos naturales.
De ahí el conflicto
actual en que nos hallamos sumergidos: la proliferación de instituciones estatales y
paraestatales totalitarias que, como un cáncer, afectan por doquiera el organismo de la
humanidad entera, falseando el sentido de sus “valores”, arrasando las bases del Derecho y
destruyendo el hontanar del cual se nutre su perennidad en el tiempo y para la eternidad: La
Familia.
En el párrafo anterior, no tiene significado de importancia el hecho de que Carlos
Marx se hubiera inspirado metodológicamente en el idealismo hegeliano para presentar la
teoría materialista;
esto se aduce más bien como recurso introductorio para llamar la
atención hacia el panorama derivado de los resultados históricos del marxismo, que no son
otros que los de un sólido materialismo práctico, cuya primera y universal manifestación es
la dictadura totalitaria, o sea, el tratamiento político de las personas como simple materia:
8
es el Estado totalitario con todas sus consecuencias; es el materialismo más aplastante y
opresor que haya asolado jamás a la humanidad.
En la concepción cristiana, la moral, la justicia, el acatamiento a los derechos, el
orden jurídico, vienen desde dentro hacia fuera, desde el fondo de la conciencia hacia los
sistemas objetivos que la manifiestan; desde la persona hacia las estructuras.
El marxismo ofrece el camino totalmente contrario.
Conceptúa que el interior del
ser humano, su espíritu y sus valores, son el reflejo de los condicionamientos materiales,
aún peor, de las formas de propiedad y de producción de cada tiempo. Tratará de ejercer
una presión externa y violenta sobre las estructuras y los grupos que las sustentan.
Consecuentemente, la familia, salvaguarda del individuo, y el ordenado aglutinamiento de
las familias que constituye la sociedad se verá gravemente afectada por las teorías
marxistas en sus derechos fundamentales, en su unidad, en su autonomía, en su tarea de
educar y formar a los hijos, en la adquisición de recursos para atender las necesidades
propias3 .
Por eso nos conviene mirar hacia la enseña que Juan Pablo II, Vicario del Divino
Salvador en la tierra, enarbola como maestro universal, para reivindicar los principios del
Derecho que salvaguarda a la humanidad, desde sus fundamentos naturales. Esto justifica
nuestra modesta pretensión de aportar un granito de arena, sobre las huellas de quien más
ha aportado a la Iglesia herramientas para la comprensión y defensa de su doctrina: Santo
Tomás de Aquino, para rescatar a la humanidad del naufragio que la amenaza en sus más
nobles y trascendentales fines.
33
Cfr. PITTAU, Massimo. Historia de la Filosofía. Pisa, Colombo Cursi Editore, 1964, p. 414 ss. y 431
ss.
9
CUESTION PRIMERA
EL MATRIMONIO
10
Artículo 1
Si el Matrimonio es una Institución Natural
I.
Objeciones
Parece que el matrimonio no es una institución natural porque:
1. El matrimonio es una forma de dominación, erigida por las culturas occidentales
en un afán de voluntad de poder. La institución matrimonial es una forma de opresión que
el hombre ha creado para dominar a otros, por ejemplo, el marido a su mujer, o los padres a
los hijos, etc. que conduce a la esclavitud de los individuos, limitándolos artificialmente en
el uso de sus libertades4 .
2. Si el matrimonio es impuesto por la naturaleza, el celibato no sería permitido.
Pero sucede que el celibato es algo lícito, por tanto, el matrimonio no es una institución
natural.
3.
El matrimonio es un contrato civil creado por la legislación del Estado.
No
parece ser natural, por cuanto implica derechos y obligaciones entre los contrayentes, es
decir, es una institución que atiende a un orden jurídico; sin embargo, no existe orden
jurídico anterior al Estado, luego, no puede predicarse la existencia ni la regulación del
matrimonio fuera de la legislación de los países.
4
Algunas corrientes modernas han identificado el matrimonio como un fenómeno de poder que se da en las
culturas occidentales. Uno de los exponentes de este pensamiento es el francés Foucault, Michel.
11
Sin embargo, dice Juan Pablo II: “La familia, sociedad natural, existe antes que el
Estado o cualquier otra comunidad y posee unos derechos propios que le son inalienables”5 .
II. Respuesta general
Hay que sentar que el matrimonio es una institución natural y lo es por cuanto una
alianza indispensable para la propagación conveniente del género humano si procede de la
misma naturaleza, es instituido por la naturaleza. Lo confirman la diversidad de sexos y, al
mismo tiempo, el carácter racional del hombre, que exige un modo de propagarse
congruente con la dignidad de la razón; pues, en el ser humano no sólo existe el apetito
sensible, sino el amor personal; además, la tarea de la educación de los hijos se efectúa más
fácil, más grata y perfectamente entre ambos cónyuges.
El matrimonio es una institución que encontramos en la naturaleza humana, que
preexiste al orden jurídico interno dentro del Estado, aunque requiera de ese vínculo
jurídico para darle publicidad y seguridad a la unión entre un hombre y una mujer, quienes
libremente deciden ser marido y mujer y, como consecuencia de este hecho, hacen
comunidad conyugal6 .
Es muy frecuente que corrientes ideológicas estimen el matrimonio como un pacto
creado exclusivamente por las voluntades individuales, renunciando a un concepto más
profundo de él, que atiende a las más nobles exigencias del ser humano, tanto así es que,
por gracia de
la unión matrimonial, marido y mujer son uno solo, se hacen “una sola
carne”7 , se corresponden tan íntimamente que no sólo se trata de una convivencia entre dos,
sino de una comunidad que funda la familia8 .
En la Carta a las Familias para el año
5
JUAN PABLO II. Carta de los Derechos de la Familia. 1994, Preámbulo.
Cfr. HERVADA, Javier. Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio. 3a. Edición. Pamplona, Eunsa, 1987,
p. 183 - 301.
7
Cfr. Génesis 2, 24.
8
Este principio de la unidad familiar “se convierte en el más genuino instrumento para la actuación del
respeto, pleno e integral de la personalidad de los cónyuges y de la prole; es el fundamento en que debe
inspirarse para una interpretación moderna de la exigencia y de la tutela del sujeto en el ámbito de la
comunidad familiar... Es claro, que la unidad de la familia adquiere relevancia diversa según que se tenga de
6
12
internacional de la Familia, el Santo Padre se ha referido ha dos términos que son afines
pero no idénticos: “<<comunión>> y <<comunidad>>. La <<comunión>> se refiere a la
relación personal entre el “yo” y el “tu”. En cambio, la <<comunidad>>
supera este
esquema, apuntando hacia una <<sociedad>>, un <<nosotros>>. La familia, comunidad de
personas, es por consiguiente la primera <<sociedad>> humana. Surge cuando se realiza la
alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de amor y de vida,
y se completa plenamente y de manera específica al engendrar los hijos: la <<comunión>>
de los cónyuges da origen a la <<comunidad>> familiar.
Dicha comunidad está
conformada profundamente por aquello que constituye la esencia propia de la
<<comunión>>“9 .
Insistir en que el matrimonio es una institución natural no contradice la necesidad de
su celebración y compromiso conforme a las leyes del Estado, por el contrario, el derecho
natural, si bien existe anterior al Estado no excluye su validez, antes bien, es su
fundamento. Esto se entiende si, como es obvio, admitimos que la persona es anterior al
Estado y que es ella, quien en asociación con otras de su misma especie en búsqueda de un
bien común, da origen al Estado. Es un error relacionar, exclusivamente, el concepto de
“orden jurídico” al ejercicio de los poderes públicos; si bien es cierto que dentro del Estado
impera un sistema jurídico que debe procurar la consecución del bien común de los
asociados, no es menos cierto que este ordenamiento no puede ser el resultado deliberado
de la arbitrariedad legislativa, sino que, por principio, es consecuente con un orden natural
que le precede.
ella una concepción individualista o solidarista...”(IBAÑEZ NAJAR, Jorge Enrique. La Vida de los
Derechos de la Niñez. Compilación normativa. Santafé de Bogotá: Ministerio de Justicia y del Derecho,
1997. Tomo I. Pág. 141).
La unidad, como característica propia del matrimonio –Artículo 44 de la
Constitución Política de 1991-, trasciende de la esfera de comunión de los esposos a todo su grupo familiar,
tanto así que nuestra constitución protege el derecho de los niños a nacer y permanecer en ambiente familiar
armónico y unido:“Dentro del contexto de la constitución vigente los progenitores tienen, pues, el deber
ineludible de ofrecer a su prole un ambiente de unidad familiar que permita y favorezca el desarrollo integral
y armónico de su personalidad” (IBAÑEZ NAJAR, Jorge Enrique, Op. Cit., p. 142.). No en vano la familia
ha sido definida como elemento natural y esencial de la sociedad y de los Estados. En el pacto de New York
de Diciembre 19 de 1966, (artículo 23), aprobado por Colombia mediante la ley 17 de 1968, ratificado el 29
de Octubre de 1969 y que entró en vigor el 23 de Marzo de 1976.
9
JUAN PABLO II. Carta a las familias para el año internacional de las familias. En: BAKALAR, Nick y
Otro. La sabiduría de Juan Pablo II. New York: HarperSanFrancisco, 1995. p. 34.
13
Javier Hervada precisa sobre esta cuestión lo siguiente: “al decir que el matrimonio
es una institución natural, queremos decir que es de derecho natural; el vínculo jurídico es
de derecho natural y los derechos y deberes que contiene son también de derecho natural.
Nada más ajeno al matrimonio que decir que es natural como contrario a estado o condición
jurídicos y sociales, algo así como el estado natural de Robinson Crusoe o del buen salvaje
de los enciclopedistas del siglo XVIII. No, no es eso. El derecho natural no es derecho del
Estado (dado o constituido por el Estado), pero es el fundamento del derecho del Estado y
su elemento civilizador por excelencia. El matrimonio es de derecho natural y, por serlo, es
la forma humana y civilizada de unirse el varón y la mujer. Y siendo como es una forma
civilizada, admite que su celebración esté regulada por la ley -de la Iglesia para los
cristianos, del Estado para los demás- y que sus efectos sociales lo estén también.
El
derecho natural y el derecho positivo son partes del derecho propio de la sociedad y ambos
deben formar una unidad armónica”10 .
En el mismo sentido, convergen las tesis de la Corte Constitucional colombiana: “la
familia es la primera institución social, que concilia las exigencias de la naturaleza con los
imperativos de la razón social. La familia es anterior a la sociedad y el Estado, entidades
que están instituidas, en primer, lugar para servir al bienestar de la familia, del cual
dependen las condiciones de la sociedad y del Estado. Nadie puede remplazar a los padres
en el cumplimiento del primer deber ante los hijos, deber que dicta antes el amor que la
obligación”11 .
III. Respuesta a las objeciones
1. Frente a la primera se puede decir que si el matrimonio fuera obligatorio para
cada individuo en particular, el celibato no sería permitido para nadie. Pero sucede que, al
ser el matrimonio una imposición natural ordenada a la propagación del género humano, no
hay razón para afirmar que todos y cada uno de sus integrantes estén obligados a él, de tal
10
11
HERVADA, Javier, Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio, Op. Cit., p. 255 - 256.
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T - 278 de 1994. M.P. Hernando Herrera Vergara.
14
manera que el celibato no sea lícito para nadie. Conviene distinguir, por supuesto, entre el
celibato injustificado y el celibato honesto; esto es, fundado en alguna necesidad o,
máxime, por motivos más elevados de caridad o religión, lo cual, por no ser para todos, no
perjudica la propagación del género humano; antes bien, contribuye a una perfección mayor
de la humanidad pues no sólo se trata de que algunos seres humanos, predispuestos a ello,
alcancen una vida más elevada, libre de la tiranía de las pasiones sensibles y de ciertos
cuidados materiales para acercarse más a Dios, sino que también aleccionen a los demás
con su ejemplo y les brinden auxilio muy eficaz en sus necesidades espirituales y
corporales12 .
2. A lo segundo se responde conforme al pensamiento del Santo Padre: “Una de las
afirmaciones
de la doctrina cristiana sobre el matrimonio es su carácter de institución
natural. La institución matrimonial no es algo cuyas propiedades y características sean
mero producto de la convención entre los individuos o de los factores de índole histórica o
cultural. El matrimonio tiene unas características que le son propias, expresión de lo que
reclama la naturaleza humana y, por tanto, expresión del querer de Dios que ha dado el ser
a esa naturaleza. Hombre y mujer, al unirse en matrimonio, al fundar, con su mutua entrega
una comunidad de vida, se unen, con su consentimiento libre y responsable al querer de
Dios”13 .
Ahora, pensar que el matrimonio atropella la dimensión libre de la persona humana,
resulta contradictorio si se estima que, precisamente, por la naturaleza libre del hombre
-que le hace ser dueño de sí mismo- es que éste es capaz de consentir y sólo, por el
consentimiento libre, puede producirse una unión tan íntima como lo es el matrimonio; el
profesor Hervada lo expone con mucha claridad: “únicamente la donación de sí -sobre la
base de la realidad natural preexistente, no sólo fáctica, sino también de Derecho naturalpuede hacer que cada cónyuge sea coposesor del otro. Está claro, en este sentido, que el
matrimonio presupone como causa suya el compromiso (engagement) o pacto conyugal y
12
13
Cfr. BOYER, Carolo. Curso de Filosofía. Bruselas: Desclée de Brouwer, 1939. Tomo II. p. 540 ss.
LOPEZ, Teodoro. Juan Pablo II a las Familias. Pamplona: Eunsa, 1980, p. 16 - 17.
15
que éste es expresión de la fuerza creadora de la libertad. No es el matrimonio un vínculo
esclavizador, sino el efecto de la libertad responsable”14 .
3. La tercera objeción se refuta diciendo, como ya se ha explicado, que la existencia
del derecho natural es una realidad que permea todas las dimensiones del hombre; él mismo
descubre que sus actos están orientados por un ordenamiento que no solo es de carácter
positivo, pues su propia razón le da noticia de la bondad o maldad de ciertas actuaciones en
la medida en que lo conduzcan a su fin último, y él, por ser libre, es capaz de optar por lo
bueno. El matrimonio, por ser una institución natural, como ya quedó probado, confirma la
misma existencia y necesidad del derecho natural, aun cuando comparta una doble
naturaleza: de una parte, es una institución natural y, como tal, presupone unos derechos y
obligaciones entre los contrayentes y de éstos con sus generaciones, que responden a
exigencias de la propia naturaleza humana; de otro lado, queda sometido a regulación por
parte del derecho positivo, ya sea eclesiástico o civil, en algunos aspectos, tales como las
incapacidades de los contrayentes, las jurisdicciones, etc.
Por tanto, es claro, como lo expresa Hervada refiriéndose a la unión conyugal que
“... tal unión no es una creación de la voluntad humana. La voluntad humana es sólo la
causa de que entre un varón y una mujer concretos nazca el vínculo. Pero en qué consista
este vínculo -su fuerza, su contenido- es algo predeterminado por la naturaleza y el sentido
de la distinción sexual. El consentimiento actualiza entre un varón y una mujer concretos,
lo que está potencialmente contenido en la estructura misma de la persona en cuanto varón
o mujer”15 .
Como se ha sustentado, el matrimonio no es una creación humana incluida en la
legislación interna de un país, la unión conyugal trasciende este simple regulación positiva;
es el núcleo de la familia y se le reconoce su carácter anterior al Estado, como lo reafirmó
la Corte Constitucional, según ya se había expresado: “ La familia es anterior a la sociedad
y al Estado”16 . Confirma la idea anterior la postura del Sumo Pontífice al respecto: “La
14
HERVADA, Javier, Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio, Op. Cit., p. 193.
Ibid., p. 196.
16
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T - 278 de 1994.
15
16
familia ha de ser mirada como institución, no sólo en el sentido de que tiene su lugar y sus
funciones en la sociedad y en la Iglesia, o de que debe gozar de garantías jurídicas para el
cumplimiento de sus deberes, para poseer la estabilidad y el brillo que se espera de ella;
sino también en el sentido de que en sí trasciende la voluntad de los individuos, los
proyectos espontáneos de las parejas, y las decisiones de los organismos sociales y
gubernamentales: el matrimonio es <<una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor>>”17 .
17
LOPEZ, Teodoro, Op. Cit., p. 146 - 147.
17
Artículo 2
Si el Matrimonio es Constitutivo de la Familia
I. objeciones
Parece que el matrimonio no es constitutivo de la familia, porque:
1.
Si, como afirman varios filósofos y juristas, el matrimonio es solamente una
institución de orden positivo, resultado paulatino de leyes sociales y cuya cohesión y
estabilidad pende toda de dichas disposiciones legales y de la voluntad de los contrayentes,
queda desvirtuado el carácter del matrimonio como constitutivo de la familia; pues dicha
sociedad de padre, madre e hijos, que llamamos familia, no puede fundarse sólidamente en
algo sujeto a la inestabilidad de leyes humanas y a la voluntad de parejas de toda laya y
condición.
2.
Por otra parte, la Escuela Sociológica sostiene que la sociedad conyugal fue
constituida y ordenada, poco a poco, por la sociedad civil o derivada de la familia primitiva
que existió en un comienzo.
Esta familia primitiva no resultó por vínculos de
consanguinidad, sino por vínculos económicos, religiosos o de otro orden: los miembros de
la familia se unieron en cuanto pertenecían al mismo “totem” o al mismo grupo que
practicaba determinados ritos animales o religiosos. La comunidad social no procedió de
las sociedades familiares; por el contrario, fue ella la que impuso la sociedad conyugal; por
tanto, el matrimonio no puede ser constitutivo de la familia18 .
18
Cfr. Ibid., p. 538 ss.
18
3.
Existen otras formas de unión entre hombre y mujer, igualmente naturales, que
fundan una familia, por tanto, no es la institución matrimonial la entidad propia que
sustenta la organización familiar.
Sin embargo, La Doctrina de la Iglesia señala que “En el matrimonio tiene su origen
la familia <<en la que -pone de relieve el Vaticano II- distintas generaciones coinciden y se
ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y armonizar los derechos de las personas
con las demás exigencias de la vida social>> y, de este modo, la familia <<es de verdad el
fundamento de la sociedad>>”19 .
II.
Respuesta general
Hasta ahora ha quedado sustentado el carácter natural de la institución familiar, que
se encuentra en el centro mismo del bien común dentro del Estado: origen y fundamento
del entramado social. Ahora bien, teniendo en cuenta la relevancia de esta institución en la
acción constante que propende al desarrollo de cada hombre y, por consiguiente, de los
pueblos, no puede pensarse que se asienta en pilares frágiles e inestables establecidos por
erróneos consensos sociales.
Algunas legislaciones contemporáneas han procurado centrarse en la protección de
los derechos de la familia y de sus miembros, movidos por la necesidad de garantizar un
orden social justo y asegurar la vigencia de las organizaciones sociales. Sin embargo, las
concepciones relativistas imperantes en nuestra época han desembocado en éticas
subjetivistas, maleables con el paso del tiempo, invertidas en las verdades axiológicas y
completamente apartadas de la consideración real del ser humano.
Esta situación ha
generado crisis en la institución familiar y hoy el resultado se evidencia en toda la
estructura social.
19
JUAN PABLO II. Discurso al Tribunal de la Sacra Rota Romana, 24 de Enero de 1981. En: LOPEZ,
Teodoro, Op. Cit., p. 241-242.
19
En reiteradas oportunidades, la Iglesia ha insistido en la correlatividad de estas dos
realidades:
matrimonio y familia; pues se corresponden y están íntimamente ligados, no
sólo en su origen sino también en su desarrollo. A las familias cristianas Juan Pablo II les
ha recalcado que: “ Las consideraciones acerca de la familia cristiana no pueden estar
separadas del matrimonio, pues la pareja constituye la primera forma de familia y conserva
su valor, incluso, cuando no hay hijos. Y aquí hay que llegar hasta el sentido profundo del
matrimonio, que es la alianza y el amor: alianza y amor entre dos personas: hombre y
mujer, signo de la alianza entre Cristo y su Iglesia, amor enraizado en la vida trinitaria. Por
tanto las características de esta unión deben aparecer con toda claridad:
la unidad del
hogar, la fidelidad de la alianza y la permanencia del vínculo conyugal”20 .
En el mismo sentido, la Corte Constitucional ha sido enfática al afirmar que “ la
familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir
juntos es la comunión: “communio personarum” (la cual se refiere a la relación personal
entre el “yo” y el “tu”). La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera
“sociedad”. Surge cuando se realiza la alianza del matrimonio (en cualquiera de sus
formas), que abre a los esposos “ a una perenne comunión de amor
y de vida” y se
completa plenamente y de manera específica al engendrar a los hijos”21 .
III. Respuesta a las objeciones
1.
A lo primero hay que decir que algo indispensable para la propagación
conveniente del género humano, como lo es la sociedad conyugal, no podemos concebirlo
sino como dimanado de la naturaleza y con la firmeza de lo natural. Lo confirman los sexos
que diferencian el principio material del varón y la mujer y no pueden resultar de una
determinación jurídico - positiva; igualmente, la condición racional de los seres humanos,
que propende, más allá del apetito sensitivo hasta el amor personal, el cual ennoblece y
frena, contribuyendo así positivamente a la paz y al orden social evitando, al mismo
20
JUAN PABLO II. Discurso a la Secretaría General del Sínodo de Obispos, 23 de Febrero de 1980. En :
LOPEZ, Teodoro, Op. Cit., p. 144 - 148.
21
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T- 278 de 1994.
20
tiempo, las consecuencias de la promiscuidad. Por otra parte la prole, que es consecuencia
natural del matrimonio y concreta la familia, requiere por largo tiempo la atención a sus
necesidades materiales y otras muchas más (incluidas genéricamente en lo que se denomina
educación) y no puede quedar desprotegida por la misma naturaleza, al hacerla miembro de
una institución endeble y eventual, prácticamente, en algún momento inexistente, cual sería
un matrimonio creado por las leyes civiles y convertido en mero contrato.
Conviene anotar, por lo que a la nación colombiana respecta, que las normas
jurídicas reafirman los conceptos del párrafo anterior:
para la Corte Constitucional “la
familia es una comunidad de intereses, fundada en el amor, el respeto y la solidaridad. Su
forma propia, pues, es la unidad; unidad de vida o de destino -o de vida y de destino, según
el caso- que liga íntimamente a los individuos que la componen. Atentar contra la unidad
equivale a vulnerar la propiedad esencial de la familia. Siempre la familia supone un
vínculo unitivo”22 .
En el mismo sentido, tenemos la siguiente afirmación:
“La familia no
puede ser desvertebrada en su unidad ni por la sociedad ni por el Estado”23 .
Nos corroboran en nuestro aserto las disposiciones de orden internacional, que
imponen a la sociedad y al Estado la defensa de la familia: “(11)Toda sociedad deberá
asignar elevada prioridad a las necesidades y el
bienestar de la familia y de todos sus
miembros. (12) Dado que la familia es la unidad central encargada de la integración social
primaria del niño, los gobiernos y la sociedad deben tratar de preservar la integridad de la
familia... (17)Los gobiernos deberán adoptar medidas para fomentar la unión y la armonía
en la familia”24 .
2. Para responder a la segunda objeción, no está por demás aducir la definición de
familia, aceptada, en general, de una manera práctica y teórica: familia, en concreto, es “la
sociedad de padre, madre e hijos”25 .
Ahora bien, la sociedad conyugal resulta del
22
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T - 178 del 7 de Mayo de 1993. M.P. Fabio Morón Díaz.
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T - 447 del 13 de Octubre de 1994. M.P. Vladimiro Naranjo
Mesa.
24
Directrices de las Naciones Unidas para la prevención de la Delincuencia Juvenil (Directrices de Riad).
En: IBAÑEZ NAJAR, Jorge Enrique, Op. Cit., p. 538 - 539.
25
BOYER, Carolo, Op. Cit., p. 538.
23
21
matrimonio, pues, al efectuarse éste, parte de un contrato mutuo de entrega del hombre y la
mujer en orden a la procreación y educación de los hijos y de ayuda recíproca; una vez
realizado, tenemos constituida la sociedad conyugal como núcleo de la institución familiar.
Históricamente consta que todos los pueblos, independientemente de sus diferentes
criterios políticos o religiosos han practicado el matrimonio; lo cual puede aducirse como
prueba de que tal es la naturaleza humana que la sociedad conyugal, razonablemente,
espontánea y necesariamente, se forma donde quiera que aquella exista y no es estructurada
por motivos secundarios como lo serían los vínculos económicos o de trabajo y aún los
mismos vínculos religiosos.
3.
A la tercera objeción se responde con palabras del profesor Hervada: “el
matrimonio es una institución natural que viene determinada por la naturaleza humana.
Y
al decir que viene determinada por la naturaleza humana, se está diciendo que no es
admisible pensar que, sobre la base de un hecho natural (la diferenciación de sexos), el
hombre pueda conformar una serie de diferentes uniones entre varón y mujer.
Por el
contrario, se está afirmando que la propia naturaleza prevé un tipo específico de unión, y
que esa unión que responde a la naturaleza humana es lo que llamamos matrimonio”26 .
De manera pues que, escudados en un consenso social permisivo, no quedarán
legitimadas otro tipo de uniones inestables que, antes que fundar el matrimonio, atentan
contra sus estructuras más elementales. Esto no quiere decir que el matrimonio sólo exista
en la medida en que sea legalizado por las leyes del Estado, ni que se reduzca a ser un
contrato civil - este punto ya ha sido tratado - lo que sí es claro es que se requiere de un
vínculo jurídico que una las naturalezas de ambos contrayentes.
profesor Hervada
Sobre este punto, el
es muy claro: “El matrimonio no es un contrato civil, pero si es un
verdadero contrato -en el sentido en que Ud. usa esta palabra-, un contrato de derecho
natural. Por eso he usado el término compromiso y también celebración. Con ello quiere
decirse que se trata de un pacto (el pacto conyugal), por el que los cónyuges, entregándose
y aceptándose como esposos, dan origen a derechos y deberes mutuos. Se trata, pues, de un
26
HERVADA, Javier, Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio, Op. Cit., p. 217.
22
pacto de naturaleza jurídica, un acto jurídico -lo que Ud. llama contrato- del que nace un
vínculo jurídico. Además, he distinguido repetidamente entre matrimonio - formado por un
vínculo jurídico- y vida matrimonial.
Pues bien, -continúa el profesor de Navarra- el amasiato se constituye por la libre
voluntad de los amancebados porque consienten; pero, obsérvese bien, lo consentido es el
hecho de vivir como marido y mujer y no el de ser marido y mujer”27 .
Sobre esta misma cuestión, nos resultan curiosos algunos pronunciamientos de la
Corte Constitucional pues, a pesar de existir claros principios constitucionales en nuestro
país que propenden a la protección de la familia, en algunas oportunidades, las
interpretaciones que le ha dado la Corte Constitucional a esta institución están al margen
del matrimonio28 ; sus consecuencias no se hacen esperar, la promoción de las uniones
temporales sin ánimo de compromiso estable, la inestabilidad de los menores, la crisis de la
familia... la destrucción paulatina de la sociedad.
Estas situaciones crean un problema
todavía más profundo: desconocen la dignidad de la persona humana, no responden a sus
exigencias y, por tanto, constantemente la atropellan. En este sentido, lo ha entendido el
Pontífice:
“El matrimonio y la familia están profundamente vinculados a la dignidad
personal del hombre. Nacen no sólo del impulso instintivo y la pasión, no sólo del afecto;
nacen ante todo de una libre decisión de voluntad, de un amor personal, por el que los
cónyuges llegan a ser no sólo una misma carne, sino también un único corazón y una sola
alma”29 .
27
Ibid., p. 254.
Sobre este punto, la Sentencia C- 098 de 1996 ha expresado que : “ La unión libre de hombre y mujer,
“aunque no tengan entre sí vínculos de sangre ni contractuales formales”, debe ser objeto de protección del
Estado y la sociedad, pues ella da origen a la institución familiar.” (Negrillas fuera de texto)
29
JUAN PABLO II. Homilía en el estadio de <<Butzweiter Hof>> de Colonia, 15 de Noviembre de 1980.
En: LOPEZ, Teodoro, Op. Cit., p. 231 - 235.
28
23
Artículo 3
Si el Estado debe Prohibir el Matrimonio entre Homosexuales
I. Objeciones
Parece que las leyes del Estado no deben prohibir el matrimonio entre
homosexuales, porque:
1. El ser humano es libre y el Estado no puede atropellar su órbita individual de
libertad.
2. Si el homosexual es libre, por tratarse de un ser humano, su decisión de contraer
matrimonio es autónoma; por tanto, el desconocimiento de su autonomía vulnera el carácter
racional y libre del hombre.
3. El homosexual está predeterminado por unas circunstancias psíquicas y sociales,
por tanto, el Estado debe proteger su condición y procurarle una vida normal en sociedad:
una de estas formas es garantizando el reconocimiento jurídico de su matrimonio con otro
de su mismo sexo.
4. El desconocimiento jurídico de la unión entre homosexuales viola el principio de
igualdad, pilar fundamental del Estado Social de Derecho.
5.
La
valoración
moralmente
negativa
del
matrimonio
entre
homosexuales
desconoce el condicionamiento cultural de cada norma moral y jurídica.
24
Sin embargo, “El matrimonio es unión estable de un hombre y de una mujer. Esa
estable fidelidad acoge, de modo idóneo, la tendencia profunda de conservación de la
especie por la reproducción de nuevos individuos, de nuevas personas, que reclaman una
atención y una educación que exige el concurso de las cualidades propias de cada uno de
los sexos: inteligencia y sensibilidad, fuerza y ternura. Es, además, lo que hombre y mujer
se aportan mutuamente, una comunicación de cualidades complementarias que lleva a
plenitud humana -amor, que es virtud- la atracción mutua que Dios ha puesto en cada uno
de los sexos”30 .
II. Respuesta general
El matrimonio, como vínculo natural y jurídico, según se explicó en los artículos 1 y
2 de esta cuestión,
comprende una doble unión de los cónyuges: de una parte, la
compenetración de sus almas producida por el amor, entendido como la voluntad de los
esposos de unirse en matrimonio a través del pacto conyugal y, de otra parte, la unión de
sus cuerpos, jurídicamente expresada en el derecho sobre el cuerpo del otro en orden a los
actos propios de la vida conyugal.
Esta unidad propia de la institución matrimonial, está
ordenada de tal forma que realice sus fines propios, prioritariamente, la procreación y
educación de la prole
31
y, en segundo término, el amor y la ayuda mutua entre los esposos;
y es de la comprensión de estas finalidades como San Agustín identifica
los bienes del
matrimonio: “el bonum fidei (unidad) y el bonum sacramenti (vínculo indisoluble)”32 .
La institución matrimonial, como antes quedó expresado, no es una creación de la
voluntad humana; se incurriría en un
reduccionismo si se le intentara explicar como la
unión de hombre y mujer legalizada, si bien es cierto que se trata también de un vínculo
jurídico, no puede desconocerse que el matrimonio es una institución natural que viene
30
LOPEZ, Teodoro, Op. Cit., p. 17. Cfr. También el artículo 42 de la Constitución Política de 1991.
En este mismo sentido la CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia No. T - 382 de 1994, ha indicado que:
“dentro del matrimonio, el fin inmediato y fundamental es la búsqueda por parte de los esposos de la
convivencia pacífica, armoniosa y cordial, ambiente dentro del cual deberá llevarse a cabo el proceso de
procreación y educación de los hijos”.
32
HERVADA, Javier, Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio. Op. Cit., p. 289.
31
25
determinada por la naturaleza humana. Esto significa que, en la medida en que el varón y
la mujer son personas humanas y sus diferencias naturales les imprimen un carácter psicológico, biológico, afectivo, etc.- complementario, su razón natural les indica que están
hechos el uno para el otro y esto se manifiesta en la tendencia natural de unirse en
matrimonio, hombre y mujer, como la única modalidad admisible en cuanto responde a las
calidades propias de su naturaleza; no se trata pues de un mero instinto, sino de la
actualización de su potencia racional frente a las circunstancias personales de cada
individuo.
De lo anterior se colige que el matrimonio entre homosexuales, como acto
intrínsecamente malo, no es ordenable a Dios ni al bien de la persona humana y, aunque
fuera acogido por alguna comunidad e incluso legalizado, este tipo de conductas siempre
van en contravía de los preceptos universales de moralidad, que no son nada ajeno al
hombre mismo sino más bien son las exigencias correspondientes a su naturaleza humana.
En este orden de ideas, por ser la persona y la familia anteriores al Estado, no le es posible
a éste trasgredir sus preceptos naturales sino más bien su misión es la protección y garantía
de los mismos, expresados bajo el concepto de derechos y deberes.
De esta manera en Colombia y, como consecuencia necesaria de las exigencias
naturales de la institución matrimonial, nuestra Constitución Política ha contemplado como
derecho fundamental la protección de la familia, considerada como el núcleo originario de
la sociedad, que “se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un
hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de
conformarla”33 (Cursiva fuera de texto).
Con este criterio se tratará de mostrar los errores en que incurren las afirmaciones
que justifican el patrocinio del matrimonio entre homosexuales por parte del Estado
33
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1991, Artículo 42 inc. 1.
26
III.
Respuesta a las objeciones
1. Esta afirmación tiene en sí misma dos aserciones: por una parte, el concepto de
libertad unido a la realidad del ser humano y, de otra, la condena a las actuaciones
intromisorias del Estado en el espacio particular de cada ciudadano. Respecto a la primera,
adelantándonos al análisis sobre la libertad, es preciso recordar que la libertad natural del
hombre se asienta sobre la existencia de unas exigencias inherentes a la naturaleza humana,
frente a las cuales el hombre y la sociedad deben responder con miras al logro de sus fines
propios, esto es, la consecución de su verdadera y plena felicidad.
La comprensión del
sentido trascendente de los fines del hombre, permea todas sus realidades, reivindicando las
necesidades imperiosas de su natural dignidad en un escenario contradictorio, fuertemente
amenazado por tensiones extremas que pueden, incluso, llegar a aniquilarle.
En este sentido, la libertad no es un absoluto ni el valor supremo que somete al
hombre, por el contrario, la expresión auténtica de su contenido está marcada por la
determinación de la persona humana al bien conforme a la moralidad objetiva de sus actos,
mediante el ejercicio correcto de su razón.
Desde esta perspectiva, queda desvirtuada la hipótesis del carácter libre de la
decisión de un homosexual para unirse matrimonialmente con otro de su mismo sexo, pues
sería forzar la naturaleza, ya que son el hombre y la mujer los hechos para complementarse
y unirse en matrimonio con miras a encabezar una familia. Por eso, afirma el Papa en su
Encíclica Christifideles Laici, retomando la doctrina del Concilio Vaticano II que, “la
expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la
familia: <<pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y
mujer>> (Gn 1, 27) y esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la
comunión entre personas humanas”34 .
34
JUAN PABLO II. Encíclica Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en
el mundo, 30 de Diciembre de 1988, 40.
27
Sobre la segunda aserción, ya quedó claro que no hay ningún tipo de libertad, en
sentido natural, sino un abuso de ella en la decisión de una pareja de homosexuales de
contraer matrimonio; por tanto, no existe objeto alguno de violación por parte del Estado
ante la negativa de legalización de realidades per se antinaturales, impropias de una
comunidad política que procura la obtención del bien común de sus integrantes.
2. Si bien se reconoce el carácter libre y racional del homosexual en cuanto ser
humano, es un error concluir que se vulneraría su naturaleza si no se promociona su
decisión de unirse con otro homosexual en matrimonio, esto por cuanto:
2.1. El problema de la libertad humana, en esta afirmación, ha sido considerado
desde un punto de vista perjudicial; el hecho de “... exaltar la libertad hasta el extremo de
considerarla como un absoluto”35 haciéndola fuente de los valores y las normas morales,
sacrifica la necesaria exigencia de la verdad bajo el presupuesto de juicios morales
verdaderos, solamente por provenir de la
conciencia individual, de tal manera que le
imprime a ésta un carácter categórico e infalible sobre el bien y el mal36 . Estas tendencias
doctrinarias maltratan a tal punto la libertad que niegan su dependencia con respecto a la
verdad, relación que ha sido expresada por el mismo Cristo: “Conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres” (Jn 8, 32).
El hombre es ciertamente libre, pero su libertad sólo
puede entenderse como esa autodeterminación al bien y no es, precisamente, labor suya la
decisión sobre la bondad o maldad de sus actos, sino que este carácter responde a las
exigencias de su propia naturaleza, es decir, es el Creador mismo, por conocer a plenitud a
sus criaturas, quien decide sobre el bien y el mal de las cosas; sin embargo, evidentemente
cada sujeto libremente se adecua al orden natural y en esa medida será cada vez más libre.
En este sentido, no es la libertad del hombre ilimitada, sino que está sujeta al
acatamiento de la ley natural, en la medida en que se trata de la Ley Eterna impresa en el
corazón de los hombres, que les inclina al acto y al fin que les conviene37 ; es así como
35
JUAN PABLO II. Encíclica Veritatis Splendor, sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza
moral de la Iglesia, 6 de Agosto de 1993, 32.
36
Cf. Ibid., 32 - 34.
37
Cf. LEON XIII, Encíclica Libertas Praestantissimun, 20 de Junio de 1888, 209.
28
Santo Tomás entiende por ley eterna de Dios << la razón de la sabiduría divina, que mueve
todas las cosas hacia su debido fin>>38 .
2.2. En efecto, bajo un concepto de libertad sin límites, como es asumida por
muchas corrientes modernas, la naturaleza
humana queda contrapuesta a la libertad,
quedando reducida a una materialidad biológica o social siempre disponible... “Con ese
radicalismo el hombre ni siquiera tendría naturaleza
y sería para sí mismo su propio
proyecto de existencia. ¡El hombre no sería nada más que su libertad!”39 .
2.3. De cara al tema de la racionalidad propia del ser humano es preciso advertir, en
el mismo sentido de lo referido a su libertad, que la razón natural responde a una serie de
exigencias del hombre en cuanto que es tal: un ser caracterizado por ser criatura de Dios,
capaz de conocer la verdad y actuar conforme a ésta.
Sin embargo, algunos autores
contemporáneos, abandonando la tesis de una verdad universal sobre el bien, de contenidos
siempre válidos y permanentes para los hombres de todos los tiempos, desconocen la
función propia de la razón
en cuanto realiza juicios particulares acerca de los actos
humanos, a partir de su adecuación a una ley moral objetiva y, en cambio, la identifican
como creadora de los valores y las normas morales.
Partiendo de este error, no sería
posible afirmar la correspondencia entre libertad y razón, ley moral y naturaleza humana,
que es el mismo punto de partida de la cuestión rebatida cuando afirma el carácter libre y
racional del ser humano.
2.4. Lo anterior se explica en la siguiente forma: la libertad y la razón son para el
hombre dimensiones indispensables para la consecución de sus fines naturales, en la
medida en que la persona se encamina libremente a la realización de su felicidad plena
cuando conforma sus actos a los dictámenes de la razón natural que, en búsqueda de la
verdad sobre el hombre mismo, encuentra la verdad sobre el bien moral y lo reconoce
práctica y concretamente por el juicio de la conciencia “el cual lleva a asumir la
responsabilidad del bien realizado y el mal cometido”40 .
38
SANTO TOMAS DE AQUINO. Summa Theologiae, I-II, q. 91, a. 2.
JUAN PABLO II, Veritatis Splendor, 46.
40
Ibid., 61.
39
29
2.5. Por último, conviene anotar que los errores señalados -extensamente difundidos
en nuestra época- degeneran en la concepción de una ética subjetivista, que en sus
consecuencias extremas afecta la concepción de la idea misma de naturaleza humana41 . En
consecuencia, la inclinación del hombre hacia sus fines trascendentes exige, de parte suya,
la constante búsqueda de la verdad y el bien, lo cual está en la cúspide del ejercicio de sus
facultades y presupone el adecuado uso de la libertad en consonancia con la razón natural,
que determina la moralidad de su actuación en la Tierra. De ahí que el Sumo Pontífice
explique cómo: “La moralidad de los actos está definida por la relación de la libertad del
hombre con el bien auténtico... el obrar es moralmente bueno cuando las elecciones de la
libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación
voluntaria de la persona hacia su fin último, es decir, Dios mismo: el bien supremo en el
cual el hombre encuentra su plena y perfecta felicidad”42 .
Es así como se exalta la verdadera autonomía moral del hombre, la cual jamás va en
contravía de la ley moral sino más bien es su aceptación consciente; esta realidad es
expresada por Juan Pablo II con las siguientes palabras: “La libertad del hombre y la ley de
Dios se encuentran y están llamadas a compenetrarse entre sí, en el sentido de la libre
obediencia del hombre a Dios y de la gratuita benevolencia de Dios al hombre. Y por
tanto, la obediencia a Dios no es, como algunos piensan, una heteronomía, como si la vida
moral estuviese sometida a la voluntad de una omnipotencia absoluta, externa al hombre y
contraria a la afirmación de su libertad. En realidad, si heteronomía de la moral significase
negación de la autodeterminación del hombre o imposición de normas ajenas a su bien, tal
heteronomía estaría en contradicción con la revelación de la Alianza y de la Encarnación
redentora, y no sería más que una forma de alienación, contraria a la sabiduría divina y a la
dignidad de la persona humana”43 .
3. Frente a las corrientes ideológicas que entienden la decisión de un homosexual
como una consecuencia irresistible a una serie de circunstancias psíquicas y culturales, se
41
Cf. Ibid., 32.
Ibid., 72.
43
Ibid., 41.
42
30
opone una verdad estructuralmente negada por estos autores: la realidad misma de la
libertad humana. Si bien es cierto que el hombre nace y crece en una sociedad particular
caracterizada por un desarrollo propio, no puede de esta afirmación colegirse duda sobre la
existencia de la libertad, ni pensarse que el hombre se agota en su cultura, ni mucho menos,
aceptarse concepciones relativistas en moral.
La libertad, como ya ha sido estudiado, es el problema central de la moralidad;
ahora bien, considerada a partir del error en que incurren teorías fisicistas y naturalistas,
que parten de la reducción de la ley moral a meras parénesis de tipo biológico, atribuyendo
a “ algunos comportamientos humanos un carácter permanente e inmutable y, en base al
mismo, se pretendería formular normas universalmente válidas”44 ; se niega la existencia no
sólo de la libertad como nota esencial al ser humano, al quedar alienada a unas condiciones
personales y sociales que la truncan, sino también a la existencia de valores y normas
morales que de suyo armonicen la convivencia humana. Bajo esta hipótesis, se desconoce
la unidad inmanente en la persona humana entre alma y cuerpo, dejando a un lado el
vínculo permanente entre las potencias cognoscitiva y volitiva con sus facultades corpóreas
y sensitivas, relación que determina la moralidad de sus actos45 .
La Doctrina Cristiana presenta luces a este respecto en cuanto entiende que la
libertad humana no está coaccionada por la sumisión a una norma superior dada por el
Creador, sino más bien es en El donde se realiza plenamente la felicidad del hombre, da tal
manera que la dignidad humana más bien queda sometida, y de esta forma el hombre
esclavizado, cuando no se sobrepone a sus pasiones y se aliena a las condiciones culturales
que lo menguan, es decir, cuando se somete el hombre mismo a una ética social que se aleja
de su concepción ontológica.
La cadena interminable de nefastas consecuencias que genera esta posición es
delicada, cabe destacar algunas muy frecuentes: la negación de la libertad y en
consecuencia de la moralidad; la inexistencia de la ley natural y de suyo la imposibilidad
44
45
Ibid., 47.
Cfr. Ibid., 48.
31
del hombre para conocerla; la infalibilidad de las reglas “morales” determinadas por un
grupo social en observancia de las circunstancias particulares de sus miembros; la
esclavitud del hombre a sus pasiones encubiertas por un discurso biologicista. Todas estas
posturas desvirtúan por sí solas la contundencia de tales argumentos.
4. Frente al derecho fundamental a la igualdad46 , el cual se acusa como violado ante
la negativa del Estado de legalizar el matrimonio entre homosexuales -en cuanto no se le
reconoce jurídicamente los mismos efectos que al matrimonio entre hombre y mujer- no se
encuentra tal violación si se evoca el concepto real de igualdad, no considerada como un
absoluto, sino como un concepto relacional, es una relación que se da entre dos personas,
objetos o situaciones47 , que parte de la consideración interna del sujeto del cual se predica
la igualdad o desigualdad, en este sentido indica una ponderación entre las diversas
situaciones para establecer criterios objetivos que justifiquen un trato de igualdad, que no
significa “mismidad”, sino proporcionalidad entre dos extremos que se comparan; de esta
forma queda vigente la fórmula clásica de la igualdad según la cual hay que dar un
tratamiento igual a los iguales y desigual a los desiguales.
En efecto, de acuerdo con el artículo 13 de la C.N. colombiana y la Doctrina y
Jurisprudencia imperantes en el constitucionalismo moderno48 , no puede predicarse
discriminación en el caso cuestionado, toda vez que “discriminar es causarle perjuicios a un
individuo o grupo de individuos teniendo en cuenta criterios que en realidad esconden
prejuicios sociales y culturales, como cuando se tiene en cuenta características físicas
inmutables como el sexo o el color de la piel, o circunstancias fuera del control del
46
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 13: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley,
recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y
oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua,
religión, opinión pública o filosófica.
El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas en favor de
grupos discriminados o marginados”.
47
Cfr. CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T- 422, Junio 19 de 1992. M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz.
48
Sobre la aplicación del principio de igualdad son múltiples los pronunciamientos y no existe un criterio
uniforme al respecto, sin embargo, ha sido reiteradamente usado el “test de igualdad” o de “razonabilidad” no
sólo por la Corte Constitucional Colombiana sino por altos Tribunales Norteamericanos y el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos para la resolución de casos concretos en lo cuales está entre juicio una
vulneración del mencionado principio. “Este juicio permite integrar en un análisis hermenéutico diferentes
32
individuo, como su origen nacional o familiar, o sus opiniones o convicciones expresadas
en el ejercicio de libertades protegidas constitucionalmente como la libertad de expresión,
la libertad de cultos o la libertad de conciencia.... No cualquier distinción es una
discriminación.
Sólo lo son aquellas que se enmarcan dentro de los parámetros
mencionados”49 .
Con la misma orientación otro sector de la Doctrina ha expresado lo
siguiente: “La cláusula de igualdad ante la ley no impide pues, otorgar un trato desigual a
diferentes colectivos o ciudadanos siempre que se den las siguientes condiciones:
en
primer lugar, que esos ciudadanos o colectivos se encuentren efectivamente en distinta
situación de hecho; en segundo lugar, que el trato desigual que se les otorga tenga una
finalidad; en tercer lugar, que dicha finalidad sea razonable, vale decir, admisible desde la
perspectiva de los preceptos, valores y principios constitucionales; en cuarto lugar, que el
supuesto de hecho -esto es la diferencia de situación, la finalidad que se persigue y el trato
desigual que se otorga- sean coherentes entre sí o, lo que es lo mismo, guarden una
racionalidad interna; en quinto lugar, en fin, que esa racionalidad sea proporcionada, de
suerte que la consecuencia jurídica que constituye en trato desigual no guarde una absoluta
desproporción con las circunstancias de hecho y la finalidad que la justifican. Si concurren
estas circunstancias, el trato desigual será admisible y por ello constitutivo de una
diferenciación constitucionalmente legítima”50 .
A manera de ejercicio para constatar el tema en cuestión con las premisas expuestas,
se ve con absoluta claridad que se trata de dos situaciones de hecho diferentes: la una, se
trata de una comunidad formada entre hombre y mujer para la realización de sus bienes
personales y los de la comunidad; la otra es una unión, de hecho antinatural,
entre dos
personas del mismo sexo, para la satisfacción de sus tendencias desviadas que desconoce
los principios de la razón natural. Bajo esta perspectiva, el derecho hace un reconocimiento
de una institución natural, confirmando la unidad e indisolubilidad de este pacto mediante
un vínculo jurídico que los contrayentes admiten voluntaria y libremente; sin embargo, no
resulta lógico que un sistema jurídico pretenda legalizar cualquier forma de unión, esto por
aspectos de naturaleza compleja que hacen parte de un problema sobre la igualdad” (Cfr. MORA
RESTREPO, Gabriel. El test de Igualdad, en apuntes de clase de Constitucional General.
49
CEPEDA, Manuel José. Los derechos fundamentales en la Constitución de 1991. Santafé de Bogotá:
Temis, 1997, p. 88.
33
cuanto el legislador dentro del Estado no es un creador arbitrario de derechos y
obligaciones para los individuos, sino que en primera medida procura el orden bajo el
presupuesto de un reconocimiento jurídico de situaciones per se naturales, lo contrario sería
negar la existencia anterior del hombre y la sociedad frente al Estado51 .
De lo anterior se colige que, en consideración de la esencia misma del matrimonio y
sus finalidades propias, es imposible para el Estado crear una institución equiparable y, en
consecuencia, con la misma protección jurídica que merece la familia en cuanto célula
fundamental de la sociedad, tal como lo ha expresado el actual Pontífice en la Familiaris
Consortio: “La familia posee vínculo vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye
su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de
la familia nacen lo ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas
virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma”52 .
5.
El fondo de la afirmación de estos autores se traduce en que, para ellos “la
valoración moralmente negativa de tales actos no consideraría de manera adecuada el
carácter racional y libre del hombre, ni el condicionamiento cultural de cada norma moral.
Ellos dicen que el hombre, como ser racional, no sólo puede, sino que incluso debe decidir
libremente el sentido de sus comportamientos. Este <<decidir el sentido>> debería tener en
cuenta, obviamente los límites del ser humano, que tiene una condición corpórea e
histórica.
Además, debería considerar los modelos comportamentales y los significados
que éstos tienen en una cultura determinada.
Y, sobre todo, debería respetar el
mandamiento fundamental del amor de Dios y del prójimo...”53 . Como lo hace notar el
Pontífice son los comportamientos del asociado, sus inclinaciones naturales y las reglas
deliberadas en torno a la convivencia temporal, los parámetros que podrían sugerir la
valoración moral de las actuaciones de un individuo, a manera de simples orientaciones de
50
LOPEZ GUERRA, Luis y otros. Derecho Constitucional. Valencia: Tirant lo Blanch, 1991. Vol. I.
Este error es uno de los principios fundantes de las concepciones totalitaristas del Estado, muy difundidas a
mediados del s. XX, especialmente en Europa -Alemania e Italia-. Cfr. SABINE, George. Historia de la
Teoría política. Santafé de Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1992. p. 653 - 657.
52
JUAN PABLO II. Exhortación apostólica Familiaris Consortio, sobre misión de la familia cristiana en el
mundo actual, 22 de Noviembre de 1981, 42 ss.
53
JUAN PABLO II, Veritatis Splendor, Op. Cit., 47.
51
34
los actos humanos, sin ser nunca preceptos universales consecuentes con la dignidad de la
persona humana y, por tanto, imperativos en todo tiempo y lugar.
Bajo esta consideración, se desconoce la ley natural y, en consecuencia, se ignora el
objeto de la razón que, en búsqueda de la verdad, percibe la universalidad de la ley moral e
inclina al hombre a actuar conforme a este juicio.
El error fundamental de este planteamiento reside en la negación de una moral de
carácter universal e inmutable que protege la dignidad natural de cada hombre y la sana
convivencia social, alterando este orden natural con formulaciones de conducta,
condicionadas al arbitrio de un grupo social; por este hecho se contravendría una verdad:
“...las reglas morales fundamentales de la vida social comportan unas exigencias
determinadas a las que deben atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos.
Más allá de las intenciones, a veces buenas, y de las circunstancias, a menudo difíciles, las
autoridades civiles y los individuos particulares jamás están autorizados a trasgredir los
derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. Por lo cual, sólo una norma
moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede
garantizar
el
fundamento
ético
de
la
convivencia
social,
tanto
nacional
como
internacional”54 .
54
Ibid., 97.
35
CUESTION SEGUNDA
LOS HIJOS
36
Artículo 1
Si el Estado debe Respetar el Tipo de Educación que quieran darle los Padres a
sus Hijos
I.
Objeciones
Parece que el Estado no debe aceptar el tipo de educación que les den los padres a
sus hijos, porque:
1.
Indudablemente, hay que afirmar que cualquier Estado necesita buenos
ciudadanos para obtener sus fines.
De donde se colige que el Estado tiene,
prioritariamente, el derecho de educar e instruir a sus ciudadanos para alcanzar su fin; por
consiguiente, no tiene que respetar la educación que los padres den a sus hijos. Así, que el
fin político de la educación consiste en la formación del ciudadano para que cumpla sus
deberes para con el Estado y sepa ejercer sus derechos políticos55 .
2. Entre los fines que se debe proponer el que educa, para buscar la formación del
educando, ocupa lugar primordial el fin social. La sociedad es el primer principio y el
último fin del hombre y, por tanto, las costumbres sociales de un grupo son las normas
morales que condicionan la naturaleza humana; en este sentido, es a la sociedad -como
realidad que existe fuera y por encima de los individuos- en cabeza del Estado, a quien
corresponde la unificación de las normas sociales a través de la educación. Puede decirse,
por tanto, que el fin absoluto de la educación es un fin social: incorporar al individuo en la
vida de comunidad social, tanto para que reciba los beneficios que ésta le otorga cuanto
para que le sirva con el aporte de sus valores particulares. Además, al ser el hombre un ser
55
Cfr. GAVIRIA, Nicolás. Filosofía e Historia de la Educación. Medellín: Editorial Bedout, 1967. Tomo I.
p. 30 ss.
37
social por naturaleza, no lleva nunca una vida normal sino en sociedad: nace en el seno de
la sociedad y extrae de ella los bienes de la cultura, dado que cuando nace todo lo ignora.
Dicha extracción se hace mediante la educación; luego, la única educación debe ser la
impartida por el Estado para toda la colectividad56 .
Sin embargo, “la tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los
esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor
una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por
eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana.
Como ha recordado el Concilio Vaticano II: <<Puesto que los padres han dado la vida a los
hijos tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por tanto, hay que reconocerlos
como los primeros y principales educadores de sus hijos.
Este deber de la educación
familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues,
deber de lo padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia
Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos.
La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades
necesitan>>”57 .
I.
Respuesta general
El oficio y el derecho de educar a los hijos compete primariamente a los padres. La
educación no es otra cosa que conducir al hombre a una situación de perfección. Ahora
bien, llevar al ser humano a su estado de perfección humana corresponde, por naturaleza, a
quien lo procreó.
Por consiguiente, la educación de los hijos es función que directa y
propiamente corresponde a los padres. En este sentido ha reiterado la Doctrina de la Iglesia
que “El derecho - deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado
como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al
deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre
56
57
Cfr. Ibid., 30 ss.
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 36.
38
padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser
totalmente delegado o usurpado por otros”58 .
La sociedad conyugal no ha sido instituida para que el hombre se propague de
cualquiera manera, sino como hombre, conforme a su naturaleza racional.
Además, la
misma naturaleza dota a los padres de amor, tolerancia, vínculos arraigados y muchas otras
cualidades necesarias para educar. Sobre este punto ha expuesto el Obispo de Roma que es
el amor de los padres el que inspira toda la actividad educativa alrededor de los hijos,
gracias al amor que entre ellos se comunican, su misión se encuentra enriquecida con
valores tales como la dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de
sacrificio, entre otros, frutos todos ellos del amor conyugal59 .
Por otra parte, la sociedad civil es posterior a la sociedad conyugal y, con la
constitución de la sociedad conyugal, ya resulta la necesidad de la educación; por tanto, el
derecho de educar pertenece de suyo y primariamente a los padres. Aún más, la instrucción
como parte que es de la educación respecta también a ellos. Luego cualquier monopolio
del Estado en este particular, por ser de carácter exclusivo, es injusto y procede contra el
derecho natural de los padres60 . Sin embargo, al Estado le corresponde un papel importante
en la educación: proporcionar a todos sus ciudadanos iguales condiciones para aprovechar
las oportunidades, puesto que, en primer lugar, el cuidado de la educación y la instrucción
resulta muy oneroso; en segundo lugar, porque la inversión en educación es la única
manera de asegurar a un país condiciones de competitividad internacional y de desarrollo
sostenido. Igualmente, la educación es uno de los principales instrumentos para atenuar las
injusticias de una sociedad desigual y una manera de abrir el camino para que los más
pobres de la población mejoren sus condiciones de vida.
En este orden de ideas, Juan Pablo II también ha expresado la necesidad de auspicio
por parte del Estado y la Iglesia a la misión educadora de los padres, con las siguientes
palabras: “La familia es la primera, pero no la única y exclusiva, comunidad educadora; la
58
Ibid., 36.
Cfr. Ibid., 36.
60
Cfr. BOYER, Carolo, Op. Cit., p. 547 ss.
59
39
misma dimensión comunitaria, civil y eclesial del hombre exige y conduce a una acción
más amplia y articulada, fruto de la colaboración ordenada de las diversas fuerzas
educativas... El Estado y la Iglesia tienen la obligación de dar a las familias todas las
ayudas posibles, a fin de que puedan ejercer adecuadamente sus funciones educativas. Por
esto, tanto la Iglesia como el Estado deben crear y promover las instituciones y actividades
que las familias piden justamente, y la ayuda deberá ser proporcionada a las insuficiencias
de las familias. Por tanto, todos aquellos que en la sociedad dirigen las escuelas, no deben
olvidar nunca que los padres han sido constituidos por Dios mismo como los primeros y
principales educadores de los hijos, y que su derecho es del todo inalienable”61 .
En resumidas cuentas, la intervención del Estado en la educación depende del
carácter de bien público y servicio público que ésta tiene.
Lo primero justifica los
subsidios; lo segundo justifica los controles. Lo primero debe ceñirse a criterios de la teoría
económica y lo segundo a criterios de la teoría jurídica62 .
Por eso, el Estado puede
presionar legalmente a los padres a cumplir su deber; de hecho, Nuestra Constitución
privilegia los derechos de los niños63 por su especial condición, de manera que insiste en la
prevalencia de la obligación del crecimiento y desarrollo del menor en un buen ambiente
familiar, como condición fundamental para su desarrollo integral.
En este mismo sentido,
ha indicado la Corte Constitucional que “la familia tiene que cumplir junto con la sociedad
y el Estado, deberes como los de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo
armónico integral y el ejercicio pleno de todos sus derechos fundamentales prevalentes,
consagrados en el inciso 1° del Artículo 44 de la Constitución, como los de tener una
familia y no ser separado de ella, el cuidado y el amor, y la protección contra toda forma de
abandono y violencia.
61
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 40.
Cfr. GOMEZ BUENDÍA, Hernando y otros. Educación La Agenda del Siglo XXI. Santafé de Bogotá:
PNUD - TM Editores, 1998. p. 164.
63
La CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991 en el artículo 44, hace una enunciación de los derechos de los
niños elevándolos al nivel de fundamentales y dándoles carácter prevalente sobre los demás, en razón de la
esperanza que representan para el progreso de la sociedad y su especial condición de debilidad y
vulnerabilidad (Cfr. CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T- 068 de 1994. M.P. Dr. José Gregorio
Hernández G.). Entre los derechos que enumera el artículo 44 C.P. menciona: “Son derechos fundamentales
de los niños: ... tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y el amor, la educación y la cultura...
La familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su
desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos”.
62
40
“De acuerdo a ello, la unidad familiar es y debe ser presupuesto indispensable para
la efectividad de los derechos constitucionales prevalentes de los niños. El papel
dignificante de la familia, permite la formación de las personas como ciudadanos útiles,
conscientes de sus deberes frente a la sociedad, como células vivas de un organismo
pensante, complejo y poderoso, que se manifiesta a través de cada uno de sus miembros”64 .
Como se observa, no ha sido ajena a los lineamientos jurisprudenciales la
consideración del papel protagonista de los padres en la educación de sus hijos y, así
mismo, la misión coadyuvante del Estado, en conformidad con el principio de
subsidiaridad, tan reiterado en las enseñanzas de la Iglesia: “Pero la sociedad, y más
específicamente el Estado, deben reconocer que la familia es una <<sociedad que goza de
un derecho propio y primordial>>, y, por tanto, en sus relaciones con la familia, están
gravemente obligados a atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este principio,
el Estado no puede ni debe substraer a las familias aquellas funciones que pueden
igualmente realizar bien, por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y
estimular lo más posible la iniciativa responsable de las familias. Las autoridades públicas,
convencidas de que el bien de la familia constituye un valor indispensable e irrenunciable
de la comunidad civil, deben hacer cuanto puedan para asegurar a las familias todas
aquellas ayudas -económicas, sociales, educativas, políticas, culturales- que necesitan para
afrontar de modo humano todas sus responsabilidades”65 .
Conforme a lo expuesto, son innumerables los documentos jurídicos y políticos que
brindan una especial protección a la institución familiar66 y desarrollan el principio de la
64
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia T- 278 de 1994.
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 45.
66
Algunos de estos documentos son: Declaración Universal de Derechos Humanos, artículo 16, 26 sobre los
derechos familiares; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Ley 74 de 1968,
artículo 10, protección y asistencia a la familia; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, Ley 74
de 1968, artículo 23, 24 ss. sobre protección a la familia; Convención Americana sobre Derechos Humanos,
Ley 16 de 1972, artículo 17, protección a la familia; Convención sobre los Derechos del Niño, Ley 12 de
1991, artículo 16 ss., estableciendo, por ejemplo, en el artículo 18 que: “Los estados partes pondrán el
máximo empeño en garantizar el reconocimiento del principio de que ambos padres tienen obligaciones
comunes en lo que respecta a la crianza y el desarrollo del niño. Incumbirá a los padres o, en su caso, a los
representantes legales la responsabilidad primordial de la crianza y el desarrollo del niño. Su preocupación
fundamental será el interés superior del niño.”; Protocolo I de Ginebra, artículos 8, 32, 74, 76, 77, 78;
65
41
educación en cabeza de la familia, la necesidad de apoyo y garantía por parte del Estado y
el derecho fundamental prevalente de la niñez a recibir, en el seno de su hogar, los valores
y la instrucción necesaria para desarrollarse íntegramente. A manera de ejemplo, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 26, establece que “los
padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus
hijos”67 .
Coherentes con las exhortaciones de la Doctrina Social de la Iglesia, los documentos
referidos hacen evidente la especial preocupación alrededor del tema familiar, tanto para
los Estados como para las asociaciones nacionales e internacionales, quienes encuentran en
esta institución el fundamento primero de la sociedad, concientizándose de su labor de
promotores y garantizadores de los derechos de la familia.
II.
Respuesta a las objeciones
1. A lo primero hay que decir, que si el Estado absorbe de tal manera a sus
ciudadanos para constituirlos en un puro medio para lograr sus fines, atenta con este hecho
contra las familias y se constituye a sí mismo en un Estado totalitario. Como ya se ha
explicado, la filosofía totalitarista de entrada ataca las instituciones naturales y subordina al
mismo individuo a su estructura estatal puesto
que “el gobierno puede y debe controlar
todo acto y todo interés de cada individuo o grupo, para utilizarlo en el incremento de la
fuerza nacional; el gobierno no sólo es absoluto en su ejercicio
aplicación.
Nada está fuera de su jurisdicción.
sino ilimitado en su
Todo interés y todo valor -económico,
moral y cultural-. Como parte de los recursos nacionales, deben ser controlados y utilizados
por el gobierno”68 .
Protocolo II de Ginebra, artículo 4º; Convenio IV de Ginebra, artículos 14, 17, 23, 24, 38, 50 y 94; Código
del Menor, Decreto-Ley 2737 de 1989; La Ley 294 de 1996 , toma medidas para la prevención y sanción de la
violencia intrafamiliar; en la Ley General de Educación, Ley 115 de 1994, se precisa el grado preescolar
obligatorio para niños menores de 6 años (Cfr. Art. 17) y la educación básica obligatoria de nueve grados (
Cfr. Art. 19), exigencias éstas que corresponden al artículo 356 de la C.P./ 91; entre otros.
67
Declaración Universal de los Derechos Humanos. ONU. 1948. En SAAVEDRA ROJAS, Edgar y Otro.
Derecho Internacional. Santafé de Bogotá: Ediciones Jurídicas Gustavo Ibañez, 1995. Tomo I. p. 165.
68
SABINE, George, Op. Cit., p. 653.
42
Para la postura Cristiana, resulta evidente el carácter perjudicial de los postulados
totalitaristas69 , especialmente en cuanto desatiende la realidad del ser humano, sus notas
esenciales y sus fines, e invierte los elementos sociales para la consecución de fines
egoístas que en nada contemplan la naturaleza digna y trascendente de los hombres. De ahí
que la Doctrina Social de la Iglesia, en muchas oportunidades, haya señalado el error
antropológico en que incurren estas corrientes insistiendo en que una concepción que
reduce a la persona humana a un simple elemento dentro del organismo social, que se
justifica sólo por su acción en un mecanismo económico - social, es ya una ideología que
desconoce el concepto de persona como “sujeto autónomo de decisión moral, que es quien
edifica el orden social”, y por tanto, malentiende las relaciones de los hombres libres dentro
del Estado organizado jurídicamente.
Por lo anterior, Juan Pablo II ha advertido frecuentemente sobre esta clase de
errores, reiterando que “la socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se
realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los
grupos económicos, políticos y culturales, los cuales como provienen de la misma
naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común”70 .
Desde esta perspectiva, el totalitarismo no produce la entidad jurídica que la
comunidad de familias proyecta para su servicio propio, sino que resulta un ente tirano,
puesto que pretende que todo dependa de él. De este modo, se convierte el Estado en fin de
sí mismo, viene a ser la educación, entonces, una servidumbre odiosa en favor del Estado;
consiguientemente, mata la libertad, forma autómatas en serie, crea tipos humanos serviles
y, por tanto, viola la dignidad de la persona humana.
69
Son muchos los documentos de la Iglesia en los que condena las ideas totalitaristas, entre ellos, es de
rescatar el radical pronunciamiento que hace Juan Pablo II en su Centesimus Annus: “El totalitarismo nace de
la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente con cuya obediencia el
hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas
entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no
se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo
los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los
demás”. (44)
43
El Estado colombiano, conciente de sus obligaciones para con la niñez y la familia,
como ya se expuso anteriormente, entiende su misión en la educación de sus ciudadanos y
expresa en palabras de la Corte Constitucional que “Es claro que a la familia corresponde
pues, la responsabilidad fundamental de la asistencia, educación y cuidado de los niños,
tarea en la que habrá de contar con la colaboración de la sociedad y del Estado. Este último
cumple una función manifiestamente supletoria, cuando los padres no existen o cuando no
puedan proporcionar a sus hijos los requisitos indispensables para llevar una vida plena”71 .
2.
A lo segundo puede contestarse con el siguiente planteamiento: lo que el ser
pensante se propone alcanzar, cuando actúa, recibe el nombre de fin. Si viajamos debemos
determinar hacia dónde vamos, de lo contrario, estamos obrando a ciegas.
Tampoco
podemos confundir las estaciones de paso con el destino final.
Aprovechando este símil puede afirmarse que durante el peregrinaje humano en el
espacio temporal hay muchos fines próximos e inmediatos que tienen carácter transitorio y,
por tanto, deben subordinarse a un fin último y esencial. El fin de la educación debe ser un
ideal supremo, capaz de explicar el sentido de la vida y dirigirla hacia la perfección,
impulsándola a la conquista de valores morales espirituales que superen las cosas
materiales y variables.
Ahora bien, esto no se alcanza con la mera cultura social, la
educación no es sólo un producto social para comercializar, es además, un medio personal
que nos desarrolla humanamente; no se reduce a los caprichos del legislador sino que
responde a las exigencias naturales de los asociados; no puede convertirse en una forma de
justificación de las éticas subjetivistas sino, por el contrario, una manera de difusión de la
moralidad objetiva.
Menospreciar la realidad de la dignidad humana para sujetarla a las simples
relaciones sociales abandonando los contenidos del derecho natural, es de suyo una
tergiversación protagonizada por algunas sociedades contemporáneas, que, en búsqueda de
una felicidad malentendida, pervierten sus instituciones y aniquilan los núcleos fundantes
70
71
JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 13.
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia T- 278 de 1994.
44
de la comunidad, tales como la familia.
No se equivoca nuestra Corte Constitucional
cuando insiste en la protección de la familia como célula de la sociedad donde se educan y
desarrollan las nuevas generaciones; en este sentido, llama la atención como el Alto
Tribunal entiende que el Estado está para el servicio de la persona y su familia y no al
contrario; por ejemplo, hace referencia a este punto con las siguientes palabras: “el poder
dignificante de la familia es anterior a toda influencia que pueda ejercerse sobre la
sociedad.
Es de la familia misma de donde surgen los comportamientos que van a
determinar la sociedad, puesto que estos comportamientos se dan en personas concretas y
éstas se reconocen, se identifican y se estructuran en una familia: su familia.
La familia
como poder dignificante, tiene la capacidad de formar la conciencia de los individuos en los
verdaderos alcances de los (sic) que constituye la inmensa fuerza de la naturaleza humana.
Es pues, en el ámbito familiar en el que se reciben las bases de la realización y, por ende, la
futura felicidad del ser humano”72 .
Finalmente, retomamos las enseñanzas del Pontífice en torno al papel que juega la
familia, como institución primeramente educadora, en la promoción de la sociedad: “La
familia, como comunidad educadora fundamental e insustituible, es el vehículo privilegiado
para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a
adquirir la propia identidad. Fundada en el amor y abierta al don de la vida, la familia
lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir
eficazmente a un futuro de paz”73 .
72
Ibid.
JUAN PABLO II. La Familia crea la paz de la Familia Humana: Mensaje del Santo Padre para la jornada
mundial de la paz, 1 de Enero de 1994. En: BAKALAR, Op. Cit., p. 37.
73
45
Artículo 2
Si el Estado debe Promover Políticas Antinatalistas para Controlar el
Crecimiento Demográfico
I. Objeciones
Parece que el Estado debe promover políticas antinatalistas para controlar el
crecimiento demográfico, porque:
1. El crecimiento demográfico es incompatible con el desarrollo de un pueblo.
2. El crecimiento de la población conlleva al crecimiento de la pobreza, por tanto,
se obstruye el desarrollo de un país.
3.
La planeación para el desarrollo de una comunidad política corresponde
principalmente a las autoridades públicas.
Sin embargo, el Estado debe promover el bien común de la sociedad, sin perjuicio
de los derechos inalienables de cada ciudadano; por tanto, el presupuesto de cualquier
política estatal debe ser el respeto por los derechos humanos y, en primera
medida, el
derecho a la vida, por ser éste el primero de todos los derechos y fundamento de cualquier
otro.
46
II. Respuesta general
A pesar de estar a cargo del Estado la armonización y dirección del desarrollo de un
pueblo, no es a través de métodos anticonceptivos, de esterilización y abortivos, como se
logra el verdadero desarrollo humano, que no responde, por tanto,
a un mero bienestar
económico, sino que atiende a todas las dimensiones del ser humano, razón por la cual, el
presupuesto de cualquier política pública en aras del bien común, siempre será el respeto y
protección de los derechos humanos.
Dentro del marco del Estado Social de Derecho, son los derechos humanos el
estandarte visible de las instituciones jurídicas, por esta razón el constituyente de 1991 se
ocupó, especialmente, de realizar un reconocimiento expreso de derechos y garantías para
todos los ciudadanos, en búsqueda de la realización efectiva de la justicia social como
contenido primerísimo del bien común. Es así como nuestra Constitución Política, en este
aspecto, indica: “La pareja tiene derecho a decidir libre y responsablemente el número de
hijos, y deberá sostenerlos y educarlos mientras sean menores o impedidos”74 . Conforme
con este principio, la Corte Constitucional ha expuesto que “Debe recalcarse el derecho
inalienable de los esposos de fundar una familia y decidir sobre el intervalo entre los
nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los deberes
para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad, dentro de una
justa jerarquía de valores”75 .
Previendo
la problemática que pueda existir en torno de este enunciado
constitucional con la invocación de intereses encontrados entre el derecho a la vida y la
libertad de los esposos o de la madre en la determinación del número de hijos, la Corte ha
aclarado que la disposición constitucional en virtud de la cual “la pareja tiene derecho a
decidir libre y responsablemente el número de hijos”, debe ser entendida en el sentido de
que la pareja puede ejercer este derecho sólo hasta antes del momento de la concepción; por
74
75
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 42-5.
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T - 278 de 1994.
47
consiguiente, dicha norma no le da derecho para provocar la interrupción del proceso de la
gestación, pues la inviolabilidad del derecho a la vida, esto es, a la existencia humana, que
reclama la tutela jurídica del Estado, asiste al ser humano durante todo el proceso biológico
que se inicia con la concepción y concluye con el nacimiento.
Lo anterior no implica desconocimiento de la autonomía o autodeterminación de la
mujer o de la pareja para decidir sobre tan trascendente aspecto de sus vidas, a través de las
prácticas anticonceptivas, o que se ignoren los derechos a la dignidad personal, libre
desarrollo de la personalidad, integridad física y moral, honor e intimidad personal y
familiar, pues dicha autonomía y el ejercicio de los referidos derechos, debe
compatibilizarse con la protección de la vida humana”76 .
En este mismo sentido, Juan Pablo II ha exhortado a algunos países desarrollados
para que no reduzcan las exigencias de la cultura humana a valores puramente utilitarios,
por cuanto la inversión de la jerarquía axiológica natural hace cada vez más difícil el
respeto por los verdaderos valores de la existencia humana, alejando cada vez más al
hombre de sus verdaderos fines y al Estado de su función real.
En consonancia con el pensamiento cristiano, la Corte Constitucional ha reiterado
en varias oportunidades, como quedó expuesto, la primacía de los derechos fundamentales,
protección que corresponde a la misión principal del Estado Social de Derecho y que le
legitima en el uso de sus poderes frente a los particulares. De manera que es en el
76
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia C-133 de 1994. M.P. Antonio Barrera Carbonell. En el mismo
sentido ha entendido la Doctrina y jurisprudencia internacionales que la defensa de la vida aún no nacida
forma parte de la defensa de los derechos y de la dignidad humana. Los derechos del nasciturus se encuentran
reconocidos en normas internacionales sobre derechos humanos. Estas normas rigen en Colombia por
disposición del artículo 93 de la Constitución Política. Así se encuentra en el numeral 1º del artículo 4º de la
Convención Americana sobre derechos humanos aprobada en Colombia mediante la Ley 16 de 1992 que dice:
“Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a
partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”. La Convención
sobre los derechos del niño adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas del 20 de noviembre
de 1989, y aprobada en Colombia mediante la Ley 12 de enero 22 de 1991, establece en el preámbulo que:
“Teniendo presente que, como se indica en la declaración de los derechos del niño, “el niño por su falta de
madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto
antes como después del nacimiento”. También el Decreto 2732 de 1989 (Código del Menor), protege la vida
del nasciturus, cuando en el artículo 4º establece que “todo menor tiene el derecho intrínseco a la vida y es
obligación del Estado garantizar su supervivencia y desarrollo” y en el artículo 5º de esa misma norma
consagra que: “todo menor tiene derecho a la protección, al cuidado y a la asistencia necesaria para lograr un
adecuado desarrollo físico, mental, moral y social: estos derechos se reconocen desde la concepción”.
48
reconocimiento jurídico de los derechos naturales de las personas humanas y su
consiguiente promoción y garantía por las autoridades públicas, donde se asienta la base
axiológica que orienta la legislación dentro del Estado.
III. Respuesta a las objeciones
1. En el fondo de la teoría de quienes creen que el crecimiento de la población se
opone al desarrollo de un pueblo, se esconde un concepto perverso y equivocado de
desarrollo: se le identifica con la idealización del placer, las comodidades materiales de los
individuos y la explotación de bienes y servicios; se le reduce a un mero bienestar
económico de los asociados que pervierte las estructuras internas de la nación, sometiendo
al mismo hombre a la condición de esclavo del engranaje social y colocándolo en función
de la adquisición de bienes y avances técnicos, que hagan más competente al Estado frente
a otros Estados pero no más libre a la persona humana; el actual Vicario de Cristo en la
Tierra lo confirma con las siguientes palabras: “...Un desarrollo solamente económico no es
capaz de liberar al hombre, al contrario, lo esclaviza todavía más. Un desarrollo que no
abarque la dimensión cultural, trascendente y religiosa del hombre y de la sociedad, en la
medida en que no reconoce la existencia de tales dimensiones, no orienta en función de las
mismas sus objetivos y prioridades, contribuiría aún menos a la verdadera liberación.
El
ser humano es totalmente libre sólo cuando es él mismo, en la plenitud de sus derechos y
deberes; y lo mismo cabe decir de toda la sociedad... El principal obstáculo que la
verdadera liberación debe vencer es el pecado y las estructuras que llevan al mismo, a
medida que se multiplican y se extienden”77 .
Así es que bajo el supuesto de oposición entre el crecimiento de un pueblo y su
desarrollo, se invierten las relaciones naturales entre Estado y persona, en realidad, no es la
persona quien está al servicio de las estructuras públicas, sino la infraestructura estatal en
77
JUAN PABLO II. Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, al cumplirse el vigésimo aniversario de la Populorum
Progressio, 30 de Diciembre de 1987, 46. Además, Cfr. JUAN PABLO II. Exhortación apostólica
Reconciliatio et Paenitentia, 2 de Diciembre de 1984. 16: AAS 77 (1985). p. 213 - 217. Cfr.
49
función del hombre pues, precisamente, ésta se justifica por sus fines: la consecución del
bien común, sin jamás poderse entender por bien común un simple status económico de los
miembros de una comunidad, ni “la simple suma de los intereses particulares, sino que
implica su valorización y armonización, hecha según una equilibrada jerarquía de valores y,
en última instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la
persona”78 .
De acuerdo con lo anterior,
el presupuesto para las políticas de cualquier
gobierno, en la medida en que debe buscar el bien común de los asociados, tiene que
fundarse en el respeto y protección de los derechos humanos y la promoción de la
solidaridad como principio activo del bien común, en cuanto busca responsabilizar a todos
del desarrollo armónico de un país.
Desde esta óptica, se hace evidente que una planeación del desarrollo de un país que
sólo considere su economía, resquebraja la integralidad de la persona humana,
subordinándola
a sistemas eminentemente utilitaristas, desconociendo, de plano, la
dimensión espiritual y corpórea que la caracteriza.
No es posible concebir un desarrollo
colectivo sin recapacitar en las necesidades profundas del individuo como ser humano,
miembro de una familia y asociado dentro de un Estado, es decir, sólo en la medida en que
se considere esa vocación trascendente del hombre, que le lleva a no agotar su socialidad en
el Estado y que lo invita a superar la temporalidad, podrá construirse un sistema idóneo
destinado a la consecución del verdadero desarrollo humano. Es así como Juan Pablo II lo
ha entendido: “el verdadero desarrollo, según las exigencias propias del ser humano,
hombre o mujer, niño, adulto o anciano, implica, sobre todo por parte de cuantos
intervienen activamente en ese proceso y son sus responsables, una viva conciencia del
valor de los derechos de todos y de cada uno, así como la necesidad de respetar el derecho
de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica. En
el orden interno de cada nación, es muy importante que sean respetados todos los derechos:
especialmente el derecho a la vida en todas las fases de la existencia; los derechos de la
familia, como comunidad social básica o <<célula de la sociedad>>; la justicia en las
relaciones laborales; los derechos concernientes
a la vida de la comunidad política en
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación,
Libertatis Consciencia, 22 de Marzo de 1986. 38; 42: AAS 79 (1987), p. 569 - 571.
78
JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 47.
50
cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano, empezando
por el derecho de profesar y practicar el propio credo religioso”79 .
Además de lo anotado, también resulta evidente que el potencial humano de un
pueblo es indispensable para su desarrollo; de ahí que la caída de la tasa de natalidad es
capaz por sí sola de obstaculizarlo, en la medida en que evidencia el envejecimiento de una
nación, disminuyéndole las fuerzas físicas de trabajo y, por consiguiente,
atrofiando los
procesos necesarios para el avance de los pueblos, en razón a que siempre es el hombre el
protagonista del desarrollo.
2. Es una realidad que países que hoy cuentan con menos desarrollo económico y
social presentan una elevada tasa de aumento de la población y que, en consideración a este
fenómeno, se han implantado fuertes políticas antinatalistas desatendiendo verdaderas
políticas familiares coherentes con las exigencias de la persona y de la familia, promotoras
de un verdadero desarrollo integral de la sociedad. En este punto es preciso advertir con
palabras de Juan Pablo II que “tal política familiar no debe entenderse como un esfuerzo
indiscriminado para reducir a cualquier precio el índice de natalidad [...] cuando es notorio
que aún para el desarrollo, un equilibrado índice de población es indispensable. Se trata de
combinar esfuerzos para crear condiciones favorables a la existencia de familias sanas y
equilibradas...”80 .
Si bien la anticoncepción, la esterilización y el aborto están entre las causas que
contribuyen a la reducción de la tasa de natalidad, no pueden ser éstas las vías que
conduzcan a la disminución de los pobres de una sociedad, en la medida en que esas
políticas no corresponden a las verdaderas causas de pobreza del pueblo 81 . La pretensión
de los métodos antinatalistas es evitar el nacimiento de los niños para controlar la explosión
demográfica; para lograr su cometido, estas medidas van desde la coacción y limitación a
los padres en su vocación de procreadores, atropellando el derecho a la fecundidad en el
79
JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, 33.
JUAN PABLO II. Homilía en el patio del seminario Palafoxiano de Puebla, 28 de Enero de 1979. En:
LOPEZ, Teodoro, Op. Cit., p. 67.
80
51
matrimonio, la libertad de los mismos a fundar y organizar su familia y la degradación del
valor inigualable de la maternidad;
hasta la promoción del aborto, maltratando así el
derecho esencial y fundante de cualquier otro: el derecho a la vida.
Una mirada a la realidad de las naciones nos lleva al asombro ante una gran brecha
de diferencias económicas, sociales, culturales, etc.
entre ricos y pobres; pero sería una
respuesta ligera encontrar como causa directa de esta grave crisis, exclusivamente, el
aumento de la población.
De una parte, el camino para resolver la problemática
demográfica por parte de las autoridades públicas tiene que estar orientado “... a la creación
de las condiciones económicas, sociales, médico -sanitarias y culturales que permitan a los
esposos tomar sus opciones pro creativas con plena libertad y con verdadera
responsabilidad; debe además esforzarse en <<aumentar los medios y distribuir con mayor
justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la
creación. Hay que buscar soluciones a nivel mundial, instaurando una verdadera economía
de comunión y de participación de bienes, tanto en el orden internacional como
nacional>>(115). Este es el único camino que respeta la dignidad de las personas y de las
familias, además de ser el auténtico patrimonio cultural de los pueblos”82 .
De otro lado, ante la preocupación por la pobreza creciente, especialmente, en los
países subdesarrollados y en vía de desarrollo, las políticas gubernamentales deben atender
a las necesidades más imperiosas en la población, buscando soluciones radicales a
problemas de fondo, por ejemplo, dos indicadores particularmente reveladores de la
situación de pobreza son:
la crisis de la vivienda y el desempleo83 .
Frente a estas
problemáticas, si bien el Estado no tiene la responsabilidad exclusiva y primera -porque
primero están la persona y los grupos intermedios y asociaciones en que se articula la
sociedad -si está llamado por el principio de subsidiaridad a crear condiciones favorables
para que las familias puedan acceder a la propiedad, promoviendo oportunidades de trabajo
para todos, asegurando niveles salariales dignos para el
trabajador y su familia,
81
Cfr. JUAN PABLO II. Encíclica Evangelium Vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana, 25 de Marzo de 1995, 16.
82
Ibid., 91.
83
Cfr. JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, Op. Cit., 17 - 18
52
protegiendo la libertad individual y el derecho a la propiedad privada, garantizando el
derecho a la educación de los hijos, otorgando una adecuada prestación de los servicios
públicos esenciales, interviniendo en los casos de monopolios económicos y competencia
desleal, inculcando en los ciudadanos la virtud de la solidaridad con miras a la consecución
del bien común, etc.84 .
3.
Si bien la armonización y dirección del desarrollo están en cabeza de las
autoridades públicas, quienes en conformidad con la sana prudencia deben orientar políticas
dentro del Estado para la efectiva realización del bien común, también es cierto que, en
virtud del principio de subsidiaridad, no le es lícito al Estado sofocar ni suplantar el papel
de la familia y las demás instituciones intermedias de la sociedad, sino que, precisamente
por ser éstas anteriores a él, su papel fundamental es tutelarles sus derechos85 .Este principio
de subsidiaridad ha sido explicado por el Papa en los siguientes términos: “Una estructura
social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden
inferior, privándolo de sus competencias, sino que más bien debe sostenerlo en caso de
necesidad y ayudarlo a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con
miras al bien común”86 .
Frente a esta cuestión, la Iglesia ha sido clara en afirmar que, si bien las autoridades
públicas tienen la labor de intervenir para orientar la demografía de la población,
especialmente a través de políticas familiares, hay que insistir en que “estas iniciativas
deben siempre presuponer y respetar la responsabilidad primaria e inalienable de los
esposos y de las familias, y no pueden recurrir a métodos no respetuosos de la persona y de
sus derechos fundamentales, comenzando por el derecho a la vida de todo ser humano
inocente. Por tanto, es moralmente inaceptable que, para regular la natalidad, se favorezca
o se imponga el uso de medios como la anticoncepción, la esterilización y el aborto”87 .
84
Cfr. JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 48.
Cfr. Ibid., 11.
86
Ibid., 48.
87
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 91.
85
53
El esfuerzo por el verdadero desarrollo no es un compromiso exclusivo del estado
sino de todos sus miembros, quienes unidos por los lazos de la solidaridad, buscan atender
sus distintas necesidades. En efecto, la decisión sobre el número de hijos de una familia
corresponde principalmente a los padres y no le está atribuida al Estado la potestad para tal
determinación, a éste le corresponden otro tipo de deberes como la facilitación a las
familias para que puedan vivir dignamente, la garantización de la educación de los hijos,
entre otros, ya mencionados.
Es preciso recordar en este punto que, el individuo y la
familia no son ajenos al desarrollo, todo lo contrario, son sus protagonistas y es,
precisamente, uno de los fines de la institución familiar, la participación en el desarrollo de
la sociedad88 .
88
Cfr. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 17. En la tercera parte de este documento se exponen los
cometidos generales de la familia en la siguiente forma: 1) formación de una comunidad de personas; 2)
servicio a la vida; 3) participación en el desarrollo de la sociedad; 4) participación en la vida y misión de la
Iglesia.
54
Artículo 3
Si el Estado debe Prohibir el Aborto
I. Objeciones:
Parece que el Estado no debe prohibir el aborto porque:
1. La Constitución Política consagra en el
artículo 42 que: “La pareja tiene
derecho a decidir libre y responsablemente el número de sus hijos”, por ello, la pareja
es la que decide si quiere tener al hijo concebido pero no nacido, por consiguiente, el
Estado no debe prohibir el aborto.
2. El no nato hace parte del cuerpo de la madre y ella tiene derecho a decidir
acerca de su propio cuerpo, por tanto, el Estado no debe prohibir el aborto.
3. El Estado sólo debe prohibir conductas antijurídicas y el nasciturus no es
titular de derechos, por consiguiente, el Estado no debe prohibir el aborto.
4. La decisión acerca de abortar o no está supeditada al culto religioso que la
pareja profese y como el Estado garantiza la libertad de cultos89 , no debe prohibir el
aborto.
89
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 19: “Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona
tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva”.
55
5. Los derechos requieren que el titular tenga autonomía y, por carecer de esta
condición, el nasciturus no es sujeto de derechos, por tanto, no hay razón para que el
Estado prohíba el aborto.
6. Toda mujer tiene derecho a su libertad e integridad físicas, por tanto, cuando
queda embarazada como fruto de una violación, el Estado, al presentarse este caso, no
debe prohibir el aborto.
Sin embargo, afirma Juan Pablo II: “Por esto, nuestra acción de «pueblo de la vida y
para la vida» debe ser interpretada de modo justo y acogida con simpatía. Cuando la Iglesia
declara que el respeto incondicional del derecho a la vida de toda persona inocente —desde
la concepción a su muerte natural— es uno de los pilares sobre los que se basa toda
sociedad civil, «quiere simplemente promover un Estado humano. Un Estado que
reconozca, como su deber primario, la defensa de los derechos fundamentales de la persona
humana, especialmente de la más débil»”90 .
II.
Respuesta general
Actualmente, en la sociedad se vive una mentalidad relativista que tiene sus
manifestaciones en todos los campos del saber humano y, por ello, en las consecuencias
prácticas dentro del comportamiento social de las personas. Con el influjo de las tesis
agnosticistas y racionalistas, al igual que con todas las formas de voluntarismo, se ha
abandonado la verdad, con el planteamiento según el cual no existe un criterio objetivo de
certeza para que el hombre pueda acceder a la realidad por medio de su conocimiento, sino
que la realidad carece de entidad propia, pasando a ser un objeto de creación intelectual. Y
esto tiene inmensas repercusiones, no sólo en el plano ético, sino también en el ámbito de la
juridicidad.
90
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 101
56
En efecto, siendo los derechos realidades íntimamente relacionadas con el ser
humano ( y en especial el derecho a la vida que es su mismo ser91 ) sufren los devastadores
efectos de dichas teorías, porque dejan de ser cosas que le corresponden al hombre en
virtud de su dimensión jurídica natural, para convertirse en dádivas que recibirá, según una
mayoría legislativa lo apruebe o no. Es así como el positivismo jurídico sostiene que se es
sujeto de derechos siempre que la ley del Estado otorgue esta calidad, lo cual resulta lógico
para las personas jurídicas pero, de ningún modo, para los seres humanos92 . En relación con
esto, el Santo Padre afirma: “la vida social se adentra en las arenas movedizas de un
relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de
los derechos fundamentales, el de la vida”93 .
Acerca de esto, también ha insistido el Sumo Pontífice: “De este modo se produce
un cambio de trágicas consecuencias en el largo proceso histórico, que después de descubrir
la idea
de
los « derechos humanos »
—como derechos inherentes a cada persona y
previos a toda Constitución y legislación de los Estados— incurre hoy en una sorprendente
contradicción: justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos
inviolables de la persona y se afirma públicamente el valor de la vida, el derecho mismo a
la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más
emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte”94 .
Juan Pablo II, aclara el papel del Estado frente a la protección del derecho
fundamental a la vida en todas sus etapas y descalifica las falsas concepciones de
legitimación democrática de algunos atentados contra la vida, afirmando que “Es lo que, de
hecho, sucede también en el ámbito más propiamente político o estatal: el derecho
originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto
parlamentario o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria— de la población. Es
el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el «derecho» deja de
91
Cfr. De Anima II, Cap 4; C. G., I, 98.
Cfr. GARCIA MAYNEZ, Eduardo. Filosofía del Derecho Ed. Porrúa S.A. México 1996 P. 137 y ss.
93
JUAN PABLO II. Evangelium Vitae, 19.
94
Ibid., 18.
92
57
ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona,
sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar
de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental”95 .
Si el Estado no protege la vida de la persona humana, con el pretexto de respetar la
voluntad de la mayoría de los miembros que representan a los ciudadanos en las
corporaciones legislativas y judiciales, pierde toda legitimidad, porque traiciona uno de sus
cometidos más fundamentales cual es el de proteger a las personas en su vida96 : “El Estado
deja de ser la «casa común» donde todos pueden vivir según los principios de igualdad
fundamental y se transforma en Estado tirano que presume poder disponer de la vida de
los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de
una utilidad pública, que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que
todo acontece con el más firme respeto a la legalidad, al menos cuando las leyes que
permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas.
Pero, en realidad, estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal
democrático que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda
persona humana, es
traicionado en sus
mismas bases:
« ¿Cómo es posible hablar
todavía de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e
inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre
las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta
dignidad? ». Cuando se verifican estas condiciones, se han introducido ya los dinamismos
que llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana y a la disgregación de la
misma realidad establecida”97 .
En efecto, es indudable que el Estado debe proteger la vida humana contra todas las
forma de violencia que atenten contra ella, sin importar la etapa en que ésta se encuentre, so
pena de deslegitimarse. Y, a este respecto, la misma Corte Constitucional ha sido tajante en
95
Ibid., 20.
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 2: “Las autoridades de la República están instituidas
para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias, y demás
derechos y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los
particulares”.
97
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 20.
96
58
señalar que: “El Estado tiene la obligación de establecer, para la defensa de la vida que se
inicia con la concepción, un sistema de protección legal efectivo, y dado el carácter
fundamental del derecho a la vida, su instrumentación necesariamente debe incluir la
adopción de normas penales, que están libradas al criterio discrecional del legislador,
dentro de los límites del ordenamiento constitucional. El reconocimiento constitucional de
la primacía e inviolabilidad de la vida excluye, en principio, cualquier posibilidad
permisiva de actos que estén voluntaria y directamente ordenados a provocar la muerte de
seres todavía no nacidos, y autoriza al legislador para penalizar los actos destinados a
provocar su muerte. La vida del nasciturus encarna un valor fundamental, por la esperanza
de su existencia como persona que representa, y por su estado de indefensión manifiesto que
requiere de la especial protección del Estado. En la Carta Política la protección a la vida
del no nacido, encuentra sustento en el Preámbulo, y en los artículos 2° y 5°, pues es deber
de las autoridades públicas, asegurar el derecho a la vida de "todas las personas", y
obviamente el amparo comprende la protección de la vida durante su proceso de formación
y desarrollo, por ser condición para la viabilidad del nacimiento, que da origen a la
existencia legal de las personas”98 .
Sin embargo, si bien es la perversión de las costumbres morales, por el influjo de
corrientes de pensamiento que desconectan enteramente los actos humanos de la verdad, lo
que lleva a los estados a olvidarse de su obligación de proteger la vida en la integridad de
circunstancias, el desconocimiento por parte del Estado de su deber de prohibir el aborto
como abierto atentado contra la vida genera, a su vez, como en un círculo vicioso, una
mayor pérdida del sentido moral y, por ende jurídico, del aborto. Sobre esto, ha dicho el
Papa: “La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es
señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de
distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la
vida.... el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se
realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al
nacimiento”. Y continúa: “La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su
98
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia C-133 de 1994, (*Cursiva en el texto).
59
verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las
circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que
comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá
ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto
de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza
implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la
protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es
precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura”99 .
Habiendo dado respuesta en forma general a la cuestión que nos ocupa,
procederemos a responder de manera particular a las objeciones.
III.
Respuesta a las objeciones
1. A la primera objeción respondemos que efectivamente la pareja puede decidir
el número de hijos que quiera tener como ya quedó demostrado anteriormente100 , pero
ello no implica el derecho de quitar la vida al hijo que ya se ha concebido, porque un
derecho no puede, por sí mismo, significar la negación de otro (y menos del derecho
fundante), puesto que ello implicaría una incompatibilidad que pugna con la realidad y la
lógica jurídicas, enraizadas en los más elementales principios especulativos y, en
concreto, en el principio de no-contradicción. Además, a este propósito, hacemos
nuestras las palabras de la Corte Constitucional cuando afirma: “...la pareja puede
ejercer este derecho sólo hasta antes del momento de la concepción; por consiguiente,
dicha norma no le da derecho para provocar la interrupción del proceso de la
gestación, pues la inviolabilidad del derecho a la vida, esto es, a la existencia humana,
que reclama la tutela jurídica del Estado, asiste al ser humano durante todo el proceso
biológico que se inicia con la concepción y concluye con el nacimiento. No implica
99
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 58.
Véase en este documento el Artículo 2, Cuestión II.
100
60
desconocimiento de la autonomía o autodeterminación de la mujer o de la pareja para
decidir sobre tan trascendente aspecto de sus vidas, a través de las prácticas
anticonceptivas, o que se ignoren los derechos a la dignidad personal, libre desarrollo
de la personalidad, integridad física y moral, honor e intimidad personal y familiar,
pues dicha autonomía y el ejercicio de los referidos derechos, debe compatibilizarse con
la protección de la vida humana”101 . En consecuencia, resulta claro que el Estado si
debe prohibir el aborto.
2. En relación con esta dificultad vamos, una vez más, a valernos de las palabras
de la Corte Constitucional para responder con sus argumentos, por considerar que ya la
posición del Papa ha sido clara para este efecto. Afirma la Corte, en relación con el
carácter de individuo que tiene el nasciturus, y por tanto, de su calidad de sujeto
independiente de la madre:
“En atención a que la gestación genera un ser
existencialmente distinto de la madre, cuya conservación y desarrollo, no puede quedar
sometido a la libre decisión de la embarazada, y su vida está garantizada por el
Estado...”102 . Por lo anterior el Estado debe prohibir el aborto.
3. Nos parece que esta objeción ya quedó resuelta anteriormente en el
pensamiento de Juan Pablo II. Sin embargo, queremos agregar que el nasciturus es
persona humana y, por tanto, es titular del derecho a la vida sin que para ello tenga que
mediar ningún reconocimiento jurídico; el nasciturus tiene, por el hecho de ser persona
humana, una juridicidad natural.
4. En relación con esta objeción, el Santo Padre aclara que la preocupación por
el respeto a la vida humana no es una inquietud sólo de los cristianos, sino que es un
problema jurídico que atañe a todos y que, por tanto, supera el ámbito del derecho a la
libertad de cultos: “El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es
para todos. El tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de
101
102
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia C- 133 de 1994, (Cursiva en el texto).
Ibid.
61
los cristianos. Aunque de la fe recibe luz y fuerza extraordinarias, pertenece a toda
conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la suerte de la
humanidad. En la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, pero de ningún
modo interpela sólo a los creyentes: en efecto, se trata de un valor que cualquier ser
humano puede comprender a la luz de la razón y que, por tanto, afecta necesariamente a
todos”103 . Por lo anterior, podemos afirmar que la decisión de abortar supera el ámbito
de la conciencia religiosa y afecta los pilares fundamentales de un Estado de derecho; sin
duda el Estado en razón de éstas y otras realidades debe prohibir el aborto en todas sus
circunstancias.
Pero, al igual que lo hemos hecho con las objeciones anteriores, atenderemos
también al concepto de la Corte Constitucional sobre este punto: “En lo que atañe a las
libertades de conciencia y de cultos, garantizadas por la Constitución Política, en los
artículos 18 y 19, respectivamente, se anota que el ejercicio de los derechos dimanantes
de estas libertades, tiene como limites no sólo la salvaguarda de la seguridad, la
salubridad y la moralidad públicas, elementos constitutivos del orden público,
protegidos por la ley en el ámbito de una sociedad democrática, sino el derecho de los
demás a disfrutar de sus libertades públicas y derechos fundamentales, como es el caso
del derecho a la vida del nasciturus. Por consiguiente, bajo el amparo de las libertades
de conciencia y de cultos, no es procedente legitimar conductas que conduzcan a la
privación de la vida humana durante el proceso de su gestación”104 .
5. En relación con esta dificultad, respecto a las consideraciones acerca de la
autonomía como
presupuesto
para tener derechos, anota
el
Obispo de Roma:
“... Podemos encontrarlas en valoraciones generales de orden cultural o moral,
comenzando por aquella mentalidad que, tergiversando e incluso deformando el
concepto de subjetividad, sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta
con plena o, al menos, incipiente autonomía y sale de situaciones de total dependencia
de los demás. Pero, ¿cómo conciliar esta postura con la exaltación del hombre como ser
103
104
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 101.
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia C- 133 de 1994, (Cursiva en el texto).
62
« indisponible »? La teoría de los derechos humanos se fundamenta precisamente en la
consideración del hecho que el hombre, a diferencia de los animales y de las cosas, no
puede ser sometido al dominio de nadie. También se debe señalar aquella lógica que
tiende a identificar la dignidad personal con la capacidad de comunicación verbal y
explícita y, en todo caso, experimentable. Está claro que, con estos presupuestos, no hay
espacio en el mundo para quien, como el que ha de nacer o el moribundo, es un sujeto
constitutivamente débil, que parece sometido en todo al cuidado de otras personas,
dependiendo radicalmente de ellas, y que sólo sabe comunicarse mediante el lenguaje
mudo de una profunda simbiosis de afectos. Es, por tanto, la fuerza que se hace criterio
de opción y acción en las relaciones interpersonales y en la convivencia social. Pero
esto es exactamente lo contrario de cuanto ha querido afirmar históricamente el Estado
de derecho, como comunidad en la que a las « razones de la fuerza» sustituye la «
fuerza de la razón»”105 . Por eso, resulta evidente que el nasciturus, aunque esté en la
primera etapa de su desarrollo, goza del derecho a la vida y el Estado, para ampararlo,
debe prohibir el aborto.
6. No cabe duda que la presente objeción presenta una dificultad especial. Sin
embargo, el Santo Padre, al referirse a ella explica que, si bien la circunstancias atenúan
la falta subjetivamente, en su materia no deja de ser un atentado intolerable contra la
vida: “Las opciones contra la vida proceden, a veces, de situaciones difíciles o incluso
dramáticas de profundo sufrimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas,
depresión y angustia por el futuro. Estas circunstancias pueden atenuar incluso
notablemente la responsabilidad subjetiva y la consiguiente culpabilidad de quienes
hacen estas opciones en sí mismas moralmente malas. Sin embargo, hoy el problema va
bastante más allá del obligado reconocimiento de estas situaciones personales. Está
también en el plano cultural, social y político, donde presenta su aspecto más
subversivo e inquietante en la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos
105
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 101.
63
delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben
reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos”106 .
También la Corte Constitucional ha estudiado el caso, al decidir una demanda de
constitucionalidad de los artículos que en nuestro código penal tipifican dicha conducta,
para concluir que: “Aun considerada la ofensa inferida a la mujer por el delincuente -de
cuya sanción deberá ocuparse el Estado-, nadie puede alegar un derecho a cometer un
crimen. A ninguna persona es lícito hacer justicia por su propia mano, menos todavía si,
como en estos casos ocurre, pretende dirigir su acto retaliatorio contra un ser totalmente
ajeno al agravio causado. El ser engendrado a partir del acto violento no es sino otra
víctima -la más indefensa e inocente- del violador o de quien manipuló sin autorización de
la mujer la inseminación artificial. Si se acude al sano equilibrio que emana de la
verdadera justicia, se ha de concluir en que, sin dejar de entender la reacción de la madre
ante el hecho punible perpetrado en persona suya, resulta jurídicamente inaceptable que el
fruto de la concepción, también un ser humano, pague el delito con su vida cuando no ha
sido el agresor, es decir, que espíe la culpa de un tercero y pierda, por decisión unilateral
de su progenitora, la oportunidad de vivir. Se confunde el acto de la violación o de la
inseminación abusiva con el de la maternidad. Mientras el primero ocasiona daños muy
graves que se proyectan en la vida futura de la víctima, a veces de modo irreparable, y
lesiona de veras la dignidad femenina, el segundo, en cuanto representa la transmisión de
la vida a un ser humano, dignifica y enaltece a la madre. Nadie podrá tildar de indigna a
la mujer que, no obstante haber sido violada y hallarse encinta como consecuencia de la
violación, decide dar a luz. No reside la dignidad de la mujer en reconocerle un derecho
que naturalmente no tiene. Pero, aun admitiendo, en gracia de discusión, que la
prohibición legal del aborto en los eventos descritos implicara agravio a la dignidad de la
mujer, este derecho no podría jamás entenderse como prevalente sobre el de la vida del
que está por nacer107 . Aún en este caso, el Estado debe prohibir el aborto, mediante su
debida penalización, independientemente de que, por razones de política criminal u otras
similares, gradúe la pena según sus circunstancias.
106
JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 18. (Cursiva en el texto).
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia C- 013 de 1997. M.P. Jose Gregorio Hernández Galindo.
(Cursiva en el texto).
107
64
CUESTIÓN TERCERA
LA INSTITUCIÓN FAMILIAR
65
Artículo 1
Si el Estado debe Reconocer Personería Jurídica a
la Familia
I. Objeciones
Parece que el Estado no debe reconocer personería jurídica a la familia porque:
1. La personalidad jurídica implica necesariamente una unidad o individualidad
de la que carece la familia y, por tanto, no pudiendo ser la familia un único sujeto, es
indebido que se le reconozca personería jurídica.
2. La personalidad jurídica requiere la existencia de un sujeto concreto que la
soporte,
pero la familia es un ente abstracto, por tanto, no debe reconocérsele
personería jurídica.
3. No es posible determinar en todos los casos, cuándo queda constituida una
familia y quiénes forman parte de ese núcleo familiar, por consiguiente, no es posible
reconocerle personería jurídica.
4. La familia, como tal, no es sujeto de derechos y, por esto, no debe tener
personalidad jurídica reconocida por el Estado.
Sin embargo, afirma Juan Pablo II que: “la familia es sujeto mas que otras
instituciones sociales”108 , y si es sujeto, puede tener derechos y contraer obligaciones, por
lo cual, debe reconocérsele su personalidad jurídica, con todos los atributos que ese
reconocimiento implica.
66
II. Respuesta general:
“La familia constituye la célula fundamental de la sociedad”109 , y esto no
representa simplemente una frase recurrida, es una realidad natural evidente. Sin la familia
una sociedad no podría ser, como el cuerpo no tiene vida sin sus células, pero ello no se
refiere solamente a la mera pervivencia de la sociedad en sus generaciones, sino así mismo
en su substrato cultural y espiritual. Estas concepciones, que están claras desde la
antigüedad, solamente pueden ser opacadas por los pensamientos individualistas o
colectivistas que reducen la naturaleza de la familia. Si la primera ve al individuo como
algo que se desarrolla por sí mismo, para la segunda constituye solamente la institución
reproductora de la sociedad. Pero la familia es más que eso: “la familia es - más que
cualquier otra realidad social – el ambiente en el que el hombre puede vivir a través de la
entrega sincera de sí. Por esto la familia es la institución social que no se puede ni se debe
sustituir”110 , la familia es “el santuario de la vida”111 .
Hoy en día, la antropología social sabe que el hombre es un ser de cultura, según lo
que recibe en el plano psíquico y espiritual de su pueblo, y la familia es quien se lo
transmite; sabe, además, que el hombre necesita de la casa (de lo cual hablaremos en el
siguiente artículo) y, por tanto, de la familia que cuide la satisfacción de sus necesidades
vitales, para poder ser un sujeto social que aporte y así realizar las metas que su naturaleza
le impone. Sobre esto Aristóteles dejó claro cuál es el primer cometido de la familia: la
dirección doméstica ordenada a la satisfacción de las necesidades de la vida cotidiana del
hombre112 .
Por ello, resulta evidente que la sociedad lo recibe todo de la familia, pues esta
aporta los miembros de los que se alimenta la estructura y el engranaje de la comunidad
108
JUAN PABLO II, Carta las Familias, 15.
Ibid., 13.
110
Ibid., 11.
111
JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 39.
109
67
política; de la familia salen los gobernantes que dirigirán sus destinos, los obreros que
producirán los bienes necesarios para la vida y, en general, todo su componente humano
con el bagaje cultural y espiritual preservado al interior de la comunidad familiar. “Por
tanto, no es exagerado afirmar que la vida de las Naciones, de los Estados y de las
Organizaciones Internacionales pasa a través de la familia...”113 .
Pero, hasta el momento, sólo hemos hablado de todo lo que la sociedad recibe de la
familia. Ahora, para ocuparnos en concreto de nuestra cuestión, miraremos qué le debe la
sociedad a la familia. Se formula el Vicario de Cristo esta misma pregunta de otro modo:
“La familia como institución ¿qué espera de la sociedad?” y responde “Ante todo que sea
reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social” 114 . En efecto, lo
primero que el Estado como forma política y jurídica de organización de la sociedad debe
hacer, es reconocer y aceptar a la familia como la realidad social natural y primaria que es,
con las implicaciones jurídicas que de suyo esto conlleva.
Sin embargo, esta aceptación y este reconocimiento de la dimensión jurídica de la
familia, se constituye en una obligación que el Estado tiene para con ella como institución
social y no consiste más que en la aceptación y reconocimiento de una realidad natural, cual
es que la familia, por sí misma, es titular de derechos frente al Estado y los demás sujetos.
(Pero en este artículo no nos ocuparemos del contenido de esos derechos, sino únicamente
en la calidad de sujeto de derechos que tienen la familia). Pero ¿de dónde le viene la
subjetividad jurídica a la familia?. Es verdad que sólo la persona tiene, en razón de su
dominio ontológico, cosas suyas115 , y que por el simple hecho de ser persona tiene como
suyos unos bienes. No obstante, en la doctrina jurídica actual, no existe duda de que - dice
Savigny -, “existen
complejos
jurídicos sin
sujeto”(sin persona humana). Y continúa,
“ Ahora bien: el concepto de derecho presupone el de sujeto. En el caso debe, pues, haber
112
Cfr. MESSNER, Johannes. La Cuestión Social. Madrid: Rialp, 1996, p. 543.
JUAN PABLO II, Carta las Familias, 15.
114
Ibid.
113
115
HOYOS CASTAÑEDA. La causa del derecho. Estudio desde una Concepción Realista. En: DIKAION
2, Revista de Fundamentación Jurídica, Facultad de Derecho Universidad de la Sabana, 1989, p. 55.
68
un sujeto de derecho que no es persona física. Tal sujeto es la persona colectiva”116 . Pues,
la familia es titular de derechos y de deberes dentro de los diferentes ordenamientos
jurídicos y, por ello, debe, en consonancia con lo anterior, reconocérsele personalidad
jurídica porque la tiene.
En efecto, en nuestra Constitución Política actual, se tiene, expresamente, a la
institución familiar como titular de deberes jurídicos117 , y también como titular de derechos,
es decir, como sujeto con personalidad jurídica118 al decir que
tiene capacidad para
soportar un patrimonio, pues el patrimonio es un atributo de la personalidad, sin hablar de
los demás derechos no patrimoniales mencionados allí. Dice el Sumo Pontífice que
“La
familia, como comunidad de amor y de vida, es una realidad social sólidamente arraigada y,
a su manera, una sociedad soberana, aunque condicionada en varios aspectos. La
afirmación de la soberanía de la institución-familia y la constatación de sus múltiples
condicionamientos inducen a hablar de los derechos de la familia”119 .
Pero no hay que confundir los derechos de la familia con los derechos de los
miembros que la componen, aunque estén íntimamente ligados a estos; la familia como tal
es titular de unos derechos que le son propios: los derechos de la familia están íntimamente
relacionados con los derechos del hombre. En efecto, “si la familia es comunión de
personas, su autorrealización depende en medida significativa de la justa aplicación de los
derechos de las personas que la componen. Algunos de estos derechos atañen directamente
116
Citado por GARCIA MAYNEZ, Eduardo. Filosofía del derecho. 8ª. Ed. México D.F.: Porrúa S.A., 1996,
p. 147.
117
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 44 : “La familia, la sociedad y el Estado tienen la
obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de
sus derechos. Cualquier persona puede exigir de la autoridad competente su cumplimiento y la sanción de los
infractores”.
Artículo 67: “ El Estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación, que será
obligatoria entre los cinco y los quince años de edad y que comprenderá como mínimo, un año de
preescolar y nueve de educación básica”.
118
Ibid., artículo 42: “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos
naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por
la voluntad responsable de conformarla.
El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia. La ley podrá determinar el
patrimonio familiar inalienable e inembargable. La honra, la dignidad y la intimidad de la familia
son inviolables”.
119
JUAN PABLO II, Carta las Familias, 17.
69
a la familia, como el derecho de los padres a la procreación responsable y la educación de
la prole; en cambio, otros derechos atañen al grupo familiar sólo indirectamente. Entre
éstos, tienen singular importancia el derecho a la propiedad, especialmente la llamada
propiedad familiar, y el derecho al trabajo”. Y continúa el Santo Padre: “Sin embargo, los
derechos de la familia no son simplemente la suma matemática de los derechos de la
persona, siendo la familia algo más que la suma de sus miembros considerados
singularmente. La familia es comunidad de padres e hijos; a veces, comunidad de diversas
generaciones, por esto su subjetividad que se construye sobre la base del designio de Dios,
fundamenta y exige derechos propios y específicos”120 .
Ahora bien, si ya no existe duda acerca de la personalidad jurídica de la institución
familiar, es deber del Estado reconocer esa realidad y darle, así, efectos jurídicos concretos,
más aún en el Estado Colombiano en donde es la misma Constitución la que consagra el
reconocimiento de la personalidad jurídica a toda persona, sin distinguir si se trata o no de
una persona humana, sino de un titular de derechos121 . Y es deber, en sentido jurídico,
porque es una cosa que le corresponde a la familia como suya, en razón de su misma
naturaleza de institución social, y que encuentra su justificación en la necesidad que tiene el
Estado de brindar las condiciones para el perfeccionamiento del hombre en sociedad y la
primera condición requerida socialmente por el hombre es la familia en toda su dimensión
jurídica y política.
No obstante, de nada sirve a la familia tener unos derechos y no poderlos hacer
efectivos en la práctica por la falta de un reconocimiento jurídico debido. En términos de
Juan Pablo II, hablando del hombre como sujeto de derechos y, trasladándoselo nosotros a
la familia en su condición de tal: “Todos los derechos del hombre son, en definitiva,
frágiles e ineficaces, si en su base falta el imperativo: honra; en otros términos, si falta el
120
JUAN PABLO II, Carta las Familias, 17.
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991,
reconocimiento de su personalidad jurídica”.
121
artículo 14:
“Toda persona tiene derecho al
70
reconocimiento del hombre (de la familia) por el simple hecho de que es hombre, este
hombre. Por sí solos, los derechos no bastan” 122 .
Y es que ese reconocimiento no representa una simple formalidad jurídica
sin efectos prácticos. Lo sería, en gran medida, si se considerase a la familia simplemente
como una institución reproductora de la sociedad. La familia tiene unas funciones sociales
y políticas que exceden a la anterior; dice el Obispo de
Roma, al hablar de la función
social y política de la familia, que “La familia no puede ciertamente reducirse a la función
procreadora y educativa. Aunque encuentra en ella su primera e insustituible forma de
expresión (...) La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la
forma de intervención política, es decir, la familia debe ser la primera en procurar que las
leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan
positivamente los derechos y los deberes de la familia”123 . Con estas exigencias que
resultan de las amplias funciones de la institución-familia, vemos claro el deber del Estado
de reconocer personalidad jurídica a las familias, para que no solamente sean titulares de
derechos ineficaces, sino que puedan exigirlos en su calidad de sujetos jurídicos y, así,
lograr que ellos se realicen mediante los actos de justicia.
III. Respuesta a las objeciones.
Después de haber dado una respuesta general a la pregunta que nos ocupa en el
presente artículo, procederemos a responder, en particular, a cada una de las objeciones.
1. A la primera objeción respondemos que, si bien la familia, por ser una
sociedad, está compuesta por varios individuos, no por eso carece de unidad. La
composición no obsta para que exista unidad, porque todo lo que es, es uno, sea o no,
compuesto; por ejemplo, el hombre se compone de cuerpo y alma, pero es uno 124 . Al
122
JUAN PABLO II, Carta las Familias, 15.
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 18.
124
Cfr. Al respecto se puede consultar Aristóteles, Metafísica, Libro quinto, Capítulo sexto y Libro Décimo
Capítulo primero.
123
71
respecto, afirma la Corte Constitucional que “La familia es una comunidad de intereses,
fundada en el amor, el respeto y la solidaridad. Su forma propia, pues, es la unidad;
unidad de vida o de destino -o de vida y de destino, según el caso- que liga íntimamente
a los individuos que la componen. Atentar contra la unidad equivale a vulnerar la
propiedad esencial de la familia. Siempre la familia supone un vínculo unitivo”125 . Por
tanto, la familia es un único sujeto jurídico y tiene el derecho a que se le reconozca
como tal. Consideramos que en este punto los argumentos del Papa ya quedaron claros.
2. A la segunda dificultad, respondemos que
la familia es una realidad, y lo
real es aquello que existe con independencia del pensamiento; lo real es concreto y, si
es evidente que la familia es una realidad (como ya quedó afirmado en la respuesta
general), es un error decir que la familia es algo abstracto. Por tanto, la familia si es
sujeto de derechos.
3. La tercera dificultad se resuelve, afirmando que la comunidad familiar puede
estar constituida por un diverso número de miembros, también distintos en su calidad.
Es decir, que las familias pueden estar constituidas de múltiples formas. Pero esto no
implica, en modo alguno, que no sea posible saber en cada caso concreto cuando
estamos en presencia de una familia plenamente constituida. La familia en principio
encuentra su fundamento y núcleo en la unión conyugal126 : “La comunión conyugal
constituye el fundamento sobre el que se va edificando la más amplia comunión de la
familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y las hermanas entre sí, de los
parientes y los demás familiares”127 . Es en el núcleo familiar donde hallamos una
primera respuesta a la dificultad tratada, en la comunión conyugal, porque a partir de
ella se forma la familia y, en torno a la misma, encuentra su desarrollo y ampliación
hasta comprender, incluso, familiares lejanos quienes, mientras mantengan ese vínculo
con el núcleo, hacen parte de esa única familia.
125
CORTE CONSTITUCIONAL. Sentencia T 447 de 1994. M.P. Vladimiro Naranjo Mesa.
CONSTITUCIÓN POLÍTICA, 1991, artículo 42: “La familia es el núcleo fundamental de la
sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una
mujer de contraer matrimonio...”.
126
72
Sin embargo, ello no obsta para que existan familias en que ya no haya una
unión conyugal y, por los vínculos afectivos, se constituya una comunión de vida
“natural” y permanente en donde sus miembros se ayuden entre sí y realicen gran parte
de su naturaleza social, pudiéndose determinar la existencia real de la instituciónfamilia.
4. Esta dificultad ya quedó resuelta en la respuesta general.
127
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 21.
73
Artículo 2
Si el Estado está en la Obligación de Garantizar un
Ingreso de Familia Adecuado
I. Objeciones
Parece que el Estado no está obligado a garantizar un ingreso de familia adecuado porque:
1. El Estado sólo debe ocuparse de los asuntos más relevantes de la
sociedad y el ingreso
familiar no es uno de estos asuntos, por tanto, no está en la obligación de garantizar un
ingreso de familia adecuado.
2. El Estado no debe interferir en las cuestiones económicas, porque ellas se rigen por las
leyes invisibles del mercado, por consiguiente, siendo el ingreso familiar una cuestión
económica, el Estado no está obligado a garantizarlo.
3. El Estado debe dar el mismo ingreso a todas las familias, por tanto, no está en la
obligación de garantizar un ingreso adecuado.
Sin embargo, afirma Juan Pablo II: “Considerando los derechos de los hombres del trabajo,
precisamente en relación con este ¡empresario indirecto!, es decir, con el conjunto de las
instancias a escala nacional (el Estado) e internacional responsables de todo el
ordenamiento de la política laboral, se debe prestar atención en primer lugar a un problema
fundamental. Se trata del problema de conseguir trabajo, en otras palabras, del problema de
encontrar un empleo adecuado para todos los sujetos capaces de él” 128 . Y es, a través del
trabajo justo, como se garantiza un ingreso familiar; el Estado, al encontrarse en la
128
JUAN PABLO II, Laborem Exercens, 18.
74
obligación de proporcionar oportunidades para un trabajo justo, lo está, consecuentemente,
a garantizar un ingreso familiar adecuado.
II. Respuesta general
El Estado tiene como finalidad primordial proporcionar a sus miembros las condiciones
necesarias para la realización de su naturaleza en su dimensión social e individual. En
consecuencia, el Estado únicamente puede justificar su existencia si encamina sus
actuaciones a este objetivo. Nuestra constitución política lo consagra expresamente y esto
se constituye en el norte del cual no se puede desviar ninguna comunidad política, en su
pretensión de alcanzar el bien común129 .
Pero, para poder alcanzar este cometido, es imprescindible que el Estado tenga una política
familiar completa y adecuada, la cual garantice el normal desarrollo de la comunidad
familiar. En efecto, la familia es la célula fundamental de la sociedad130 , y ello implica que
la comunidad política no tiene vida si la familia no la tiene; la sociedad no puede ofrecer las
condiciones necesarias para la realización de la naturaleza de las personas que la
conforman, si la familia no goza de esas condiciones porque es de la familia de donde las
reciben directamente.
Ante la crisis de la familia y de la sociedad en general de hoy en día, constituye uno de los
más importantes deberes para el Estado, en la justicia social, la realización de una política
social, económica y de previsión, para la conservación y promoción de la institución básica
de la sociedad131 .
129
CONSTITUCION POLITICA, de 1991, artículo 2: “Son fines esenciales del Estado: servir a la
comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos deberes
consagrados en la Constitución; facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la
vida económica, política, administrativa, administrativa y cultural de la Nación; defender la independencia
nacional, mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo”.
130
Ibid., CONSTITUCION POLÍTICA de 1991, artículo 42: “la familia es el núcleo fundamental de la
sociedad..”.
131
Cfr. MESSNER, Op. Cit., 548 ss.
75
Hemos dicho ya, en el artículo anterior, que la familia, como sujeto social, tiene unos
derechos que le son propios. Entre estos
derechos, está el de obtener del Estado una
política familiar completa. Dice al respecto la Carta de los Derechos de la Familia: “ Las
familias tienen derecho a contar con una adecuada política familiar por parte de las
autoridades públicas en el terreno jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación
alguna.
Las familias tienen derecho a unas condiciones económicas que les aseguren un
nivel de vida de acuerdo con su dignidad y a su pleno desarrollo…”132 .
Ahora bien, dentro de las obligaciones que tiene el Estado frente a la familia como
institución social,
hay dos de importancia fundamental: el ingreso familiar y la vivienda
familiar ( de la segunda hablaremos en el siguiente artículo). Con respecto al ingreso
familiar, ya la doctrina social de la Iglesia ha sido clara en señalar el principio que debe
informar dicho deber: el ingreso del hombre con capacidad y voluntad de trabajo debe
hacer posible la manutención de una familia, según las exigencias del nivel de la vida
alcanzado en una sociedad y respecto a su nivel de productividad.
El tema del ingreso familiar está íntimamente ligado al tema del trabajo. En efecto, es a
través del trabajo de los padres como ordinariamente llega el sustento para las familias y se
constituye, por ello y por los demás ingredientes formativos que le da a los miembros, en
elemento esencial de la vida familiar. ”El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la
vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. Estos dos ámbitos
de valores --uno relacionado con el trabajo y otro consecuente con el carácter familiar de la
vida humana—deben unirse entre sí correctamente y correctamente complementarse. El
trabajo es, en un cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una
familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente
mediante el trabajo”133 .
132
133
JUAN PABLO II, Carta de los derechos de la Familia, Artículo 9.
Ibid., artículo 10.
76
Y es que el Estado tiene la obligación de garantizar a toda persona, con capacidad y
voluntad laborales, un trabajo en condiciones dignas y justas134 . Y esta obligación tiene su
fuente no sólo como derecho fundamental, sino que es un principio básico sobre el que se
estructura el Estado135 . El trabajo tiene una importancia capital para el desarrollo de la
sociedad, en tanto que es mediante el trabajo de los miembros de la familia, como se
consigue el crecimiento y bienestar económicos. El Vicario de Cristo habla de la
importancia para el Estado que tiene el trabajo, en los siguientes términos: “Al bien sea con
la familia, bien sea con el bien común, porque se puede afirmar con verdad que el trabajo
de los obreros es el que produce la riqueza de los Estados”136 .
Es cierto que la familia juega un papel fundamental en el orden del trabajo, dado que son
sus miembros quienes lo realizan. Así lo afirma Juan Pablo II: “En conjunto se debe
recordar
y afirmar que la familia constituye uno de los puntos de referencia más
importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano. La
doctrina de la iglesia ha dedicado siempre una atención especial a este problema y, en el
presente documento, convendrá que volvamos sobre él. En efecto, la familia es, al mismo
tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior de
trabajo para todo hombre”137 .
Por ser el trabajo uno de los pilares sobre los que se estructura la vida social y política de
un Estado, la carencia de las condiciones debidas para su garantía es uno de los flagelos
más grandes que padece la sociedad, especialmente, de los países en vía de desarrollo. La
134
CONSTITUCION POLITICA, artículo 25: “El trabajo es un derecho y una obligación social y goza, en
todas sus modalidades, de la especial protección del Estado. Toda persona tiene derecho a un trabajo en
condiciones dignas y justas”.
135
Ibid., artículo 1: “Colombia es un Estado Social de Derecho, organizado en forma de república unitaria,
descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada
en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la
prevalencia del interés general”. (cursiva fuera de texto)
Preámbulo : “ El pueblo de Colombia en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la
Asamblea Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la
Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el
conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un
orden político, económico y social justo...” (cursiva fuera de texto).
136
JUAN PABLO II, Centesimus annus, 6.
77
preocupación por este problema social está latente en los escritos sociales del Papa actual: “
El desempleo constituye, en nuestra época, una de las amenazas más serias para la vida
familiar y preocupa con razón a toda la sociedad. Supone un reto para la política de cada
Estado y un objeto de reflexión para la doctrina social de la Iglesia. Por lo cual, es
indispensable y urgente poner remedio a ello con soluciones valientes que miren, más allá
de las fronteras nacionales, a tantas familias a las cuales la falta de trabajo lleva
a una
situación de dramática miseria”138 .
Y es el mismo Obispo de Roma quien propone una solución para combatir el desempleo, de
manera que el Estado pueda responder a su obligación de garantizar el ingreso familiar:
“Para salir al paso del peligro del desempleo, para asegurar empleo a todos, las instancias
que han sido definidas aquí como <<empresario indirecto>> [ el Estado] debe promover a
una planificación global, con referencia a esa disponibilidad de trabajo diferenciado, donde
se forma la vida, no sólo económica sino también cultural, de una determinada sociedad;
debe prestar atención, además, a la organización correcta y racional de tal disponibilidad de
trabajo.
Esta solicitud global carga en definitiva sobre las espaldas del Estado, pero no
puede significar una centralización llevada a cabo unilateralmente por los poderes públicos.
Se trata en cambio de una coordinación justa y racional, en cuyo marco debe ser
garantizada la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos
locales de trabajo, teniendo en cuenta lo que se ha dicho anteriormente acerca del carácter
subjetivo del trabajo humano”139 .
No existe duda acerca de la estrecha relación que media entre el ingreso familiar y el
trabajo, y la consecuente
obligación del Estado de garantizarlo. Sin embargo, es preciso
aclarar el contenido estricto de esta obligación.
En primer lugar, el ingreso familiar
adecuado hace referencia a un salario justo. El santo Padre define el salario justo en los
siguientes términos: “una justa remuneración por el trabajo de la persona adulta que tiene
responsabilidades de familia es la que sea suficiente para fundar y mantener dignamente
una familia y asegurar su futuro. Tal remuneración puede hacerse bien sea por el llamado
137
JUAN PABLO II, Laborem Exercens, 18.
JUAN PABLO II, Carta a las familias, 17.
139
JUAN PABLO II, Laborem Exercens, 18.
138
78
salario familiar –es decir, un salario único dado al cabeza de familia por su trabajo y que
sea suficiente para las necesidades de la familia sin necesidad de hacer asumir a la esposa
un trabajo retribuido fuera de casa-
bien sea mediante otras medidas sociales, como
subsidios familiares o ayudas a al madre que se dedica exclusivamente a la familia, ayudas
que deben corresponder a las necesidades efectiva, es decir, al número de personas a su
cargo durante todo el tiempo en que no estén en condiciones de asumirse dignamente la
responsabilidad de la propia vida”140 .
Como lo manifiesta el Papa, el ingreso familiar no solamente está constituido por un salario
justo, sino que también puede consistir en un conjunto de medidas sociales encaminadas a
garantizar el sustento de la familia, de acuerdo con sus condiciones.
Acerca de la
conformación del ingreso familiar, Johannes Messner señala que se deben tener en cuenta
tres aspectos de especial relevancia:
1. Que la cuestión del ingreso familiar ha de ser considerada de modo general y no debe
ser constreñida a la del salario familiar, como sucede con frecuencia, pues hoy el ingreso
familiar de importantes
estratos de la clase campesina y artesana así como de los
empleados, constituye un problema mucho más difícil que el del ingreso de la mayor parte
de la clase obrera organizada sindicalmente.
2. En el ingreso familiar “necesario” se trata de una magnitud relativa: varía de un pueblo a
otro, de un estrato a otro, de casa a casa. En cualquier nivel de ingreso, importa mucho el
presupuesto doméstico; precisamente, los estudios realizados acerca del gasto familiar
obrero han demostrado, como muchas amas de casa que saben administrar, pueden afrontar
todo lo necesario para el hogar y para la educación de los hijos y crear, con el cultivo de
los valores familiares esenciales, una felicidad familiar, mientras que las familias, con
ingreso doble o superior, no consiguen ni una parte de esos aspectos.
3.
El ingreso familiar justo es una magnitud, cuya evaluación está vinculada a la
productividad necesaria para el mismo. A este respecto, no hay que pasar por alto que en
140
JUAN PABLO II, Laborem Exercens, 18.
79
una evolución conforme a la naturaleza es preciso crear espacio vital para un número de
familias en constante aumento, ello, mediante un incremento de la productividad de la
economía social, a la vez que satisfaciendo pretensiones, cada vez mayores, en relación con
el nivel de vida.
De aquí que la exigencia suprema de la justicia en la política familiar
consista en la construcción de un orden económico y social que
asegure la plena
productividad de la economía social” 141 .
A manera de conclusión, se puede de decir que el estado está en la obligación de garantizar
el ingreso familiar adecuado, generando las condiciones sociales y económicas necesarias,
mediante una política familiar global y organizada, que debe comprender medidas respecto
al trabajo justo y su correspondiente remuneración, la garantía de un mínimo vital a las
familias, y medidas tributarias para declarar exentas
algunas rentas familiares básicas,
como también subsidios familiares, de acuerdo con el número de hijos que haya en la
familia, y en general, las exigencias propias de la justicia distributiva.
III. Respuesta a las objeciones.
1. Aunque
parece que la solución de esta objeción ya está contenida en la respuesta
general, quizás es útil agregar el planteamiento del actual sucesor de Pedro en cuanto al
vínculo existente entre el estado y la familia, para de ahí concluir, sin dificultad, el carácter
capital de la política familiar como función del estado.
Dice el Santo Padre:
“Ante el
Estado, este vínculo de la familia es en parte semejante y en parte distinto. En efecto, el
Estado
se distingue de la Nación por su estructura
menos <<familiar>>, al estar
organizado según un sistema político y de forma más <<burocrática>>.
No obstante, el
sistema estatal tiene también, en cierto modo, su <<alma>>, en la medida en que
corresponde a su naturaleza de <<comunidad política>> jurídicamente ordenada al bien
común.
Esta <<alma>> establece una relación estrecha entre la familia y el estado,
precisamente en virtud del principio de subsidiaridad. En efecto, la familia es una realidad
social que no dispone de todos los medios necesarios para realizar sus propios fines, incluso
141
MESSNER, Op. Cit., p. 555.
80
en el campo de la instrucción y de la educación.
intervenir en virtud del mencionado principio:
que dejarla actuar autónomamente;
El Estado está llamado entonces a
allí donde la familia es autosuficiente, hay
una excesiva intervención del Estado resultaría
perjudicial, además de irrespetuosa, y constituiría una violación patente de los derechos de
la familia; sólo allí donde la familia no es autosuficiente, el Estado tiene la facultad y el
deber de intervenir”142 . Y es que, sin la intervención del Estado, las familias no pueden
acceder a un ingreso familiar conveniente, por tanto, el Estado sí está en la obligación de
garantizar un ingreso familiar adecuado.
1. Pese a que también esta objeción ya está solucionada parcialmente, debemos agregar una
consideración acerca de la naturaleza y cometidos del Estado
contemporáneo: el Estado
Social de Derecho; este concepto lo ilustra el profesor Díaz Elías, en los siguientes
términos:
“El sentido que puede tener la calificación de Estado Social de Derecho como
Estado de justicia –fórmula bastante generalizada- parece radicar, por un lado, en la idea de
que el Estado actual debe implantar eso que se denomina “justicia social” y, por otro, con
significación más profunda y general, en la afirmación de que el Estado Social de Derecho
realiza los postulados que hoy se consideran justos, es decir , Estado Democrático, Estado
Social y Estado de Derecho; sobre este punto, no caben ambigüedades. Hoy la legitimidad
y la justicia se realizan y se identifican con el sistema de legalidad que instaura un Estado
de Derecho, con sus exigencias institucionales –imperio de la ley, separación de poderes,
legalidad de la administración, derechos y libertades fundamentales- y que, a través de sus
estructuras, se propone como objetivo la consecución de una auténtica democracia
económica, social y política.
Ello es lo que pretende y debe pretender todo auténtico
Estado Social y Democrático de Derecho”143 .
En efecto, en un Estado Social de Derecho,
no es aceptable la tesis planteada en esta objeción, porque los cometidos del Estado son
mucho más amplios, sin que violen el principio de subsidiaridad y, dentro de ellos, está
comprendida la política familiar adecuada como un elemento esencial para lograr el orden
social justo. Por tanto, sí es deber del Estado, dentro de sus políticas familiares, garantizar
un ingreso familiar adecuado.
142
143
JUAN PABLO II, Carta a las Familias, 17.
DIAZ, Elías. Teoría General del estado de derecho. En: Revista de Estudios Políticos. Op. Cit. p. 45.
81
3.
A esta objeción respondemos, afirmando que los principios de la justicia distributiva
señalan una proporción geométrica y no aritmética
-como sucede en la justicia
conmutativa- 144 , por lo cual, el Estado no tiene la obligación de darle a las familias, por
igual, un ingreso, sino que tiene el deber de otorgar a todos los miembros de las familias
las mismas oportunidades de trabajo, pero debe adoptar medidas tendientes a lograr una
proporcionalidad en la distribución de los ingresos familiares ( con subsidios, exenciones
tributarias, etc.),
de manera que aquellas familias donde existan más necesidades por el
número de miembros que las integran o por otras razones análogas, y que aporten más a la
sociedad, reciban un ingreso suficiente para sufragar los gastos esenciales y procurarse una
vida digna, de acuerdo con su nivel social.
Por ello, el Estado debe garantizar un ingreso
familiar proporcionado a las necesidades y contribuciones de cada familia.
144
Cfr. ARISTÓTELES, V.
82
Artículo 3
Si el Estado está en la Obligación de Garantizar una Vivienda Familiar Digna
I.
Objeciones
Parece que el Estado no tiene la obligación de garantizar una vivienda familiar
digna porque:
1. El Estado no está en condiciones económicas de garantizar una vivienda
digna a todas las familias y, como nadie está obligado a lo imposible, el Estado no tiene
este deber.
2. Los miembros de la familia deben procurarse, por sí mismos, la vivienda para
su grupo familiar; por ello, esta obligación no radica en cabeza del Estado.
3. Dentro de un planteamiento socialista se dice que el Estado está obligado a
dar una vivienda digna a cada familia y por ello no está obligado solamente a
garantizarla.
Sin embargo, dice la Carta de los Derechos de la Familia: “ La familia tiene derecho
a una vivienda decente, apta para la vida familiar, y proporcionada al número de sus
miembros, en un ambiente físicamente sano que ofrezca los servicio básicos para la vida de
la familia y de la comunidad”145 .
83
II.
Respuesta General
Dentro de la política familiar, junto con el derecho al ingreso familiar, encontramos
el derecho que tiene toda familia a una vivienda digna. Dice Messner que “propiamente
debería hablarse de hogar familiar, dado que hogar es un concepto ligado por su mismo
origen a la familia y se apoya en la intimidad que ofrece la familia que cumple su función,
a los padres y a los hijos. Para el cumplimiento de la función asignada a la familia por la
naturaleza, la previsión en orden a la satisfacción de las necesidades de la vida cotidiana
(ARISTÓTELES-Santo TOMÁS), la vivienda constituye una condición imprescindible”146 .
No obstante la importancia de la vivienda familiar, uno de los problemas más
grandes que afronta la familia, sobre todo, en los países subdesarrollados, es la falta de
vivienda, en lo cual se puede evidenciar que el nivel de desarrollo real de la humanidad es
precario. En relación con este problema afirma Juan Pablo II: “Entre los indicadores
específicos del subdesarrollo, que afectan de modo creciente también a los países
desarrollados, hay dos particularmente reveladores de una situación dramática. En primer
lugar, la crisis de la vivienda. En el Año Internacional de las personas sin techo, querido
por la Organización de las Naciones Unidas, la atención se dirigía a los millones de seres
humanos carentes de una vivienda adecuada o hasta sin vivienda alguna, con el fin de
despertar la conciencia de todos y de encontrar una solución a este grave problema, que
comporta consecuencias negativas a nivel individual, familiar y social. La falta de
viviendas se verifica a nivel universal y se debe, en parte, al fenómeno siempre creciente de
la urbanización. Hasta los mismos pueblos más desarrollados presentan el triste espectáculo
de individuos y familias que se esfuerzan literalmente por sobrevivir, sin techo o con uno
tan precario, que es como si no se tuviera. La falta de vivienda, que es un problema en sí
mismo bastante grave, es digno de ser considerado como signo o síntesis de toda una serie
de insuficiencias económicas, sociales, culturales o simplemente humanas; y, teniendo en
145
146
JUAN PABLO II, Carta de los derechos de la Familia, Artículo 11.
MESSNER, Op. Cit., p. 555
84
cuenta la extensión del fenómeno, no debería ser difícil convencerse de cuán lejos estamos
del auténtico desarrollo de los pueblos147 .
Y es que la falta de condiciones para acceder a una vivienda digna, lesiona
directamente a la familia en tanto que ataca su fundamento (que ya dijimos es el
matrimonio), porque quita la ilusión a las parejas jóvenes de casarse y así emprender un
vínculo matrimonial estable, y así terminan formándose relaciones perecederas que
terminan en el fracaso. Es, por ello, que la preocupación por la familia lleva al Obispo de
Roma, en su calidad de predicador del evangelio, a exhortarnos para que nos esforcemos
por luchar contra este flagelo: “El pueblo de Dios se esfuerce también ante las autoridades
públicas para que —resistiendo a las tendencias disgregadoras de la misma sociedad y
nocivas para la dignidad, seguridad y bienestar de los ciudadanos— procuren que la
opinión pública no sea llevada a menospreciar la importancia institucional del matrimonio y
de la familia. Y, dado que en muchas regiones, a causa de la extrema pobreza derivada de
unas estructuras socio-económicas injustas o inadecuadas, los jóvenes no están en
condiciones de casarse como conviene, la sociedad y las autoridades públicas favorezcan el
matrimonio legítimo a través de una serie de intervenciones sociales y políticas,
garantizando el salario familiar, emanando disposiciones para una vivienda apta a la vida
familiar y creando posibilidades adecuadas de trabajo y de vida”148 .
Dada la natural condición de la vivienda, como necesidad insustituible para la
adecuada vida familiar, ningún Estado puede ser ajeno a la obligación de satisfacerla.
Cualquier Estado, sea el que sea, tiene que contemplar dentro de su política familiar,
posibilidades reales que establezcan las condiciones para un acceso a la vivienda de parte
de todas las familias. En efecto, la Constitución Política de 1991, dentro del capítulo de los
derechos sociales, económicos y culturales, consagra el derecho de todas las personas a una
vivienda digna y, en consecuencia, la obligación del Estado de generar las acciones
encaminadas a lograr la eficacia de este derecho 149 .
147
JUAN PABLO II, Solicitudo Rei Socialis, 17.
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 81.
149
CONSTITUCIÓN POLÍTICA de 1991, artículo 51: “Todos los colombianos tienen derecho a vivienda
digna. El Estado fijará las condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho y promoverá planes de
vivienda de interés social, sistemas adecuados de financiación a largo plazo y formas asociativas de ejecución
de estos programas de vivienda.
148
85
Pero esta obligación, si bien radica en cabeza de cualquier Estado, está presente
especialmente en el Estado contemporáneo. El Estado Social de Derecho, por su misma
naturaleza, tiene esta obligación: “el Estado Social es un Estado que se responsabiliza de
que los ciudadanos cuenten con medios “mínimos vitales” a partir de los cuales poder
ejercer su libertad. Si el Estado Liberal quiso ser un Estado “mínimo”, el Estado Social
quiere establecer las bases económicas y sociales para que el individuo, desde unos
mínimos garantizados por aquél, pueda desenvolverse. De ahí, que los alemanes hayan
definido al Estado Social como Estado que se responsabiliza de la procura existencial
(Forsthoff es el primero que usa esta expresión) y que, brevemente, se explica así: el
hombre desarrolla su existencia en un ámbito de situaciones, bienes, servicios y también
posibilidades que cabe designar, con el autor citado, como “espacio vital”. Pero en éste,
cabe distinguir a su vez el espacio dominado (que depende del hombre) y el efectivo (o
conjunto de posibilidades de que el hombre se sirve, pero que no dependen de él )150 .
Es en este espacio efectivo en donde el estado debe intervenir para garantizar las
condiciones esenciales para la vida familiar. Es en aquel espacio en donde la familia no es
autosuficiente, donde el Estado debe ejercer su función social, sin inmiscuirse en las tareas
que la familia puede realizar por sí misma. En esto radica, precisamente, el llamado
principio de subsidiaridad, del que ya hemos hablado, y que también está presente en la
jurisprudencia de la Corte Constitucional colombiana: “El Estado social de derecho se
erige sobre los valores tradicionales de la libertad, la igualdad y la seguridad, pero su
propósito principal es procurar las condiciones materiales generales para lograr su
efectividad y la adecuada integración social. A la luz de esta finalidad, no puede reducirse
el Estado social de derecho a mera instancia prodigadora de bienes y servicios materiales.
Por esta vía, el excesivo asistencialismo, corre el riesgo de anular la libertad y el sano y
necesario desarrollo personal”151 .
Es la misma Corte Constitucional la que afirma que el Estado tiene deber de poner
las condiciones necesarias para que la vida en sociedad pueda desenvolverse de manera tal
150
SÁNCHEZ FERRIZ, Remedio, Introducción al Estado Constitucional. 1ª Ed. Madrid: Ariel, 1993. p.
146.
151
CORTE CONSTIUCIONAL, Sentencia C-566 de 1995, M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz. (Cursiva en el
texto)
86
que se satisfagan las necesidades básicas, las necesidades familiares: “La cláusula del
Estado social de derecho tiene el poder jurídico de movilizar a los órganos públicos en el
sentido de concretar, en cada momento histórico, un modo de vida público y comunitario
que ofrezca a las personas las condiciones materiales adecuadas para gozar de una igual
libertad. No puede pretenderse, que de la cláusula del Estado social surjan directamente
derechos a prestaciones concretas a cargo del Estado, lo mismo que las obligaciones
correlativas a éstos. La individualización de los derechos sociales, económicos y
culturales, no puede hacerse al margen de la ley y de las posibilidades financieras del
Estado. El legislador está sujeto a la obligación de ejecutar el mandato social de la
Constitución, para lo cual debe crear instituciones, procedimientos y destinar
prioritariamente a su concreción material los recursos del erario”152 .
Si bien el Estado está en la obligación de garantizar una vivienda digna a las
familias, ello no implica, sin embargo, que deba entregar una casa a todo el que tenga una
familia; esto no es lo que queremos sustentar. Lo que debe hacer es garantizar la vivienda
familiar, mediante la implantación de políticas económicas y
sociales que comprendan, a
su vez, una política familiar completa; lo que tiene que hacer el Estado es garantizar las
condiciones materiales para que todas las familias puedan, mediante su trabajo (o en el caso
que haga falta mediante subsidios familiares), acceder a una vivienda adecuada. Así lo ha
dicho la Corte Constitucional colombiana: “El derecho a una vivienda digna no otorga a la
persona un derecho subjetivo a exigir del Estado, de manera directa, una prestación
determinada. Los derechos constitucionales de desarrollo progresivo o derechos
programáticos, condicionan su efectividad a la previa obtención de las condiciones
materiales que los hacen posibles. Por esto es acertado afirmar que, en principio, los
derechos de segunda generación no son susceptibles de protección inmediata por vía de
tutela. Situación diferente se plantea una vez las condiciones jurídico-materiales se
encuentran cumplidas de manera que la persona ha entrado a gozar de un derecho de esta
categoría. En dado caso, el derecho constitucional materializado adquiere fuerza
152
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia SU-111. M.P. Eduardo Cifuentes. (Cursiva en el texto).
87
normativa directa y a su contenido esencial deberá extenderse la necesaria protección
constitucional”.153
Y es que la vivienda hace parte de las condiciones fundamentales que el Estado
debe garantizar a los integrantes de la comunidad política, porque el hombre es un miembro
de una familia que vive en una casa y, por ello, es parte constitutiva o parte del contenido
del bien común, causa final de todo Estado154 . El bien común, “considerado en su aspecto
material o, si se quiere, en su contenido – y nos referimos, ante todo, al bien común del
cuerpo político-, es “el conjunto de los bienes necesarios a la vida humana”, tanto
materiales como espirituales, “organizados entre sí de forma que constituyan un clima que
ofrece al individuo los medios de realizar su vocación humana”. Considerado desde ese
ángulo, el bien común no comprende sólo los bienes estrictamente públicos, como son los
medios de transporte, las carreteras, los edificios y los servicios públicos, etc., sino también
los mismos bienes propios, en cuanto son coordinados por el aparato político -escribe el
padre Lachance- “no es otra cosa que el conjunto de los bienes propios, de los bienes
institucionales y de los bienes producidos por los servicios del Estado, así como el orden
que, dominándolos, los rige y los organiza”. En otros términos si designamos, con Janssens,
con el término de “cultura objetiva” “el conjunto de las creaciones objetivas del mundo”, y
con el de “cultura subjetiva” “el desarrollo de las diversas posibilidades del sujeto
humano”, diremos que el contenido del bien común está formado a la vez por las riquezas
de la cultura objetiva (ciencia, técnica, bienes económicos, arte, lenguaje, instituciones
sociales, normas morales y jurídicas, etc.) y por las riquezas de la cultura subjetiva de los
miembros de la sociedad155 .
De las anteriores consideraciones, podemos concluir que el Estado tiene la
obligación de garantizar una vivienda familiar digna, porque ello hace parte de su finalidad
natural cual es el bien común. Lo que no implica, es necesario insistir en ello, que deba
153
CORTE CONSTITUCIONAL, Sentencia T-308 de 1993. M.P.: Eduardo Cifuentes Muñoz. (Cursiva en el
texto).
154
Cfr. ARISTOTELES, Política, 1252ª, n. 1.
155
SIMON, Rene. Moral, Curso de Filosofía Tomista. 5ª. Ed. Barcelona: Herder, 1984.
88
darle una vivienda a todas
las familias, sino garantizar las condiciones económicas y
sociales para acceder fácilmente a ella.
En seguida, se responderán las objeciones.
III.
Respuesta a las objeciones
1. Es cierto que nadie está obligado a lo imposible; ello constituye un principio general de
derecho. Sin embargo, ya hemos dicho que la vivienda es una condición esencial de la
familia, es decir, que sin ella la familia no puede alcanzar sus cometidos, y el cometido
principal de la familia -también se ha dicho- es proporcionar al ser humano las cosas
necesarias para la vida como persona; esto es, que la familia no tiene vida sin una vivienda
digna. También ha quedado claro que el Estado existe para servir a la familia y, a través de
ella, al hombre. Pues, si el Estado no proporciona a la célula fundamental de la sociedad las
condiciones necesarias para que tenga vida, éste tampoco puede tener vida como Estado. Es
por ello que el Estado no puede liberarse de esta obligación de la que hablamos, porque
esto implicaría la negación de alcanzar su fin natural y perder así la razón de su existencia.
No desconocemos, sin embargo, el caso en que, por razones ajenas a una buena
administración (guerra exterior etc): el Estado quede imposibilitado temporalmente para
cumplir en su totalidad con su obligación de garantizar a la familia una vivienda digna, caso
en el cual se suspendería la efectividad del cumplimiento de esa obligación mientras
continúen las causas que contribuyen a su imposibilidad.
Por último, consideramos que las objeciones restantes ya quedaron resueltas en la
respuesta general.
89
CONCLUSIONES
Tratando de develar el profundo contenido jurídico de la doctrina del Papa acerca de la
familia, nos encontramos, no en pocas oportunidades, con soluciones sencillas acerca de
problemas que padece la sociedad de nuestro tiempo y que parecen insolubles. Y es que el
sentido cristiano de la existencia humana que nos transmite con sus palabras, responde a
todas las inquietudes y necesidades de la humanidad, acercándonos a la verdad acerca de la
persona y de su dignidad. Dignidad que radica en el hecho de estar hechos a imagen y
semejanza de Dios; y Dios en su interior es familia. “ Se ha dicho en forma bella y
profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia,
puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor.
Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo...”156 .
La misma dignidad del hombre que radica precisamente en su semejanza con Dios, en su
naturaleza como ser personal, implica de suyo la titularidad de derechos que le son propios
sin mediar ninguna concesión por parte del Estado. Esos derechos, y todos, son una
manifestación de la dimensión social que comporta su dignidad; la manifestación jurídica.
Son manifestación de la socialidad del hombre porque el derecho necesita del alter como
conditio sine qua non. La socialidad del hombre tiene otra manifestación directa e
inseparable de la jurídica que es la política. Pero para que esa dimensión política del
hombre pueda realizarse se necesita de la familia como primera institución social, natural y
fundante del hombre.
En la familia se ve manifestada la naturaleza social-política del hombre, pero también la
dimensión socio-jurídica. Y es por ello que Juan Pablo II habla con toda claridad acerca de
los derechos de la familia, que si bien encuentran su explicación en la juridicidad natural
del hombre, son verdaderos derechos propios de la familia como institución y distintos a los
156
JUAN PABLO II, Homilía pronunciada en el Seminario Palafoxiano de Puebla, 28 de enero de 1979.
90
derechos de sus miembros; la familia pues, tiene una juridicidad propia auque dependiente
de la del hombre. Así lo expresa el Sumo Pontífice: “si la familia es comunión de personas,
su autorrealización depende en medida significativa de la justa aplicación de los derechos
de las personas que la componen. Algunos de estos derechos atañen directamente a la
familia, como el derecho de los padres a la procreación responsable y la educación de la
prole; en cambio, otros derechos atañen al grupo familiar sólo indirectamente. Entre éstos,
tienen singular importancia el derecho a la propiedad, especialmente la llamada propiedad
familiar, y el derecho al trabajo”. Sin embargo, los derechos de la familia no son
simplemente la suma matemática de los derechos de la persona, siendo la familia algo más
que la suma de sus miembros considerados singularmente. La familia es comunidad de
padres e hijos; a veces, comunidad de diversas generaciones, por esto su subjetividad que se
construye sobre la base del designio de Dios, fundamenta y exige derechos propios y
específicos” 157
A lo largo de esta investigación, se logró captar la importancia real que tiene la promoción
de la familia en todos los ámbitos de la sociedad y de la ciencia. Es necesario que, en todas
las áreas del pensamiento, se busque con seriedad la verdad acerca de la familia y que un
grupo de personas en cada estamento de la sociedad luche por defender los derechos de la
familia, exigiendo de las autoridades públicas la garantía de las condiciones mínimas para
que la familia pueda servir al hombre y a la sociedad, como la misma naturaleza humana lo
prescribe.
Es, precisamente esta la invitación que hace Juan Pablo II: “ A vosotros, hombres de
sentimientos rectos, que por diversas motivaciones o preocupáis por el futuro de la familia,
se dirige con anhelante solicitud mi pensamiento al final de esta exhortación apostólica. ¡El
futuro de la humanidad se fragua en la familia!. Por consiguiente, es indispensable y
urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y
exigencias de la familia. A este respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los
hijos de la Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de
157
JUAN PABLO II, Carta a las Familias, 17.
91
Dios, tienen una razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este
tiempo de prueba y de gracia”158 .
Pero, ¿de qué manera podemos servir a la familia en nuestra vida?. Es el mismo Vicario de
Cristo quien nos lo dice: “Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una
consigna concreta y exigente. Amar a la familia significa saber estimar sus valores y
posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros
y males que la amenazan para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por
crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, eminente de amor es dar a la
familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las
dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de la
naturaleza y gracia en la misión que Dios le ha confiado: es necesario que las familias de
nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo”159 .
158
159
JUAN PABLO II, Familiaris Consortio. Op. Cit., 86.
Ibid.
92
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