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PERFIL DE MANUEL MEJÍA VALLEJO
O LA MEMORIA DEL TIEMPO*
Augusto Escobar Mesa
Universidad de Antioquia
[email protected]
-¿Con Manuel?
- Sí, con él.
- Hombre, hablas con...
- ¿qui`hubo viejo? ¿cómo te va? Por ahí leí... Qué sorpresa oír una voz tan
familiar cuando es la primera vez que la escuchas personalmente. Pronto mis
temores de simple mortal con el escritor se derrumbaron. En verdad que es
grande la distancia entre los escritores y sus lectores cuando,
paradójicamente, sus obras nos son tan próximas, tan nuestras. De ahí el
sentido de la afirmación “la obra es de los lectores”. Llegué a su casa. Temí
que aquel rústico portón masacrado por la ruidosa ciudad de acero y
hormigón no se abriera. Lo encontré abierto y me dijeron que siempre ha
estado así. Generaciones han atravesado ese umbral, ocultador de otros
tiempos. La amable acogida de Manuel rompió el encanto de la supuesta
torre de marfil inexpugnable. No hubo necesidad de levantar puente alguno.
El camino recorrido fue tan diáfano como la mirada de un niño. Pude llegar a
él rebasando mi sorpresa. Una vez cruzado aquel espacio escindido por la
inurbana ciudad y bajo la mirada cómplice de Manuel, inicié el camino de
regreso a su vida y a su obra en busca de la huella de esta historia personal.
Como por un acto de magia, aparece primero un viejo reducto en la informe
geografía trazada por el consumo. Parecía un espacio entronchado en el
tiempo. Era como si este se hubiera detenido a mirarse y el espejo se hubiera
petrificado como en un acto de burlas. Allí estaba la casa de Manuel, de Dora
Luz, de Mateo, de María José y de la recién venida Adelaida.
¿Cómo era posible la permanencia de aquel espacio asediado de tan ajenas
vecindades? Nunca un espacio se pareció tanto así mismo: gruesos muros de
bahareque sobre el tiempo, portones y ventanas de un roble macizo y verde
cogollo, como si hubieran reverdecido al paso de la ciudad. Tan pronto incité
mis nudillos contra el enjambre de finas maderas, se abrió el antiguo portón
dando paso a una oleada de aire húmedo proveniente de añejos espacios
interiores y con él, a la imagen fresca, casi otoñal de un Manuel descomplicado, en pantuflas y con su gallardía de macho campesino reflejada en el
primer botón de su camisa que se aferraba tenazmente al ojal montañero.
Entré. Me acogió un largo pasadizo de altos techos que desembocan en un
patio rodeado de pilares de macana que sostienen el viejo tejado, mundo
testigo del paso del tiempo. El aire entra y sale sin cuidado y sin permiso.
Begonias aquí, curazaos allá, helechos con sus cansadas melenas mecidas por
el viento, bifloras que pregonan a los visitantes la historia de la casa. Transité
luego por las piezas en galería que aguardan, con sus corotos esparcidos, a
sus cotidianos habitantes; a muy pocos les es permitido transgredir esos
diáfanos espacios. Su tono penumbroso nostalgió los miedos que de niños
experimentábamos cuando furtivamente queríamos coger la golosina
guardada celosamente en el escaparate de mamá. Me sentí prolongado en esa
geografía apacible. Y más allá, en el fondo... rodeado de sus pinturas de años
mozos y de las de sus entrañables amigos, como sosteniendo todo con su
mirada, encontré al encantador de nostalgias: A Manuel. El compadre de la
vida y de la muerte. En esa pequeña sala se confunde el sillón cubierto con
los gruesos cojines de espuma sobre las sillas casi desfondadas. Allí también
está la alacena con la plancha de carbón, las espuelas de “Buenavida”, los
floreros de cobre, las cerámicas de mamá Roxana, el melón, la ahuyama, la
naranja, el aguacate, y un repertorio de naturalezas muertas que un día fueron
saliendo febrilmente de las manos alfareras de la madre, de la hermana y
hasta del mismo Manuel.
Fue un regreso a los pasos perdidos en el tiempo y la distancia. Fue una
vuelta al pueblo, a “Pipintá”, a “Zaruma”, a la finca solariega, a la pelea de
gallos, de cuchillo y de machete, a la fonda caminera, a la inacabable pelea de
Dios y el Diablo, en fin... digamos que a la vida. Volver sobre el escritor es
desde el primer instante como ver crecer un hijo en las entrañas y darlo luego
a la vida. Comencé a dudar si seguía o no. Difícil paradoja cuando está en
juego la fascinación de lo desconocido y el deseo de romper el encanto, de
violar ese espacio mágico celosamente guardado. ¡Qué madeja entrañable de
vida humana es la historia personal de Manuel! ¡Qué indigentes resultan las
palabras! Su vida y su obra resultan ser en la distancia y en nuestra geografía
del tiempo, un canto de vida y esperanza para el nuevo hombre de mañana en
esta patria desolada del presente. Sólo nos resta decirle, gracias, Manuel, por
tu espacio de ayer y de hoy, tan tuyo y tan nuestro, hoy olvidado por tan
ajenas y suicidas vecindades. Gracias por tu recinto humano siempre abierto
al silencio, a la soledad y a la muerte, al olvido y al sueño y a la patria sin
fronteras y a la palabra convencida. Gracias por tu alma de bohemio
empedernido. Por tu testarudo empecinamiento por el hombre. Nadie como
tú ha escriturado con tanta pasión nuestra idiosincrasia. Tu imagen se
aproxima sigilosamente al sueño realizado. Gracias porque contigo
abandonamos festivamente ese ser para la muerte e inauguramos el ser para
el deseo, para el vital afecto.
Estas son las palabras que escribí hace años en el primer encuentro con el
escritor; encuentro que se fue prolongando con los años y me dio una imagen
cercana de un hombre que hoy –más allá de la muerte– no es una vida, sino
muchas vidas desplegadas intensamente en las palabras y en los cientos de
personajes que deambulan por sus cuentos, coplas, décimas, ensayos y
novelas. Ese encantador de las palabras y las cosas le dio un toque de
distinción a la vida menuda que pasa intrascendente para nosotros, los seres
cotidianos. Hoy descubrimos la vida de nuevos seres en sus cuentos y
poemas que se solazan con el pasado y los festejamos por ser portadores de
un aire de eternidad que transcenderá la huella del maestro.
CRONOLOGIA: VIDA Y OBRA DE MANUEL MEJÍA VALLEJO
1923. Nace el 23 de abril en Jericó, pueblo del suroeste de Antioquia,
Colombia, aunque toda su infancia la vivió en Jardín, municipio vecino de
Jericó. Ambos municipios están ubicados en una de las regiones más ricas de
producción de café del país y están rodeados de altas montañas.
Sus padres fueron: Alfonso Mejía Montoya, hacendado y hombre
emprendedor y Rosana Vallejo, artista natural y experta ceramista. Manuel
fue el quinto de una familia de doce.
Estudios
1930-1935. Primarios: inicialmente, en una escuela construida por su padre
en predios de la hacienda de los Mejía Vallejo, y que era dirigida por las
institutrices Carolina e Inés Echeverri; luego, continuó sus estudios, en
Jardín, pueblo del suroeste antioqueño.
1936-1940. Secundarios –hasta cuarto bachillerato–, Medellín, en la
Universidad Pontificia Bolivariana. Publica un periódico estudiantil llamado
"El Tertuliano", de duración efímera.
1943-1944. Estudia escultura y dibujo en el Instituto de Bellas Artes de
Medellín. Hacen parte de ese grupo: Gilberto Uribe, Adalberto Macías,
Guillermo Zapata, Hernando Escobar, Gilberto Uribe, Horacio Velásquez y,
entre los que sobresalen, el escultor José Horacio Betancur y el ilustrador y
pintor Ramón Vásquez.
1952-1956. Realiza cursos de periodismo en Venezuela y Guatemala.
Actividades
1938. Por una situación económica difícil de la familia, Manuel debe
abandonar su pueblo (Jardín), venir a estudiar a Medellín y vivir en casa de
su tío político José Manuel Mora Vásquez (importante representante del
grupo literario antioqueño –de comienzos de siglo– Los Panidas). Medellín,
capital del departamento de Antioquia contaba en aquel entonces con 170.
000 habitantes y el departamento con 1. 200.000. Desde esta fecha hasta su
viaje a Venezuela en 1948, Manuel desempeñará todo tipo de oficios para
sobrevivir –como citador de remates públicos o secretario de un juzgado–.
1941-1945. Participa en la bohemia del grupo musical "Los Peregrinos"
conformado por cerca de veintisiete miembros, entre ellos, Balmore Alvarez,
el guitarrista y compositor Rufino Duque, el Negro Villa, tenor excepcional,
el maestro Bravo Márquez. A la bohemia asisten también el escritor, y luego
guerrillero del Llano, José Alvear y el periodista y fotógrafo Guillermo
Angulo.
La publicación de su primera novela La tierra éramos nosotros, además del
escándalo que generó porque inicialmente no se creyó que era suya sino de
un tío homónimo debido a su juventud, le generó el reconocimiento no sólo
de los grupos literarios de su generación, sino de las anteriores, y se puso a la
vanguardia de sus contemporáneos.
Otros grupo de jóvenes intelectuales contemporáneos y amigos del escritor
que integran la generación de los años cuarenta son: el cuentista Mario
Franco Ruiz, el escultor Rodrigo Arenas Betancur, el crítico y editor Eddy
Torres, el pintor Hernando Escobar Toro, el ilustrador y pintor Hernán
Merino, el periodista Miguel Arbeláez Sarmiento. Pero estos y otros, entre
ellos, Alberto Gil Sánchez, Jaime Sanín Echeverri, Belisario Betancur,
Hernando Rivera se reúnen en torno al suplemento literario "Generación"
(1939-1942) del periódico El Colombiano, dirigido por Otto Morales
Benítez, Miguel Arbeláez y Alberto Durán. Suplemento que orientará y dará
salida a despertar cultural de esta generación. Este suplemento y
particularmente la Revista de la Universidad de Antioquia, que llega a las
más importantes bibliotecas de América y Europa, sirven para que el "Grupo
Generación" o la "Generación de los Cuarenta" –casi todos nacidos entre
1910 y 1925– contemporanizen con las tendencias estéticas y culturales
vigentes y muestren sus inquietudes intelectuales.
1946. Viaja a Bogotá buscando mejor futuro en compañía del poeta Carlos
Castro Saavedra y del pintor Hernando Escobar. Participa de la bohemia y la
vida cultural y hace amistad con escritores como Héctor Rojas Herazo y el
dramaturgo Enrique Buenaventura, habitantes de la mismo hotel. Luego del
escándalo con la autoría de su primera novela y ante la dificultad de
conseguir algo estable en Bogotá, regresa a Medellín.
1947. Funda la Casa de la Cultura de Antioquia con el poeta Carlos Castro
Saavedra, el abogado y escritor Alberto Aguirre, el poeta Oscar Hernández,
el poeta negro Jorge Artel, el músico y editor Balmore Alvarez, el escultor
Rodrigo Arenas Betancur, entre otros. Crean 28 bibliotecas en los barrios de
Medellín. Los vicepresidentes de la asociación fueron el filósofo y ensayista
Fernando González y el pintor y muralista Pedro Nel Gómez. El tipo de
libros que reciben, compran y donan les trae problemas de censura del clero y
de un sector de la clase política, lo que obliga a abandonar tan importante
tarea cultural.
Mejía Vallejo compartirá con otro grupo de jóvenes escritores y bohemios
que harán parte de una generación que por su drama individual y vocación de
hundimiento, el escritor llamará la "Generación Frustrada o Náufraga":
Balmore Alvarez, que editó las dos primeras obras del escritor, el escultor
José Horacio Betancur, el poeta Edgar Poe Restrepo, el dibujante Hernán
Merino, el bailador de tangos Oscar Gato, entre otros. Casi todos murieron de
manera trágica y serán personajes de su novela Aire de tango.
1947-1948. Colabora en el periódico "El Sol", junto con el periodista Alberto
Upegui, con sus amigos Oscar Hernández y Carlos Castro Saavedra y el
pintor Fernando Botero. Este periódico es fundado en 1947 para difundir la
tesis del líder populista liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Es
nombrado
secretario de Auditoría de la Contraloría Departamental de Medellín.
1948-1949. Ejerce la docencia en el Instituto Central Femenino (CEFA).
Dicta una cátedra de Literatura en el Liceo de la Universidad de Antioquia,
Medellín. Destituido de todos los puestos por gaitanista y subversivo, por
"perturbador del orden público y saqueador" luego de la muerte del líder
popular Jorge Eliécer Gaitán durante el "Bogotazo", el 9 de abril de 1948.
1950-1952.Viaja a Venezuela y trabaja en Maracaibo en el periódico Diario
de Occidente, como redactor de planta. Es responsable de dos columnas
diarias tituladas "Tono menor" y "Contrabando", bajo los seudónimos de
Naután y Candil. Se encarga también del suplemento literario "Trigo del buen
costal". El contenido polémico y político de algunas páginas editoriales que
le fueron encargadas le valió al director –Rodolfo Aubert–, que se hizo
responsable de ellas, cuatro idas a prisión durante la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez. Al descubrirse la autoría de los editoriales tuvo que salir de
Venezuela en diciembre de 1952. Durante su estadía en Venezuela pudo
recorrer todo el país y de estas experiencias salieron algunos cuentos y
muchos artículos en los que se mostraba las preocupaciones del escritor por
los asuntos sociales, por el estado de marginalidad de muchos sectores de la
sociedad, entre ellos indígenas y campesinos, y por los ambientes selváticos y
naturales.
1951. Comienza su participación en concursos literarios que se inicia con su
cuento ganador "El milagro" (1951) y se prolonga hasta 1989 con el Rómulo
Gallegos, pasando por el Nadal en 1963 y muchos otros. Empieza también
sus colaboraciones con el periódico El Espectador, que mantendrá durante
varios años como su corresponsal en Centroamérica.
1952. Regresa a Medellín, Colombia, en donde la violencia política partidista
se había extendido por todo el país, sobre todo contra aquellos que no
compartían la política del partido conservador gobernante. Los más
importante periódicos liberales del país son incendiados –septiembre de
1952–, así como las residencias de algunos dirigentes de ese partido.
1952-1956. De nuevo se ciernen amenazas contra el escritor y decide viajar
a Centroamérica –que siempre lo había deseado– tras las huellas de su poeta
de siempre: Porfirio Barba-Jacob, de quien pensaba realizar un estudio
biográfico, y que inicia con una serie de artículos en 1952 y 1953 y reescribe
y publica 31 años después en forma de libro con el título El hombre que
parecía un fantasma (1984). Viaja a Panamá, después a Costa Rica, San
Salvador y Guatemala. En este último país se residencia y se vincula al
periódico El Imparcial, fundado por otro paisano suyo, el poeta Porfirio
Barba-Jacob, en 1922. Desde allí y como corresponsal, envía artículos para
los periódicos El Espectador de Bogotá y Diario de Occidente de Maracaibo.
Es corresponsal viajero de periódicos de Colombia y Venezuela entre junio
de 1953 y julio de 1955. Sus viajes por la zona arqueológica de los mayasquichés en compañía del investigador francés Paul Rivet, servirán para la
recreación de algunos cuentos y de su novela Los abuelos de cara blanca,
que aparecerá 38 años después. Se relaciona con los más importantes
escritores de Centroamérica, entre ellos, Miguel Angel Asturias, Rafael
Arévalo Martínez, Mario Monteforte, Francisco Méndez y Luis Cardoza y
Aragón. La permanencia en Centroamérica se va haciendo cada vez más
difícil para el escritor por su compromiso con la literatura y con los
acontecimientos de su tiempo y por vocación indesmayable por la justicia
social y una mayor dignidad del hombre. Una serie de reportajes sobre los
dictadores del Caribe, titulada "Los hombres fenómenos", hace que se le
cancele la columna de El Diario de Occidente de Maracaibo y luego en
Guatemala, con el nuevo régimen del coronel Carlos Castilla Armas que dio
un golpe militar –junio de 1954– al presidente democrático y progresista
Jacobo Arbenz y un artículo defendiendo el derecho de asilo basado en el
caso del fundador del aprismo peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, asilado
en la embajada de Colombia en Lima, hace que lo deporten a Honduras.
Entra de nuevo a Guatemala de manera clandestina y se dedica a escribir
radio novelas y cuentos que envía a distintos concursos para remediar su
situación y también, al juego de póker, oficios que le permiten sobrevivir
durante varios meses. En los periódicos Diario de Hoy, Prensa Libre, Prensa
Gráfica de San Salvador trabaja, desde agosto de 1955 hasta mediados de
1956, en varias columnas y editoriales con los mismos seudónimos de Naután
y Candil.
1956. Por un diagnóstico errado de cáncer, decide regresar, en noviembre, a
Colombia. Intentan encarcelarlo a su llegada a Medellín por las críticas
hechas a los gobiernos conservador de Laureano Gómez y al militar golpista
de Gustavo Rojas Pinilla. Inaugura en Medellín una exposición de pintura del
poeta y amigo Carlos Castro Saavedra. Dicta conferencias sobre literatura y
escribe comentarios de obras de escritores y pintores para periódicos y
revistas nacionales.
1957-1962. Con la ayuda de su tío José M. Mora Vásquez, en diciembre de
1957 es nombrado director de la Imprenta Departamental de Antioquia, desde
donde realizará una importante campaña de divulgación cultural. Reinicia en
1958 la segunda colección de Autores Antioqueños con obras de Joaquín
Antonio Uribe, Carlos Castro Saavedra, Oscar Hernández, Gonzalo Cadavid
Uribe, Rafael uribe Uribe, entre otros. Entre 1959 y 1960 debe enfrentar dos
polémicas públicas con diputados e intelectuales conservadores por la
publicación de algunas obras de sus "amigos liberales" y de nadaístas como
Gonzalo Arango –grupo contestatario e irreverente fundado por éste en
Medellín en 1959– que "atentan contra la moral". No acepta la renuncia que
se le solicita.
1961. Realiza el primer Festival del Libro Antioqueño junto con Alberto
Aguirre, Oscar Hernández, Carlos Castro Saavedra y César Palacio. Publican
diez volúmenes representativos de la literatura antioqueña con autores como
Porfirio Barba-Jacob, Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, Jaime Sanín
Echeverri, Gregorio Gutiérrez Gonzalez, Carlos Castro Saavedra, Manuel
Mejía Vallejo y Epifanio Mejía y dos antologías de cuento y poesía. La
selección de libros para el Primer Festival del libro colombiano, en la que
aparecen Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea Borda y La
hojarasca Gabriel García Márquez, le generará otra polémica con algunos
escritores de Antioquia que califican algunas de esas obras de eróticas e
irreligiosas.
1962-1963. Hace parte del grupo cultural y literario La Tertulia fundado por
el intelectual y político Gonzalo Restrepo Jaramillo y el escritor y rector de la
Universidad de Antioquia –en donde se reúnen– Jaime Sanín Echeverri.
Hacen parte de este grupo la cronista y cuentista Sofía Ospina de Navarro, el
ensayista y profesor universitario René Uribe Ferrer, la escritora María
Helena Uribe de Estrada, la dramaturga Regina Mejía de Gaviria, el pintor y
odontólogo Leonel Estrada, la joven narradora Pilarica Alvear, la escritora
Rocío Vélez de Piedrahíta, la poetisa Olga Elena Mattei, el poeta y editor
Jorge Montoya Toro, el poeta Oscar Hernández. Asisten de vez en cuando, el
crítico y ensayista Javier Arango Ferrer y el escritor Darío Ruiz. Mejía
Vallejo se encarga de los prólogos, edición e impresión de casi todos los
libros de los escritores de la Tertulia con el papel sobrante de la Imprenta
Departamental que dirige. Alcanza a editar diez libros en la Colección La
Tertulia, antes que cumpla los cinco años de contrato con la Imprenta
Departamental.
Jaime Sanín Echeverri, rector de la Universidad de
Antioquia, lo nombra director de la Emisora Cultural y de la Imprenta de la
Universidad de Antioquia.
1964. Se gana el Premio Nadal con la novela El día señalado (primera vez
que lo gana un latinoamericano) y viaja a España para promover la obra que
tiene gran éxito y numerosas ediciones. Dicta conferencias y viaja por todas
España durante varios meses, y también va a Francia e Italia.
1965. Labora como profesor de Historia del Arte en el Instituto de Bellas
Artes de Medellín. Revive la publicación de obras importantes de la literatura
colombiana en colaboración con Darío Ruiz, Dora Ramírez, Antonio Osorio,
John Alvarez y Oscar Hernández quien se encarga de vender papel sobrante y
obtener fondos para editar libros. Por eso la editorial tendrá el nombre de
Papel Sobrante y se publicarán ocho textos, entre ellos de José Félix
Fuenmayor, Oscar Collazos y de Mejía Vallejo.
1967- 1981. Es nombrado profesor de Español y Literatura con dedicación
exclusiva en la Universidad Nacional, sede de Medellín. Desde 1968 hasta
1973 poco es lo que se sabe del escritor. Dedicado a la docencia, se recluye
en Ziruma a escribir cuentos y novelas que progresivamente se publican
luego de siete años de silencio. Aire de tango (1973), la obra ganadora de la
Primera Bienal de Novela Colombiana, es la reiniciación o segunda y más
importante etapa de la vida creativa del escritor hasta su enfermedad en 1994.
1968. En agosto es condecorado con "La Estrella de Antioquia", grado de
plata, por su aporte a las letras y al progreso cultural de la región. Desde antes
de esta fecha hasta el presente vive en "Ziruma" (en guajiro: el lugar donde
habitan los dioses), casa de campo a 25 kilómetros de Medellín que
intercambia una vez en la semana con su casa antigua en el corazón de la
ciudad (calle Cuba con la avenida Oriental).
1975. Viaja a Rusia como delegado de Colombia al Congreso Mundial de
Escritores. El 31 de enero e casa con la hija de la pintora y amiga Dora
Ramírez, la arquitecta y profesora universitaria Dora Luz Echeverría
Ramírez, con la que tiene cuatro hijos.
1978. Viaja a Cuba como jurado de Casa de las Américas y es invitado al
Congreso Internacional de Escritores.
1979- 1994. Funda y dirige el Taller de Escritores de la Biblioteca Pública
Piloto de Medellín. Colaborador del diario El Mundo de Medellín. Escribe
para periódicos y revistas nacionales y extranjeros. Es jurado en numerosos
concursos nacionales y algunos internacionales.
1980. Es invitado a participar en el Coloquio Internacional sobre el Cuento
Latinoamericano Actual en la Sorbona, París. Cierra el Coloquio con discurso
sobre la responsabilidad del escritor en América Latina.
1981. Se jubila como profesor y con reconocimientos de la Universidad
Nacional de Colombia. Es jurado del premio de literatura Rómulo Gallegos
(Caracas) en compañía de Augusto Roa-Bastos, Carlos Fuentes y Carlos
Barral.
1984. La presidencia de la República le confiere la "Orden de San Carlos",
en el grado de Comendador (23 de abril de 1984), en homenaje a una vida
dedicada a la literatura y a exaltar los valores de la cultura colombiana.
1986. La Universidad Nacional de Colombia le otorga el Doctorado Honoris
Causa.
1987. El Festival de Arte de Cali lo condecora con la "Orden al Mérito
Literario".
1988. Recibe el Premio Rómulo Gallegos, el más importante de América, por
su novela La casa de las dos palmas.
1993. Con motivo de sus setenta años de vida y cincuenta de labor
ininterrumpida con la literatura, recibe homenajes de la Universidad de
Antioquia, la gobernación de Antioquia, el municipio de Medellín, de
Rionegro, Jericó y Jardín, municipios del departamento de Antioquia, de
numerosas entidades culturales y cívicas de la región y el país.
1994. Por problemas de salud, a nivel crítico, debe abandonar el trabajo en el
Taller literario de la Biblioteca Piloto y demás actividades, incluyendo la
escritura. Inicia una lenta pero progresiva recuperación.
1995. Recibe la Medalla al Mérito Cultural "Gerardo Arellano" del
Ministerio de Educación Nacional, impuesta por la Ministra María Emma
Mejía Vélez. La Universidad del Valle le concede del Doctorado Honoris
Causa.
1998. Muere en Medellín a la edad de 75 años.
Actividad artística
El escritor se caracterizará por una permanente inquietud artística y muestra
dotes, en este sentido, que por múltiples circunstancias no pudo explotar
como deseaba. Desde niño hasta comienzos de los años noventa, Mejía
Vallejo trabajó la escultura con distintos materiales, también la cerámica –
como su madre y hermana que fueron expertas en este arte–, la juguetería
mecánica original, la pintura y especialmente el dibujo. Quedan algunas de
estas obras en su casa y especialmente entre sus amigos. Son suyos los
dibujos que ilustran su libro de poemas Memoria del olvido. El 1989 exhibe
parte de sus obras en una de las galerías de arte de Medellín con bastante
éxito.
*
Capítulo en el libro: Memoria compartida con Manuel Mejía Vallejo. Medellín,
Colcultura-Biblioteca Pública Piloto, 1997.
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