« La izquierda en América Latina: el regreso a la politización » Antonio Gomariz Pastor. Í n d i c e. Introducción 4 Etapas, diferenciación interna y nuevas acciones populares. 8 Movimientos populares de fin de siglo: ¿una nueva izquierda en América Latina? 10 La dinámica izquierda-ultraizquierda y la crisis ideológica 16 El FSLN: una clásica ruptura en la izquierda 19 Conclusiones 23 Bibliografía 28 Siglas. CEPAL EZLN FARC FMLN FSLN MAS MRS MST ONG PCUS PRD PT UNAM UNO URSS COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y ELCARIBE EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DE COLOMBIA FRENTE FARABUNDO MARTÍ DE LIBERACIÓN NACIONAL FRENTE SANDINISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO MOVIMIENTO DE RENOVACIÓN SANDINISTA MOVIMIENTO DE LOS SIN TIERRA ORGANIZACIÓN NO GUBERNAMENTAL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA PARTIDO DE LOS TRABAJADORES UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO UNIÓN NACIONAL OPOSITORA UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS SOVIÉTICAS Introducción. Entre la advertencia de J.F. Kennedy, “Quienes imposibilitan la reforma hacen que la revolución sea inevitable” y la conclusión de Petras1, “Las mismas condiciones de «éxito» del modelo neoliberal han creado las condiciones adecuadas para el resurgimiento de movimientos sociopolíticos radicales y extraparlamentarios”, se desarrolla un período de actividad y dinamismo extraordinarios para los movimientos que configuran las izquierdas latinoamericanas. El fin del imaginario colectivo de la radicalidad revolucionaria se vino abajo el 25 de febrero de 1990, cuando la derecha nicaragüense venció al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en las elecciones, precipitando, además, la ruptura del Frente. Esto modificaba la experiencia histórica latinoamericana2 que suponía que los procesos revolucionarios sólo eran reversibles a partir de golpes de estado de militares reaccionarios, de la CIA o de errores propios de la izquierda. Dos fueron las principales doctrinas sobre las que se conformó el espectro ideológico movilizador de las izquierdas3 de la época correspondientes a la mitad del siglo y las dos décadas siguientes: una, la reelaboración del marxismo4 a la luz de la revolución cubana, a partir de los elementos subjetivo-voluntaristas y la primacía de la praxis. La tesis de la vanguardia y la construcción nacional impactaron el ámbito universitario e intelectual, siendo el caldo de cultivo de numerosos movimientos guerrilleros5. Dos, la Teología de la Liberación, que repercutió favorablemente la formación de los nuevos movimientos sociales. La centralidad de la opción radical de las organizaciones guerrilleras se desarrolló en un contexto organizacional conformado por unos actores que ejercían la lucha armada 1 Petras, J., 2000 Castañeda, citado por Vilas, C., 1998. 3 Martí, S., 1998. 4 Llegó a denominarse marxismo tropical, que fundió elaboraciones de Gramsci y Lenin con los pensadores latinoamericanos Mariátegui y Martí, a la luz de la lectura de la experiencia revolucionaria cubana. 5 FSLN; Fuerzas Armadas Rebeldes, Ejército Guerrillero de los Pobres y Organización del Pueblo en Armas, en Guatemala; Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, Ejército Revolucionario del Pueblo; Resistencia Nacional; Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (Martí, S., 1998). 2 en un marco hostil y represivo, específicamente en la región centroamericana6, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, por la conquista del poder. Se trató de organizaciones político-militares altamente centralizadas, como se verá más adelante, configuradas en divisiones administrativas nacionales, milicias y células. El estilo organizacional adoptó un carácter en ocasiones sectario y desplegaba un culto cuasi-sagrado, caracterizado por un comportamiento de entrega totalitaria hacia la organización. Las cúpulas (vanguardias) concentraban el máximo poder, y la autonomía era absoluta entre los movimientos, en aras de la disciplina y efectividad, articulándose alianzas con el movimiento popular (El Salvador, Nicaragua), el cual también gozó de su autonomía. La coyuntura que tradujo estas organizaciones en grupos de referencia de las políticas nacionales guarda relación con la transformación de las opciones de izquierda, radicales o reformistas, en alternativas revolucionarias, en las que la pobreza no puede entenderse como única variable explicativa en la irrupción de la violencia7. Cuando llegaron los inicios de los procesos negociadores, específicamente en la región centroamericana, para la pacificación, la izquierda de esta región todavía consideraba prematuro descartar la vía armada. En el proceso de transformaciones internas de estos movimientos podemos establecer varias etapas, que van desde la apuesta armada y los procesos de paz y de normalización democrático-electoral hasta su conversión en partidos políticos sistémicos, seguidos por la vigencia de un modelo de sistema de intereses (que reemplaza a un sistema de solidaridad) que desemboca frecuentemente en la fractura interna. La aceptación de la vía pacífica a los conflictos armados determinó las formaciones izquierdistas y transformó los escenarios políticos nacionales. Se operó una transición desde una lógica de victoria sobre los contendientes hasta la convivencia y diálogo con los mismos. Las tesis del sociólogo Petras relacionan el crecimiento de los movimientos de oposición con el debate político intelectual y con las estrategias desplegadas por los actores en América Latina. A partir de los efectos derivados de la aplicación de las reformas y el ajuste recesivo de orientación neoliberal, instrumentalizado como la consolidación del 6 Muchas veces los aspectos y los desarrollos adquieren en Centroamérica una dinámica que no es nacional, y tienen lugar procesos compartidos en el ámbito regional, más allá de lo nacional (Rouquié,A., 1994) 7 Torres-Rivas, 1996, citado por Martí, S., 1998. dominio capitalista por medio de la influencia externa hegemónica estadounidense8, estas tesis rescatan la relevancia del Estado y de las clases sociales para la construcción teórica del cambio. Conviene, brevemente, dar cuenta de las mismas: 1) El neoliberalismo provoca crisis continuas y un desarrollo desigual e injusto, que hacen caer su respaldo social. 2) En la oposición al neoliberalismo se enfrentan intelectuales que abogan por proyectos comunitarios y de autoayuda con quienes propugnan reformas o cambios sistémicos fundamentales en el ámbito nacional. 3) La apuesta debe ser por la transformación global: los proyectos y reformas a pequeña escala no son ni viables ni eficaces para lidiar con los imperativos sistémicos del neoliberalismo: los problemas están arraigados en el mercado y en el Estado neoliberal, que han eliminado el pacto de bienestar social que produjo el minimalista Estado de bienestar latinoamericano entre 1950 y 1980. 4) La opción electoral no ha sido eficaz para provocar cambios sociales progresistas. Los partidos que han confiado en las elecciones se han derechizado, acomodándose entre las elites económicas y políticas. Esto ha pasado con los partidos que en los años 70 y 80 estaban en la izquierda. Este desplazamiento se explica por la represión y el terror de los regímenes militares y civiles de la época y a la cooptación de intelectuales mediante fondos extranjeros canalizados por las ONG. Entre los líderes y partidos que viran hacia el centro político están los socialistas chilenos, el Partido de los Trabajadores brasileño, los sandinistas nicaragüenses, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional salvadoreño (FMLN), etc. Además, como veremos más adelante, más que la reforma del sistema, los socialdemócratas están convirtiéndose en social-liberales. 8 Esta es una de las certidumbres de los proyectos revolucionarios latinoamericanos y de la izquierda en general, que identificaba los intereses de Estados Unidos como el obstáculo más grande en el camino del progreso y cambio en América Latina (Vilas, C., 1998) 5) Esta derechización se contradice con las aspiraciones de las bases, y muestra los intereses sociales de sus líderes, movidos por el ascenso social y “hegemonizados” por la doctrina neoliberal. 6) La explicación de la hegemonía neoliberal hay que buscarla en el papel de los actores internacionales (retórica vista que apunta una regresión a postulados teóricos de la ultraizquierda. Lo que ocurre es que el recurso a este “elemento externo” no está suficientemente justificado por Petras, pues, si procura un análisis profundo de los nuevos movimientos de la izquierda, la elaboración teórica para vincular éstos con el rechazo a la potencia hegemónica o imperializante es demasiado indirecta y no queda demostrada. Además, hace presos a estos movimientos y protestas populares de un nuevo frentismo latinoamericano frente a Estados Unidos, y reduce las aportaciones e innovaciones teóricas, pragmáticas, de organización y de acción que el mismo autor está reivindicando para ellos en otros lugares momentos). 7) El Estado crea el marco adecuado para la expansión y consolidación de las multinacionales estadounidenses en la región y apoya los regímenes latinoamericanos para reprimir a los oponentes (este argumento de una continua expansión del papel del Estado no es congruente con las tendencias observadas por las formulaciones teóricas del Estado de la última década. Una cosa es la reorientación funcional del Estado hacia procesos más estratégicos, que pueden o no cumplir esa consolidación de las empresas transnacionales que argumenta el autor, y otra cosa es que la izquierda, en general, y la latinoamericana en particular, necesita profundizar, analizar y reelaborar sus tesis sobre el papel que está desempeñando y hacia dónde debe dirigirse un Estado en un contexto dominado por procesos de apertura económica indiscriminada, liberalización comercial, desplazamiento del patrimonio empresarial público al sector privado mediante privatizaciones, multiplicación de la regionalización y globalización económico-financiera). 8) El gobierno de Estados Unidos adquiere un papel crecientemente influyente en el flujo de inversiones y préstamos efectuados por las multinacionales estadounidenses en América Latina. 9) La promoción de la doctrina neoliberal realizada por Estados Unidos en la región se relaciona con la importante estrategia competitiva que enfrenta a los bloques comerciales. En la década de los años noventa, son mayoritariamente los movimientos campesinos los que reemplazan los espacios de izquierdas dejados por la derechización del centro-izquierda. En parte, el resurgimiento de esta nueva izquierda está relacionado con la ocupación de tierras protagonizada por miles de campesinos, por lo tanto, tiene su epicentro en las zonas rurales. Estos movimientos se oponen al neoliberalismo, ocupando el espacio que han dejado la coaliciones electorales de centro-izquierda. Cinco son los rasgos característicos de estos movimientos. Primero, se trata de movimientos campesinos disímiles a los tradicionales. No son movilizaciones ajenas a la realidad urbana, ya que a veces los participantes son obreros o desplazados por el cierre de industrias urbanas y, además, se forman en la ciudad y se involucran en el debate político. Segundo, presentan una gran autonomía política respecto de partidos de izquierda. Tercero, se implican en la acción directa y extraparlamentaria antes que en la actividad electoral. Cuarto, su acervo ideológico y de la acción se nutre de diversas influencias simultáneamente, el marxismo clásico, la etnicidad, la ecología o los movimientos de género. Quinto, destaca la comunicación regional de los movimientos campesinos, que ha dado lugar a la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), además de su conexión internacional, la Vía Campesina. El trabajo pretende ofrecer un panorama general sobre las izquierdas latinoamericanas, específicamente las menos institucionalizadas y que se desarrollan al margen de los partidos políticos tradicionales, pero cuyas acciones y movilizaciones completan los distintos escenarios políticos y contribuyen al análisis de los factores explicativos de las transformaciones políticas más recientes en el seno de la izquierda. Para ello, abordaremos, en primer lugar, la crisis de la izquierda ultra surgida a raíz de la revolución cubana y sus consecuencias; en segundo lugar, conoceremos, por dentro, la crisis del FSLN, un movimiento guerrillero que participó de la contienda electoral y cuyos efectos son importantes para la recomposición propia y de la izquierda latinoamericana; en tercer lugar, conoceremos los movimientos populares y ciudadanos de la última década, para dar cuenta de su expresión y ubicarlos en el contexto de la izquierda en América Latina. Etapas, diferenciación interna y nuevas acciones populares. La izquierda latinoamericana contemporánea ha presentado tres momentos de intensa actividad en el último cuarto del siglo XX. Una primera ola estuvo protagonizada la nueva izquierda, que desafió el dominio de los partidos comunistas prosoviéticos: las guerrillas armadas, los movimientos sociales de masas y partidos políticos dotados con una estrategia electoral. Los regímenes dictatoriales fueron acabando con todas estas tendencias de la izquierda no tradicional. Un segundo período viene marcado por la oposición a los regímenes dictatoriales y contra la agenda neoliberal: el FMLN salvadoresño, el FSLN en Nicaragua, el PT brasileño, Frente Amplio uruguayo, la Causa R de Venezuela, el PRD mexicano, el Frente Grande argentino, el Foro de Sao Paulo, etc. Estos partidos, coaliciones y movimientos guerrilleros fueron participando de la política electoral y se decantaron hacia la asimilación parcial de políticas neoliberales. Una tercera etapa define la actualidad de unos movimientos sociopolíticos ampliamente conformados, profesores, sindicatos no capitalinos y campesinado. Muestra rasgos distintos a los anteriores momentos: primero, de composición mayoritaria obrera y campesina, su foco de origen no está ligado a la universidad; segundo, contrasta su enérgica actividad con la de recursos; tercero, el liderazgo o dirección colectiva se imponen sobre los personalismos; cuarto, se distancian del izquierdismo oficial y de la actividad intelectual de las ONGs9, rechazando formalizar relaciones en la competición electoral por preferir las relaciones con las bases de estos movimientos, aunque apoyen o eventualmente algunos miembros formen parte de alguna coalición electoral. La estrategia de aceptación de las fórmulas procesales para la celebración de elecciones y la participación en ellas del centro-izquierda aumentó su carácter pragmático. Así ocurrió en un primer momento, entre los años centrales de la década, en 1994-1995, y nuevamente a final de siglo, en México, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, El Salvador, Nicaragua, Chile, aunque las victorias electorales comenzarían a darse en el segundo momento. Después de dejar de lado la agenda de reforma socialdemócrata, con la 9 La confrontación sería parte del conflicto existente entre la perspectiva marxista revolucionaria de los militantes campesinos y las tendencias postmarxistas acogidas por la mayoría de los intelectuales (Petras, J., 2000). que el centro-izquierda perdió los procesos electorales, algunos de sus principales aspectos fueron retomados en los procesos más recientes. A partir del criterio de las propuestas electorales, Petras10 establece una división del centro-izquierda en socialdemócratas y social-liberales. El acento socialdemócrata se coloca sobre la redistribución de la renta, la reasignación de los gastos públicos hacia políticas de bienestar social, la construcción de un sector público poderoso y un sistema de planificación eficaz. La diferencia social-liberal, que aumenta gradualmente los gastos sociales, viene dada por la defensa de políticas de estabilización ortodoxas al interior de una economía privatizada y desresgulada. Así, mientras el neoliberalismo pretende imponer su agenda mediante una estrategia de politización integral del Estado, agregando el ejército, la justicia y la Administración Pública, los movimientos populares protagonizan y centran su acción en la sociedad civil, desentendiéndose de otros ámbitos. Un análisis más detallado de la realidad social, política y económica nos permitirá encontrar elementos teóricos para comprender el contexto que cierra un ciclo revolucionario y anticipar nuevas formas de estructuración y de organización de la sociedad y de la protesta ciudadana que configuran los nuevos movimientos de los que se nutren las “izquierdas latinoamericanas”. Las profundas transformaciones de las formas de acción colectiva muestran nuevas expresiones en torno al pacifismo, ecologismo, feminismo, urbanismo o etnicismo. En América Latina, se pensó que estos nuevos actores simbolizaban el nuevo cambio social en un contexto de derrumbe de utopías y predominio del realismo político. Los nuevos movimientos no pueden desconectarse de la redefinición de las relaciones entre lo social y lo político, a pesar del enfoque privilegiado concedido al papel del Estado al respecto. Un sector del marxismo encontró en la autoayuda una interpretación crítica de las funciones de un Estado adelgazado propio de la modernización capitalista global, reflejando la exclusión de amplias capas del bienestar (nacional). Esta crítica tuvo su influencia en los enfoques de la autoorganización11 y los movimientos populares urbanos. 10 Petras, J., 2000 El proceso de autoorganización incorpora la formación de la conciencia política y la organización de los intereses locales, sociales y de clase en los barrios pobres. Este enfoque debe exigir que el Estado proporcione los recursos necesarios para propiciar el esfuerzo propio. A la vez, promover la reforma del 11 Es una constatación común en América Latina la marginalidad de una articulación espacial y estructural de fuerte potencial transformador social. Lejos de constituir una coyuntura, las experiencias y las investigaciones muestran que se trata de una tendencia consolidada. Esta situación no sólo dificulta la construcción de modelos de desarrollo alternativos o iniciativas políticas con base en las propuestas y organizaciones sociales, sino que establece límites a los proyectos de participación, de movilización o integración social, al poner de manifiesto la limitada implantación territorial y poblacional de los mismos, limitando su vigencia temporal. No obstante los logros de algunas experiencias concretas de participación y de arquitectura social, de algunos de los obstáculos que enfrentan los movimientos sociales y la gestión de un modelo de desarrollo alternativo y de profundización de los procesos de democratización, guardan relación con alguno o varios de los siguientes aspectos: a) La desconexión entre proyectos y programas realizados. b) La escasa población afectada por estos programas y la reducida proporción de participantes que permanecen organizados en una estructura y agenda de acciones y movilizaciones. c) La falta de instancias más allá de los ámbitos local y regional para construir una identidad distinta a la que se crea por la vivencia común de experiencias de pobreza y sobrevivencia. En definitiva, la dificultad de establecer una relación entre eficiencia social, democratización y participación. Para contrastar estas afirmaciones, nos valdremos de la aportación de los estudios y análisis de la realidad de los movimientos populares y de la protesta recopilados por López Maya12 a partir de experiencias de movilización recientes descritas por varios autores de distintos países de América Latina. En la exposición que sigue, se establece la naturaleza de estos movimientos e iniciativas populares y se analiza si sus expresiones contribuyen al debate de la izquierda latinoamericana así como las relaciones de asociación, dependencia, autonomía, etc. que se dan entre todos los actores. Todo ello para, primero, obtener una visión general y crítica de los principales aspectos que condicionan la organización, acción y logros de estos movimientos populares; y, segundo, analizar el tipo de movimiento y de movilización que caracteriza este final de siglo en América Latina. Estado (aspecto demandado por el movimiento vecinal). Movimientos populares de fin de siglo: ¿una nueva izquierda en América Latina? En Argentina, el “santiagueñazo” inauguró un período de intensificación e incremento de la movilización popular, especialmente obrera, que no puede entenderse desde el reduccionismo de la lógica inclusión/exclusión. Fue coordinándose a partir de una presencia mayor de otros movimientos, el agrario, el de los colectivos de mujeres, jubilados, de trabajadores estatales y la reactivación del estudiantil universitario desde 1995. En algunos lugares, hasta el punto de articularse un “poder paralelo”. Esta “efervescencia popular”13, dirigida contra los programas de ajuste liberal, fue desplazando el interés y la repercusión nacional para centrarse y extenderse a otros ámbitos provinciales y locales. Así fue como, a partir de un programa focalizado en los subsidios y el empleo para desocupados, un heterogéneo conjunto social fue capaz de canalizar diferentes reivindicaciones de sectores variados, movilizaciones antesala de las “puebladas”14. Esto permite señalar tres caracteres de este episodio popular: el mantenimiento de un cierto un nivel de organización previo al estallido (en el contexto de reforma del Estado impulsada por organizaciones internacionales, las “puebladas” pertenecen a un modo de expresión de movilización enraizada en la historia y estructura social argentina15); la extensión de la protesta a partir de un movimiento germinal obrero; y la politización de las movilizaciones, que presenta divergencias en torno a desplazar las demandas iniciales hacia sistema electoral16. De tal forma que la falta de implicación política en estas movilizaciones espontáneas provinciales ha provocado la disociación de estas protestas con cualquier alternativa política, reforzando un escenario dividido entre la izquierda electoral y los movimientos provinciales que han protagonizado la acción directa17. Al margen, la izquierda marxista, además de ser muy reducida, permanece aislada y dividida. La intensificación de las ocupaciones de tierras en Brasil, consecuencia de la territorialización del MST y de su implantación en 24 estados, está reorientando la cuestión 12 López, M., (ed.), 1999. Laufer y Spiguel, cit. en López, M., 1999, “La configuración de un ‘poder paralelo’ dejó de ser una perspectiva puramente teórica, pergeñada desde fuera del movimiento social concreto, y adquirió la contundencia de una creación fáctica de las masas que, abonada por la experiencia histórica, constituye al base material de toda verdadera elaboración de teoría social vinculada al cambio social.” 14 Estas movilizaciones masivas en pueblos y ciudades que adquieren tintes de rebeliones son denominadas puebladas, constituidas a partir de reivindicaciones inmediatas, sin que propongan tomas de poder ni supongan derrocamientos 15 Laufer y Spiguel, cit. en López M., 1999 16 Las protestas en forma de cortes de ruta también han sido interpretadas en clave política, vinculadas a la crisis del sistema formal de representación política (Scribano, cit. en López, M., 1999). 17 Petras, L., 2000 13 agraria en este país18. Habiendo adquirido una dimensión nacional a partir de su origen regional, la acción del MST ha provocado un proceso de transformación política, induciendo una reforma agraria de repercusiones políticas y socioeconómicas, no exenta de violencia, viéndose obligado a constituir comités de autodefensa frente a los pistoleros a sueldo. El movimiento ha pasado a privilegiar la organización política y el apoyo logístico previos a las ocupaciones, a partir de la construcción de alianzas estratégicas en las ciudades, con sindicatos y movimientos urbanos, con el doble objetivo de prevenir la represión y aumentar las bases de un movimiento político nacional19. La movilización popular boliviana se agrupa en torno a tres centros: los campesinos del sur, los mineros y los sindicatos de La Paz, con capacidad de lucha específica, aunque mantienen un nivel de coordinación en la Central Obrera Boliviana. En Paraguay, el actual movimiento campesino, heredero de las ligas campesinas de los setenta aniquiladas por la represión, destaca por su confrontación prolongada para encarar la lucha por la reforma agraria, habiendo adquirido el rango de actor político nacional relevante. Parte de este protagonismo militante sobresale más por el reducido tamaño y la fragmentación de la clase obrera industrial Además del problema de la tierra, a la acción campesina paraguaya se incorporan20: las tradiciones indias; el socialismo entre algunos líderes (despojado de elaboraciones teóricas y contrastado en la oposición cotidiana y en la vivencia comunitarista campesina); y el nacionalismo apoyado por los pequeños campesinos y braceros sin tierra guaraníes frente a los propietarios europeos. Aunque una parte del descontento popular colombiano de este fin de siglo, expresado por las protestas de los cultivadores de café y de coca, no arranca de la reacción anti-neoliberal, la que sí se articula en este sentido es la surgida a principios de los noventa con motivo del “revolcón”, cuyo exponente más significativo lo constituyó la movilización contra las privatizaciones de las empresas estatales. Ambas protestas se enmarcan en el contexto de la violencia colombiana, que las distorsiona y las diluye, dificultando la apreciación de su dimensión. Y es que el movimiento guerrillero, contrariamente a lo ocurrido por las otras guerrillas latinoamericanas, no sólo se ha mantenido, sino que ha ido 18 El MST ha logrado conquistar tierra para asentamientos y reivindicar los recursos mínimos para hacer realidad la sobrevivencia de esas ocupaciones, consolidando su posición como referencia obligada del gobierno brasileño en el tratamiento de las cuestiones relacionadas con la reforma agraria 19 Petras, J., 2000, acrecentando su poderío militar y su influencia popular, sobre todo en los ámbitos local y regional y particularmente las FARC. Influidas por el marxismo (en su origen, prosoviético), y a partir de la acumulación de poder local campesino local y regional (puesto que casi todos los estudiantes e intelectuales pertenecientes al guerrillero MR19 se desmovilizaron para integrarse en una coalición electoral), centran su lucha en la reforma agraria y la transformación democrática. La intensidad de los ataques guerrilleros están conduciendo las FARC a una decantación indiscriminada hacia las acciones de terror (tendencia de la ultraizquierda apuntada por Rodríguez Elizondo, véase en este documento). Algunas de las causas que ayudan a explicar el recobrado papel central del Partido Comunista chileno, sobre todo basado en el movimiento sindical, son: la creciente presencia de la izquierda en los barrios obreros y universidades a partir de su creciente influencia en los sindicatos; la apertura de debates sobre la clase obrera y los movimientos sociales; el análisis crítico sobre el comunismo soviético, sin renunciar al análisis de clase marxista; y, el carácter de fuerza política casi extraparlamentaria. Para mantenerse como una referencia de la izquierda chilena, los comunistas deberán enfrentar el distanciamiento de los intelectuales, el abandono de todo intento centralista y hegemónico, fomentando el respeto por la autonomía de los movimientos sociales y sindicales, y la elaboración de instrumentos teóricos y analíticos adecuados a los cambios sociolaborales ypolíticos. Los caracteres destacables de la protesta popular guatemalteca pueden agruparse a partir de los siguientes aspectos: la multiplicidad de las causas que la motivan; la multiplicidad de los actores que la promueven (ámbitos estudiantil, sindical, étnico, campesino, ONGs, desplazados, refugiados, mujeres contra los efectos del terror); el desplazamiento de la autoconciencia de clase a la étnica21; y, por último, su evolución general. La articulación de la protesta, que gira en torno a reivindicaciones específicas mayoritariamente sociolaborales, evoluciona desde la no vinculación con la resistencia antineoliberal a una explícita movilización antineoliberal a mediados de la década actual. Desde la centralidad del movimiento estudiantil en los cincuenta y sesenta, se dirige, desde el protagonismo del movimiento sindical de los setenta, hacia el étnico predominante en 20 Petras, J., 2000 La fuerte vinculación del movimiento popular a la izquierda de tendencia revolucionaria dio paso en la segunda mitad de los años ochenta a la resistencia centrada en lo étnico, diversificándose incluso las organizaciones populares en función de este rasgo: las indígenas, para reivindicaciones de composición maya 21 los ochenta y la resistencia neoliberal actual. Esta acentúa su rechazo a la situación de injusticia que genera el neoliberalismo, en concreto, la pérdida de niveles aceptables de calidad de vida. La demanda ciudadana dominicana de un Estado garante de la identidad y desarrollo nacionales se ha visto frustrada por la incapacidad de éste de manejar dos frentes de significativa repercusión social: la lucha contra la corrupción administrativa en las instituciones que ejercen el poder y, agravado por esto, el deterioro de los niveles de vida de la mayoría de la población. Su desvinculación de los sectores más dependientes ha ocasionado, como en otras regiones de América Latina, un fuerte desgaste del sistema de representación formal, partidista y sindical, cuyo desencanto orientó la transición de los movimientos populares hacia formas de organización y confrontación fragmentadas22: lo inmediato y lo próximo bloquean una perspectiva más dinámica estructuralmente. La sobrevivencia y lucha diaria libradas adopta dos formas comunes en estos barrios jóvenes que protestan por la falta de servicios básicos: la ocupación de tierras y las autoconexiones (a redes de agua y electricidad). La naturaleza de la revuelta de Chiapas requiere de la observación de las particularidades de la región tanto como de su ubicación en el contexto social mexicano. La demanda principal (un conjunto de reivindicaciones múltiples) tiene su centro en la lucha, no ya por la tierra y los recursos, sino por contener el negativo impacto que genera su explotación y las consecuencias negativas de la forma en que ésta se realiza. El zapatismo o neozapatismo, es un movimiento complejo, en cuyo seno se agrupan tendencias en torno al EZLN, caracterizado por el autoritarismo y la jerarquización militares; al zapatismo civil, un gran comité ubicado en las ciudades que puede cristalizar en una fuerza política; y al zapatismo social, más difícil de delimitar, sin organizar. A estas tendencias, el subcomandante Marcos añade un zapatismo internacional. En la trayectoria más reciente del EZLN, podemos describir dos giros estratégicos o ideológicos respecto del zapatismo originario: primero, a partir de nuevos esquemas y las instituciones mayas, reivindicaciones étnicas. 22 Lilian Bobea, cit. por López, M., 1999, en referencia a un estudio reciente, identifica 7 categorías de organizaciones de base (Juntas de vecinos, clubes de amas de casa, deportivos, asociaciones de padres, madres y amigos de la escuela, grupos de jóvenes, grupos de teatro, comités de defensa barrial), 26 espacios de coordinación sectorial o territorial, que incluían 86 organizaciones de base, además de 111 organizaciones no vinculadas o coordinadas. dirigidos a la sociedad civil. Las relaciones abiertas con la izquierda institucional e internacional se imponen en detrimento de las luchas autónomas. Este diálogo, el rechazo del poder (la lucha no ya para lograr el poder sino para la conquista de los derechos políticos y sociales de los excluidos), la negociación con el gobierno y la conquista de espacios de ciudadanía para las poblaciones indias y comunidades excluidas, también abarcan la inflexión23 respecto de la vanguardia revolucionaria24. Después, deja de lado los llamamientos a la sociedad civil para colaborar y coordinarse con grupos específicos organizados con capacidad de lucha y resistencia frente al gobierno. El desplazamiento político-ideológico-estratégico del EZLN desde la retórica marxista-leninista de las clases hacia “lo indígena” como aspecto central de su discurso y reivindicaciones, junto con otros centros de interés político nacional (presidenciales del 2000, huelga de la UNAM, liberalización del sector eléctrico); refuerza el abandono de la apuesta inicial por la lucha armada, consolida el campo de acción teórico-intelectual y político del movimiento en el territorio nacional y aumenta su capacidad de persuasión (reduciendo los argumentos estatales para su diabolización ideológica -discurso de comunicación múltiple, o el enfocado o “focalizado” 25). Los movimientos sociales venezolanos no se ajustan a la imagen y al modelo predominante en América Latina. No proceden de procesos de reacción o resistencia a regímenes dictatoriales; no contienen componentes indígenas clave, y repercusión de las articulaciones en torno a lo popular y comunitario han sido limitadas. Pero la reducción funcional de unos servicios públicos anteriormente aceptables ha provocado una situación de pobreza tras fachadas bonitas26. La crisis de los ochenta agrandó diferencias entre sectores sociales y redujo los sectores medios. Se produjo una polarización social reflejada en una relativa homogeneización social del espacio, acusado en los barrios y las urbanizaciones de Caracas. El caracazo respondía al “paquete económico” propuesto por Carlos Andrés Pérez, desencadenando una reacción que fracturó el sistema democrático, evidenciando la ilusoria estabilidad política pretendida por algunos sectores dominantes venezolanos. 23 El Encuentro Internacional contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, Touraine, habló de dos principios que fundamentaron las acciones neozapatistas de 1994: “la centralidad de lo social y sus actores, los nuevos movimientos sociales y una forma original de plantear la relación, la articulación, entre lo singular, el individuo, la comunidad y lo universal”, en Najman, M., 1997. 24 Najman, M., 1997 25 González, P., 1995 Los sectores más pobres de Venezuela tuvieron que activar estrategias de sobrevivencia individual y familiar sobre la base de anteriores estructuras solidarias para afrontar los efectos de la crisis de la década de los ochenta (cuyo estallido final llegó el 27 de febrero de 1989) que también debilitó las organizaciones populares. Estas perdieron fuerza debido a procesos relacionados con la crisis de recursos públicos: (1) el desplazamiento de los asuntos centrales del barrio y su sustitución por otros aspectos más vitales (desempleo, elevación del coste de la vida, incremento de la violencia); (2) la pérdida de la capacidad movilizadora (condicionada por el recorte de las ayudas a los vecinos, organizaciones, mayor control y procedimiento burocráticos) y (3) el fraccionamiento del movimiento popular (búsqueda de soluciones individuales, aumento de la violencia y el consumo de droga, estrategias intimidatorias a líderes y organizaciones vecinales). Los numerosos análisis del caracazo no han explicado con suficiencia el motivo27 de esta acción colectiva que provocó la disolución temporal del orden no dirigida por organizaciones o grupos políticos. En relación con la función que cumple esta acción colectiva vecinal venezolana, las investigaciones sociales pueden reducirse a dos tesis: una la significa como factor de estabilidad democrática y de democratización. Otra, la reduce a espacios de intervención directa del Estado28 por su identificación con la clase media. El movimiento social más conocido, el vecinal, puede tratarse como un movimiento reactivo, por su vinculación a amplios sectores de clase media, simbolizando la representación de intereses, de contenido defensivo de esta clase. Los últimos años reflejan una efervescencia y dinamismo de la sociedad civil liderada por el movimiento vecinal, que adquiere una importancia relativa en la implantación de algunas reformas. La diámica “izquierda-ultraizquierda” y la crisis ideológica. En los años sesenta, desde varios ámbitos, convergen síntomas que llevan a América Latina a una crisis de carácter integral. Fracasaba el proyecto de la CEPAL del desarrollo hacia adentro; motivando una triple respuesta sociopolítica: conservadora, de 26 Grohmann, P., 1996 Ramos, M.L., 1995 28 Los partidos políticos, instrumentalizado las AAVV para acceder y controlar una parcela social, actúan como correas de transmisión de la política social del Estado. Es así como las AAVV constituyen “un espacio de intervención directa del Estado” (Guerra, cit. en Ramos, M.L. 1995). 27 quienes pretendían proteger el sistema de dominación basado en la agroexportación, transformadora, de quienes promovían impulsos estatales de cambio estructural y revolucionaria, de quienes exigían cambios profundos y radicales. En este sentido, las soluciones de fuerza fueron reemplazando las soluciones políticas. Este deterioro de la política fue parejo con las tendencias de imposición de rupturas, mediante revoluciones o represiones conservadoras. Los movimientos insurgentes latinoamericanos promotores de las soluciones de fuerza formaron parte de un ciclo revolucionario que se ajustó y evolucionó según las siguientes circunstancias: entre 1960 y 1968, la contrainsurgencia estuvo vinculada al desarrollismo de la Alianza para el Progreso. Los militares combatían la ultraizquierda, controlaban a los partidos comunistas y favorecieron la convergencia de fuerzas de la izquierda sistémica. Los dos años siguientes corresponden a una etapa de transición, en la que se cuajó la relación directa entre el proceso de desarrollo económico-social y la “propensión patológica” en los sistemas políticos, antes que la advertencia kennedyana (véase introducción). Después, a partir de 1970, la contrainsurgencia adquiere un carácter conservador-antipolítico. En ese transcurso, los efectos de la revolución cubana se extendieron al campo teórico y práctico, irrumpiendo la nueva “internacional continentalista”, referida a América Latina. Las interpretaciones de esta revolución ilustran lo que fueron, durante mucho tiempo, posiciones inamovibles de actores políticos nacionales e internacionales implicados en una confrontación superior, la diámica Este/Oeste, que enmarcaba los episodios revolucionarios cubanos. La interpretación soviética de la revolución cubana guardó relación con las tesis de que una revolución nacional-democrática podía convertirse en una revolución socialista, de los efectos directos de la ayuda política, militar y económica soviética a países en desarrollo sobre el socialismo y de la necesidad de convergencia marxistas y no marxistas en unidades revolucionarias más amplias. La lectura estadounidense se apoyó en factores de inestabilidad política generada por las tensiones del desarrollo y por la incapacidad del autoritarismo y el reformismo democrático, de convergencia de nacionalismo extremo y socialismo, de incremento del rol de beligerante internacional de la URSS y en lo absurdo de la justificación de la agresión extraterritorial (estadounidense). Esta es una característica propia del tránsito hacia la izquierda “ultra”29, que se traduce en la transición de la dominación político-económica española a la estadounidense (neocolonización). Otra lectura “pequeñoburguesa30”, de menor exactitud, promovía la elaboración de una ideología propia en torno al mito del pueblo revolucionario (fuerza motora), al liderazgo de Fidel Castro, al determinismo socialista e imperialista, la fuente teórica de Mariátegui y a la solución armada antes y mejor que la “vía pacífica” soviética del XX Congreso del PCUS. Las fuerzas revolucionarias de ultraizquierda conjugan estos postulados para edificar una internacional alternativa, restringida al ámbito continental (influencia también del momento, que ve nacer las soluciones regionales para los problemas de desarrollo). En ese tránsito de la izquierda a la ultraizquierda se generan diversas tensiones con las fuerzas políticas conservadoras (decidir la intensidad de su violencia para determinar la represión), de centro (que activa problemas de identidad), de izquierda sistémica (invasión de su espacio político y pérdida de credibilidad como alternativa real) y de izquierda marxista legal (cuestionar la permanencia o no en el sistema). A partir de estas tensiones, se rechaza la participación en los esquemas institucionales establecidos y se pretende provocar “fraccionalismos” al interior de los partidos comunistas. La mitificación del temor a la socialdemocracia o al reformismo se elevó y reforzó continuamente en el interior de las organizaciones de ultraizquierda. El análisis de Rodríguez Elizondo verifica una “relación directa entre la debilidad relativa de los comunistas y la fortaleza relativa de la ultraizquierda”31. En resumen, la polémica de la izquierda fue un elemento central de la ultraizquierda altamente funcional para activar la derehización de las fuerzas izquierdistas moderadas. En esta dinámica, la violencia va adquiriendo para la ultraizquierda un rol fundacional y funcional como categoría estratégica, en lo que supone otro tránsito desde la no deseada politización hacia la necesaria militarización. La justificación que realizó la 29 Rodríguez, J., 1990 Calificativo que reúne a estudiantes, profesionales, intelectuales, artistas, funcionarios civiles medios e inferiores, políticos reformistas frustrados y/o desertores de partidos políticos que desmontaron propuestas revolucionarias y nacionalistas (Rodríguez, J., 1990) 31 Rodríguiez, J., 1990. 30 ultraizquierda de la necesidad de la revolución continental definió el método estratégico fundamental (orientación básica), la guerra revolucionaria del pueblo. La absolutización del culto de la acción nos permite hablar de otra transición, en este caso la que se produce desde el culto a la acción al terrorismo ideológico. Se produjo un incremento de grupos y organizaciones similares, anárquicas, que, junto a esta “criminalización” de la revolución, llevaron a la ultraizquierda a una dispersión y desconexión que se reforzaban recíprocamente. Como vemos, en la ultraizquierda latinoamericana destacó el abuso a la generalización ideológica y a la abstracción estratégica. Una más fue la tesis de que los ejércitos podían ser derrotados como lo fue el ejército babtista, pudiendo conducir a la arriesgada generalización de que la debilidad de este es una prueba de la debilidad de los demás. Esta generalización que la ultraizquierda hace del ejército latinoamericano (el obstáculo físico), según vimos, como instrumento de la dominación colonial estadounidense, a lo que añade una mayor incorporación de efectivos de la clase media en su composición, genera un antimilitarismo vulgar. Esta caracterización surge de forma paralela a una nueva institucionalidad castrense (derivada de la creciente autonomía relativa de las Fuerzas Armadas), en un contexto de encuentro entre la “guerra interna” (primacía sobre las guerras nacionales) y la “guerra revolucionaria del pueblo”, facilitó una transformación militar32 que abrió la etapa de inseguridad ciudadana institucionalizada. A ese antimilitarismo, la doctrina supranacional de la seguridad contrapuso un anticomunismo militante basado en un frente permanente interno. Así fue configurándose el “proyecto histórico” defendido posteriormente por la ultraizquierda, que debía generar y exportar las vanguardias nacionales, a través de redes de organizaciones nacionales político-militares sujetas a una doctrina, a un estado mayor y a una estrategia globalizadora. En este diseño, no se cuestionó que el actor sería el campesinado, junto a los obreros y los más abandonados de las ciudades, todos bajo la dirección del colectivo “pequeñoburgués”. La conformación del cuerpo teórico-ideológico revolucionario se sustentó en el descrédito continuado del marxismo-leninismo 32 Diez cambios enumerados por Rodríguez Elizondo (1990): 1. Superposición de objetivos sociales complejos a los objetivos nacionales simples, de tipo tradicional. 2. Desbloqueo social controlado. 3. Debilitamiento de las concepciones económicas estatistas. 4. Ideologización anticomunista. 5. Abandono del profesionalismo apolítico como doctrina tradicional. 6. Establecimiento de un frente interno permanente. 7. Policialización de la institucionalidad castrense. 8. Adscirpción de sistemas de armamentos y equipos nacionalizado o consolidado (“sovietizado”) de los partidos comunistas tradicionales, distinto del marxismo-leninismo importado o no digerido33 propio de la ultraizquierda, emanado de la revolución socialista cubana. Esta lucha fue por la hegemonía teórica y la acción revolucionarias, al objeto de despojar a los partidos comunistas (el obstáculo político) de su instrumentalidad revolucionaria. Ahora bien, en esta construcción teórica utilitarista, para lo que sí servían esos partidos comunistas es para financiar la economía revolucionaria y asignar los recursos. El análisis de Rodríguez desvela la despreocupación total por la economía nueva que debiera suponer una revolución, déficits derivado probablemente de la suposición de que las bases y el diseño económicos “ya vienen dados”. Así se fue plasmando ese núcleo ideológico mínimo de la ultraizquierda continental34: desde la dirección “pequeñoburguesa”, el carácter continental y socialista de la revolución sólo podría desencadenarse a partir de la lucha armada, reforzada por las alianzas revolucionarias. Son estos elementos, un núcleo ideológico mínimo, incluido el desconocimiento ideológico y evolutivo de las Fuerzas Armadas de la región, junto a la ausencia de una teoría económica, lo que conduce a Rodríguez Elizondo a concluir que estamos ante un “sustrato diletante de la ultraizquierda”, que acabó siendo presa de sus propias críticas a los comunistas tradicionales, la escasa creatividad teórica y escasas aportaciones al marxismo. El FSLN: una clásica ruptura en la izquierda. Durante los 30 primeros años de existencia y durante la revolución, el Frente Sandinista de Liberación Nacional no llevo a cabo ningún congreso, en concreto, hasta 1991. Al principio, el carácter de clandestinidad del Frente lo impedía. Con el triunfo de la revolución, el reparto de cuadros políticos y de poder respetó las corrientes originarias, la Tendencia Proletaria, la Guerra Popular Prolongada y la Tendencia Tercerista o Insurreccional, siendo casi imposible la dedicación a tareas orgánicas o debates teóricos, puesto que los episodios de guerra no cesaban. Finalmente, la defensa de la revolución y de la soberanía nacional, tampoco dejaron tiempo para la organización interna. especiales. 9. Flexibilización tácita de los códigos éticos. 10. Adopción de una nueva y uniforme doctrina militar. 33 Rodríguez, J., 1990 34 Resumen de las seis tesis básicas analizadas por Rodríguez Elizondo (1990). El FSLN se constituyó a partir de posiciones ideológicas diversas, el marxismoleninismo, el cristianismo, el nacionalismo revolucionario y el pensamiento socialdemócrata, una alianza de fuerzas marxistas y no marxistas, cuyo esquema teórico contenía el elemento revolucionario y el nacionalista, todo ello dentro del marco fundamental de lo que supone una avanzada en la izquierda latinoamericana: la economía mixta, el pluripartidismo, la defensa de la autodeterminación de los pueblos, el no alineamiento y la unidad nacional. Los partidos comunistas fueron los únicos que se alinearon de forma inequívoca e incondicional con el PCUS y el “socialismo en un solo país”. Los movimientos progresistas y revolucionarios mantuvieron una identidad propia, arraigada en los contextos nacionales, y una independencia política respecto del ámbito programático. Los sandinistas mantuvieron la autonomía política de los frente a la URSS, lo que tuvo su reflejo en el proceso revolucionario, en las acciones gubernamentales y en la menor influencia que supuso la caída del bloque socialista en la derrota electoral nicaragüense, no obstante, sí guarda esta caída relación con la determinación de las condiciones políticas que contextualizaron la derrota sanidinista. Junto a la caída del bloque socialista, la crisis económica, el militarismo, la derechización política, el intervencionismo estadounidense y la guerra, constituyeron los elementos más importantes del contexto centroamericano a comienzos de la década que influyeron en las elecciones nicaragüenses. Esta derrota sandinista en las elecciones de febrero de 1990 no puede entenderse sin los siguientes aspectos esenciales: el conflicto armado, la crisis económica y sus errores internos. En relación con la guerra, de ganar el FSLN las elecciones, era muy probable que la guerra siguiera, por lo que la promesa de la derecha de suprimir el Servicio Militar Patriótico debe interpretarse en este sentido. A finales de la década de los ochenta, la única posibilidad de los sandinistas por evitar el colapso de su régimen pasó por la vía negociada del conflicto armado. Desde el punto de vista económico, el profundo deterioro del nivel de vida de los nicaragüenses fue especialmente intenso en los años centrales de la década de los años ochenta, imposición oficial del bloqueo comercial de Estados Unidos. La economía de guerra tuvo un peso especial durante el proceso revolucionario. Durante casi toda la década, más del 60% del presupuesto gubernamental se destinó al Ejército Popular Sandinista y a las cuestiones de orden interno. Además, el PIB acumulado fue casi del 10%, el salario real acumulado del –60%, el desempleo alcanzó al 46%, la deuda externa se multiplicó por 6 y el PIB per cápita se situó en 340 dólares, el más bajo de América Latina a principios de siglo. A la decreciente valoración de las conquistas hechas por la revolución, se sumaron los errores internos expresados en conductas poco éticas de parte de los dirigentes, estrategias erróneas de gobierno y la conversión en un partido de Estado. Los problemas manifestados en relación con la definición de la línea política de los medios de comunicación, especialmente del diario Barricada, junto con el alejamiento que la dirección política centralizada ha ido provocando, completan estos errores internos. Los sectores más afectados por los mismos fueron los campesinos, profesionales, la burguesía y las amas de casa. Estos desaciertos fueron el reflejo del pluralismo político, la economía mixta y el no alineamiento. Y eso que la división del FSLN en la derrota no llegó a ser la fragmentación de la derecha, la UNO, después de alcanzar la victoria electoral, aunque, evidentemente, con significados y repercusiones muy diferentes. La derrota electoral de 1990 comenzó a perfilar un consenso sobre la necesidad de diseñar un nuevo programa cuyo esquema teórica contuviese la lógica de una izquierda que defiende los intereses generales y estuviese abierto a profesionales, nacionalistas y progresistas. En definitiva, la profundización de la democracia y la lucha parlamentaria como herramientas de modernización económica del Estado, mediante la regulación del mercado a través de la triple naturaleza jurídica de la propiedad, privada, estatal y cooperativa. También propuso el sandinismo entablar y consolidar relaciones con otras fuerzas políticas y apoyar todo este proceso de formación de una alternativa al neoliberalismo en un impulso a las relaciones con las organizaciones sociales. Esto venía acompañado por la demanda de renovación estructural y de la composición de los órganos de dirección. Después del Congreso de 1991, el imperativo de la unidad interna del Frente para abordar los graves problemas nacionales y la posibilidad de postergar los cambios, hicieron funcionar la lógica interna de la cohesión, aunque, eso sí, a costa del debate. Los sindicatos afines al sandinismo, el Frente Nacional de Trabajadores y el Frente de Lucha Popular, mantuvieron una movilización constante frente a las políticas neoliberales de privatización para defender los salarios y la seguridad laboral, por lo que se vieron sometidas a una represión continua. Esta resistencia sindical y laboral, la lucha armada de grupos que no han encontrado otra vía y el agotamiento de la mayoría de la población, reflejan la situación del país gobernado por el neoliberalismo, frente a la que el sandinismo mantuvo posiciones ambiguas, aceptando y rechazando esta realidad. Por un lado, el FSLN se ha mostrado abierto al diálogo y al entendimiento nacional, respaldando políticamente al gobierno para garantizar la estabilidad política, y, por otro, criticando duramente su gestión económica. Y ha sido la difícil situación económica por la que atravesaron algunos sectores del sandinismo lo que propició una llamada de atención para poner fin al co-gobierno. Además, los dirigentes sandinistas, cada vez más lejos de las bases y mediante lecturas propias del poder, mostraron excesiva confianza en la campaña electoral y sus sindicatos para impulsar una renovada victoria, sin tener en cuenta que la dirección política centralizada fue produciendo un distanciamiento creciente con las bases. El abandono casi completo de los cuadros profesionales, base del esquema de coordinación con las bases y las organizaciones sociales, significó una derrota dentro de la derrota electoral. Dos aspectos centrales caracterizaron la crisis postelectoral: plantear la autocrítica y proponer las vías que condujeran a establecer las conclusiones. La discusión principal surgió entre los parlamentarios y la dirección del sandinismo, anticipando las corrientes que luego formalizarían la ruptura. El debate postergado en 1991 emergió con brusquedad en 1993 y 1994. Uno de los aspectos arraigados en el mismo fue la concepción de la lucha revolucionaria bajo las circunstancias políticas del momento. Las diferencias surgieron cuando un sector más beligerante que defendía la orientación socialista y el rescate de los valores revolucionarios se inclinó por la movilización popular y la reivindicación de las estrategias históricas y otro abogó por el fortalecimiento del régimen parlamentario creado por la revolución sandinista, considerando inaceptable el recurso a la violencia y enfatizando la vía electoral. Estas posturas se tradujeron, respectivamente, en corrientes centrales desde 1994, que respondían a Izquierda Democrática Sandinista (liderada por Daniel Ortega y el aparato del FSLN) y al grupo que alumbró el documento “Por un Sandinismo de las Mayorías”, luego formalizados como Movimiento de Renovación Sandinista (Sergio Ramírez y la mayoría parlamentaria del FSLN). Las diferencias mantenidas en el Congreso de 1994, las originadas en el debate del paquete de reforma constitucional (en el que el sector “oficial” se oponía a los cambios en la dirección centralizada del Estado) y la sucesión presidencial de 1996, abocaron a la ruptura, especialmente cuando ambas corrientes comenzaron a hacer públicas sus divergencias: la “oficialista” lanzó severas críticas a la corriente renovadora, calificándola de socialdemócrata, reformista y de traidora (lo que, al margen del uso peyorativo pretendido, recuerda anteriores pugnas entre izquierda y ultraizquierda por la “autenticidad de la ideología revolucionaria y de izquierdas”). La corriente renovadora acusó al “sector oficial” de abusos antidemocráticos en la dirección centralizada y omnipotente del partido. La constitución en septiembre de 1994 del MRS y el abandono masivo de reconocidos exlíderes oficializó la fractura. En la campaña de las presidenciales de 1996, los intentos de moderación del candidato del FSLN, Daniel Ortega, condujeron una orientación hacia el centro político, abanderando algunas de las reformas propuesta por el MRS, eliminación del servicio militar obligatorio, no más economía centralizada, no más confiscaciones, que auspiciaron una subida en las encuestas. No obstante, existió polarización, pero no empate. Fracasó la alternativa modernizante del MRS, que no llegó ni al 0,5% frente al casi 38% del FSLN. Este debate entre ortodoxia y renovación en el sandinismo debe ser interpretado a la luz de un proceso generalizado en la izquierda latinoamericana. La división del FSLN forma parte de este reacomodo político de la izquierda latinoamericana de fin de siglo. Después de años de polarización, se produce un desplazamiento generalizado hacia el centro político. Las organizaciones progresistas se han visto, en cierta medida, forzadas a replantear sus alianzas y sus estrategias de lucha. En este sentido, el MRS pasa por un período de readecuación del perfil táctico y programático, así como de redefinición de sus alianzas, como sucede con el Partido de la Revolución Democrática mexicano o el Partido del Trabajo brasileño. De forma simplificada, la polémica gira en torno a la definición de una vía para derrotar a toda costa al neoliberalismo, o de, además, estructurar una alternativa viable, realista, tangible. Conclusiones. A lo largo de la exposición, han ido apareciendo los rasgos característicos de las izquierdas guerrilleras de los sesenta, de los partidos comunistas “oficiales”, de la izquierda tradicional centrada en el reformismo socialdemócrata y en la integración sistémico-electoral, así como de las tendencias recientes manifestadas a través de movimientos a veces difíciles de categorizar y de definir, puesto que muchas veces se trata de iniciativas espontáneas y/o de movimientos escasamente estructurados antes que de acciones dispuestas a partir de una lógica teórica y organizacional. Todo lo dicho confirma la pérdida de credibilidad y de referencia de los movimientos guerrilleros de la izquierda de los años sesenta, entre otras causas, por la obsolescencia de sus estrategias, por la incorporación a las carrera electoral o incluso la participación en tareas de gobierno implicadas en la aplicación de las reformas y ajustes neoliberales de la década de los ochenta (MIR boliviano, ministros socialistas chilenos, F.H. Cardoso en Brasil, los guerrilleros montoneros argentinos, miembros del MAS venezolano, la integración sistémica del FSLN, etc.), que son percibidas por los nuevos revolucionarios como posiciones reaccionarias35. De la crisis de la política que dio lugar a sistemas tutelados y dictatoriales así como de las formulaciones de métodos para invertirlas, se desprenden algunas conclusiones que finalmente se dieron36: primera, y más evidente, la clase política mayoritariamente estuvo la margen de los procesos que vivían las sociedades y no estaba en condiciones de realizar lecturas acertadas de la realidad, lo cual configuró interpretaciones ideológicas que pretendieron cosmovisiones. Segunda, la mayoría de la sociedad no se vio comprometida con las opciones violentas. Tercera, los grupos que guardaron relación con la seguridad, militares y policías, no vieron abrirse grandes fisuras en su cohesión institucional. Como se ha visto en el presente trabajo, la clausura de la etapa fratricida entre las izquierdas latinoamericanas dio paso al surgimiento de una nueva izquierda latinoamericana, a partir de dos factores fundamentales: uno, el abandono de la lucha armada, aceptando las elecciones y rechazando el modelo oligárquico-militarista anterior. 35 Datos aportados por Petras, J., 2000, a partir de entrevistas a líderes revolucionarios, de la prensa y de comunicados oficiales de los movimientos revolucionarios de nuevo cuño 36 Recoge parte del planteamiento de hipótesis iniciales de Rodríguez Elizondo (Rodríguez, J., 1990). Y, dos, la disminución de la preponderancia del partido político de vanguardia, reemplazándolo por un partido pluriclasista. Lo que, a la luz del dogma ultraizquierdista, denominaríamos como un proceso de derechización. Sorprende, además, la intranscendente influencia de aquellos izquierdistas entre los más jóvenes de ahora. Los movimientos antisistémicos y revolucionarios de nuevo cuño no se reconocen en los de mitad de siglo, y sus reivindicaciones y luchas rara vez establecen como soporte o antecedente aquellas acciones. Esto, refuerza las diferencias entre ambos períodos de la izquierda y desconecta los acervos político-revolucionarios. Los nuevos revolucionarios, a diferencia de los anteriores, no descartan a priori ningún tipo de estrategias (es evidente que no conceden prioridad a la electoral). Es más, suelen optar por estrategias mixtas de acción, combinando el apoyo legislativo del centroizquierda favorable a sus reivindicaciones y luchas con el desarrollo de tácticas para construir centros autónomos de poder popular en comunidades, cooperativas y municipios37. A pesar de todo, la ruptura y distanciamiento entre estas tendencias, centroizquierda electoral y nuevos movimientos sociopolíticos es cuestión de tiempo. La izquierda latinoamericana está abocada a repetir procesos de rupturas operadas en el pasado más reciente. Como lo fue el caso del sandinismo que hemos analizado, con la fractura política que supuso para la izquierda nicaragüense la ruptura del FSLN y formación de un nuevo partido, el MRS, a la postre, de nula repercusión electoral en las elecciones de 1996. Los rápidos cambios de la última década revelan cambios en la estructura del poder: lejos de constituir aglomeraciones amorfas, la participación de las masas como un conjunto capaz de disponer y proponer una organización orientada según demandas y metas (cierto que mayoritariamente a corto plazo) constituye un aspecto destacado de los cambios presentes. Las acciones y movimientos sociales y populares de América Latina de fin de siglo adquieren caracteres que los distinguen de los de hace dos décadas. Entre otros, adoptan formas de organizaciones distintas, se basan en discursos y demandas nuevas, consideran la autonomía un valor superior, muestran preferencia por lo local, se enraízan en ámbitos y 37 Petras, J., 2000 espacios nuevos. La aparición de nuevos actores está conformando una forma de hacer política alejada de las mediaciones partidarias (aunque no se eliminen las prácticas clásicas de cooptación y de captación de los partidos políticos), aumentando la complejidad y la fragmentación social en la que se apoya la izquierda latinoamericana. La última década deja otros efectos sobre las organizaciones populares. El grado de organización descendió en los barrios populares. Como reacción a nuevos problemas, se imponen los proyectos sociales y económicos propios en detrimento de las demandas de derechos frente al Estado, del que comienza a percibirse su debilidad y reducción. Este hecho entra en contradicción con lo apuntado por Petras, que defiende la extensión del Estado en la conformación de estrategias imperializantes. Además, en este mismo sentido, en la base de este cambio estructural figuran los programas de ajuste del FMI, la crisis institucional y la fortaleza de nuevos actores sociales que deslegitiman a los tradicionales, la concienciación de la necesidad de respuestas colectivas, el traslado parcial de la responsabilidad del Estado a fundaciones y ONGs, y la consolidación de las iniciativas procedentes de las bases populares. En el análisis de Petras vuelven a aparecer como postulados interdependientes y deterministas algunas de las tesis propias de la ultraizquierda revolucionaria. Así, introduce un análisis instrumentalista de los procesos de liberalización económica y de ajuste aplicados en América Latina, para atribuirles una función estratégica estadounidense a proyectar sobre la región para perpetuar su explotación y convertirla en fuente de ingresos que equilibren el su déficit exterior, producto de la pérdida de competitividad en otras regiones. El planteamiento de esta ideología de la hegemonía estadounidense en el hemisferio como instrumento de competencia global no supone novedad alguna, y ha formado parte de numerosos trabajos y conclusiones. Es la reacción de Petras a esta estrategia neoliberal, cuya contribución es más propia de una etapa de la izquierda latinoamericana en la actualidad en decadencia. La respuesta consiste en desmontar la liberalización económica en el ámbito nacional para luego exportar esta revolución. Su valoración de la participación de los intereses de clase y estatales en esta “nueva conquista” confiere a la reacción un carácter propiamente de la ultraizquierda analizada en este trabajo. La polémica inerna de las izquierdas latinoamericanas, simplificando, puede resumirse, si, como pasa en Centroamérica, el paisaje confuso de la izquierda insurgente es el reflejo de proyectos políticos diferenciados de lo que fueron los “proyectos históricos” revolucionarios o se trata de un episodio de la tradicional y estéril dinámica centrífuga de las elites políticas de la izquierda. Desde el punto de vista de esta izquierda, la democracia pasó a ser una dimensión en su lucha contra las dictaduras o los regímenes militares. La democratización fue considerada ampliamente38, conceptuada a partir de su inherente impulso hacia un cambio integral en las relaciones políticas. En los años setenta todavía la propuesta de la revolución armada era sólida, levantaba expectativas sobre un triunfo. Pero el ciclo revolucionario iniciado en la década anterior, específicamente el centroamericano39, toca a su fin. Los cambios afectaron de forma importante el orden tradicional, especialmente los aspectos institucionales y los aspectos relativos a la militarización de la política; aunque la naturaleza democrática de los nuevos regímenes no ha logrado superar la desigualdad brutal y la brecha social existente, persistiendo inalteradas las condiciones económicas que nutrieron los impulsos revolucionarios. A la hora de hacer un balance de los cambios surgidos en aquella izquierda insurgente, cabe preguntarnos por los siguientes aspectos40: desde el punto de vista organizacional, respecto de los años ochenta, las guerrillas abandonaron la clandestinidad, la idea del Estado-partido, la fraccionalización de esos movimientos (hemos estudiado el caso del FSLN) y la tendencia a la adaptación estructural para la competición electoral. Respecto de la simbología, la izquierda se nutre del desplome del bloque socialista, de experiencias endógenas, de alianzas y consensos fracasados. Por último, la oferta propositiva se caracteriza por su carácter razonable, alternativo y transformador. En este sentido, es paradójico e irónico que en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, las experiencias democratizadoras recientes hayan devuelto el gobierno a los herederos y representantes de las oligarquías que se embarcaron en aventuras autoritarias y dictatoriales41. 38 Vilas, C., 1998 Vilas, C., 1998 40 Vilas, C., 1998. 41 Vilas, C., 1998. 39 Este esquema de conclusiones, según hemos visto, se reproduce en el proceso y en el interior de la organización sandinista, que pretendió un nuevo modo revolucionario de desarticulación de la ortodoxia y del dogma. Pero la experiencia operó otra reproducción, la de “los viejos esquemas de poder leninistas de los manuales”42. Revitalizar el concepto y poder de la vanguardia después de la derrota electoral de 1990 y de reforzar la negación de esa evidencia, fue la primera lectura errónea de las transformaciones sociales, políticas y económicas, cuya percepción era filtrada por la carga de las concepciones tradicionales y mitológicas. Esto se tradujo en constantes tensiones por mantener un “gobierno de vanguardia”, desde arriba, a la vez que se insistía en el “gobierno desde abajo”, lo que promovió el impulso de las tácticas de movilización popular. El ocaso definitivo de un ciclo de actores y movimientos revolucionarios, el establecimiento de largos procesos de negociaciones para pacificar la región, los efectos de las políticas de ajuste estructural, las reacciones a la globalización neliberal y la creciente democratización de los países en América Latina delimitan un contexto social, político, económico y militar que nada tiene que ver con el que originó aquellas organizaciones. Por ello, un nuevo tipo de movimientos que se erigen en respuesta a estos procesos están conformando nuevos esquemas de participación y de acción de la izquierda extrapartidista. Su organización se desentiende de fórmulas tradicionales organizadas en torno a partidos electorales y se configura sobre direcciones más colectivas, aunque no rechazan amplias alianzas sobre las que profundizar sus demandas, estructuradas sobre la base de los derechos humanos fundamentales, la lucha contra la exclusión y la enorme brecha social, y la participación social para exigir la instauración y consolidación democráticas que permitan una mejor distribución de los logros y beneficios del liberalismo. El tradicional esquema revolucionario-nacional liderado por una vanguardia que promueve la lucha armada para invertir órdenes reaccionarios o explotadores está siendo reemplazado por un nuevo esquema reivindicativo-regional conducido por amplias direcciones que no contemplan la lucha armada, pero sí acciones populares en coordinación con otras fuerzas y organizaciones que tienen gran trascendencia y repercusión, para exigir profundas reformas en orden a revisar las consolidadas estructuras que perpetúan situaciones de inequidad y de crecientes desigualdades: la propiedad de la 42 Sergio Ramírez, en el prólogo de López, N., 1996. tierra, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la desregulación laboral y económica impuesta por la globalización, etc. Asistimos, por tanto, a un doble proceso de consolidación. Por un lado, el de estas nuevas iniciativas y acciones; por otro, el de un modelo de relaciones entre las organizaciones que las protagonizan y los partidos electorales de izquierdas. De entrada, estas nuevas organizaciones no descartan las acciones institucionales, es más, con sus acciones promueven importantes espacios en los medios de comunicación para extender sus demandas y reivindicaciones, articulan apoyos y solidaridad internacional, fuerzan el diálogo con los gobiernos e, incluso, cierta movilización de los partidos de centroizquierda. Se trata de un esquema surgido dentro de la sociedad y realidad latinoamericanas, protagonizado por actores latinoamericanos y que, quizá, por primera vez, va a configurar escenarios políticos nacionales a partir de las experiencias de la región, con respuestas propias que puedan determinar la formación de nuevos grupos políticos en el seno de la izquierda, y que, en función de su organización y estructuración, se insertarán en los movimientos internacionales, los que a su vez están siendo influenciados por estos nuevos grupos. Bibliografía. González, P., (1995), “Causas de la rebelión en Chiapas”, en Política y Sociedad, nº 17, Madrid, 1995. Grohmann, P., (1996), Macarao y su gente. Movimiento popular y autogestión en los barrios de Caracas, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS), Nueva Sociedad, Caracas. Harnecker, M., (1990), América Latina. Izquierda y crisis actual, Siglo XXI, Madrid. López M., (ed.) 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