La izquierda en América Latina: el regreso a la

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« La izquierda en América Latina:
el regreso a la politización »
Antonio Gomariz Pastor.
Í n d i c e.
Introducción
4
Etapas, diferenciación interna y nuevas acciones populares.
8
Movimientos populares de fin de siglo: ¿una nueva izquierda en América Latina?
10
La dinámica izquierda-ultraizquierda y la crisis ideológica
16
El FSLN: una clásica ruptura en la izquierda
19
Conclusiones
23
Bibliografía
28
Siglas.
CEPAL
EZLN
FARC
FMLN
FSLN
MAS
MRS
MST
ONG
PCUS
PRD
PT
UNAM
UNO
URSS
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y ELCARIBE
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL
FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DE COLOMBIA
FRENTE FARABUNDO MARTÍ DE LIBERACIÓN NACIONAL
FRENTE SANDINISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL
MOVIMIENTO AL SOCIALISMO
MOVIMIENTO DE RENOVACIÓN SANDINISTA
MOVIMIENTO DE LOS SIN TIERRA
ORGANIZACIÓN NO GUBERNAMENTAL
PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
PARTIDO DE LOS TRABAJADORES
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
UNIÓN NACIONAL OPOSITORA
UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS SOVIÉTICAS
Introducción.
Entre la advertencia de J.F. Kennedy, “Quienes imposibilitan la reforma hacen que
la revolución sea inevitable” y la conclusión de Petras1, “Las mismas condiciones de
«éxito» del modelo neoliberal han creado las condiciones adecuadas para el
resurgimiento de movimientos sociopolíticos radicales y extraparlamentarios”, se
desarrolla un período de actividad y dinamismo extraordinarios para los movimientos que
configuran las izquierdas latinoamericanas.
El fin del imaginario colectivo de la radicalidad revolucionaria se vino abajo el 25
de febrero de 1990, cuando la derecha nicaragüense venció al Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN) en las elecciones, precipitando, además, la ruptura del Frente.
Esto modificaba la experiencia histórica latinoamericana2 que suponía que los procesos
revolucionarios sólo eran reversibles a partir de golpes de estado de militares
reaccionarios, de la CIA o de errores propios de la izquierda.
Dos fueron las principales doctrinas sobre las que se conformó el espectro
ideológico movilizador de las izquierdas3 de la época correspondientes a la mitad del siglo
y las dos décadas siguientes: una, la reelaboración del marxismo4 a la luz de la revolución
cubana, a partir de los elementos subjetivo-voluntaristas y la primacía de la praxis. La tesis
de la vanguardia y la construcción nacional impactaron el ámbito universitario e
intelectual, siendo el caldo de cultivo de numerosos movimientos guerrilleros5. Dos, la
Teología de la Liberación, que repercutió favorablemente la formación de los nuevos
movimientos sociales.
La centralidad de la opción radical de las organizaciones guerrilleras se desarrolló
en un contexto organizacional conformado por unos actores que ejercían la lucha armada
1
Petras, J., 2000
Castañeda, citado por Vilas, C., 1998.
3
Martí, S., 1998.
4
Llegó a denominarse marxismo tropical, que fundió elaboraciones de Gramsci y Lenin con los pensadores
latinoamericanos Mariátegui y Martí, a la luz de la lectura de la experiencia revolucionaria cubana.
5
FSLN; Fuerzas Armadas Rebeldes, Ejército Guerrillero de los Pobres y Organización del Pueblo en Armas,
en Guatemala; Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, Ejército Revolucionario del Pueblo;
Resistencia Nacional; Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (Martí, S., 1998).
2
en un marco hostil y represivo, específicamente en la región centroamericana6, El
Salvador, Nicaragua y Guatemala, por la conquista del poder. Se trató de organizaciones
político-militares altamente centralizadas, como se verá más adelante, configuradas en
divisiones administrativas nacionales, milicias y células. El estilo organizacional adoptó un
carácter en ocasiones sectario y desplegaba un culto cuasi-sagrado, caracterizado por un
comportamiento de entrega totalitaria hacia la organización. Las cúpulas (vanguardias)
concentraban el máximo poder, y la autonomía era absoluta entre los movimientos, en aras
de la disciplina y efectividad, articulándose alianzas con el movimiento popular (El
Salvador, Nicaragua), el cual también gozó de su autonomía.
La coyuntura que tradujo estas organizaciones en grupos de referencia de las
políticas nacionales guarda relación con la transformación de las opciones de izquierda,
radicales o reformistas, en alternativas revolucionarias, en las que la pobreza no puede
entenderse como única variable explicativa en la irrupción de la violencia7. Cuando
llegaron los inicios de los procesos negociadores, específicamente en la región
centroamericana, para la pacificación, la izquierda de esta región todavía consideraba
prematuro descartar la vía armada.
En el proceso de transformaciones internas de estos movimientos podemos
establecer varias etapas, que van desde la apuesta armada y los procesos de paz y de
normalización democrático-electoral hasta su conversión en partidos políticos sistémicos,
seguidos por la vigencia de un modelo de sistema de intereses (que reemplaza a un sistema
de solidaridad) que desemboca frecuentemente en la fractura interna. La aceptación de la
vía pacífica a los conflictos armados determinó las formaciones izquierdistas y transformó
los escenarios políticos nacionales. Se operó una transición desde una lógica de victoria
sobre los contendientes hasta la convivencia y diálogo con los mismos.
Las tesis del sociólogo Petras relacionan el crecimiento de los movimientos de
oposición con el debate político intelectual y con las estrategias desplegadas por los actores
en América Latina. A partir de los efectos derivados de la aplicación de las reformas y el
ajuste recesivo de orientación neoliberal, instrumentalizado como la consolidación del
6
Muchas veces los aspectos y los desarrollos adquieren en Centroamérica una dinámica que no es nacional, y
tienen lugar procesos compartidos en el ámbito regional, más allá de lo nacional (Rouquié,A., 1994)
7
Torres-Rivas, 1996, citado por Martí, S., 1998.
dominio capitalista por medio de la influencia externa hegemónica estadounidense8, estas
tesis rescatan la relevancia del Estado y de las clases sociales para la construcción teórica
del cambio. Conviene, brevemente, dar cuenta de las mismas:
1) El neoliberalismo provoca crisis continuas y un desarrollo desigual e injusto,
que hacen caer su respaldo social.
2) En la oposición al neoliberalismo se enfrentan intelectuales que abogan por
proyectos comunitarios y de autoayuda con quienes propugnan reformas o
cambios sistémicos fundamentales en el ámbito nacional.
3) La apuesta debe ser por la transformación global: los proyectos y reformas a
pequeña escala no son ni viables ni eficaces para lidiar con los imperativos
sistémicos del neoliberalismo: los problemas están arraigados en el mercado y
en el Estado neoliberal, que han eliminado el pacto de bienestar social que
produjo el minimalista Estado de bienestar latinoamericano entre 1950 y 1980.
4) La opción electoral no ha sido eficaz para provocar cambios sociales
progresistas. Los partidos que han confiado en las elecciones se han
derechizado, acomodándose entre las elites económicas y políticas. Esto ha
pasado con los partidos que en los años 70 y 80 estaban en la izquierda. Este
desplazamiento se explica por la represión y el terror de los regímenes militares
y civiles de la época y a la cooptación de intelectuales mediante fondos
extranjeros canalizados por las ONG. Entre los líderes y partidos que viran
hacia el centro político están los socialistas chilenos, el Partido de los
Trabajadores brasileño, los sandinistas nicaragüenses, el Frente Farabundo
Martí de Liberación Nacional salvadoreño (FMLN), etc. Además, como
veremos más adelante, más que la reforma del sistema, los socialdemócratas
están convirtiéndose en social-liberales.
8
Esta es una de las certidumbres de los proyectos revolucionarios latinoamericanos y de la izquierda en
general, que identificaba los intereses de Estados Unidos como el obstáculo más grande en el camino del
progreso y cambio en América Latina (Vilas, C., 1998)
5) Esta derechización se contradice con las aspiraciones de las bases, y muestra
los intereses sociales de sus líderes, movidos por el ascenso social y
“hegemonizados” por la doctrina neoliberal.
6) La explicación de la hegemonía neoliberal hay que buscarla en el papel de los
actores internacionales (retórica vista que apunta una regresión a postulados
teóricos de la ultraizquierda. Lo que ocurre es que el recurso a este “elemento
externo” no está suficientemente justificado por Petras, pues, si procura un
análisis profundo de los nuevos movimientos de la izquierda, la elaboración
teórica para vincular éstos con el rechazo a la potencia hegemónica o
imperializante es demasiado indirecta y no queda demostrada. Además, hace
presos a estos movimientos y protestas populares de un nuevo frentismo
latinoamericano frente a Estados Unidos, y reduce las aportaciones e
innovaciones teóricas, pragmáticas, de organización y de acción que el mismo
autor está reivindicando para ellos en otros lugares momentos).
7) El Estado crea el marco adecuado para la expansión y consolidación de las
multinacionales estadounidenses en la región y apoya los regímenes
latinoamericanos para reprimir a los oponentes (este argumento de una continua
expansión del papel del Estado no es congruente con las tendencias observadas
por las formulaciones teóricas del Estado de la última década. Una cosa es la
reorientación funcional del Estado hacia procesos más estratégicos, que pueden
o no cumplir esa consolidación de las empresas transnacionales que argumenta
el autor, y otra cosa es que la izquierda, en general, y la latinoamericana en
particular, necesita profundizar, analizar y reelaborar sus tesis sobre el papel
que está desempeñando y hacia dónde debe dirigirse un Estado en un contexto
dominado por procesos de apertura económica indiscriminada, liberalización
comercial, desplazamiento del patrimonio empresarial público al sector privado
mediante privatizaciones, multiplicación de la regionalización y globalización
económico-financiera).
8) El gobierno de Estados Unidos adquiere un papel crecientemente influyente en
el flujo de inversiones y préstamos efectuados por las multinacionales
estadounidenses en América Latina.
9) La promoción de la doctrina neoliberal realizada por Estados Unidos en la
región se relaciona con la importante estrategia competitiva que enfrenta a los
bloques comerciales.
En la década de los años noventa, son mayoritariamente los movimientos
campesinos los que reemplazan los espacios de izquierdas dejados por la derechización del
centro-izquierda. En parte, el resurgimiento de esta nueva izquierda está relacionado con la
ocupación de tierras protagonizada por miles de campesinos, por lo tanto, tiene su
epicentro en las zonas rurales. Estos movimientos se oponen al neoliberalismo, ocupando
el espacio que han dejado la coaliciones electorales de centro-izquierda. Cinco son los
rasgos característicos de estos movimientos. Primero, se trata de movimientos campesinos
disímiles a los tradicionales. No son movilizaciones ajenas a la realidad urbana, ya que a
veces los participantes son obreros o desplazados por el cierre de industrias urbanas y,
además, se forman en la ciudad y se involucran en el debate político. Segundo, presentan
una gran autonomía política respecto de partidos de izquierda. Tercero, se implican en la
acción directa y extraparlamentaria antes que en la actividad electoral. Cuarto, su acervo
ideológico y de la acción se nutre de diversas influencias simultáneamente, el marxismo
clásico, la etnicidad, la ecología o los movimientos de género. Quinto, destaca la
comunicación regional de los movimientos campesinos, que ha dado lugar a la
Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), además de su
conexión internacional, la Vía Campesina.
El trabajo pretende ofrecer un panorama general sobre las izquierdas
latinoamericanas, específicamente las menos institucionalizadas y que se desarrollan al
margen de los partidos políticos tradicionales, pero cuyas acciones y movilizaciones
completan los distintos escenarios políticos y contribuyen al análisis de los factores
explicativos de las transformaciones políticas más recientes en el seno de la izquierda. Para
ello, abordaremos, en primer lugar, la crisis de la izquierda ultra surgida a raíz de la
revolución cubana y sus consecuencias; en segundo lugar, conoceremos, por dentro, la
crisis del FSLN, un movimiento guerrillero que participó de la contienda electoral y cuyos
efectos son importantes para la recomposición propia y de la izquierda latinoamericana; en
tercer lugar, conoceremos los movimientos populares y ciudadanos de la última década,
para dar cuenta de su expresión y ubicarlos en el contexto de la izquierda en América
Latina.
Etapas, diferenciación interna y nuevas acciones populares.
La izquierda latinoamericana contemporánea ha presentado tres momentos de
intensa actividad en el último cuarto del siglo XX. Una primera ola estuvo protagonizada
la nueva izquierda, que desafió el dominio de los partidos comunistas prosoviéticos: las
guerrillas armadas, los movimientos sociales de masas y partidos políticos dotados con una
estrategia electoral. Los regímenes dictatoriales fueron acabando con todas estas
tendencias de la izquierda no tradicional. Un segundo período viene marcado por la
oposición a los regímenes dictatoriales y contra la agenda neoliberal: el FMLN
salvadoresño, el FSLN en Nicaragua, el PT brasileño, Frente Amplio uruguayo, la Causa R
de Venezuela, el PRD mexicano, el Frente Grande argentino, el Foro de Sao Paulo, etc.
Estos partidos, coaliciones y movimientos guerrilleros fueron participando de la política
electoral y se decantaron hacia la asimilación parcial de políticas neoliberales. Una tercera
etapa define la actualidad de unos movimientos sociopolíticos ampliamente conformados,
profesores, sindicatos no capitalinos y campesinado. Muestra rasgos distintos a los
anteriores momentos: primero, de composición mayoritaria obrera y campesina, su foco de
origen no está ligado a la universidad; segundo, contrasta su enérgica actividad con la de
recursos; tercero, el liderazgo o dirección colectiva se imponen sobre los personalismos;
cuarto, se distancian del izquierdismo oficial y de la actividad intelectual de las ONGs9,
rechazando formalizar relaciones en la competición electoral por preferir las relaciones con
las bases de estos movimientos, aunque apoyen o eventualmente algunos miembros formen
parte de alguna coalición electoral.
La estrategia de aceptación de las fórmulas procesales para la celebración de
elecciones y la participación en ellas del centro-izquierda aumentó su carácter pragmático.
Así ocurrió en un primer momento, entre los años centrales de la década, en 1994-1995, y
nuevamente a final de siglo, en México, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, El
Salvador, Nicaragua, Chile, aunque las victorias electorales comenzarían a darse en el
segundo momento. Después de dejar de lado la agenda de reforma socialdemócrata, con la
9
La confrontación sería parte del conflicto existente entre la perspectiva marxista revolucionaria de los
militantes campesinos y las tendencias postmarxistas acogidas por la mayoría de los intelectuales (Petras, J.,
2000).
que el centro-izquierda perdió los procesos electorales, algunos de sus principales aspectos
fueron retomados en los procesos más recientes.
A partir del criterio de las propuestas electorales, Petras10 establece una división del
centro-izquierda en socialdemócratas y social-liberales. El acento socialdemócrata se
coloca sobre la redistribución de la renta, la reasignación de los gastos públicos hacia
políticas de bienestar social, la construcción de un sector público poderoso y un sistema de
planificación eficaz. La diferencia social-liberal, que aumenta gradualmente los gastos
sociales, viene dada por la defensa de políticas de estabilización ortodoxas al interior de
una economía privatizada y desresgulada. Así, mientras el neoliberalismo pretende
imponer su agenda mediante una estrategia de politización integral del Estado, agregando
el ejército, la justicia y la Administración Pública, los movimientos populares protagonizan
y centran su acción en la sociedad civil, desentendiéndose de otros ámbitos.
Un análisis más detallado de la realidad social, política y económica nos permitirá
encontrar elementos teóricos para comprender el contexto que cierra un ciclo
revolucionario y anticipar nuevas formas de estructuración y de organización de la
sociedad y de la protesta ciudadana que configuran los nuevos movimientos de los que se
nutren las “izquierdas latinoamericanas”.
Las profundas transformaciones de las formas de acción colectiva muestran nuevas
expresiones en torno al pacifismo, ecologismo, feminismo, urbanismo o etnicismo. En
América Latina, se pensó que estos nuevos actores simbolizaban el nuevo cambio social en
un contexto de derrumbe de utopías y predominio del realismo político. Los nuevos
movimientos no pueden desconectarse de la redefinición de las relaciones entre lo social y
lo político, a pesar del enfoque privilegiado concedido al papel del Estado al respecto.
Un sector del marxismo encontró en la autoayuda una interpretación crítica de las
funciones de un Estado adelgazado propio de la modernización capitalista global,
reflejando la exclusión de amplias capas del bienestar (nacional). Esta crítica tuvo su
influencia en los enfoques de la autoorganización11 y los movimientos populares urbanos.
10
Petras, J., 2000
El proceso de autoorganización incorpora la formación de la conciencia política y la organización de los
intereses locales, sociales y de clase en los barrios pobres. Este enfoque debe exigir que el Estado
proporcione los recursos necesarios para propiciar el esfuerzo propio. A la vez, promover la reforma del
11
Es una constatación común en América Latina la marginalidad de una articulación
espacial y estructural de fuerte potencial transformador social. Lejos de constituir una
coyuntura, las experiencias y las investigaciones muestran que se trata de una tendencia
consolidada. Esta situación no sólo dificulta la construcción de modelos de desarrollo
alternativos o iniciativas políticas con base en las propuestas y organizaciones sociales,
sino que establece límites a los proyectos de participación, de movilización o integración
social, al poner de manifiesto la limitada implantación territorial y poblacional de los
mismos, limitando su vigencia temporal. No obstante los logros de algunas experiencias
concretas de participación y de arquitectura social, de algunos de los obstáculos que
enfrentan los movimientos sociales y la gestión de un modelo de desarrollo alternativo y de
profundización de los procesos de democratización, guardan relación con alguno o varios
de los siguientes aspectos: a) La desconexión entre proyectos y programas realizados. b)
La escasa población afectada por estos programas y la reducida proporción de participantes
que permanecen organizados en una estructura y agenda de acciones y movilizaciones. c)
La falta de instancias más allá de los ámbitos local y regional para construir una identidad
distinta a la que se crea por la vivencia común de experiencias de pobreza y sobrevivencia.
En definitiva, la dificultad de establecer una relación entre eficiencia social,
democratización y participación.
Para contrastar estas afirmaciones, nos valdremos de la aportación de los estudios y
análisis de la realidad de los movimientos populares y de la protesta recopilados por López
Maya12 a partir de experiencias de movilización recientes descritas por varios autores de
distintos países de América Latina. En la exposición que sigue, se establece la naturaleza
de estos movimientos e iniciativas populares y se analiza si sus expresiones contribuyen al
debate de la izquierda latinoamericana así como las relaciones de asociación, dependencia,
autonomía, etc. que se dan entre todos los actores. Todo ello para, primero, obtener una
visión general y crítica de los principales aspectos que condicionan la organización, acción
y logros de estos movimientos populares; y, segundo, analizar el tipo de movimiento y de
movilización que caracteriza este final de siglo en América Latina.
Estado (aspecto demandado por el movimiento vecinal).
Movimientos populares de fin de siglo: ¿una nueva izquierda en América Latina?
En Argentina, el “santiagueñazo” inauguró un período de intensificación e
incremento de la movilización popular, especialmente obrera, que no puede entenderse
desde el reduccionismo de la lógica inclusión/exclusión. Fue coordinándose a partir de una
presencia mayor de otros movimientos, el agrario, el de los colectivos de mujeres,
jubilados, de trabajadores estatales y la reactivación del estudiantil universitario desde
1995. En algunos lugares, hasta el punto de articularse un “poder paralelo”. Esta
“efervescencia popular”13, dirigida contra los programas de ajuste liberal, fue desplazando
el interés y la repercusión nacional para centrarse y extenderse a otros ámbitos provinciales
y locales. Así fue como, a partir de un programa focalizado en los subsidios y el empleo
para desocupados, un heterogéneo conjunto social fue capaz de canalizar diferentes
reivindicaciones de sectores variados, movilizaciones antesala de las “puebladas”14. Esto
permite señalar tres caracteres de este episodio popular: el mantenimiento de un cierto un
nivel de organización previo al estallido (en el contexto de reforma del Estado impulsada
por organizaciones internacionales, las “puebladas” pertenecen a un modo de expresión de
movilización enraizada en la historia y estructura social argentina15); la extensión de la
protesta a partir de un movimiento germinal obrero; y la politización de las movilizaciones,
que presenta divergencias en torno a desplazar las demandas iniciales hacia sistema
electoral16. De tal forma que la falta de implicación política en estas movilizaciones
espontáneas provinciales ha provocado la disociación de estas protestas con cualquier
alternativa política, reforzando un escenario dividido entre la izquierda electoral y los
movimientos provinciales que han protagonizado la acción directa17. Al margen, la
izquierda marxista, además de ser muy reducida, permanece aislada y dividida.
La intensificación de las ocupaciones de tierras en Brasil, consecuencia de la
territorialización del MST y de su implantación en 24 estados, está reorientando la cuestión
12
López, M., (ed.), 1999.
Laufer y Spiguel, cit. en López, M., 1999, “La configuración de un ‘poder paralelo’ dejó de ser una
perspectiva puramente teórica, pergeñada desde fuera del movimiento social concreto, y adquirió la
contundencia de una creación fáctica de las masas que, abonada por la experiencia histórica, constituye al
base material de toda verdadera elaboración de teoría social vinculada al cambio social.”
14
Estas movilizaciones masivas en pueblos y ciudades que adquieren tintes de rebeliones son denominadas
puebladas, constituidas a partir de reivindicaciones inmediatas, sin que propongan tomas de poder ni
supongan derrocamientos
15
Laufer y Spiguel, cit. en López M., 1999
16
Las protestas en forma de cortes de ruta también han sido interpretadas en clave política, vinculadas a la
crisis del sistema formal de representación política (Scribano, cit. en López, M., 1999).
17
Petras, L., 2000
13
agraria en este país18. Habiendo adquirido una dimensión nacional a partir de su origen
regional, la acción del MST ha provocado un proceso de transformación política,
induciendo una reforma agraria de repercusiones políticas y socioeconómicas, no exenta de
violencia, viéndose obligado a constituir comités de autodefensa frente a los pistoleros a
sueldo. El movimiento ha pasado a privilegiar la organización política y el apoyo logístico
previos a las ocupaciones, a partir de la construcción de alianzas estratégicas en las
ciudades, con sindicatos y movimientos urbanos, con el doble objetivo de prevenir la
represión y aumentar las bases de un movimiento político nacional19.
La movilización popular boliviana se agrupa en torno a tres centros: los campesinos
del sur, los mineros y los sindicatos de La Paz, con capacidad de lucha específica, aunque
mantienen un nivel de coordinación en la Central Obrera Boliviana.
En Paraguay, el actual movimiento campesino, heredero de las ligas campesinas de
los setenta aniquiladas por la represión, destaca por su confrontación prolongada para
encarar la lucha por la reforma agraria, habiendo adquirido el rango de actor político
nacional relevante. Parte de este protagonismo militante sobresale más por el reducido
tamaño y la fragmentación de la clase obrera industrial Además del problema de la tierra,
a la acción campesina paraguaya se incorporan20: las tradiciones indias; el socialismo entre
algunos líderes (despojado de elaboraciones teóricas y contrastado en la oposición
cotidiana y en la vivencia comunitarista campesina); y el nacionalismo apoyado por los
pequeños campesinos y braceros sin tierra guaraníes frente a los propietarios europeos.
Aunque una parte del descontento popular colombiano de este fin de siglo,
expresado por las protestas de los cultivadores de café y de coca, no arranca de la reacción
anti-neoliberal, la que sí se articula en este sentido es la surgida a principios de los noventa
con motivo del “revolcón”, cuyo exponente más significativo lo constituyó la movilización
contra las privatizaciones de las empresas estatales. Ambas protestas se enmarcan en el
contexto de la violencia colombiana, que las distorsiona y las diluye, dificultando la
apreciación de su dimensión. Y es que el movimiento guerrillero, contrariamente a lo
ocurrido por las otras guerrillas latinoamericanas, no sólo se ha mantenido, sino que ha ido
18
El MST ha logrado conquistar tierra para asentamientos y reivindicar los recursos mínimos para hacer
realidad la sobrevivencia de esas ocupaciones, consolidando su posición como referencia obligada del
gobierno brasileño en el tratamiento de las cuestiones relacionadas con la reforma agraria
19
Petras, J., 2000,
acrecentando su poderío militar y su influencia popular, sobre todo en los ámbitos local y
regional y particularmente las FARC. Influidas por el marxismo (en su origen,
prosoviético), y a partir de la acumulación de poder local campesino local y regional
(puesto que casi todos los estudiantes e intelectuales pertenecientes al guerrillero MR19 se
desmovilizaron para integrarse en una coalición electoral), centran su lucha en la reforma
agraria y la transformación democrática. La intensidad de los ataques guerrilleros están
conduciendo las FARC a una decantación indiscriminada hacia las acciones de terror
(tendencia de la ultraizquierda apuntada por Rodríguez Elizondo, véase en este
documento).
Algunas de las causas que ayudan a explicar el recobrado papel central del Partido
Comunista chileno, sobre todo basado en el movimiento sindical, son: la creciente
presencia de la izquierda en los barrios obreros y universidades a partir de su creciente
influencia en los sindicatos; la apertura de debates sobre la clase obrera y los movimientos
sociales; el análisis crítico sobre el comunismo soviético, sin renunciar al análisis de clase
marxista; y, el carácter de fuerza política casi extraparlamentaria. Para mantenerse como
una referencia de la izquierda chilena, los comunistas deberán enfrentar el distanciamiento
de los intelectuales, el abandono de todo intento centralista y hegemónico, fomentando el
respeto por la autonomía de los movimientos sociales y sindicales, y la elaboración de
instrumentos teóricos y analíticos adecuados a los cambios sociolaborales ypolíticos.
Los caracteres destacables de la protesta popular guatemalteca pueden agruparse a
partir de los siguientes aspectos: la multiplicidad de las causas que la motivan; la
multiplicidad de los actores que la promueven (ámbitos estudiantil, sindical, étnico,
campesino, ONGs, desplazados, refugiados, mujeres contra los efectos del terror); el
desplazamiento de la autoconciencia de clase a la étnica21; y, por último, su evolución
general. La articulación de la protesta, que gira en torno a reivindicaciones específicas
mayoritariamente sociolaborales, evoluciona desde la no vinculación con la resistencia
antineoliberal a una explícita movilización antineoliberal a mediados de la década actual.
Desde la centralidad del movimiento estudiantil en los cincuenta y sesenta, se dirige, desde
el protagonismo del movimiento sindical de los setenta, hacia el étnico predominante en
20
Petras, J., 2000
La fuerte vinculación del movimiento popular a la izquierda de tendencia revolucionaria dio paso en la
segunda mitad de los años ochenta a la resistencia centrada en lo étnico, diversificándose incluso las
organizaciones populares en función de este rasgo: las indígenas, para reivindicaciones de composición maya
21
los ochenta y la resistencia neoliberal actual. Esta acentúa su rechazo a la situación de
injusticia que genera el neoliberalismo, en concreto, la pérdida de niveles aceptables de
calidad de vida.
La demanda ciudadana dominicana de un Estado garante de la identidad y
desarrollo nacionales se ha visto frustrada por la incapacidad de éste de manejar dos frentes
de significativa repercusión social: la lucha contra la corrupción administrativa en las
instituciones que ejercen el poder y, agravado por esto, el deterioro de los niveles de vida
de la mayoría de la población. Su desvinculación de los sectores más dependientes ha
ocasionado, como en otras regiones de América Latina, un fuerte desgaste del sistema de
representación formal, partidista y sindical, cuyo desencanto orientó la transición de los
movimientos populares hacia formas de organización y confrontación fragmentadas22: lo
inmediato y lo próximo bloquean una perspectiva más dinámica estructuralmente. La
sobrevivencia y lucha diaria libradas adopta dos formas comunes en estos barrios jóvenes
que protestan por la falta de servicios básicos: la ocupación de tierras y las autoconexiones
(a redes de agua y electricidad).
La naturaleza de la revuelta de Chiapas requiere de la observación de las
particularidades de la región tanto como de su ubicación en el contexto social mexicano.
La demanda principal (un conjunto de reivindicaciones múltiples) tiene su centro en la
lucha, no ya por la tierra y los recursos, sino por contener el negativo impacto que genera
su explotación y las consecuencias negativas de la forma en que ésta se realiza. El
zapatismo o neozapatismo, es un movimiento complejo, en cuyo seno se agrupan
tendencias en torno al EZLN, caracterizado por el autoritarismo y la jerarquización
militares; al zapatismo civil, un gran comité ubicado en las ciudades que puede cristalizar
en una fuerza política; y al zapatismo social, más difícil de delimitar, sin organizar. A estas
tendencias, el subcomandante Marcos añade un zapatismo internacional.
En la trayectoria más reciente del EZLN, podemos describir dos giros estratégicos o
ideológicos respecto del zapatismo originario: primero, a partir de nuevos esquemas
y las instituciones mayas, reivindicaciones étnicas.
22
Lilian Bobea, cit. por López, M., 1999, en referencia a un estudio reciente, identifica 7 categorías de
organizaciones de base (Juntas de vecinos, clubes de amas de casa, deportivos, asociaciones de padres,
madres y amigos de la escuela, grupos de jóvenes, grupos de teatro, comités de defensa barrial), 26 espacios
de coordinación sectorial o territorial, que incluían 86 organizaciones de base, además de 111 organizaciones
no vinculadas o coordinadas.
dirigidos a la sociedad civil. Las relaciones abiertas con la izquierda institucional e
internacional se imponen en detrimento de las luchas autónomas. Este diálogo, el rechazo
del poder (la lucha no ya para lograr el poder sino para la conquista de los derechos
políticos y sociales de los excluidos), la negociación con el gobierno y la conquista de
espacios de ciudadanía para las poblaciones indias y comunidades excluidas, también
abarcan la inflexión23 respecto de la vanguardia revolucionaria24. Después, deja de lado los
llamamientos a la sociedad civil para colaborar y coordinarse con grupos específicos
organizados con capacidad de lucha y resistencia frente al gobierno.
El desplazamiento político-ideológico-estratégico del EZLN desde la retórica
marxista-leninista de las clases hacia “lo indígena” como aspecto central de su discurso y
reivindicaciones, junto con otros centros de interés político nacional (presidenciales del
2000, huelga de la UNAM, liberalización del sector eléctrico); refuerza el abandono de la
apuesta inicial por la lucha armada, consolida el campo de acción teórico-intelectual y
político del movimiento en el territorio nacional y aumenta su capacidad de persuasión
(reduciendo los argumentos estatales para su diabolización ideológica -discurso de
comunicación múltiple, o el enfocado o “focalizado” 25).
Los movimientos sociales venezolanos no se ajustan a la imagen y al modelo
predominante en América Latina. No proceden de procesos de reacción o resistencia a
regímenes dictatoriales; no contienen componentes indígenas clave, y repercusión de las
articulaciones en torno a lo popular y comunitario han sido limitadas. Pero la reducción
funcional de unos servicios públicos anteriormente aceptables ha provocado una situación
de pobreza tras fachadas bonitas26. La crisis de los ochenta agrandó diferencias entre
sectores sociales y redujo los sectores medios. Se produjo una polarización social reflejada
en una relativa homogeneización social del espacio, acusado en los barrios y las
urbanizaciones de Caracas. El caracazo respondía al “paquete económico” propuesto por
Carlos Andrés Pérez, desencadenando una reacción que fracturó el sistema democrático,
evidenciando la ilusoria estabilidad política pretendida por algunos sectores dominantes
venezolanos.
23
El Encuentro Internacional contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, Touraine, habló de dos
principios que fundamentaron las acciones neozapatistas de 1994: “la centralidad de lo social y sus actores,
los nuevos movimientos sociales y una forma original de plantear la relación, la articulación, entre lo
singular, el individuo, la comunidad y lo universal”, en Najman, M., 1997.
24
Najman, M., 1997
25
González, P., 1995
Los sectores más pobres de Venezuela tuvieron que activar estrategias de
sobrevivencia individual y familiar sobre la base de anteriores estructuras solidarias para
afrontar los efectos de la crisis de la década de los ochenta (cuyo estallido final llegó el 27
de febrero de 1989) que también debilitó las organizaciones populares. Estas perdieron
fuerza debido a procesos relacionados con la crisis de recursos públicos: (1) el
desplazamiento de los asuntos centrales del barrio y su sustitución por otros aspectos más
vitales (desempleo, elevación del coste de la vida, incremento de la violencia); (2) la
pérdida de la capacidad movilizadora (condicionada por el recorte de las ayudas a los
vecinos, organizaciones, mayor control y procedimiento burocráticos) y (3) el
fraccionamiento del movimiento popular (búsqueda de soluciones individuales, aumento
de la violencia y el consumo de droga, estrategias intimidatorias a líderes y organizaciones
vecinales).
Los numerosos análisis del caracazo no han explicado con suficiencia el motivo27
de esta acción colectiva que provocó la disolución temporal del orden no dirigida por
organizaciones o grupos políticos. En relación con la función que cumple esta acción
colectiva vecinal venezolana, las investigaciones sociales pueden reducirse a dos tesis: una
la significa como factor de estabilidad democrática y de democratización. Otra, la reduce a
espacios de intervención directa del Estado28 por su identificación con la clase media. El
movimiento social más conocido, el vecinal, puede tratarse como un movimiento reactivo,
por su vinculación a amplios sectores de clase media, simbolizando la representación de
intereses, de contenido defensivo de esta clase. Los últimos años reflejan una efervescencia
y dinamismo de la sociedad civil liderada por el movimiento vecinal, que adquiere una
importancia relativa en la implantación de algunas reformas.
La diámica “izquierda-ultraizquierda” y la crisis ideológica.
En los años sesenta, desde varios ámbitos, convergen síntomas que llevan a
América Latina a una crisis de carácter integral. Fracasaba el proyecto de la CEPAL del
desarrollo hacia adentro; motivando una triple respuesta sociopolítica: conservadora, de
26
Grohmann, P., 1996
Ramos, M.L., 1995
28
Los partidos políticos, instrumentalizado las AAVV para acceder y controlar una parcela social, actúan
como correas de transmisión de la política social del Estado. Es así como las AAVV constituyen “un espacio
de intervención directa del Estado” (Guerra, cit. en Ramos, M.L. 1995).
27
quienes pretendían proteger el sistema de dominación basado en la agroexportación,
transformadora, de quienes promovían impulsos estatales de cambio estructural y
revolucionaria, de quienes exigían cambios profundos y radicales. En este sentido, las
soluciones de fuerza fueron reemplazando las soluciones políticas. Este deterioro de la
política fue parejo con las tendencias de imposición de rupturas, mediante revoluciones o
represiones conservadoras.
Los movimientos insurgentes latinoamericanos promotores de las soluciones de
fuerza formaron parte de un ciclo revolucionario que se ajustó y evolucionó según las
siguientes circunstancias: entre 1960 y 1968, la contrainsurgencia estuvo vinculada al
desarrollismo de la Alianza para el Progreso. Los militares combatían la ultraizquierda,
controlaban a los partidos comunistas y favorecieron la convergencia de fuerzas de la
izquierda sistémica. Los dos años siguientes corresponden a una etapa de transición, en la
que se cuajó la relación directa entre el proceso de desarrollo económico-social y la
“propensión patológica” en los sistemas políticos, antes que la advertencia kennedyana
(véase introducción). Después, a partir de 1970, la contrainsurgencia adquiere un carácter
conservador-antipolítico.
En ese transcurso, los efectos de la revolución cubana se extendieron al campo
teórico y práctico, irrumpiendo la nueva “internacional continentalista”, referida a América
Latina. Las interpretaciones de esta revolución ilustran lo que fueron, durante mucho
tiempo, posiciones inamovibles de actores políticos nacionales e internacionales
implicados en una confrontación superior, la diámica Este/Oeste, que enmarcaba los
episodios revolucionarios cubanos.
La interpretación soviética de la revolución cubana guardó relación con las tesis de
que una revolución nacional-democrática podía convertirse en una revolución socialista, de
los efectos directos de la ayuda política, militar y económica soviética a países en
desarrollo sobre el socialismo y de la necesidad de convergencia marxistas y no marxistas
en unidades revolucionarias más amplias.
La lectura estadounidense se apoyó en factores de inestabilidad política generada
por las tensiones del desarrollo y por la incapacidad del autoritarismo y el reformismo
democrático, de convergencia de nacionalismo extremo y socialismo, de incremento del rol
de beligerante internacional de la URSS y en lo absurdo de la justificación de la agresión
extraterritorial (estadounidense). Esta es una característica propia del tránsito hacia la
izquierda “ultra”29, que se traduce en la transición de la dominación político-económica
española a la estadounidense (neocolonización).
Otra lectura “pequeñoburguesa30”, de menor exactitud, promovía la elaboración de
una ideología propia en torno al mito del pueblo revolucionario (fuerza motora), al
liderazgo de Fidel Castro, al determinismo socialista e imperialista, la fuente teórica de
Mariátegui y a la solución armada antes y mejor que la “vía pacífica” soviética del XX
Congreso del PCUS. Las fuerzas revolucionarias de ultraizquierda conjugan estos
postulados para edificar una internacional alternativa, restringida al ámbito continental
(influencia también del momento, que ve nacer las soluciones regionales para los
problemas de desarrollo).
En ese tránsito de la izquierda a la ultraizquierda se generan diversas tensiones con
las fuerzas políticas conservadoras (decidir la intensidad de su violencia para determinar la
represión), de centro (que activa problemas de identidad), de izquierda sistémica (invasión
de su espacio político y pérdida de credibilidad como alternativa real) y de izquierda
marxista legal (cuestionar la permanencia o no en el sistema). A partir de estas tensiones,
se rechaza la participación en los esquemas institucionales establecidos y se pretende
provocar “fraccionalismos” al interior de los partidos comunistas. La mitificación del
temor a la socialdemocracia o al reformismo se elevó y reforzó continuamente en el
interior de las organizaciones de ultraizquierda. El análisis de Rodríguez Elizondo verifica
una “relación directa entre la debilidad relativa de los comunistas y la fortaleza relativa de
la ultraizquierda”31. En resumen, la polémica de la izquierda fue un elemento central de la
ultraizquierda altamente funcional para activar la derehización de las fuerzas izquierdistas
moderadas.
En esta dinámica, la violencia va adquiriendo para la ultraizquierda un rol
fundacional y funcional como categoría estratégica, en lo que supone otro tránsito desde la
no deseada politización hacia la necesaria militarización. La justificación que realizó la
29
Rodríguez, J., 1990
Calificativo que reúne a estudiantes, profesionales, intelectuales, artistas, funcionarios civiles medios e
inferiores, políticos reformistas frustrados y/o desertores de partidos políticos que desmontaron propuestas
revolucionarias y nacionalistas (Rodríguez, J., 1990)
31
Rodríguiez, J., 1990.
30
ultraizquierda de la necesidad de la revolución continental definió el método estratégico
fundamental (orientación básica), la guerra revolucionaria del pueblo. La absolutización
del culto de la acción nos permite hablar de otra transición, en este caso la que se produce
desde el culto a la acción al terrorismo ideológico. Se produjo un incremento de grupos y
organizaciones similares, anárquicas, que, junto a esta “criminalización” de la revolución,
llevaron a la ultraizquierda a una dispersión y desconexión que se reforzaban
recíprocamente.
Como vemos, en la ultraizquierda latinoamericana destacó el abuso a la
generalización ideológica y a la abstracción estratégica. Una más fue la tesis de que los
ejércitos podían ser derrotados como lo fue el ejército babtista, pudiendo conducir a la
arriesgada generalización de que la debilidad de este es una prueba de la debilidad de los
demás. Esta generalización que la ultraizquierda hace del ejército latinoamericano (el
obstáculo físico), según vimos, como instrumento de la dominación colonial
estadounidense, a lo que añade una mayor incorporación de efectivos de la clase media en
su composición, genera un antimilitarismo vulgar. Esta caracterización surge de forma
paralela a una nueva institucionalidad castrense (derivada de la creciente autonomía
relativa de las Fuerzas Armadas), en un contexto de encuentro entre la “guerra interna”
(primacía sobre las guerras nacionales) y la “guerra revolucionaria del pueblo”, facilitó una
transformación militar32 que abrió la etapa de inseguridad ciudadana institucionalizada. A
ese antimilitarismo, la doctrina supranacional de la seguridad contrapuso un
anticomunismo militante basado en un frente permanente interno.
Así fue configurándose el “proyecto histórico” defendido posteriormente por la
ultraizquierda, que debía generar y exportar las vanguardias nacionales, a través de redes
de organizaciones nacionales político-militares sujetas a una doctrina, a un estado mayor y
a una estrategia globalizadora. En este diseño, no se cuestionó que el actor sería el
campesinado, junto a los obreros y los más abandonados de las ciudades, todos bajo la
dirección del colectivo “pequeñoburgués”. La conformación del cuerpo teórico-ideológico
revolucionario se sustentó en el descrédito continuado del marxismo-leninismo
32
Diez cambios enumerados por Rodríguez Elizondo (1990): 1. Superposición de objetivos sociales
complejos a los objetivos nacionales simples, de tipo tradicional. 2. Desbloqueo social controlado. 3.
Debilitamiento de las concepciones económicas estatistas. 4. Ideologización anticomunista. 5. Abandono del
profesionalismo apolítico como doctrina tradicional. 6. Establecimiento de un frente interno permanente. 7.
Policialización de la institucionalidad castrense. 8. Adscirpción de sistemas de armamentos y equipos
nacionalizado o consolidado (“sovietizado”) de los partidos comunistas tradicionales,
distinto del marxismo-leninismo importado o no digerido33 propio de la ultraizquierda,
emanado de la revolución socialista cubana. Esta lucha fue por la hegemonía teórica y la
acción revolucionarias, al objeto de despojar a los partidos comunistas (el obstáculo
político) de su instrumentalidad revolucionaria. Ahora bien, en esta construcción teórica
utilitarista, para lo que sí servían esos partidos comunistas es para financiar la economía
revolucionaria y asignar los recursos. El análisis de Rodríguez desvela la despreocupación
total por la economía nueva que debiera suponer una revolución, déficits derivado
probablemente de la suposición de que las bases y el diseño económicos “ya vienen
dados”. Así se fue plasmando ese núcleo ideológico mínimo de la ultraizquierda
continental34: desde la dirección “pequeñoburguesa”, el carácter continental y socialista de
la revolución sólo podría desencadenarse a partir de la lucha armada, reforzada por las
alianzas revolucionarias.
Son estos elementos, un núcleo ideológico mínimo, incluido el desconocimiento
ideológico y evolutivo de las Fuerzas Armadas de la región, junto a la ausencia de una
teoría económica, lo que conduce a Rodríguez Elizondo a concluir que estamos ante un
“sustrato diletante de la ultraizquierda”, que acabó siendo presa de sus propias críticas a
los comunistas tradicionales, la escasa creatividad teórica y escasas aportaciones al
marxismo.
El FSLN: una clásica ruptura en la izquierda.
Durante los 30 primeros años de existencia y durante la revolución, el Frente
Sandinista de Liberación Nacional no llevo a cabo ningún congreso, en concreto, hasta
1991. Al principio, el carácter de clandestinidad del Frente lo impedía. Con el triunfo de la
revolución, el reparto de cuadros políticos y de poder respetó las corrientes originarias, la
Tendencia Proletaria, la Guerra Popular Prolongada y la Tendencia Tercerista o
Insurreccional, siendo casi imposible la dedicación a tareas orgánicas o debates teóricos,
puesto que los episodios de guerra no cesaban. Finalmente, la defensa de la revolución y de
la soberanía nacional, tampoco dejaron tiempo para la organización interna.
especiales. 9. Flexibilización tácita de los códigos éticos. 10. Adopción de una nueva y uniforme doctrina
militar.
33
Rodríguez, J., 1990
34
Resumen de las seis tesis básicas analizadas por Rodríguez Elizondo (1990).
El FSLN se constituyó a partir de posiciones ideológicas diversas, el marxismoleninismo,
el
cristianismo,
el
nacionalismo
revolucionario
y
el
pensamiento
socialdemócrata, una alianza de fuerzas marxistas y no marxistas, cuyo esquema teórico
contenía el elemento revolucionario y el nacionalista, todo ello dentro del marco
fundamental de lo que supone una avanzada en la izquierda latinoamericana: la economía
mixta, el pluripartidismo, la defensa de la autodeterminación de los pueblos, el no
alineamiento y la unidad nacional.
Los partidos comunistas fueron los únicos que se alinearon de forma inequívoca e
incondicional con el PCUS y el “socialismo en un solo país”. Los movimientos
progresistas y revolucionarios mantuvieron una identidad propia, arraigada en los
contextos nacionales, y una independencia política respecto del ámbito programático. Los
sandinistas mantuvieron la autonomía política de los frente a la URSS, lo que tuvo su
reflejo en el proceso revolucionario, en las acciones gubernamentales y en la menor
influencia que supuso la caída del bloque socialista en la derrota electoral nicaragüense, no
obstante, sí guarda esta caída relación con la determinación de las condiciones políticas
que contextualizaron la derrota sanidinista.
Junto a la caída del bloque socialista, la crisis económica, el militarismo, la
derechización política, el intervencionismo estadounidense y la guerra, constituyeron los
elementos más importantes del contexto centroamericano a comienzos de la década que
influyeron en las elecciones nicaragüenses.
Esta derrota sandinista en las elecciones de febrero de 1990 no puede entenderse sin
los siguientes aspectos esenciales: el conflicto armado, la crisis económica y sus errores
internos. En relación con la guerra, de ganar el FSLN las elecciones, era muy probable que
la guerra siguiera, por lo que la promesa de la derecha de suprimir el Servicio Militar
Patriótico debe interpretarse en este sentido. A finales de la década de los ochenta, la única
posibilidad de los sandinistas por evitar el colapso de su régimen pasó por la vía negociada
del conflicto armado.
Desde el punto de vista económico, el profundo deterioro del nivel de vida de los
nicaragüenses fue especialmente intenso en los años centrales de la década de los años
ochenta, imposición oficial del bloqueo comercial de Estados Unidos. La economía de
guerra tuvo un peso especial durante el proceso revolucionario. Durante casi toda la
década, más del 60% del presupuesto gubernamental se destinó al Ejército Popular
Sandinista y a las cuestiones de orden interno. Además, el PIB acumulado fue casi del 10%, el salario real acumulado del –60%, el desempleo alcanzó al 46%, la deuda externa
se multiplicó por 6 y el PIB per cápita se situó en 340 dólares, el más bajo de América
Latina a principios de siglo.
A la decreciente valoración de las conquistas hechas por la revolución, se sumaron
los errores internos expresados en conductas poco éticas de parte de los dirigentes,
estrategias erróneas de gobierno y la conversión en un partido de Estado. Los problemas
manifestados en relación con la definición de la línea política de los medios de
comunicación, especialmente del diario Barricada, junto con el alejamiento que la
dirección política centralizada ha ido provocando, completan estos errores internos. Los
sectores más afectados por los mismos fueron los campesinos, profesionales, la burguesía y
las amas de casa. Estos desaciertos fueron el reflejo del pluralismo político, la economía
mixta y el no alineamiento. Y eso que la división del FSLN en la derrota no llegó a ser la
fragmentación de la derecha, la UNO, después de alcanzar la victoria electoral, aunque,
evidentemente, con significados y repercusiones muy diferentes.
La derrota electoral de 1990 comenzó a perfilar un consenso sobre la necesidad de
diseñar un nuevo programa cuyo esquema teórica contuviese la lógica de una izquierda que
defiende los intereses generales y estuviese abierto a profesionales, nacionalistas y
progresistas. En definitiva, la profundización de la democracia y la lucha parlamentaria
como herramientas de modernización económica del Estado, mediante la regulación del
mercado a través de la triple naturaleza jurídica de la propiedad, privada, estatal y
cooperativa. También propuso el sandinismo entablar y consolidar relaciones con otras
fuerzas políticas y apoyar todo este proceso de formación de una alternativa al
neoliberalismo en un impulso a las relaciones con las organizaciones sociales. Esto venía
acompañado por la demanda de renovación estructural y de la composición de los órganos
de dirección. Después del Congreso de 1991, el imperativo de la unidad interna del Frente
para abordar los graves problemas nacionales y la posibilidad de postergar los cambios,
hicieron funcionar la lógica interna de la cohesión, aunque, eso sí, a costa del debate.
Los sindicatos afines al sandinismo, el Frente Nacional de Trabajadores y el Frente
de Lucha Popular, mantuvieron una movilización constante frente a las políticas
neoliberales de privatización para defender los salarios y la seguridad laboral, por lo que se
vieron sometidas a una represión continua. Esta resistencia sindical y laboral, la lucha
armada de grupos que no han encontrado otra vía y el agotamiento de la mayoría de la
población, reflejan la situación del país gobernado por el neoliberalismo, frente a la que el
sandinismo mantuvo posiciones ambiguas, aceptando y rechazando esta realidad. Por un
lado, el FSLN se ha mostrado abierto al diálogo y al entendimiento nacional, respaldando
políticamente al gobierno para garantizar la estabilidad política, y, por otro, criticando
duramente su gestión económica. Y ha sido la difícil situación económica por la que
atravesaron algunos sectores del sandinismo lo que propició una llamada de atención para
poner fin al co-gobierno.
Además, los dirigentes sandinistas, cada vez más lejos de las bases y mediante
lecturas propias del poder, mostraron excesiva confianza en la campaña electoral y sus
sindicatos para impulsar una renovada victoria, sin tener en cuenta que la dirección política
centralizada fue produciendo un distanciamiento creciente con las bases. El abandono casi
completo de los cuadros profesionales, base del esquema de coordinación con las bases y
las organizaciones sociales, significó una derrota dentro de la derrota electoral.
Dos aspectos centrales caracterizaron la crisis postelectoral: plantear la autocrítica y
proponer las vías que condujeran a establecer las conclusiones. La discusión principal
surgió entre los parlamentarios y la dirección del sandinismo, anticipando las corrientes
que luego formalizarían la ruptura.
El debate postergado en 1991 emergió con brusquedad en 1993 y 1994. Uno de los
aspectos arraigados en el mismo fue la concepción de la lucha revolucionaria bajo las
circunstancias políticas del momento. Las diferencias surgieron cuando un sector más
beligerante que defendía la orientación socialista y el rescate de los valores revolucionarios
se inclinó por la movilización popular y la reivindicación de las estrategias históricas y otro
abogó por el fortalecimiento del régimen parlamentario creado por la revolución
sandinista, considerando inaceptable el recurso a la violencia y enfatizando la vía electoral.
Estas posturas se tradujeron, respectivamente, en corrientes centrales desde 1994, que
respondían a Izquierda Democrática Sandinista (liderada por Daniel Ortega y el aparato del
FSLN) y al grupo que alumbró el documento “Por un Sandinismo de las Mayorías”, luego
formalizados como Movimiento de Renovación Sandinista (Sergio Ramírez y la mayoría
parlamentaria del FSLN).
Las diferencias mantenidas en el Congreso de 1994, las originadas en el debate del
paquete de reforma constitucional (en el que el sector “oficial” se oponía a los cambios en
la dirección centralizada del Estado) y la sucesión presidencial de 1996, abocaron a la
ruptura, especialmente cuando ambas corrientes comenzaron a hacer públicas sus
divergencias: la “oficialista” lanzó severas críticas a la corriente renovadora, calificándola
de socialdemócrata, reformista y de traidora (lo que, al margen del uso peyorativo
pretendido, recuerda anteriores pugnas entre izquierda y ultraizquierda por la “autenticidad
de la ideología revolucionaria y de izquierdas”). La corriente renovadora acusó al “sector
oficial” de abusos antidemocráticos en la dirección centralizada y omnipotente del partido.
La constitución en septiembre de 1994 del MRS y el abandono masivo de reconocidos exlíderes oficializó la fractura. En la campaña de las presidenciales de 1996, los intentos de
moderación del candidato del FSLN, Daniel Ortega, condujeron una orientación hacia el
centro político, abanderando algunas de las reformas propuesta por el MRS, eliminación
del servicio militar obligatorio, no más economía centralizada, no más confiscaciones, que
auspiciaron una subida en las encuestas. No obstante, existió polarización, pero no empate.
Fracasó la alternativa modernizante del MRS, que no llegó ni al 0,5% frente al casi 38%
del FSLN.
Este debate entre ortodoxia y renovación en el sandinismo debe ser interpretado a la
luz de un proceso generalizado en la izquierda latinoamericana. La división del FSLN
forma parte de este reacomodo político de la izquierda latinoamericana de fin de siglo.
Después de años de polarización, se produce un desplazamiento generalizado hacia el
centro político. Las organizaciones progresistas se han visto, en cierta medida, forzadas a
replantear sus alianzas y sus estrategias de lucha. En este sentido, el MRS pasa por un
período de readecuación del perfil táctico y programático, así como de redefinición de sus
alianzas, como sucede con el Partido de la Revolución Democrática mexicano o el Partido
del Trabajo brasileño. De forma simplificada, la polémica gira en torno a la definición de
una vía para derrotar a toda costa al neoliberalismo, o de, además, estructurar una
alternativa viable, realista, tangible.
Conclusiones.
A lo largo de la exposición, han ido apareciendo los rasgos característicos de las
izquierdas guerrilleras de los sesenta, de los partidos comunistas “oficiales”, de la
izquierda tradicional centrada en el reformismo socialdemócrata y en la integración
sistémico-electoral, así como de las tendencias recientes manifestadas a través de
movimientos a veces difíciles de categorizar y de definir, puesto que muchas veces se trata
de iniciativas espontáneas y/o de movimientos escasamente estructurados antes que de
acciones dispuestas a partir de una lógica teórica y organizacional.
Todo lo dicho confirma la pérdida de credibilidad y de referencia de los
movimientos guerrilleros de la izquierda de los años sesenta, entre otras causas, por la
obsolescencia de sus estrategias, por la incorporación a las carrera electoral o incluso la
participación en tareas de gobierno implicadas en la aplicación de las reformas y ajustes
neoliberales de la década de los ochenta (MIR boliviano, ministros socialistas chilenos,
F.H. Cardoso en Brasil, los guerrilleros montoneros argentinos, miembros del MAS
venezolano, la integración sistémica del FSLN, etc.), que son percibidas por los nuevos
revolucionarios como posiciones reaccionarias35.
De la crisis de la política que dio lugar a sistemas tutelados y dictatoriales así como
de las formulaciones de métodos para invertirlas, se desprenden algunas conclusiones que
finalmente se dieron36: primera, y más evidente, la clase política mayoritariamente estuvo
la margen de los procesos que vivían las sociedades y no estaba en condiciones de realizar
lecturas acertadas de la realidad, lo cual configuró interpretaciones ideológicas que
pretendieron cosmovisiones. Segunda, la mayoría de la sociedad no se vio comprometida
con las opciones violentas. Tercera, los grupos que guardaron relación con la seguridad,
militares y policías, no vieron abrirse grandes fisuras en su cohesión institucional.
Como se ha visto en el presente trabajo, la clausura de la etapa fratricida entre las
izquierdas latinoamericanas dio paso al surgimiento de una nueva izquierda
latinoamericana, a partir de dos factores fundamentales: uno, el abandono de la lucha
armada, aceptando las elecciones y rechazando el modelo oligárquico-militarista anterior.
35
Datos aportados por Petras, J., 2000, a partir de entrevistas a líderes revolucionarios, de la prensa y de
comunicados oficiales de los movimientos revolucionarios de nuevo cuño
36
Recoge parte del planteamiento de hipótesis iniciales de Rodríguez Elizondo (Rodríguez, J., 1990).
Y, dos, la disminución de la preponderancia del partido político de vanguardia,
reemplazándolo por un partido pluriclasista. Lo que, a la luz del dogma ultraizquierdista,
denominaríamos como un proceso de derechización.
Sorprende, además, la intranscendente influencia de aquellos izquierdistas entre los
más jóvenes de ahora. Los movimientos antisistémicos y revolucionarios de nuevo cuño no
se reconocen en los de mitad de siglo, y sus reivindicaciones y luchas rara vez establecen
como soporte o antecedente aquellas acciones. Esto, refuerza las diferencias entre ambos
períodos de la izquierda y desconecta los acervos político-revolucionarios.
Los nuevos revolucionarios, a diferencia de los anteriores, no descartan a priori
ningún tipo de estrategias (es evidente que no conceden prioridad a la electoral). Es más,
suelen optar por estrategias mixtas de acción, combinando el apoyo legislativo del centroizquierda favorable a sus reivindicaciones y luchas con el desarrollo de tácticas para
construir centros autónomos de poder popular en comunidades, cooperativas y
municipios37. A pesar de todo, la ruptura y distanciamiento entre estas tendencias, centroizquierda electoral y nuevos movimientos sociopolíticos es cuestión de tiempo. La
izquierda latinoamericana está abocada a repetir procesos de rupturas operadas en el
pasado más reciente. Como lo fue el caso del sandinismo que hemos analizado, con la
fractura política que supuso para la izquierda nicaragüense la ruptura del FSLN y
formación de un nuevo partido, el MRS, a la postre, de nula repercusión electoral en las
elecciones de 1996.
Los rápidos cambios de la última década revelan cambios en la estructura del
poder: lejos de constituir aglomeraciones amorfas, la participación de las masas como un
conjunto capaz de disponer y proponer una organización orientada según demandas y
metas (cierto que mayoritariamente a corto plazo) constituye un aspecto destacado de los
cambios presentes.
Las acciones y movimientos sociales y populares de América Latina de fin de siglo
adquieren caracteres que los distinguen de los de hace dos décadas. Entre otros, adoptan
formas de organizaciones distintas, se basan en discursos y demandas nuevas, consideran
la autonomía un valor superior, muestran preferencia por lo local, se enraízan en ámbitos y
37
Petras, J., 2000
espacios nuevos. La aparición de nuevos actores está conformando una forma de hacer
política alejada de las mediaciones partidarias (aunque no se eliminen las prácticas clásicas
de cooptación y de captación de los partidos políticos), aumentando la complejidad y la
fragmentación social en la que se apoya la izquierda latinoamericana.
La última década deja otros efectos sobre las organizaciones populares. El grado de
organización descendió en los barrios populares. Como reacción a nuevos problemas, se
imponen los proyectos sociales y económicos propios en detrimento de las demandas de
derechos frente al Estado, del que comienza a percibirse su debilidad y reducción. Este
hecho entra en contradicción con lo apuntado por Petras, que defiende la extensión del
Estado en la conformación de estrategias imperializantes. Además, en este mismo sentido,
en la base de este cambio estructural figuran los programas de ajuste del FMI, la crisis
institucional y la fortaleza de nuevos actores sociales que deslegitiman a los tradicionales,
la concienciación de la necesidad de respuestas colectivas, el traslado parcial de la
responsabilidad del Estado a fundaciones y ONGs, y la consolidación de las iniciativas
procedentes de las bases populares.
En el análisis de Petras vuelven a aparecer como postulados interdependientes y
deterministas algunas de las tesis propias de la ultraizquierda revolucionaria. Así, introduce
un análisis instrumentalista de los procesos de liberalización económica y de ajuste
aplicados en América Latina, para atribuirles una función estratégica estadounidense a
proyectar sobre la región para perpetuar su explotación y convertirla en fuente de ingresos
que equilibren el su déficit exterior, producto de la pérdida de competitividad en otras
regiones. El planteamiento de esta ideología de la hegemonía estadounidense en el
hemisferio como instrumento de competencia global no supone novedad alguna, y ha
formado parte de numerosos trabajos y conclusiones. Es la reacción de Petras a esta
estrategia neoliberal, cuya contribución es más propia de una etapa de la izquierda
latinoamericana en la actualidad en decadencia. La respuesta consiste en desmontar la
liberalización económica en el ámbito nacional para luego exportar esta revolución. Su
valoración de la participación de los intereses de clase y estatales en esta “nueva
conquista” confiere a la reacción un carácter propiamente de la ultraizquierda analizada en
este trabajo.
La polémica inerna de las izquierdas latinoamericanas, simplificando, puede
resumirse, si, como pasa en Centroamérica, el paisaje confuso de la izquierda insurgente es
el reflejo de proyectos políticos diferenciados de lo que fueron los “proyectos históricos”
revolucionarios o se trata de un episodio de la tradicional y estéril dinámica centrífuga de
las elites políticas de la izquierda. Desde el punto de vista de esta izquierda, la democracia
pasó a ser una dimensión en su lucha contra las dictaduras o los regímenes militares. La
democratización fue considerada ampliamente38, conceptuada a partir de su inherente
impulso hacia un cambio integral en las relaciones políticas.
En los años setenta todavía la propuesta de la revolución armada era sólida,
levantaba expectativas sobre un triunfo. Pero el ciclo revolucionario iniciado en la década
anterior, específicamente el centroamericano39, toca a su fin. Los cambios afectaron de
forma importante el orden tradicional, especialmente los aspectos institucionales y los
aspectos relativos a la militarización de la política; aunque la naturaleza democrática de los
nuevos regímenes no ha logrado superar la desigualdad brutal y la brecha social existente,
persistiendo inalteradas las condiciones económicas que nutrieron los impulsos
revolucionarios.
A la hora de hacer un balance de los cambios surgidos en aquella izquierda
insurgente, cabe preguntarnos por los siguientes aspectos40: desde el punto de vista
organizacional, respecto de los años ochenta, las guerrillas abandonaron la clandestinidad,
la idea del Estado-partido, la fraccionalización de esos movimientos (hemos estudiado el
caso del FSLN) y la tendencia a la adaptación estructural para la competición electoral.
Respecto de la simbología, la izquierda se nutre del desplome del bloque socialista, de
experiencias endógenas, de alianzas y consensos fracasados. Por último, la oferta
propositiva se caracteriza por su carácter razonable, alternativo y transformador. En este
sentido, es paradójico e irónico que en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, las
experiencias democratizadoras recientes hayan devuelto el gobierno a los herederos y
representantes de las oligarquías que se embarcaron en aventuras autoritarias y
dictatoriales41.
38
Vilas, C., 1998
Vilas, C., 1998
40
Vilas, C., 1998.
41
Vilas, C., 1998.
39
Este esquema de conclusiones, según hemos visto, se reproduce en el proceso y en
el interior de la organización sandinista, que pretendió un nuevo modo revolucionario de
desarticulación de la ortodoxia y del dogma. Pero la experiencia operó otra reproducción,
la de “los viejos esquemas de poder leninistas de los manuales”42. Revitalizar el concepto y
poder de la vanguardia después de la derrota electoral de 1990 y de reforzar la negación de
esa evidencia, fue la primera lectura errónea de las transformaciones sociales, políticas y
económicas, cuya percepción era filtrada por la carga de las concepciones tradicionales y
mitológicas. Esto se tradujo en constantes tensiones por mantener un “gobierno de
vanguardia”, desde arriba, a la vez que se insistía en el “gobierno desde abajo”, lo que
promovió el impulso de las tácticas de movilización popular.
El ocaso definitivo de un ciclo de actores y movimientos revolucionarios, el
establecimiento de largos procesos de negociaciones para pacificar la región, los efectos de
las políticas de ajuste estructural, las reacciones a la globalización neliberal y la creciente
democratización de los países en América Latina delimitan un contexto social, político,
económico y militar que nada tiene que ver con el que originó aquellas organizaciones. Por
ello, un nuevo tipo de movimientos que se erigen en respuesta a estos procesos están
conformando nuevos esquemas de participación y de acción de la izquierda extrapartidista.
Su organización se desentiende de fórmulas tradicionales organizadas en torno a partidos
electorales y se configura sobre direcciones más colectivas, aunque no rechazan amplias
alianzas sobre las que profundizar sus demandas, estructuradas sobre la base de los
derechos humanos fundamentales, la lucha contra la exclusión y la enorme brecha social, y
la participación social para exigir la instauración y consolidación democráticas que
permitan una mejor distribución de los logros y beneficios del liberalismo.
El tradicional esquema revolucionario-nacional liderado por una vanguardia que
promueve la lucha armada para invertir órdenes reaccionarios o explotadores está siendo
reemplazado por un nuevo esquema reivindicativo-regional conducido por amplias
direcciones que no contemplan la lucha armada, pero sí acciones populares en
coordinación con otras fuerzas y organizaciones que tienen gran trascendencia y
repercusión, para exigir profundas reformas en orden a revisar las consolidadas estructuras
que perpetúan situaciones de inequidad y de crecientes desigualdades: la propiedad de la
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Sergio Ramírez, en el prólogo de López, N., 1996.
tierra, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la desregulación laboral y
económica impuesta por la globalización, etc.
Asistimos, por tanto, a un doble proceso de consolidación. Por un lado, el de estas
nuevas iniciativas y acciones; por otro, el de un modelo de relaciones entre las
organizaciones que las protagonizan y los partidos electorales de izquierdas. De entrada,
estas nuevas organizaciones no descartan las acciones institucionales, es más, con sus
acciones promueven importantes espacios en los medios de comunicación para extender
sus demandas y reivindicaciones, articulan apoyos y solidaridad internacional, fuerzan el
diálogo con los gobiernos e, incluso, cierta movilización de los partidos de centroizquierda.
Se trata de un esquema surgido dentro de la sociedad y realidad latinoamericanas,
protagonizado por actores latinoamericanos y que, quizá, por primera vez, va a configurar
escenarios políticos nacionales a partir de las experiencias de la región, con respuestas
propias que puedan determinar la formación de nuevos grupos políticos en el seno de la
izquierda, y que, en función de su organización y estructuración, se insertarán en los
movimientos internacionales, los que a su vez están siendo influenciados por estos nuevos
grupos.
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