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‘Incidente en el tiro, ¡cambio de cañón!’ Crónica de una
alegoría televisada [Video]; por Willy McKey
Willy McKey · Tuesday, March 10th, 2015
“El hombre bala se enfada:/ su pólvora está empapada/ de tanto decir adiós” J.S.
Un tiro de salva (palabras más, palabras menos) es un estallido de ficción. Se trata de
cartuchos que sólo tienen pólvora y no llevan proyectil alguno. Es fuego, ruido y humo
convertido en un protocolo militar. Por ejemplo: en un homenaje a un rey o a un
presidente se acostumbra a disparar 21 salvas.
El 9 de marzo, en el Cuartel de la Montaña donde reposan los restos de Hugo Chávez
desde hace dos años, los milicianos tenían asignada la labor de rendir un tributo a
punta de salvas a su líder político fallecido, en el marco de una semana de homenajes.
La toma cerrada del falso pergamino que leía uno de los milicianos puso en evidencia
el primero de los descuidos: olvidaron acentuar “legó”, cometiendo un error doble.
Más allá de la falta ortográfica, la palabra lego define a quien está falto de letras y de
noticias, un adjetivo innecesario en un evento como éste, que estaba siendo
transmitido a nivel nacional e internacional por la señal del canal del Estado,
Venezolana de Televisión.
La lectura del texto del pergamino terminaba proclamando que:
— Hoy, al escuchar el estruendo y observar su llamarada, debemos reafirmar
que la Patria sigue, mi Comandante.
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Toda la puesta en escena demostraba algo de nerviosismo en quienes, además de
mantener el comportamiento castrense propio de su vocación, debían superponer el
rigor de un evento luctuoso y dramático a la vez, donde vestimenta y artillería
connotaban una suerte de visita estética al siglo XVIII. Al menos hasta aquellos
trasladaba al espectador el diálogo de órdenes de mando que siguió a la lectura:
— Cañón cargado, ¡listo!
— Tirador, ¡preparar el tiro!
Era el momento del anunciado estruendo, del resplandor advertido en el pergamino.
Entonces, Tirador recupera la voz y recita de memoria el prólogo a la primera salva:
— Tiro en honor y lealtad a nuestro Comandante Supremo y Eterno de la
Revolución Bolivariana de Venezuela y del Mundo, ¡listo!
Pero todavía nada estallaba. Las campanas doblaron cinco veces para completar el
marco retórico de luctuosidad y, al mismo tiempo, el rigor espiritual del evento. El
miliciano encargado de tocar la campana rompe esa suerte de falsa pared, mirando
hacia la cámara con el nerviosismo propio del riesgo mediático que siempre ha
representado la transmisión en vivo y directo. En el insert del noticiero, desde el
primer segundo, se mantiene la leyenda “Salvas de Cañón en honor al Comandante
Hugo Chávez”. Entonces, vuelve a oírse a Voz de Mando:
— Tirador, ¡fuego!
Allí empezó el castrense soundtrack del suspenso: un redoble sostenido. Desde el lado
izquierdo de la pantalla se asoma Tirador y, con aquella especie de antorcha que
encendió antes de anunciar honor y lealtad, enciende la mecha de un cañón que se
apodera del primer plano. Se ve la flama deviniendo en chispa. El redoble sigue,
insiste. Desaparece todo fuego de nuestra mirada y esa contención que antecede a
toda explosión esperada parece la única atmósfera posible.
Y entonces: algo de humo y un sonido hueco, torpe, como el de una estaca
partiéndose.
Más nada. Sigue el redoble, pero no suena más nada. Un poquito de humo
incomprensible y un cañón solitario apuntando hacia una ciudad que ni siquiera está
en manos del enemigo. Una voluta de humo se eleva y se extingue, como si el
estruendo se negara a aparecer.
El insert. El redoble. Apenas eso. Hasta que Voz de Mando reaparece para confesarse:
— Incidente en el tiro, ¡cambio de cañón!
Hacer televisión es difícil. Es un medio implacable donde la improvisación nunca pasa
inadvertida. Ese encuadre con el cañón a la derecha y la ciudad de fondo debe haber
tomado mucho tiempo y fue aprobado por todos los responsables de la transmisión.
Pero a pesar de todo ese esfuerzo, Voz de Mando había ordenado un cambio de cañón
que no estaba en la pauta.
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Al menos había otro cañón.
En ese instante el redoble es sustituido por el rumor de muchas voces que,
aparentemente, intentan solventar el fracaso de la primera salva. Dos milicianos dan
un paso al frente y salen de una toma que ahora tiene al impotente cañón como único
protagonista. Tirador sorprende al camarógrafo y atraviesa la toma de izquierda a
derecha. Luego pasa, velozmente, una boína roja sin rostro. Debe haber alguna otra
cámara reubicándose, buscando ese otro cañón hacia donde se dirige Tirador. Hay
demasiado silencio. La reportera de Venezolana de Televisión debe intervenir. No
comprende qué es lo que sucede. Al menos eso parece cuando, a pesar de que la salva
no ha sido disparada, dice:
— Emotivo momento, pues, para recordar al Comandante, al Gigante de
América, Hugo Chávez. El pueblo venezolano presente en el Cuartel de la
Montaña. Recordemos que son distintas las actividades que se están
realizando acá, precisamente, en el Cuartel de la Mont… vamos a seguir
escuchando parte del ambiente.
Sin quererlo, la periodista ha dicho que el fracaso de una salva que no pudo
dispararse (desde el mismísimo Cuartel de la Montaña donde el homenajeado lideró
aquella intentona de golpe de Estado que no cumplió sus objetivos, el 4 de febrero de
1992) era un momento ideal para recordarlo.
Pero eso pasó desapercibido.
Más allá de los accidentes discursivos, lo que se ve en la pantalla es enervante. El
encuadre no es bueno, pero permite ver cuando Tirador intenta usar una vez más la
antorcha aquella, pero el encendido también fracasa. Busca algo en su bolsillo. Quizás
es algo parecido a un yesquero, porque ahora tiene que acercarse mucho más al
segundo cañón para encenderlo, corriendo un riesgo evidente.
Y el cañón nada.
Todos esperan. Y nada.
Una vez más la voz de la periodista intenta llenar el vacío. Lo llama Gigante. Recuerda
el legado. Supremo. Eterno. Recuerda que hay actividades hasta el 15 de marzo.
Pero nada.
Quizás el papel más difícil en todo este homenaje que empieza a parecer un sainete
televisado, de tanto accidente y nervio, lo ha tenido Voz de Mando. No es sencillo
enunciar el fracaso:
— ¡Pieza… fuera de acción!
Con la orden que confiesa que no habrá estruendo ni llamarada, el director decide
enfocar el féretro donde reposan los restos del homenajeado.
Sí, hacer televisión es difícil pero los accidentes pueden complicarlo todavía más.
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Accidentes técnicos o accidentes discursivos. Por ejemplo: justo cuando todo el país ha
podido ver a los milicianos fracasar en el encendido de dos balas de ficción (que
debieron ser veintiuna), la periodista dice:
— Y es que, precisamente cuando nuestro país está siendo amenazado por
potencias norteamericanas, aquí está el pueblo firme comprobando una vez
más el amor, la solidaridad hacia el pueblo venezolano, legado del
Comandante Supremo y Eterno, Hugo Chávez…
Detrás de su voz que en los vacíos de la sintaxis no consigue evitar lo evidente, la
reportera no dice que hubo un cambio de cañón, ni que el primero no pudo dispararse,
ni que el segundo tampoco, ni que debían ser veintiún salvas pero hoy no será
ninguna. El periodismo en vivo y directo ejercido desde la señal del Estado no cuenta
lo que pasa, no narra ninguna de las acciones. Al parecer no está allí, delante de los
cañones y oliendo la pólvora que no pudo estallar. Como televidente, sentí miedo al
creer que tal desatención de los hechos la llevarían a inventar el periodismo
onomatopéyico: gritar “¡Pum!” veintiún veces para que no fuera necesario explicar
nada. Quizás, de haberlo hecho, no se hubiese oído la última confesión de Voz de
Mando:
— Pieza a descargar del Cuartel de la Montaña. De frente, ¡marchen!
Y se van. Voz de Mando. Tirador. Todos se van del Cuartel de la Montaña, sin haber
logrado sus objetivos. No pudieron disparar las salvas de dos cañones el mismo día
que una potencia global declara que Venezuela es “una amenaza inusual y
extraordinaria”. Y una periodista no pudo contar eso que estaba sucediendo delante
de nuestros ojos. Sólo se oye a los presentes silbar y gritar que “la patria sigue”.
Éramos los espectadores de una alegoría que nadie logra sostener entre los dedos de
puro exceso.
Esta noche, la noche del mismo día en que se televisó cómo dos cañones
contemporáneos con la retórica política de la guerra no pudieron ser disparados, nos
dirán que quieren invadirnos.
Aquella misma periodista que no gritó “¡Pum!” veintiún veces debe devolver la
atención a máster. No pudo ser veraz ni oportuna. Algo se lo impidió. Algo que no fue
lo suficientemente grande como para impedir que lo viéramos suceder en vivo y
directo. Humo. Humo mudo, sordo, vacío. Y los vacíos en televisión no están
permitidos:
— …una Fuerza Armada Nacional Bolivariana preparada para enfrentar
cualquier agresión norteamericana. Y es que el pueblo venezolano hoy es
consciente de los grandes logros que se han dado por lo tanto dicen ¡NO! al
intervencionismo extranjero. En estos espacios despedimos el pase…
Nadie parecía recordar lo que leyó el miliciano del falso pergamino.
¿Y si no escuchamos el estruendo, qué?
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¿Qué es lo que tendremos que reafirmar, ahora que nadie pudo ver la llamarada?
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