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Viaje por USA
José María Suárez García
Introducción.En el verano de 2010 las familias Suárez y Prieto, Fuente y Suárez, y Zoutberg y
Suárez tomamos una decisión aventurada. Decidimos visitar, durante el verano del año
siguiente, parte de los estados de California y Arizona. En total seríamos diez los
viajeros y, de ellos, tres niños (dos niñas y un niño), de ocho, cuatro y un año.
Alquilaríamos una autocarvana y dos automóviles y utilizaríamos los campings como
lugares de transitoria residencia, salvo las dos noches siguientes a la llegada y la
anterior a la partida de América, que pasaríamos en habitaciones de hotel. En los
campings una parte de la expedición se alojaría en la autocaravana, otra en un bungalow
y otra en una tienda de campaña.
Voy a hacer un relato torpe de ese viaje, quizá obedeciendo a esa ley que parece
que llevamos dentro sin ser conscientes de ello y a la que se refiere Steinbeck cuando
dice que se viaja no tanto para ver sino para contarlo después. Lo que sucede es que
quizá no haya quien te escuche ni quien te lea, pero, al menos, por intentarlo que no
quede.
En algunos momentos el relator se dejará guiar por otro relator, este de verdad,
inmenso, genial. Había leído hace ya muchos años alguna obra de John Steinbeck, pero
sin prestarle más atención que a otros grandes escritores norteamericanos, hasta que el
descubrimiento tardío de Viajes con Charley lo convirtió en algo más que un escritor
admirado, lo convirtió en un colega, colega de viajes, que no de escritura, entiéndase
bien. Y fue así porque para el periplo que el genio de Salinas hizo por USA se sirvió de
una autocaravana y desde entonces, quiera o no, pasó a ser, como le sucedió a Cortázar,
“uno de los nuestros”.
Da la impresión de que para algunos críticos Viajes con Charley es una obra
menor, dentro del mundo literario de Steinbeck. No creo que lo sea. La perfección en sí
de la escritura, la belleza con que describe paisajes y situaciones, la facilidad con que
introduce al lector en su mundo, los geniales diálogos con Charley –Charley es un
perro- hacen que esta obra resista sin ningún problema la comparación con cualquier
otra.
También pedirá permiso el relator a John Ford para subirse al pescante de su
diligencia y atravesar en ella las áridas llanuras que le esperan. La cosa forzosamente
tiene que resultar sencilla, gracias a las personas extraordinarias que le acompañarán,
entre otras, nada menos que Ringo Kid y Dallas. Así pues, en lugar de pretender
adivinar el destino escrito en las entrañas de pobres animales y de hacer propicia la
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protección de dioses lejanos y crueles, nada mejor que encomendarse a los no menos
divinos Ford y Steinbeck. Amén.
Los preparativos.La organización del viaje tenía su complejidad. Se encomendó a una agencia lo
relativo a la obtención de los billetes de avión, el alquiler de los vehículos y la estancia
en los hoteles. En la tramitación se cometieron, al parecer, errores que provocaron
situaciones incomodísimas y a punto estuvieron de ocasionar graves consecuencias,
que, si se evitaron in extremis, fue gracias a la hábil y eficaz intervención de uno de los
integrantes del grupo. Como lo pasado pasado está más vale olvidarlo cuanto antes,
aunque no estaría de más hacérselo saber a los incompetentes gestores.
Los viajeros.Ya he dicho que seríamos diez los viajeros. Podía relatar sus aventuras
llamándoles por sus nombres, pero se trata de personas demasiado normales, del
montón, corrientes y molientes, y con gente así no se puede ir a ninguna parte. Por eso
decidí transformarles; una transformación, es cierto, mínima, solo de apariencia, puro
ropaje, aunque no insignificante. Decidí darles nombres nuevos. Se los pediría prestados
a Steinbeck y a John Ford, salvo en el caso de la más pequeña de la tribu y de las dos
madres que en Los Ángeles tomaron el camino del sur. Estas ya se habían rebautizado a
sí mismas cuando, al decidir la separación transitoria, una de ellas hizo el siguiente
comentario: “Como Thelma y Louise, pero sin Brad Pitt y con dos criaturas”. Pues bien,
serían Thelma y Louise, aunque doy mi palabra de honor de que nunca supe quién era
una y quién la otra. Para los demás buscaré en los personajes reales algunos rasgos de
los de ficción y, si no los encuentro, los inventaré, que para eso soy el relator y no hay
relator que no tenga un punto de mentiroso.
Siguiendo el orden inverso de edad, a la más joven la llamaré Judith. La
exultante emoción con que se subió a la grupa de Gavilán en Salinas me trajo a la
memoria al pequeño Jody y su infinito amor por su pony colorado, pero Jody es un
nombre de varón y ella es una niña. Así que lo cambiaré por el de Judith, que se le
parece y, además, repito, soy el relator y hago lo que quiero.
El niño será Caleb. La tragedia que el personaje de Al Este del Edén
desencadena al final de la novela con su perturbada reacción no es más que la
consecuencia del amor y la admiración que siente hacia su padre, amor y admiración en
los que no le va a la zaga el Caleb real, si bien en su caso no sea origen de ninguna
desgracia.
La niña mayor bien puede equipararse por sus desvelos en el cuidado de los más
pequeños con la sufrida madre de Coyotito. Será, pues, Juanita.
Viene luego Lee, sabio filósofo como el servidor de Adam, que, como nadie,
comprende lo que está sucediendo en la granja y en la tribu.
Le sigue Ringo. No porque el personaje real sea un vaquero perseguido por la
justicia, sino por la habilidad y la audacia con que sacó de apuros a la diligencia por las
endemoniadas curvas de Big Sur. Aunque, bien pensado, visto con su negro sombrero
Stetson en las áridas tierras de Arizona, pudiera pasar sin mayores problemas por un
auténtico llanero solitario.
El cuarto de los jóvenes varones se llamará Mack. Es una de las grandes
creaciones de Steinbeck. Mack es un entrañable granuja, líder de una tropa de
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incorregibles bebedores, capaz de convencer a quien se le ponga por delante cuando se
lo propone, aunque la propuesta finalice casi siempre en una magnífica catástrofe. El
Mack real ni es bebedor ni organiza catástrofes, pero su capacidad de persuasión nada
tiene que envidiar al simpático vecino de Cannery Raw y así lo demostró en situaciones
harto complicadas.
Quedamos ella y yo, dicho al romántico estilo. Ella será Dallas, la viajera
despreciada de La Diligencia y uno de los personajes femeninos señeros en la historia
del cine, genial creación del divino Ford; ella llena la película con su humanidad y sus
silencios; sin ella la diligencia donde viajan por las praderas del Oeste sería una caja
vacía. Qué más da que sea una mujer de vida airada. Si no le importaba a Ringo Wayne
Kid, ¿por qué iba a importarme a mí?
Yo seré Buck, el conductor miedica y gritón. Al fin y al cabo siempre soñé con
conducir las caravanas de pioneros por el lejano y salvaje Oeste, preferentemente
camino de Oregón. Que en lugar de viejos carromatos se trate en este caso de una
diligencia poco importa y para una vez que se me presenta la ocasión no voy a
desaprovecharla.
Las razones del viaje.¿Por qué y para qué viajamos? Los adultos no siempre lo tenemos claro.
Motivos y finalidades forman una especie de magma confuso, informe, imposible en no
pocas ocasiones de explicar. Aunque quizá esté exagerando y la cosa sea mucho más
sencilla; quizá lo único que nos lleva a viajar es el hecho de estar hasta las narices de
contemplar siempre el mismo paisaje, sea físico, humano, cultural o social y que
queramos escapar de él, cambiarlo por otro, aunque sea de forma transitoria. Y, desde
luego, viajamos, como he dicho antes, para contarlo. Un viaje que no se pueda contar,
aunque los destinatarios del relato sean las piedras, es un viaje frustrado.
En el caso de los niños la cosa cambia, porque ellos sí que lo tienen claro. Al
menos lo tenían claro los que integraban nuestra expedición. Estas eran sus razones:
Judith:
-Iré a California. Aunque sea a gatas, iré a California. Quiero ver, así sea por última vez,
a Gavilán, mi pequeño potro colorado. Quiero volver a acariciar su lomo suave, su recia
crin, antes de que la lluvia asesina lo sorprenda en el corral. Si hace
falta, cruzaré a gatas el Atlántico. Entraré en América por la costa de
Virginia y, sin detenerme, iré hasta Oklahoma para ver si puedo
unirme allí a alguna familia de okies, arrancados de su tierra y
empujados hacia el oeste por el viento, el polvo y la codicia. Si no,
siempre habrá algún motero barbudo y estrafalario que me lleve. Y, si
tampoco esto es posible, iré a gatas. A gatas atravesaré por la ruta 66 el
desierto; lo haré de noche, como Tom Joad y su familia, porque de día no
hay quien aguante ese infierno. No me asustarán ni los siniestros dientes
negros de la sierra que corta el horizonte ni los huesos resecos de los que
cayeron en el camino. Pediré cobijo en los campamentos de los
desplazados. Llegaré hasta muy cerca del otro mar. Abrazaré de nuevo a
mi pequeño potro colorado, me subiré a su grupa, daremos un corto paseo
por los pastizales que rodean la granja y luego descansaré.
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Caleb:
-Yo también iré a California. Le llevaré a mi padre el regalo prometido.
A ver si esta vez lo acepta. Le llevaré también el último adiós de mi
hermano, que me entregó manchado de zumo morado mientras se
desangraba entre vides mustias al norte de Francia. Espero llegar a
tiempo.
Iré en un carguero a Nueva York y desde allí me dirigiré en tren a
Connecticut para visitar la casa de mi abuelo –mi tramposo abuelo- y
saludar a mi tío Charles. Me gustaría saber qué sucedió entre él y mi padre, aunque me
temo que nadie me lo va a contar. Partiré después hacia Colorado, pero esta vez
intentaré colarme en algún vagón vacío de un tren de mercancías;
no me sobra el dinero. En Denver me espera el loco Moriarty y su
amigo, y juntos iremos hasta San Francisco, si es que para
entonces no han cambiado de opinión y cuando llegue no están
ya camino de México. En Frisco me subiré a un ómnibus que me
llevará a King City, donde pediré un coche prestado a mi antiguo
socio Will Hamilton, en el que, por fin, llegaré a la granja. ¡Qué
ganas tengo de ver al viejo!
Juanita:
-¿Queréis callaros un momento, enanos presumidos? ¿A
dónde esperáis llegar vosotros solos?
Claro que conseguiréis vuestro propósito. Tú, mocosa,
verás de nuevo a tu pequeño potro y echarás de su cuerpo el mal
que lo está matando. Y tú, aprendiz de bailarín, podrás abrazar a
tu padre, que esta vez sí aceptará con orgullo tu regalo. Tan feliz
lo harás que también él se olvidará de su mal y volverá a
recorrer su granja para ver crecer el trigo y florecer los frutales.
Se cumplirán vuestros deseos porque yo estaré con vosotros. ¿Qué haríais sin
mí? Yo os cuidaré. Ni el aguijón de los alacranes ni las zarpas de los osos ni los
colmillos de los pumas podrán haceros daño porque yo estaré allí para impedirlo. Yo os
protegeré del frío que por las noches baja desde las estrellas y del fuego que envía el sol
y que calcina hasta las piedras, nada digamos de vuestra delicada y pálida piel. Haré
enmudecer a los coyotes y acallaré el chillido nocturno de los búhos. Yo detendré las
balas de los forajidos y las flechas envenenadas de los cortadores de cabelleras.
No sé cómo llegaremos hasta el desierto de Arizona, pero sí sé que allí, en la
soledad roja de la tierra, nos estará esperando una diligencia tirada por seis caballos
conducidos por un viejo miedica y chillón, que os llevará, y a mí con vosotros, hasta
vuestro destino. En ella tendremos de compañeros a
personas inmortales.
Pero no termina ahí nuestro viaje. He de seguir, y
vosotros iréis conmigo, hasta el mar que baña otra tierra,
más al sur, más cálida y más dura. Tenemos que buscar
una perla grande y perversa y esconderla para que nadie la
encuentre. Tenemos que salvar a mi Coyotito del desvarío
de su padre. Así que, ¡venga!, dejad vuestras
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fanfarronadas para mejor ocasión y dadme la mano, que el camino es muy largo y el
tiempo apremia.
El itinerario.El itinerario estaba vinculado a los puntos concretos de interés que habíamos
decidido visitar. Estos eran Los Ángeles, el Gran Cañón del Colorado, Yosemite, San
Francisco y Big Sur. Desde la zona del Gran Cañón algunos expedicionarios se
acercarían a Monument Valley. En nuestros cálculos estaba también una escapada a Las
Vegas, pero, como se verá, no fue posible. Una vez diseñado el viaje en grandes líneas,
nos pareció conveniente que la sección más joven sustituyese la visita al Gran Cañón
por la de San Diego, ante el temor de que el calor previsto durante el tránsito por el
desierto de Mojave le resultase excesivamente penoso, temor que, como se pudo
comprobar, no estaba justificado.
Definido el recorrido, había que fijar los lugares concretos de estancia, con
independencia de los hoteles. Estos fueron: Pomona en el área de Los Ángeles,
Williams en Arizona, Chula Vista en la zona de San Diego, Groveland y Big Sur. Desde
Los Ángeles visitaríamos, obvio es decirlo, Los Ángeles, que ya da bastante de sí para
mucho más de dos días; el camping de Williams serviría de campamento base para
visitar el Gran Cañón, Monument Valley y la legendaria ruta 66; utilizaríamos el
camping de Groveland para conocer y recorrer lo que nos fuera posible del Parque
Nacional de Yosemite y, por último, con base en Big Sur nos acercaríamos a Salinas y
Monterey para rendir homenaje a Steinbeck, visitaríamos San Francisco y recorreríamos
la ruta 1 para admirar el impresionante paisaje que la rodea.
El calendario.Y ahora, el calendario inicialmente previsto. El 10 de agosto, llegada a Los
Ángeles desde Madrid, con escala en Atlanta; el 11, estancia en Los Ángeles; el 12 un
grupo partiría hacia Williams, haciendo parada en el entorno de Las Vegas, y el otro iría
hacia Chula Vista; el 13 el grupo de Williams visitaría Las Vegas y el día siguiente
llegaría a Williams, donde tenía previsto permanecer hasta el 18; el grupo de Chula
Vista estaría en esta localidad hasta el 17; ambos grupos saldrían en esas fechas (17 y
18) hacia Groveland, donde la expedición al completo tenía contratada la estancia a
partir del día 20 hasta el 24, en que partiríamos hacia Big Sur; aquí, hasta el 29; desde
Big Sur, vuelta a Los Ángeles y el 30, rumbo a Madrid.
Esto era lo previsto, pero el programa inicial sufrió alguna variación.
Obligaciones laborales hicieron que el décimo viajero no pudiera incorporarse hasta el
día 13; como formaba parte del grupo de Williams, este hubo de esperarle en el camping
de Pomona, todavía dentro del área urbana de Los Ángeles. Esto supuso abandonar toda
esperanza de darnos un garbeo por Las Vegas.
Otra alteración inesperada tuvo como causa algo mucho peor. Uno de los
viajeros perdió su mochila, probablemente en el hotel. Si se la robaron sin más,
aprovechando un descuido, o si primero quedó olvidada y luego se la robaron es posible
que nunca se sepa. Lo cierto es que se quedó sin ella y sin los valiosos objetos y
documentos que contenía, entre ellos, dos pasaportes. Por lo que al desarrollo del viaje
se refiere, la pérdida supuso, amén de las inevitables gestiones ante la policía, una
escapada desde Groveland a San Francisco y la partida de Big Sur hacia Los Ángeles un
día antes de lo programado.
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Los campings.Con el itinerario y el calendario decididos, quedaba por elegir los campings.
Estos fueron, en la zona de Los Ángeles, el Los Ángeles/Pomona Fairplex KOA, cerca
del borde este de esa inmensa ciudad de ciudades que es Los Ángeles; en la de San
Diego, el San Diego Metro KOA; en Williams, el Grand Canyon / Williams KOA; en
Groveland, el Yosemite Pines RV Resort; en Big Sur, el Riverside Campground &
Cabins. En el tránsito de Williams a Groveland pasamos la tarde/noche en el Orange
Grove RV Park.
Todos los campings, salvo el de Big Sur, ofrecían un equipamiento básico muy
completo: cada parcela contaba con un sistema de toma de agua, de energía eléctrica y
de vaciado de las aguas sucias individuales, lo que comportaba disponer de agua
corriente y de desagüe de forma continua, como en casa. En la parcela había también
una mesa de considerable tamaño, con bancos fijados a ella, así como una barbacoa. En
el camping de Big Sur descubrimos con desagrado que no solo carecía de un sistema
individual de vaciado de las aguas sucias sino que tampoco lo tenía colectivo; el más
próximo estaba a unos cincuenta kilómetros por una carretera endiablada; como
tampoco disponía de fregaderos, lo que no poca gente hacía era lavar los cacharros en
grifos normales, vertiendo las aguas sucias, los detergentes y lo que se terciara al
camino y de este al río que discurría pegado al camping. Exquisita protección del medio
ambiente.
Los vehículos.Como ya he dicho, desde España habíamos alquilados dos automóviles y una
autocaravana. Los tres vehículos que nos entregaron se encontraban prácticamente
nuevos y todos disponían de cambio automático y regulador
de velocidad; por propia experiencia parece aconsejable
utilizar con sumo cuidado este último en la autocaravana. Los
coches –un Chevrolet y un Nissan- eran de mediano tamaño
y venían provistos de un equipo de navegación,
imprescindible para circular con comodidad, al menos por
Los Ángeles. Para la autocaravana nos servimos del que
habíamos llevado de España. Junto con los vehículos nos proporcionaron en alquiler
tres asientos para los pequeños.
Una breve descripción de la autocaravana: del tipo capuchina, fue alquilada a la
compañía Cruise America. Sobria, pero completísima y
sumamente cómoda; en ella podían dormir sin problema
cinco personas, siempre que una de ellas no fuese muy
alta; era más amplia que las europeas (al menos, las que yo
conozco), por lo que no había la menor sensación de
agobio en su interior y estaba equipada con todo lo
necesario para vivir en ella confortablemente.
Ya es hora de comenzar de una vez con el relato.
Día 10 de agosto. Madrid-Atlanta-Los Ángeles.En el control de inmigración del aeropuerto de Atlanta la policía retiene a
Thelma (quizá fuese a Louise). Con ella se van Ringo y Juanita. Incertidumbre y
nerviosismo en el grupo. Al cabo de unos veinte minutos los vemos bajando sonrientes
por una escalera. Le habían hecho tres preguntas intranscendentes y para ello no
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tuvieron inconveniente en montar un espectáculo
y provocar las lágrimas de la niña. El control de
seguridad es exhaustivo, hasta el extremo de
obligarnos a descalzar a la pequeña Judith, aunque
no es de extrañar porque con su año a cuestas
tiene una cara de terrorista que mete miedo.
Llegamos por la tarde-noche a Los
Ángeles. La formalización del alquiler de los dos
coches se eterniza y surge el primer contratiempo.
El viejo Buck había dejado olvidado en Asturias el cargador del GPS, imprescindible
para poder utilizar el aparato. Menos mal que, al menos, los dos coches vienen con el
suyo incorporado. El problema quedó solucionado al día siguiente en una estación de
servicio, en la que se vendían cables para todo tipo de artilugios.
Día 11. Los Ángeles.Que viajar con niños no es lo mismo que hacerlo sin ellos es una obviedad tan
elemental que al mismísimo Pero Grullo le avergonzaría formular. A los niños les
importan un ardite los mitos que poco a poco han ido fabricando los mayores, con sus
dioses y sus héroes. Les importa un ardite las costumbres de los demás, cómo viven y lo
que han construido para vivir y para relacionarse; les tiene sin cuidado Hollywood y
sus estrellas, el espectáculo de sus autopistas, que a veces produce vértigo, Blade
Runner o las andanzas de Marlowe. Lo que los niños de ahora buscan –eso le parece al
relator- son los entretenimientos ruidosos y elementales que proporcionan los parques
de atracciones y las pantallas, sean de la televisión o del ordenador. Para eso, en Los
Ángeles nada mejor que Disneyland, que, si queremos ser precisos, no está en Los
Ángeles sino en Anaheim, condado de Orange, pero que, junto con el resto de ciudades
limítrofes forma esa megalópolis que, con mayor o menor fortuna, llamamos Los
Ángeles. Judith ni siquiera necesita eso. Es tan pequeña que le basta con mirar a su
madre y tener una superficie para gatear.
En Anaheim teníamos el hotel cerca de Disneyland y hacia allí se fueron Thelma
(o Louise), Ringo, Juanita y Caleb. Los demás
dedicamos el día a dar una vuelta por la ciudad,
recalando en la playa de Santa Mónica, donde, conforme
reza el cartel, finaliza la ruta 66, cosa que, según parece,
es más que discutible. Almuerzo en un restaurante de
estilo de los años 50 del pasado siglo, naturalmente, en
el que la mayoría de los clientes tenía el aspecto de
vagabundos jubilados.
Día 12. Los Ángeles-San Diego.Los Ángeles-Camping de Pomona.
Es el día de la separación temporal. Thelma, Louise, Juanita y Judith parten
hacia San Diego y el relator se abstiene de narrar sus aventuras.
Los demás nos fuimos a recoger la autocaravana en Carson. Nos dijeron que la
estrenábamos y eso parecía.
En Carson y hasta el camping de Pomona –todo dentro del área de Los ÁngelesRingo fue el primero en tomar las riendas de esta diligencia y llevarla a través de las
peligrosas praderas con forma de autopista, rodeado no de indios feroces sino de miles
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de correctísimos conductores de todo tipo de vehículos a cada cual mayor. Al viejo
Buck le dio miedo internarse así, de sopetón, conduciendo el voluminoso carromato en
esa para él peligrosa jungla y alegó como excusa que no llevaba el calzado adecuado.
Aunque quizá no le faltase razón.
Ya en el campamento, Mack advierte la desaparición de su mochila. Todos,
salvo, afortunadamente Caleb, nos percatamos de la
gravedad del hecho. Llamadas reiteradas al hotel y a la
empresa de autocaravanas y siempre la misma respuesta:
“aquí no está; no sabemos nada”. Ya convencidos de que
la cosa era irremediable, el paso siguiente obligado era
denunciar lo sucedido a la policía y solicitar la atención de
las autoridades consulares. Así se hizo y comenzó de ese
modo un proceso de reparación, en la medida de lo posible, del daño, que podemos a
estas alturas decir que tuvo un final, dentro de lo que cabe, feliz.
Día 13. Los Ángeles.Ringo decide darse una vuelta por su cuenta por la ciudad. Mack y el relator se
fueron también después del mediodía al centro, con la doble finalidad de agotar la
búsqueda de la mochila y recoger en el aeropuerto a Lee. Entre uno y otro quedaba
tiempo para dar un paseo por esa fábrica de sueños y de fantasmas que es –que eraHollywood. Recorrido por la acera estrellada del boulevard de la fama, llena de
nombres de viejos conocidos. Por el entorno del teatro Kodak pululan algunos
miembros de la farándula.
En el camping se quedaron la abuela Dallas y Caleb. Tenía piscina, no había
problema.
El chino Lee llega un poco más tarde de la hora anunciada y con él nos
volvemos al campamento. El último intento de recuperar la mochila resultó estéril,
como ya habíamos presentido.
Día 14. Pomona-Williams.El campamento de Williams, en Arizona, elegido como base para la visita al
Gran Cañón y la expedición a Monument Valley, se encuentra a 600 kilómetros largos
de Pomona y en él teníamos reservada la estancia a partir del día 14. Hacia allí nos
dirigimos de madrugada Caleb, Mack, Lee, Dallas, Ringo y Buck, el relator. Los tres
primeros en el Chevrolet, los demás en la diligencia. Quedamos en vernos sobre la hora
del almuerzo.
La distancia no permitía muchas demoras; sin embargo,
había dos cosas que no podíamos pasar por alto: entrar en
contacto con la ruta 66 y visitar Newberry Springs, el lugar
donde se había rodado Bagdad Café.
Para llegar a Williams desde Pomona a través del
desierto de Mojave hay tomar en Barstow, a poco más de 80
kilómetros de abandonar el área de Los Ángeles, la autopista
interestatal 40, que por aquí se llama Needles Fwy. Después de
aproximadamente 30 kilómetros, una salida de la autopista nos
pone en contacto (primer contacto, si excluimos el episodio de
Santa Mónica) con la carretera 66.
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La ruta 66 forma parte de la mitología de USA y no hay viajero que visite estos
pagos que consiga sustraerse a su, digamos, embrujo. Nace –nacía, pues hoy está
descatalogada- en Chicago y muere en Los Ángeles, aunque parece que nunca llegó
hasta el Pacífico. Hoy solo quedan de ella algunos retazos, ya que sobre su trazado
original se han construido otras carreteras; en nuestro camino hacia el Gran Cañón ha
sido reemplazada en su mayor parte por la Interestatal 40. Sirvió de escenario, de
argumento o de pretexto a escritores, directores de cine y cantantes. Su historia evoca,
sobre todo, caravanas de campesinos desplazados desde los estados del centro del país,
en especial, Oklahoma –y por eso su nombre de okies- hacia California, empujados por
las tormenta de viento y la avidez depredadora de los bancos, allá por los años 30. Es
uno de los mudos protagonistas de Las uvas de la ira. Steinbeck la llamó “carretera
madre” y aún conserva tan honroso título. Hoy todavía pueden verse en alguno de los
pueblos por donde pasa moteros estrafalarios tomando cerveza.
A pocos kilómetros de la salida a la ruta 66 se encuentra Newberry Springs.
Aquí se rodó Bagdad Café, al haber desistido de hacerlo en la localidad de Bagdad, por
el insoportable calor que –se dice- hace allí. Como se trata de una de nuestras películas
favoritas, visitamos el lugar para rendirle homenaje.
Allí seguía todo: un destartalado establecimiento, que
era a la vez hotel, tienda, bar, lo que hiciera falta,
rodeado de dos viajas caravanas y de una carretera
por donde no pasaba nadie; en una de las caravanas se
alojaba (en la película, claro) un alucinante Jack
Palance. No teníamos tiempo para una visita
prolongada. Me asomé al bar. Media docena de
parroquianos tomaba café en silencio.
El desierto de Mojave se ofrece a la tripulación de la diligencia hosco y ceñudo.
Piedras negras, vegetación raquítica y requemada, un sol de justicia, larguísimas rectas
por las que circulan camiones gigantescos y grupos de motoristas sobre las inevitables
Harley-Davidson. De vez en cuando de entre los matorrales sale, taimado, un coche de
la policía. Hay avisos de vigilancia del tráfico desde aviones. En un área de servicio
atiborrada unos carteles advierten sobre la presencia de serpientes.
Nos detenemos para almorzar en un restaurante mejicano en Needles, cerca ya
de Arizona. Aparcamos la autocaravana al otro lado de la carretera y, al cruzar esta, nos
parece estar pasando por las mismísimas calderas de Pedro Botero. Hay un único cliente
en el local, que está atendido por un joven mal encarado. Apenas probamos la comida.
Entramos en Arizona a través de un puente sobre el río Colorado. Ya pasado
Kingman, la carretera va ascendiendo poco a poco y, a la vez que asciende, la
vegetación se va haciendo más tupida y más
verde, hasta llegar a la meseta donde se encuentra
Williams rodeada de espléndidos pinares.
El campamento es de tierra rojiza y
ligeramente arbolado. Nos asignan una parcela
entre dos vehículos descomunales. En esta hora
del atardecer el horizonte nos regala una puesta
de sol espléndida, que el chino Lee inmortaliza en
su máquina.
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Día 15. El Gran Cañón.Hoy toca el Gran Cañón, cuyo borde sur está a unos 50 kilómetro de Williams.
El grupo se divide en dos: Ringo, Mack y Caleb irán en tren. En la estación, antes de
partir, les ofrecen un espectáculo ambientado en el salvaje Oeste, con malos y buenos,
un sheriff más bien pasmado y unos caballos que no saben a dónde mirar. Los demás
nos vamos en el coche.
Asomarse al inmenso tajo del Gran Cañón produce vértigo. Si todo en USA es
grande, aquí la inmensidad sobrecoge. Paredes colosales cuyo final (o principio) no
acaba de verse nunca; pirámides rocosas adornadas de cenefas de distintos colores,
producto de los sedimentos que se fueron acumulando a lo largo de millones de años. A
lo lejos, entre dos angosturas se percibe una pequeña mancha amarillenta; es lo único
que desde aquí se puede ver del río Colorado.
Un pasillo recorre el precipicio entre árboles torturados por el viento y el sol. A
medio camino recibimos la visita de una ardilla, que nos observa curiosa, y de un ciervo
marcado por una cicatriz. Hay un sendero que baja en zigzag por una pared casi vertical;
es posible que llegue hasta el río. Ringo se
quedó con las ganas de recorrerlo, pero no había
tiempo.
Dicen los expertos que la profundidad de
la hendidura permite conocer dos quintas partes
de la vida de la tierra. A lo largo del sendero se
han ido colocando trozos de mineral que
corresponden a los distintos períodos de
formación del planeta. Uno al que han llamado
Vishnú tiene mil setecientos millones de años.
Tratándose de un dios, parecen pocos.
Para el regreso, Ringo opta por volver en el coche y Buck lo hace en el tren. En
el vagón se organiza un entretenido espectáculo animado por la revisora y un cantante
country. Poco antes de llegar a Williams unos forajidos con el rostro cubierto por un
siniestro pañuelo negro asaltan el tren, pero que no cunda el pánico: el cachazudo
sheriff se encarga de ponerlos a buen recaudo, mientras Caleb nos descubre su
desconocida faceta de bailarín infatigable.
Día 16. Williams-Monument Valley.Lee, Ringo y Buck se van a Monument Valley y el resto destinará la jornada a
dar una vuelta por Williams y sus alrededores.
Monument Valley se encuentra a caballo entre
los estados de Arizona y Utah y se accede a él por este
último. El territorio que recorre la carretera hasta allí
presenta un aspecto inverso al seguido para llegar a
Williams. Al norte de Flagstaff la vegetación se va
haciendo poco a poco más rala, más raquítica y más
pálida hasta casi desaparecer. La carretera es cómoda,
llana y poco concurrida. En las proximidades de
Cameron se entra en territorio navajo, tribu que tiene
encomendada la gestión del Parque. Dicen que estos indios nunca miran a los ojos de
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sus interlocutores. En nuestra fugaz estancia entre ellos no nos hemos podido fijar en
ese detalle, pero sí en la belleza serena de sus mujeres.
Por mucho que se haya visto en películas, documentales o fotografías, uno no
puede evitar sentirse atrapado por la rígida belleza de Monument Valley; por los
caprichos de sus peñas rojas que aquí y allá se han ido labrando a través de milenios;
por la sensación de soledad que transmite a pesar de los turistas que recorren sus pistas
de tierra. Pero Monument Valley, al menos para el relator, es mucho más que un
desierto sembrado de esculturas rojas sobre un tapiz del mismo color. Es, además y
sobre todo, el lugar donde viven todavía los fantasmas de muchos de los dioses de su
juventud; es un olimpo mudo, donde, pese a su silencio, todavía puede escuchar el
galope de los caballos, el traqueteo de la diligencia, la trompeta del ejército, los disparos
de los rifles, los rugidos de los apaches, los seductores argumentos de Doc para
conseguir otro trago de whisky, la voz chillona de Buck el miedica. Como cada uno da
cobijo a sus dioses donde quiere, poco importa que la famosa escena de la persecución
de la diligencia haya sido rodada en el lejano Mojave. Lee no se cansa de fotografiar
todo lo que se pone a tiro de máquina.
A la vuelta, una parada en Cameron sirve para comprar un disco de música de
vaqueros y una estrella de sheriff para Caleb.
Día 17. De nuevo la ruta 66.Dedicamos la jornada a visitar algunos
pueblos por donde pasa lo que queda de la ruta 66,
como Williams, Ash Fork o Seligman. Su calle
principal, que coincide con la mítica carretera,
semeja un decorado hecho a propósito para una
road movie, y no se sabe bien si son las calles las
que imitan el decorado o si se trata de lo contrario.
Las de Williams y Seligman están llenas de vida,
en tanto que la de Ash Fork, al menos durante
nuestra visita, se encontraba más bien mortecina.
Almorzamos en compañía de un grupo de vaqueros en un restaurante que exhibe
con cierto descaro algunas de las virtudes de la sociedad americana que muchos
consideran más bien poco atractivas, como su amor al ejército o el orgullo de sus
soldados. Lee se siente incómodo.
Día 18. Hacia Groveland. Bakersfield.El tránsito hacia Groveland nos llevará dos días. De
nuevo el desierto. En Needles el relator se acuerda de la
familia Joad, que decide atravesar el Mojave por la noche y
poder así defenderse del sol inclemente.
Viaje sin historia. Hacemos noche en un excelente
camping, en los alrededores de Bakersfield.
Día 19. Bakersfiel-Groveland.En la diligencia solamente vamos los dos conductores,
Ringo y Buck. A partir de Bakersfield el desierto da paso a las
primeras plantaciones de frutales y maizales; comienzan a
verse algunos viñedos. Por estos parajes finalizó el larguísimo viaje de los temporeros
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de Las uvas de la ira. No muy lejos, en Arvin, construyó el gobierno uno de los
campamentos destinados a acoger a estos desplazados forzosos.
Poco antes de iniciarse la subida que
conduce a Groveland nos encontramos circulando
entre pastizales por una carretera estrecha y
solitaria. Quizá nos hayamos equivocado.
A Groveland se llega después de ascender
una especie de puerto, por una carretera retorcida,
rodeada de monte bajo. El campamento se
encuentra a unos kilómetros más allá del pueblo.
Aquí, repartidos entre un bungalow, una tienda y la
autocaravana vuelve a estar la expedición al
completo.
Día 20. Yosemite. El valleTodos al Parque de Yosemite. Mientras tomamos un café en el camino,
recibimos la visita de una mantis religiosa, cuya presencia, pese a su pequeño tamaño,
causa cierta desazón, quizá por su siniestra manía de devorar al macho después de la
cópula.
Antes de llegar al valle un mirador situado
en un recodo de la carretera nos permite saludar al
Capitán, adusto vigía y, más allá, al imponente
Half Dome; del primero dicen que es acantilado
más alto del planeta. Dejamos los vehículos cerca
de Yosemite Village y pasamos el día paseando
por sus alrededores. En un pequeño río se bañan
Juanita y Caleb. Picnic a la sombra, a base de
hamburguesas; no me gustan nada; quizá sea lo
que menos me gusta de USA.
Paredes verticales de roca clara, tupidos bosques de pinos altísimos, cascadas
que caen desde la altura, de escasa agua en esta época del año, un río modesto y
silencioso. En el valle de Yosemite te apabulla, te acoquina, la grandeza de su entorno.
Mucha gente.
No hay publicación referida al Parque que no hable de sus temibles osos: te
aconsejan lo que has de hacer y no has de hacer si te tropiezas con uno (a mí, salvo
rezar, no se me ocurre nada); te recuerdan que los osos son glotones y golosos, luego
cuidado con la comida, y mil advertencias más, consejos y advertencias innecesarios,
porque, de los osos, ni el menor rastro.
Quien sí se tropezó con osos fue Steinbeck, pero no en Yosemite sino más arriba
y más al este, en Yellowstone. Relata el hecho en Viajes con Charley. Sirvió el
encuentro para descubrir lo feroz que puede llegar a ser un perro cobarde cuando las
circunstancias lo exigen.
Día 21. Holganza.Hoy toca haraganear por el camping. El día se presenta soleado y somnoliento;
la piscina te invita a darte un remojón y la sombra de los pinos, a leer y a dormitar.
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Mack, Caleb y Thelma (o Louise) han de ir a San Francisco debido a los trámites
que requiere obtener unos nuevos pasaportes.
Día 22. Yosemite. Glacier Point.De nuevo a Yosemite, esta vez con Dallas, Ringo
y Lee.
Elegimos como destino la cresta de Glacier Point,
quizá el lugar desde donde se ofrezcan al curioso las
mejores perspectivas de todo el Parque. La vista desde
aquí abarca un amplísimo abanico de cumbres peladas,
de entre las que destaca la curva truncada de Half Dome.
A nuestros pies, en vertical, puede verse el valle en el
que habíamos estado un par de días antes; a lo lejos una
cascada blanca parte en dos el gris y verde de una pared colosal. Una infatigable
multitud de japoneses no cesa de hacer fotografías de forma compulsiva. A ella nos
sumamos.
Después de tomar un tentempié al arrullo de un arroyo, Ringo y Lee deciden
bajar al valle por un sendero, que atraviesa una pared casi vertical y uno, que ya no está
para este tipo de hazañas, siente vértigo solo de pensarlo. Creo que en algunos tramos
las pasaron canutas. Me asalta un ligero temor a que se tropiecen con un oso. No hubo
tal.
Los recogimos en el coche por la tarde, sanos y salvos.
Día 23. Yosemite. Las secuoyas.Para contemplar las secuoyas las guías nos llevan hasta Wawona, en el sur del
Parque y desde allí, al Mariposa Grove. Mack y Judith se quedan en el camping.
Las secuoyas son árboles gigantescos de corteza roja y algunos viejos, muy
viejos. Los hay que viven desde mucho antes de que Asturias entrase en la historia; a los
más antiguos, el Grizzly Giant, por ejemplo se les atribuye unos 2.700 años de vida, es
decir que, decenio arriba o abajo, la misma que, tendrían hoy Homero o Rómulo y
Remo, los fundadores de Roma. Uno se siente un enano insignificante ante su
majestuoso, impresionante, porte.
Steinbeck no puede ocultar el asombro que le produce la vista de estos cíclopes
de madera para los que no ahorra calificativos (“árboles
sagrados”,
“monumentos
majestuosos”,
“soberanos
indiscutibles”). El relator nada puede añadir.
Se recorre el bosque a pie por un sendero en cuesta y
puede hacerse también en un pequeño tren tirado por un
poderoso vehículo. Dallas, Buck y Lee afrontan animosos la
visita a pie, pero a mitad de camino los dos primeros
consideran que ya han visto lo suficiente y deciden dar la
vuelta, aunque lo que sucede es que su edad provecta no les
permite demasiadas alegrías andarinas. Los demás prefieren
el tren.
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Día 24. Hacia Big Sur.La carretera se retuerce en curvas tortuosas hasta que llega a la llanura que
conduce San Francisco y al mar. Pasa cerca de Salinas, bordea Monterey, atraviesa
Carmel, donde parece obligado tener un recuerdo para el gran Clint Eastwood, el que
fuera su alcalde más famoso, y entra en la costa de Big Sur con un trazado diabólico.
Aquí ya es la ruta 1, que recorre gran parte de la costa californiana. Es estrecha, también
retorcida y discurre junto a acantilados de vértigo. Para colmo, en no pocos tramos está
cegada por una niebla espesa que viene del Pacífico; esto exige sujetar las riendas de la
diligencia con mano firme y olvidarse de admirar el extraordinario paisaje que la rodea.
El camping, hundido en un valle angosto y
sombrío, nos depara una desagradable sorpresa: las
parcelas no tienen ningún sistema de desagüe y
tampoco hay fregaderos. El resultado de estas carencias
es que la higiene no sea precisamente algo que se pueda
destacar. La humedad del lugar se combate con fogatas
que se pueden encender en unos cuencos horadados en
bloques de hormigón. Sentados a su alrededor e
iluminados solamente por las llamas que producen las astillas parecemos pioneros
descansando, camino de los pastos de Oregón o de las minas de California. Es un decir.
El camping está bien situado, si lo que se pretende es recorrer la costa próxima,
adentrarse en la zona salvaje y escarpada que la rodea, subir hasta Carmel o bajar hasta
el castillo de Hearts y saludar a los leones marinos. Es decir, está bien para visitar Big
Sur y nada más. No es recomendable, creo, para excursiones más amplias. Como en
nuestro programa estaba acercarnos a San Francisco y visitar, al menos en parte, el
mundo de Steinbeck, la elección del campamento no se puede decir que haya sido
acertada. Eso sí, los acampados formábamos un paisaje humano de lo más variopinto,
en el que no faltaban representantes de un mundo hippie, que creíamos había pasado a
mejor vida. De todas formas, si nos olvidamos de algunos momentos de zozobra
provocados por pérdidas que terminaron no siéndolo, la estancia resultó muy agradable.
Día 25. Big Sur. Salinas. Monterrey.Dallas, Thelma (o Louise), Lee, Judith y Buck dedicamos la jornada a rendir
pleitesía a Henry Miller y a Steinbeck.
Recordando al primero, que vivió en Big Sur entre los años 1944 y 1962,
visitamos la Henry Miller Memorial Library, centro cultural
creado en su memoria y que es mucho más que una
biblioteca. Se encuentra en un edificio situado a unos pocos
kilómetros al sur del camping, al que se llega a través de un
pequeño parque decorado con estatuas que me recuerdan a
Miró. Judith pasa de bibliotecas y prefiere tomar el sol
gateando con un colega por una terraza de madera. A menos
de medio kilómetro está el restaurante Nephente; desde sus
terrazas se ofrecen espléndidas vistas sobre el mar, la costa escarpada y la niebla.
Sin tiempo que perder, nos vamos a Salinas, ubicada en una rica zona agrícola,
cerca de la bahía de Monterey. Aquí nació Steinbeck en 1902 y vivió sus primeros años.
Pasamos un buen rato recorriendo el Nacional Steinbeck Center, contemplando los
objetos que recuerdan la obra literaria del escritor y haciendo fotos como posesos. Sin
duda alguna, quien más disfruta es Judith, subiendo incansable una y otra vez a la barca
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de La Perla, trepando a la grupa de su queridísimo potro colorado y escudriñando
curiosa todos los rincones. Para los demás, desde luego, para el relator, el objeto más
importante de los que allí se guardan es sin duda alguna Rocinante, la autocaravana en
la que el novelista dio la vuelta a su país, preparada específicamente para ese viaje. Con
ella anduvo unos dieciséis mil kilómetros a través de treinta y cuatro estados. De Nueva
York a Nueva York. La describe como una cosa bella, potente y ágil. Le acompañaba un
perro, un caniche francés poco amigo de meterse en líos. En América, como aquí, los
autocaravanistas eran (no sé si lo seguirán siendo)
gente rara, extravagante, sospechosa. Un tipo que anda
por ahí, de un lado para otro, viviendo en una especie
de camioneta no puede ser de fiar; sus amigos se lo
hacen saber a Steinbeck y este para evitar suspicacias
no se le ocurre otra cosa que llevar consigo, además de
un par de cañas de pescar, una escopeta y dos rifles.
Ya he citado el libro en el que relata sus andanzas,
Viajes con Charley. Debería ser de lectura obligatoria
para todo autocaravanista que se precie. Lástima que los cristales que rodean el vehículo
impidan fotografiarlo como Dios manda.
Salinas es una ciudad tranquila y, pese al viento que se ha levantado, damos un
corto y agradable paseo, con parada ante la casa natal del novelista, hoy convertida en
restaurante.
En Monterey se encuentra Cannery Row y en Cannery Row y sus aledaños
sucedieron en otro tiempo cosas muy importantes. Sucedieron en la ficción,
naturalmente, y las cuenta Steinbeck en novelas inmortales. Era, por tanto, forzoso
dedicar lo que quedaba de día dar una vuelta por la zona. Si he de hacer caso a algunas
publicaciones, creo que dejé el Chevrolet aparcado muy cerca de Tortilla Flat.
La calle es bulliciosa, no demasiado ancha, está llena de tiendas y todavía
algunos edificios aparecen rotulados con el nombre de las conserveras que en otro
tiempo constituyeron una floreciente actividad económica. En estas empresas trabajaron
esporádicamente algunos de los magníficos truhanes que protagonizan las obras de
Steinbeck. ¡Cómo me gustaría tropezarme con ellos y con Doc y con el chino Lee
Chong y con las alegres chicas de Bandera del Oso y con José y María y con el viejo
Jinglebelliks! Aunque me tuviese que empeñar hasta las cejas, les invitaría a todo el
vino que quisieran tomar.
Me quedé con las ganas de visitar otros
lugares, presentes en la realidad o en la ficción de
Steinbeck. Me lo impidieron la escasez de tiempo
y la intromisión inevitable de otros
expedicionarios.
Una llovizna fría nos invita a refugiarnos
en el coche. Judith está cansada. Es hora de
regresar al campamento.
Día 26. Big Sur.Nos quedamos en Big Sur Dallas, Thelma (o Louise), Caleb, Judith y el relator.
Los demás se fueron a San Francisco. Todos, salvo Lee, volverían ese día. La jornada se
presenta, por tanto, tranquila.
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Bajamos con calma hasta Lucia, lo que nos permite disfrutar del abrupto paisaje.
Almorzamos en una terraza sobre el mar. Por la tarde nos detenemos en un parque, el
Pfeiffer, donde nos advierten de que tengamos cuidado con los pumas. Jornada con poca
historia.
Días 27 y 28. San Francisco.Dallas y el relator habíamos decidido dedicar los
días 27 y 28 para visitar San Francisco. A tal fin, nos
citamos con Lee en un hotel a la entrada de Chinatown,
junto a la Puerta del Dragón, y hasta allí nos llevó sin
titubeos el navegador.
El hotel no estaba mal, teniendo en cuenta que la
noche salía por unos setenta dólares. El que las persianas
de sus dos ventanas no cerrasen del todo reportaba algunas
ventajas: que hubiera siempre claridad en la habitación y
que desde ella se pudiera contemplar en cualquier
momento el bullicio de la animada calle vecina y escuchar
las conversaciones de los transeúntes. Claro que estos
también podían verte a ti. Por otro lado, al encenderse la luz del baño se disparaba un
ruido ensordecedor y el sumidero del inodoro no siempre absorbía el agua con la
presteza deseable. Minucias.
Una vuelta por el barrio chino, con las inevitables paradas en las tiendas
atiborradas de productos desconocidos. Una corta incursión por el mundo beat, limitada
a un té en el Vesuvio Cafe y a una visita a la City Lights Bookstore. Un paseo en el
tranvía a través de las calles empinadas. La niebla borra el contorno de los rascacielos.
Frío.
El frío y la niebla fueron también los
protagonistas del día 28 en el Golden Gate, que surgió
del mar como el esqueleto borroso de un insecto gigante.
Tal como se presentaba el día, mediada la mañana
decidimos volver al camping, y hacia allí partimos, con
escala en Santa Cruz para almorzar y estirar las piernas.
A Buck, que tiene mucho de curioso y bastante
de mirón reprimido, le hubiera gustado asomarse a ese
mundo de las costumbres licenciosas, como las llamarían los moralistas de antaño y
algunos de hogaño, y que, dicen, abundan en San Francisco. Si esto no fuera posible, le
hubiera gustado, al menos, sorprender a Samuel Spade, tirándole los tejos a una rubia.
En ambos casos se quedó con las ganas.
Día 29. Hacia Los Ángeles.Se acabó lo que se daba. La aventura toca a su fin.
La familia Zoutberg Suárez había partido el día anterior para poder llegar la
mañana del 29 a Los Ángeles y recoger los pasaportes. Los demás abandonamos el
camping el mismo día 29; Dallas, Thelma (o Louise) y Juanita en el coche, y Ringo, Lee
y el relator en la diligencia. De sacarla de la angostura de Big Sur se encargó Ringo.
Saludamos a los leones marinos cerca del castillo de Hearts, donde tomó las riendas
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Buck, y dimos buena cuenta de unas chuletas
como Dios manda, ya próximos a San Luis
Obispo. Todo ello con calma, no había prisa,
teníamos todo el día. Eso creíamos.
La entrada en Los Ángeles, sea por donde
sea, se las trae. Uno pierde la cuenta de los
carriles que tiene la autopista; carriles atestados
de miles de vehículos. Menos mal que los
conductores son un ejemplo de corrección y
prudencia y menos mal que Lee interpretó a la perfección las continuas indicaciones del
navegador.
Llegamos al lugar donde teníamos que devolver la autocaravana sin ningún
problema y cuando en ese momento nos enteramos de que a punto había estado de
producirse una situación casi catastrófica. Resulta que el local cerraba a las cinco de la
tarde y nuestra llegada se produjo a las seis; resulta que teníamos que haber entregado el
vehículo a las once de la mañana; resulta que solamente la providencial presencia de
Mack y su capacidad de persuasión hizo que el empleado, un mejicano amable, nos
esperase, porque ¿qué hubiéramos hecho con una autocaravana en una calle de Los
Ángeles, teniendo que tomar el avión al día siguiente por la mañana?
Pasó el susto. Nos fuimos al hotel, donde ya estaba el resto de la tropa.
Día 30. Hacia Madrid.Nos llevaron al aeropuerto con una antelación de más de dos horas.
Debido a que los pasaportes de Mack y Caleb obtenidos en USA eran especiales,
hubimos de pasar el control para facturar y embarcar en un puesto también especial.
Apenas había Mack presentado la documentación de todo el grupo cuando advertimos
que algo iba mal. Y tan mal. La empleada de la compañía aérea, una mujer joven, de
fría belleza oriental, tez blanquísima, pelo del color del ébano, sonrisa a medio asomar,
correcta, imperturbable, le comunicaba a nuestro portavoz que Thelma o Louise o las
dos, que en esto el relator, con su torpeza habitual no se aclaró del todo, no podían subir
al avión. Parece ser que en sus datos figuraba que una de ellas había hecho el viaje de
ida sin billete y sin billete había entrado en USA, algo a todas luces gravísimo, que
acarreaba la consecuencia (uno no sabe muy bien por qué) de que no se le permitía
volver. Se trataba de un error imputable, según nuestra interlocutora, a quien nos había
tramitado la obtención de los billetes, pero esto a la compañía se la traía al pairo. No
había nada que hacer.
Comenzó así, ante el nerviosismo y la
incredulidad de toda la expedición, un combate
dialéctico que debería ser narrado por alguien con
más luces que el pobre Buck. Mack, persuasivo,
amable, sonriente, tenaz; ella tenaz, sonriente,
amable, inmutable, en permanente comunicación
telefónica con algún dios invisible, lejano,
todopoderoso y frío. Nos dimos cuenta de que la
tenacidad de la empleada no iba dirigida a impedir
el embarque sino a todo lo contrario: también ella
estaba decidida a superar el problema. Era nuestra
aliada y el dios desconocido, el adversario. Por momentos parecía que la cosa se
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solucionaba, para acto seguido dar la impresión de que no había remedio. El combate
entre Héctor y Aquiles no experimentó tantos vaivenes y es una lástima que no esté
Homero para contarlos. A lo largo de las dos horas que duró la pelea el ánimo de los
viajeros pasó sucesivamente por la extrañeza, la incomprensión, la preocupación, la
indignación y la desesperación. Los niños se entretenían como buenamente podían, con
paciencia admirable.
Próxima ya la salida del avión, nos indicaron que deberíamos ir a la puerta de
embarque. Todos menos Thelma y Louise. Desolados, las dejamos solas en el campo de
batalla. Fue solo un momento, porque enseguida aparecieron sonrientes. El dios
omnipotente había cedido. Se había solucionado el problema y no sabemos cómo.
Caleb en Atlanta.Si Caleb decide mear, mea. Cualquiera que sean las
circunstancias en que se encuentre, si decide mear, mea. Digan lo
que digan los demás, si decide mear, mea. Aunque le supliquen que
no lo haga en ese momento, mea. Aunque se le amenace con las
penas del infierno si en ese momento se le ocurre hacerlo, mea. De
nada sirven halagos o torturas. Solamente necesita un lugar que él
considere adecuado y a tal efecto no se puede decir que sea
demasiado exigente. Vale lo mismo un inodoro, un urinario, un
árbol, un arbusto, un seto, un montón de escombros o el simple campo abierto. Y no se
vaya creer que el impulso obedece en Caleb siempre a una necesidad fisiológica. ¡Qué
va! Es en no pocas ocasiones algo más profundo y más irresistible, algo que sale de
algún lugar por debajo del límite de la voluntad consciente. Mea porque quiere y no
puede no querer. Lo fisiológico viene después. Es consecuencia, no causa.
Para llegar a la puerta de embarque en el aeropuerto de Atlanta teníamos los
segundos contados. Hacia allí nos dirigimos en fila india, abriendo camino Mack y
Ringo, los más veloces. Pasos nerviosos, rostros preocupados, corazones palpitantes. La
silla en la que iba Judith, empujada por Thelma (¿o era Louise?), doblaba las esquinas a
velocidad de fórmula 1.
En esto, Caleb lo ve. Descubre (nadie como él para descubrir estas cosas) el
rectángulo blanco con las siluetas en negro de un hombre y una mujer, separadas por
una línea vertical, y, sin avisar, hacia allí se encamina. Iba cogido de la mano de Juanita,
que lo sujetaba con firmeza y sin contemplaciones, pero todo fue inútil, porque si Caleb
descubre la presencia de un urinario y quiere mear no hay mano que valga. Oyó las
súplicas, las amenazas, los insultos, lo halagos y hasta alguna que
otra palabra gruesa como quien oye llover. Entró en los servicios,
entró Mack tras él y al cabo de un minuto interminable salieron
ambos, Caleb sonriente, con el pantalón ligeramente torcido. Pero
la sonrisa le duró poco. Sintió que una especie de argolla le rodeaba
el cuello con fuerza tal que creyó haber caído en una trampa para
osos; era el brazo de Juanita, cuya mirada fiera le estaba diciendo:
“Atrévete otra vez a escapar, pequeño meón”.
Cuando nos acercábamos a la puerta de embarque alguien
por el altavoz estaba pronunciando nuestros nombres.
Y así acabó todo.
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Nota aclaratoria.
Thelma y Lousie son las protagonistas de la película del mismo título de Ridley Scott,
interpretadas por Geena Davis y Susan Sarandon. Jody es el protagonista de la novela
corta El pony rojo (o colorado, en alguna edición), de Steinbeck; Juanita lo es de la
novela corta La perla, del mismo autor. Caleb es hermano de Aron, ambos hijos de
Adam Trask, personajes, junto con Lee y Will Hamilton, de la novela, Al este del Edén,
también de Steinbeck. Personaje de sus novelas Cannery Row y Dulce jueves es Mack,
al igual que Doc, Lee Chong, las chicas de Bandera del Oso, José y María y el viejo
Jinglebelliks. Ringo Kid, Dallas, Buck y Doc (no confundir con el personaje de
Steinbeck) son personajes de la película La diligencia, de John Ford, interpretados,
respectivamente, por John Wayne, Claire Trevor, Andy Devine y Thomas Mitchell; este
último ganó un Oscar por esa interpretación. La familia Joad es la protagonista de Las
uvas de la ira, de Steinbeck. Dean Moriarty, en la vida real Neal Cassady, es un
personaje de la novela En el camino, de Jack Kerouac. Blade Runner es una película
dirigida por Ridley Scott, que se desarrolla en un Los Ángeles del futuro. Philip
Marlowe es un detective privado de ficción, protagonista de varias novelas de Raymond
Chandler. Bagdad Café es una película dirigida por Percy Adlon. La secuoya a la que se
le atribuyen 2.700 años es la llamada Grizzly gigante. Sin embargo, en este extremo las
informaciones no son coincidentes. Tanto la guía California, de Lonely Planet,
publicada en España por Editorial Planeta (p. 395) como la guía Parques del oeste de
EE UU, de la colección TROTAMUNDOS, publicada en España por Salvat (p. 165)
como numerosos artículos aparecidos en internet le atribuyen una antigüedad de 2.700
años, mientras que en el folleto que entregan en el propio Parque se indica que tiene
1.800 años.
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