Los difíciles comienzos de Cataluña en la Alta Edad Media

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Los difíciles comienzos de Cataluña en la Alta
Edad Media
12-jul-2011 Juan Antonio Cantos Bautista
Cataluña, relegada al olvido y distanciada del devenir histórico del Reino Astur, tuvo que buscar el apoyo de los francos
para sobrevivir frente al Islam.
Mientras la Reconquista cristiana en la Cordillera Cantábrica (Reino Astur) se inicia con una victoria, la del noble
visigodo Pelayo frente a los moros en el 711, en Covadonga, “la Reconquista cristiana al sur de los Pirineos se inicia con una
memorable derrota" (Pierre Bonnassie, Las Españas medievales, RBA, 2005, p. 162).
La derrota carolingia en Roncesvalles
Carlomagno lanzó a principios del verano del año 778 "una poderosa ofensiva destinada a extender hacia el sur el reino
franco; con el propósito añadido de devolver España entera a la Cristiandad” (ídem).
Pero una vez en suelo ibérico, y tras algunas sonoras victorias (Pamplona), Carlomagno se vio totalmente incapaz de
rendir Zaragoza, debiendo regresar a sus tierras, al otro lado de los Pirineos, sin poner punto y final a su misión. Pero, al cruzar por
el angosto paso de montaña de Roncesvalles, la retaguardia de su ejército fue sorprendida en una emboscada por una fuerza enemiga
de vascones rebeldes, apoyados quizás por algunos combatientes musulmanes.
La sangrienta masacre de la retaguardia carolingia quedó inmortalizada en la célebre Chanson de Roland (“Cantar de
Rolando”), una de las primeras manifestaciones de cantar épico conservadas en nuestros días, en donde se narra la derrota franca y
la muerte del famoso caballero carolingio, el héroe que da nombre al poema, envuelta en aires de leyenda y heroicidad sin parangón.
Aquel estrepitoso fracaso franco en el intento de recuperar para la Cristiandad el Noreste de España, creando una gran
marca fronteriza ("Marca Hispánica") entre el reino carolingio y Al-Andalus, supuso un duro revés para los pueblos cristianos de la
región, descendientes de los visigodos mezclados con los autóctonos, que tuvieron que atrincherarse en las faldas montañosas y los
escarpados valles pirenaicos, entre Urgell, Andorra, Ribargorça, la Cerdanya y Gerona.
Cataluña bajo el poder carolingio
No obstante, aquella derrota no desalentará a los catalanes en su empeño por asegurar sus vidas, bienes, cultura y religión
de la mejor, o única, forma posible. Así, los cristianos de Gerona, en el 785, decidieron unánimemente entregar su ciudad a los
francos; cuatro años después, sus vecinos cristianos de la Cerdanya y Urgell imitaron su ejemplo. Dadas las insalvables distancias
con sus correligionarios de Asturias, y su aislamiento geográfico, ponerse bajo la protección del poderoso Imperio
Carolingio suponía, en estos momentos difíciles, la única posibilidad de asegurarse la subsistencia y la independencia política.
Los condes de Tolosa se decidieron entonces a atravesar los Pirineos, en respuesta a las peticiones de auxilio de los
catalanes, proclamando su autoridad en el Pallars y la Ribagorça. En el 801, una nueva expedición franca carolingia, mejor
preparada que la primera, encabezada por el rey Luis de Aquitania y los condes Guillem de Tolosa y Rostany de Gerona, lograron
adueñarse de Barcelona.
Barcelona, a principios del siglo IX, no tenía nada que ver realmente con la impresionante ciudad que sería en el siglo
XV, y mucho menos con la actual, obviamente. Apenas parecía un burgo fortificado, con sus diez hectáreas de superficie y sus
1.500 ó 2.000 habitantes, apretujados en una ciudadela amurallada en lo alto del Mont Tàber -colina situada por entonces en la orilla
oriental del torrente de La Rambla–, frente al mar. Y, además, era una ciudad ubicada justo en el límite con el territorio andalusí,
marcado por esa frontera natural que suponía el río Llobregat, y como tal, una ciudad siempre bajo la constante amenaza del
enemigo islámico.
Los musulmanes de Zaragoza y de Tortosa, en efecto, cada cierto tiempo lanzaban razzias contra los campos de
Barcelona y sus alrededores. Bien defendida tras sus murallas, la urbe se mostró inexpugnable, pero las destrucciones regulares de
sus cosechas y aldeas supondrían un freno importante a su desarrollo urbano y demográfico, durante al menos dos siglos.
El resto de Cataluña no podía presumir de encontrase en una situación mucho mejor. Las densidades humanas eran
ínfimas. Los pocos habitantes habían buscado refugio, tras la caída del reino visigodo, en el interior, en las pocas fortificaciones que
aún seguían en pie, como la Força Vella de Gerona, de orígenes iberorromanos, o habían vuelto a ocupar los
antiguos oppida protohistóricos (Olèrdola, Ullastret, Savassona,...).
Los más desamparados debieron incluso recurrir al precario –pero, a las malas, útil– refugio proporcionado por las
llamadas esplugues, "cuevas", convertidas en peculiares fortificaciones trogloditas, que con el tiempo, jugarían un papel
fundamental en la defensa del territorio cristiano catalán; sin ir más lejos, en las leyendas épicas del país, las cuevas de Berguedà
fueron el verdadero escenario del principio de la Reconquista, y no en Covadonga.
Sólo lograron escapar de un peligro seguro las poblaciones cobijadas al amparo de las montañas más altas, los riscos más
inaccesibles y los valles más perdidos, protegidos por congosts (vertiginosos desfiladeros de alta montaña); así, el Valle de Andorra,
el Alto Valle del Segre y, especialmente la Cerdanya, un diminuto alitplano situado a 2.000 m. de altitud. Lugares recónditos en
donde, a falta de otro remedio, la población catalana altomedieval se protegería de las incursiones musulmanas.
La difícil conquista del bosque para paliar el hambre
Sin embargo, el sobrepeso demográfico era excesivo en estos valles boscosos, aún sin colonizar; y por tanto, el hambre se
convirtió en un mal endémico. La montaña ofrecía abundancia de caza y, durante algunos meses, de bayas silvestres que recolectar;
pero el pan y el vino, bases fundamentales de la alimentación medieval, escaseaban.
En aquellas tierras salvajes no había campos donde cultivar cereal, y sólo con gran esfuerzo, durante un largo proceso
que se extenderá desde finales del siglo VIII hasta mediados del XI, los catalanes, en su mayor parte campesinos libres (alodiales) o
semilibres, y pastores, junto con unos pocos nobles y algunos eclesiásticos, consiguieron arrancar al bosque algunos millares de
hectáreas donde sembrar cereales y vides para paliar la hambruna. Sólo entonces pudo empezar de verdad el impulso de conquista
de nuevas tierras al musulmán, bajo la protección inicial carolingia, bajo el nombre de Marca Hispánica, germen de los Condados
Catalanes.
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