Burgos y la estatua de Carlos III. Rumbos en la carta. Juan José Laborda Con el fin de año ha regresado la estatua de Carlos III a la Plaza Mayor. En 1783 el cónsul D. Antonio Tomé hizo escribir en el neto de la base una leyenda en la que hoy se puede seguir leyendo: “A Carlos III padre de la patria, restaurador de las artes, D. Antonio Tomé, vecino y cónsul de Burgos, el primero entre sus compatriotas que ofrece a la posteridad esta memoria de su augusto bienhechor”. Este tal Tomé era un rico mercader que recuerda comportamientos individuales bastante comunes en los siglos venideros. Con la estatua, el mercader estaba afirmando, no sin cierta vanidad y prosopopeya, su triunfo económico, el éxito individual del dinero y del trabajo, el logro burgués frente a las virtudes del honor nobiliar de familias blasonadas, que tenían como herencia natural mandar o influir en la sociedad burgalesa. Aunque Antonio Tomé estaba emparentado con algún linaje aristocrático, el tono individualista de su homenaje al rey y del texto con el que expresa su deseo de pasar a la posterioridad, nos descubre, en plena Ilustración española, a un miembro ejemplar de la sociedad que promovía Carlos III. Pues el equipo del rey, con el conde de Aranda, Campomanes o Floridablanca, como nombres más señeros, estaba llevando adelante una política para sacar a España del atraso y del aislacionismo. Siempre he imaginado que cuando Tomé alababa al rey como “restaurador de las artes”, estaba encomiando a un gobierno reformista que estaba encontrando resistencias de los sectores tradicionales y también, de los populares. A Burgos le vino bien la reactivación de la economía y del comercio. El Consulado de Comercio volvió a funcionar bajo la dirección de cónsules como Tomé, devolviendo a la ciudad alguna de las perdidas trazas de su pasado comercial glorioso. Pero esos logros, tuvieron su oposición. Está bien estudiada la reacción del clero, entre otras la de la orden jesuítica, y de los estamentos conservadores, contra las medidas liberalizadoras del equipo regio. En 1766, esos grupos tradicionales y poderosos, movieron sectores populares en los motines contra el ministro Esquilache en toda España. La longitud de las capas fue un pretexto. Lo que movió los disturbios fueron las medidas liberalizadoras contenidas en el decreto de julio de 1765, que terminaba con el comercio intervenido de cereales. Aprovechando una coyuntura de malas cosechas, los propietarios de trigo y los que se beneficiaban del diezmo eclesiástico, tuvieron fácil poner de su lado a los sectores más pobres de la sociedad, incitándoles a combatir a los comerciantes que querían hacerse ricos con la libertad de comercio de cereales. Después de aquellas jornadas conflictivas, el equipo gubernamental puso límites a la Inquisición y pondría bajo sospecha a los jesuitas, que habían sido activos incitadores de los motines, incluso desde la misma Loyola, donde se apoyó a los 1 sublevados aldeanos guipuzcoanos. El 27 de febrero de 1767 Carlos III expulsaría a los jesuitas de España. Este es el marco en el que Antonio Tomé erigió una estatua al rey que estaba modernizando el reino. La plaza llamada “de las odrerías”, por el gremio que fabricaba odres para envasar vino y otros líquidos, pasó a llamarse pronto Plaza Real, después de la Constitución, durante muchos años tuvo el nombre del fundador de un partido político, y hoy se llama como tradicionalmente el pueblo de Burgos la ha llamado siempre. El ayuntamiento del alcalde Olivares que le devolvió la denominación, todos sus miembros, tienen nuestro reconocimiento. Fue efímero el resurgir del siglo XVIII. Durante buena parte del siglo XIX y XX, Burgos volvió al estancamiento económico y al dominio de los grupos inmovilistas. Mariano José de Larra se refirió a los burgaleses (y a los vizcaínos) como arquetipos de pueblos violentos y reaccionarios. En Burgos, la época renacentista del comercio con Europa y de las imprentas que imprimían “La Celestina”, se veía lejano y ajeno. Hoy vivimos una tercera etapa de libertad y bienestar. A veces, parece que las instituciones políticas no se hacen cargo de las exigencias de esta nueva época. Antonio Tomé es un recuerdo apropiado para hacer votos por el porvenir. 2