Descargar - Fondo de Cultura Económica

Anuncio
Abril 2011
Luis Rius
ISSN: 0185-3716
a
Número 484
■
Omegar Martínez
■
Zygmunt Bauman
Alfonso Reyes
■
■
Ray Jackendoff
Hernán Cortés
■
■
Thomas Sandoz
José Luis Enciso
a
a
a
Sumario
De Canciones de ausencia (1954)
Luis Rius
Plata
Omegar Martínez
Nuestra Lengua
Alfonso Reyes
La lengua como un fenómeno mental
Ray Jackendoff
Remedios, medicamentos y pociones
Thomas Sandoz
Fuera y dentro de la caja
de herramientas de la socialidad
Zygmunt Bauman
La gran Tenochtitlán
Hernán Cortés
Cinco años del Centro Cultural Bella Época
José Luis Enciso
Tras desterrados. Selección y prólogo
Phillippe Ollé-Laprune
Por Cynthia Carrillo Damián
3
4
7
13
17
21
25
30
32
Ilustraciones de portada y páginas 11, 18, 20 y 22,
cortesía de José Fors.
Ilustración interiores, acervo del Fondo de Cultura
Económica.
Iluistración de la página 31, dibujo de Vlady,
cortesía del Centro Vlady.
número 484, abril 2011
la Gaceta 1
a
Director general del
Joaquín Díez-Canedo
FCE
Director de la Gaceta
Luis Alberto Ayala Blanco
Jefa de redacción
Moramay Herrera Kuri
Consejo editorial
Martí Soler, Ricardo Nudelman, Juan
Carlos Rodríguez, Tomás Granados,
Bárbara Santana, Omegar Martínez,
Max Gonsen, Karla López, Heriberto
Sánchez.
Impresión
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Formación
Ernesto Ramírez Morales
Versión para internet
Departamento de Integración
Digital del fce
www.fondodeculturaeconomica.com/
LaGaceta.asp
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera
Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor
responsable: Moramay Herrera. Certificado de Licitud de Título 8635 y
de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de
Publicaciones y Revistas Ilustradas el
15 de junio de 1995. La Gaceta del
Fondo de Cultura Económica es un
nombre registrado en el Instituto
Nacional del Derecho de Autor, con
el número 04-2001-112210102100, el
22 de noviembre de 2001. Registro
Postal, Publicación Periódica: pp090206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
ISSN: 0185-3716
Correo electrónico
[email protected]
2 la Gaceta
número 484, abril 2011
a
a
De Canciones de ausencia (1954)*
Luis Rius
Si a ti no fuera, corazón cautivo,
¿adónde el sueño?;
¿dónde el ave del sueño posaría
su desgarrado vuelo?
Es tan frágil su pluma,
tan ásperos los campos y los vientos.
Se secaría la sangre
tibia y roja en su cuerpo
de distancia aterido.
Si a ti no fuera, corazón, el sueño,
¿quién a tu nido?,
¿quién a tu nido llegaría, desierto?
Son tan grandes las horas,
tan grande el pensamiento
y el camino y el mar y el horizonte,
y es, corazón, tu nido tan pequeño.
Los dedos de la ausencia suavemente
irían deshaciendo
tu trabazón humilde,
tu trenzada esperanza,
tu apretado tejido cobijero.
Desamparado corazón, si a ti
no fuera ya, ¿qué ave de fuego
(ala grácil y efímera) burlando
la ancha muerte del viento,
del mar y del camino,
se llegaría a tu desnudo lecho,
soledad virgen, a posar la eterna
vida encubierta en el desliz del vuelo? G
* Luis Rius, Verso y prosa, fce, México, 2011.
número 484, abril 2011
la Gaceta 3
a
a
Plata
Omegar Martínez
«¡Ya triunfé yo también sintiendo el beso
de la inmortalidad tras de la muerte…!»
J. M. Pino Suárez
I. Melancolías
A veces todavía lo sueño. Lo veo bajándose de un coche y luego
escucho un grito; entonces la pesadilla me despierta, no puedo respirar. Luego me pongo a llorar sin querer, y es que no
entiendo por qué lo mataron, la verdad es que era un hombre
bueno, desinteresado. Pero tal vez sólo lo digo porque era mi
marido, no lo sé. Seguro la gente ya ni se acuerda de él, ha pasado tanto tiempo…
Sí, lo conocí en Mérida, en una época en la de que de todo
lo que se hablaba era del centro del país, sus modas, sus personajes y políticos. Habría que fundar un diario que hablara de
nosotros, dijo, y lo fundó. “El Peninsular”, se llamaba. Quien
lo hubiera visto en aquel entonces, tan flaco, no se hubiera imaginado todo lo que iba a ser y a hacer. Poco después se fue a la
ciudad a estudiar para abogado, pero se regresó en cuanto pudo
y me propuso matrimonio con un anillo de plata. Nunca pensé
que fuera muy guapo, pero era muy atento, y romántico. Por
eso le dije que sí, porque me cortejó como se debe.
Después de lo del 22 de febrero dejé la casa en la ciudad y me
regresé a Mérida con mis hijos. Nuestros hijos, perdón. Muchos
ni siquiera se acuerdan de su papá, estaban muy chamacos. Ellos
no se enteraron de lo que estaba pasando, y la verdad es que
estaba mejor así, aquello era una guerra total. Imagínese que
las balaceras de aquellos diez días se dieron apenas a un par de
cuadras de la casa. Ni modo de dejarlos salir a jugar… y luego
cuando lo secuestraron… ni cómo salir a la esquina siquiera. Ni
a quién acudir. Yo solamente era la esposa. Sí, del vicepresidente, pero solamente la esposa.
En realidad lo que a él le gustaba era escribir. Por eso fundó
el periódico. Todavía hasta hace no mucho había gente que se
acordaba con cariño de él y de el periódico, porque, tal como
había dicho, hablaba de nosotros, de ellos, de todos. Pero, la
verdad, lo que a él le gustaba más era escribir poesía. A veces
se pasaba noches enteras escribiendo sus versos plateados. Yo al
principio le pedía que me los leyera, pero después ya no, entre
los niños, las preocupaciones, las desveladas y las mudanzas a
una como que se le olvidan esas cosas. Después de mucho me
acordé que él siempre me dijo que no le importaba que se acordaran de él, sino de sus poemas.
Todo empezó un día que Madero lo nombró gobernador de
Yucatán. Le dije que no aceptara, que presentía algo raro, malo.
El me dijo que el periódico estaba bien, pero lo importante era
hacer algo por los demás, por toda la gente del lugar. Al poco
tiempo de ser gobernador le ofrecieron el cargo de Secretario
de Justicia. Me dijo que pensaba que eso era lo mejor para to4 la Gaceta
dos, pero le pedí que no nos fuéramos de nuestra casa. Al fin, ya
era gobernador, qué más quería, pero me acabó por convencer
y al poco tiempo nos fuimos a la capital.
Si quiere que le diga la verdad, desde la primera vez que
vi a don Francisco, supe que no nos iba a traer sino desgracias. Nadie de ese tamaño podría haber pretendido ser
el dirigente de toda una nación en guerra, y menos con el
cabello tan escaso y el bigotito tan poco cuidado; hace falta
tener espuelas de plata para ese trabajo, si me entiende lo
que quiero decir. Pero si José María confiaba en él, para mí
eso era suficiente. Aunque ya ve usted, al final no estaba nada
equivocada, mi intuición estaba bien. Poco después salieron
elegidos. Hubiera visto el gentío que había celebrando su
llegada a Palacio Nacional. Todavía tengo un par de fotos
que recorté del periódico de esos días donde se ve la cara
incrédula de mi José María, sonriente, con su bigote, saludando a la muchedumbre. Él acababa de renunciar a la Secretaría de Justicia para postularse al cargo. Si de secretario
puedo ayudar, imagínate cuánto podría ayudar de vicepresidente, me dijo un día. Lo miré con cara de angustia, pero no
le dije nada porque lo veía contento.
Claro que lo contento no le duró mucho, poco a poco se iba
viendo más preocupado cada vez, los problemas del trabajo,
decía; había veces que llegaba muy tarde a dormir, agotado.
Un día lo vi mucho más viejo que el día anterior, la cabeza toda
plateada, y me espanté. Era como si hubiese envejecido dos
o tres años en una sola noche. Le pedí que nos fuéramos de
regreso a Mérida, por su salud y por los niños, pero ni siquiera
me escuchó. Su mente estaba en otro lado. Así siguió, hasta que
un día simplemente no regresó a la casa.
Yo lo esperé con una certeza pesada sobre mis hombros y
mi cabeza. Empecé a empacar las cosas, a preparar a los niños.
Al final del día vino su secretario particular a decirme que lo
tenían secuestrado, dentro de Palacio Nacional, junto con el
presidente Madero. Yo, la verdad, lo escuché como a lo lejos.
A los pocos días volvió el secretario, muy noche, para decirme
que ya lo habían matado. No lloré hasta que pasó el entierro.
II. Canciones
Yo maté a Madero, pero no maté a Pino Suárez. A ese lo mató
el teniente Pimienta, Rafael Pimienta.
La cosa fue así: los recogimos de Palacio Nacional la noche
del 22 de febrero, y los subimos en dos coches. En el primero
iba yo con Madero, en el de atrás iba el teniente Pimienta con
Pino Suárez. Yo le había dado órdenes de que no hiciera nada
número 484, abril 2011
a
a
hasta que no le dijera yo personalmente que ya Madero estaba
muerto, y nos fuimos con rumbo a la penitenciaría.
Antes de llegar le ordené al chofer que le diera la vuelta por
la parte de atrás. Por ese lado no hay entrada, dijo Madero, que
hasta ese momento pensó que lo íbamos a meter preso, y se
puso pálido al darse cuenta. Cuando el coche se detuvo le ordené que se bajara. Él no lo dudó y me miró a los ojos antes de
descender. Yo saqué mi pistola bruñida y, antes de que pudiera
decirme nada, se la puse en la cabeza
y disparé. Su cuerpo se desplomó, y una vez en el suelo le di
otro balazo en el corazón, por si las dudas.
Después le ordené al chofer que se fuera y me fui corriendo al otro coche donde estaba el teniente Pimienta con Pino
Suárez, quien ya había oído los disparos y estaba temblando de
miedo. Se bajaron los dos y fue cuando le dije a Pimienta que ya
estaba todo listo. Sí, mi mayor, me dijo, desenfundó su pistola
y le apuntó a Pino Suárez. Éste empezó a correr, pero el plomo
le entró por la espalda y cayó al suelo.
¡Socorro, me asesinan!, gritó arrastrándose, el cobarde,
mientras el teniente le apuntaba a matar. Le dio dos balazos
número 484, abril 2011
en el pecho y Pino Suárez se quedó quejándose un rato, hasta
que dejó de moverse y yo me acerqué a darle el tiro de gracia. Mientras confirmaba que estuviera muerto, aproveché para
quitarle un anillo de plata que llevaba en el dedo.
Después de eso los metimos a la penitenciaría. Trajimos
unos cuerpos que sacamos del Hospital Militar y con unos balazos en la pared y en el coche simulamos un ataque. Luego me
presenté con mi general Mondragón, que estaba a las órdenes
de Huerta, para darle el parte de lo ocurrido. Muy bien, mayor
Cárdenas, muy bien, ahora desaparézcase, me dijo. Y eso fue
lo que hice, pero unos meses después me agarraron en Guatemala, por culpa del anillo. Eso sí, a Pimienta nunca le hicieron
nada, creo que hasta llegó a general.
III. Procelarias
La historia de México, plagada de presidentes que duraban un
día o dos en su cargo, dice que Pedro Lascuráin fue su presidente más efímero: estuvo 55 minutos en posesión del título.
Sí, es en serio, no se rían, fue sólo el tiempo necesario para
la Gaceta 5
a
entregar el poder a Victoriano Huerta, personaje traicionero
como el que más. Tan sólo imagínense que, después de haber
sido forzado a dimitir, y viviendo en España en el exilio durante la Primera Guerra Mundial, Huerta tuvo contacto con el
gobierno Alemán y de ellos obtuvo apoyo militar y monetario
para retomar el gobierno mexicano a la fuerza, a cambio de
declararle la guerra a los Estados Unidos. No, claro que no lo
logró, lo atraparon antes de que cruzara la frontera y murió
poco después.
Pero el hombre de quien les voy a hablar hoy era vicepresidente, en una época en la que en México todavía los había,
y acababa de ser elegido hacía apenas un año. Se llamaba José
María Pino Suárez. Sí, como la estación del metro. El presidente en turno se llamaba Francisco I. Madero, el año era 1913
y ellos eran los primeros vencedores de la Revolución, pero no
fueron los últimos.
La situación política del país era, por decirlo de alguna forma, inestable. Sí, esto va a venir en el examen. La revolución
seguía en pie de guerra en todos lados, cada general luchando
por su propia conveniencia. Madero no tenía la agilidad política para gobernar, ni tampoco controlaba las minas de plata
esenciales para la economía, aunque tenía las ideas. La gente lo
quería, eso sí, pero el ejército estaba tan dividido que él contaba
solamente con la lealtad de una parte muy pequeña.
Huerta era su jefe del ejército, y el que tenía la verdadera
lealtad de las fuerzas armadas. No se sabe quién acudió primero
a quién, el caso es que entre él y el embajador de los Estados
Unidos, Henry Lane Wilson, hicieron un plan para derrocar
a Madero y quedarse con el control del país. El plan era muy
6 la Gaceta
a
simple: la constitución estipulaba que en ausencia del presidente y del vicepresidente, la persona sobre la que recaería el cargo
sería el secretario de Relaciones Exteriores, que en aquel entonces era Pedro Lascuráin.
Una vez que convencieron a Lascuráin, claro, con amenazas, para que una vez siendo presidente le entregara el poder a
Huerta, todo estaba en su sitio. Lo que faltaba era únicamente
asesinar a Madero, y, por simple necesidad, a su vicepresidente,
Pino Suárez. Así que una tarde eliminaron a la escolta personal
de Madero y tomaron al presidente y al vicepresidente como
rehenes en un cuarto dentro de Palacio Nacional. Los hicieron
firmar cartas de renuncia a sus cargos para justificar el cambio
de poder, y a los pocos días, el 22 de febrero de 1913, los sacaron de Palacio a media noche y los llevaron frente a las rejas
blanqueadas de Lecumberri, que aquel entonces era la penitenciaría de la ciudad. Hoy es el Archivo General de la Nación,
por si algún día van por ahí.
Se detuvieron antes de entrar al lugar. Primero le dispararon a Madero, por la espalda, en la cabeza, y murió instantáneamente. Pocos minutos después le dispararon a Pino Suárez,
quien agonizó un par de minutos más. Así que por esos pocos
instantes, el presidente más efímero de México, el que más
pronto murió por la patria, fue, según la ley de entonces, José
María Pino Suárez.
Eso es todo. Para mañana, de tarea, van a comprar una monografía de Madero, una de Huerta y una de Pino Suárez. Ah,
y no se olviden de hacer los ejercicios que vienen en la página
10 de su libro de matemáticas. G
número 484, abril 2011
a
a
Nuestra Lengua*
Alfonso Reyes
Generalidades
1. El habla es el don de hablar, característica del hombre, que
los animales sólo manifiestan en rudimentos, aunque a ellos les
bastan para entenderse entre sí.
2. Por una parte, el hombre ha hecho el habla; por otra, el
habla ha hecho al hombre: dos agentes que se modelan el uno
al otro. El que deseaba labrar una estatua hizo un cincel: el
cincel lo hizo poco a poco escultor.
3. El habla es una especialización oral de las señales que hace
nuestro cuerpo para expresar lo que desea. Aunque esta especialización oral venció, por cómoda y económica, a las otras
señales, éstas quedan aún junto al habla, sea que la refuercen o
simplemente la acompañen, en los ademanes y en los gestos.
4. La escritura vino muchos siglos después para enviar a distancia, con la mayor exactitud posible, las señales del habla —
concepto de fijación en el espacio—, y también para guardar las
expresiones y el contenido del habla de modo que “no se lo
lleve el viento” o no se olvide —concepto de fijación en el tiempo—. A la escritura propiamente tal precedieron varios sistemas aproximados, como esos signos que aún se usan en las carreteras, etc. Y para los mensajes a distancia, se usaron y aún se
usan varios recursos auxiliares: los tambores y leños huecos o
las fogatas del primitivo, las marcas del cuchillo en los árboles,
los “telégrafos” de banderines y luces en los barcos, el verdadero telégrafo eléctrico, el teléfono, la radioemisión, etcétera.
5. El lenguaje es el cuerpo de expresiones orales en que se
manifiesta el don del habla. Merced a la facultad del habla, el
hombre posee un lenguaje. La lengua —o también el idioma—
es el lenguaje que habla determinada comunidad: español, inglés, francés, nahua. Se dice “el lenguaje”, en general; se dice
“los idiomas”, “las lenguas”, conjunto de particularidades; o,
concretamente, “esta lengua”, “aquel idioma”.
6. Habla, lenguaje, lengua, idioma, son términos que se usan
con cierta indiferencia unos por otros. La frontera no está trazada. El objeto de haberlos distinguido aquí ha sido tan sólo el
explicar algunas nociones principales, de la más abstracta a la
más concreta. Por habla suele entenderse también la selección
personal que cada uno hace habitualmente dentro de su lenguaje: “En el habla de Fulano no está el llamar ebrio al borracho”.
7. El habla, y por consecuencia el lenguaje, los idiomas o
lenguas, no se han ajustado absoluta y totalmente a un sistema
* Alfonso Reyes, Literatura española, fce / Cátedra Alfonso Reyes
del Tecnológico de Monterrey, Méxco, 2010.
número 484, abril 2011
mental inflexible. Aunque la inteligencia y la razón los han tutoreado en mucha parte, también en mucha parte han crecido
espontáneamente como los árboles.
8. La Gramática da las reglas de los usos que se consideran
preferibles, pero ni puede abolir los demás usos, ni es siempre
indispensable que lo haga (fuera del trato de buena educación o
las funciones de la cultura), ni ella misma logra defenderse del
empleo inveterado de formas ajenas a toda lógica. Por ejemplo:
saltar la comba —que aquí decimos “la cuerda”—, “a pie juntillas”, frase que se considera correcta, aunque lógicamente debiera ser: “a pies juntillos”.
9. En nuestro lenguaje se descubren fácilmente residuos del
pensar primitivo, que no corresponden al estado actual del conocimiento o la ciencia, y bien mirado hasta pueden ser antropomorfismos risibles, como el atribuir sexo a los objetos mediante los llamados “géneros”, declarándolos convencionalmente masculinos o femeninos: el banco, la silla, el sol, la luna.
Para estas últimas palabras la convención es inversa en alemán,
donde Sonne es femenino, y Mond masculino. Por aquí se ve lo
arbitrario y casual de estas atribuciones.
10. El lenguaje, y por consecuencia los idiomas o lenguas, no
ofrecen formas fijas y nacidas de una vez para siempre en el
estado que nos es habitual, en el que usamos. Se han modificado con el tiempo y se modifican en el espacio. El español que
hoy hablamos no es igual al español del Poema de Mío Cid
(siglo xii). Y, dentro de una sola época, la nuestra, el lenguaje
del norte de Francia difiere un poco del lenguaje del mediodía.
No se habla español exactamente lo mismo en las Provincias
Vascongadas que en Aragón o en Andalucía. Hay diferencias
entre el lenguaje del norte de México (digamos, Monterrey) y
el del sur (digamos, Mérida); entre el del este (digamos, Veracruz) y el del oeste (digamos, Guadalajara). En general, no se
habla el español lo mismo en España que en Hispanoamérica o
en Salónica.
11. Esta variabilidad del lenguaje no es consecuencia única
de la variabilidad del tiempo y del espacio; sino que el lenguaje,
corriendo como un río por distintos cauces (distintos ambientes naturales, comarcas donde quedan residuos de distintas lenguas anteriores, o que sufrieron distintas invasiones de otros
pueblos de diverso idioma, o simplemente contactos y vecindades con distintos grupos extranjeros), acarrea al paso variados
sabores y matices; ya en la construcción de frases, ya en la forma de las palabras, ya en las pronunciaciones, acentos, “tonadas” y maneras de hablar.
12. Un idioma varía con el tiempo, con el espacio, con las
circunstancias de su desarrollo. Nunca está completo en parte
la Gaceta 7
a
a
alguna. Nunca acabado de hacer en ningún momento. Por eso
resulta una falsedad ese criterio que atribuye al idioma una entidad final y absoluta. Por ejemplo, se dice y repite: “En aquella
época la lengua no estaba aún madura”. ¿Madura con respecto
a qué modelo ideal? La lengua de cada época está prácticamente madura para tal época. Si resucitara un hombre de la Edad
Media, nuestra lengua no le parecería cosa madura, sino una
incómoda corrupción.
Latín y romances
1. Así pues, la vida de las lenguas se reduce a la evolución o
cambio en el espacio y en el tiempo. Y esto aconteció con la
antigua lengua latina, una de las más importantes del importantísimo grupo o conjunto de lenguas emparentadas llamado
indoeuropeo. Los cambios se fueron acentuando, y al fin sucedió como si el latín anterior hubiera tenido un puñado de hijas:
nuevos estados, nuevas apariencias de la madre. Ayer se consideró que estas transformaciones eran decadencias. Un secreto
instinto policíaco de perseguir y delatar culpas presidía a estos
8 la Gaceta
juicios. Hoy se entiende y admite que las transformaciones son
legítimas, por responder a las nuevas condiciones y necesidades
de distintos lugares y tiempos.
2. La lengua latina, conforme se deshacía la unidad del antiguo Imperio romano, fue dando origen, por toda la antigua
Romania o sea en los distintos territorios de su dominio, a las
llamadas lenguas románicas o romances: el italiano, el francés,
el provenzal, el catalán, el español, el portugués, el indeciso
reto-romano (valles alpinos al nordeste de Italia y al sudeste de
Suiza), y finalmente el rumano, en la antigua Dacia romana,
hoy muy mezclado de vocabulario eslávico y otros elementos.
3. Había en la Antigüedad dos latines. Uno es el latín literario
en que escribieron Horacio y Cicerón; suerte de lengua artificial e instrumento de la cultura. Otro era el latín de la conversación y el uso diario, el latín vulgar, que se siguió hablando en los
lugares conquistados por Roma aun después del año 476, caída
del Imperio romano. Aunque en estos lugares había funcionarios y oficiales que escribían la lengua literaria y hablaban el latín vulgar de la gente educada, los dominaba numéricamente la
inmensa población de soldados, colonos y campesinos que hanúmero 484, abril 2011
a
blaban todavía más a lo plebeyo el latín vulgar, y que además se
dejaban influir por los contactos con los pueblos nativos, de hablas diferentes. Y todos estos factores, obrando de consuno, fueron dando origen a las mescolanzas de que han nacido los romances. Singularmente cuando las invasiones bárbaras dejaron
a cada antigua colonia entregada a sus propias fuerzas.
Así acontece por toda la antigua Romania. En la alta Edad
Media, hasta hubo Padres de la Iglesia que recomendaban a los
predicadores usar en sus homilías y sermones ese latín ya adulterado y plebeyo, para que mejor los entendiera la gente humilde, las ovejas predilectas del cristianismo.
4. Van configurándose los romances, que todavía se deshacen por las orillas y dan, como brotes, unas seudolenguas ya de
tercera instancia o dialectos. Dejaremos a los pobres dialectos,
aunque sean también brotes legítimos, en su mala opinión y su
fama equívoca (¡otra vez el prejuicio policíaco que tanto ha enturbiado los estudios lingüísticos!), para sólo hablar ya del español, nuestra lengua.
El Español
1. Nuestra lengua, el castellano que se llamará español cuando
domine prácticamente el país, entra desde el norte de España
como una cuña o cuchilla, y luego se expande hacia los litorales
que, en sus peculiaridades propias, ofrecen ciertas semejanzas.
El castellano nunca pudo nivelar esas disidencias. Entre el castellano y las zonas que no llegó a invadir del todo hay, naturalmente, zonas intermedias. Y hoy casi podemos decir que el español defiende sus dominios actuales con un sonido gutural y
tajante, que le es bien característico: reina plenamente el español, hoy por hoy, dondequiera que se escucha la j, dondequiera
que se esgrime al hablar el machete de la j.
2. Al correr del tiempo y según las vicisitudes históricas, la
lengua española ha recibido, sobre la masa original del latín
vulgar vuelto romance, ciertos elementos de otras lenguas peninsulares prerrománicas: elementos ligures, tudetanos, vascos,
fenicios, cartagineses, griegos; y luego, aportaciones de lenguas
no peninsulares, como los términos guerreros y otros tomados
a las hablas germánicas, las palabras árabes —más bien para la
administración y la cultura—, etcétera.
3. Entre todas estas lenguas peninsulares ajenas al romance,
el caso más singular es el caso del vasco, vascuence o vascongado, “sagrado chorro de piedras” que decía un poeta. Esta extraña lengua quedó enquistada en la península como una supervivencia de remotas edades. Ha dado lugar a muy detenidas investigaciones y también a las fantasías más desorbitadas. Tiempo hubo en que se la declaró la lengua del Paraíso. La ciencia
ofrece hoy, sobre su origen, tres hipótesis principales: a) que es
lengua camítica, africana, afín del bereber, el copto, el cusita y
el sudanés; b) que es lengua fundamentalmente caucásica; y c)
que es una mezcla de ambas corrientes.
4. Los varios romances, hijos del latín, palpitan ya a principios del siglo viii. Cuando los árabes invadieron España, ésta
conservaba la unidad lingüística, el latín de su tiempo, abuelo
del castellano.
Los hispanorromanos que se refugiaron en el norte fueron
ensanchando su dominio a partir del siglo xi. A esto se llama la
“Reconquista”. Para esos días, en España hay ya un mosaico de
lenguas: además del castellano, hay el catalán, el gallego-portugués, el leonés y el mozárabe llamado a desaparecer.
número 484, abril 2011
5. La lengua castellana o romance vulgar comienza a configurarse de modo titubeante desde el siglo ix hasta el siglo x.
Los diplomas y documentos notariales de la época, que pretenden redactarse en latín, se van dejando penetrar cada vez más
por el nuevo modo de hablar como por una humedad del subsuelo. En las Glosas emilianenses y en las Glosas silenses (monasterios de San Millán y de Silos), ambas del siglo x, estas
nuevas formas se usan ya de modo consciente.
6. Entretanto, por influencia de los inmigrantes “francos”,
aparecen los primeros galicismos, cuya introducción no ha de
cesar ya a lo largo de la Edad Media. Naturalmente, esos galicismos han dejado de serlo, han sido ya absorbidos por el castellano y pertenecen a su auténtico patrimonio: homenaje,
mensaje, palafrén, deleite, vergel, manjares, viandas, etc. Así ha
sucedido ya en nuestros días con los anglicismos “mitin”, “líder”, “club”. Estas absorciones de vocablos extranjeros forman
parte del desarrollo normal de los idiomas. Hoy estamos plenamente seguros de que estamos hablando español cuando usamos palabras de diverso origen, como “arroyo” (voz de substrato prerromano), “pájaro” (derivada del latín), o “alcázar” (procedente del árabe) (ver 1, 2 y 5).
7. La épica naciente canta ya a los condes de Castilla, llora
a los infantes de Lara y a Sancho II, caído en el sitio de Zamora. Pronto ocurre en toda la Romania algo como un desperezo
que hoy llamaríamos “nacionalista”, manifiesto anhelo de poner en valor y en la lengua que de veras se habla las realidades
actuales y circundantes. Ello determina el triunfo del romance. El latín queda relegado a la función de lengua auxiliar. Las
hijas se emanciparon de la madre, y la confinaron en los menesteres humildes propios de la vejez. Antes de mediar el siglo
xii, con el cantar de Mío Cid, la lengua entra ya por el camino
real de la literatura. En el siglo xiii, la adopción del romance
es definitiva.
8. Pero no nacen a un tiempo todos los géneros. Don Alfonso X el Sabio, gran organizador de la prosa histórica y didáctica, se pasa de buena gana al gallego-portugués cuando quiere
ejercitarse en la poesía lírica y cantar a la Virgen María, como
si todavía la adusta lengua castellana no se acostumbrara a estos
primores y encantos métricos.
Sin embargo, de tiempo atrás las intenciones líricas del castellano venían ensayando salidas aventureras. Había canciones
en árabe o en hebreo (las muwachahas) que admitían, hacia el
final, y a modo de lujo, palabras y aun frases enteras en romance (las jarchas). Se asegura que esta singularidad comenzó a
principios del siglo x, pero la mayoría de estas canciones data
de los siglos xi y xii, hay unas tres en el siglo xiii, es decir, en
tiempos de Alfonso el Sabio, y aún aparece alguna en pleno siglo xiv, sin duda manifestación artificial de arcaísmo.
9. Echa a andar la lengua española. A la etapa arcaica sucede
la prosa de Alfonso el Sabio. El español medieval se acerca al
humanismo (siglo xv), y aparece el español llamado por los filólogos “preclásico”. De 1525 en adelante, entramos en el Siglo
de Oro, y la gran expansión imperial de España se refleja en la
nueva musculatura de la lengua. El español ha llegado a ser
lengua universal, y se permite las audacias barrocas (gongorismo, conceptismo). Y nos asomamos a América.
10. Como resultado de emigraciones y conquistas, la lengua
española —además de hablarse en la península— se habla hoy
en nuestras Américas continentales e insulares, en las Filipinas
y en las Canarias, en regiones de África, Turquía y Grecia, y en
la Gaceta 9
a
a
el sudoeste de los Estados Unidos, que antes fue región hispanomexicana.
América y México
1. Acercándonos a lo nuestro, y acéptese o no la hipótesis del
“andalucismo americano”, conviene recordar estos hechos: 1)
la proporción de andaluces, extremeños y murcianos que pasaron a la conquista de América parece haber sido de un 50 por
ciento; 2) Sevilla y Cádiz monopolizaron durante los dos primeros siglos el trato y comercio con América o, como se decía
entonces, con las Indias; 3) en el siglo xvi acontece una intensa
transformación fonética en la lengua peninsular. El español que
se hablaba entonces es más o menos el que llevaron a Oriente
los sefarditas expulsados de España. Pero esta lengua se estancó
entre los judeoespañoles, y allá conserva hasta nuestros días
abundantes formas anticuadas. En América, al contrario, la
transformación se acentuó de la manera que todos conocemos.
2. En el grupo hispanoamericano, se dibujan con mayor o
menor aproximación cinco zonas lingüísticas: 1) una zona de
Estados Unidos, la meseta mexicana y parte de Centroamérica;
2) costa mexicana del Golfo, parte de Centroamérica, las Antillas, Venezuela y una faja del litoral colombiano; 3) el resto de
Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia; 4) la zona rioplatense, con
el Paraguay por centro; y 5) Argentina y Chile. Téngase en
cuenta que este trazo es todavía muy indeciso. El verdadero
mapa lingüístico de nuestras Américas está todavía por hacer.
3. El principio de economía de Fermat es tan válido en física
como en fisiología y en psicología. Desde luego, este principio
tampoco puede ser ajeno a las evoluciones lingüísticas. Tal
principio permite asegurar desde ahora que el español del futuro evolucionará hacia el ahorro de esfuerzo. Acaso acabe por
imponerse el modo de hablar hispanoamericano. Este modo de
hablar se considera sumariamente como el “andalucismo de
América”. Pero procede más bien de los vulgarismos y plebeyismos comunes a la soldadesca peninsular reclutada para la
Conquista. Desde luego, hay vastas regiones de España que
confunden, como América, la z o la c suave con la s, y donde
espontáneamente se pronuncia la y en vez de la ll castiza, la cual
se aprende artificialmente a pronunciar en las escuelas. Si en
efecto la evolución se encaminase por la línea de la economía o
comodidad, el término extremo pudiera llegar a ser el “antillano”, que, por huir los tropiezos de las consonantes, se deshace
a veces en un verdadero flujo de vocales. (Recuérdese el juego
verbal llamado precisamente “fuga de consonantes”.) Si así fuere, acontecería algo semejante a lo que aconteció cuando aparecieron las lenguas romances, que poco a poco tomaron el sitio de la lengua madre latina. Las hijas americanas estarían entonces llamadas a recoger la deslumbrante y honrosa herencia
peninsular, pues hay un paralelismo entre la latinización de España y la hispanización de América. En estos casos, no es indiferente en manera alguna la situación que ocupan los pueblos
en el mundo. La decadencia o el florecimiento políticos determinan decadencias o florecimientos lingüísticos. No sabemos
lo que el porvenir nos depara.
Por supuesto, esta evolución, si llega a acontecer, todavía
requerirá algunos siglos, y más de los que requirió la transformación del latín en romance, pues los elementos de comunicación son hoy mil veces más activos y eficaces que entonces, así
como los recursos de fijación por medio de la cultura lingüísti10 la Gaceta
a
ca. Además España e Hispanoamérica hablan por suerte la misma lengua, y la evolución posible abarcará a ambas, no habrá
una verdadera separación como entre el latín y los romances.
4. En México hay cuatro zonas lingüísticas que se distinguen
fácilmente: 1) el norte de la República, no tan uniforme como
parece; 2) la altiplanicie central, dominada por la ciudad de
México que le imprime su carácter, como Castilla lo imprime a
España; 3) las “tierras calientes” de la costa oriental, sobre todo
Veracruz y Tabasco; 4) la península de Yucatán, cuyas características comienzan en el estado de Chiapas y se alargan hacia
Centroamérica.
5. Sin pretender en modo alguno agotar el tema, que requiere estudios especiales, sean a título de ejemplo unas cuantas
peculiaridades mexicanas.
De una manera general, se advierten en nuestra pronunciación las tendencias a suavizar la j, haciéndola más delantera o
acercándola un poco a la h inglesa; a prolongar un poco la s, no
encorvando la lengua hacia arriba como en España, sino manteniéndola plana, al modo de la s francesa; singularidad de la
ciudad de México sobre todo, que ha hecho decir a un dominicano: “esto es un mar de eses, del cual emerge uno que otro
sonido”; lo que recuerda un poco la pronunciación guipuzcoana, donde al “cocido” le llaman “loss cossidoss”, plural que aumenta la extrañeza. También se advierte la inclinación a convertir la ll y la y en g sonora francesa, por las regiones de Puebla
y Orizaba y quizá otras, como se hace en la Argentina. En la
meseta central hay afición a eludir un poco las vocales, apretando las consonantes, al revés de lo que pasa en Veracruz o en las
Antillas, de modo que aquí se da una “fuga de vocales”. Nuestro gran poeta Luis G. Urbina solía saludar a sus amigos con
esta frase: “¿Cóm t’va viejcit?” También se tiende a articular
con exceso las pronunciaciones difíciles: exactitud en lugar de
esatitú que generalmente se permite el pueblo español. A veces
este escrúpulo llega a excesos que hacen sonreír un poco a los
españoles ante los turistas de nuestro país. (Esta exageración
del cultismo puede relacionarse con cierto alambicamiento de
las expresiones: “No pude localizar a Fulano”: en vez de encontrarlo o dar con él.) En cuanto al vocabulario, naturalmente
influyen los estratos de las distintas lenguas indígenas. Y quedan, en el habla culta, formas anticuadas como “fierro” por
“hierro”, sin contar las que se conservan en el campo y entre la
gente humilde, como “truje” por “traje”, “priesa” por “prisa” o
“mesmos” por “mismos”; todo ello, supervivencias del siglo xvi
en que por primera vez nos visitó la lengua española.
La influencia predominante de la cultura francesa en cierta
época trae una contribución de galicismos, no sólo a México,
sino a toda Hispanoamérica (“capitoso”, por “embriagador” en
ciertos poetas del Modernismo): y hoy se deslizan numerosos
anglicismos en México por la vecindad con los Estados Unidos
y las mutuas relaciones cada día más estrechas de la economía,
la industria, los deportes. Nótese que la misma Intervención
francesa dejó residuos entre nosotros (“mariachi” —música
para la boda o mariage— y, hasta hace varios lustros, “el versa”,
como se llamaba en los restaurantes capitalinos de lujo al que
servía el café). Y adviértase que aun las cartas o minutas de los
restaurantes contribuyen a la introducción de extranjerismos.
En cuanto a las construcciones, la variedad es mucha, pero,
en suma, el mexicano no tiene que vencer demasiadas resistencias para conformarse con el ideal general de la lengua. No tenemos voseo, sino que somos región de tuteo. Y ya en Chiapas,
número 484, abril 2011
a
a
por ejemplo, se encuentran algunas formas verbales típicas de
la América del Sur, como “sentate”, por “siéntate”, etcétera.
Algunos verbos transitivos y algunos neutros se usan con el
pronombre se (ya haciéndolos dativos éticos, o ya reflexivos,
como les llama la gramática): “se raptó a una mujer”, “el ganado se abreva”, en vez de “raptó” y “abreva”, sin el se, como dicen en España.
Los falsos cultismos, los alambicamientos de expresión y los
barbarismos se perciben ahora más que antes entre la gente muy
diversa y de muy distintas clases y niveles que recluta la radio.
Hay ciertas tendencias estilísticas propias, como en todas
partes, y una muy peculiar es el empleo cariñoso de los apodos
que designan defectos o mutilaciones de la persona: “¿Qué me
cuentas, cojito?”, “¿Qué pasa, tuertito?”
El uso y abuso del diminutivo es característico: un “ratito”,
un “ratitito”, “tantito”, “merito”, “lejitos”.
Se abusa mucho del qué en las preguntas: “¿Qué, mañana
estarás en tu casa?”, en vez de “¿Estarás mañana en tu casa?” Se
usa con frecuencia el hasta al revés: “Estaré en casa hasta las
once”, cuando se ha querido decir: “No estaré en casa hasta las
número 484, abril 2011
once, pues antes andaré en negocios por la calle.” Hay torpeza
en algunos empleos del en: “Te veré en la tarde”, en vez de “por
la tarde”, o “a la tarde”, etcétera.
Así como, en España, algunos tienen el abominable vicio de
salpicar las frases con vaciedades como “¿me entiende usted?”,
“¿verdad?” y otras al mismo tenor (“Anoche, ¿verdad?, estaba
yo cenando, ¿me entiende usted?, cuando se oyó un tiro”), así
en México padecemos el abominable vicio de meter por dondequiera en las frases el estribillo “este”, sin duda para cubrir momentáneos oscurecimientos mentales. El resultado es una suerte de insoportable tartamudeo psicológico: “Anoche, este, a la
hora de cenar, este, se me ocurrió, este, que hoy podríamos
tratar nuestro asunto.”
Y una condición ya más social que lingüística está en el deseo predominante de hablar a medio tono y sin levantar mucho
la voz. El español peninsular habla generalmente en voz más
alta y, comparada con la nuestra, algo imperiosa en apariencia,
lo que desconcierta un poco a los mexicanos cuando van por
primera vez a España.
Ya se ve que la observación anterior no es una censura, pero
la Gaceta 11
a
aun las censuras que arriba quedan mencionadas no significan
que todo sea error en la manera de hablar de los mexicanos, la
cual, por el contrario, ofrece manifiestos encantos y atractivos
como lo reconocen propios y extraños: así la conservación de
ciertos términos castizos y legítimos que en España van cayendo
en desuso (“angosto” por “estrecho”, como allá dicen casi siempre); la conservación de ciertos sentidos propios que en España
se han pervertido (allá dicen “hábil” para decir “bribón”); la tendencia natural a la rotundidad de las frases y su construcción
coherente, en vez de las expresiones o interjecciones vacías y en
vez de las frases que empiezan por dondequiera y acaban de
cualquier modo, vicios que en otras partes se advierten con alguna frecuencia; la manifiesta pulcritud de algunos usos en labios plebeyos (aquí nadie dice “me se olvidó”); y un no sé qué de
la antigua cortesía nacional que ha logrado salvarse a despecho
de las violentas transformaciones sociales y que trasciende a las
fórmulas de la misma conversación, etc. A esto pudiéramos fácilmente añadir otras condiciones recomendables en la lengua
de los mexicanos, pero ello nos llevaría muy lejos.
Dejamos fuera de este rápido análisis muchísimas otras peculiaridades secundarias o regionales que han sido objeto de
abundantes monografías. Se ha dicho que la conquista lingüística de México no ha terminado aún.
6. Por toda España y desde el Bravo hasta Patagonia —las
zonas por excelencia de la lengua española— se da naturalmente, como sucede en otras lenguas, el duelo entre el “academismo” por una parte, o tendencia a seleccionar, sobre la masa
común de la lengua, lo que parece más recomendable y propio
de la gente educada, y por otra parte, el “popularismo” o deseo
de aceptar cuanto se dice, sin calificarlo ni someterlo a censura.
Este duelo se da en mayor o menor grado y aparece cruzado de
ciertas corrientes transversales. Así, se creería al pronto que en
España predomina el academismo en la lengua común, cuando
lo cierto es que, en algunas clases sociales de Hispanoamérica,
a
muchos modos peninsulares parecen plebeyos, y que estas clases hispanoamericanas exageran su esfuerzo por hablar con decencia hasta el alambicamiento (ya lo observamos antes de
paso), así como también se resisten más al neologismo que el
público y el lector españoles. ¿Acaso, como se ha afirmado, se
siente América menos dueña de la lengua que España? Esta
afirmación es algo ligera y apresurada, algo sumaria aunque seductora a primera vista.
La Academia Española, a través de su órgano que es el diccionario, procede con justa cautela ante neologismos, regionalismos y americanismos, y en cambio, como el diccionario es
obra acumulada de varias generaciones, en él se conservan inconscientemente términos ya incomprensibles o muy anticuados. Ante esta actitud, se alza la de muchas autoridades que ya
no soportan un diccionario antológico, sino que desean un diccionario con las puertas abiertas de par en par a cuanto se dice
y se habla. Y lo que se aplica al léxico en los diccionarios, puede
aplicarse a las morfologías, la pronunciación y la sintaxis.
Entre uno y otro extremo hay que buscar un cuerdo equilibrio, con miras siempre a respetar la unidad, la base idiomática
de la lengua. Así lo reconoce la Academia Española, que ya en
su Diccionario Manual da un paso prudente hacia la transacción. La nueva edición de su Diccionario oficial muestra en tal
sentido un notable progreso, y últimamente ha emprendido
trabajos lexicográficos de suma importancia que poco a poco
han de publicarse.
Este género de problemas que el físico llama “problemas del
equilibrio dinámico o equilibrio en movimiento”, más que
asunto de teoría y doctrina son asunto de instinto, sentido
práctico, tacto y buen gusto.
Aquí sucede lo que con las constituciones democráticas: que
el pueblo soberano siempre tiene derecho a modificarlas o
cambiarlas por otras, pero si lo hace todos los días nunca vivirá
conforme a una política civilizada. G
Publicado por primera vez por la Secretaría de Educación Pública en 1959, y recogido en Obras completas de Alfonso Reyes, XXV. Culto a Mallarmé. El “Polifemo sin lágrimas”. Memorias de cocina y bodega. Resumen de la literatura mexicana
(siglos xvi-xix). Los nuevos caminos de la Lingüística. Nuestra
lengua. Dante y la ciencia de su época, edición de José Luis
Martínez, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp.
451-464 [Letras Mexicanas]. G
12 la Gaceta
número 484, abril 2011
a
a
La lengua como un fenómeno mental*
Ray Jackendoff
¿Qué queremos decir con mental?
El extraordinario primer capítulo de Aspects of the Theory of Syntax (1965),a de Noam Chomsky, determina los objetivos de la
teoría de la lingüística generativa, gran parte de los cuales han
sobrevivido intactos durante más de 35 años. Este capítulo y los
dos siguientes se dedicarán a evaluar y rearticular dichos objetivos, así como a responder algunas de las críticas más comunes
y persistentes que se les han realizado.
Como Aspects, iniciamos con el tema del estatus de la descripción lingüística. Las técnicas estándares de la investigación
lingüística nos conducen a una cierta estructura fija, por ejemplo la figura i.1, para la oración The little star’s beside a big star.b
¿Cómo habrá de entenderse una estructura como ésta? El argumento fundamental de Aspects es que esta estructura es algo
más que una mera descripción útil para los propósitos de los
lingüistas; en realidad, diría Chomsky, está diseñada para ser
“psicológicamente real”, para ser tratada como modelo de algo
que existe en la mente de un hablante del inglés cuando dice o
escucha esta oración. ¿Qué significa esta afirmación?
A menudo la respuesta se plantea en estos términos: la figura
i.1 es un modelo de una representación mental de la oración.
Desafortunadamente, me veo obligado a intervenir y tratar de
alejar a los lectores de esta terminología, que, pienso, ha conducido a innecesarios y prolongados mal entendidos. El problema es que el término representación sugiere que representa
algo, y para que algo represente otra cosa, debe representarla
para alguien. Sin embargo, no queremos decir que la figura i.1
“representa la oración para el usuario de la lengua”; eso indicaría, de alguna manera, que el usuario de la lengua tiene acceso
consciente a toda la estructura de la figura, o podría tenerlo si
hiciera el esfuerzo de introspección necesario. Tampoco queremos decir que la figura representa la oración ante alguna entidad en el inconsciente del usuario de la lengua: eso conjuraría
al notorio homúnculo, la “personita en el cerebro” que (para
utilizar el término de Dennett 1991) está sentada en el “teatro
cartesiano” observando el espectáculo.
Representación pertenece a una familia de términos relaciona-
* Ray Jackendoff, Fundamentos del lenguaje. Mente, significado, gramática y evolución, Traducción de María Sara Bolaño González, fce,
México, 2010.
a Versión en español: Aspectos de la teoría de la sintaxis, trad. y notas
de C. P. Otero, Madrid, Aguilar, 1970.
b La estrella pequeña está al lado de la estrella grande.
número 484, abril 2011
dos entre sí que prevalecen en la ciencia cognoscitiva y que
hacen surgir problemas paralelos. Por ejemplo, es costumbre
hablar de la figura i.1 como parte de una teoría simbólica de la
representación mental o de la función del cerebro; símbolos
escritos tales como el fonema b o la categoría SN (sintagma
nominal) se toman como símbolos modelo en la mente. Ahora
bien, los símbolos escritos ciertamente simbolizan algo, a saber,
las entidades de la mente. Pero ¿es verdad que las entidades de
la mente simbolizan algo? La entidad b en la mente no simboliza
el fonema b, es la entidad mental la que hace del fonema lo que
es. Además, un símbolo es tal en virtud de que existe una persona o una comunidad que lo percibe, de manera que al usar
esta terminología implícitamente nos vemos atraídos por el
problema del homúnculo una vez más.
Incluso el término información, aparentemente inocuo, no lo
es: algo no constituye información a menos que haya algo que
se pueda informar o alguien a quien informar. La escritura sobre el papel y los sonidos lingüísticos transmitidos a través del
aire ciertamente informan a las personas, pero el fonema b y la
categoría SN que están alojados en la mente de las personas
están entre las cosas de las que la escritura y los sonidos informan a éstas.
Como reconocerán algunos lectores, estoy armando todo
este lío para alejarme del espinoso problema filosófico de la intencionalidad: la referencia evidente de los pensamientos y de
otras entidades mentales al mundo exterior. John Searle (1980),
por ejemplo, argumenta en contra de la posibilidad de que, en
términos mentalistas, pudiera tener sentido un análisis como el
de la figura i.1, y ello sobre la base de que el tener una estructura así en nuestra mente jamás explicaría cómo puede referirse
al mundo, cómo podría simbolizar algo. Jerry Fodor (1987,
1998), aun estando profundamente comprometido con la existencia de representaciones mentales, está de acuerdo con Searle
en que resulta fundamental dar cuenta de la intencionalidad;
pero después prácticamente se parte en dos tratando de encontrar una resolución para las paradojas que surgen entonces (si
se me permite resumir su serio y complejo argumento en una
oración). Las preocupaciones filosóficas acerca de la intencionalidad se han dirigido tradicionalmente al significado (la estructura semántico-conceptual en la figura i.1), preocupaciones
que trataremos con cierto detalle en los capítulos ix y x. Sin
embargo, se presentan las mismas dificultades, si bien más sutilmente, en el caso de los “símbolos” de la estructura fonológica y sintáctica.
Así pues, propongo evitar todos estos problemas desde el
principio, remplazando los términos representación, símbolo e inla Gaceta 13
a
a
Estructura fonológica
c
r
r
r
r
n
a nc a
n
e
ð
x
σ
l
Cl
i
D l.
d
s
b
a
n
c
a
t
a r
z
b
Pa
e
Pa
Pa
f
σ
r
r
n
a
n
e
a
σ
x
x
σ
s
a y d
Cl
σ
x
x
x
σ
x
σ
r
r
r
ca n
Pa
g
e
a
σ
x
x
σ
h
Estructura silábica
a
n
c
a
n
c
b
i
g s
t
a
r
Cl
Pa
Estructura prosódica
i
Pa
Estructura segmental
Morfofonología
Pa
j
Pa
Estructura sintáctica
a
O1
SN2
Det3
SV
SA
c
V
f
b
SP8
N
3 sing
cont
A
d 4 e
5
V6
Fl
P
SN10
g 9
pres7
3 sing
h
Det11
SA
N
3 sing
cont
A
13
i 12 j
Estructura semántico/conceptual
PRES7
Situación
BE6
Estado
[TIPO:STAR]5
DEF3
[PropLITTLE]4
Objeto
[TIPO:STAR]13
INDEF11
[PropBIG]12
BESIDE9
,
2
Lugar
Objeto
10
8
1
Estructura espacial
2
10
8
Figura I.1. Estructura de The little star’s beside a big star
formación, que tienen una fuerte carga de intencionalidad, por
términos apropiadamente neutros. Me referiré entonces a la
figura i.1 como un modelo de una “estructura cognitiva”, y a
componentes tales como b y SN los denominaré “entidades cognitivas” o “elementos estructurales”. En vez de hablar de “codificar información” utilizaré el viejo término estructuralista de
“hacer distinciones”. Nótese, claro está, que un elemento estructural puede por sí mismo constituir una estructura: por
ejemplo, b está compuesto por rasgos distintivos.
El constructo que hemos revisado de la figura i.1 es, por
tanto, el modelo de una estructura cognitiva en la mente del
hablante. Pero persiste el problema del término mente. Tradicionalmente se considera a la mente como la sede de la conciencia y la voluntad; el “problema mente-cuerpo” se refiere a
las relaciones de la conciencia y la voluntad con el mundo físico, y, al menos a partir de Freud, también nos hemos acostumbrado a hablar de la “mente inconsciente”. En términos comunes y corrientes y, de acuerdo con Freud, se considera que el
14 la Gaceta
inconsciente es exactamente como el consciente, excepto que
no nos percatamos de él; de ahí que se considere que está lleno
de pensamientos, imágenes y cosas, las cuales, al menos en
principio, están disponibles para la introspección consciente.
A menudo se considera que esta noción del inconsciente es
lo más lejos que se puede llegar al describir un fenómeno como
“mental”. A partir de ahí todo es “cuerpo”, cerebro, para ser
más específico. No queda entonces lugar en la mente para estructuras complejas como la de la figura i.1, que van mucho
más allá de todo lo que pudiera estar a disposición de la introspección. Sólo hay lugar para las neuronas que envían señales y,
así, activan o inhiben a otras neuronas a través de las conexiones sinápticas. Ésta es precisamente la propuesta que quiere
hacer Searle y a la que Fodor se resiste. Para que podamos resistirla con éxito necesitamos abrir un nuevo dominio de descripción, algo entre el inconsciente freudiano y el cuerpo.
Siguiendo en esencia el uso de Chomsky, en la ciencia cognitiva moderna el término mente (y más recientemente mente/
número 484, abril 2011
a
cerebro) ha venido a denotar este dominio intermedio de descripción, que puede caracterizarse como la organización funcional y la actividad funcional del cerebro, de las cuales una
pequeña parte emerge en el consciente y la mayor parte no lo
hace. Desafortunadamente, este uso provoca confusión en el
sentido cotidiano del término: “No tiene sentido decir que se
tiene un SN en mente cuando se pronuncia la oración The little
star is…” Por supuesto que no, y para evitar tales malentendidos introduciré el término técnico de moda: mente-f (mente
funcional), en este sentido, para hacer clara su distinción del uso
común.1
La manera usual de entender la organización y la actividad
“funcional” (algunas personas la llaman “subsimbólica”) es en
términos de la distinción entre hardware y software en la computadora: se considera que el cerebro sería el hardware y la
mente el software. Cuando hablamos de una computadora específica que opera, digamos, Word 97, y señalamos que almacena
ciertas estructuras de datos que le permiten ejecutar ese programa, estamos hablando en términos funcionales, en términos
de la organización lógica de la tarea que está realizando la computadora. En términos físicos (hardware) esta organización funcional toma cuerpo en un conjunto de componentes electrónicos dentro de chips, discos y demás, que interactúan a través de
impulsos eléctricos. Del mismo modo, si hablamos de que la
mente/cerebro determina el contorno visual o analiza sintácticamente una expresión lingüística, estamos hablando en términos funcionales; esta organización funcional, a su vez, toma
cuerpo en un conjunto de neuronas que interactúan eléctrica y
químicamente. Existe, obviamente, gran discusión acerca de
qué tan seriamente se puede tomar la analogía computacional
(por ejemplo Searle 1980, una vez más), pero dentro de ciertos
límites se ha comprobado que es heurísticamente sólida para
entender los procesos cerebrales.
No obstante, existen límites a esta analogía. Primero, nadie
escribe los “programas” que operan en nuestra mente; éstos
deben desarrollarse internamente, y a esto lo llamamos aprendizaje y desarrollo, un tema al que volveremos en el capítulo iv.
En segundo lugar, resulta ya claro que, a diferencia de una
computadora estándar, el cerebro (y por tanto la mente-f) no
posee un “procesador ejecutivo central” que controle todas sus
actividades. Más bien contiene un gran número de sistemas especializados que interactúan en forma paralela para crear nuestra comprensión del mundo y controlar nuestras metas y acciones en él. Se ha descubierto que aun lo que parece ser un
subsistema unificado, como lo es la visión, está subdividido en
muchos sistemas que interactúan para detectar el movimiento,
la profundidad, coordinar movimientos de acercamiento, reconocer fisonomías y así sucesivamente.
1 Al revisar la terminología uno se encuentra con varias opciones,
ninguna de ellas ideal. Se puede insistir en usar mente, en cuyo caso
los lectores (especialmente aquellos que toman el libro a la mitad),
probablemente entenderán el término en su sentido más cotidiano. O
bien se puede crear un término totalmente nuevo y opaco: cognitor, que
deja a todos fríos. Al optar por el término medio, he decidido adoptar
el vocablo tradicional, pero con un diacrítico que marca su uso técnico especial. Me disculpo de antemano por su rareza.
También quisiera dejar en claro que este sentido de funcional no
tiene relación con el enfoque de la teoría lingüística llamado funcionalismo, que busca derivar las propiedades gramaticales de las exigencias
de la comunicación (véase sección ii.5).
número 484, abril 2011
En tercer lugar, el carácter del software y “las estructuras de
datos” que constituyen la mente-f están mucho más ligados a la
naturaleza del hardware que en el caso de una computadora estándar. Una de las perspectivas iniciales sobre el estudio de la
mente-f se tomó de la experiencia con las computadoras, en
donde el mismo programa podía ser operado en máquinas físicamente muy diversas: la organización funcional de la mente se
trataba como una función matemática, relativamente independiente de su concreción física en el cerebro (véase, por ejemplo,
Arbib 1964, Pylyshyn 1984). Ahora resulta más claro que el
software está en exquisita sintonía con lo que puede hacer el
hardware (en una forma en la que, por ejemplo, Word 97 no
está en especial sintonía con el procesador de Pentium).
En consecuencia, ahora se cree que los descubrimientos sobre las propiedades del cerebro tienen una influencia más directa sobre las propiedades funcionales de lo que antes se pensaba,
lo cual constituye un desarrollo afortunado. Sin embargo,
como subraya Marr (1982) elocuentemente, la conexión es una
senda de dos sentidos: si se puede demostrar que los humanos
deben, efectivamente, computar una función equis para actuar
como lo hacen en la realización de algunas tareas, entonces es
necesario descubrir cómo podría computar tal función el circuito neuronal del cerebro.2
Aun comprendiendo la relación entre la organización funcional y la concreción abstracta neuronal, ha existido un ataque
contra la utilidad de la teoría de la organización funcional, el
cual no procede en esta ocasión de los filósofos sino de ciertas
comunidades del área de la neurociencia y de la creación de
modelos computacionales (por ejemplo, Rumelhart y McClelland 1986a, Churchland y Sejnowski 1992, Edelman 1992).
De acuerdo con esta escuela de pensamiento, la realidad científica se alberga en las neuronas y sólo en ellas, de manera que,
de nuevo, no tiene sentido desarrollar modelos como el de la
figura i.1.
Puedo entender el impulso que está detrás de esta postura
reduccionista. En las últimas dos décadas ha habido una eclosión de técnicas fascinantes e innovadoras para comprender el
sistema nervioso, por ejemplo, el registro de la actividad de las
neuronas individuales y de todo el cerebro, la creación de modelos computacionales de procesos perceptivos y cognitivos, y la
explicación de procesos del sistema nervioso en términos de la
actividad bioquímica. Estas investigaciones profundizan significativamente nuestra comprensión del hardware, una empresa
con la que simpatizo totalmente. Además, algunos aspectos de
la “computación mental” en el sentido funcional son bastante
curiosos desde el punto de vista de la computación algorítmica
estándar, pero quedan fuera, de modo más bien natural, de los
modelos de la red neuronal (véase el capítulo vi). De manera
que existen buenas razones para renunciar al manejo de la mente-f como una variedad de la máquina de Turing en serie y digital, al “estilo tradicional de la inteligencia artificial”, que funcionalmente es muy distinta del cerebro.
Por otra parte, los investigadores que trabajan en el marco
de la perspectiva reduccionista, a menudo la invocan para restar
legitimidad al trabajo exquisitamente detallado que se realiza
a
2 Debo subrayar que decidir exactamente qué función ejecuta
la gente (o los animales) es un tema de investigación experimental
profundo. Una investigación de ese tipo suele mostrar que la mente-f
recurre a “trucos baratos” más que a la solución matemáticamente
más sólida.
la Gaceta 15
a
desde la posición funcional, trabajo en el que se incluye el que
lleva a la figura i.1. Sin embargo, no se ha ofrecido gran cosa
para remplazarla. Por el momento, lo único que tenemos son
datos bastante elementales sobre la localización y la sincronización de la actividad cerebral a través de la representación y el
estudio de daños cerebrales, a lo que se añaden los registros de
neuronas individuales y de pequeños conjuntos de las mismas.
Con pocas excepciones (especialmente en la visión de bajo nivel, por ejemplo, Hubel y Wiesel 1968), dista mucho de comprenderse cabalmente lo que hace cada área del cerebro, cómo
lo hace, y qué “estructuras de datos” procesa y almacena. En
particular, ninguna de las nuevas técnicas ha logrado, ni lejana-
16 la Gaceta
a
mente, revelar cómo una estructura cognitiva tan sencilla como
un solo sonido del habla se explica en términos de una encarnación física en las neuronas.
En consecuencia, el trabajo básico que desarrollan los lingüistas acerca de, digamos, los marcadores de caso en el islandés, el acento en el árabe marroquí y la reduplicación en el tagalo, no tiene lugar dentro de esta tradición, por lo menos en el
futuro predecible. ¿Deberían congelar los lingüistas estos estudios hasta que la neurociencia se ponga al día? Yo propongo
que vale la pena considerar una posición alternativa, que permita aprovechar las perspectivas de ambos enfoques. G
número 484, abril 2011
a
a
Remedios, medicamentos y pociones*
Thomas Sandoz
Diluir el veneno
Tomar la pastilla
La medicina ortodoxa nunca se ha recuperado de la mala pasada
que le jugó la homeopatía al calificarla de “alópata”. Ha pasado
dos siglos tratando de hacer comprender que este tratamiento
es fundamentalmente injusto. Sin embargo, es fuerza aceptar
que la invención de la alopatía, por “medicina de los contrarios”, carece de razón. Más bien es raro que una facción herética
logre imponer su vocabulario al sistema dominante. En 1816,
mucho después de la invención del término Schulmedizin (medicina de escuela), propuesto por el homeópata Franz Fischer
para burlarse de la ortodoxia, surge la palabra “alopatía” como
la primera que permite caracterizar al conjunto de terapias disponibles. La idea de la alopatía, aunque desautorizada con severidad por quienes consideran denigrante su uso, es adoptada
con prontitud por todos aquellos que toman parte, desde el
principio del siglo xix, en las disputas médicas [40]. Para entender la fuerza del término “alopático”, hay que remontarse a los
orígenes de la medicina europea no ortodoxa más duradera, la
homeopatía, para recorrer los siglos con pompa.
La homeopatía —definida generalmente como un método
que consiste en atender las enfermedades por medio de remedios en forma de soluciones diluidas, susceptibles de producir
en el individuo sano síntomas parecidos a los de la enfermedad
que se combate— es obra de un solo hombre, Christian Friedrich Samuel Hahnemann (1755-1843). Nacido en Meissen
(Saxe), Hahnemann salió de su condición y con ayuda de preceptores diligentes se convirtió en un erudito verdaderamente
poseedor de una cultura vasta que incluía tanto los idiomas (italiano, inglés, griego, hebreo, etc.) como las ciencias (química,
mineralogía y astronomía, entre otras). Atraído por la medicina, presenta en 1779 una tesis de doctorado en forma previa a
su ejercicio en consultorio.
No obstante, un sentimiento de impotencia pronto invade al
joven médico. Sufre tanto por no poder ayudar de verdad a sus
pacientes, que se aparta de la práctica médica y se vuelve traductor especializado. Entre 1777 y 1806 traduce miles de páginas,
principalmente de obras médicas del inglés, italiano y francés,
en las que agrega aquí y allá sus propios comentarios y correc-
* Thomas Sandoz, Historias paralelas de la medidicna, Traducción de Javier Enríquez Brito, fce, México, 2010.
número 484, abril 2011
ciones. Hahnemann también publica sus propios estudios, todos basados en la esperanza de eliminar las incoherencias de la
medicina heroica de su época. Igual que otros, se manifiesta en
contra de los actos agresivos —sangrías, dietas o medicamentos
tóxicos— que traicionan el arte de curar. Charlatanes y falsos
sabios son objeto de su desprecio inacabable.
Cuestionado por una observación de William Cullen (17121790), que encontró al traducir A Treatise on Materia Medica
[Tratado de materias médicas], y a la vez seducido por la “ley de
los similares” atribuida a la medicina hipocrática, simila similibus curantur, Hahnemann concibió al inicio de la década de
1790 lo que llegaría a ser el principio de la similitud, que es la
afirmación de que existe un paralelo entre una sintomatología
clínica y otra observada experimentalmente en sujetos sanos.
Seguro de que no se puede conocer lo que no es posible observar, Hahnemann, fiel a las ideas de François Boissier de Sauvages (1706-1767), se embarca en una serie de ensayos empíricos
y toma él mismo diversas preparaciones.
En 1776, año en que ocurrió la primera vacunación por parte de Edward Jenner, Hahnemann expone las primicias de una
terapia nueva opuesta en todo a lo que él llama “alopatía”. Su
propuesta hace mención de numerosas fuentes, en particular
las teorías de Hermann Boerhaave (1668-1738), Albrecht von
Haller (17071777), Robert Whytt (1714-1766) y John Hunter
(1728-1793). Pero Hahnemann, igual que sus contemporáneos, está preocupado por la cuestión de la higiene popular.
Por último, fiel al espíritu clásico, Hahnemann hace referencia
abrumadora a la ley vis naturae medicatrix.
Ésta no es más que la primera etapa de la fundación de la
terapia de las soluciones muy diluidas. Hahnemann, quien se
presenta como un experimentador empírico, se involucra en la
constitución de una nueva Matière médicale [Materia médica].
Para ello, efectúa el inventario de las propiedades de drogas o
preparaciones experimentadas al amparo del principio de similitud. Este inmenso trabajo dio origen en 1805 a un primer
recuento de 27 remedios, Fragmenta de viribus medicamentorum
[Apuntes sobre los medicamentos virales]. Poco después, en
Heilkunde der Erfahrung [La medicina de la experiencia] sintetiza el estado de la doctrina naciente con la afirmación de que
no se debe administrar más que un solo medicamento a la vez.
En rechazo a la patología usual, Hahnemann afirma una equivalencia entre la enfermedad y los “síntomas químicos” que
justifican la prescripción individualizada y única. En otras palabras, la enfermedad “es” su propio mal.
En 1810 aparece el Organon, una de las principales obras de
Hahnemann. Si la homeopatía hoy ha sido reducida, por error,
la Gaceta 17
a
a
a sus pastillas emblemáticas de excipientes que contienen remedios, su campo original era mucho más vasto, como se aprecia en esta obra en la que Hahnemann analiza masajes, magnetismo animal, hidroterapia o incluso electroterapia. También
estudia, como en sus trabajos anteriores, la cuestión de las propiedades de las casas, camas, ropa y se hace promotor de cierta
higiene mental y sexual.
Hahnemann no está más que al comienzo de sus penas. La
comunidad médica recibe con mucho escepticismo sus concepciones. Las dificultades con las autoridades locales y la necesidad de conseguir nuevos clientes lo obligan a mudarse nada
menos que quince veces entre 1792 y 1804. Falta que Hahnemann consiga algunos discípulos con quienes trabajar para el
enriquecimiento del repertorio homeoterapéutico. La ortodoxia, que se burla desde hace mucho tiempo de Hahnemann,
encuentra en estas investigaciones algo de lo cual mofarse, mucho más que de su doctrina. Hay, en efecto, decenas de síntomas, inevitablemente contradictorios, reportados por los “expertos” a quienes ha pedido que informen tanto de las sensaciones físicas como psíquicas posteriores a la ingestión de las
18 la Gaceta
“drogas”. La importancia de los hechos sugestivos es el argumento principal sostenido con objeto de despertar el interés en
sus “cartas de identidad” llamadas patogénesis. Como ilustración, la experimentación en 1888 de sacarum lactis (azúcar de la
leche) administrada en soluciones muy diluidas (30 CH o más)
a 11 personas permitió reunir 785 síntomas diferentes…
Diluido y aprobado
El establecimiento de la sintomatología homeoterapéutica no
carece de riesgos. Hay intoxicaciones menores asociadas a distintos remedios “degustados” —sales de mercurio, arsénico y
otros venenos—. Hahnemann se ve obligado a imaginar una
solución para evitar que todo fracase. En 1816, 15 años después
del planteamiento de la ley de la similitud, anuncia, en el segundo volumen de Matière médicale pure [Materia médica pura],
el principio de las diluciones sucesivas. Hahnemann hace la
conjetura de que los remedios pueden diluirse mucho en un
excipiente sin perder su poder curativo.
En vista de la importancia teórica y práctica de la dilución,
número 484, abril 2011
a
Hahnemann codifica con mucho cuidado la elaboración de remedios homeopáticos, que se basa en la dilución progresiva y
sistemática de las sustancias contenidas. En un frasco se mezcla
una unidad de la sustancia por administrar (la tintura madre) en
99 unidades de alcohol o de un solvente neutro. Una unidad de
esta nueva preparación, llamada 1 CH (por el primer centésimo de Hahnemann), a su vez es diluida en otro frasco con 99
unidades de excipiente, lo que arroja el segundo centésimo de
Hahnemann, o 2 CH. Y así sucesivamente hasta que sea necesario, en el entendido de que según la homeoterapéutica vulgar,
entre más se diluye un medicamento más activo resulta.
Aparecieron otros procedimientos de fabricación, por lo común con el mismo modo de operación (dinamización según
Jenichen, Lock o Swan). Pocos pasaron la prueba del tiempo
ante las críticas de sus correligionarios. La excepción fue el sistema establecido por el conde Simeón N. Korsakov (17881853). Contemporáneo de Hahnemann, Korsakov, general
ruso y político de alto rango, estudió la homeopatía a una edad
muy avanzada, sobre todo para curar a los campesinos de su
pueblo. Sin duda por razones prácticas, a partir de 1832 simplificó el procedimiento de fabricar las soluciones que utilizaba en
una forma única. Prácticamente, una gota de tintura se mezclaba con 99 gotas de alcohol. La mezcla se dinamizaba a fin de
obtener una solución llamada 1 K (para denotar la dilución de
Korsakov). Después, se vaciaba el frasco, pero sobre sus paredes quedaba un residuo evaluado como uno por ciento del remedio 1 K. Entonces se agregaban 99 unidades de alcohol y
todo se dinamizaba de nuevo, y así sucesivamente.
Entre más afina la homeopatía sus alcances y sus herramientas, más se desencadenan las pasiones. Las cuestiones farmacológicas de la nueva doctrina obligan a los médicos a tomar posición. La calidad del medicamento no es el único punto de
controversia, aunque concentrará lo esencial de la crítica en el
curso de los dos siglos siguientes. Hahnemann, seguro, sabe
que lo que falta aún a su sistema es una explicación coherente
de su acción terapéutica. Como defensor encarnizado de una
medicina experimental rigurosa, Hahnemann se vuelca tanto a
las teorías vitalistas de moda como a los trabajos del animista
Georg Stahl (1660-1734). Al rechazar el materialismo médico,
Hahnemann defiende la existencia de una energía inmaterial
(dynamis) en la que los “movimientos” bastan para explicar el
origen de las enfermedades, los detalles de la curación y la potencia íntima de los medicamentos.
Dulces fiebres
La pandemia de cólera asiática de 1832 contribuye mucho al
reconocimiento de las medicinas no ortodoxas en todo el mundo, y en particular de la doctrina de Hahnemann. Los médicos
ortodoxos toman conciencia de su impotencia. Aun cuando falte la explicación científica, algunos se dan cuenta de que las
flebotomías (incisiones en las venas) son la cuna de la epidemia,
y que los tratamientos ordinarios fracasan con demasiada frecuencia. Más aún: las purgas y las sangrías, que deshidratan a
los enfermos ya debilitados, acentúan los efectos mórbidos de
la infección.
En este contexto, la influencia de la homeopatía sobre la ortodoxia se manifiesta con franqueza. Obliga a repensar los riesgos de la posología masiva, a considerar las consecuencias dramáticas de las prescripciones del cloral o del calomel, o a adminúmero 484, abril 2011
tir los límites de la quinina. Además, el éxito de la homeopatía
lleva a la ortodoxia a mejorar la formación de los médicos, a
pensar en establecer un código de ética y a preocuparse por
instruir al gran público que cada vez es más crítico.
Aunque vituperada, la doctrina homeoterapéutica tiene un
desarrollo constante. Se crean revistas para difundir su mensaje
y se multiplican las asociaciones de proselitistas. El conjunto de
hospitales ofrece un tratamiento con tintes de homeoterapéutica. Antiguos pacientes, con frecuencia afortunados y entusiastas, se fijan como misión difundir la doctrina por el mundo.
Debido a la oposición (y tal vez por ella) y la cólera que suscitan sin excepción las publicaciones de Hahnemann y sus discípulos, la homeopatía se da a conocer con rapidez lejos de su tierra
natal, y conserva su etiqueta de medicina alemana. En efecto,
está marcada por la cultura de su creador y los primeros extranjeros que perciben en la homeopatía un medio revolucionario de
tratar las enfermedades quedan imbuidos del “espíritu alemán”.
En pocos años la homeopatía se da a conocer en 20 países de
Europa, de América y del subcontinente indio. Con resultados
dispares, la homeopatía emprende la conquista del mundo. En
las naciones latinas es decisiva la influencia de Benoît Jules
Mure (1808-1859). Curado en Francia, Mure se vuelve un partidario ferviente del método. Emprende una verdadera cruzada
que lo lleva, después de fundar un dispensario homeopático en
París, a numerosos países. Beneficiario de importantes finanzas, a partir de 1835 desarrolla con ardor la homeopatía en Sicilia, igual que lo hace más tarde en América del Sur. Mure
lleva más allá a la homeopatía, hacia el proyecto ambicioso que
es la fundación de una colonia según las teorías socialistas utopistas de Charles Fourier. Incansable, forma los epígonos y
conduce experiencias con plantas exóticas.
Sin embargo, Hahnemann se encuentra insatisfecho. Se enfrenta a tres problemas cruciales que surgen de las soluciones
no diluidas. En primer lugar, constata que con frecuencia las
enfermedades se agravan a pesar de la administración del remedio homeopático. En segundo lugar, observa que aparecen enfermedades secundarias, o agregadas. En tercer lugar, está claro
que las enfermedades crónicas resisten a su enfoque. El maestro agrega entonces a la doctrina una división de las enfermedades asociadas a un conjunto de patologías, en tres tipos etiológicos —la psicosis, la soriasis y el resplandor— consideradas
como los pendientes de las enfermedades infecciosas. Esta concepción queda consignada en los cuatro tomos de su obra Chronische Krankheiten (Tratado de las enfermedades crónicas), publicadas en 1828.
Otra vez, es en el seno mismo de la comunidad que surgen
las resistencias más vivas. Numerosos adeptos rechazan con vigor esta explicación demasiado reduccionista que se desinteresa por los factores patógenos y sólo atiende en exclusiva a la
noción del terreno. En poco tiempo la empresa se dirige al fracaso. En lo sucesivo, por todo el mundo se enfrentan los seguidores de Hahnemann o “antipatologistas” con los practicantes
más liberales, dispuestos a confrontar sus puntos de vista de la
terapéutica de las diluciones elevadas con aquellos de la medicina ortodoxa. Sin renunciar a las ideas generales de la medicina alemana, también llamadas “globalistas” o “pluralistas”, aspiran a liberarse de la regla doctrinaria del medicamento único.
Ya sea por efecto de su edad o como reacción al menosprecio
constante de que ha sido objeto durante muchos decenios,
Hahnemann se encierra más en sí mismo. Condena su propio
la Gaceta 19
a
a
a
sistema al inmovilismo y rechaza sistemáticamente a los alumnos que expresan sus dudas.
Hahnemann muere en 1843 a la edad de 88 años. Desde
hacía algún tiempo vivía en París con su segunda esposa, una
paciente llamada Marie Mélanie d’Hervilly-Gohier (18001880), pintora y poetisa de 45 años y ayudante suya, quien se
benefició de cierta gloria y de los placeres de una vida burguesa
y la presencia en los altos centros culturales. Con la desaparición de su fundador, la historia de la homeopatía se hace más
fluctuante todavía. Rápidamente tienen lugar cismas y reversiones de tendencias que debilitan su imagen exterior. Al estar
20 la Gaceta
distribuida en forma desigual en la geografía, el movimiento no
resiste el fenómeno de la división. A mediados del siglo xix reina el desorden. Muchos practicantes adoptan —en la medida
en que es posible— la teoría de la medicina científica o inventan una nomenclatura particular. Por ejemplo, Edward von
Grauvogl (1811-1877), de Núremberg, remplaza las tres divisiones de Hahnemann por tres “constituciones”. No es más
que el primero de una larga lista de quienes quieren ejercer libremente la herencia del maestro (Antoine Nebel, Henry Duprat, Conrad Wessel hoeft , Pablo Paschero, Sánchez Ortega,
Pierre Vannier). G
número 484, abril 2011
a
a
Fuera y dentro de la caja
de herramientas de la socialidad*
Zygmunt Bauman
Homo sexualis: huérfanos y desconsolados
Tal y como lo afirmara Lévi-Strauss, el encuentro entre los
sexos es el terreno en el que naturaleza y cultura se enfrentaron
por primera vez. Asimismo, es punto de partida y origen de
toda cultura. El sexo fue el primer componente de los atributos
naturales del homo sapiens sobre el que se grabaron distinciones
artificiales, convencionales y arbitrarias: la industria de base de
toda cultura, en especial el primer acto de cultura, la prohibición del incesto, que divide a las hembras en elegibles y no
elegibles para la cohabitación sexual.
Es evidente que esta función del sexo no fue accidental. De
todos los impulsos, inclinaciones y tendencias “naturales” del
ser humano, el deseo sexual fue y sigue siendo el más irrefutable, obvia y unívocamente social. Se dirige hacia otro ser humano, exige la presencia de otro ser humano, y hace denodados
esfuerzos para transformar esa presencia en una unión. Añora
la unidad y hace de todo ser humano alguien incompleto y deficiente a menos que se una a otro, por más realizado y autosuficiente que sea en otros aspectos.
La cultura nació de ese encuentro entre los sexos. En él, la
cultura ejerció por primera vez su capacidad creativa de diferenciación. Desde entonces, la íntima cooperación de naturaleza y
cultura en todo lo que se refiere a lo sexual no ha cesado, y menos aún ha sido abandonada. A partir de entonces, el ars erotica,
una creación eminentemente cultural, ha guiado el impulso
sexual hacia su satisfacción: la unión de los seres humanos.
A excepción de algunos casos aislados, dice el eminente
sexólogo alemán Volkmar Sigusch, nuestra cultura “no ha
producido ningún ars erotica, sino una scientia sexualis”.1
Es como si Anteros, hermano de Eros y “genio vengativo del
amor rechazado”, hubiese destronado a su hermano y tomado
el control del reino del sexo. “Actualmente, la sexualidad ya no
es el epítome del posible placer y la felicidad. Ya no está mistificada positivamente en tanto éxtasis o transgresión, sino negativamente, en tanto fuente de opresión, desigualdad, violencia,
abuso e infección letal.”
Anteros tenía fama de ser un hombre muy apasionado, lascivo, irritable e irascible, pero una vez que se convirtió en señor
* Zygmunt Bauman, Amor líquido. Hacerca de la fragilidad de los
vínculos humanos, Traducción de Mirta Rosenberg, Jaime Arrambide,
fce, México, 2011.
1 Volkmar Sigusch, “The neosexual revolution”, en Archives of
Sexual Behaviour, 4, 1989, pp. 332-359.
número 484, abril 2011
indiscutible del reino seguramente proscribió las pasiones entre sus súbditos y proclamó que el sexo debía ser racional, fríamente calculado, a prueba de riesgos, obediente a las reglas y,
por sobre todas las cosas, debía ser un acto despojado de todo
misterio y encanto. “La mirada del científico —dice Sigusch—,
siempre ha sido fría y desapegada: no debe haber secretos.” ¿El
resultado? “Hoy todos están informados, y nadie tiene ni la
menor idea.”
Pero ni la autoridad de Anteros ni la de su mano derecha, la
scientia sexualis, se ven melladas como consecuencia de esta postura fría y esta mirada desapegada, ni tampoco se angostan las
filas de sus devotos, agradecidos y expectantes seguidores. La
demanda de servicios (de servicios nuevos y mejorados, que
son, sin embargo, “más de lo mismo”) tiende a aumentar y no a
disminuir, en tanto y en cuanto estos servicios demuestran una
y otra vez ser incapaces de cumplir lo que prometen. “No obstante, la ciencia sexual sigue existiendo, ya que la miseria sexual
se niega a desaparecer.”
La scientia sexualis prometía liberar a los homini sexuali de su
miseria, y sigue prometiéndolo, y se sigue creyendo y confiando en sus promesas por la simple razón de que una vez separados de toda otra modalidad humana y abandonados a su propia
suerte, los homini sexuali se han convertido en “objetos naturales” del escrutinio científico: sólo se sienten como en casa en el
laboratorio y frente al bisturí del terapeuta, y sólo son visibles
para ellos mismos y para los demás bajo la luz de proyectores
operados por científicos. Salvo estas excepciones, los huérfanos
y desconsolados homo sexualis ya no tienen a quién recurrir en
busca de consejo, auxilio o ayuda.
Huérfanos de Eros.
Eros, podemos estar seguros, no ha muerto. Pero, desterrado del reino que le corresponde por herencia, ha sido condenado —como lo fuera una vez Ahaspher, el Judío Errante— a
merodear y deambular, a vagabundear por las calles en una búsqueda interminable, y por lo tanto vana, de refugio y cobijo.
Ahora Eros puede ser hallado en cualquier parte, pero en ninguna se quedará por mucho tiempo. No tiene domicilio permanente: si quieren dar con él, escriban a poste restante y no pierdan la esperanza.
Desconsolados por el futuro.
Por lo tanto, sin el consuelo de la previsibilidad y el compromiso, que son propiedad legítima y monopólica del futuro.
Abandonados por el espectro de la paternidad y la maternidad,
mensajeros de lo eterno y el Más Allá que solían sobrevolar los
la Gaceta 21
a
a
encuentros sexuales, confiriendo a toda unión carnal algo de su
mística sobrenatural y de esa sublime combinación de fe y
aprensión, goce y temor, que eran su sello distintivo.
En la actualidad, la medicina compite con el sexo por el
dominio de la “reproducción”.
Los hombres de la medicina compiten con los homini sexuali
por el rol de auctores principales del drama. El resultado de esa
contienda está cantado: no sólo gracias a lo que la medicina puede hacer, sino gracias a lo que los alumnos y discípulos de la
escuela de mercado de la sociedad de consumo esperan y desean
que la medicina haga. La cautivante perspectiva que nos aguarda a la vuelta de la esquina es la posibilidad (citando a Sigusch
nuevamente) de “elegir un hijo de un catálogo de atractivos donantes, tal y como los consumidores contemporáneos están
acostumbrados a comprar a través de tiendas de ventas por correo o revistas de modas”, y de adquirir ese hijo a elección en el
momento que uno decida. Desdeñar la posibilidad de dar la
22 la Gaceta
vuelta a esa esquina iría en contra de la naturaleza de un consumidor experto.
Hubo épocas (de hogares/talleres, de granjas familiares)
en las que los niños eran productores.
En esas épocas, la división del trabajo y la distribución de los
roles familiares se superponían. El niño debía unirse al oikos
familiar, hacer un aporte a la fuerza de trabajo del taller o la
granja. Y por lo tanto, en esas épocas en las que la riqueza era
resultado del trabajo, la llegada de un hijo traía la esperanza de
mejorar el bienestar familiar. Quizás los niños fuesen tratados
con dureza y severidad, pero también el resto de los trabajadores recibía el mismo trato. No se esperaba que el trabajo brindara satisfacción y placer al trabajador: la idea de “satisfacción
laboral” todavía no había sido inventada. Y por lo tanto los hijos eran, a los ojos de todos, una excelente inversión, y bienvenidos como tal. Cuantos más, mejor. Más aún, la razón aconsejaba cubrirse de los riesgos, ya que la esperanza de vida era
corta y era imposible prever si el recién nacido viviría lo sufinúmero 484, abril 2011
a
ciente para que su aporte al ingreso familiar llegara a sentirse.
Para los autores de la Biblia, la promesa que Dios le hiciera a
Abraham —“multiplicaré tu descendencia como las estrellas
del firmamento y como las arenas del mar”— era indudablemente una bendición, mientras que muchos de nuestros
contemporáneos la tomarían más bien como una amenaza o
una maldición, por no decir ambas.
Hubo épocas (cuando la fortuna familiar pasaba de generación en generación a lo largo del árbol genealógico y de acuerdo con los parámetros hereditarios de la sociedad) en que los
hijos constituían un puente entre la mortalidad y la inmortalidad, entre la vida individual, abominablemente corta, y una
(anhelada) duración infinita a través del linaje. Morir sin hijos
implicaba no construir ese puente jamás. La muerte de un
hombre sin hijos (aunque no necesariamente la de una mujer
sin hijos, a menos que se tratara de una reina o algo similar)
implicaba la muerte de un linaje: haber descuidado la mayor de
las responsabilidades, dejar incumplida la tarea más imperiosa.
Con la nueva fragilidad de las estructuras familiares, con
familias con esperanza de vida mucho más corta que la expectativa de vida individual de cualquiera de sus integrantes, cuando
la pertenencia a un linaje familiar particular se convierte rápidamente en uno de los “indefinibles” de nuestra moderna era líquida, y la filiación a alguna de las muchas redes de linajes disponibles se transforma para cada vez más personas en una cuestión de elección de tipo revocable y hasta nuevo aviso, un hijo
puede aun ser un “puente” hacia algo más perdurable. Pero esa
otra orilla hacia la cual conduce el puente está cubierta de una
bruma que nadie tiene la esperanza de disipar, y por lo tanto es
improbable que despierte grandes emociones, y menos probable aún que llegue a inspirar un deseo que mueva a la acción. Si
una súbita ráfaga de viento disipara esa bruma, nadie sabe bien
qué clase de costa dejaría al descubierto, tal vez no sea un terreno suficientemente firme como para sostener un hogar permanente. Puentes que no conducen a ninguna parte, o a ninguna
parte en particular… ¿Quién los quiere? ¿Para qué? ¿Quién
desperdiciaría tiempo y dinero en diseñarlos y construirlos?
En nuestra época, los hijos son, ante todo y fundamentalmente, un objeto de consumo emocional.
Los objetos de consumo sirven para satisfacer una necesidad, un deseo o las ganas del consumidor. Los hijos también.
Los hijos son deseados por las alegrías del placer paternal que
se espera que brinden, un tipo de alegría que ningún otro objeto de consumo, por ingenioso y sofisticado que sea, puede ofrecer. Para desconsuelo de los practicantes del consumo, el mercado de bienes y servicios no es capaz de ofrecer sustitutos válidos, si bien ese desconsuelo se ve al menos compensado por la
incesante expansión que el mundo del comercio gana con la
producción y mantenimiento de los hijos en sí.
Cuandço se trata de objetos de consumo, la satisfacción
esperada tiende a ser medida en función del costo: se busca la relación “costo-beneficio”.
Los hijos son una de las compras más onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su
vida. En términos puramente monetarios, los hijos cuestan más
que un lujoso automóvil último modelo, un crucero alrededor
del mundo e, incluso, más que una mansión de la que uno pueda jactarse. Lo que es peor, el costo total probablemente aunúmero 484, abril 2011
mente a lo largo de los años y su alcance no puede ser fijado de
antemano ni estimado con el menor grado de certeza. En un
mundo que ya no es capaz de ofrecer caminos profesionales
confiables ni empleos fijos, con gente que salta de un proyecto
a otro y se gana la vida a medida que va cambiando, firmar una
hipoteca con cuotas de valor desconocido y a perpetuidad implica exponerse a un nivel de riesgo atípicamente elevado y a
una prolífica fuente de miedos y ansiedades. Uno tiende a pensarlo dos veces antes de firmar, y cuanto más se piensa, más
evidentes se hacen los riegos que implica, y no hay deliberación
interna ni indagación espiritual que logre disipar esa sombra de
duda que está condenada a contaminar cualquier alegría futura.
Por otra parte, en nuestros tiempos, tener hijos es una decisión,
y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación. Tener o no tener hijos es probablemente la decisión con
más consecuencias y de mayor alcance que pueda existir, y por
lo tanto es la decisión más estresante y generadora de tensiones
a la que uno pueda enfrentarse en el transcurso de su vida.
Es más, no todos los costos son económicos, y aquellos que
no lo son directamente no pueden ser evaluados o calculados
en absoluto. Ponen en jaque todas las capacidades e inclinaciones de esta especie de operadores racionales que estamos entrenados para ser y nos esforzamos por ser. “Armar una familia” es
como arrojarse de cabeza en aguas inexploradas de profundidad
impredecible. Tener que renunciar o posponer otros seductores placeres consumibles de un atractivo aún no experimentado, un sacrificio en franca contradicción con los hábitos de un
prudente consumidor, no es su única consecuencia posible.
Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y
dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La
autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, año tras año, diariamente. Uno podría volverse, horror de los horrores, alguien “dependiente”. Tener
hijos puede significar tener que reducir nuestras ambiciones
profesionales, “sacrificar nuestra carrera”, ya que los encargados de juzgar nuestro rendimiento profesional nos mirarían
con recelo ante el menor signo de lealtades divididas. Lo que es
más doloroso aún, tener hijos implica aceptar esa dependencia
de lealtades divididas por un período de tiempo indefinido, y
comprometerse irrevocablemente y con final abierto sin cláusula de “hasta nuevo aviso”, un tipo de obligación que va en
contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida y que la mayoría de las personas evitan celosamente en to-do
otro aspecto de sus vidas. Despertar a ese compromiso puede
ser una experiencia traumática. La depresión posnatal y las crisis maritales (o de pareja) posparto parecen ser dolencias “líquidas modernas” específicas, así como la anorexia, la bulimia e
innumerables formas de alergia.
a
Las alegrías de la paternidad vienen en un solo y mismo
paquete con los sinsabores del autosacrificio y el temor a
peligros desconocidos.
El cálculo frío y confiable de las pérdidas y ganancias permanece con obstinación y contumacia fuera del alcance y comprensión de los futuros padres.
Toda adquisición realizada por un consumidor implica riesgos, pero los vendedores de otros bienes de consumo, y en particular de aquellos mal llamados “durables”, se desviven por
asegurar a los posibles clientes que los riesgos que están corriendo han sido reducidos al mínimo. Ofrecen garantías, garantías
la Gaceta 23
a
ampliadas (aun cuando muy pocos de ellos puedan dar fe de que
la empresa que las ofrece sobrevivirá al plazo de la garantía en
cuestión, y prácticamente ninguno de ellos sea capaz de asegurar a los clientes que el atractivo que ofrece hoy el producto
adquirido, y que evita que termine en una bolsa de residuos, no
se desvanecerá antes de que esa misma garantía expire), garantías de reembolso y promesas de reparaciones a perpetuidad.
Por creíbles y confiables que esas garantías puedan ser, ninguna
es válida cuando se trata del nacimiento de un hijo.
No es extraño, entonces, que los institutos de investigación
médica y las clínicas de fertilidad desborden de dinero como las
empresas comerciales. La demanda de seguridades que ofrezcan reducir los riesgos endémicos propios del nacimiento de
todo hijo a niveles al menos comparables con los de cualquier
otro producto de venta en mostrador es potencialmente infinita. Las compañías que ofrecen la posibilidad de “elegir un hijo
de un catálogo de atractivos donantes” y las clínicas que realizan a pedido de sus clientes el mapa genético de un niño que
todavía no ha nacido no deben preocuparse ni por la falta de
clientes interesados ni por la escasez de negocios lucrativos.
Resumiendo: la archiconocida brecha que separa al sexo de
la reproducción cuenta con la asistencia del poder. Es un
subproducto de la condición líquida de la vida moderna y del
consumismo como única y exclusiva estrategia disponible para
“procurarse soluciones biográficas para problemas producidos
socialmente” (Ulrich Beck). Como resultado de la combinación de estos dos factores, el tema de la reproducción y el nacimiento de los hijos se aleja de la cuestión del sexo e ingresa en
una esfera totalmente diferente, que opera según una lógica y
un conjunto de reglas por completo diferente de las que rigen
a
la actividad sexual. El desconsuelo del homo sexualis está predeterminado.
Anticipándose al esquema que habría de prevalecer en
nuestros tiempos, Erich Fromm intentó explicar la atracción por el “sexo en sí mismo” (el sexo “por derecho propio”, la práctica del sexo separada de sus funciones ortodoxas), caracterizándolo como una respuesta (equívoca) al
siempre humano “anhelo de fusión completa” a través de
una “ilusión de unión”.2
Unión, ya que eso es exactamente lo que hombres y mujeres
bus-can denodadamente en su intento por escapar de la soledad
que sienten o temen sentir. Ilusión, ya que la unión alcanzada
durante el breve instante del orgasmo “deja a los desconocidos
tan alejados como lo estaban antes” de modo tal que “sienten su
extrañamiento aún más profundamente que antes”. Al cumplir
ese rol, el orgasmo sexual “cumple una función no demasiado
diferente del alcoholismo o la adicción a las drogas”. Como
ellos, es intenso, pero “transitorio y periódico”.3
La unión es ilusoria y la experiencia está condenada finalmente a la frustración, dice Fromm, porque esa unión está separada del amor (separada, permítanme explicarlo, de una relación de tipo fürsein, de una relación que se pretende como un
compromiso indefinido y duradero con respecto al bienestar
del otro). Según esta visión de Fromm, el sexo sólo puede ser
un instrumento de fusión genuina —y no una impresión efímera,
artera y en definitiva autodestructiva de fusión— en conjunción con el amor. Toda capacidad generadora de unión que el
sexo pueda tener se desprende de su conjunción con el amor. G
2 Erich Fromm, The Art of Loving (1957), Londres, Thorsons,
1995 [trad. esp.: El arte de amar, Buenos Aires, Paidós, 2000].
3 Ibid., pp. 41-43; 9-11.
24 la Gaceta
número 484, abril 2011
a
a
La gran Tenochtitlán*
Hernán Cortés
El valle y la ciudad
Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a vuestra real
excelencia de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas desta
gran ciudad de Temixtitán, y del señorío y servicio deste Muteczuma, señor della, y de los ritos y costumbres que esta gente
tiene, y de la orden que en la gobernación, así desta ciudad
como de las otras que eran deste señor, hay, sería menester
mucho tiempo, y ser muchos relatores y muy expertos: no podré yo decir, de las cien partes una de las que dellas se podrían
decir; mas como pudiere, diré algunas cosas de las que vi, que
aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración, que
no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios
ojos las vemos, no las podemos con el entendimento comprender. Pero puede nuestra majestad ser cierto que si alguna falta
en mi relación hubiere, que será antes por corto que por largo,
así en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra
alteza, porque me parecía justo a mi príncipe y señor decir muy
claramente la verdad, sin interponer cosas que la disminuyan ni
acrecienten.
Antes que comience a relatar las cosas desta gran ciudad y las
otras que en este capítulo dije, me parece, para que mejor se
puedan entender, que débese decir de la manera de México,
que es donde esta ciudad y algunas de las otras que he hecho
relación están fundadas, y donde está el principal señorío deste
Muteczuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano della tendrá en
torno hasta setenta leguas, y en el dicho llano hay dos lagunas
que casi lo ocupan todo porque tienen ambas en torno más de
cincuenta leguas. Y la una destas dos lagunas es de agua dulce,
y la otra, que es mayor, es de agua salada. Divídelas por una
parte una cordillera pequeña de cerros muy altos que están en
medio desta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas
en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas
se hace; el cual estrecho tendrá un tiro de ballesta, y por entre
la una laguna y la otra, y las ciudades y otras poblaciones que
están en las dichas lagunas, contratan las unas con las otras en
sus canoas por el agua, sin haber necesidad de ir por la tierra. Y
porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas según hace la mar, todas las crecientes corre el agua della a
la otra dulce, tan recio como si fuese caudaloso río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada.
* Luis Nicolau d’Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, fce,
México, 2010.
número 484, abril 2011
Esta gran ciudad de Temixtitán está fundada en esta laguna
salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad,
por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas.
Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las principales, muy
anchas y muy derechas, y algunas destas y todas las demás son
la mitad de tierra, y por la otra mitad es agua, por la cual andan
en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas
por do atraviese el agua de las unas a las otras, y en todas estas
aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy
anchas y muy grandes vigas juntas y recias y bien labradas; y
tales, que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales desta ciudad quisiesen
hacer alguna traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser
la dicha ciudad edificada de la manera que digo, y que quitadas
las puentes de las entradas y salidas, nos podrían dejar morir de
hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en
la dicha ciudad di mucha priesa a hacer cuatro bergantines, y
los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que
quisiésemos. Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender.
El gran mercado de Tlaltelolco
Tiene otra plaza tan grande como dos veces la de la ciudad de
Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas
las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas,
joyas de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño,
de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas;
véndese tal piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza
donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así
como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, zarcetas,
tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, búharos,
águilas, falcones, gavilanes y cernícalos, y de algunas aves destas de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y
uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que
crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios, donde
hay todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos. Hay casas de barberos, donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas
la Gaceta 25
a
a
donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como
los que llaman en Castilla ganapanes, para traer cargas. Hay
mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas
maneras para camas, y otras más delgadas para asiento y para
esterar salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que
se hallan, especialmente cebollas, puerros, mastuerzo, ajos,
berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de
muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas, y cera y miel de
cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar,
y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey, que
es muy mejor que arrope; y destas plantas hacen azúcar y vino,
que asimismo venden. Hay a vender muchas maneras de hilado
de algodón de todas colores en sus madejicas, que parece propiamente alcaicería de Granada en las sedas, aunque esto otro
es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores cuantas se pueden hallar en España, y de tan excelentes matices cu26 la Gaceta
anto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él,
teñidos, blancos y de diversos colores. Venden mucha loza, en
gran manera muy buena, venden muchas vasijas de tinajas
grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas
maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden maíz en grano y en pan, lo cual hace
mucha ventaja, así en el grano como en el sabor, a todo lo de las
otras islas y tierra firme. Venden pasteles de aves y empanadas
de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y
guisado. Venden huevos de gallinas y de ánsares y de todas las
otras aves que he dicho en gran cantidad, venden tortillas de
huevos, hechas. Finalmente, que en los dichos mercados se
venden todas cuantas cosas se hallan en toda la tierra, que
demás de las que he dicho, son tantas y de tantas calidades, que
por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria, y aun
por no saber poner los nombres, no la expreso. Cada género de
mercaduría se vende en su calle, sin que entremetan otra mernúmero 484, abril 2011
a
caduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo lo venden por cuenta y medida, excepto que hasta agora no se ha
visto vender cosa alguna por peso.
Hay en esta gran plaza una muy buena casa como de audiencia donde están siempre sentados diez o doce personas, que son
jueces y libran todos los casos y cosas que en el dicho mercado
acaecen, y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha
plaza otras personas que andan continuo entre la gente mirando lo que se vende y las medidas con que miden los que venden,
y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa.
Urbanismo y urbanidad
Hay en esta gran ciudad muchas casas muy buenas y muy
grandes, y la causa de haber tantas casas principales es que todos los señores de la tierra vasallos del dicho Muteczuma tienen
sus casas en la dicha ciudad, y residen en ella cierto tiempo del
año; y demás desto, hay en ella muchos ciudadanos ricos, que
tienen asimismo muy buenas casas. Todos ellos, demás de tener
muy buenos y grandes aposentamientos, tienen muy gentiles
vergeles de flores de diversas maneras, así en los aposentamientos altos como bajos.
Por la una calzada que a esta gran ciudad entran, vienen dos
cañones de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno y
tan altos casi como un estado, y por el uno dellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del gordor de un cuerpo de hombre, que va a dar al cuerpo de la ciudad de que se sirven y beben
todos. El otro, que va vacío, es para cuando quieren limpiar el
otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia;
y porque el agua ha de pasar por las puentes, a causa de las quebradas, por do atraviesa el agua salada, echan la dulce por unas
canales tan gruesas como un buey, que son de la longura de las
dichas puentes, y así se sirve toda la ciudad. Traen a vender el
agua por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño es, que llegan las canoas debajo de las puentes por
do están las canales, y de allí hay hombres en lo alto que hinchen
las canoas, y les pagan por ello su trabajo.
En todas las entradas de la ciudad y en las partes donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los
mantenimientos que entran en la ciudad, hay chozas hechas,
donde están personas por guardas y que reciben certum quid de
cada cosa que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio
para la ciudad; porque hasta ahora no lo he alcanzado; pero
creo que para el señor, porque en otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor dellas.
Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha ciudad, todos los días, muchas personas trabajadores y maestros de
todos oficios, esperando quien los alquile por sus jornales.
La gente desta ciudad es de más manera y primor en su vestido y servicio que no la otra destas otras provincias y ciudades,
porque como allí estaba siempre este señor Muteczuma, y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la ciudad, había
en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más
prolijo en relación de las cosas desta gran ciudad (aunque no
acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su servicio y
trato de la gente della hay la manera casi de vivir que en España, y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento
de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es
cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas.
número 484, abril 2011
a
“Cosas de maravilla” de servicio y señorío
En los servicios de Muteczuma y de las cosas de admiración
que tenía por grandeza y estado, hay tanto que escribir, que
certifico a vuestra alteza que yo no sé por do comenzar, que
pueda acabar de decir alguna parte dellas; porque como ya he
dicho, ¿qué más grandeza puede ser, que un señor bárbaro como éste tuviese contrahechas de oro y plata y piedras y plumas
todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío, tan al
natural lo de oro y plata, que no hay platero en el mundo que
mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste juicio a comprender con qué instrumentos se hiciese tan perfecto; y lo de
pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan
maravillosamente?
El señorío de tierras que este Muteczuma tenía, no se ha
podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte, doscientas
leguas de un cabo y de otro de aquella su gran ciudad, enviaba
sus mensajeros, que no fuese cumplido su mandato, aunque
había algunas provincias en medio destas tierras, con quien él
tenía guerra. Pero lo que se alcanzó, y yo dél pude comprender,
era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta
leguas desta parte de Putunchan, que es el río Grijalva, envió
mensajeros a que se diesen por vasallos de vuestra majestad los
naturales de una ciudad que se dice Cumatan,1 que había desde
la gran ciudad a ella doscientas y treinta leguas; porque las
ciento y cincuenta yo he hecho andar a los españoles. Todos los
más de los señores destas tierras y provincias, en especial los
comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del
año en aquella gran ciudad, y todos o los más tenían sus hijos
primogénitos en el servicio de Muteczuma. En todos los señoríos destos señores tenían fuerzas hechas, y en ellas gente
suya, y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que
de cada provincia le daban, y había cuenta y razón de lo que
cada uno era obligado a dar, porque tienen caracteres y figuras
escritas en el papel que hacen, por donde se entienden.
Cada una destas provincias servía con su género de servicio,
según la calidad de la tierra; por manera que a su poder venía
toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Era tan
temido de todos, así presentes como ausentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más.
Tenía, así fuera de la ciudad como dentro, muchas casas de
placer, y cada una de su manera y pasatiempo, tan bien labradas
cuanto se podría decir, y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor.
Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamiento, tales
y tan maravillosas, que me parecería casi imposible poder decir
la bondad y grandeza dellas. Y por tanto no me podré en expresar cosa dellas, mas de que en España no hay su semejable. Tenía
una casa poco menos buena que ésta, donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él, y los mármoles y losas dellos eran de jaspe, muy bien obradas. Había en
esta casa aposentamientos para se aposentar dos muy grandes
príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques
de agua, donde tenía todos los linajes de aves de agua que en
estas parte se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas; y para las aves que se crían en la mar eran los estanques de
agua salada, y para las de ríos, lagunas de agua dulce; la cual
vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza, y la tornaban
1 Zumatlán.
la Gaceta 27
a
a
a henchir por sus cañones; y a cada género de aves se daba aquel
mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el
campo se mantenían. De forma que a las que comían pescado se
lo daban y las que gusanos, gusanos, y las que maíz, maíz, y las
que otras semillas más menudas, por consiguiente se las daban.
Y certifico a vuestra alteza que a las aves que solamente comían
pescado se les daba cada día diez arrobas dél, que se toma en la
laguna salada. Había para tener cargo destas aves trescientos
hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían.
Sobre cada alberca y estanque de estas aves había sus corredores
y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteczuma se venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto
en que tenía hombres y mujeres y niños, blancos de su nacimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y cejas y pestañas.
Tenía otra casa muy hermosa, donde tenía un gran patio
losado de muy gentiles losas, todo él hecho a manera de un
juego de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio, y tan grandes como seis pasos en cuadra; y la mitad de cada
una destas casas era cubierta el soterrado de losas, y la mitad
28 la Gaceta
que quedaba por cubrir tenía encima una red de palo muy bien
hecha; y en cada una destas casas había un ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta a águila, todas cuantas se hallan
en España, y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de
cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo cubierto
de cada una destas casas había un palo, como alcandra, y otro
fuera debajo de red, que en el uno estaban de noche y cuando
llovía, y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A
todas estas aves daban todos los días de comer gallinas, y no
otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes,
bajas, todas llenas de jaulas grandes, de muy gruesos maderos,
muy bien labrados y encajados, y en todas o en las más había
leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras, y de
todos en cantidad; a las cuales daban de comer gallinas cuantas
les bastaban. Y para estos animales y aves había otros trescientos hombres, que tenían cargo dellos.
Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres
monstruos, en que había enanos, corcovados y contrahechos, y
otros con otras disformidades, y cada una manera de monstruos
en su cuarto por sí; y también había para éstos personas dedicanúmero 484, abril 2011
a
das para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que tenía
en su ciudad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades.
La manera de su servicio era que todos los días luego en
amaneciendo eran en su casa seiscientos señores y personas
principales, los cuales se sentaban, y otros andaban por unas
salas y corredores que había en la dicha casa, y allí estaban
hablando y pasando tiempo, sin entrar donde su persona estaba.
Y los servidores destos y personas de quien se acompañaban
henchían dos o tres grandes patios y la calle, que era muy grande.
Y éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al
tiempo que traían de comer al dicho Muteczuma, asimismo lo
traían a todos aquellos señores tan cumplidamente cuanto a su
persona, y también a los servidores y gentes destos les daban sus
raciones. Había cotidianamente la dispensa y botillería abierta
para todos aquellos que quisiesen comer y beber.
La manera de que les daban de comer, es que venían trescientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento,
porque todas las veces que comía y cenaba le traían de todas las
maneras de manjares, así de carnes como de pescados y frutas y
yerbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra
es fría, traían debajo de cada plato y escudilla de manjar un
braserico con brasa, porque no se enfriase. Poníanle todos los
manjares juntos en una gran sala en que él comía, que casi toda
se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia,
y él estaba asentado en una almohada de cuero pequeña muy
bien hecha. Al mismo tiempo que comía estaban allí desviados
dél cinco o seis señores ancianos, a los cuales él daba de lo que
comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía
y alzaba los manjares, y pedía a los otros que estaban más afuera
número 484, abril 2011
lo que era necesario para el servicio. Y al principio y fin de la
comida y cena siempre le daban agua a manos, y con la toalla
que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los
platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer, sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos.
Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras, todas
nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores
que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban
delante dél algunos que él enviaba a llamar, llevaban la cabeza y
ojos inclinados, y el cuerpo muy humillado, y hablando con él
no le miraban a la cara; lo cual hacían por mucho acatamiento
y reverencia. Y sé que lo hacían por este respeto, porque ciertos
señores reprendían a los españoles, diciendo que cuando hablaban conmigo estaban exentos, mirándome la cara, que parecía
desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho
Muteczuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los
que topaba por las calles le volvían el rostro, y en ninguna
manera le miraban, y todos los demás se postraban hasta que él
pasaba. Llevaba siempre delante sí un señor de aquellos con
tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese
que iba allí su persona. Y cuando lo descendían de las andas,
tomaba la una en la mano y llevábala hasta donde iba.
Eran tantas y tan diversas las maneras y ceremonias que este
señor tenía en su servicio, que era necesario más espacio del
que yo al presente tengo para las relatar, y aun mejor memoria
para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningún
señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia, no creo que
tantas ni tales ceremonias en servicio tenga.
a
[Segunda Relación, Tepeaca, 30 de octubre de 1520.] G
la Gaceta 29
a
Cinco años del Centro Cultural Bella Época
a
José Luis Enciso
Muchos de quienes frecuentan el Centro Cultural Bella Época
coinciden: después del asombro que afirman haber experimentado al conocer el inmueble se han convertido en asiduos visitantes de este espacio que, además de belleza arquitectónica,
ofrece calidez para el encuentro, la exploración de saberes y la
recreación.
La Librería del Fondo Rosario Castellanos, la Galería Luis
Cardoza y Aragón, así como el Cine Lido —que también funge
como auditorio—, son las tres grandes áreas que forman el
Centro Cultural. Resultan interesantes alternativas a la idea de
que sólo en el sur del Distrito Federal se concentran los sitios
que albergan grandes tiendas de libros, cineclubes, espacios dedicados a exposiciones y lugares afines. Su intensa actividad
cultural ha contribuido a revitalizar la costumbre citadina que
se originó en los años 40 del siglo xx: convertir la esquina de
Tamaulipas y Benjamín Hill en un polo de tránsito y atracción
para los buscadores de acontecimientos relacionados con el
arte, tanto vecinos de la colonia Hipódromo Condesa como
habitantes de otros barrios del área metropolitana. A cinco
años de haber sido rescatado del abandono, este recinto es ya
referencia constante en la vida cultural de la capital del país.
El edificio fue abierto al público por primera vez en diciembre de 1942. El Cine Lido de entonces fue pensado como una
sala de lujo, con cientos de butacas, por el arquitecto estadounidense Charles Lee. Después de un periodo de bonanza, los
vaivenes históricos y sociales repercutieron en este sitio e hicieron que cambiara su nombre a Cine Bella Época, de donde
toma su nombre el Centro Cultural. Al paso de los años, este
segundo esplendor terminó y el predio quedó abandonado durante algún tiempo. Cuando el Fondo de Cultura Económica
adquirió el inmueble —durante la gestión de Consuelo Sáizar—, con el objetivo de impulsar el lugar como un sitio dedicado a las artes, se encargó la remodelación al arquitecto Teodoro González de León. Se inauguró el 26 de abril de 2006.
El eje del Bella Época es la Librería Rosario Castellanos.
Consta de más de mil metros cuadrados, lo cual la convierte en
una de las de mayores dimensiones en América Latina. Es amplia y luminosa, no posee subdivisiones ni grandes muebles que
impidan la visión total del espacio, por lo que su extensión se
magnifica. Es tentador entrar y tomar fotografías de la armónica disposición de los libros, del “cielo” ideado por el artista
holandés Jan Hendrix que sugiere una escritura vegetal; subirse
al mezzanine perimetral y contemplar desde ahí toda la edificación o permanecer en alguna de las dos zonas de lectura acondicionadas con sillones y mesas a fin de consultar alguno de los
miles de títulos en venta. No es difícil hallar entre estos pasillos
30 la Gaceta
lo mismo a estudiantes que a escritores, músicos, pintores y a
otros artistas que a cualquier hora merodean en busca de películas, libros o discos novedosos.
También es común que, por las tardes, el espacio se adecue
con el propósito de llevar a cabo charlas, encuentros con escritores, presentaciones y firmas de libros, así como otras actividades.
A su vez, esta librería alberga una cafetería. En ella es común
que la gente no sólo acuda a disfrutar de un refrigerio y una
lectura fugaz sino a conversar. Otros aprovechan el espacio
para trabajar e incluso como locación para grabaciones con medios de comunicación. En resumen: es un área siempre frecuentada por la sana costumbre de dialogar.
En el espacio infantil habitan tanto las colecciones editadas
por el Fondo como las de otras editoriales que han incursionado en este segmento. Se han acondicionado alfombras y cojines
para que los pequeños, sean ya lectores o aún no, hagan suyo el
lugar y recreen las aventuras encontradas en las páginas que
exploran. Un destino importante de esta zona es convertirse en
escenario para las funciones semanales de cuentacuentos, las
cuales se llevan a cabo todos los sábados a partir del mediodía,
de forma gratuita. El público habitual de estas sesiones ha incrementado en los últimos dos años casi en 40 por ciento, lo
que significa tener, en promedio, a más de cien asistentes por
función. Debido a ello, durante los sábados de abril habrá doble espectáculo y una gran celebración de Día del Niño.
En espacio aledaño a esta librería se ubica la Galería Luis
Cardoza y Aragón. Con una forma peculiar, debido a la sinuosidad de sus muros, ha alojado propuestas artísticas diversas, así
como trabajo editorial que merece ser divulgado y, por algún
motivo, difícilmente encontraría cabida en otras galerías de circuito, ávidas de vanguardias. Su primera exhibición fueron
apuntes del artista ruso-mexicano Vladimir Kibalchich Rusakov Vlady. Hoy, el perfil de muestras que destaca en este recinto está enfocado al mundo del libro, es decir, obras artísticas
en relación directa con la tinta, la letra y el papel. De esta forma, se ha expuesto el trabajo de escritores como José Emilio
Pacheco; de artistas plásticos, como los cuadros y los papalotes
de Francisco Toledo o los códices de Brian Nissen; fotógrafos,
como Rogelio Cuéllar y Armando Herrera; impresores, como
Juan Pascoe, y hacedores de libros infantiles, como Carlos Pellicer López.
Esta galería también es escenario de actividades de interés
artístico y social, particularmente de Noctámbulos, un ciclo de
encuentro cultural en el que todos los viernes, a partir de las
19:00 horas, se monta un foro alternativo en el cual lo mismo se
presentan libros que se organizan lecturas de poesía, represennúmero 484, abril 2011
a
a
taciones teatrales, recitales de música, charlas acerca de temas
de actualidad, performances y otras expresiones, sean emergentes
o consagradas. Todas las funciones son gratuitas y la asistencia,
en promedio, es de 80 espectadores, aunque va en aumento.
El Cine Lido, por su parte, tiene una labor doble: proyectar
películas del llamado cine de arte, difícilmente encontradas en
carteleras comerciales, y ser un auditorio de usos múltiples en
el que puedan llevarse a cabo presentaciones de libros, conferencias, talleres y todo tipo de reuniones que enaltezcan el intercambio de ideas.
En cuanto a la actividad cinematográfica, Cine Lido es sede
anual de importantes acontecimientos del ramo, como el Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México
(Docs DF) o, en fechas próximas, la exhibición de filmes ganadores del Festival Internacional de Cine de Morelia, así como
lanzamientos o premieres de cintas que no se programan en
otras salas.
número 484, abril 2011
Con respecto a su función de auditorio, los martes y los jueves son convocados escritores, pensadores y artistas que invitan
a conocer obras de diversa índole. Estos días, la actividad en el
Centro Cultural se incrementa y contribuye a reescribir la historia de la vida cultural de México. En ello han participado
decenas de invitados de todas las disciplinas, nacionales y extranjeros. Aún se recuerdan los llenos totales propiciados por
Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Enrique Vila-Matas o
Joaquín Sabina —por mencionar a pocos—; o intervenciones
memorables de quienes han sido parte medular de nuestra cultura, como las últimas apariciones públicas de Carlos Monsiváis o Armando Herrera.
Este mes, el Centro Cultural Bella Época cumple sus primeros cinco años y cada una de sus actividades confirma que la
recuperación de espacios destinada a estos fines resulta una invitación permanente a disfrutarlos y a apropiarnos de ellos. G
la Gaceta 31
a
a
Desde el exilio
Cynthia Carrillo Damián
Tras desterrados Selección y prólogo
Phillippe Ollé-Laprune, fce, Mexico, 2010
Exilio es, sin lugar a dudas, un éxodo que
a su vez significa fatalidad y dramatismo,
que con su imposición genera un gran
enriquecimiento de aportaciones tanto
para el exiliado cómo para el país que
acoge; y más interesante es, el encuentro
que se lleva a cabo entre la literatura y el
exilio, porque éste se da de forma natural. Ya que la escritura es una forma de
repliegue, un extraordinario escape, lo
más lejos posible de la realidad para poder crear una fantástica ficción.
Y si bien buscamos claros y grandes
ejemplos de ello, el Fondo de Cultura
Económica nos presenta Tras desterrados,
un libro que reúne textos de escritores
que relatan el asomo de algunos autores
exiliados en México; juntos forman la
memoria de la magnífica interpretación
que ha existido en el siglo xx. Eso más
32 la Gaceta
bien fue en este momento donde el enriquecimiento del país cobró auge y la
cultura nacional fue ejemplar.
Dentro de sus páginas nos encontraremos con fabulosos ensayos e investigaciones de destacados autores, que nos señalan y enfatizan anécdotas de vida de no
menos valiosos escritores extranjeros exiliados en México; de cómo se fueron dando sus relaciones y cómo fueron creando
su nueva historia dentro de un país que
los acogía con los brazos abiertos y aceptaba las vías que serían las resonancias al
crecimiento cultural y social de su nuevo
hogar.
Podemos leer a Claudio Albertani con
“El último exilio de un revolucionario:
Víctor Serge en México (1941-1947)”,
Óscar de Pablo, “Luis Cardoza y Aragón: embajador del siglo xx”, Eduardo
Hurtado, “Escribir el exilio: Juan Gelman”, Eduardo Vázquez Martín, “El
destierro de Luis Cernuda”, Fabienne
Bradu, “El exilio de Benjamín Péret”,
Joani Hocquenghem, “Ret Marut, alias
B. Traven. De la República de los Consejos de Baviera a la Selva Lacandona”,
Jorge F. Hernández, “Max Aub en el último andén”, Neige Sinno, “El país perdido de Roberto Bolaño”, Rafael Vargas, “César Moro bajo el cielo de México”, Sandra Lorenzano, “ ‘Amanecí otra
vez entre tus brazos’. Una serenata para
Manuel Puig”, Martí Soler, “Pere Calders. Sobre la realidad y el maguey”,
José Manuel Prieto, “Martí de memoria” y finalmente Margo Glantz, “Tito
Monterroso o el exilio interminable”.
Una obra 100% recomendable. G
número 484, abril 2011
a
Octavio Paz
ARGENTINA
Ciudad de México. Avenida Miguel Ángel de Quevedo 115,
colonia Chimalistac, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01070.
Teléfonos: (01-55) 5480-1801, 5480-1803, 5480-1805
y 5480-1806. Fax: 5480-1804.
[email protected]
Gerente: Alejandro Archain
Sede y almacén: El Salvador 5665,
C1414BQE, Capital Federal, Buenos Aires,
Tel.: (5411) 4771-8977.
Fax: (5411) 4771-8977, extensión 19.
[email protected] / www.fce.com.ar
a
Salvador Elizondo
Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Av. Capitán
Carlos León González s/n, Terminal 1, sala D, local A-95, colonia Peñón de los Baños,
delegación Venustiano Carranza, C. P. 15620.
Teléfonos: (01-55) 2599-0911 y 2599-0912.
[email protected]
Trinidad Martínez Tarragó
Ciudad de México. CIDE. Carretera México-Toluca km 3655,
colonia Lomas de Santa Fe, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01210.
Teléfono: (01-55) 5727-9800, extensiones 2906 y 2910.
Fax: 5727-2910.
[email protected]
Un Paseo por los Libros
Ciudad de México. Pasaje metro Zócalo-Pino Suárez, local 4,
colonia Centro Histórico, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06060.
Teléfonos: (01-55) 5522-3078 y 5522-3016.
[email protected]
Víctor L. Urquidi
Ciudad de México. El Colegio de México. Camino al Ajusco 20,
colonia Pedregal de Santa Teresa, delegación Tlalpan, C. P. 10740.
Teléfono: (01-55) 5449-3000, extensión 1001.
BRASIL
Gerente: Susana Acosta
Sede, almacén y Librería Azteca: Rua Bartira
351, Perdizes, São Paulo CEP 05009-000.
Tels.: (5511) 3672-3397 y 3864-1496.
Fax: (5511) 3862-1803.
[email protected]
CENTROAMÉRICA Y EL CARIBE
Gerente: Carlos Sepúlveda
Sede, almacén y librería: 6a. Avenida 8-65,
Zona 9, Guatemala.
Tel.: (502) 2334-16 35.
Fax: (502) 2332-42 16.
www.fceguatemala.com
CHILE
Gerente: Óscar Bravo
Sede, distribuidora y Librería Gonzalo Rojas:
Paseo Bulnes 152, Santiago de Chile.
Tel.: (562) 594-4100.
Fax: (562) 594-4101.
www.fcechile.cl
COLOMBIA
Rosario Castellanos
Centro Cultural Bella Época
Ciudad de México. Tamaulipas 202,
esquina Benjamín Hill, colonia Hipódromo de la Condesa,
delegación Cuauhtémoc, C. P. 06170.
Teléfonos: (01-55) 5276-7110, 5276-7139
y 5276-2547.
Alí Chumacero
Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México.
Av. Capitán Carlos León González s/n, Terminal 2, Ambulatorio de Llegadas,
Locales 38 y 39, colonia Peñón de los Baños,
delegación Venustiano Carranza, C.P. 15620.
Teléfono: (01-55) 2598- 3441.
[email protected]
Durango, Durango. Aquiles Serdán 702, colonia Centro Histórico, C. P. 34000.
Teléfonos: (01-618) 825-1787 y 825-3156.
Fax: (01-618) 128-6030.
Gerente: César Aguilar
Centro Cultural Gabriel García Márquez
Calle de la Enseñanza (11) 5-60,
La Candelaria, Zona C, Bogotá.
Tel.: (00571) 243-8922.
www.fce.com.co
Efraín Huerta
ESPAÑA
León, Guanajuato. Farallón 416, esquina Boulevard Campestre,
fraccionamiento Jardines del Moral,C. P. 37160.
Teléfono: (01-477) 779-2439.
[email protected]
Gerente: Marcelo Díaz
Sede y almacén: Vía de los Poblados 17, Edificio
Indubuilding-Goico 4-15, Madrid, 28033.
Tels.: (34 91) 763-2800 y 5044.
Fax: (34 91) 763-5133.
Librería Juan Rulfo
C. Fernando El Católico 86, Conjunto Residencial
Galaxia, Madrid, 28015.
Tels.: (3491) 543-2904 y 543-2960.
Fax: (3491) 549-8652.
www.fcede.es
Antonio Estrada
Elena Poniatowska Amor
Estado de México. Avenida Chimalhuacán s/n, esquina Clavelero,
colonia Benito Juárez, municipio de Nezahualcóyotl, C. P. 57000.
Teléfono: 5716-9070, extensión 1724.
[email protected]
Fray Servando Teresa de Mier
Alfonso Reyes
Ciudad de México. Carretera Picacho-Ajusco 227,
colonia Bosques del Pedregal, delegación Tlalpan, C. P. 14738.
Teléfonos: (01-55) 5227-4681 y 5227-4682.
Fax: (01-55) 5227-4682.
[email protected]
Monterrey, Nuevo León. Av. San Pedro 222 Norte,
colonia Miravalle, C. P. 64660.
Teléfonos: (01-81) 8335-0319 y 8335-0371.
Fax: (01-81) 8335-0869.
[email protected]
Isauro Martínez
Daniel Cosío Villegas
Ciudad de México. Avenida Universidad 985, colonia Del Valle,
delegación Benito Juárez, C. P. 03100.
Teléfonos: (01-55) 5524-8933 y 5524-1261.
[email protected]
Torreón, Coahuila. Matamoros 240 Poniente, colonia Centro, C. P. 27000.
Teléfonos: (01-871) 192-0839 y 192-0840 extensión 112.
Fax: (01-871) 192-0841.
[email protected]
José Luis Martínez
Elsa Cecilia Frost
Ciudad de México. Allende 418, entre Juárez y Madero,
colonia Tlalpan Centro, delegación Tlalpan, C. P. 14000.
Teléfonos: (01-55) 5485-8432 y 5655-2997.
[email protected]
IPN
Ciudad de México. Avenida Instituto Politécnico Nacional s/n,
esquina Wilfrido Massieu, Zacatenco, colonia Lindavista,
delegación Gustavo A. Madero, C. P. 07738.
Teléfonos: (01-55) 5119-2829 y 5119-1192.
[email protected]
Guadalajara, Jalisco. Av. Chapultepec Sur 198, colonia Americana, C. P. 44310.
Teléfono: (01-33) 3615-1214.
[email protected]
Julio Torri
Saltillo, Coahuila. Victoria 234, zona Centro, C. P. 25000.
Teléfono: (01-844) 414-9544. Fax: (01-844) 412-0153.
[email protected]
Luis González y González
Morelia, Michoacán. Francisco I. Madero Oriente 369,
colonia Centro, C. P. 58000.
Teléfono: (01-443) 313-3 992.
Juan José Arreola
Ciudad de México. Eje Central Lázaro Cárdenas 24, esquina
Venustiano Carranza, colonia Centro, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06300.
Teléfonos: (01-55) 5518-3231, 5518-3225
y 5518-3242. Fax 5518-3235.
[email protected]
Ricardo Pozas
ESTADOS UNIDOS
Gerente: Dorina Razo
Sede, almacén y librería: 2293 Verus Street,
San Diego, CA, 92154.
Tel.: (619) 429-0455.
Fax: (619) 429-0827.
www.fceusa.com
PERÚ
Gerente: Rosario Torres
Sede, almacén y librería: Jirón Berlín 238,
Miraflores, Lima, 18.
Tel.: (511) 447-2848.
Fax: (511) 447-0760.
www.fceperu.com.pe
VENEZUELA
Gerente: Pedro Juan Tucat
Sede, almacén y librería: Edificio Torre Polar,
P. B., local E, Plaza Venezuela, Caracas.
Tel.: (58212) 574-4753.
Fax: (58212) 574-7442.
Librería Solano
Av. Francisco Solano, entre la 2a. Av.
de las Delicias y Calle Santos Erminy, Caracas.
Tel.: (58212) 763-2710.
Fax: (58212) 763-2483.
www.fcevenezuela.com
Querétaro, Querétaro. Próspero C. Vega 1 y 3,
esquina avenida 16 de Septiembre, colonia Centro, C. P. 76000.
Teléfonos: (01-442) 214-4698 y 215-1143.
[email protected]
a
a
a
Descargar