La obra poética de Federico García Lorca.

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La obra poética de Federico García Lorca.
Federico García Lorca nació en 1898 en Fuentevaqueros (Granada). Su acomodada
procedencia social facilitó su esmerada educación y, finalmente, su exclusiva dedicación
a la literatura.
Comienza Derecho y Letras en la Universidad de Granada. Inicia también estudios
musicales, para los que muestra gran capacidad, y empieza a escribir.
En 1919, se traslada a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde entra en
contacto con las ideas literarias entonces en boga y traba relación con escritores
consagrados, como Juan Ramón Jiménez, y con los muchos jóvenes artistas hospedados
en la Residencia. Prodiga a partir de entonces recitados públicos, conciertos de piano o de
guitarra, canciones, pantomimas...
Reparte su vida entre Madrid y Granada, ciudad esta en la que se había establecido
en 1919 el músico Manuel de Falla. Con él entabla Lorca una estrecha amistad que
tendría decisivas consecuencias para su quehacer literario.
Entre tanto, sus estudios universitarios van pasando a un segundo plano. Ello le creó
conflictos familiares, tanto por su dependencia económica de la familia, como porque ésta
no veía con buenos ojos la forma de entender la vida de su primogénito. Sin embargo, va
siendo cada vez más conocido y apreciado en el mundo literario: publica sus primeros
libros, estrena alguna obra de teatro, da conferencias. El éxito le llega tras la edición en
1928 del Romancero gitano. Pero su encasillamiento como escritor folclórico no satisface
al poeta. Sufre también por entonces una fuerte crisis sentimental y, abatido, marcha
becado a Estados Unidos en 1929.
Su estancia en Nueva York dejó en él profunda huella tanto por el gigantismo de la
ciudad como por el materialismo extremo y las grandes desigualdades sociales que allí
percibe.
Con el advenimiento de la Segunda República, Lorca toma parte activa en la nueva
política cultural dirigiendo el grupo teatral La Barraca. Triunfa también en esos años
como dramaturgo, tanto en España como en Argentina, país que visita en 1933-1934. Su
figura pública se agranda, y con ello se acentúa la animadversión que desde años atrás
sentían hacia él los sectores más reaccionarios de la sociedad española, en el poder
durante el llamado bienio negro.
Durante la campaña electoral de 1936, Lorca apoya públicamente al Frente Popular y
participa en numerosos actos de las izquierdas. Tras el triunfo de éstas, prepara
numerosos proyectos literarios y termina La casa de Bernarda Alba.
Inquieto ante la inminencia del golpe militar, marcha a mediados de julio a Granada,
pensando que en su casa familiar se encontraría más seguro. Pero la sublevación triunfa
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en la capital andaluza y, aunque se refugia entonces en casa del poeta Luis Rosales, de
destacada familia falangista, es detenido y asesinado en la campiña granadina, junto a
un maestro y dos banderilleros anarquistas.
Por su talante humano, Lorca no pasó nunca inadvertido. De un vitalismo y una
simpatía natural desbordantes, fue habitual centro de atención en grupos y reuniones.
Escritor, músico, dibujante, actor improvisado, su propia vida era un acto de creación
continua: «Todo viene a ser alegría de crear, de hacer cosas», dice en 1934. Pero esa
jubilosa alegría y aparente optimismo no oculta muchas veces un hondo malestar, una
insatisfacción profunda y una aguda desazón íntima, lo que se transparenta de modo
nítido en su obra literaria. A ello no son probablemente ajenas ni la marginación que
siente por su condición de homosexual ni la permanente obsesión de la muerte, cuya
ominosa presencia lo ronda frecuentemente.
Su Obra Poética:
Lorca empezó a escribir tanto en prosa como en verso desde muy joven, aunque su
abundante producción juvenil no ha sido conocida en su integridad hasta muy
recientemente. En los centenares de textos de esta época, expresa un angustiado erotismo
en el que son recurrentes los motivos del amor perdido y de la felicidad imposible. Hay
todavía en ello mucho de tópico literario próximo a las sensibilidades romántica y
modernista, e igualmente es evidente la deuda formal con esas tradiciones literarias. Pero
apuntan ya también preocupaciones particulares del propio Lorca y no sólo de índole
amorosa, e igualmente se advierte una evolución estética hacia un tono más personal.
El primer libro de versos lo publica en 1921: Libro de poemas. Se confirma en él la
crisis juvenil por la que parece haber pasado el poeta: en sus versos son característicos el
desencanto y la desilusión, y los temas centrales del Lorca posterior (la frustración, el
amor, la muerte, la rebeldía) están ya ampliamente desarrollados en muchos de los textos
de este primer poemario. Estilísticamente, se advierten en él tanto la impronta
modernista
(versos
dodecasílabos
y
alejandrinos,
motivos
diversos...)
como
la
neopopularista (romances, canciones, estructuras paralelísticas...). No falta tampoco
algún rasgo de las en ese momento nacientes vanguardias, muy en línea con el
posmodernismo que por entonces pretendía moderar los excesos retóricos de los
seguidores del Rubén Darío más ornamental.
Entre 1921 y 1924, García Lorca compuso varios libros publicados más tarde: Poema
del cante jondo (1931), Suites (editadas parcialmente como Primeras canciones en 1936) y
Canciones (1927). Sus títulos revelan ya claramente su relación con la música. Y es que la
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presencia de la música, como inspiración, como motivo o como recurso estructural, es
constante en la obra lorquiana; es asimismo importantísima en este sentido la influencia
artística y personal de Manuel de Falla. Como el músico gaditano, también Lorca
pretende consumar la estilización creativa del arte popular. Desde tiempo atrás ha habido
una gran recuperación culta de lo folclórico (Romanticismo, krausismo, Institución Libre
de Enseñanza, Juan Ramón Jiménez, etc.), pero Federico vive en una época en la que
comienza a ser frecuente la convivencia de lo popular con lo vanguardista. Los poetas
jóvenes del momento, en su esfuerzo de depuración de lo sentimental, reelaboran la
tradición desde la vanguardia. Así sucede en esos tres libros compuestos a principios de
los años veinte.
El Poema del cante jondo presenta en trabada unidad los diversos textos que lo
integran: en ellos, los temas del amor y de la muerte, en el ambiente de una Andalucía
trágica y legendaria, se expresan con versos cortos, asonantados o sin rima, en los que el
ritmo popular y la intensa musicalidad no sirven, como en Alberti, de soporte a la gracia y
a la ligereza, sino a la gravedad y a la densidad dramática.
Las Suites, en las que predominan también los versos breves, insisten en la idea de la
frustración amorosa, pero el tema trasciende ahora la individualidad del poeta y, con
notable contención expresiva, se objetiva en diversos personajes que proporcionan a dicha
frustración un sentido de desolación existencial más general.
Las Canciones, bajo la apariencia a veces del puro juego o de la ingenuidad infantil,
esconden un sabio manejo técnico del ritmo popular, la introducción de ciertas
innovaciones vanguardistas y el habitual universo lorquiano inquietante y dolorido,
expresado en muchas ocasiones a través de motivos y símbolos que reaparecerán
constantemente en el resto de su obra.
Entre 1924 y 1927 escribe Lorca su Romancero gitano, libro con el que, aun antes
de su publicación en volumen y gracias a sus lecturas públicas, alcanzará una enorme
fama que acabó por incomodar profundamente al poeta.
Más allá, sin embargo, de la popularidad alcanzada y de las imitaciones a que dio
lugar, el Romancero gitano es, sin duda, una de las cumbres de la poesía lorquiana. Se
dan cita en él la tradición más culta, la audacia vanguardista y, por supuesto, los ritmos
y técnicas poéticas más populares. El gitanismo, el andalucismo y un supuesto
folclorismo fácil (que acremente le censuraron en la época amigos suyos como Buñuel o
Dalí) esconden, en realidad, una visión del mundo y de la vida de los hombres en clave
mítica, toda ella marcada por un destino trágico del mejor sabor clásico. Contra él se
estrellan unos seres que arrastran una frustración de siglos y que sólo esperan una
muerte inevitable.
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Y, aunque, desde luego, este sumergirse en la sustancia de los tiempos inmemoriales
tiene una directa relación con la atracción por mundos primitivos tan característica del
Romanticismo y del Modernismo, no existe en Lorca deseo alguno de evasión ni añoranza
de paraísos perdidos, sino angustia ante una realidad que desde siempre parece haber
sido hostil a las fuerzas de la vida. Hay en todo ello, por tanto, un directo reflejo de las
obsesiones personales del poeta, que alcanzan trascendencia universal a través de unos
personajes como los gitanos, que históricamente han quedado marcados como grupo
marginado y culpabilizado. Historia y mito se unen así en una poesía en la que la culpa,
como si de un viejo pecado original se tratara, adquiere dimensiones cósmicas y afecta a
todos aquellos seres cuya ambición de plenitud personal se estrella ante una realidad
que, imponiendo su ley, ahoga los instintos más puros.
Este mundo mítico lorquiano logra especial fuerza expresiva por el uso de diversos
símbolos, reiterados a lo largo de toda su obra. Además de su significado más o menos
definido, estos símbolos proporcionan a los versos de Lorca un poder de sugerencia y un
halo de misterio que dan a su poesía esa dimensión de trascendencia casi ontológica que
procede de la impresión de que existe una realidad que nunca se consigue totalmente
aprehender, en la que siempre falta algo por conocer. Símbolos centrales en los textos del
poeta granadino son la luna, la sangre, el agua, el caballo, las flores y hierbas, los
metales... El sentido de estos símbolos -aunque suele relacionarse con la muerte, la
tragedia, el infausto destino, el amor, la vida, la pasión, etc., motivos todos omnipresentes
en el universo poético lorquiano- no tiene siempre un carácter unívoco y será necesario
interpretarlos en función del texto donde esos símbolos se hallen.
Los poemas que compuso Lorca a raíz de su estancia en los Estados Unidos (19291930) no se publicaron en vida del poeta. Los editó José Bergamín en México, en 1940,
con el título de Poeta en Nueva York. Parece, sin embargo, que Lorca había proyectado
que esos textos dieran lugar a dos libros distintos: Poeta en Nueva York y Tierra y Luna.
Como quiera que fuera, los poemas del ciclo neoyorquino son fruto tanto de la aguda
crisis personal del escritor, como de una sensibilidad social que, en consonancia con la
crisis económica general del final de la década de los veinte, da lugar en el arte del
momento a aceradas críticas a la deshumanización, pobreza e insolidaridad inherentes a
las gran des aglomeraciones urbanas:
Hay, de este modo, en Poeta en Nueva York una implacable denuncia de la sociedad
capitalista, en la que todo queda subordinado al poder omnímodo del dinero: «De la
esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso / que atraviesa el corazón de todos los
niños pobres» [«Danza de la muerte»]. Pero, además, Lorca proyecta en ese ambiente, en el
que predominan la insolidaridad, la explotación y el racismo, sus propias obsesiones y
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conflictos personales: el desarraigo afectivo, la pérdida de la identidad personal, la
proclamación de la libertad del amor homosexual... El poeta, que en libros anteriores
había sido capaz de objetivar su desgarro íntimo en otros seres más o menos míticos,
encuentra ahora en los débiles y en los desposeídos de la sociedad contemporánea el otro
con el que identificarse. De este modo se comprende bien el tono de dolor y de violenta
protesta con que la voz del artista se alza para clamar contra las injusticias que percibe y
siente. Este cambio de perspectiva es el que lo lleva a abandonar elementos
característicos de su poesía anterior, y en particular el mundo de los gitanos (a lo que,
obviamente, no es tampoco ajeno el visceral rechazo del poeta a la lectura superficial y
folclórica que se había hecho del Romancero gitano), para, superando la estilización
populista de la poesía tradicional, buscar nuevos cauces expresivos en el verso libre de
estirpe superrealista. Nueva York se convierte en estos versos en un conjunto de
esquinas, aristas y escaleras, en una ciudad dura e hiriente, símbolo del sufrimiento,
«geometría y angustia». La influencia del movimiento superrealista -debe conocerse que
por esta época Lorca había leído con atención a Freud- se advierte también en la libertad
expresiva, en la desinhibición erótica, en la utilización de imágenes visionarias y
metáforas audaces y alucinantes, en el hermetismo e ilogicidad de muchos versos. No
obstante, no se trata de un estrecho superrealismo de escuela ni de nada parecido a la
escritura automática. El sentido general no se pierde nunca y la composición de los
poemas está siempre regida por un armazón lógico sustentado bien en la estructura
narrativa, bien en las repeticiones, en el desarrollo de una misma imagen, o en la
reiteración de unos símbolos que son en Poeta en Nueva York más importantes, si cabe,
que en otras obras de Lorca.
Durante los años treinta, aunque la actividad de Lorca se centró preferentemente en el
teatro, siguió escribiendo poemas en los que, si bien perduran los temas centrales de sus
anteriores composiciones, experimenta con nuevas formas. Así en Diván del Tamarit
(publicado póstumamente en 1940) los moldes de la poesía árabe clásica sirven de cauce
a un lirismo intimista y atormentado. Los Seis poemas galegos (1935), escritos en
lengua gallega, buscan inspiración precisamente en esa tradición literaria. La forma
clásica del soneto es la utilizada en los Sonetos del amor oscuro (no conocidos en su
integridad hasta no hace muchos años) para expresar su personal experiencia amorosa,
siempre debatiéndose entre el gozo y el dolor. El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías
(1935) es, en fin, una elegía que combina la tradición popular y la culta tanto en los
metros como en los demás recursos técnicos para plasmar con acierto la desolación del
poeta por la muerte del torero amigo.
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