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EL NEGOCIO DE ʹʹINOXʹʹ (Almería ‐ enero de 1.569) Nicolás Cabrillana La situación de Almería en enero de 1569 debía ser auténticamente dramática. La capital estaba repleta de moriscos, vecinos unos de la ciudad y otros refugiados de las aldeas cercanas. Eran moriscos pacíficos pero los cristianos viejos recelaban de ellos, los consideraban espías o conspiradores. El problema se agravó cuando buen número de cristianos aventureros se enrolaron en el ejército del Marqués de los Vélez, que conseguía buenas presas en Félix, Ohanes y Taha de Marchena. La llegada de don Francisco de Córdoba con tropas bien pertrechadas debió ser un gran alivio para el sector cristiano de la ciudad, pero, a pesar de ello, se continuó a la defensiva, todo el mundo alertado y atento a los movimientos que se conocían por las noticias de los que venían a refugiarse tras los muros de la ciudad, y por los espías que enviaba el Capitán don Cristóbal de Villarroel, que hasta la llegada del Capitán don Francisco de Córdoba había sido jefe civil y militar de Almería. El Marqués de los Vélez tenía órdenes expresas de proveer de gente de guerra a la ciudad, pero sus operaciones bélicas no hicieron sino desguarnecer más la escasa defensa de Almería. Ante el grave peligro que esto suponía para el sector cristiano, don Francisco de Córdoba envió despacho el 28 de enero al corregidor de Guadix, Pedro Arias de Ávila, y al propio Rey exponiendo el peligro que la ciudad corría de ser atacada por turcos y berberiscos. Afortunadamente, al siguiente día llegó a las playas de la ciudad la flota de Gil de Andrada, compuesta de nueve galeras, alimentos y municiones. Aquello significó para Almería un cambio de rumbo, pues don Francisco de Córdoba, deseando tomar parte activa en la guerra, propuso a Gil de Andrada lo que Mármol con lenguaje descarnado llama el «negocio» de Inox. Atacar a los moriscos no era para nuestro jefe local una cruzada, un preclaro acto patriótico, sino una ocupación lucrativa, una manera de aumentar su caudal, ya que el jefe militar de Almería cobraba la quinta parte de todo lo tomado al enemigo. Gil de Andrada se avino al trato, después de largas discusiones, pero siempre que se repartieran las presas a partes iguales, una para la infantería y otra para la marinería, una vez sacado el quinto real y el diezmo. Mármol Carvajal comenta esto con una bella frase «por nuestros pecados, en esta era reinaba tanto la codicia que oscurecía la gloria de las victorias». Inox era un pueblo, ahora desaparecido, situado al oeste de Níjar junto a un cerro que se consideraba inexpugnable. En Almería se supo que el peñón cercano al lugar de Inox había sido fortificado por los moriscos de la comarca, capitaneados por Francisco López, alguacil de Tabernas, y la colaboración de turcos y berberiscos, aventureros que habían llegado en fustas expresamente para ayudarles. En el peñón se habían concentrado moriscos de Tabernas, Huebro, Lucainena, Níjar, Turrillas y varios lugares del río como Gádor, Viator, Pechina, Rioja y Benahadux, e incluso del arrabal de la ciudad y de los lugares de Alhadra y Alquián. Todas esas familias habían llevado consigo no sólo sus ganados sino también sus ahorros y sus alhajas, pues los moriscos no pretendían atacar a los cristianos, lo cual hubiera sido descabellado y suicida, sino emigrar a Berbería con lo más que pudieran, ya que les habían prometido para ello doce bageles. El «negocio» no podía ser más tentador para los cristianos de Almería, que puestos de acuerdo, emprendieron la marcha hacia el cerro de Inox el día 29 de enero a las nueve horas. El deseo de lucro hizo que se enrolara cuánto hombre pudiera empuñar las armas. Los Protocolos Notariales otorgados después de la batalla, nos han perpetuado los nombres, apellidos, y a veces los oficios de los almerienses que constituían el ejército. De todas las clases sociales acudieron animosamente para atacar el fuerte de Inox; los regidores Ruiz Díaz de Gibaje, Gerónimo de Lorenzana, Juan de Figueroa; el procurador Gerónimo de Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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Morata, los doctores Molina y Juan Bautista de las Heras, el abogado Francisco Ruano. Todos ellos lucharon junto a simples artesanos y aventureros; los calceteros Diego Gutiérrez y Pedro de Panticosa, los caldereros Gome Palomo y Juan de Bonilla, el tejedor Gaspar de Alcalá, los carpinteros Alonso de Roa y Gerónimo de Herrada; el cantarero Juan Ochoa, el especiero Juan González Espinosa, el salinero Martín Rubio, el herrero Pedro Ramos, el jabonero Antón Ramón..., todos dejaron la tranquilidad de sus talleres, para enrolarse en el ejército improvisado; incluso clérigos, como Martín de Soto, Hernando de Monzón y Juan de Soler participaron en el «negocio». La ciudad de Almería debió de quedar desguarnecida con la salida de casi todos los hombres en edad de tomar las armas, y ello podría haber provocado el levantamiento de los moriscos que habitaban en ella; creo que si no lo hicieron fue por su firme convicción de seguir fieles a la Corona, pues durante la ausencia del ejército cristiano la vigilancia de la ciudad estuvo en manos tan ineptas como las del regidor Pedro Mártir de Gibaje, el cual el 21 de junio de 1569 solicitaba a las autoridades militares le pagaran la parte que le correspondía de la cabalgada de Inox «por haberme hallado, al tiempo e sazón que se hizo, en esta ciudad de Almería, e haber velado e hecho de mi parte todo lo que pude, como los demás hicieron, en la guarda de esta ciudad, mientras la gente estaba en el dicho lugar de Inox». Gibaje debía ser de edad avanzada, pues ese, mismo día solicitaba del Rey la renuncia de su oficio de regidor en beneficio del también almeriense Francisco Alcocer. A la conquista del cerro de Inox se marcharon incluso los soldados de la Alcazaba; los Protocolos nos hablan de Juan Cano El Viejo, Juan Alcocer, así como del alcalde y capitán de la fortaleza Alvaro de Sosa. Ante la mirada sorprendida, expectante de los moriscos de la ciudad, emprendieron también el camino de Inox, los soldados de las galeras de Gil de Andrada, que quedaron desguarnecidas en el puerto, así como muchos forasteros, que casualmente se encontraban en Almería, deseosos de participar en el posible botín. Los escribanos públicos de la ciudad nos han legado los nombres de Antón Pomades, natural de Elche, de Rodrígo Ruiz, de Medina del Campo, de Hernán Rodríguez y Antón Pica, cordonero, vecinos de Cartagena, de Alonso de Peñalosa natural de Alcaudete, de Pedro de Céspedes, vecino de Medellín, el cual afirma en acta notarial que se halló en la «refriega» de Inox. Tras las infructuosa oferta de paz por parte de don Francisco de Córdoba, mientras continuaban los preparativos para el ataque, se inició la batalla el día primero de febrero. La disposición del terreno daba toda la ventaja a los cristianos, que situados bajo las grandes peñas del cerro no eran alcanzados ni por las rocas que arrojaban los moriscos ni por las saetas que disparaban, en cambio los rebelados ofrecían un certero blanco a la arcabucería. Dada la fuerte tempestad de viento reinante decidieron los jefes dejar la lucha para el día siguiente fiesta de la Candelaria. Durante la noche don Francisco de Córdoba con la vanguardia ocupó la montaña cercana al cerro que lo domina por la parte norte y don Cristóbal de Villarroel con la retaguardia comenzó el ataque antes de que amaneciera. Al rayar el alba ya estaban ambos cuerpos de combate rodeando el peñón de Inox. «Allí pelearon los enemigos como hombres determinados a perder las vidas por la libertad de sus mujeres e hijos, que tenían por compañeras en la presencia del peligro», escribe Mármol. El arrojo de los moriscos era tal que estuvieron a punto de hacer cambiar el rumbo de la batalla, pues muchos cristianos empezaron a huir, y todo se habría perdido si unos capitanes no hubieran sorprendido a los rebeldes por la retaguardia, subiendo por unas rocas que estaban a la mano izquierda del peñón. Ello decidió la victoria cristiana; según las crónicas más de cuatrocientos moriscos murieron en la pelea y fueron hechos prisioneros más de dos mil setecientos entre mujeres y niños, y una cantidad enorme de ropa, joyas, oro y plata, ganado, etc., estimados en más de quinientos mil ducados. Aunque los cronistas hubieran exagerado algo, las cifras son lo suficientemente elevadas como para considerar la victoria cristiana de Inox como un auténtico «negocio». Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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Aunque el número de cautivos no debió de ser tan elevado como afirman los cronistas, y entre los varones fueron seleccionados buena parte para las galeras, todos los participantes tuvieron su premio; incluso el depositario Gaspar de Avendaño, que no debió tomar parte en la pelea, recibió una esclava de 28 años de edad, que aumentó el caudal de su dueño al dar a luz una criatura en el mes de junio20. Incluso quedaron esclavos para regalar, pues don Francisco de Córdoba donó al Hospital Real de la Magdalena de Almería una esclava llamada Elena, vecina de Huércal, y un niño hijo suyo, de cinco años de edad, llamado Diego Zocoilique. La gente de las galeras, que desempeñó un papel importante en la batalla de Inox peleando en vanguardia con su cabo Juan de Zanoguera, recibió la parte proporcional acordada con don Francisco de Córdoba. El capitán de la flota, comendador Fray Gil de Andrada, recibió una esclava de 18 años de edad llamada Isabel, hija de Luis Alonso de Benavides, natural de la Villa de Níjar, que fue rescatada por sus familiares de Almería por 150 ducados. También fueron liberadas en Almería dos moriscas, María y Brianda, hijas de Francisco El Poy, vecino de Gádor, vendidas a Luis de Acosta, capitán de la galera «Patrona Real» del Excelentísimo Señor don Juan de Austria. Igualmente fue rescatada en nuestra ciudad, el 16 de junio de 1569, Luisa Xibit, esposa de Andrés Navarro el Febeire, vecino de Turrillas, que había sido vendida en 24 ducados al doctor don Diego Marín, maestrescuela de la catedral, por la gente de las galeras, deseosa de obtener dinero cuanto antes. Los navíos de Gil de Andrada, tras abandonar el puerto de Almería, debieron tomar tierra en Cartagena, en donde la marinería continuó vendiendo cautivos de Inox, ya que el 26 de mayo de 1569 llegó a nuestra ciudad un cartagenero llamado Rodrigo de Balcuende que traía consigo una esclava vecina de Rioja, esposa de Diego Zuiri, comprada a la gente de las galeras reales, para que sus parientes la rescataran; en Cartagena quedaban dos hijos de la esclava, Alonso y María, también capturados en Inox, que serían enviados a nuestra ciudad si se llegaba aun acuerdo en el precio del triple rescate. Pero otros muchos cautivos no volverían a ver sus hogares de origen. Recordemos los versos de Pérez de Hita, referentes a la cabalgada de Inox: Las galeras hazen vela y parten para Levante llevando moros y moras que vender a cualquier parte. Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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d.46: Almería, 24 de marzo de 1569. Alonso de Olivencia, vecino de la ciudad de Almería, otorga carta de libertad a una esclava que le fue adjudicada en la cabalgada de Inox, que se llama Leonor, mujer de Alonso Coyx, vecino de Tabernas, hija de Diego Gonzalo Morales, vecino de Olula; su esclava tiene una hija llamada María, de 7 años..., poco más o menos, y teniéndolas en su poder ʺen su casa la dicha Leonor parió un hijo que ha de haber doce días, poco más o menos, al cual se le puso por nombre Alonsoʺ; el rescate de los tres ha sido concertado en cien ducados con Diego González Morales, padre y abuelo de los esclavos; ʺel dicho Alonso Coyx, niño, de causa de haber nacido en su casa le da la libertad sin interese ningunoʺ. Ahora recibe 50 ducados y los otros 50 se los pagará en plazos convenidos Diego Gonzalo Morales, obligándose a ello ante escribano público. Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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Historia del [sic] rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada / Luis de Mármol y Carvajal Capítulo XXVII Cómo don Francisco de Córdoba fue sobre el fuerte de la sierra de Inox Estando el campo del marqués de los Vélez en Fílix, don Francisco de Córdoba entró en Almería, y fue avisado cómo Francisco López, alguacil de Tavernas, y otros habían fortalecido un fuerte peñón que está sobre el lugar de Inox, y metídose dentro con las mujeres y muchos bastimentos, y que estaban con ellos moros de Berbería y turcos, que habían venido aquellos días en unas fustas, no enviados por sus reyes, sino aventureros; los cuales habían prendido poco antes una espía que enviaba don García de Villarroel, y dádole cruel muerte, espetado en un asador de hierro. Queriendo pues hacer esta jornada, y pareciéndole que había poca gente en la ciudad para poder llevar y dejar, escribió al marqués de los Vélez a Fílix, que le enviase alguna, conforme a la orden que de su majestad tenía para ello; porque cuando se mandó a don Francisco de Córdoba que fuese a meterse en Almería, y se le encomendó la guardia de aquella ciudad, se le avisó que el marqués de los Vélez tenía orden para proveerle de gente y de todo lo que hubiese menester: mas él no le [242] respondió sí ni no. Y viendo don Francisco de Córdoba que tenía mal recaudo en él, despachó un correo a Pedro Arias de Ávila, corregidor de Guadix, y aun avisó a su majestad como aquellos alzados aguardaban por horas doce bajeles con setecientos turcos, y le envió una carta árabe que un moro escribía a un morisco de Almería, en que le decía que Aben Humeya había despachado dos moros para Argel pidiendo socorro. Estos despachos partieron de Almería a 28 de enero en la noche, y otro día de mañana llego a la playa Gil de Andrada con nueve galeras y cantidad de bastimentos y municiones para provisión de la ciudad; y dándole parte don Francisco de Córdoba del negocio de Inox, le pidió trecientos soldados para con ellos y la gente de la ciudad hacer la jornada; el cual se los dio, y por cabo dellos a don Juan Zanoguera, aunque difirieron al principio sobre la manera como se había de repartir la presa y sacar el quinto y diezmo della; que por nuestros pecados en esta era reinaba tanto la cudicia, que escurecía la gloria de las vitorias; mas al fin se conformaron en que se hiciese dos partes della, y que la una llevase la gente de tierra, y la otra la de la mar, sacando primero el quinto y el diezmo para el Capitán General. Luego se apercibieron de todo lo necesario para el camino, y aquella mesma tarde partieron de Almería, pensando hacer el efeto amaneciendo otro día sobre Inox, y volver a la noche a la ciudad; mas no fue posible, porque la guía los llevó rodeando, y cuando llegaron a vista de los enemigos, eran las nueve horas de la mañana, domingo 30 días del mes de enero. Este peñón tiene la entrada tan dificultosa y áspera, que parece cosa imposible poderlo expugnar, habiendo quien le defienda; y tiene otra montaña encima dél, de donde procede, que la fortalece por aquella parte, donde hace una bajada fragosísima de peñas y piedras, que no tiene más de una angosta senda para subir o bajar de la una parte a la otra; y como nuestros capitanes vieron los moros puestos en sitios tan fuertes, juntándose a consejo, trataron lo que se debría hacer, y hubo entre ellos diferentes pareceres. A los que parecía que habría dilación, se les representaba haber dejado la ciudad y las galeras en peligro, y a esto añadían otras muchas razones, que al parecer eran suficientes para dejar la jornada y volver a poner cobro en lo uno y en lo otro; mas al fin se resolvieron y conformaron en que se difiriese el acometimiento del fuerte hasta otro día, por Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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ser tarde y parecerles que era bien comenzar desde la mañana. Y porque no quedase diligencia por hacer, don Francisco de Córdoba, queriendo entender el intento de los moros, y si se reducirían sin pelear, les envió a apercebir con un morisco de paces, diciendo que si se quietaban y se volvían a sus casas, dejando las armas y dándose a merced de su majestad, los favorecería para que no fuesen maltratados. Mas los bárbaros, mal confiados y sospechosos, teniendo por consejo poco seguro el de su enemigo, y pareciéndoles que el morisco iba con aquel achaque a espiar y ver la fortificación que tenían hecha, le prendieron y hicieron morir empalado, poniéndole en una alta peña a vista de nuestra gente. Había amanecido este día claro y sereno, y como hacia la tarde cargasen ñublados con tempestad de agua y vientos, los soldados, que por ir a la ligera no llevaban capas ni con que abrigarse, después de haber resistido un gran rato, esperando que pasasen unos turbiones tras de otros, se fueron a guarecer en las casas del lugar de Inox. No habían aun acabado de entrar dentro, cuando a gran priesa se tocó arma, porque vieron venir derechos a las mesmas casas un tropel de moros, que con ser el tiempo fosco, representaban mayor número de gente de la que era; los cuales no pasaban de treinta hombres, y venían bien descuidados de que hubiese cristianos en aquel pueblo, huyendo de los soldados del campo del marqués de Mondéjar; y acercándose adonde andaban tres hombres desmandados, antes de reconocidos, les mataron uno de los compañeros; y como reconocieron el peligro, volvieron las espaldas la vuelta de la sierra. Don García de Villarroel los siguió, aunque tarde y de espacio, y el efeto que hizo fue recoger dos cristianas doncellas, hijas de un vecino de Almería, y un hijo del gobernador de Boloduí, que llevaban cautivos. Este día, con toda la tempestad que hacía, mandó don Francisco de Córdoba que fuesen los bagajes a la ciudad por bastimentos, y don García de Villarroel con docientos arcabuceros de su compañía les hizo escolta, hasta ponerlos un cuarto de legua de allí, donde está un paso que necesariamente habían de pasar los enemigos queriendo atravesar de su fuerte al camino de Almería; y viendo andar en un barranco que está hacia el fuerte, cantidad de ganado con unos pastores, envió a Julián de Pereda con ocho soldados, que recogieron parte dello; con que la gente satisfizo a la necesidad humana aquella noche. Otro día de mañana, sospechando que los moros querrían restaurar aquella pérdida, dando en los bagajes cuando volviesen cargados de bastimentos, don García de Villarroel se puso en el mismo paso con sesenta arcabuceros y veinte caballos; y cuando los bagajes hubieron pasado al campo, queriendo él reconocer las fuerzas del enemigo y entender si tenía mucha escopetería, y qué turcos había, pasó el barranco, y mandó a dos cabos de escuadra que con cada doce soldados tomasen dos veredas fragosas, por donde los moros podían bajar del peñón hacia el mediodía, que era la parte donde él estaba, porque no tenían otra bajada por donde poderle acometer, sino era con mucho rodeo. Puso a Julián de Pereda con la otra infantería docientos pasos atrás, cerca de donde hizo alto con la caballería, para darles calor y orden de lo que habían de hacer. Los moros bajaron luego de su fuerte, dando grandes alaridos; y siendo más de quinientos hombres, echaban a rodar grandes peñas sobre los nuestros, que estaban libres de aquel peligro, cubiertos de dos peñascos muy altos y derechos, que hacían pasar de vuelo las peñas y piedras sin ofenderlos. Tampoco les podían hacer daño con los arcabuces y saetas, porque las pelotas pasaban por alto y las saetas no llegaban; antes eran ellos ofendidos de la arcabucería, que les tiraba de abajo para arriba con más seguridad y mejor puntería. Andando pues la escaramuza trabada, los moros, que veían su pleito mal parado, comenzaron a desmayar, y muchos dellos volvían huyendo hacia el peñón, cuando un capitán turco llegó en su favor con algunos escopeteros, y haciendo volver a palos a los que huían de la escaramuza, cerró determinadamente con los soldados, diciendo a voces: «En vano fuera mi venida de África si pensara que cuatro cristianos se me habían de defender detrás de una piedra, en medio del campo, teniendo tanto número de valerosos mancebos al derredor de mí. Ea pues, amigos míos, seguidme; que con las cabezas destos pocos que tenemos delante aseguraremos nuestro partido». Con estas palabras se animaron, y llegaron con gran determinación a los soldados de los cabos de escuadra, que aunque eran pocos, defendieron su puesto y les hicieron perder la furia que traían. No Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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aprovecharon las palabras, las obras, ni las amenazas del turco, ni muchos palos y cuchilladas que daba a los que huían de nuestra arcabucería, que ya estaba toda junta, a hacerles que bajase la vil canalla a pelear, hasta que vieron venir cuatro de a caballo y seis arcabuceros que don García de Villarroel había enviado a otro barranco que está a la parte de levante, con más de dos mil cabezas de ganado mayor y menor. Entonces movidos más del interés que por miedo de las bravatas del capitán turco, hicieron un acometimiento tan determinado, que se entendió que llegaran a las manos con nuestra gente; y al fin, siendo las veredas angostas, y hallándolas ocupadas de la arcabucería, que los hacía tener a lo largo no cesando de tirar, hubieron de retirarse con daño. Volvió don García de Villarroel a Inox, y refirió que a su parecer tenían los enemigos pocos tiradores, y que sería bien acometerlos antes que les acudiesen de otra parte. Solo había un inconveniente, que era no haber cesado la tempestad del viento, antes ido en crecimiento; mas, bien considerado, era igualmente fastidioso a los unos y a los otros; y así se determinaron los capitanes de subir el miércoles, día de la Purificación de nuestra Señora, al peñón, que fue el mesmo día que el marqués de los Vélez celebró la fiesta en Ohánez. Aquella noche se juntaron a consejo para la orden que se había de tener en el combate, y lo que acordaron fue, que antes que amaneciese partiesen don Francisco de Córdoba y don Juan Zanoguera con la gente de a caballo y parte de la infantería de vanguardia; y luego don García de Villarroel y don Juan Ponce de León marchando poco a poco con la otra gente toda de retaguardia; porque los primeros, a la hora que encumbrasen el cerro, habían de tomar un rodeo hacia la parte de levante, donde había mejor disposición para bajar al peñón y quitar al enemigo la retirada; por manera que, compasando el camino, llegasen todos a un mesmo tiempo. Y con esta resolución mandaron dar ración y munición a la gente, y que se apercibiesen para el combate. Capítulo XXVIII Cómo se combatió y ganó el fuerte de la sierra de Inox Cesó la tempestad del viento aquella noche, y al cuarto del alba salió nuestra gente de Inox, dejando cien soldados en el lugar con dos esmeriles que habían llevado de Almería, pensando poderse aprovechar dellos. Allí quedó el bagaje y el ganado; y toda la otra gente, que serían seiscientos tiradores, docientos hombres de espada sola y cuarenta caballos, puesta en dos escuadrones, fueron la vuelta del enemigo. La vanguardia, que llevaba don Francisco de Córdoba, comenzó a subir por una vereda áspera y tan angosta, que con dificultad podían ir por ella más que un hombre tras de otro, y con trabajo, por la grande escuridad que hacía; el cual fue rodeando hacia Güebro, lugar de Almería que está a la parte de levante desta sierra, que, como dijimos, está a caballero sobre el peñón, donde tenían los enemigos hecho su alojamiento; los cuales, recelando la entrada de los cristianos por aquella parte, habían puesto su cuerpo de guardia y centinelas en la cumbre más alta; y siendo sentidos los que subían con el ruido que llevaban, comenzaron a saludarlos con las escopetas. Don Francisco de Córdoba recogió sus soldados lo mejor que pudo, y aunque era de noche, pasó adelante, siguiendo a los adalides del campo que guiaban, y fue a ocupar lo alto por el más conveniente lugar, para bajar por allí a dar en el enemigo, como estaba acordado. Don García de Villarroel, que llevaba la retaguardia, aunque oyó los tiros de las escopetas, no pudo ver con la escuridad lo que la vanguardia hacía; y dándose priesa a caminar, cuando llegó cerca de unas peñas altas, halló obra de treinta cristianos que daban Santiago en unos turcos escopeteros que estaban detrás dellas; y creyendo que eran de los que iban con él, se adelantó y los fue animando hasta llegar a otras peñas tan altas y fragosas, que le compelieron a dejar el caballo para subir a ellas. En esto se detuvo tanto espacio, según lo que después nos decía, que cuando volvió a juntarse con los treinta cristianos, ya ellos andaban a las manos con los turcos; mas como era la noche tan escura, los unos ni los otros sabían qué número de gente era la que tenían delante, y todos estuvieron de buen ánimo, hasta que, riendo el alba, los nuestros se reconocieron y se tuvieron por perdidos, viéndose tan pocos, opuestos a tan Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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grande número de enemigos, que pasaban de quinientos hombres entre turcos y moros los con quien peleaban; y ellos eran por la mayor parte clérigos y acólitos de la iglesia mayor de Almería, y procuradores y papelistas, que ninguno había sido soldado, sino era un viejo de más de sesenta años, natural de Almazarrón, manco de las dos manos. Este viejo, con el ánimo ejercitado en las armas, se puso delante de todos con un lanzón en la mano y los comenzó a esforzar como lo pudiera hacer un animoso y fuerte capitán; y fue bien menester, porque a la mayor parte de arcabuceros se les habían apagado las mechas, por estar mal cocidas, cudicia diabólica y tan perjudicial de los maestros que la hacen, que porque pese más no la dejan bien cocer, y aun de los proveedores que se la compran por más barata. No se defendían los nuestros ya sino con piedras, y piedras eran las que los ofendían; y era bien menester estirar los brazos y reparar las cabezas, porque caían sobre ellos como granizo las que los enemigos les enviaban, cargándolos tan denodadamente, que se tuvieron dos veces por perdidos; mas defendiolos el bienaventurado apóstol Santiago, invocando su vitorioso y santo nombre. Estando pues la pelea suspensa, siendo ya claro el día, los enemigos dieron a huir; y sabida la causa, fue porque don Francisco de Córdoba, peleando con los que le defendían el otro paso, los había desbaratado y acudían a juntarse con los otros hacia el peñón, donde pensaban defenderse, por ser sitio más fuerte. Retirados los moros y ganada la sierra, nuestros capitanes los fueron siguiendo hasta el peñón, en el cual hallaron mayor resistencia de la que se pudiera pensar. Allí pelearon los enemigos como hombres determinados a perder las vidas [244] por la libertad de sus mujeres y hijos, que tenían por compañeras en la presencia del peligro; y resistiendo valerosamente el ímpetu de nuestros soldados, mataron algunos y hirieron más de docientos de escopeta, saeta y piedra. Al alférez Juan de las Eras hirió un moro de una puñalada; a don Diego de la Cerda dieron una mala pedrada en el rostro, y a Julián de Pereda le hicieron pedazos la bandera entre las manos y le molieron el cuerpo a pedradas; y llegó a tanto el negocio, que los soldados, olvidados de que eran acometedores, sin tener respeto a sus capitanes, volvieron las espaldas, dejando atrás las banderas, y el estandarte de caballos a discreción del enemigo; lo cual todo se perdiera si Dios no lo remediara, esforzando a los que pudieron ser parte para detener la gente que se retiraba, y para resistir la furia de los enemigos. Estos fueron don Francisco de Córdoba, don Juan Zanoguera, don García de Villarroel, don Juan Ponce de León, Pedro Martín de Aldana y Juan de Ponte, escudero particular; los cuales atajando una parte de la gente, socorrieron las banderas a tiempo que fue bien menester. Andando pues los capitanes recogiendo los soldados y haciéndolos volver a pelear, se acercaron a unas peñas que estaban a la mano izquierda del peñón, donde les pareció que había poca gente, no porque entendiesen que podían subir por ellas, porque eran muy ásperas, sino por ver si podrían divertir al enemigo llamándole hacia aquella parte. Mas sucedioles la ocasión en todo favorable, porque los moros, no pudiendo creer que pudiera subir por allí criatura humana, confiados en la fragosidad de las peñas, se habían descuidado de poner en ellas la guardia conveniente; y cuando pareció a los capitanes que era tiempo, subieron con tanta presteza, que no dieron lugar a los enemigos de poderles resistir; los cuales comenzaron luego a desmayar, y dando libre entrada a nuestra gente, se pusieron en huida, dejando muertos más de cuatrocientos hombres de pelea, no sin daño de los cristianos, porque mataron siete soldados y quedaron heridos más de trecientos. Murió peleando valerosamente el capitán de los turcos, llamado Cosali; fue preso Francisco López, alguacil de Tavernas; captiváronse algunos moros, que don Francisco de Córdoba dio para las galeras, y dos mil y setecientas mujeres y muchachos; y fue tanta la ropa, dineros, joyas, oro, plata, aljófar y los bastimentos ganados y bagajes, que a la estimación de muchos valió más de quinientos mil ducados la presa. Sola una bandera se tomó a los moros, porque el turco no había consentido que se arbolase más que la suya, y aquella había tenido siempre arbolada en lugar que los cristianos la pudiesen ver. Habida esta vitoria, don Francisco de Córdoba volvió a Inox, y de allí a Almería, donde fue alegremente recebido, y se repartió la presa conforme al concierto: digo que solamente se repartieron las mujeres y muchachos; que lo demás fuera imposible traello a partición, y aun Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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desto hubo hartas piezas hurtadas. Gil de Andrada embarcó su parte y sus soldados, y se fue con las galeras a correr la costa; mas entre los capitanes de tierra quedó harta desconformidad sobre el repartir de la suya, y sobre el quinto y diezmo, de donde vinieron a desgustarse y a darse poco contento. Llegaron a Almería en 5 días del mes de febrero don Cristóbal de Benavides, hermano de don García de Villarroel, con trecientos soldados de Baeza y su tierra, a su costa, para hallarse en esta jornada, y el capitán Bernardino de Quesada con ciento y treinta soldados que Pedro Arias de Ávila enviaba a don Francisco de Córdoba para el mesmo efeto, y Andrés Ponce y don Diego Ponce de León, y don Francisco de Aguayo; mas ya hallaron hecha la jornada, y solamente les cupo parte del regocijo, aunque adelante hicieron otros muchos buenos efetos. Ayuntamiento de Níjar. Servicio Municipal de Bibliotecas
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